Me ha gustado mucho el libro de
memorias que ha publicado Sophia Loren. Pérez Reverte lo mencionó en uno de sus
artículos y me picó la curiosidad, aunque él dudaba de que lo hubiera escrito
la propia actriz. He leído que sí, que lo hizo ella misma. Prejuicio machista por parte del periodista, que cae en
el tópico de que una mujer guapa no suele tener intelecto.
Comienza, cómo no, por su
infancia, y explica la dura situación familiar: padre atractivo y calavera que
enamora a su madre, débil de carácter, dejándola dos hijas y sin que nunca
llegara a casarse con ella, pues terminó haciéndolo con otra. Fue su abuela la
que más cuidó de ellas, por lo que en el libro la llama mamá, y a su madre para
distinguirla la llama mamaíta. Se recuerda a sí misma muy delgada, tímida,
sensible. Recuerda los años terribles de la guerra, durante los que pasó tanta
miseria y tanto miedo. En uno de los ataques aéreos la alarma que avisaba en su
pueblo de que había peligro no funcionó, y mientras huía hacia un túnel que era
donde se refugiaban todos le saltó metralla en la barbilla, y estuvo con esa
cicatriz mucho tiempo hasta que, al terminar el conflicto, un médico del
Ejército americano se la vio y la hizo desaparecer. Aún hoy en día el terror de
aquella etapa de su vida hace que no pueda dormir sin una luz encendida.
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con su madre |
Su llegada al cine fue como la de
otras muchas chicas: ganó un concurso de belleza, lo que le reportó dinero y un
billete para Roma. Su madre vio la oportunidad de que se fijaran en ella los
de Cinecittá, como en su momento le pasó
a ella, aunque sus padres se negaron a que siguiera ese camino, algo que nunca
les perdonó. Ahora su hija tenía la posibilidad, y Sophia empezó a tomar clases
de interpretación en una academia de Nápoles, pagadas por las clases de piano
que daba su madre. En la escuela le enseñaron a ejercitar los músculos
faciales, a hacer muecas, a ser expresiva.
Se presentó a unas pruebas para
extra en la película Quo vadis?. Después de eso vinieron las fotonovelas,
donde pudo desplegar todos los recursos gestuales que había aprendido en la
academia. Conoció al que sería su marido, bastante mayor que ella, pero como se
había criado sin padre él le transmitió esa sensación de seguridad y protección
que tanto ansiaba. La guió en sus primeros pasos en el mundo del espectáculo, y
fue durante toda su vida su apoyo.
Cuando consiguió ahorrar
suficiente dinero le compró a su padre el apellido de su hermana, a la que
nunca había querido reconocer, lo que en aquel entonces suponía una vergüenza.
“Con mis medios, como pude, reviví la historia de nuestra familia para intentar
comprender lo que de niña me pareció demasiado difícil de afrontar, y saqué mis
conclusiones”.
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con Vittorio de Sica |
Recuerda con mucho cariño el día
que conoció a Vittorio de Sica, que sería su maestro y amigo hasta el día en
que este murió, momento que también rememora en el libro con gran dolor, el
féretro solo en una sala del hospital, ella asomándose por el ojo de buey de
una puerta para verlo. Con el genial director y actor trabajaría en muchas
películas y su larga amistad les reportaría innumerables gozos.
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con Mastroianni |
Con Mastroianni no fue muy
diferente. Afirma que era un ser maravilloso y muy divertido, lleno de vida,
pero que a los rodajes acudía sin saberse los diálogos, lo cual nunca le supuso un problema a la hora de trabajar.
