viernes, 6 de marzo de 2009

Elio Berhanyer: la sencillez de un genio
















A veces cuando te pones a leer la biografía de algún personaje conocido te sorprendes enormemente, porque nunca hubieras imaginado que tras todo el éxito y el esplendor que aparentan pudiera haber un pasado lleno de tanto esfuerzo y dolor. Este es el caso de Elio Berhanyer, uno de los pocos diseñadores del que me gusta casi todo lo que hace.
Cuando tenía 6 años su padre, que era minero, fue fusilado al comienzo de la guerra civil, algo que nunca ha logrado superar. Nunca fue al colegio. Su nombre se lo puso su padre y es de origen griego, significa “el Sol”, y dijo que era para que se iluminara con su propio resplandor. A su hermana la llamó Plinia, que es un nombre romano.
Debido a desavenencias con su familia, a los 9 años se marchó de casa, se cambió el apellido (el que tiene no es el verdadero), y empezó a trabajar. Como era analfabeto le cogían en las obras para pintar palotes con los que iba contando las herramientas que se llevaban los obreros y que luego tenían que devolver. Muchas veces se quedaba a dormir entre sacos y los obreros le traían algo de comida. Pasó mucha hambre y tenía que dormir en los bancos de los parques.
Aprendió a los 14 años a leer y escribir por sí mismo. Hasta los 18 años calzó alpargatas porque no tenía dinero suficiente para comprarse zapatos. Aún tiene cicatrices en los pies.
Trabajó de botones en una agencia de publicidad y un día que se puso enfermo el dibujante le pidieron que copiara a plumilla una foto, porque siempre le veían pintando en sus ratos libre y lo hacía bien. Después le encargaron los dibujos de moda de una revista, y se inventaba los diseños.
En Madrid trabajó en una revista de moda y conoció a Pérez Puig, director de teatro, que le ofreció hacer los “figures” de las obras que dirigía.
En 1960 debutó en las pasarelas con sus diseños y desde entonces ha vestido a la aristocracia española y a las mujeres del mundo entero. Balenciaga le propuso irse con él a París pero le dijo que no porque quería tener su propio estilo.
Se confiesa ignorante de muchas cosas. Nunca fue a una autoescuela, ni cursó estudio ninguno, aunque le dieran una cátedra de Diseño en la Universidad de Córdoba, su ciudad natal, y un máster por la Universidad de Harvard. No ha aprendido idiomas, aunque ha viajado por el mundo entero y conocido a gente importante de todas partes del planeta. Diseña ropa, pero no sabe coser ni un botón ni quiere aprender.
Está separado desde hace muchos años y se lleva estupendamente con su ex mujer. Aunque le ha gustado siempre vivir solo ahora tiene un nieto en su casa que está estudiando en la universidad. Con él se pelea porque dice que pone una música horrible y a él le gusta la música clásica. Hace poco se instaló su hijo porque también se ha separado de su mujer. Nadie de su familia ha seguido sus pasos.
Confiesa que no aguanta a los niños, porque hacen mucho ruido. Tiene una nieta de 6 años y dice que no la soporta.
Ahora en la vejez, cansado de tantas fiestas y la vida mundana, prefiere pasar los fines de semana metido en su habitación con su gata. Le gustan mucho los animales, ha llegado a tener 14 gatos, un ocelote, un guepardo, un perro de la selva de Madagascar y un zorro.
No ha sido hombre mujeriego, tan sólo tuvo una novia antes de casarse con su mujer. Dice que a él siempre le ha absorbido el trabajo.
A algunas mujeres no las ha atendido cuando sus ideas no coincidían con las suyas. Le ha pasado con algunas de nuestras “folclóricas”. Les ponía cualquier excusa para no tener que atender su petición y evitar ofenderlas.
También diseña zapatos, complementos y hasta una casa en la que vivió antes de la de ahora y que se quemó. Su gran sueño incumplido es haber sido arquitecto.
Tan sólo en una ocasión le pidieron que reprodujera uno de sus diseños antiguos, y tuvo que ir a París a buscar los materiales porque en España ya no existían. Resultó carísimo hacerlo. La mayoría de las clientas quieren modelos exclusivos, y muchas conservan los que tienen como si fueran joyas y los siguen usando a lo largo de los años. Recuerda especialmente una falda de una de ellas, que aún se sigue poniendo, negra y cubierta de violetas teñidas cada una a mano con distintos tonos de morado.
Tiene casi un centenar de premios en su haber, el primero recibido ya el año que debutó. El que más le gustó fue el “Isabella d’Este”, pues se da en Italia cada seis años a un investigador, un arquitecto, etc., y él es el único diseñador al que se le ha otorgado.
Dice no notar la crisis, porque la gente sigue comprando sus diseños como siempre lo ha hecho. Ya no es el propietario de su marca sino que tiene un sueldo como diseñador y derecho a una parte de las ventas.
Muchas veces siente deseos de retirarse a una casa de campo y trabajar en el huerto, con sus gallinas y su perro, pero confiesa que sin su trabajo no puede vivir. El dinero no le mueve, a pesar de las necesidades y la miseria que soportó en el pasado, sólo la pasión por el diseño.
Lo que peor lleva de los años es que ha perdido mucha vista y ya no puede leer, que es una de sus grandes aficiones. Su salud es estupenda a pesar de lo mucho que ha fumado siempre.
Elio Berhanyer es ahora un hombre al que los años han hecho aún más tierno, entrañable y sentimental si cabe, alguien como se suele decir “de lágrima fácil”, sobre todo cuando recuerda las cosas del pasado. Es un genio agradecido y humilde, que parece que ha vivido su existencia como un regalo que se le hubiera concedido cuando todo parecía incierto y gris. Alguien hecho a sí mismo con mucho esfuerzo, muy español a pesar de haber conocido el mundo entero, muy de los suyos, de sus raíces y de la tierra que le ha visto nacer. Nunca ha perdido el sentido de la realidad, sus pies siempre han pisado firme.
Cuando le han pedido una frase que resumiera su vida ha dicho: “Ha sido maravillosa gracias a la gente que me ha rodeado. Todo se lo debo a los demás”.

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