jueves, 26 de febrero de 2009

Rachida


Rachida Dati es una de esas figuras controvertidas de la política internacional sobre la que han circulado todo tipo de especulaciones y escándalos, suscitando un gran interés en los medios de comunicación tanto por su vida privada como por la pública.
Desde hace tiempo su nombre salta a los titulares en ocasiones y su trayectoria es seguida por cierto sector fariseo e inquisidor que estaba buscando el momento oportuno para lanzarse sobre su víctima, como ha ocurrido con tantos otros personajes conocidos. Ahora le ha tocado a ella a raíz de su reciente maternidad: el misterio sobre la paternidad de su hija parece haberse convertido casi en asunto de estado.
Han corrido ríos de tinta sobre su humilde origen, la segunda de doce hermanos, hija de un albañil marroquí y una argelina. El padre los educaba muy estrictamente: exigente con sus estudios, rígidos horarios (el que llegara tarde pasaba la noche fuera), con jornadas que empezaban a las 5 de la mañana.
Rachida destacó pronto por su pulcritud, sus ganas de trabajar, su tenacidad y su necesidad de llamar constantemente la atención: a ella no le gustaba pasar desapercibida.
A los 14 años empieza a trabajar para pagarse sus estudios: reparte publicidad, es dependienta en un supermercado y vendedora de cosméticos a domicilio. Entre los 16 y los 18 años se dedica a cuidar ancianos y es enfermera en una clínica.
Nada más acabar sus estudios de Derecho, siguiendo la tradición es obligada a casarse con un amigo del padre, bastante mayor que ella. Tiempo después convenció a su marido para solicitar la anulación de mutuo acuerdo.
Se marcha a Londres para escapar de la presión familiar. Hábil relaciones públicas, se introduce en el mundo de la banca y después, ya de nuevo en Francia, en el de la política. Sus armas son no tenerle miedo a nada y apostar por uno mismo, lo que hace que no dude en acercarse, como por casualidad, a cuantos personajes influyentes se le pusieran al alcance. Despliega todos sus encantos personales y es una maestra de la adulación.
Hace 7 años conoció a Sarkozy, fascinada por su carisma, y se hace íntima de la que entonces era su mujer. Con él trabajó en el proyecto de prevención de la delincuencia cuando era todavía ministro del Interior, y medió en las protestas por la ley que prohibía el velo islámico en las escuelas.
Después de que Sarkozy alcanzara la presidencia y la hiciera ministra de Justicia, empezaron las polémicas por su gusto por lo fastuoso, la excesiva cantidad de dinero que gastaba ejerciendo las funciones de su cargo: carísimas recepciones en tiempos de crisis, costosas comidas privadas, noches en hoteles de lujo, vestidos, joyas…
Sus medidas al frente de su ministerio tampoco han sido bien vistas, sobre todo por letrados y jueces, a los que según he leído “tiene en pie de guerra”: recorte de los tribunales de 1ª instancia, rebajar la edad penal de los delincuentes, recuperar las condenas a perpetuidad, introducir los divorcios por vía notarial, retención de criminales muy peligrosos en centros especiales tras acabar su condena, abolición del juez de instrucción independiente, etc. Tuvo también que hacer frente a las reclamaciones de los condenados a penas mayores que pedían la instauración de la pena de muerte. Además pretende hacer una reforma de la Carta Judicial con el fin de agilizar una justicia tan colapsada como la española pero sin aumentar los medios materiales.
Las últimas críticas que ha recibido han sido originadas por su rápida incorporación al trabajo después de su reciente maternidad. Ella dice que sigue el ejemplo de su madre, que a los dos días de dar a luz ya estaba otra vez al frente de la casa. Sólo que a ella no le quedaba otra, siendo como era la suya una familia numerosa y con escasos recursos. Rachida tiene siempre para ella palabras de cariño, pues aunque era analfabeta, supo sacar a sus hijos adelante y que nunca les faltara nada. Aunque hace ocho años que falleció, aún no ha logrado superar su pérdida.
Rachida se ha convertido en todo un símbolo en Francia, ya que es la 1ª vez que se ve a una mujer de origen inmigrante musulmán y encima madre soltera, que logra llegar a un puesto como el que ha alcanzado ella. La mayoría de las musulmanas de su generación, como he podido leer, no podrían aspirar a otra cosa que a ser mujeres de la limpieza. Alguien hecho a sí mismo. Quizá sus métodos no han sido muy ortodoxos, pero suele ocurrir con quien no ha nacido con facilidades y tiene que hacerse un camino en la vida luchando contra un destino que hubiera sido muy distinto para ella si no se hubiera rebelado.
Dicen de Rachida que es inasible e impredecible, tenaz y trabajadora, con madera de superviviente y un volcánico carácter, temido en ocasiones por los que han trabajado con ella. Hasta el momento parecía importarle muy poco las críticas que suscitaba. A partir de ahora no sabemos. Puede que sea verdad que su ambición no tiene límites, pero en realidad no hace si no desenvolverse en un mundo copado por los hombres y con las artimañas de éstos, aunque a ellos no se les cuestiona de la misma forma.
A los cargos públicos sólo debería medírseles por el rasero de su eficacia en el trabajo, no por su vida privada o su biografía. Y las medidas que tome como ministra van respaldadas por el presidente de su país, que es el máximo responsable. El tiempo dirá lo que va a ser de ella, pero tenemos la impresión de que seguirá levantando polémicas a su alrededor. Es algo consustancial a su persona.

