lunes, 23 de febrero de 2009

En honor a la verdad (XVI)







- No sé cómo puede gustarle tanto a todo el mundo la película de “Pretty woman”. Tiene su puntito picante y bonito, pero nadie se cree que una prostituta sea una mujer divertida, sexy y algo ingenua, descubierta por un yuppie machista que va de sobradito y pelín macarrilla. La sordidez, incluso en ambientes de lujo, no deja de ser eso, algo sucio. Está claro que cuando una mujer decide dedicarse a ese oficio la vida que tiene que llevar le impide por lo general sacar lo mejor de sí misma como persona, conservar su inocencia y tener ganas de bromas. La verdad es que en la historia que se cuenta en la película, parece más infeliz él que ella, porque al menos ella vive en paz consigo misma, no se cuestiona nada y se gusta a sí misma, se abstiene de juzgarse a sí misma y a los demás, cosa que él no hace, pues parece más bien amargado. Y encima ella se permite el lujo de darle lecciones de moral: no seas implacable en los negocios, piensa en las personas.
En el contrato tácito que firmaron no figuraba el amor entre las cláusulas, aunque luego surgiera después. Será porque eso es algo que no tiene precio, que no se puede poner en ningún contrato.

- Dicen que no hay nada más glamoroso que el champán y el caviar, el colmo de la exquisitez. Pues yo no debo ser nada glamorosa ni exquisita, porque para mí donde esté la sidra que se quite todo lo demás. Y el caviar, por favor, esos huevecillos negros con un olor que echa para atrás. Y la gente paga un dineral por ambas cosas, increíble. En gustos no hay nada escrito.

- Para exquisiteces las que le pone mi padre a mi hijo en un platito después de comer: almendras, sugus, Kit-Kat y mini bombón helado. Sólo si ha comido bien. Él no hace ascos, aunque esos mimos estuvieran más acordes a cuando era más pequeño. Miguel Ángel hay cosas que ya no quiere hacer o que le hagan alegando que ya es mayor, pero a estos pequeños detalles nunca les hace ascos, es más, los exige si ve que no llegan. No sabe nada.

- Entre las cosas más inútiles que tengo en casa y a las que sin embargo no renuncio, no sé muy bien por qué, está un trozo de césped artificial y una pelota vegetal. Cuando compré el césped pensé en adornar con él algún rincón de mi casa, algo que me recordara un jardín o el campo. Los que vivimos en una gran ciudad añoramos estas cosas. La pelota vegetal le sirve a mi hijo de vez en cuando para jugar al fútbol en casa, porque por fuerte que le de nunca causa estragos en la decoración. La próxima cosa inútil que a lo mejor me compro es un peluche antiestrés, de esos que están rellenos de arena o algo parecido, que tiene forma de pollo, muy ancho, amarillo y sin cuello, con el que me siento plenamente identificada. Yo creo que apretándolo muchas veces y dándole pellizcos dormiré mucho mejor por las noches.

- Mi hija nos tiene a mí, a su hermano y a su padre en uno de esos árboles genealógicos en los que se puede poner una foto en cada rama de los miembros de tu familia. Ella se ha puesto en la parte más baja, yo y su padre en la zona intermedia y a su hermano lo tiene en la parte más alta. Cuando se enfada con su hermano, lo coloca en la parte de abajo y ella pasa a la de arriba, o coge la foto de él y la pone de cara a la pared. Mi foto suele estar torcida, será que no ando por buenos caminos. Es la forma que tiene ella de mantenernos a todos juntos. La verdad es que la 1ª vez que se lo vi sobre su mesa de ordenador me dio grima, y aún me sigue dando un poco.
Luego tiene otra foto de su hermano junto al niño Jesús que le regalaron mis padres hace tiempo, de esos que están dormidos sobre una alfombrita blanca. Será para que siempre le proteja.
En casa sabemos lo afortunados que somos de que Ana forme parte de nuestra familia. Como dice su hermano, ella es un regalito del Cielo.

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