miércoles, 22 de julio de 2015

De vacaciones


Necesitaba unas vacaciones de un mes entero en la playa para sentirme lo suficientemente descansada. Los 2 últimos años no lo hice así y luego lo he notado en la salud. Al contrario que en mi niñez y juventud, en que se me hacía largo, ahora se me hace corto. Necesitaría pasar el verano entero aquí para poder decir que he veraneado realmente. Quizá sea porque cada año tengo más maltrechos el cuerpo y la mente y necesito más tiempo para recuperarlos.

Hace 4 décadas que venimos a Benidorm, con algún que otro año de ausencia, y en cada ocasión nos sorprende algo nuevo. Esta vez el Ayuntamiento se ha descolgado con una acera nueva por todo el paseo sólo en el lado de la playa, en el otro la han dejado como estaba, lo que hace un poco raro. Ya sabíamos de esto por la prensa y la televisión, que cubrieron la inauguración hace unos meses a bombo y platillo, una maniobra de propaganda electoral a la que nos tienen acostumbrados todos los partidos. Es un suelo este que han puesto rojizo y rugoso, parecido al terrazo, que resulta un poco estridente. Al otro lado de la carretera han pintado un carril bicicleta que utilizan también los que hacen footing. La esquina del hotel Delfín está desconocida, pues enfrente han ensanchado la acera y la han llenado de bancos, algunas palmeras y demasiadas señales de tráfico.

Las pastelerías-cafeterías Yago que desde hace tantos años hacían las delicias de los que en esta playa veraneamos ya no existen como tal, pues sus locales los llevan otras personas que nada tienen que ver, aunque conserven el nombre para no gastar en remodelaciones de los locales. Creo que quedan un par de ellas en el centro. Adiós a mis milhojas de crema, además de otras delicatessen. Es como si el Benidorm que conocíamos estuviese perdiendo sus señas de identidad.

El cine Suyma ha bajado su nivel casi hasta el subsuelo. Lleva todo el mes echando películas de animación, con excepción de 2 de reciente estreno tan malas que no creo que merezca la pena gastar el dinero ni tratándose de un cine de verano. Espero que de aquí a final de mes pongan algo digno de ver, porque no tener al menos una sesión de cine al aire libre sería una lástima para mí. Aunque me acribillen los mosquitos y los asientos sean duros como piedras, me encanta poder mirar las estrellas, que aquí sí se ven, mientras me como un bocata y me bebo un refresco, además de degustar un helado en el descanso. Los pequeños placeres de la vida. Quiero ir en Madrid al cine al aire libre pero las películas que suelen poner son una auténtica castaña, y además allí no se ven las estrellas.

Playa de Poniente, La Cala
Como cosa curiosa mencionar varios apagones en La Cala, algo que no se había dado aquí nunca. El primer día que llegamos Miguel Ángel, mi hijo, y yo ya se produjo el 1º. Como estamos en un piso 14 y tenemos unas vistas impresionantes de toda la playa, el efecto se asemejó a lo que vemos en una película cuando van desapareciendo las luces de los edificios gradualmente. Aquí han construído muchas torres, aunque no tantas como en la playa de Levante, y era como presenciar el apagón de un Nueva York en miniatura. Al cabo de un rato iban volviendo para volverse a apagar por zonas. El final de La Cala, aquella noche, tardó mucho en recuperar el fluído eléctrico. Para colmo de irregularidades hemos visto las farolas del paseo encendidas durante largo rato a las 12 de la mañana en varias ocasiones. No sabemos qué puede pasar, aunque mi padre lo atribuye a sabotajes electoralistas y demás maniobras políticas. Yo ya no le discuto nada porque hace poco dijo que las corrientes frías que notábamos cuando estamos en el mar se debían a un próximo cambio de tiempo y tenía razón. A veces ciertos hechos tienen explicaciones insospechadas.