miércoles, 25 de febrero de 2009

El lenguaje adolescente


Lleva una racha mi hijo que le da por soltar palabras malsonantes para ver la reacción que provocan en mí y para que yo compruebe cómo está cambiando y el conocimiento que tiene de otros ambientes en los que se mueve él en exclusiva. Demostrar que ya se va haciendo un hombre pasa por tener un amplio vocabulario de “palabras fuertes”, con las que demuestra que ha dejado atrás la infancia y ha entrado en esa etapa de "hacerse mayor" que hasta el momento le era desconocida. La costumbre de escupir menos mal que hace tiempo se le quitó.
La historia se repite, no hay nada nuevo bajo el sol: siempre el niño que se va convirtiendo en un hombre exhibe actitudes y un lenguaje lo bastante contundentes como para que le hagan parecer más fuerte, más seguro de sí mismo, dueño de las situaciones. Es, a su vez, un signo de identidad propio de la adolescencia que pretende así distinguirse del resto, como una rebeldía que nace de su propio cuerpo (la revolución hormonal) y de su mente (el ansia de independencia y de libertad).
Yo viví mi adolescencia con rebeldía también, aunque en mi caso no fui una rebelde sin causa. El comportamiento antisocial que suele venir acompañando a esta actitud no llegó sin embargo para mí hasta la mayoría de edad, cuando dispuse de dinero y libertad de movimientos. Se produjo entonces una prolongación de mi adolescencia en la que me daba, por ejemplo, por hacer peyas constantemente en la facultad, por colarme en el metro o por irme sin pagar de algún sitio donde creía que no me habían atendido bien. Tampoco fueron cosas de importancia.
Desde hace ya algunos años la gente joven, a parte de tener comportamientos antisociales verdaderamente vandálicos, han formado como un grupo cerrado y excluyente en el que sólo tienen cabida los que son de su generación. Yo solía hace tiempo coger los fines de semana una línea de autobús que se llenaba de jovencitos-as que, al igual que hacen ahora, se hablaban entre sí dando grandes voces y usando todo tipo de palabrotas. Cuando les tocaba en el asiento de al lado una persona que no fuera de su edad, simplemente se sentaban de medio lado, dándole la espalda. Si alguien les preguntaba algo, contestaban entre dientes y sin apenas mirar a su interlocutor. A ésto es a lo que yo llamo incivilización, a esta gente joven no sólo les falta educación sino unas normas elementales de convivencia, de saber estar. Tratar al resto del mundo como si fueran extraterrestres, mirar con desprecio o hacer comentarios burlones sobre los demás les hace convertirse ellos mismos en un grupo social marginal, inadaptado, como si formaran una especie de gueto, y eso, aunque a ellos les guste y alimente su vanidad por hacerles parecer especiales, diferentes y fuera de lo común, es en realidad muy empobrecedor, limita los horizontes vitales enormemente, y es señal también de poca inteligencia y poco mundo.
Ignorancia, deshumanización, esas son las bases sobre las que por desgracia se está asentando nuestra juventud actualmente. Ignorancia porque aunque poseen conocimientos que antes no teníamos nosotros, ya que la información no era tan grande como ahora ni se disponían de tantos medios como los que ahora existen, en realidad no saben de la vida gran cosa, sólo quizá la parte sobre la que deberían saber menos, la parte más sórdida. Quién ha permitido todo ésto, quién ha sido la mano negra que ha abierto la caja de Pandora y ha dejado escapar todos los demonios que hasta entonces estaban allí a buen recaudo, destruyendo la inocencia de niños y jóvenes, haciendo que vivan antes de tiempo como adultos sin serlo, por delante de sus edad. Se trata a fin de cuentas de obtener un beneficio comercial, de fomentar ciertos hábitos, el consumismo. Para qué correr tanto si hay tiempo para todo.
También la deshumanización, porque como las relaciones en el seno de las familias han cambiado tanto y hoy se da más importancia a tener todas las horas ocupadas con el trabajo y las actividades de ocio que con la atención a los hijos, aunque en la adolescencia parece que ya se valen por sí mismos necesitan también apoyo y dedicación. No todos los que se deciden a tener hijos están luego dispuestos a dar una parte de su tiempo y su vida en beneficio de ellos, es una cuestión personal, crucial e intransferible que no todo el mundo está por la labor de hacer suya. Las responsabilidades, el dar una educación y una vida digna a los chavales, el tener que estar pendiente de otras personas que no sean uno mismo, a muchos les molesta, les viene grande, cuando en realidad se trata de una tarea muy gratificante si se hace con amor.
Los problemas que afectan a la Humanidad, no sólo a la juventud, provienen de eso precisamente: si se pusiera más empeño y corazón en lo que no es material muchas cosas mejorarían en nuestra sociedad, muchos de las lacras que ahora existen no tendrían lugar.
No debemos censurar a la gente joven, ellos no tienen la culpa de sus equivocaciones, somos los que nos suponemos adultos los que nos equivocamos, los que les hemos fallado y hacemos que ellos se equivoquen.
Así, cuando mi hijo exhibe actitudes y palabras que pertenecen a ese mundo en el que ahora está inmerso, sé que en su caso no hace sino imitar comportamientos ajenos que le hacen sentirse integrado en un grupo social. Él no necesita retar a nadie, ni llamar la atención, ni rebelarse contra nada: ya he procurado quitarle yo de en medio todo lo que pudiera perjudicarle o estorbara en su evolución, al menos mientras no tenga edad para hacerlo él mismo. Cuando dice palabras como “gilimamonadas”, “coño” (éste con solera), y cosas por el estilo, yo le suelto otras para que las pueda incorporar a su bagaje lingüístico adolescente y onomatopéyico, como “hijoputadas”, que además le hizo mucha gracia la 1ª vez que lo oyó porque le pareció especialmente ocurrente y total (qué horror). Se supone que como madre le tendría que reprender por malhablado, pero ya me harté de hacerlo sin conseguir que se corrigiera y ahora me he sumado a su búsqueda lingüística de la palabra más tremenda, resonante y sugerente, y si es creación propia, términos de nuevo cuño, mejor. No creo sin embargo que lleguemos a los extremos de catedráticos de la Lengua como Cela, que exhibía un vocabulario procaz siempre que tenía oportunidad, con el beneplácito de la Real Academia, que incluso incorporó algunos de sus epítetos a nuestro diccionario. Si lo dice un catedrático por lo visto no se ve como algo malsonante.
Dejemos las palabras cultas y biensonantes para ciertos momentos y las que no sean tan cultas y suenen mal para cuando corresponda. Sin tabúes, sin censuras. Se nos tiene que soltar la lengua, como a los camaleones.

lunes, 23 de febrero de 2009

En honor a la verdad (XVI)







- No sé cómo puede gustarle tanto a todo el mundo la película de “Pretty woman”. Tiene su puntito picante y bonito, pero nadie se cree que una prostituta sea una mujer divertida, sexy y algo ingenua, descubierta por un yuppie machista que va de sobradito y pelín macarrilla. La sordidez, incluso en ambientes de lujo, no deja de ser eso, algo sucio. Está claro que cuando una mujer decide dedicarse a ese oficio la vida que tiene que llevar le impide por lo general sacar lo mejor de sí misma como persona, conservar su inocencia y tener ganas de bromas. La verdad es que en la historia que se cuenta en la película, parece más infeliz él que ella, porque al menos ella vive en paz consigo misma, no se cuestiona nada y se gusta a sí misma, se abstiene de juzgarse a sí misma y a los demás, cosa que él no hace, pues parece más bien amargado. Y encima ella se permite el lujo de darle lecciones de moral: no seas implacable en los negocios, piensa en las personas.
En el contrato tácito que firmaron no figuraba el amor entre las cláusulas, aunque luego surgiera después. Será porque eso es algo que no tiene precio, que no se puede poner en ningún contrato.

- Dicen que no hay nada más glamoroso que el champán y el caviar, el colmo de la exquisitez. Pues yo no debo ser nada glamorosa ni exquisita, porque para mí donde esté la sidra que se quite todo lo demás. Y el caviar, por favor, esos huevecillos negros con un olor que echa para atrás. Y la gente paga un dineral por ambas cosas, increíble. En gustos no hay nada escrito.

- Para exquisiteces las que le pone mi padre a mi hijo en un platito después de comer: almendras, sugus, Kit-Kat y mini bombón helado. Sólo si ha comido bien. Él no hace ascos, aunque esos mimos estuvieran más acordes a cuando era más pequeño. Miguel Ángel hay cosas que ya no quiere hacer o que le hagan alegando que ya es mayor, pero a estos pequeños detalles nunca les hace ascos, es más, los exige si ve que no llegan. No sabe nada.

- Entre las cosas más inútiles que tengo en casa y a las que sin embargo no renuncio, no sé muy bien por qué, está un trozo de césped artificial y una pelota vegetal. Cuando compré el césped pensé en adornar con él algún rincón de mi casa, algo que me recordara un jardín o el campo. Los que vivimos en una gran ciudad añoramos estas cosas. La pelota vegetal le sirve a mi hijo de vez en cuando para jugar al fútbol en casa, porque por fuerte que le de nunca causa estragos en la decoración. La próxima cosa inútil que a lo mejor me compro es un peluche antiestrés, de esos que están rellenos de arena o algo parecido, que tiene forma de pollo, muy ancho, amarillo y sin cuello, con el que me siento plenamente identificada. Yo creo que apretándolo muchas veces y dándole pellizcos dormiré mucho mejor por las noches.