Menciona especialmente a Basilio
Franchina, periodista, escritor y guionista, que participó en la película en la
que hizo su primer gran papel dramático, La chica del río. Estaba tan
nerviosa que no podía comer ni dormir, y hasta llegó a tener fiebre. Pero
Basilio le quitaba sus temores ayudándola en los ensayos y con sus sabios
consejos, le sugería imágenes que le sirvieran de inspiración para meterse en
el papel. “Supo cuidar de mí, de mi fragilidad, entrando a formar parte de mi
vida con delicadeza y ayudándome a superar los momentos de crisis. Me ofreció
lo que sólo puede regalar un amigo de verdad: me ayudó a ser yo misma”. Aquel
hombre era amigo de los mejores directores de cine del momento, y destacaba por
su discreción, su inteligencia, su cultura y su educación. Mantuvo su amistad
con Sofía y su marido hasta el último de sus días.
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con Cary Grant |
Cuando llegó el momento de dar el
salto al cine americano siguió un curso intensivo de inglés. Quería estar
preparada. La 1ª persona que conoció fue a Cary Grant, al que llevaba admirando
toda la vida. Le impresionó verlo tan elegante, con su esmoquin, sus modales
refinados y su aguda ironía, tal y como aparecía en sus films. Cary intentó que
se casara con ella, la llevaba a cenar a lugares románticos a la luz de la
luna, e incluso causó los celos de Carlo Ponti, que llegó a propinar una
bofetada a Sophia cuando iban a coger un avión, al hacer ella una insinuación
coqueta sobre él.
Durante un retiro navideño en
Suiza Sophia y Carlo entablaron amistad con otro matrimonio famoso, Audrey Hepburn y Mel
Ferrer. Ella les invitó a comer en una ocasión. Sophia se sorprendió de lo
blanco que era todo en la decoración de su casa, y de lo poco que les puso de
comer, pues Audrey era de escaso apetito. “Necesito soledad y belleza”, dijo la
anfitriona.
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en Dos mujeres |
Sophia cuenta los avatares
previos al rodaje de una de las películas que marcó su vida: Dos mujeres. En
principio el papel de madre lo iba hacer Anna Magnani, pero esta no quiso que
Sophia hiciera de hija, la consideraba demasiado imponente, por lo que rechazó
intervenir en el film. Propusieron entonces a Sophia el papel de madre, y fue
Vittorio de Sica, su gran amigo, quien terminó de convencerla viendo sus dudas.
“La variedad y la profundidad de sentimientos que puede expresar una madre es
un desafío para una actriz. Sus matices, su psicología compleja y delicada
siempre me han atraído, quizá porque en mi vida siempre han contado los afectos
viscerales”. En aquella época aún no había sido madre, pero se acordaba de cómo
era la suya, y con esta interpretación consiguió el Oscar a la mejor actriz ese año.
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con Carlo y Edoardo, sus hijos |
Cuenta también Sophia el largo
proceso que tuvo que seguir hasta que consiguió quedarse embarazada. Ser madre
era el sueño que había acariciado toda su vida. Abominó del primer médico que la
trató, al que culpó de sus abortos por sus dudosas prácticas, no así del 2º,
que supo tratarla y gracias al que pudo tener a sus dos hijos, tras largos
reposos en cama durante sus gestaciones.
Uno de los personajes más
interesantes que conoció fue Charles Chaplin, que la dirigió en una de sus
películas. “Era intenso en cada detalle y desconocía la superficialidad. Si no
se veía capaz de hacer bien una cosa, prefería no hacerla”. Con Marlon Brando,
que también trabajaba en el film, tuvo un encontronazo
porque intentó propasarse, y Chaplin también con él porque el primer día de rodaje llegó
tarde. “Chaplin era un hombre directo. Si te apreciaba, lo hacía sin reservas.
Siempre decía lo que pensaba y si tenía la impresión de que alguien no era
sincero con él, le daba la espalda y lo expulsaba de su vida”. A Sophia la
alabó mucho porque decía que era como barro en sus manos, se adaptaba a todas las
indicaciones que le hacía y aprendía deprisa.
