martes, 30 de noviembre de 2010

Carros de fuego

Nunca antes se había visto una historia de lucha y competición tan especial como la que protagonizaron Eric Lidell y Harold Abrahams, conocida gracias a la película Carros de fuego.

Dos corredores, que practicaban deporte más como afición que como profesión, en un momento dado se verán en el punto de mira de la opinión pública sin que ellos mismos se lo hubieran propuesto, y su enfrentamiento marcará un hito en la historia de la competición.

Más distintos no podían ser. Eric, cristiano evangélico de la iglesia reformada de Escocia, aspiraba a ser misionero, y era muy popular entre los suyos. Su humildad, su alegría y su empuje interior eran excepcionales, y eso se reflejaba en su forma de correr, pues lo hacía con una libertad, una limpieza y una determinación increíbles, sin perder nunca la sonrisa. Tenía una manera muy peculiar de hacer sus carreras, y especialmente sus sprints, abriendo la boca en un rictus de esfuerzo al límite, echando la cabeza hacia atrás y moviendo los brazos hacia fuera, un poco patoso. Cuando terminaba, siempre victorioso, dedicaba unas palabras a todos los que se agolpaban a su alrededor para saludarle, infundiendo una fe renovada en Dios, que estaba presente en su vida en todo momento y era su fuente de inspiración, y un ánimo de triunfo y una energía que contagiaba al que le escuchara. Su verbo era ardiente, directo y sencillo, completamente entregado a aquello que estuviera haciendo en cada ocasión. En muchos sentidos, Eric Lidell era un hombre heroico, sublime, y hacía que cada momento de la vida cotidiana resultara excepcional.

Su padre le dijo una vez: “Corre en nombre del Señor, y deja que el mundo se asombre”.

Eric se consideraba un instrumento divino. “Yo creo que Dios me hizo con un propósito. Él me hizo rápido para complacerle”.

Por lo que respecta a Harold Abrahams, en su condición de judío, percibía dolorosamente que no contaba con el beneplácito de los ingleses. Poseía una personalidad signada por un complejo de inferioridad social, que le hacía sufrir mucho, agravado por ser él una persona extremadamente sensible e inteligente. En una ocasión le dijo a un amigo y compañero de Cambridge: “Mi padre era lituano, un extranjero. Él ama profundamente a este país. Pero olvida que Inglaterra es cristiana, y anglosajona. Yo lucharé contra todos, y les haré tambalearse”. Abrahams confesaba querer a su padre en extremo, y cualquier agravio que se le hiciera era una afrenta para él.

Eric y Abrahams compitieron en los Juegos Olímpicos de 1924. Los rectores de la universidad llamaron a este último para reconvenirle por usar un entrenador profesional siendo él un atleta amateur, y de paso hacerle algún comentario xenófobo y clasista. Todo eran obstáculos y prejuicios, algo que chocaba con su orgullo y a lo que nunca se terminó de acostumbrar. Pero Abrahams no se arredró: “Ustedes caballeros suspiran como yo por el triunfo, conseguido sin aparente esfuerzo de los dioses. Suyos son los valores arcaicos que se encierran en esta Universidad. Yo creo en la búsqueda de lo excepcional, y llevo el futuro conmigo”.

La casualidad hizo que la competición en la que corría Eric se celebrara  un domingo, y por los preceptos religiosos que el seguia ese día no se puede trabajar ni realizar actividad alguna. Convocado ante el comité olímpico y el mismísimo príncipe de Gales, nadie fue capaz de convencerlo para que cambiara su parecer, hasta que un compañero, amigo de Abrahams, que también participaba en los Juegos, le cedió su lugar en su carrera, que iba a celebrarse otro día. Eric Lidell era un hombre de convicciones profundas, algo que tenía en común con Abrahams. Cuando el comité comentó lo acontecido, alguien dijo: “Hemos pretendido con este hombre separar su velocidad de su espíritu, infructuosamente por fortuna, en nombre de un exagerado orgullo nacional”.

Abrahams admiraba profundamente a Eric. Cada vez que corría, observaba todos sus movimientos, la forma como remontaba a todos hasta alcanzar la meta, a veces con bastante diferencia respecto del resto del grupo. No podía dar crédito a sus ojos, deseaba ser mejor que él, pero no sabía cómo.

Ellos nunca compitieron en las mismas pruebas, pero fue memorable la ocasión en que Abrahams se acercó a Eric para estrecharle calurosamente la mano después de que éste acabara victorioso una de sus carreras. No parece que Eric fuera tan consciente de la expectación levantada como Abrahams, no era tan competitivo como éste.

Harold Abrahams volvió victorioso de los Juegos de París, y los rectores de su universidad tuvieron que tragarse sus palabras. Eric Lidell también cosechó triunfos, pero abandonó por completo el atletismo para ser misionero en China, falleciendo unos años después. Era una persona muy querida y fue muy llorado por todos.

Como se decia en la pelicula, no sólo una razón les llevaba a correr más rápido que ningún otro hombre. Sus motivos eran tan diferentes como sus pasados. Cada uno tenía su propio Dios, sus propias creencias y su propio empuje hacia el triunfo. Fue la suya una cuestión de ambición y superación personal que marcó un hito en la historia de la competición deportiva.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Citas varias (II)

- “Escalerillas de caracol con pasamanos gastados que empiezan en la portería y acaban en terrazas de ropa tendida, luego de eternizarse en los descansillos” (Juan Cueto, escritor).

- “No es un hombre fácil. Amuralla sus sentimientos tras un aire de hostilidad”.

- “Un diario es un cuaderno para anotar la vida”.

- “Es en los detalles donde está la diferencia entre un caballero y un patán, una dama y una cualquiera”.

- “Los coches antiguos eran un estrépito de humo y tuercas”.

- “Tenía la piel nacarada, como el interior de las conchas” (Pequeño teatro, de Ana Mª Matute).

- “El viento soplaba, y se metía en el interior de las caracolas” (id.).