- Mi hija nos tiene a mí, a su hermano y a su padre en uno de esos árboles genealógicos en los que se puede poner una foto en cada rama de los miembros de tu familia. Ella se ha puesto en la parte más baja, yo y su padre en la zona intermedia y a su hermano lo tiene en la parte más alta. Cuando se enfada con su hermano, lo coloca en la parte de abajo y ella pasa a la de arriba, o coge la foto de él y la pone de cara a la pared. Mi foto suele estar torcida, será que no ando por buenos caminos. Es la forma que tiene ella de mantenernos a todos juntos. La verdad es que la 1ª vez que se lo vi sobre su mesa de ordenador me dio grima, y aún me sigue dando un poco.
Luego tiene otra foto de su hermano junto al niño Jesús que le regalaron mis padres hace tiempo, de esos que están dormidos sobre una alfombrita blanca. Será para que siempre le proteja.
En casa sabemos lo afortunados que somos de que Ana forme parte de nuestra familia. Como dice su hermano, ella es un regalito del Cielo.

viernes, 20 de febrero de 2009

Las opiniones de la Reina

Últimamente me cuesta mucho terminar los libros que empiezo, no sé si será porque ya no escojo las lecturas con el mismo acierto que antes o porque ya no tengo paciencia con lo que no me engancha desde un principio.
Con el de Pilar Urbano sobre la Reina, el 2º que publica sobre ella, me está pasando algo distinto. Así como el 1º que editó me gustó, con éste me siento a ratos a gusto y a ratos estomagada, y si sigo leyéndolo es por la curiosidad de saber hasta dónde puede llegar esta larga y singular entrevista que ambas mantuvieron, aunque me fatiga, tengo que dejar la lectura al poco rato de haberla empezado, voy como se suele decir a trancas y barrancas.
Cuando la Reina habla de los miembros de su familia, tiene palabras entrañables y muy conmovedoras para todos, pero cuando da sus opiniones sobre asuntos que están de rabiosa actualidad, como el divorcio y la homosexualidad, me parece estar escuchando a una persona de la época decimonónica. Y eso que el tema del divorcio le ha afectado directamente con la mayor de sus hijas: “Ella ya sabe que no se puede divorciar”, ha dicho. No sé qué opinará la interesada.
Es cierto que vivimos en una democracia y que hay libertad de expresión, pero el que una mujer culta y de mundo como la Reina tenga unas ideas tan retrógradas sobre tantas cosas me parece triste. Es cierto que la monarquía es en sí misma una institución tradicional y muy conservadora, pero se tendrá que adaptar a los tiempos que corren porque si no se extinguirá sin remedio. Estas cosas son las que aprovecha mucha gente para arremeter contra ella afirmando que es anacrónica.
Aunque la Reina ha hablado a título personal, sus opiniones son tomadas como representativas de lo que a la institución que representa se refiere. Supongo que los miembros de la Casa Real deben tener cuidado con las declaraciones públicas que hacen porque pueden causar perjuicio a otras instituciones y personas. Sus palabras estarán veladamente censuradas, a pesar de vivir en democracia, porque si no pueden pedírseles explicaciones y hasta que se retracten. Qué diría el Vaticano, por ejemplo, si la Reina estuviera a favor del divorcio y los homosexuales. Son convicciones personales de ella, no creo que esté pendiente de la opinión internacional, pero habría que verla si su hijo o alguno de sus nietos hubiera nacido homosexual. Todos hablamos muy a la ligera hasta que alguna de estas cosas nos afecta directamente. A lo mejor sería también implacable, llevaría sus creencias hasta sus últimas consecuencias.
Sus observaciones sobre algunos personajes de la escena política mundial rayan en la auténtica simpleza, aunque en su descargo puedo decir que al ser la Corona una institución más de representación y diplomacia que de decisión, la Reina habla sobre estos personajes que va conociendo en sus numerosos viajes mientras realiza su trabajo con superficialidad, no se adentra en ellos no sé si por discreción o porque el ritmo de vida que tiene que llevar le impide profundizar en ellos. O que simplemente los conoce obligadamente, no por gusto, y por eso le dan un poco igual.
Lo que más me ha sorprendido ha sido, desde luego, el hecho de que haya sacado a relucir los “trapos sucios” de su casa, las infidelidades del Rey, algo que ya era conocido extraoficialmente. Nadie debería hacer eso nunca, es algo tan personal y lamentable que tendría que quedar relegado al estricto ámbito de los más allegados. Puede que de este modo se haya desahogado, está en su derecho como todo el mundo, o puede que quisiera dar una imagen más cercana de cara a la galería, cuando la gente comprenda por fin que ser de la realeza no te libra de los mismos males que aquejan al resto de los mortales. Si nadie debería revelar detalles tan íntimos de su vida, mucho menos una Reina, creo yo, y me extraña en ella, que ha sido siempre un ejemplo de discreción y diría yo de resignación. Alguna vez se tenía que destapar la caja de los truenos, supongo.
Y Pilar Urbano ha aprovechado ese exceso de confianza para sacar a relucir lo que nadie ha conseguido, sólo que en este caso no creo que sea motivo de orgullo precisamente, aunque esta señora parece que se refocile ahora en la autocomplacencia. Menuda hazaña.
A mí antes esta periodista me gustaba bastante, la encontraba inteligente y sabia, pero ahora no sé si es que con los años se le ha ido la pinza o es que se le ha subido la fama a la cabeza, pero me resulta francamente insoportable.
En este libro hace unos comentarios particulares, como al margen, sobre la Reina y su entorno que son de auténtica verdulera, cosas como de persona cotilla y de baja estofa, muy irrespetuosos algunos. Parece la criada que sonríe servil mientras cumple su faena en la casa, para luego despacharse a gusto cuando no están sus señores.
Espero que en el siguiente libro que saque remonte un poco, porque si no no la voy a leer más en mi vida.

