sábado, 24 de septiembre de 2011

Mis muñecos preferidos


He visto que hoy Google ha sustituído sus letras por unos muñecos que recuerdan que se cumple el 75 aniversario del nacimiento de Jim Henson, el creador de los Teleñecos, fallecido hace ya 21 años.

Llamadme niña, a pesar de lo talludita que soy, pero no puedo remediarlo: me siguen volviendo loca los Teleñecos. Lo que podré haber disfrutado con ellos en mi infancia. Pocas cosas me lo han hecho pasar tan bien desde entonces, y por eso les profeso un cariño eterno.

El monstruo de las galletas empezaba con un monólogo muy tranquilo. Nos miraba desde la pantalla del televisor a la hora de la merienda en las tardes de invierno. Se dirigía a nosotros, los niños, con su voz tan amable, pero luego poco a poco empezaba a hablar más deprisa, lo que decía lo ponía nervioso, se creía sus propios razonamientos, que lo conducían a conclusiones disparatadas. Iba subiendo el tono. Siempre tenía galletas cerca, y no podía resistir la tentación de comérselas. Las miraba de reojo pensando que sería una tontería dejarlas ahí, o que podía venir otro y engullirlas. Era muy cómico ver cómo se las zampaba a dos manos como un poseso, cayéndosele trozos por todos lados. Yo pensaba que era muy cochino comiendo. Pero claro, se trataba de un monstruo.

Los dos ancianos me hacían desternillar de risa. Estaban siempre sentados en el palco de un teatro, y eran dos cascarrabias: cuando no estaban discutiendo se dedicaban a hacer comentarios sarcásticos sobre cualquier cosa que se les ocurriera o sobre lo que vieran desde su posición. Sus diálogos eran muy ingeniosos y llenos de un humor agridulce. Eran los tiempos en que se despertaba la inteligencia, el sentido común y el criterio de los niños, no como ahora, que se les dan contenidos embrutecedores y sin gusto.



Aquí está la cerdita Peggy, coqueta, ingenua, amorosa, a la que todos tomaban siempre el pelo. Me hacía mucha gracia su caída de ojos y su forma de mover la larga melena. Tenía una extensa colección de vestidos y complementos que lucía muy teatralmente.

También se ve a la chica hippy siempre sonriente; a la rana Gustavo (uno de los personajes más populares, por lo dulce y entrañable que era); el bichito que aparece abajo a la derecha, que no recuerdo cómo se llamaba pero que me encantaba por su forma de moverse, como una exhalación; el señor del mostacho rubio y espeso, que era muy despistado y nunca se le veían los ojos; esa especie de ave de penacho rojizo que aparece arriba en el centro, que sólo con la cara que tenía movía a hilaridad; el siniestro buitre azulado y cejijunto, siempre de mal humor; el osito que está a su lado, tan mimoso; el pajarraco que se ve abajo a la izquierda, cuyo feo aspecto contrastaba con su belleza interior; y el monstruo rojo de abajo en el centro, que creo que tocaba la batería o algo así, pero que solía estar al borde de la histeria. Al que no recuerdo es al señor de las gafitas.

Había dos personajes que me encantaban, y de los que no he conseguido encontrar foto alguna: una niña rubita y muy repelente que no paraba de hablar, y un saxofonista de rostro plácido cuyo cuerpo tenía también forma de saxo.

En esta foto está Jim Henson con algunas de sus creaciones, que luego fueron construidas por Don Sahlin a base de espuma sintética y felpa, lo que las hacía muy manejables y con una gran expresividad, una revolución en su momento. A cada uno supo darle una personalidad distinta, inconfundible, muy acorde con su aspecto físico. Se parecían a muchos seres humanos que conocemos en realidad.

Aquí destacan Epi y Blas, que tuvieron una serie de televisión para ellos solos. Blas, el de la cara de plátano, era el personaje sesudo, y le ponían una voz nasal monocorde que lo hacía muy repelente, en contraste con Epi, el de la cara ancha y anaranjada, que era impulsivo y un poco simplón, con su voz gutural que parecía que iba a axfisiarse de un momento a otro. Nunca se ponían de acuerdo porque eran muy diferentes, y sus historias solían terminar con Blas poniendo cara de consternación profunda ante el ingenuo Epi, ignorante de los desaguisados que organizaba. Jim Henson estuvo poniendo su voz durante años al personaje de Epi.

Cuando yo me puse malita con la varicela y tuve que guardar cama, para entretenernos mi madre nos compró a mi hermana y a mí unos muñecos que los reproducían, y a los que podías meterle la mano por debajo para hacerlos actuar. Yo me quedé con Epi.

Pero también tengo mis muñecos preferidos hoy en día. Son unos dibujos animados hechos por tres dibujantes españoles, con un personaje principal, Pocoyo, el niño vestido de azul, cuyo nombre se debe a que una sobrina de uno de los dibujantes, cuando era muy pequeña y se ponía a rezar, decía: "Jesusito de mi vida, tú eres niño pocoyo...". Lo que le hizo pensar que sería una buena forma de llamar al personaje principal.  

Aunque el que más me gusta es el pato, siempre con el pico torcido y un ojo más grande que el otro. Es la nota de humor a una serie destinada a niños muy pequeños, con su cara de muda interrogación permanente, siempre preguntando por la razón de todo. O de desdén cuando algo no le gusta.

Los dibujos están hechos en 3D sobre fondos diáfanos y blancos. Da una impresión de limpieza, de relax para la vista y la mente, con pocos elementos consiguen construir un mundo, unas historias cortas llenas de inocencia. Sólo Pocoyo tiene voz, lo demás son sonidos onomatopéyicos. Una voz adulta va haciéndoles preguntas a los personajes (para los niños será estupendo, a mí me pone nerviosa), a las que ellos responden primero mirando directamente a cámara y luego obrando en consecuencia.

En el fondo, una no va a dejar de ser siempre una niña...

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