- “Él hablaba con el mar” (id.).

- “El centro de los ojos, dentro de su esfera verde, irisada, tenía una fijeza alucinada, inhumana. Eran los ojos de los locos, de los niños. Eran los ojos del sueño, de lo que no existe. Dentro de aquella esfera verde cabía la esperanza” (id.).

- “No perdía el dominio de sí, sabía beber con dignidad” (La vieja sirena, de Jose Luis Sanpedro).

- “Sus enormes ojos color verde mar tenían una curiosa manera de viajar sobre mí”.

- “En la oscuridad erraban mariposas de luz, como diminutos barcos flotantes”.

- “Rumor de conversaciones de oficina moderadamente clandestinas”.

- “Los pescadores matamos los peces para sobrevivir, pero nunca olvidamos el valor de sus vidas, su belleza y su valentía” (El viejo y el mar, de Ernest Hemingway).

- “No hay pecado, en una familia, que sobrepase el perdón” (De la película El príncipe de las mareas).

- “El fracaso no existe. Es simplemente la opinión que alguien tiene sobre cómo se deberían hacer las cosas. No hay ningún acto que deba hacerse de una manera específica, según el criterio de otras personas” (Tus zonas erróneas, del Dr. Wayne W. Dyer).


- “El telón de fondo de casi todas las neurosis es dejar que el comportamiento de los demás sea más significativo, más importante que el tuyo propio” (id.).

viernes, 26 de noviembre de 2010

Jane Eyre


Enganchada como estoy a las hermanas Brontë últimamente, le ha tocado esta vez el turno de lectura al libro de Charlotte, Jane Eyre, cuyo argumento no me era desconocido tras haber visto hace mucho la versión cinematográfica que en los años 70 protagonizaron George C. Scott y Susannah York, para mí la mejor de todas las que se han hecho.

Leyendo la novela, te sorprendes de lo acertado de la elección de actores que en su día hicieron para protagonizar esta película, pues el físico y la intensidad de las emociones que en ella despliegan sus protagonistas se corresponde muy fidedignamente a los de los personajes que encarnaron las figuras principales del relato.

En el film se abrevió bastante el principio y el final, en un afán de no alargar en exceso su metraje y quizá cansar al espectador. A mí me hubiera encantado que se hubiera reflejado todo lo que Charlotte Brontë escribió.

Su prosa te cautiva casi desde el comienzo, y tanto el relato de los hechos como los diálogos de los protagonistas me envolvieron en un torbellino de emociones infinitas, mezcla de todo un amplio repertorio de sentimientos que van desde la más absoluta dureza hasta la más delicada ternura.

Durante toda la historia somos testigos de la evolución interior de la singular mujer cuyo nombre da título a la novela, alguien que se ve obligada a pasar por las más duras experiencias vitales, y que consigue sobrellevar gracias a su enorme fuerza interior y a una fe casi inquebrantable en sí misma y en Dios. Aunque físicamente no aparenta ser gran cosa, su forma de hablar y de comportarse no pasan desapercibidos para los que la rodean, y sólo al conocer al que sería el amor de su vida ve que por fin es valorada en todas sus dimensiones. Nada más emocionante que sentir los ojos del amado o amada mirando dentro de ti, y que llegue a conocerte como ninguna otra persona sea capaz.

Charlotte Brontë escribió esta novela basándose en sus propias y terribles experiencias en el orfanato al que fue llevada junto con sus hermanas cuando murió su madre. De las cinco que eran, dos no lograron sobrevivir. Era aquella una época dura, sobre todo para la mujer, sometida a rígidas normas. Algunas de las ideas que se defienden en esta novela causaron mucha polémica en su momento cuando fue publicada, porque pasaban por alto muchas convenciones sociales.

Leyendo Jane Eyre las horas transcurrieron como si fueran minutos, sin apenas darme cuenta. Hacía mucho tiempo que esto no me sucedía con un libro. Yo misma me sorprendía del gusto y el interés que este relato había despertado en mí, pues aprovechaba cualquier rato libre para retomarlo y, al mismo tiempo, no quería que se acabara nunca. No lo leía tampoco con prisa, pues me encantaba saborear cada palabra, cada pensamiento que aportaba, cada nuevo acontecimiento que tuviera lugar. Quisiera poder escribir así, con esa riqueza de vocabulario y de ideas, con ese lenguaje tan intenso y tan vivo. En comparación, encuentro mi prosa pobre, escasa de ideas, siempre encorsetada en los mismos términos que me parecen torpes muletas a la expresión de mis pensamientos. Cada vez me falla más la inspiración.

La banda sonora de la película, una de las más bonitas que he escuchado en mi vida, contribuía al toque trágico, romántico y absolutamente sentimental que caracterizó el estilo cultivado por las tres hermanas Brontë en sus libros, un estilo que no por clásico está pasado de moda, apto sobre todo para espíritus sensibles y seres que a lo mejor hemos pertenecido a otra época, quizá en otra vida.

Ilustro este post con la imagen que aparece en la carátula del libro, un cuadro de Carlton Alfred Smith, que supo captar a la perfección la atmósfera que se respiraba en aquella época y en esa zona de Inglaterra.

jueves, 25 de noviembre de 2010

La vida como una película

No es cierto que la vida puede llegar a confundirse con lo que vemos en las películas, sino que éstas se confunden con la vida, se alimentan de ella. Todos sabemos que con frecuencia la realidad supera a la ficción. Por eso es bastante probable, por ejemplo, que vayamos a nuestro restaurante preferido y, aunque lo conozcamos y nos guste, no nos fiemos de la limpieza del servicio y saquemos nuestros propios cubiertos de plástico de unas bolsas que llevamos guardadas en los bolsillos, como en Mejor imposible. O el cocinero del restaurante podría ofrecernos una patata pelada, cortada con forma de flor y teñida de púrpura con el jugo de una remolacha, pinchada en un tenedor como si fuera una rosa sobre su tallo. Tal como pasó en Frankie y Johnny.