jueves, 19 de febrero de 2009

Matemáticas


Ahora que estoy leyendo un libro en el que un profesor retirado le enseña a su joven asistenta y al hijo de ésta, casi como por casualidad, los misterios y curiosidades de las Matemáticas, se despierta en mi interior un pesar antiguo porque fue una asignatura que se me atravesó cuando era estudiante y es como una espinita que tengo clavada, una pequeña mancha en mi expediente académico.
En el libro, el profesor le muestra a madre e hijo los números y operaciones matemáticas como si se tratara de un juego, y los lleva por caminos aparentemente intrincados hasta soluciones sorprendentes de las que él parece casi tenía ya certeza previa. Es un genio que vive perdido en su mundo de cálculos mentales y que construye fórmulas que envía a concursos para ganar algún dinero. Mientras estuvo en activo recibió varios premios.
Yo sigo las explicaciones con las que la autora quiere ilustrarnos, intentando ponerme en el lugar de los improvisados alumnos, pero me pasa como cuando era estudiante (y a mi hija le sucede a veces lo mismo), que parece que lo entiendo en el momento que me lo están enseñando, pero luego más tarde cuando quiero volver a seguir el mismo proceso por el que se llegó a una determinada conclusión, ya no recuerdo cómo era.
Supongo que mi entendimiento matemático es limitado, capto sólo una longitud de onda de frecuencia corta y no todas las demás, con lo que los conceptos prendidos con alfileres en mi cerebro, caen por su propio peso, se esfuman, desaparecen para mi desesperación. Es como si tuviera una visión general sin ser capaz de desentrañar el meollo de la cuestión, sin poder comprender la esencia del proceso, su verdadero sentido, inextricable para mi entendimiento. En el momento que lo captara, creo que sí podría hacerlo mío, pasaría a formar parte de mi cacumen, mi materia gris lo agradecería mucho.
Los conceptos matemáticos son fácilmente olvidables para mí. Ahora que a veces mis hijos me piden ayuda con algún ejercicio, me doy cuenta de que apenas recuerdo nada de lo que aprendí. No sé si es por lo mal que los asimilé, lo poco que me gustaban y la manía que les cogí, porque durante la mayor parte de mi paso por el instituto fue mi asignatura pendiente, una molestia que tenía que arrastrar, como una pesada carga que me había sido impuesta y que sabía que no me iba a aportar nada en el futuro, pues la carrera que pensaba hacer no tenía que ver con ello. Menos mal que mi hijo parece que las está empezando a comprender este año, sin ayuda de nadie. Me maravilla y me alegra un montón que sea así. A mi hija tampoco se le dan mal.
A mí me aprobaron por sentido común y por piedad supongo: si se había demostrado que no tenía problemas para sacar el resto de las asignaturas, antes al contrario, yo era muy estudiosa, cuando vieron que no era cuestión de vagancia o dejadez, me pusieron el ansiado 5 liberador. Pero fue un alivio pasajero: mi orgullo estaba herido porque no había sido capaz de entender una asignatura que para la inmensa mayoría era pan comido. “Las matemáticas son para los vagos, no requiere estudio ni mucho esfuerzo, sólo comprender, razonar y aplicar fórmulas”, solían decir. “Los enunciados cambian pero los problemas son los mismos, entiendes uno y los has entendido todos”.
Caramba. Complejo de subnormal tenía yo. De modo que yo era capaz sólo de memorizar textos, como un loro de repetición, nada más. Debía ser cierto lo de que las Matemáticas era una asignatura para los que no quieren estudiar demasiado, porque de los muchos grupos que formaban el último curso del instituto, sólo uno era de Letras, en el que estaba yo.
La chica protagonista del libro se queda maravillada de su rapidez y capacidad para entender las explicaciones del profesor, a pesar de que cuando ella estudiaba no llegó nunca a comprender gran cosa. Incluso se permite experimentar por su cuenta con los números cuando está ya en su casa. Empieza a resultarle algo divertido, como un juego. Comprende por qué el anciano profesor se entusiasma tanto con su materia. Además parece que las Matemáticas no constituyen un mundo cerrado, sino que siempre hay algo nuevo por descubrir, es un universo abierto que aún está por explorar, como pasa con el resto de las disciplinas científicas.
Yo creo que a mí y a mucha gente que le pasa con las Matemáticas lo que a mí, nuestro panorama intelectual hubiera sido más completo si hubiéramos encontrado a alguien que nos acompañara por esos parajes, que pueden resultar auténticos desiertos o maravillosos y floridos jardines, según con quién demos, si tenemos suerte o no de encontrar a la persona adecuada.
Porque aunque se sea profesor, no todo el mundo sabe transmitir sus conocimientos, y en mi caso nadie pudo. Tampoco creo que sea tan difícil. Sí pienso que las Matemáticas pueden ser tan apasionantes como cualquier otra materia, pero me parece que yo no voy a poder ya comprobarlo.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Sal y pimienta (VI)




- P: ¿Qué es la muerte para los católicos?
R: Una forma de alcanzar una vida mejor, porque por lo visto ésta es una mierda.

- P: ¿Y para los budistas?
R: Ser muchas personas o animales en diferentes vidas, morirse del todo cuesta mucho.

- P: ¿Y para los musulmanes?
R: Una forma de llegar al Paraíso, pero si se quiere por la vía rápida tiene que ser llevándote por delante a cuanta más gente mejor.

- P: ¿Qué es una muerte digna?
R: Una en la que no babees ("All that jazz").

- P: ¿Por qué es chungo nacer varón en algunas religiones?
R: Porque te cortan el pito

- P: ¿Por qué el Opus es una secta de contrastes?
R: Porque o hay mucho sexo o ninguno, no se admiten los términos medios.

- P: ¿Qué clase de espectáculo musical haría falta en Madrid?
R: Uno erótico, pero fino. Ya está bien de tanto musical de colegiales.

- P: ¿Cuál es la última horterada doméstica que se ha puesto de moda?
R: Los frigoríficos de colores.

- P: ¿Cuál es la mejor forma de dejar camas libres en un hospital?
R: Poner enfermeras explosivas en la zona de cardíacos.

- P: ¿Dónde hay sábanas húmedas en un hospital?
R: En la zona de urología.

- P: ¿Y dónde te pueden hacer una depilación brasileña?
R: En ginecología.

- P: ¿Dónde estás siempre con la boca abierta?
R: En odontología.

- P: ¿En qué sitio nadie escucha nunca a nadie?
R: En otorrinolaringología.

- P: ¿Dónde puedes ver a la gente más allá de sus apariencias?
R: En rayos X.

- P: ¿Dónde puede producirse una auténtica carnicería?
R: En el quirófano.

- P: ¿Y en qué sitio se entra a matar como en los toros?
R: En el paritorio cuando hacen la episetomía.

- P: ¿En qué se parecen los cocodrilos, los tiburones y los hombres?
R: En que no atacan mortalmente a la primera sino que esperan a que la víctima se debilite.

- P: ¿Cuándo a veces nos podemos creer que somos Dios?
R: Pues depende de la mierda que te estés fumando ("All that jazz").

- P: ¿Qué es lo que aumenta nuestra cordura y nuestro sentido de la supervivencia?
R: El humor (Chaplin).

- P: ¿Qué palabras se escuchan normalmente en un gabinete de abogados judíos?
R: Cólera, negación, pacto, depresión, aceptación (“All that jazz”).

- P: ¿Por qué es inútil discutir sobre la propiedad de la tierra?
R: Porque seguirá ahí cuando nosotros hayamos muerto. Es como si dos pulgas discutieran sobre quién es el dueño del perro en el que están (“Cocodrilo Dundee”).

- P: ¿Qué es obligado declarar siempre en el aeropuerto?
R: Las cosas malolientes, como el cabrales por ejemplo. El mal olor también es sospechoso.

- P: ¿Dónde es siempre lícito que un hombre se quede en paños menores?
R: En el aeropuerto cuando se tiene que quitar el cinturón para poder pasar el control.

- P: ¿Cuántos sinónimos hay de hacer el amor?
R: Muchos, y no todos bien sonantes: follar, joder, tirarse a alguien, zumbarse a alguien, calzárselo-a. beneficiárselo-a, etc.

- P: ¿Qué es lo más parecido que tenemos en la actualidad a la cota de malla de los caballeros medievales?
R: La malla metálica que se ponen los polleros a modo de guante. Pasar a cuchillo a personas y animales requiere una protección.

- P: ¿Cómo se reciclaba el aceite en la Edad Media?
R: Tirándolo por encima de los muros de las fortalezas para freir al enemigo. De ahí surgió el término de “pringaos”.

- P: ¿Cuáles son los árboles más sabios que he visto?
R: Los que aparecen en “El señor de los anillos”, porque hablan con mucha cabeza y no se andan por las ramas.