Coblanca
El piso que ocupamos este año lo disfruté el año pasado sólo una semana. Hasta que no se vive en una casa un tiempo no se puede saber todas las ventajas e inconvenientes que alberga. Lo comparamos con el que alquilábamos los últimos años, aunque no tengan nada que ver. Este es más pequeño, aunque sea grande también, es más lujoso y está mejor acondicionado, decorado con más gusto. Es un piso tan alto, el 14 en un edificio de 16 plantas, que no se pasa calor ni siquiera los días de calma chicha. La panorámica es increíble desde la gran terraza, el mar tan azul no sólo te inunda la vista si no que parece que va a inundar la casa. La distribución de las habitaciones hace que ningún ruido moleste, son muy independientes, y los muros tan sólidos que aunque alguien se esté duchando en cualquiera de los dos cuartos de baño apenas se oye nada en el dormitorio de al lado. Por contra, en el que ocupamos Miguel Ángel y yo en la parte de atrás tenemos que aguantar ruido de tráfico. En el anterior apartamento podía oir el ruido del mar al irme a dormir y el sonido de las gaviotas por la mañana temprano. Era muy relajante. Lo malo que tenía es que el suelo estaba lleno de arena da igual las veces que se barriera, mientras que en el actual parece siempre limpio aunque no pasemos tanto la escoba.

Ahora puedo ver desde mi cama las montañas, no demasiado lejos, obviando alguna torre, y el hecho de verlas cambiar de color según va amaneciendo me hace sentir una privilegiada, porque gozar de paisajes naturales no es algo habitual para los que vivimos en la gran ciudad.

En la playa han puesto muchas redes de voleibol, y en una determinada zona tan pronto se organizan campeonatos como clases para los más pequeños. Hace unos días montaron un pequeño escenario en el que dos chicas hacían aerobic al ritmo de una música trepidante, mientras la gente, sobre todo niñas, se movían en la arena delante de ellas imitando sus movimientos. Al final de La Cala vimos mi cuñado Ángel y yo, una tarde paseo, un partido de voleibol muy reñido entre españoles y rusos en el que ganaron estos últimos. Muchos de sus compatriotas, familias enteras, les vitoreaban. Este año hay gran cantidad de rusos por aquí, y en esa zona deben alojarse muchos de ellos.

Hace un par de noches vimos un globo de fuego, de esos que se elevan por el aire a una altura impresionante. Luego, cuando se va apagando poco a poco, desciende majestuosamente hasta caer en cualquier sitio. Sería bellísimo poder ver un lanzamiento multitudinario en la playa, un espectáculo nocturno de luz inolvidable.

De todos los maravillosos paisajes que he podido contemplar desde la terraza estas semanas, se me ha quedado grabado en la memoria el de la tarde que fui a Misa. Acababa de volver cuando lanzaron unos cohetes en un extremo de la playa y una bandada de gaviotas asustadas iniciaron un vuelo en dirección contraria, pasando muy cerca de la terraza y recortándose contra un mar azul pálido y rosa, reflejo de las nubes rosadas del ocaso. Era como estar viendo un documental.

Restaurante Vimi
Hemos tenido dos celebraciones familiares: la 1ª fue el cumpleaños de mi madre y la 2ª el santo de mi tía Carmen, su hermana, que veranea en unos apartamentos cercanos. En el aniversario de mamá vinieron mi tío Ricardo, su hermano, y Maribel su mujer. Nuestra terraza se llenó de familia, mientras la homenajeada recibía un ramo de flores que mi hermana encargó en internet y soplaba las velas de una tarta de moka que mi padre había comprado. Maribel grabó un video que luego hizo en Power Point con música de fondo que quedó muy bien. Mi tío Ricardo y Maribel se marcharon después, pues iban de camino hacia otro sitio, y los demás nos fuimos a cenar al restaurante de siempre, que este año tiene actuación musical en vivo, algo que no nos gustó mucho, porque era estruendosa. El día que cenamos allí por el santo de mi tía Carmen se pusieron flamencos y eso nos gustó más: no hay nada como dar unas palmas y hacer percusión en las mesas siguiendo el ritmo para animar la reunión. La dueña del restaurante, que ya nos conoce, le dijo a mi madre lo bien que la encontraba, que tenía mejor aspecto que el año pasado. A ver si sus problemas de salud se van solucionando poco a poco. Esa noche también hubo varios apagones, y la dueña, que es muy graciosa, alzaba la voz en la oscuridad diciendo que ella pagaba el recibo de la luz.