Podríamos abrirnos paso, cuando atravesamos una calle en la que hay demasiada gente, invocando el poder de Dios con una larga vara, como hizo Moisés en Los diez mandamientos cuando separó las aguas del mar para que pasaran los suyos. O hacer como Spiderman, lanzar unas cuantas mallas pegajosas contra las fachadas de los edificios para desplazarnos a gran velocidad por encima de todo y de todos.
La colmena en la que vivo podría estar amenazada por un carnicero que ocupara un local en la planta baja y que abasteciera su tienda con los restos de los vecinos que va asesinando, uno por uno, sistemática y sigilosamente, como en Delicatessen.

Podríamos hacer un largo viaje y encontrarnos en medio de África, de noche, sentados a una mesa delicadamente preparada, mientras degustamos una deliciosa cena, a la luz de una hoguera, disfrutando de una grata conversación, dejándonos envolver por los sonidos nocturnos, como en Memorias de África.

Si nos sintiéramos muy solos, podríamos hablar con un coco igual o mejor que si fuera alguien de nuestra propia familia, como en Náufrago.

Cuando nos lanzáramos a una piscina para refrescarnos un caluroso día de verano, podríamos quedarnos dentro del agua para sentir el mismo silencio que sienten los que no pueden oir, como en Hijos de un dios menor.

Puede que nos encontremos hombres anónimos que no resistan la tentación de ser héroes cuando la ocasión se presente, corriendo por la acera mientras se quitan la camisa, para lucir el traje especial que llevan puesto debajo, y sin el que no podrían ser superhéroes (toda puesta en escena  requiere su atrezo), como en Superman.

Y si buscáramos trabajo, podríamos llegar a ser secretaria en un despacho que resultase ser la antesala de la mujer más influyente y tiránica del mundo de la moda, como en El diablo se viste de Prada. O un puesto de profesor en un instituto de un barrio marginal, en el que consiguiéramos con sudor y casi sangre ganarnos el respeto y el cariño de un puñado de alumnos problemáticos, como en Rebelión en las aulas.

Y por qué no acabar nuestros días cuidados por ese chófer al que durante años hemos agobiado con nuestras manías y prejuicios, y que al final es la persona que, a fuerza de estar con nosotros, ha resultado ser la única que nos comprende y nos ha llegado a querer, como en Paseando a miss Daisy.



Como decía Aute en una de sus canciones, que toda la vida es cine, y los sueños cine son.

martes, 23 de noviembre de 2010

Pintura hiperrealista (XVI): Ruddy Taveras


Desde hace poco cuento con un nuevo seguidor de mi blog, Ruddy Taveras, artista algunas de cuyas obras guardo en mi colección particular de pintura hiperrealista de mi ordenador, y que sólo esperaba el momento oportuno para salir a la luz, como todos los anteriores que le han precedido. Es un honor inesperado que agradezco sobremanera.
Ruddy es un creador precoz que empezó a pintar con doce años de forma autodidacta. A los catorce ya exponía y vendía.
Sus cuadros hablan por sí mismos, hiperrealismo en estado puro, más que fotografía. Son imágenes puras, limpias, perfectas. Un derroche de talento.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Un poco de todo (VII)

- Hace poco he sabido de un fenómeno meteorológico que me ha parecido sorprendente y espectacular por un correo electrónico que me mandó una amiga. Se trata de las nubes Morning Glory. Aparecen en diversas partes del mundo, pero donde son más espectaculares y conocidas es en el norte de Australia.

Es una gran nube en forma de rollo que puede alcanzar los 1000 km. de largo, 1 a 2 km. de altura y que puede desplazarse a velocidades de hasta 60 km/h. Suele ir acompañada de ráfagas de viento repentino. En la parte frontal de la nube hay fuertes movimientos verticales que transportan el aire a través de la nube y es lo que crea la apariencia de rollo.

Suelen estar asociadas a las brisas marinas. Los vientos a nivel del suelo cesan cuando la nube pasa por encima.

En Buketown, pequeña población australiana de sólo 178 habitantes, pueden verse entre septiembre y octubre. Allí acuden pilotos de parapentes y alas deltas a los que les gusta volar sobre ellas. En una ocasión hubo una que atravesó Inglaterra, pero no pudo ser avistada porque se formaron nubes por debajo de ella.


- Qué cierto es aquello de que nunca sabemos lo que va a ser de nosotros, no ya sólo en el futuro, sino en breve plazo; cualquier acontecimiento inesperado puede dar un giro radical a nuestras vidas. Así ha pasado con un amigo de mi hijo, que no hace mucho estuvo en mi casa comiendo. De origen sudamericano, aunque él nació en Madrid, en aquel momento vivía solo con su padre y era huérfano de madre, detalle éste que me conmovió profundamente y me llevó a invitarle a comer ese día y todos los que quisiera. Sergio me pareció un chico de carácter afable, grande como un armario, educado y un poco tímido. Intuí, por algunas cosas que dijo, que debía estar acostumbrado a ocuparse de sí mismo. Ahora Miguel Ángel me ha dicho, para mi sorpresa y estupor, que también ha muerto su padre, por enfermedad.

Sergio tiene un hermano mayor, que se marchó de casa hace años y del que nunca han vuelto a saber nada, y una hermana también mayor, que por lo visto no se ha querido hacer cargo de él. En poco tiempo pasará a ingresar en un orfanato, y ya ha empezado a regalar a sus amigos y amigas, que son muchos, su X-Box, su play y muchos de sus objetos personales, que allá a donde va no se puede llevar. Se irá del instituto y del barrio. Y me consta que lo hará sin exhalar una sola queja.

Se me ocurrió proponerle a Miguel Ángel que si le parecía bien que viniera a vivir a casa, a adoptarle si fuera posible. Sergio me había llegado al corazón, y el destino que ahora se abría ante él me resultaba injusto y cruel. Pero los chicos son egoístas. “Para mamá, a dónde vas. No es nuestro problema”, me dijo. 

