Desde que estoy de baja por
enfermedad tengo a Susana, mi hermana, en casa enseñándome platos suculentos de
comida que nunca supe hacerlos ricos. Me la he hecho
lentejas estofadas, judías blancas suaves que calientan el estómago, redondo de ternera
en salsa con puré de patatas, y crema de verduras
que a mí no me quedan muy allá pero a ella le hacen maravillosas. Una noche
ella y Ángel cocinaron: una noche él hizo varias pizzas con masa hecha comprada donde
puso un montón de ingredientes, y en otra ella hizo tortillas de patata
al que dejó mucho tiempo, no como yo que las hago demasiado rápido. Me
regaló un lote de sartenes porque con el lavavajillas
tuve que tirar algunas por lo viejan que estaban.
Pero fue muy agradable fue la
comida de Navidad en casa de mis padres. La tía Carmen se sentó en una de la cabecera de la mesa
y en la de enfrente su hermana, mi madre. Degustamos los langostinos con
mayonesa, la sopa de marisco que me apetecía mucho y el consabido redondo de
ternera con su puré de patata que también Susana nos había hecho en otro anterior,
y que para Miguel Ángel y Ana, mis niños, son su plato preferido, como
carnívoros son. Por supuesto no faltaba el flan de huevo con nata, en bols
azules oscuros de cristal que les dan un aire moderno.
A la hora de la siesta fui a la habitación que fue de mi soltera de Susana, pues sólo no queda nada del
mobiliario que tenía por entonces cuando era yo soltera. En su lugar estaba la cama de Susana con
cabecera de madera color pino vestida con el edredón de rosa satén y entraba a
esas horas de la tarde un poco de luz que conseguía dormir bastante,
algo que me pidió descansar a pierna suelta. Era como volver a mi infancia y
juventud, con la tranquilidad existía en aquella época.
Cuando estaba en el sillón del
salón, mientras estaban por allí, mi madre y mi tía Carmen por un lado y otros
sentados o de pie por allí, me gustaba mirar cómo están colocados los objetos. Las
cosas que han pertenecido a la abuela paterna de mamá y su hermana por un lado,
y las que fueron de mi abuela paterna forman un amalgamo que se mezclan como si no se distinguieran
de quién son de cada un miembro de cada familia. Una gran estatura de madera fue una
lámpara que hace tiempo no tiene bombillas engazadas con cables en su alrededor
para iluminación. Lleva una ropa ligera que deja un cuerpo con un vestido
ligero con tirantes y un peinado de recogido en alto muy de la época de finales
del siglo XIX y principios siglo XX. Con ocasión de Navidad lo rodean con una
guirnalda, como si fuera una pluma de ropa que le adornara.

Pero más llama a atención son
unas figuras de cristal que fueron de la casa de mi abuela paterna que eran
seres orientales, junto a un jarrón blanco dibujado con una casa preciosa
oriental y una zona de arroz como estuviera flotando en el cielo. Lo que me asombró
fue la gran guirnalda que mis padres compraron hace años y ponen siempre sobre
la librería del salón, a lo largo de las vitrinas de la librería y donde está la
televisión de pantalla plana. Tiene grandes hojas doradas, verdes y con mucha luminosidad
que me parece espectacular. Es muy bonito recuerdos de ambas partes de la
familia aquí y allá.
Ayer fui con Susana a la Plaza
Mayor pero me sentí muy decepcionada. No me gustan las figuras que tengo en casa con
cerámica y feas. En ese momento, recién casada, no vi en El Corte Inglés nada
que me fueran lo suficientemente bonito y me las compré, siendo sólo el establo lo único
que me gustó. Ahora con mi hermana recorrí los puestos a cada cual más feo y caro. Las
luces de led eran chabacanas y casi no tenían para mis ventanas, casi todo era
para árbol. Me siguen encantando las figuras de plástico que conservan mi padre para el
Belén, lleno de luces de colores, arena, casitas, palmeras, poblaciones del pueblo árabe, un pequeño rio
plateado, castillo en lo alto de la montaña y cielo oscuro alto con estrella fugaz de
fondo.
Lo que se veía hace años con buen gusto ya no se ha vuelto a ver. Hace
más de 3 Navidades que no hemos vuelto por allí, sobre todo cuando mis hijos
eran más pequeños y les gustaban mirar, pero hace tiempo que no les interesan. Susana y yo tan sólo nos
gustó un gran abeto con luces cambiantes con una gran cruz en la parte de
arriba a la que le hicimos fotos. El carrusel no era tan bonito como la de la
Plaza del Palacio de Oriente. Mi hermana medio escapaba para que no le mancharon la chaqueta con unas pistolas de agua jabonosa que pitaban burbujas que daban vendedores a granel. También bengalas en unas cestas de mimbre que saltaban un olor fuerte soltando humo. Los cubos geométricos de bombillas de colores colgando en el aire eran muy feos.
Aquellas figuras preciosas, las casas, pozos con motores, paneros, fuegos para calentarse y cocinar, pastores, pescadores, hilanderas y lavanderas, posaderos, faroles con luces acogedoras, y todo lo que único pudiera imaginar es cosa del pasado. Hace unos años me admiraban los puestos de luces de todas clases y colores, algunos temblaban rápido y otras despacito o inmóviles. Los tonos eran elegantes y sabían para el interior o exterior para las viviendas. Yo me he quedado en su momento con unos leds azul intenso, como una pequeña cortina para poner en los cristales de la ventana de mi salón,
con una cadencia relajante que no he podido encontrar. Cada vez en nuestra ciudad es más difícil encontrar adornos de Navidad que realmente nos puedan gustar.