Anita, mi hija, estuvo sólo una semana y se fue ayer. Se ha pasado el tiempo entre la piscina y la playa, y se ha ido bastante más morena de como vino, lo cual ella sabe lo mucho que la favorece. Al poco de venir bajamos a la piscina, que es grande, limpia y poco concurrida, una delicia, y estuvimos haciendo carreras, 1º nadando de espaldas, que gané yo, y luego a crol, que ganó ella, y bromeando con Miguel Ángel, que aquí sí se anima a practicar todos los estilos de natación que sabe y que en el mar ya no se atreve a practicar, hasta el punto que creí que los habría olvidado. Se le ve muy relajado y le están sentando muy bien las vacaciones. Una mañana que bajaron solos los vi, al volver yo de la playa desde la terraza de atrás, haciendo una armoniosa coreografía en el agua, algún baile y música de moda. Anita sociabiliza en la piscina con todo el mundo. Varias personas de la torre charlaban con ella cuando se la encontraban en el ascensor, cuando por lo general son algo estirados, quizá porque son gente de dinero. Habló con la hija del que fue maravilloso actor Luis Prendes y su marido, que viven todo el año aquí. A Anita les gustó, dijo que eran muy agradables.

La noche que celebramos el santo de mi tía Carmen, como hacía calor, Anita y Ángel, el marido de mi hermana, decidieron bañarse de noche en el mar. Nunca lo habían hecho. Yo tampoco, y estuve tentada de unirme a la fiesta, pero me sigue dando reparo meterme en el agua en la oscuridad y sin luna. Desde la terraza se veían sus cabezas, pequeñas, como flotando en un líquido negro. Anita me dijo que se veía el fondo del agua transparente, con la luminotecnia nocturna del paseo, y que los edificios parecían como sacados de una postal. Una especie de gusano le picó en la nunca y se lo quitó enseguida sin darle más importancia. Son bichitos que salen por la noche, cuando ya no hay nadie que les moleste. Puede que en otra ocasión me anime, porque hace mucho tiempo que quiero bañarme en el mar en horas nocturnas.

Por las tardes la playa con mis hijos me gusta más que por las mañanas. Hay una quietud en el ambiente que no se percibe a otras horas, y el agua está más caliente. Anita y yo intercambiábamos confidencias. Ha sido un gusto tenerla por aquí, contagiándonos con su alegría natural. La echo de menos cuando no está pero sé que tiene que hacer su vida. Dentro de poco cumplirá ya 18 años, es toda una mujer. Le dije que en las familias adineradas se acostumbraba a hacer una puesta de largo cuando las hijas alcanzan la mayoría de edad. En lugar de parecerle algo estirado y demodé, le encantó la idea de una fiesta y lucir un vestido elegante. Va a Madrid a celebrar el cumple de una de sus mejores amigas, y pocos días después se irán todas al festival que anualmente se celebra en Burriana, Castellón. Harán camping, disfrutarán de la música pop e indie, se bañarán en la playa, conocerán gente y, en fin, disfrutarán como la juventud sabe hacerlo. La quiero mucho, lo mismo que a su hermano.

Tampoco faltan las jornadas gastronómicas: la paella que hace mi madre, que es diferente a cualquier otra que haya comido y que siempre es un placer degustar; la del restaurante cercano que encargamos en los cumpleaños, deliciosa; las pizzas caseras que hacen mi hermana y mi cuñado, en las que compran la base y todo lo demás se lo añaden ellos, cosas muy ricas y muy bien cocinadas; y una tarta de manzana que piensa hacer mi hermana, aprovechando que este apartamento en el que nos alojamos está muy bien equipado: horno potente, microondas industrial, lavavajillas...

En los ratos libres disfruto mucho con la autobiografía de Charles Chaplin que cogí de la biblioteca municipal antes de venir aquí. Es una maravilla leer cosas de la vida de un hombre como él escritas de su puño y letra. Se expresa con el sentimiento y la hondura, y con el humor, que sólo alguien de su talante podría hacerlo. Es excepcional. Estoy alargando su lectura todo lo que puedo porque es de esos libros que no quiero que se acaben nunca. Una gozada.

Dentro de unos días será mi cumpleaños. Pocas ganas tengo de celebrarlo, pero como es costumbre arraigada en la familia no me puedo negar. A partir de cierta edad no debería darse importancia a las onomásticas, o dejarlo a la libre elección del interesado. Estoy de vacaciones hasta de cumplir años. Seguiremos disfrutando lo que nos queda


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