Como he leído en el libro que me estoy leyendo, Jane Eyre, “Asistir al sufrimiento y sacrificio de otros hizo que dejara de pensar sólo en mí misma”. Es una gran verdad. Mirando lo que ocurre a nuestro alrededor, se puede decir que no tenemos derecho a quejarnos, da igual cuáles sean nuestros problemas. Qué duro debe ser no tener a nadie que te reclame, no importarle a nadie nada.

Le dije a mi hijo que en cuanto pudiera salir de esa institución le invitara a venir por casa cuando quisiera. Como es tan parco no sé si lo hará.
A Sergio lo voy a tener siempre en mi corazón.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Temple Grandin (II)

Temple aprendió a dibujar observando a un diseñador que trabajaba para uno de los mataderos en los que la contrataron. Era capaz de recordar todos los detalles casi al milímetro.

Ella puede hacer una simulación virtual en su mente como la harían los equipos informáticos actuales. Cuando va a construir cualquier cosa, la pone a prueba primero en su imaginación. Puede verla desde cualquier ángulo, por encima o por debajo, haciéndola rotar al mismo tiempo. “Para crear nuevos diseños, extraigo piezas y componentes de mi memoria y las combino en un conjunto nuevo”.

“Siendo autista, no asimilo la información que la mayoría de las personas da por supuesta. En cambio, la almaceno en mi mente como si se tratara de un CD-ROM”. Recuerda el caso que aparecía en la película Rainman.

“Si dejo que mi mente vague, el video salta en una especie de asociación libre (…) Las personas con autismo más grave tienen problemas para detener estas asociaciones sin fin”.

“Las relaciones personales carecían totalmente de sentido para mí hasta que desarrollé símbolos visuales para las puertas y ventanas. Sólo entonces pude comenzar a entender conceptos tales como aprender a dar y recibir en una relación personal”. Temple, cuando comenzaba una nueva etapa de su vida, se imaginaba a sí misma atravesando todas las puertas que había visualizado en su vida, una detrás de otra. De esta manera se sentía más segura ante lo desconocido.

“En mi adolescencia y juventud tenía que usar símbolos concretos para entender conceptos abstractos (…) El Padrenuestro fue algo incompresible para mí hasta que logré desarmarlo y convertirlo en imágenes visuales específicas. El poder y la gloria eran representados por un arco iris y una torre de transmisión de electricidad”.

Hay muchos autistas que poseen un alto coeficiente intelectual. Suelen ser diagnosticados como Asperger o autistas de alto funcionamiento. Temple afirma que personajes como Bill Gates o Einstein tienen rasgos autistas.

Para compensar sus déficits sociales, la persona autista necesita hacerse muy buena en su trabajo para obtener reconocimiento. Necesita encontrar personas que les aconsejen y orienten bien para que puedan canalizar sus talentos naturales.

Como los autistas son emocionalmente inmaduros, se les debe inculcar fuertemente unos principios morales básicos que interioricen desde niños.

“La percepción de mí misma, como persona con autismo, se basa en lo que pienso y hago. Yo soy lo que pienso y hago, no lo que siento. Tengo emociones, pero mis emociones son más parecidas a las de un niño de 10 años o un animal”.

Leyendo muchas de las experiencias que cuenta Temple Grandin, no puedo evitar encontrar en mí muchas similitudes respecto a su comportamiento. De niña me pasaba el tiempo haciendo asociaciones de imágenes, y me recreaba en los detalles más nimios de todo lo que me rodeaba. Era incapaz de decir más de cinco palabras seguidas excepto cuando hablaba con alguien de mi familia o alguna de mis pocas amigas. No fue hasta muy mayor, estando en la universidad, cuando pude mantener una conversación fluida. Todo lo atribuía a que era introvertida, pero seguramente había algo más porque recuerdo con horror mi relación con los compañeros de clase tanto en el colegio como en el instituto. Había como una barrera invisible entre el resto de la gente y yo, sensación que sigo teniendo.

“En el instituto había aprendido a controlar un poco la ansiedad y el miedo constantes encerrándome en mí misma y soñando despierta, pero a los otros chicos les parecía fría y distante y me daban de lado”, recuerda Temple. Yo era objeto de burla por este motivo. Como me dijo una profesora en una ocasión, delante de toda la clase: “Pilar, siempre estás en primera fila, pero siempre al margen”. Lo cierto es que mi autoestima era muy baja en aquellos tiempos.

Mi fracaso matrimonial no ha contribuido después a que todo esto mejore. Por cuántas cosas tuve que pasar que en nada me beneficiaron. Desde luego la clase de persona que elegí para compartir mi vida era lo último que yo necesitaba.

Como le pasaba a Temple, llevo muy mal el rechazo ajeno, porque siempre lo considero arbitrario e injusto, y aunque ahora ya consigo remontarlo, la persona que me haya infringido dolor, sea del tipo que fuere, puede formar parte de mi círculo habitual en un cierto momento, pero nunca podrá formar parte de mi corazón, y eso incluye a los miembros de mi familia. Puede que mis “rasgos autistas” sean producto de mis circunstancias más que un problema de nacimiento, pero lo que sí aprecio enormemente, y ya de una forma quizá exagerada, son las muestras de afecto de los demás, a las que temo siempre no saber corresponder con el suficiente énfasis.

Mi hijo va por el mismo camino también. Sufre un bloqueo emocional importante, sólo manifiesta afecto por muy pocas personas (y algún animal), rehuye la mirada, le asustaban de niño los sonidos fuertes (a mí me sigue pasando), no le gusta que le toquen (sólo de vez en cuando), y no suele hablar mucho, sólo con los pocos amigos que tiene, aunque su nivel de lenguaje ha sido siempre bastante alto. Yo veo dentro de él y sé que hay un ser tierno y dulce en su interior que sólo aflora en ocasiones, cuando está relajado, y que pugna por salir para poderse realizar como persona, pero como no puede conseguirlo esto le hace sufrir. Ahora he encontrado a un profesional que le va a poder ayudar, con un poco de suerte.

