martes, 8 de mayo de 2007

Sólo para mujeres

No sé si a vosotras os pasará lo mismo, pero a mí ir al ginecólogo es una cosa que me dá mucha pereza y me resulta incómodo. Lo cierto es que últimamente tengo pocas ocasiones, por no decir ninguna, de que un hombre visite ciertos rincones de mi cuerpo. Es lo que tiene ésto de divorciarse, y además ser un pelín estrecha.
Pero el otro día por la tarde mi suerte cambió, aunque fuera por un rato. Después de la inevitable e interminable espera en la antesala del consultorio de la Seguridad Social rodeada de mujeres embarazadas que iban a hacerse una ecografía, me llegó el turno por fin. "¡Qué horror!", pensé, "ya hay que exhibir las intimidades al extraño de turno". Me tenía que hacer una ecografía vaginal, algo por lo que no pasaba desde el embarazo de mi hija, hace nueve años.
Y ..... allí estaba ÉL, un médico de no más de veintisiete años, seguramente recién salido de la facultad, guapo, alto, con enormes ojos azules, casi rubio. Y educado. Se sentó tranquilamente a mi lado junto a la camilla, frente a la pantalla de su ordenador, mientras con un instrumento parecido a un enorme falo blanco me hurgaba en esos sitios remotos y secretos de mi anatomía, sin dejar de mirar las imágenes de mi útero y mis ovarios que, al parecer, estaban en perfecto estado, al mismo tiempo que le dictaba sus impresiones a la enfermera, que las anotaba en una especie de ficha.
Aunque yo estaba algo incómoda (ya podría haber sido una mujer o un señor mayor, que parece que da más confianza), terminé deseando que aquel momento no acabara nunca.
Fue la primera vez en la vida que salí contenta de una consulta médica. El chaval me había alegrado la tarde, claro que sí. No sabe lo bien que me sentó su medicina. Médicos como éste tendrían que proliferar, hombre, hacen un bien a la Humanidad (o a la población femenina en particular).
Cuando se lo conté a mi madre, que hace más de 39 años que no visita un ginecólogo, me dijo: "Tú lo que quieres es que me haga una revisión".
Y ahora, queridas lectoras, que estoy a solas con vosotras, os digo que las sorpresas más agradables para una mujer vienen a veces, de forma imprevista, convertidas por ejemplo en ginecólogo (pobrecillo, qué trabajo el suyo. O no, a lo mejor le gusta). Os deseo una suerte parecida. Disfrutadlo.

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