lunes, 27 de septiembre de 2010

Maravillas cósmicas

Todavía hay quien cree que existe vida fuera de la Tierra, pero si echamos un vistazo a las condiciones y especiales características de otros planetas y satélites que están no muy lejos de nosotros (parece que las palabras lejos o cerca no tienen el mismo significado cuando nos referimos al Universo infinito), no podemos por más que pensar que el orden de las cosas se ha confabulado para que sea aquí, y sólo aquí, donde puedan surgir, crecer y desarrollarse seres humanos, animales y vegetales.

 
Y así, si nos damos un paseo por esos mundos intergalácticos, nos encontramos con exoplanetas como Abell 428, frío y rocoso, que orbita alrededor de un sol que ha roto su ligazón gravitatoria con el resto de estrellas hermanas. Desde allí podemos contemplar la galaxia espiral a la que perteneció. Del núcleo de este enorme sistema estelar, que se halla a mil millones de años luz de la Tierra, surgen dos chorros de gas que alcanzan velocidades cercanas a la de la luz. Su origen está en el agujero negro supermasivo que habita en el corazón del Abell 428, sobre el que está cayendo contínuamente materia en grandes cantidades. Ésta se calienta a más de un millón de grados y se comprime, lo que desencadena una emisión increíble de energía. A veces, parte de esta materia sale despedida al espacio en forma de violentísimos chorros de rayos X.

En planetas como Saturno soplan vientos de más de 550 km/h. y existe un anillo de nubes de 75.000 metros del que surgen nebulosos brazos espirales. Las tormentas en este lugar alcanzan proporciones desmesuradas. Si nos colocáramos a unos 100 kms. por debajo de alguna de ellas, nos veríamos atrapados en una salvaje ventisca de amoniaco congelado. Por encina, los relámpagos brillarían 10.000 veces más que los de la Tierra. Las tempestades no se producen demasiado habitualmente, pero cuando lo hacen pueden durar meses, incluso un año. Todas se desatan en una región concreta que recibe el nombre de callejón de las tormentas.

Saturno tiene un satélite, Encélado (nombre que tenía un gigante de cien brazos de la mitología griega), en cuyo hemisferio sur hay un auténtico bosque de chorros de agua que surgen de las fracturas del terreno, a 1.600 km/h. y -80º C. La temperatura del satélite es de -220º C. El agua es salada, lo que apunta a que existe un océano bajo la superficie.

Sobre Júpiter existe lo que se ha dado en llamar la Gran Mancha Roja. Es la tormenta más longeva del Sistema Solar. La conocemos desde que empezamos a observarla hace 180 años, y posiblemente no remitirá hasta el año 2.355. Desde hace 14 años la mancha ha perdido un 15% de su tamaño, a razón de 1 km. al día, pero en su interior sigue cabiendo la Tierra tres veces. La tormenta gira en sentido contrario a las agujas del reloj y los vientos que soplan en sus límites exteriores alcanzan los 432 km/h. Por otro lado, el conjunto tormentoso está más frío que la mayoría de las nubes del planeta, lo que significa que la parte superior de la mancha se halla a mayor altitud, en concreto a 8 kms. por encima de las nubes que la rodean.

Titán, la mayor luna de Saturno, es la única del Sistema Solar con una atmósfera densa hecha de nitrógeno. Su superficie se encuentra a -180º C, suficiente para que el metano se encuentre en estado líquido. En Titán, que posee 100 veces más hidrocarburos que la Tierra, podemos vislumbrar un lago de metano y etano tan grande como el mar Caspio, y que se ha llamado Kraken. Las dunas de las playas que lo rodean están hechas de tolinas, sustancias complejas ricas en nitrógeno.

Rhea, la segunda luna más grande de Saturno y la novena del Sistema Solar, es un cuerpo hecho en un 75% de agua congelada. Desde su superficie, fuertemente craterizada, pueden verse los anillos del gigante de gas, compuestos por millones de trozos de hielo y roca cuyos tamaños van desde una mota de polvo al de un coche. Nadie sabe muy bien cómo han llegado a parar ahí. Podrían ser los restos de un satélite destruído por la gravedad del planeta o que nunca llegó a formarse.

A 46 años luz de distancia, en la constelación de la Osa Mayor, se encuentra 47 UMa, una estrella enana amarilla, es decir, como nuestro sol. En sus cercanías se han descubierto tres exoplanetas, gigantes gaseosos. Orbita a una distancia de su estrella que es el doble de la que separa la Tierra del Sol.

Especulando con las reacciones químicas y el comportamiento habitual de los cuerpos celestes, se ha pronosticado el fin de nuestro planeta para dentro de 7.000 millones de años, si no nos encargamos nosotros mismos de acabar con él antes. En ese momento, el Sol habrá consumido el hidrógeno que alimenta su horno nuclear, llegará a la fase de gigante roja, y se expandirá y vaporizará Mercurio y Venus, y llegará hasta casi alcanzar la órbita de la Tierra, alcanzando un tamaño 250 veces mayor que el actual. El astro rey dominará un cielo que será como el fuego. La superficie terrestre se fundirá y se convertirá en un océano de magma y rocas vaporizadas sumido en aire inflamado por el calor. La atmósfera prácticamente habrá desaparecido y la temperatura a mediodía superará los 400º. Nuestro sol habrá entrado en los últimos millones de años de su vida.

Las obras de Ron Miller con las que he ilustrado este post nos acercan a todo lo que tiene lugar en algunos puntos de este infinito en el que flotamos, y más cosas que aún desconocemos. Tormentas que duran años, vendavales de amoniaco helado, géiseres superexplosivos, exoplanetas vaporosos… La Tierra, en comparación, resulta un lugar aburrido para vivir.

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