Un mundo este muy particular y muy interesante, y que Temple Grandin nos ha sabido mostrar a su manera tan especial.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Temple Grandin (I)

Mi interés por el autismo empezó ya en mi infancia, cuando observaba a un niño de mi barrio que nunca decía nada y miraba a todo y a todos de una forma peculiar. Nunca contestaba a ninguna pregunta. Me parecía curioso el hecho de que una persona estuviera despierta y aparentemente con todos sus sentidos funcionando y, sin embargo, estuviera ausente de sí misma, ausente de todo.

Ahora tengo un caso muy cerca, la hija del vecino de al lado, una niña que debe tener ahora unos 6 ó 7 años, que cuando era más pequeña la oía en su casa comportarse de manera poco habitual, pues se asustaba con facilidad y reaccionaba con agresividad, dando gritos, llorando y tirando todo lo que tuviera alrededor. Casi no podía hablar, decía mamá con una voz gutural y emitía extraños sonidos. Su rostro era como el de una muñeca de cera, sin ninguna expresión, como si no tuviera vida, y sus ojos te miraban con una mezcla de temor y malhumor. Últimamente ya consigue pronunciar algunas palabras más y ya no suele entrar en crisis como antes.

Por eso, cuando pasaron el otro día una película basada en las experiencias de Temple Grandin, una autista que es muy famosa en EE.UU., me interesó al instante.

A esta mujer le diagnosticaron autismo a los 4 años. Al llegar a la adolescencia sus problemas se agudizaron y fue expulsada del instituto por pegar a un compañero que se había metido con ella. Pasó entonces a una escuela para jóvenes dotados con problemas sensoriales y emocionales. A los 16 años fue a pasar unos días a la granja de ganado de un tío en Arizona. Allí se fijó en una máquina que se usaba para tranquilizar al ganado cuando venía el veterinario: dos placas metálicas que comprimían a las reses por los lados. La presión suave parecía relajarlas. Entonces pensó en hacer un artilugio semejante para ella: una máquina de abrazos. Una de las características de los autistas es que no soportan que los toquen, pero eso no significa que no necesiten sentir el contacto de los demás. Hubo un profesor especialmente de su escuela que la animó a construir la máquina, y fue alguien muy importante en su vida junto con su madre porque confió plenamente en sus posibilidades y le abrió las puertas del conocimiento con paciencia y dulzura. Temple realizó otros muchos experimentos.

Se doctoró en Ciencia Animal en la Universidad de Illinois y actualmente es profesora de comportamiento animal en la Universidad de Colorado. Ha escrito libros como Pensando en imágenes e Interpretar a los animales. Ha estudiado también etología y neuropsicología. Sus diseños de mataderos se extendieron por todo EE.UU. y ha contribuido a que las reses tengan una muerte más digna.

El mundo interior de los autistas ha sido hasta hace no mucho un auténtico misterio. Temple Grandin, en sus numerosos artículos, nos describe algunos de los síntomas y características de esta dolencia. Los autistas no sienten las mismas emociones que el resto de la gente. Sus decisiones se guían por el razonamiento y no por los sentimientos. Si ven algo desagradable no les asusta, pero sí les enoja. Raramente les perturban los recuerdos emotivos. “Cuando tengo emociones fuertes”, dice Temple, “éstas son poderosas mientras las estoy experimentando, pero no dejan una gran huella en mi cerebro. No tengo subconsciente o recuerdos reprimidos. Tengo acceso a todos mis recuerdos”.

Las personas con autismo desean el contacto afectivo con otros pero se encuentran bloqueados frente al intercambio social complejo. La adaptación social debe proceder por la vía del intelecto, no pueden adquirir instintivamente las habilidades sociales. Ellos aprenden todo por razonamiento. “Era como un visitante de otro planeta que debía aprender extraños modales del nuevo mundo”.

Los autistas necesitan mucho más tiempo para cambiar su atención entre su auditorio y el estímulo visual. Tienen problemas con las frases largas, que conllevan excesiva información. “Mi oído es como un audífono con el control de volumen fijado en extra fuerte (…) No puedo modular el estímulo auditivo entrante. Muchos autistas tienen problemas con la modulación de las aferencias (entradas) sensoriales y reaccionan ya sea en exceso o en forma escasa (…) Soy incapaz de hablar por teléfono en una oficina ruidosa o aeropuerto (…) Si trato de dejar fuera el ruido de fondo, también dejo fuera el teléfono”.

Su sistema nervioso es tan sensible que se sobreestimula con cualquier sonido o la cercanía de alguien.

Grandin dedica muchas páginas a una cualidad que tienen muchos autistas: la habilidad visual. En el caso de ella es algo que pudo comprobar en su trabajo como diseñadora de mataderos. “Al comienzo de mi carrera, utilizaba una cámara fotográfica para tratar de captar la perspectiva de los animales. Me agachaba y tomaba fotografías a la altura de los ojos de una vaca. Mediante estas fotos, pude darme cuenta de las cosas que asustaban al ganado, como las luces y las sombras. Entonces usaba películas en blanco y negro, porque hace veinte años los científicos creían que los bovinos carecían de visión cromática. Hoy en día, la investigación ha demostrado que pueden percibir los colores (…) Comencé a diseñar cosas cuando era niña. En la escuela primaria hice un helicóptero con los restos de un avión de madera roto. Cuando enrollé la hélice y lo lancé, el helicóptero voló hacia arriba unos 30 metros. También hacía cometas con formas de pájaros, que remontaba detrás de mi bicicleta. Hacía pruebas con formas diferentes de doblar las alas para mejorar el vuelo. Aprendí que las cometas volaban más alto si les doblaba hacia arriba las puntas de las alas. Este mismo diseño comenzó a aparecer treinta años después en los aviones comerciales”.

martes, 16 de noviembre de 2010

Pintura hiperrealista (XV): Cristina Iotti

Esta italiana empezó ilustrando libros para niños y decorando cerámica.
Como pintora ha sido premiada en concursos nacionales e internacionales.
Utiliza una técnica meticulosa y fotográfica. Hace emerger el lado más íntimo y poético de las cosas cotidianas capturando la esencia de lo extraordinario presente en lo ordinario.
Gran luminosidad.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Citas varias (I)

- “La verdad es como todas las cosas hermosas del mundo: no descubre su necesidad sino en aquellos que antes sufrieron la influencia de la falsedad” (Gibran Khalil Gibran, filósofo).