- P: ¿Qué similitud tenemos los girasoles y yo?
R: En que nos gusta estar siempre de cara al sol.

martes, 17 de febrero de 2009

Amor de madre




Es muy chocante la forma como ciertos directores de cine han podido llegar a tratar el tema de la maternidad. Cuando pienso en películas como “Los otros” o “El orfanato”, tengo la impresión de que aunque parezcan distintas, en realidad tienen muchos nexos en común.
Yo no soy aficionada al cine de terror, y pensé que pasaría mucho miedo cuando me decidí a verlas. Pero la clase de pavor que me invadió después del último fotograma fue diferente a todo lo conocido, fue una sensación de desasosiego como de que algo muy siniestro y al mismo tiempo tristísimo había pasado ante mis ojos. No se trató del habitual pánico que se experimenta ante un peligro inminente, aunque al principio sí fue así porque no conocía los argumentos.
En “Los otros”, la protagonista está siempre huyendo de algo que la asusta. En “El orfanato”, la protagonista está siempre buscando algo a pesar de que le asusta. En ambas, el sentido último de la historia está en el instinto que tenemos las madres de proteger a nuestros hijos, y en ambos casos hasta límites insospechados.
En “Los otros”, Nicole Kidman es el espíritu de alguien que ya murió, sin ser consciente de ello hasta el final, para su propio terror y desesperación. Este argumento enlaza con el de “El sexto sentido”, donde el protagonista no sabe que es un alma en pena hasta el último momento: el niño que habla con él es el único vínculo que aún le une al mundo de los vivos.
En “El orfanato” es ella la que elige pasar a esa otra dimensión sólo para poder estar para siempre con su hijo. Esa escena en la que ella se quita la vida y luego se la ve por fin con su hijo y rodeada de todos los niños del orfanato que habían ido muriendo y que seguían pululando por el edificio convertidos en espíritus solitarios y tristes, es absolutamente devastadora. Esa última escena en la que aparece como madre y protectora de todos finalmente, contándoles cuentos para distraerlos, abrazándolos, y los pequeños espíritus tan contentos de verla allí para cuidarlos, es algo singular y tremendamente conmovedor.
Belén Rueda está increíble en ese último fotograma, todo el dolor del mundo contrayendo los músculos de su rostro, y al mismo tiempo todo el alivio posible después de haber encontrado a su hijo, aunque fuera en esas circunstancias. De repente pareció envejecer, como si le hubieran caído encima un montón de años. Supongo que para esta actriz interpretar este papel supuso una catarsis, pues sufrió mucho hace algunos años cuando perdió a una hija siendo muy pequeña. Yo creo que después de hacer esta película, y más con la cantidad de premios y alabanzas que recibió por ella, es como si se hubiese liberado de un peso que le oprimía el alma, o por lo menos en parte, ya que algo así supongo que no se olvida nunca.
Nicole Kidman está perfecta en su papel también, y más teniendo en cuenta que por entonces aún no era madre en la vida real. No es difícil imaginar qué se puede sentir cuando se tienen hijos aunque todavía no se tengan, porque el instinto de una mujer está siempre presente.
La visión de la maternidad que se da en estas películas es tan extraña y sobrecogedora, tan inédita, que me produce un sentimiento ambivalente de admiración y rechazo. Abominé sobre todo de “Los otros”, la encontré de mal gusto, cruel, hirió mi sensibilidad profundamente, y sin embargo reconozco que me resultó muy desconcertante. Fue un final tan inesperado, es como si el director del film nos golpeara con una truculencia y nos soltara de pronto de su mano, de la que hasta entonces nos había llevado guiándonos a través del relato, abandonándonos para que corramos la misma suerte que la desdichada protagonista y sus hijos. Qué mente tan perversa, qué manipulador.
Parece que los actuales directores de cine buscan explorar nuevas sensaciones, quieren mostrarnos puntos de vista hasta entonces nunca planteados. Cuando pensábamos que ya estaba todo inventado en lo que a sentimientos y estados de ánimo se refiere, aparecen estas otras “sugerencias” para provocar el desmoronamiento general de nuestros planteamientos morales. Ahora hay que hacerle un hueco en nuestra mente a estas nuevas posibilidades que desconocíamos, pero hubiera preferido que fueran más positivas, cosas que aportaran algo de luz, bondad y belleza a la vida, no de oscuridad, crueldad y fealdad. A lo mejor piensan estos directores que la lucha denonada de estas madres tiene un algo de heroico, bello y, desde luego, sobrenatural.
Que sea la última vez que hacen ésto, por favor. Que no alimenten nuestros desasosiegos, que no nos hagan beber de ese manantial del que sólo brota agua sucia. Suficientes cosas horribles hay en el mundo como para que encima se inventen otras que no existían. Ya sé que hay que hablar sobre todos los temas, sin temor, pero ésto es demasiado. Quizá por eso escribo sobre ello, aunque me parezca escabroso y desazonador, porque me inquieta profundamente y de esta forma me libero un poco de esta sensación tan descorazonadora.
Amor de madre, que es la frase que antiguamente se tatuaban los hombres duros en el brazo cuando aún no se había generalizado ni estaba de moda tatuarse. Amor de madre, el primer amor anterior a todos los que vienen después. Amor de madre es el que ha inspirado estas películas, aunque sea de una forma tan particular.

