
lunes, 28 de junio de 2010
El gusto por el cine

domingo, 27 de junio de 2010
Coleccionista

sábado, 26 de junio de 2010
El show de Truman



viernes, 25 de junio de 2010
Impresionistas: Degas



jueves, 24 de junio de 2010
Impresionistas: Renoir


miércoles, 23 de junio de 2010
Impresionistas: Monet


martes, 22 de junio de 2010
Hipatia

lunes, 21 de junio de 2010
Los curiosos miembros de la Royal Society

domingo, 20 de junio de 2010
Evocaciones (III)



- Recuerdo, no sé por qué, un cenicero de cristal blanco que había sobre una de las mesas del salón de la casa de mi abuela materna. Tenía delicados cisnes alrededor y algunos parecía como que bebían de él. Era un objeto que captaba mi atención casi por completo siempre que iba allí, y me quedaba abstraída mirándolo. También me acuerdo de un gran aparador que tenía, con un espejo enorme, sobre el que reposaban dos grandes fotografías enmarcadas en plata: una en la que aparecíamos mi hermana y yo de niñas, muy guapas, rubias y bronceadas, cuando veraneábamos en Torrevieja, y otra que era un primer plano de la Reina, que mi tía Carmen le hizo en una ocasión que coincidió con ella.
- Recuerdo a mi primo Alejandro en un cumpleaños en su casa: lo sentamos en una silla y le tapamos los ojos con un pañuelo anudado detrás de la cabeza para darle a probar todo tipo de potingues que se nos ocurrían. Creo que le dimos a probar, entre otras cosas, Coca-cola mezclada con patatas fritas. Él lo escupía todo al suelo, con una mezcla de asco y de guasa. Era muy ganso y siempre tuvo muy buen carácter, era muy bromista. Se dejaba hacer cualquier cosa con tal de hacernos reír.
- Me acuerdo de mi primo Miguel Ángel, al que llevo unos cuantos años, cuando le compré con unos pequeños ahorros que tenía un paracaídas pequeño con su paracaidista incorporado, en una tienda de chucherías que había cerca de la casa de mi abuela paterna. Luego nos fuimos con mi hermana y su hermana al gran patio que tenía mi abuela y, como hacía mucho viento, lo desplegábamos y lo soltábamos. Llegó a volar hasta los pisos más altos, para luego caer. En otra ocasión le compré un arco con flechas, pero era malillo y no tardó en partirse por la mitad. Como mi primo hacía judo en el colegio, le gustaba practicar con mi hermana y conmigo, intentando hacernos llaves metiéndonos los pies entre las piernas para hacernos caer, cosa que no consiguió nunca porque nosotras éramos muy grandes a su lado. Ahora el gigante es él.
- Tengo un mal recuerdo de un día en que jugando hubo un accidente en casa. Mi hermana metió un dedo en el dintel de la puerta, que estaba abierta, donde las bisagras, y a mí, que era impulsiva y hacía las cosas muchas veces sin pensar, no se me ocurrió otra cosa que cerrarla de golpe, con lo que le arranqué la uña de cuajo. Lloraba muchísimo, mirándose la mano ensangrentada, mi madre medio desmayada en un sillón después de haber llamado a mi padre, que estaba en el trabajo. En cuanto llegó se la llevó en brazos a un puesto de socorro que había cerca de mi barrio, y volvió compungida con la mano vendada. Su uña nunca ha crecido bien después. La peor sensación que tengo es que yo en aquel momento lo que tenía era miedo por la paliza que suponía que iban a darme, más que por lo mal que lo estaba pasando mi hermana. Al final, sorprendentemente, no me dijeron nada.
sábado, 12 de junio de 2010
Superhéroes