- “El aventurero nato es aquel que va a buscar un poco de conversación al fin del mundo”.

- “Cada primavera, cuando percibo en tu respiración los primeros deseos de mar, comienzo a desplegar mi sonrisa sobre la cresta de todas las olas, o te hago señales, desde allí, con pañuelos blancos” (Ton Medina, abogado).

- “Si esto fuera una película, ya me habría ido hace rato”.

- “Nunca se pierde uno en los lugares donde todo te es ajeno porque nada es humano. Nunca puedes amarlos” (Maruja Torres, periodista).

- “El fracaso es el fundamento del triunfo”.
- “Un tuerto es más incompleto que un ciego porque sabe lo que le falta” (Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo).

- “Ser hermanos es ser dos almas que se tocan sin confundirse, como los dedos de las manos. Ser amantes es ser dos almas que se tocan y se confunden” (id.).

- “Se parecía a él: aquellos ojos verdes de soñador, infantilmente seguros de sí mismos, aquella boca florida hecha para los besos y siempre a punto de llorar, aquel dolor varonil que subraya las cejas; mejillas plenas, sonrosadas, con esa cara hecha para los bofetones que induce a las mujeres a acariciarla; las manos lánguidamente femeninas ineptas para el trabajo duro” (El tambor de hojalata, de Günter Grass).

- “En todo caso, debo a la Universidad Popular mi nivel cultural, modesto, claro está, pero lleno de magníficas lagunas”.

- “La idea de que todo el mundo puede hacer algo para remediar el hambre, o mejor dicho, que todo el mundo debe hacer algo, es un imperativo moral, no es caridad” (Bob Geldof, músico).

- “El Día de los Inocentes el mundo entero anda con la mosca detrás de la oreja” (Antonio Gala, escritor).

- “Un pariente pobre es siempre un pariente lejano”.

- “El rock no consistía sólo en música, sino también en intentar imaginar un mundo diferente” (Rosa Montero, periodista).

- “El yudo nos sirve, entre otras cosas, para trinchar el cordero con el envés de la mano sin caer en el más espantoso ridículo”.

viernes, 12 de noviembre de 2010

El pensamiento negativo (II)

Risto parece recrearse en el sufrimiento moral, en el marasmo de la tristeza. Dicen que se es más creativo cuando se sufre que cuando se es feliz. A lo mejor él ya nació deprimido. “A mí lo que más me preocupa es que en medio de todo esto no reparemos en la belleza del error, la estética de una buena crisis. Es fácil equivocarse, sí, pero mucho más fácil es equivocarse sobre qué significa equivocarse.

Equivocarse no es hacerlo mal a conciencia. Es más bien tomar un riesgo y sufrir su no-éxito. Equivocarse no es ser ineficiente. Es más bien sufrir el no-yo, ese reverso oscuro, ese en el que nunca pensamos. Equivocarse no es ser imbécil. Es más bien empezar a serlo un poco menos.

Equivocarse implica tener la oportunidad de volver a construir algo nuevo que sea mejor que lo anterior. Si se parece a algo. Equivocarse es tener la oportunidad de aprender”.

Risto mira de frente a todo aquello que la mayoría de la gente le asusta o pretende evitar. “Cualquier sufrimiento no pasa de inconveniencia, la miseria concede exclusivas, lo exclusivo está sólo al alcance de algunos miserables y la pobreza, por no tener, no tiene ni longitud ni latitud”.

“Lo que realmente es peligroso para el sistema es no tener miedo. Alguien sin miedo es alguien incómodo, sin posibilidad de control. Una rareza, una excepción que puede llegar a hacer cualquier cosa inadecuada”.

“Cada vez creo más en que la virginidad del siglo XXI es la inocencia”.

“No creer que hay una forma correcta de ser feliz y otras muchas incorrectas. Saberse vulnerable, saberse infiel, saberse débil, y aun así querer construir un algo parecido a un refugio entre sólo dos, en medio de la que está cayendo. Decidirse a dejar el mando a distancia, profundizar en el viaje del otro, divorciarse de la separación, enamorarse de estar enamorado y trabajárselo como un trabajo.

Quizá también por eso hoy me he decidido a empezar por alguno de mis miedos. El miedo a enamorarme, miedo a sentir, miedo a dejarme llevar, pero también a que me deje (…) A que me ignore, a que me diga adiós, a que me vuelva loco o a que me haga soñar. Miedo a pensar en ella. Miedo a que ella no piense en mí”.

En lo que a la educación se refiere, estoy absolutamente de acuerdo con lo que dice. “La educación debería ser un proceso de autodescubrimiento, autoconocimiento y autogestión. La educación que yo veo, y la que he sufrido en mis propias carnes, es más un proceso de autoanulación, autoaburrimiento y autohomogeneización”.

“Crecer es aprender a despedirse. El día que te das cuenta de que crecer va a significar despedirse de personas, situaciones, emociones, memorias, ilusiones e incluso amigos que se supone iban a ser para toda la vida. Que ya no te sorprende que la gente desaparezca de tu vida. Ese día estás aprendiendo a decir adiós, ese día estás creciendo.