lunes, 16 de febrero de 2009

El príncipe azul


La mayoría de la gente se preocupa, cuando piensa en el futuro de sus hijos, en la clase de trabajo que tendrán y en el nivel económico que alcancen. Parece que asegurarse el bienestar material hace que la vida se considere resuelta.
A mí lo que realmente me preocupa son las compañías que tengan y, finalmente, la pareja que elijan para construir su mundo juntos.
Yo poco puedo ayudarles con consejos, porque mi propia experiencia sentimental es escasa y desastrosa, pero confío en que su intuición no les falle, el amor no les ciegue y les confunda, y que sigan los dictados de su corazón. Espero que tengan esa inteligencia emocional que a mí siempre me faltó.
Cada vez que pienso en lo que una mala pareja puede hacer con tu vida, me siento aterrada. Si la persona a la que quieres y en quien has depositado todas tus ilusiones y tu confianza, tu cuerpo y tu alma, te traiciona o te maltrata, sea de la forma que fuere, entonces da igual tener un trabajo estupendo y una buena posición económica. Si tu pareja no tiene el mismo ritmo vital que tú, si sus intereses son otros, si tuerce el gesto y mira para otro lado cuando esperas recibir de ella lo mismo que le has dado, entonces ya nada tiene sentido.
De jovencita, alguna vez vi a alguna compañera de clase llorando porque algún chico del que estaba enamorada no la correspondía. Siempre pensé que eran tontas, unas infelices, porque se fijaban en la persona equivocada, en alguien que no sabía valorarlas o que por falta de madurez no podía corresponderlas. Quizá eran ellas las que no se valoraban. Sufrían como enanas. Cuánto amor hay que no tiene dueño. El corazón sabe de motivos que la razón no entiende, como se suele decir. Intentar racionalizar el amor, cómo surge y a qué nos conduce, es tarea imposible.
Las hay, como le pasaba a una prima mía, que nunca se quebró la cabeza por un hombre, antes al contrario, eran ellos los que bebían los vientos por ella, y más de una vez dijo que tal o cual fulano era un plasta y un tonto por hacerla regalos, qué se había creído, si a ella no le gustaba ni valía lo suficiente para estar a su altura. Mi prima, como muchas mujeres, le miraba la cartera a los hombres, y tenía algo especial en su trato que los mantenía embelesados, pendientes de su más mínimo capricho. Ella se sabía seductora, nunca daba nada sin haber recibido mucho antes. Hasta que consiguió la estabilidad sentimental salió con muchos, y como leí por ahí una vez, aunque resulte un poco vulgar decirlo así, sólo dejándote sobar es como aprecias luego la diferencia entre una caricia y el simple magreo, entre lo que es sublime y lo que es cutre, entre el amor y el puro vicio.
Aunque ahora con el divorcio el tiempo de las inminencias se ha prolongado infinitamente, pues antes parecía que se restringía solamente a la etapa juvenil de la vida de las personas, esas inminencias son distintas de cuando se está en esa etapa primera, ya que no se tienen cargas ni malas experiencias acumuladas a las espaldas. Son inminencias que ya no resultan apresuradas, porque las necesidades son otras, que se disfrutan con más intensidad, porque los años hacen que puedas saborear las cosas con cierta sabiduría, te vuelves sibarita, no sólo en el amor, sino en todo.
Cuando mis hijos encuentren pareja, quisiera que pudieran usar la cabeza y el corazón a partes iguales, y que una vez lograda la felicidad, ésta se prolongara hasta el final de sus vidas. Que no les hagan daño y que no se lo hagan ellos a los demás: el dolor producido por el desamor puede ser terriblemente devastador.
Poco antes del Día de los Enamorados, mi hija recibió una tarjeta de cartulina marrón escrita con letras doradas en la que un chico de clase le decía algo así como: “Igual que Colón conquistó América, tú me conquistas cada vez que me miras con tus verdes ojos”. Creo que le ayudó a hacerla un compañero sudamericano, de ahí quizá el símil de la conquista de América. Claro que hace tres años un niño de un curso inferior le dio una carta en el recreo, por estas fechas, confesándole su amor y ella no dudó tras leerla en tirarla al contenedor de basura. A ella le hizo gracia esta última confesión amorosa recibida, pero hubiera preferido que la iniciativa partiera de otro chico que sí le gusta mucho, uno que le gusta a todas. Posiblemente el primero merezca sus atenciones más que el segundo, aunque sea por el detalle que ha tenido, pero suele pasar que nos vamos a fijar en quien menos nos conviene. Ojalá que encuentre a ese valiente caballero de brillante armadura que la llegue a querer mucho y la haga muy feliz. Y mi hijo a su dama.
Se puede hacer mucho daño cuando rechazas a alguien. Así le pasó a la sobrina de una vecina, que cuando su novio le dijo que no la quería perdió la razón y tuvo que ser ingresada en una institución mental, pues se volvió agresiva y hacía daño a los demás y a sí misma. Sin llegar a ese extremo, yo ya les he dicho a mis hijos que si alguna vez tienen que decir que no a alguien, lo hagan con delicadeza, procurando herir lo menos posible al otro, y procurando mantener la amistad si es posible. No hay que dejarse llevar por la lástima, ninguna relación basada en eso puede funcionar: no somos ONGs, flaco favor nos hacemos a nosotros mismos y a la otra persona si accedemos a iniciar una experiencia así sólo porque nos de pena no poder corresponder a sus sentimientos, la piedad peligrosa que se suele decir.
El amor es un sentimiento que no puede imponerse: no podemos querer a alguien a la fuerza, es algo que debe surgir por sí mismo, ni tampoco podemos obligar a alguien a que nos quiera, sería una pesada carga para el otro, algo muy lamentable.
Al contrario de lo que le pasa a la mayoría de la gente en mi situación, aunque yo no tenga amor no me molesta ver parejas que se quieren y se abrazan. A mí me resulta reconfortante ver que el amor surge y se manifiesta a mi alrededor, es muy agradable, parece como si una corriente de calidez, ternura y humanidad pasara rozándote cerca de ti. Es como si aún hubiera esperanza en el mundo, como si todavía no estuviera todo perdido, se tiene la certeza de que siguen existiendo sentimientos únicos como el amor que nunca desaparecerán por mucho que cambien los usos y las épocas. Será porque siempre he sido una romántica empedernida.
Mi hijo se parece a mí mucho en ésto: él es de pocos amores pero muy sentidos. A mi hija ya le he dicho, aunque ella ya lo supondrá, que no existen los príncipes azules, o sí existen pero no necesariamente tienen que ser azules, aunque a ella le gusta, como a mí, adornar al objeto de su amor con todo tipo de cualidades que seguramente son sólo producto de su imaginación.
Desde que estoy divorciada me doy cuenta de la cantidad de gente que está sola y necesita amor, incluso sola no necesariamente porque no tengan pareja, si no porque aunque la tienen no les satisface. La soledad en compañía, la peor soledad que hay.
También es verdad que al llegar a mi situación la posibilidad del amor parece más una invasión de la vida y la propia intimidad que otra cosa.
Y es que aunque la princesa bese a la rana, por lo general no suele convertirse en un príncipe azul, sino que sigue siendo una rana.