En los rodajes no era difícil ver
a Sophia preparando alguno de sus platos de pasta. Ha sido siempre su manera de
crear un buen ambiente, de relajarse y de establecer relaciones de amistad. Pero
con Omar Shariff en el rodaje de La caída del imperio romano entabló,
medio en broma medio en serio, un particular pique, desafiándose uno al otro a
que sus madres cocinaban las mejores berenjenas a la parmesana del mundo. El
actor hizo venir a su progenitora desde Egipto a Roma, donde se rodaba, y una
noche ambas prepararon el suculento plato para todo el equipo. Tras un largo
debate ganó la madre del actor por poco margen, y ambas madres se hicieron
amigas.
Durante el rodaje de El viaje,
la última película de De Sica, entabló gran amistad con Richard Burton, que
vivió un tiempo en su casa y casi formó parte de la familia. Ellos fueron
testigos de la tormentosa relación que mantenía con Liz Taylor. “Para Richard,
Liz era como una ola gigante, un electrón libre, una flecha que apuntaba
derecho a su corazón”.
Cuenta desgarrada su paso por la
cárcel por fraude fiscal, aunque ella siempre consideró la condena
desproporcionada, convencida de ser una víctima por ser quien es. “Nada es más
humillante para un ser humano que privarlo de su libertad. Nada duele más que
la marginación”. Halló gran consuelo en la madre superiora que impartía ayuda
espiritual a los presos. “Por fortuna cualquier experiencia, por dura que sea,
reserva sorpresas, encuentros con personas especiales que tienen la capacidad
de ver más allá de las apariencias y se niegan a aceptar juicios superficiales.
Son personas que marcan la diferencia, que enriquecen incluso las peores
experiencias, que caen como un regalo del cielo, mirándote a los ojos y
reconociendo tu humanidad más allá de los prejuicios y los lugares comunes”.
Entre sus films más picantes está Prêt-à-porter, donde tuvo ocasión de protagonizar un streaptease junto a su gran
amigo Mastroianni. Tuvo sus miedos pero juntos lograron hacer una escena
divertida y desinhibida.
Recuerda cuando entregó a Gregory
Peck su Oscar por Matar a un ruiseñor, y cómo 30 años después éste se lo
entregó a ella por su trayectoria profesional. El 1º que recibió por Dos
mujeres no había podido ir a recogerlo por el pánico que sintió. Pero más
emocionante fue cuando ella y Mastroianni entregaron el Óscar honorífico a
Fellini, que falleció poco después. Y la entrega más divertida fue a Roberto
Benigni a la mejor película extranjera por La vida es bella.
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con Carlo, su marido |
Describe con dolor la muerte de
su marido. “La fealdad de la muerte reside en su normalidad, pero hay algo
profundamente innatural en dejar ir a las personas que hemos querido”.
Habla de sus últimos trabajos,
uno de ellos dirigida por su hijo pequeño Edoardo. El libro termina con una
escena cotidiana con sus nietos, que acuden a su dormitorio para despertarla y
pedirle que les haga unas albóndigas para comer. Mis apaches los llama ella.
El relato de sus memorias había comenzado en ese mismo lugar, cuando la noche anterior había abierto
una caja donde guarda sus recuerdos y había estado mirando cartas, fotos,
recortes, unos dibujos de sus nietos, en uno de los cuales aparece ella
representada como un monigote, con el pelo rizado y una ancha sonrisa, y la
palabra “nonna”, abuela, escrita debajo. Se había quedado dormida muy tarde,
mientras desgranaba los recuerdos que han dado lugar a este libro. Sophia
da las gracias a la vida por todo lo que le ha dado.
Ha sido una delicia leer estas memorias y un placer escribir sobre ellas. Sophia Loren está considerada una de las mejores actrices del siglo XX, y su personalidad es siempre subyugante, magnética. Una existencia intensa la suya, de la que ha sabido sacar el mejor partido posible a pesar de las dificultades. Eterna y fascinante.