El segundo drama es que nadie se ocupa de enseñarnos a manejar nuestras emociones, nuestras intuiciones y nuestros sentimientos, si acaso prefieren que gestionemos esa parte tan burda y patéticamente fungible que es la memoria, un disco duro bastante limitado del que, con los años, poco o nada podremos rescatar para la vida real”.

Risto, en su pesimismo innato, no comprende al que es optimista, es más, lo detesta. “En fin. Que está todo tan nublado que te dan ganas de cruzarle la cara al que viene diciendo que mañana saldrá el sol. Cuanto más grandes se hacen los nubarrones, más le da a uno por recluirse en su pequeño mundo, con sus más cercanos, que tiene sus defectos, pero al menos son conocidos, sinceros, demostrados y aceptados como son. Y eso que siempre he defendido lo contrario. El viaje continuo, el trayecto hacia otras formas de pensar, el apasionante destino que cada persona supone en tu vida.

Será que yo me hago mayor.

Será que el mundo se hace pequeño”.

Hay algunos capítulos sueltos, “Miedocres” y “Callejero de mí”, que me gustaron especialmente. Por lo demás, a pesar de palabrotas e imprecaciones que suelta sin cesar, Risto me parece un sentimental con una muy particular visión del mundo, un incomprendido que se protege con escudos de dureza verbal para que no podamos ver la vulnerabilidad que alberga en su interior. Le supongo una inconmensurable falta de afecto, pocas cosas conseguirán llenarle o le satisfacerán. Su nivel de exigencia es muy alto. Coincido con él en que cuando me siento mal también cedo a la tentación del sarcasmo, aunque es mi caso no me dejo llevar como él hace, salvajemente, pero sí lo he considerado más de una vez. Fuera censuras, que son siempre ajenas. Fuera los prejuicios y las mentes estrechas y pacatas. Una marea de sarcasmo bien encauzada puede ser un verdadero remedio antistress personal que arrastre consigo los sentimientos negativos que tengamos dentro y de paso los de los demás.

Risto es ese ser peculiar que nos deja de todo menos indiferentes, un revulsivo para las conciencias que quieren ser un poco inconscientes de vez en cuando. Creo que ha sacado otro libro después, de factura similar. Puede que lo compre.

jueves, 11 de noviembre de 2010

El pensamiento negativo (I)

Haciendo una vez más limpieza en las estanterías de mi casa (siempre hay libros que no me han gustado y que mi cuñado recibe como un tesoro porque, ávido lector como es, suele sacar partido de casi todo), cayó en mis manos el libro que Risto Mejide escribió hace un par de años, El pensamiento negativo, título que cuadra muy bien con la imagen que de sí mismo ha querido darnos.

En efecto, el libro me dejó un regusto desagradable en algunos pasajes, como si estuviera escrito por alguien amargado. Cuesta creer que Risto pueda tener alguna queja sobre la vida en general, un profesional como él con una brillante y larga carrera en el mundo de la publicidad, en nada que ver con sus corrosivas intervenciones en el concurso Operación triunfo, que le valieron popularidad e impopularidad a partes iguales. Debajo de toda esa andanada verbal de crueldad y basura que solía salir de su boca cada vez que tenía que dar su opinión a los concursantes (dicen que la parrilla de audiencia subía como la espuma cada vez que ésto sucedía), y de su aparente desinterés ante las ilusiones, el esfuerzo y la sensibilidad ajenas se esconde, me parece a mí, un hombre profundamente desencantado de la mayoría de las cosas de la vida, y que sólo conserva algunas pocas que constituyen sus pequeños y escondidos tesoros de generosidad y humanidad, celosamente guardados en lo más profundo de su ser, y que hace aflorar sólo de vez en cuando, porque nadie es de piedra y todos necesitamos en un momento dado mostrar nuestro lado más sensible.

Subrayé muchos pasajes de su libro cuando lo leí, como suelo hacer con todo aquello que me interesa por su belleza o, como en el caso de Risto, por su originalidad, por lo que de distinto tiene a todo lo conocido y que me hace reflexionar, porque aporta un punto de vista diferente del mundo.

Sus frases parecen ideas en constante contradicción luchando entre sí, pequeños pensamientos desconcertantes que son como flechas dirigidas a nuestra gnosis. “Si quieres encontrarte fácil, búscate en sincero y mírate en algún lugar entre una pequeña promesa y alguna frustración”. O “Si lo piensas, la mayoría de tus proyectos van asfaltando de ilusión las ruinas de un pasado que crece bien absurdo destruido por la deflagración de los intentos”. “¿Tú de pequeño habrías querido ser tú?”.

Risto despliega juegos de ideas y de palabras que son demoledores y que dan un giro radical a nuestra forma de pensar. Sobre sus breves concesiones al sentimiento deja caer al mismo tiempo una lluvia ácida de pesimismo sin control, que parece la basura de un cerebro y un corazón saturados de miseria. Quizá se trate de una inteligencia y una sensibilidad exacerbadas que no puedan asimilar fácilmente las asperezas que la vida con frecuencia depara. El temor a ser nuevamente heridos nos acoraza.

Él, gran comunicador oral hasta el momento, aunque con polémicos resultados, se lanza en su libro a elucubrar sobre el lenguaje. “Creo que fue un austríaco con nombre de lavadora, Wittgenstein, el que escribió que los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo. Y yo siempre he pensado que deberíamos escuchar más al lenguaje, porque suele dar acertadas pistas sobre el uso de las palabras. Si utilizas el adjetivo “mi” antes de la palabra novia, esposa o amigo, la gramática te dice que eres un posesivo. Si explicas lo mucho que “amabas”, su definición te responde que eso ya es pretérito, pasado y seguramente imperfecto. Tanto si hablas de “escuchando” que es gerundio, como si has “hablado” en participio, en ambos casos “conversas”, que ya es muy presente e indicativo. Y cuando hablas de “enamorarse”, viene el diccionario y te dice que mejor lo trates como reflexivo.