jueves, 12 de febrero de 2009

Francis Bacon: entre la brutalidad y la ternura




A veces hay artistas que llaman poderosamente la atención más por su personalidad que por sus obras. Ésto me ha pasado con el pintor Francis Bacon, cuyos cuadros he podido ver en alguna ocasión en alguna revista sin que nunca hayan terminado de gustarme. Ahora que están exponiendo en el Prado algunas de sus creaciones más importantes, museo que visitó en muchas ocasiones atraído especialmente por Velázquez y Goya (“era fascinante verlo casi arrodillado ante la obra de ambos maestros o yendo apasionadamente de un lado a otro, investigando todos los detalles”, según cuenta la jefa de conservación de pintura del museo), he tenido la posibilidad de adentrarme en su vida y su carácter, y me ha resultado poderosamente sugerente.
Francis Bacon era un hombre de grandes contrastes. Los que lo conocieron decían que poseía una energía desbordante. Aún cuando fuera cumpliendo años parecía no tener edad. Podía ser extraordinariamente educado y refinado, todo lo agradecía y era muy cálido, todo un caballero con los que quería. O era vicioso, cínico y manipulador con quien no amaba.
Según uno de sus amigos “cuando entraba en una habitación, la temperatura subía y una nueva vitalidad se apoderaba del lugar. Estar con él era una experiencia transformadora que te hacía revisar tu interior. (…) Era completamente libre y estimulante. De una fortaleza interna casi heroica, su compañía resultaba adictiva.(…) Disfrutaba de la compañía de personas inteligentes”, daba igual de quién se tratase. Solía decir que la mayoría de la gente andaba por la vida casi muerta.
De niño, debido a su asma crónica, tuvo una formación escolar irregular al no poder asistir con asiduidad a clase. Debido a este padecimiento, en ocasiones necesitaba morfina. Recordaba su infancia como fría y solitaria, y haber sido tímido y enfermizo.
Lo que más le marcó fue la traumática relación con su padre, un hombre muy agresivo que nunca le manifestó afecto y del que además se sentía atraído sexualmente. A los 16 años le pilló probándose ropa interior de su madre, y al saber que era homosexual lo echó de casa.
Tenía una profunda convicción sobre lo absurdo de la vida, sobre la futilidad de la existencia. Fue un empedernido jugador, bebedor y explorador de todo tipo de sensaciones en lo que al terreno sexual se refiere. Según él mismo decía, quería vivir según sus propias leyes, sin atender a convencionalismos. Siempre en los extremos, al borde del abismo. Un amigo suyo dijo que podía ser “paradójico hasta el extremo de ser cruel y amable, satánico y compasivo, femenino y masculino, atento y despótico, delirantemente feliz en compañía y profundamente triste cuando estaba solo. (…) Lo que me dejaba atónito es que lograba componer, dar equilibrio y extraña armonía a sus dos polos opuestos”.
Podía estar totalmente borracho en el bar que frecuentaba habitualmente en Londres y de pronto se marchaba y se convertía en el ser más delicado del mundo mientras tomaba el té con estirados coleccionistas. Era capaz de metabolizar rápidamente grandes cantidades de alcohol. Pero nunca dejó que lo que consumía lo destruyera, drogas incluidas, siempre lograba mantener el control.
De la austeridad de su casa pasaba al lujo de los hoteles, donde disfrutaba de toda clase de lujos y derrochaba el dinero a raudales.
Como he podido leer, saltar de un extremo a otro le hacía sentirse más intensamente vivo. Poseído de una furiosa creatividad durante el día en su estudio, por la noche le invadían los deseos de autodestrucción. Era hipercrítico y muy exigente e incluso cruel consigo mismo y con los demás. Solía desechar obras si no estaba satisfecho con ellas, regalándolas incluso al primero que mostrase algún interés. A los 35 años, como no había obtenido el reconocimiento deseado, destruyó toda su obra llevado por uno de sus temperamentales arrebatos.
Solía decir que su carácter era difícil porque siempre estaba sufriendo, su cabeza parecía que estaba siempre a punto de estallar debido a grandes presiones internas. Este desgarro se plasmó en su pintura: en sus cuadros aparecen cuerpos desfigurados e incluso en actitudes aterradoras, en espacios cerrados y oscuros. Algunas veces refleja la fragilidad del ser humano, su angustia vital; otras veces su inclinación a la violencia: bocas muy abiertas que gritan, seres desmembrados o abiertos en canal…Le fascinaba también el movimiento de los seres vivos, quería ser capaz de captarlo con su pintura.
Francis Bacon albergaba una intensa atracción por el riesgo y lo desconocido. Se declaraba profundamente amoral, y afirmaba que si no se hubiera dedicado a la pintura hubiera sido un criminal.
Él era un ser humano que necesitaba y buscaba a los otros desesperadamente, pero que también necesitaba temporadas de total soledad.
En su taller reinaba el caos, la anarquía total, hasta el punto de que cuando caminaba por él iba pisando sus propias obras.
Durante mucho tiempo sólo fue apreciado por unos pocos entendidos y coleccionistas, hasta que a principios de los 90, siendo ya un anciano y faltándole poco para morir, su arte empezó a cotizarse al alza. Él parecía mantenerse ajeno al éxito y al dinero, y muchos se aprovecharon de su despreocupación en beneficio propio.
Aún siendo muy mayor, seguía trabajando con el mismo ritmo de siempre y llevando la misma vida que cuando joven. Su implacable individualidad, el enorme impacto de sus cuadros y las connotaciones escabrosas de muchos de ellos han extendido su fama más allá de los círculos estrictamente artísticos, hasta el punto de que actualmente el valor de su obra ha crecido como la espuma.
Francis Bacon es una de las voces más potentes y singulares del arte de la 2ª mitad del siglo XX. Su particular estilo permitió su consagración en una escena artística como la de los años 40 y 50 dominada por la abstracción, aunque su obra es difícilmente clasificable.
Alguien que lo conoció muy de cerca dijo de él: “Bacon necesitaba, por su energía infinita, el placer sin límites del sexo, el alcohol y la amistad; tenía una total lealtad a los suyos. Había en él una ausencia de miedo al cambio, a lo desconocido …”.
En alguna ocasión confesó que le obsesionaba que cada una de sus pinceladas tuviera la misma intensidad de la primera.
Una vida larga y plena, a medio camino entre la brutalidad y la ternura.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Osel: la conquista de la propia identidad


Lo sucedido a Osel Hita forma parte de una de las muchas extravagancias y crueldades a que puede llevar el fanatismo religioso. Siempre he creído, aunque sé que hay que ser respetuoso con otras confesiones, que lo referido a la reencarnación es una creencia bastante inverosímil, por no decir ridícula, que tienen los budistas. Supongo que cada fe reúne en sí misma sus propias peculiaridades, pero eso de que uno haya existido anteriormente no se cuántas veces y quizá incluso en el cuerpo de algún animal, y que posiblemente existirá en el futuro otras tantas veces más hasta alcanzar la perfección espiritual, me parece demasiado.
A Osel le tocó la desgracia de que unos lamas se fijaran en él y le seleccionaran, de entre un grupo de once niños, como la reencarnación de un sacerdote budista que había muerto poco antes de nacer él. Era el más pequeño de cinco hermanos y tenía poco más de un año cuando fue apartado de su familia, perteneciente a una comunidad budista.
A partir de los 4 años, Osel fue obligado a estudiar 16 horas al día 6 días a la semana. Sus jornadas empezaban a las 5,30 de la mañana. Desde muy pequeño comenzó a dar muestras de una gran inteligencia y sensibilidad, además de mucha personalidad y carácter. Cuando tenía 6 años se las ingenió para lograr enviar mensajes a su madre pidiéndole que lo sacara del monasterio, del que sólo podía salir en ocasiones, cuando hacía algún viaje acompañado por algunos monjes. Hubo un acuerdo y su padre y uno de sus hermanos, también monje, se fueron a vivir con él para paliar su soledad.
Pero la férrea disciplina le seguía atormentando. En cierto momento pidió tener su propio cocinero, harto de los mejunjes que se comían en el monasterio. Sólo en alguna visita que podía hacer a su familia había podido probar platos que hasta entonces le eran desconocidos. También quiso que le dejaran jugar a la Game Boy. Él no dejaba de ser un niño occidental, con los gustos y necesidades de los niños de su tiempo, por mucho que lo oriental le quisiera ser impuesto.
Osel era reverenciado por los monjes, que le trataban como un semidios. Este trato que se le dispensaba me ha recordado siempre mucho al caso real del niño protagonista de “El último emperador”, que también fue separado de su madre y obligado a vivir prisionero en la Ciudad Prohibida, custodiado y protegido por el hecho de ser el último emperador chino de una larga dinastía, sólo que éste vivía rodeado de toda clase de lujos. Es una crueldad apartar a un niño del resto de sus congéneres sólo para satisfacer unos intereses creados, unas tradiciones o unas creencias.
A Osel, cuando alguno de sus maestros le regañaba dándole azotes, aguantaba con firmeza el castigo y hasta se permitía responder con sarcasmo. Su espíritu sólo se quebrantó cuando llegó a la adolescencia y fue consciente de todo lo que le había sido arrebatado, de todo lo que se estaba perdiendo, de lo singular y duro de su existencia. La infancia robada, señalaban algunos titulares de la prensa cuando se referían a su caso.
Al cumplir la mayoría de edad decidió abandonar el monasterio, y desde entonces ha viajado por todo el mundo, intentando mantener su anonimato. Actualmente está estudiando dirección de cine en Canadá.
“Perder mi intimidad en este momento sería un desastre para mi vida”, ha dicho.
“Estoy creando mi propio mundo”. “El reto de mi vida es satisfacer mis necesidades espirituales sin renunciar a mi época”, son algunas de sus declaraciones cuando le han preguntado los medios de comunicación.
El caso de Osel me llamó siempre poderosamente la atención. Me preguntaba cómo era posible que su familia permitiera eso, y pensaba que seguramente sería a cambio de alguna contraprestación económica, a no ser que el fanatismo de sus padres fuera lo bastante grande como para acceder sin más a las pretensiones de los lamas. Con el tiempo la madre fue la primera que estuvo en desacuerdo al ver la clase de vida que su hijo tenía que llevar, y en una ocasión que se lo quiso llevar con ella no le fue permitido y se le prohibió ver a su hijo durante dos años. Al niño se le hacía un lavado de cerebro predisponiéndolo contra sus padres y diciéndole que eran personas nocivas y poco adecuadas para su formación.
Osel sobrevivió a todo ésto gracias a que tenía una gran imaginación y un rico mundo interior, que le sirvieron para evadirse en parte del tedio y la soledad.
Actualmente hay dos lamas budistas casi treinteañeros que pretenden ocupar su lugar. Tienen una educación cosmopolita y están al tanto de lo último en informática y nuevas tecnologías. Al no ser occidentales, el budismo está más en sintonía con su mentalidad, su adaptación no tiene mayor dificultad. En realidad cogen de Occidente lo que les parece útil y tienen la rara habilidad de fundirlo con sus tradiciones orientales. Aunque ahora mismo parece más una competición por el poder entre dos jóvenes cachorros, hombres modernos y muy ambiciosos que se disputan no ya sólo un trozo de la tarta, sino la tarta entera, pues se trata de un pequeño imperio que mueve muchos seguidores, influencias y dinero.
Me identifico mucho con Osel, marcando las distancias claro, porque yo también tuve una infancia y una juventud llena de horas de estudio encerrada en casa, con una disciplina no tan férrea como la suya pero sí bastante austera, espartana. Tuve también pocos juegos con otros niños: no me estaba permitido salir a la calle, siempre estuve sobreprotegida, por mí se decidía todo, y los castigos físicos por la más mínima tontería no faltaron. Nunca me planteé que estuviera viviendo una vida distinta a la del resto de los niños de mi edad, porque hasta que no fuí mayor no me cuestionaba nada: no se me ocurría compararme con nadie y pensaba que aquella era mi obligación, que mis padres hacían lo que creían más conveniente para mí y para mi hermana. Pero sí sentí siempre mucha soledad, y creo que cuando se siente algo así ya desde pequeños, es algo que no te abandona nunca después. Mi libertad y mi propia estima es algo que, como le ha pasado a Osel, he tenido que ganarme por mí misma a lo largo de muchos años, solventando todo tipo de obstáculos que se me han puesto en el camino.
A Osel le dijeron que podía volver cuando le pareciera oportuno, pero es difícil que quiera algún día renunciar a su libertad, ansiada durante tanto tiempo. Él está ahora conquistando su propia identidad.