Estando en el último año del colegio recuerdo que el héroe que me deslumbró fue Superman, aquel ser prodigioso con apariencia de hombre corriente que, cuando llegaba la ocasión, se deshacía de la formalidad de su traje encorbatado, sus gafas de miope y su aburrida raya a un lado en su repeinada cabellera, para sacar a relucir su verdadera personalidad, justiciero en sempiterna lucha contra el Mal. Me encantaba verle volar sobre las casas, los campos y las nubes y, más que ninguna otra cosa, en el espacio exterior, dominando al planeta azul Tierra enfundado en su ceñidísimo mono también azul con su capa roja ondeando al viento. Había nobleza en su porte, luz en sus ojos, belleza apolínea en todo su conjunto. Era un dechado de virtudes, la perfección personificada.
Pero poco tienen que ver los superhérores de los cómics que vemos ahora con los de aquel entonces: Spiderman no deja de aburrirnos repitiéndose una y otra vez en una interminable saga cinematográfica, pues ha resultado ser una vulgar imitación de Superman, un pálido reflejo representado en un actor enclenque con escasas cualidades interpretativas. No es suya la costumbre de correr por la calle quitándose la ropa cuando surge una emergencia a la que acudir presto, descubriéndonos su atuendo de superhéroe que en realidad no se quita ni para dormir, aquel que es el que verdaderamente le distingue del resto de la Humanidad, con esa enorme S cruzándole el pecho. No es suya la idea de una novia a la que no puede revelar su identidad y a la que sus enemigos ponen constantemente en peligro sólo para hacerle daño. No es suya tampoco la figura del vengador que reparte leña allí donde hace falta, restituyendo el orden natural de las cosas.
En cuanto a Los Cuatro Fantásticos, por poner un ejemplo, con el hombre de goma, la mujer invisible, el hombre de piedra y el de fuego, al que se une amistosamente alguna que otra vez el hombre de hielo, y que tienen que luchar contra el hombre de arena, resultan poco convincentes, sobre todo porque casi forman todos juntos un equipo de fútbol, lo cual les resta protagonismo individual, sus supuestas heroicidades se confunden unas con otras y ninguna sobresale por su especial brillantez. Muchos efectismos visuales y sonoros y poca garra. Les falta sustancia, sus hazañas están descafeinadas, no tienen fundamento, no se esgrimen verdaderos argumentos de superhéroe como la honestidad, el altruismo, el auténtico sentido del valor, la abnegación, la entrega. Lo único interesante que parecen aportar es la aparición en escena por primera vez de una mujer, a la que hasta ahora no se la debía haber creído capaz de heroicidades y poderes sobrenaturales de ninguna clase.
Pero Superman podía hacer cosas que nadie más ha podido hacer jamás: detenía el tiempo, daba marcha atrás, invertía el sentido del movimiento rotatorio de la Tierra para deshacer lo que estuviera mal hecho y así cambiar el rumbo de la existencia, el destino fatal al que a veces parecemos estar avocados. Los que habían muerto volvían a la vida, los accidentes y catástrofes ya no tenían lugar. Era como si jugara a ser Dios. Y todo lo hacía por amor. El superhéroe venido de otro planeta albergaba en su interior un corazón humano con el que era capaz de sentir una gran pasión. Si se volvía malo era sólo bajo el influjo de maléficos sortilegios, nunca por propia iniciativa. Incluso sus puntos flacos, sus debilidades, como la proximidad de la kriptonita, que agotaba sus poderes y su aliento vital, le hacían aún más irresistible si cabe, porque tanta perfección habría resultado fría, hueca, repelente, un tanto insoportable.
Yo no necesito superhéroes que sustituyan a Dios, eso sería ridículo, no tendría sentido alguno, pero sí albergo esa idea romántica de un hombre o mujer distintos de la mayoría, capaz de cosas extraordinarias. Seguro que hay muchos caminando por ahí, viviendo cerca de nosotros, cruzándosenos por la calle, con una apariencia corriente, sin saber que dentro de sí encierran cualidades fuera de lo común. Puede ser que incluso seamos nosotros mismos y sólo falta que nos pongan a prueba para demostrar lo lejos que podemos llegar.
miércoles, 9 de junio de 2010
El sexto sentido

miércoles, 2 de junio de 2010
In Arcadia ego

Nunca antes la mujer estuvo más expuesta a la mirada crítica de la sociedad, nunca antes tan perseguida por el macho como ahora. Cuando sale un anuncio con una mujer tendida en el suelo inconsciente con su hijo llorando junto a ella, o cuando aparece con la cara llena de moratones mirando directamente a la cámara, parece que el sexo femenino se ha convertido en un grupo de riesgo que no deja de pedir clemencia por algo malo que ha debido hacer, de inspirar compasión.
Dicen que todo esto no es tan necesario en el norte de Europa. ¿El clima?. ¿La educación?. ¿Son las nórdicas sociedades más avanzadas que la nuestra?. Puede. O quizá sea que enarbolar una bandera reivindicativa de derechos femeninos ponga nerviosos a los hombres, eternos dueños de la Creación, y consigamos el efecto contrario, que se cierren en banda sintiéndose amenzados en sus prerrogativas.
Qué absurdo, tan absurdo como cualquier otra injusticia social. Nunca he entendido por qué unos tienen que estar por encima de otros. Somos diferentes, pero no mejores ni superiores unos respecto a otros.
El feminismo es una causa que hay que abrazar sin remisión tal y como están las cosas, aunque yo tengo mis reservas respecto a ella, por su radicalismo. Ya desde los tiempos de las sufragistas, a las que en su momento se puso en tela de juicio y que sufrieron todo tipo de burlas y escarnio, los hombres decían que eran señoras de cierta posición que se aburrían en sus casas y, como no tenían otra cosa mejor que hacer, habían decidido salir a la calle a dar unos cuantos gritos y montar algún cisco en corrillo, que es en realidad lo que se supone que ya hacíamos habitualmente aunque con menos alharacas.
Y qué poco hemos evolucionado desde entonces. Mientras haya sociedades en las que las mujeres tengan que ir tapadas de los pies a la cabeza, como si tuvieran algo malo que ocultar o de lo que avergonzarse, mientras sigan siendo lapidadas y sufriendo ablaciones, qué sentido tiene todos los discursos que puedan hacerse sobre el tema. Y encima basándose en tradiciones religiosas. Qué Dios es aquel que discrimina a sus hijos, qué divinidad permite y fomenta que cualquiera de los seres que ha creado sea torturado y asesinado en su nombre y de esa manera.
No hace falta ir muy lejos para comprobar hasta qué punto estamos en pleno retroceso social y cultural. Sólo hay que oir las letras de la mayor parte de las canciones de reagatton, algunas número uno en las listas de ventas, que nos vienen en su mayoría de Sudamérica, para hacernos una idea del desastre. En ellas el sexo es casi siempre el tema principal, y la mujer su objeto principal y su obsesivo motivo de escarnio. Por poner un ejemplo de una que se oye mucho ahora: “Yo tengo una amiga, que cada vez que la veo, no sé si darle un beso, o darle un hueso, perra”. Y se quedan tan anchos.
Y estas no son las más procaces que he podido oir. Algunas llaman putas a todas las mujeres, ya sean novias, madres o hermanas. El empobrecimiento mental y el deterioro del buen gusto van a la par a pasos agigantados.
Quisiera pensar que alguna vez podré decir que hemos conseguido llegar a la Arcadia, ese lugar imaginario donde reina la felicidad, la sencillez y la paz, un lugar donde no habrá hombres y mujeres, sino sólo personas.
In Arcadia ego.