jueves, 11 de febrero de 2010

Dichas, desdichas y curiosidades del yantar en Madrid







Podemos empezar por las desdichas, que son unas cuantas. La Suiza, por ejemplo, sitio tradicional por antonomasia de la capital. Las pocas veces que he ido no he hecho más que llevarme una decepción. Una de ellas, hace años, en que fui con mi familia, tuvimos que desalojar el local con los cafés y los dulces recién puestos en el mostrador, porque un piquete de huelguistas se acercaba amenazante desde el fondo de la calle de la Cruz con barras de hierro en la mano dispuestos a dar una paliza a todos los que tuvieran sus negocios abiertos y a los que estuvieran dentro de ellos. También qué casualidad, mira que había días para ir. Menudo rebote nos cogimos. Mi madre se disgustó porque ella frecuentaba mucho aquel lugar cuando era niña y desde luego recordaba que por aquel entonces las cosas eran muy distintas. En otra ocasión que fui me atendieron tan mal, con los camareros charlando en un rincón sin hacer caso a los clientes, dando risotadas y con pocos modales. Eso sí, se podía ver un cartel en el que se informaba a los clientes de que el género se reponía a diario y que lo que sobraba se daba a un comedor social.
Y siguiendo con los sitios emblemáticos, ahí está el café Gijón, con unos camareros que parecen por la pinta y los modales porteros de discoteca, y guarretes, porque si se les cae la tarrina de mermelada al suelo la vuelven a poner en el mismo plato que la tostada, en lugar de en plato aparte, y además se toquetean la nariz mientras te están sirviendo.
Cuando se me ocurrió ir a comer un cocido a otro sitio emblemático de Madrid, Malacatín, que también frecuentaba mi madre en su infancia, me llevé otro chasco. La comida estaba muy rica (me encantó sobre todo el repollo del cocido, que no todo el mundo sabe hacer bien), pero el camarero despedía un pestazo a pies que echaba para atrás. El hombre era muy servicial y atento, incluso les dio a mis hijos unas golosinas cuando acabamos de comer, pero era tal el mal olor que desprendía que casi rogábamos que se acercara a nuestra mesa lo menos posible, porque te levantaba el estómago. A los niños les dio una risa nerviosa de esas, lo que me incomodó bastante, más que nada por si el camarero se daba cuenta de que iba por él. Cuando vas a un restaurante esperas que la comida sea buena y el servicio rápido, pero lo último que piensas que te puedes encontrar es que el personal que atiende las mesas no vaya debidamente aseado.
Luego hay sitios muy originales, como una terraza a la que vamos en Benidorm a cenar de vez en cuando en vacaciones, en la que una camarera sudamericana con mucho desparpajo nos plantaba la sopera en la mesa para que nos sirviéramos nosotros mismos. Si hubiéramos querido ir a un autoservicio no habríamos ido allí.
Sitios como Iruña, que hace poco cerró por obras en el inmueble, es difícil que existan, donde la comida y el trato eran exquisitos, y los precios asequibles.
Ahora se llevan mucho los restaurantes como La Finca de Susana y otros similares, en los que tienes que hacer cola hasta la calle porque no hacen reservas, a cambio de un menú tirado de barato y un local enorme montado con una mezcla de moderno y antiguo con un gusto extraordinario, pero con una comida poco recomendable. Como está de moda desde hace tiempo todo el mundo acude allí en masa, y parece que la calidad de las viandas, que al fin y al cabo es lo que interesa de un restaurante, es lo de menos.
Para sitios curiosos Orixe, en la Cava Baja, que es una taberna moderna con cocina de inspiración gallega. La última vez que fuimos habían puesto unos interruptores en la mesa, uno servía para llamar al camarero y el otro para pedir la cuenta. Los que veíamos aquello por primera vez nos dio por juguetear un rato con ellos, sin saber para lo que servían. Por la cara de ajo de la persona que nos atendió se notaba que debía estar harta de la atrevida ignorancia y torpeza de los clientes. La cocina es muy buena, la decoración exquisita, y los precios no demasiado asequibles, pero merece la pena.
Otro sitio estupendo para ir es En busca del tiempo, detrás de la calle Carretas, muy cerca de Sol. Mucho ladrillo, mucha madera, chimenea encendida en la planta de arriba para los días más fríos, un lugar decorado de forma muy tradicional, con gusto, muy acogedor. Los platos tienen nombres largos para que parezcan sofisticados, como hacen los restaurantes más modernos en general, y así recomiendo las deliciosas croquetas de cigalitas y calamar sobre rizado de patata, y el solomillo de buey braseado al foie de pato y coulis de Corinto. Si se pide crema catalana de postre te la flambean en la mesa. El precio no es barato, pero se da por bien empleado.
Pero para sitios carísimos y exquisitos El jardín de la leyenda, junto a la carretera de La Coruña, en la zona de El Plantío, al que fui por la boda de una prima. Nunca he comido una langosta y un solomillo como aquellos, acompañados ambos con unas salsas que no eran de este mundo. Qué sabores, qué texturas. El sorbete de limón entre plato y plato tenía una delicadeza absoluta para el paladar. Y el sitio es incomparable, con unos jardines y un estanque preciosos.
Puede ser pues o una auténtica delicia o un infierno total ir de restaurantes en Madrid, lo mismo que si te vas simplemente a tomar un café con algo para mojar. Vivimos en una selva hostelera que nunca sabemos lo que nos puede deparar.

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