Escuchar no hace daño a nadie. Créeme, le hemos probado todos alguna vez. En las relaciones sentimentales, los psicólogos dicen que es propio sola y únicamente del período de seducción, cuando el hombre habla para impresionar y la mujer escucha para hacerle creer que está impresionada.

Pero claro, eso de escuchar e interactuar implica la peligrosa posibilidad de que alguien te pueda hacer cambiar de opinión. Y en los tiempos que corren, tiempos de valores inertes (coherencia, consistencia, rigidez), muy alejados de los valores de los seres vivos (cambio, adaptabilidad, flexibilidad), parece mucho más cómodo, rentable y por tanto correcto, ser escuchado antes que escuchando, emisor antes que receptor, muy sordo antes que un poquito mudo.

Yo, en realidad, mientras escribía esto, ya he cambiado un par de veces de parecer. Será que me escucho demasiado”.

Risto intercala alguna descripción escabrosa de algún encuentro sexual, que para mi gusto, y por la forma tan despreciativa como ha hablado de sí mismo y, sobre todo, de la persona con la que ha estado en ese momento y de esa clase de situaciones en general, resulta bastante degradante. Parece un desquite, y le da igual herir sensibilidades, parece que le importa bien poco el qué dirán. Pero cuando habla del amor, la cosa cambia radicalmente, y parece ser la causa principal de sus amarguras, una asignatura pendiente que nunca ha conseguido aprobar. “Tus relaciones fracasadas son siempre mayoría, y algo que está tan presente en tu vida no puede ser tan malo si te ha llevado hasta donde estás. Alguien que te ha acompañado un trozo del camino ni siquiera debería poder considerarse fracaso. Admitir e incluso estar orgulloso de tus fracasos puede ser el principio de gestación de todos tus próximos triunfos”. Una concesión al optimismo.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Cumbres borrascosas

Siempre he encontrado una fuente de placer inagotable en la literatura clásica, ya que pocas de las cosas que se escriben últimamente tienen las cualidades que aquellas tenían, siempre sublimes y llenas de resonancias y contenido.

Leyendo Cumbres borrascosas, la única obra que escribiera Emily Brontë, me resulta tan interesante que no puedo dejar pasar un momento libre sin que me ponga a retomar la lectura, a pesar de ser una historia tan trágica que hace sucumbir el ánimo en más de una ocasión. Es una lástima que esta escritora muriera tan joven. Su hermana Charlotte escribió otra de las novelas que más me han gustado siempre, Jane Eyre, y coincide con Emily en ser extraordinariamente sentimental, dramática y romántica.

Al leer Cumbres borrascosas recordaba lo que había visto en la película que protagonizaron Lawrence Olivier y Merle Oberon. Ya en su momento, siendo una niña, me causó una gran impresión. Nunca creí que una historia de amor pudiera ser tan tierna y tan desgarrada al mismo tiempo.

El film es una recreación parcial del libro, mucho más amplio, y también una versión libre de éste, puesto que el final de la película no se corresponde con el literario, y además se ahorra muchos detalles escabrosos de los personajes. Sólo en la novela tenemos una descripción detallada de las oscuridades a las que el alma humana puede llegar, los abismos insondables en los que puede caer por culpa de los sentimientos mal encauzados.

Es maravillosa la relación de los dos protagonistas, Catherine y Heathcliff, cuando desde niños comparten su destino y descubren que son almas gemelas, dos temperamentos indómitos que vuelan libres, felices y salvajes siempre que no haya nadie  que  los quiera sujetar. Dos personas que se quieren y que cuando llegan a la edad adulta además se aman, y de una forma tan tierna y apasionada como yo lo recordaba en el cine. Pero en el libro hay una gran carga de locura también, porque al ser dos personas desmedidas en sus afectos y en sus caracteres, comprometidas por lazos invisibles e indisolubles, a pesar de la oposición de los que los rodean, intercambian entre sí una carga tan negativa de pasión y de rencor cuando ella está ya a punto de morir que es imposible de soportar. Sienten una atracción subyugadora casi desde la cuna que, al mismo tiempo, les va destruyendo.

De niña, al ver la película, no comprendía por qué una historia de amor tan romántica y sublime tenía que terminar en tragedia, me parecía injusto y cruel. Pensaba que era por culpa de los que les rodeaban, que no les dejaban dar rienda suelta a sus sentimientos. Y en parte es así, pero lo que ahora creo es que fue un afán de posesión desmedida. Cualquier contrariedad se tomaba como una muestra de desamor, y como los dos son iguales no son capaces de ver su error, no pueden tomar distancia y pararse a reflexionar. No hay espacio suficiente entre ambos, no hay libertad ni respeto, y sin embargo parecen gozar con estos avatares. Lo que más me sorprende y me encanta de esta historia de amor es lo mucho que dura en el tiempo, cuán profundamente sus raíces han germinado en esos corazones, y es tan indestructible que va más allá de la muerte.

No siempre somos testigos de historias de amor tan tremendas. Puede que el entorno en el que se criaron Catherine y Heathcliff, los páramos (palabra que se me quedó grabada en la mente desde la 1ª vez que vi la película y que ya siempre he asociado a la aridez y la desolación), propiciara esa unión tan profunda como una forma de protegerse contra la frialdad de carácter propia de los habitantes del lugar y las especiales circunstancias que les rodearon. Aunque ellos amaban esa tierra y ese paisaje, siempre sacudido por terribles tormentas.

Para mí es y será siempre una historia de amor hermosa y trágica, que me sigue conmoviendo hasta lo más profundo de mis entrañas de manera inexplicable e inquietante, y a la que no me habría importado cambiar el final. La foto que he puesto es la misma que yo tenía pegada en la pared de fondo del secreter donde tenía mi lugar de estudio, junto con la del Taj-Mahal y la de un grupo de música inglés de los 80 que usaba violines y otros instrumentos clásicos para tocar pop, cuyo nombre ya no recuerdo.
Es esta una foto que nunca me canso de contemplar.
 
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