lunes, 9 de febrero de 2009

Vive como quieras


Me parece increíble cuánto ha cambiado la forma, no sólo de hacer cine, sino de ver la vida que se tenía hace muchos años. Cuando vuelves a ver una película de cine clásico como “Vive como quieras”, tan antigüa (1938), con los actores de siempre a los que ya estamos acostumbrados, te das cuenta de que queda muy poco del espíritu de aquella época, y eso que es una cinta intemporal.
Estos films que parecen casi olvidados, contienen tesoros de valor incalculable. En el caso de “Vive como quieras”, detrás de un argumento cómico y aparentemente banal se esconde una de las joyas más exquisitas que se hayan rodado sobre el sentido de la vida, representado de entre todos los actores del reparto por el que interpreta al abuelo de la protagonista. Con su aspecto descuidado, despistado y un tanto lunático, cada vez que abre la boca es para soltar una perla de filosofía vital.
Hay que ver lo que cuidaban los diálogos los guionistas de entonces, cuánto ingenio, inteligencia y buen gusto se ponía al escribirlos. Este hombre tan mayor, cuando habla del amor lo hace de una forma absolutamente conmovedora. Recuerda a su esposa muerta, a la que decía que siendo novios se le doblaban las rodillas cada vez que la veía, y que el día que se le declaró, después de dos años de relaciones, tuvo que ser desde la cama con 40 de fiebre de lo malo que se puso. Y durante todo su matrimonio, que duró muchos años, aún se le aceleraba el corazón cada vez que ella entraba en la habitación donde estuviese él. Percibía todavía en su dormitorio el perfume que ella llevaba, o quizá era su olor personal, distinto a cualquier otro. Aunque ella hacía tiempo que ya no estaba, seguía enamorado.
Y cuando le quita importancia a las cosas tan serias de la vida gastando alguna broma, riendo por todo, encontrando el lado jocoso a cualquier suceso por trivial que fuera. No hablar nunca de dinero es la idea que pretende transmitirle al futuro suegro de su nieta, un rico hombre de negocios, y cuando un asunto te preocupe más de la cuenta, hacer algo que te ayude a pasar el temporal, en su caso tocar con la armónica canciones alegres hasta que se alejen los nubarrones. Divertirse, pasarlo bien siempre que se pueda.
Hay quienes se enfadan con él porque no se toma en serio nada, ni a sí mismo siquiera. Es un optimista nato, ve sólo el lado positivo del mundo y no entiende por qué el resto de la gente no hace lo mismo. Sin duda, somos los demás los que estamos equivocados, somos los demás los que no estamos cuerdos: cuántos obstáculos nos ponemos a nosotros mismos y unos a otros.
Aunque la familia de “Vive como quieras” es realmente una panda de lunáticos extravagantes, no me importaría pasar una temporada con gente así: puede que en ellos la sensatez brille por su ausencia, pero seguro me contagiarían (y no me importaría) su desinhibido y despreocupado punto de vista, sería difícil aburrirse, nunca sabrías cada día lo que podría pasar, son personas que se toman la vida como viene, y las decisiones sobre la marcha, sin pensarlas, sin segundas intenciones. Parece que se muevan por los mismos resortes que los niños: la ingenuidad, la inocencia, la ignorancia casi absoluta del mal.
A los padres del protagonista, personas tan encopetadas y acaudaladas, les hicieron una exhibición de lo mejor de su repertorio, hasta el punto de acabar todos con sus huesos en la cárcel: quién les iba a decir que explotarían por accidente todos los fuegos artificiales que se fabricaban en el piso de abajo, provocando un susto descomunal y un gran escándalo en la vecindad. Aunque las cosas suceden con ellos de forma fortuita, es difícil salir indemne: o te vuelves como ellos y te adaptas a la situación, o sucumbes. Y luego no se les puede achacar nada porque se ve que todo lo hacen sin mala intención, y de todos los aprietos salen airosos porque saben meterse al personal en el bolsillo y todos los conocen y los quieren.
A veces pueden parecer incluso tontos, insustanciales, como si vivieran en otra dimensión, sería fácil reirse de ellos. Pero en realidad no es así: cada uno hace lo que le viene en gana y procurando no hacer mal a los demás, aquella es una casa en la que reina la anarquía y cada cual va a lo suyo, pero tienen algo en común que los une además de los lazos de sangre, que es el amor que se profesan entre ellos y a los demás.
Esa es la clave de “Vive como quieras”, que todos somos libres de actuar y pensar como queramos, y que todo es relativo, que nada ni nadie es ni tan bueno ni tan malo como pueda parecer, que las cosas son según el color del cristal con que se miren, y que tendemos a darle a todo más importancia de la que realmente tiene, y lo que no tiene solución no hay por qué darle más vueltas.
Vive como quieras, tú eres tu propio hacedor de tu destino.

jueves, 5 de febrero de 2009

Astronautas











Siempre he creído que se necesitan grandes dosis de entusiasmo y optimismo para desempeñar un trabajo como el de astronauta. Sólo imaginar lo reducido del habitáculo en el que tienen que moverse y los sacrificios que lleva consigo estar en un medio tan poco preparado para la vida humana como es el espacio, me causa pavor.
Sin duda se trata de una vocación, hay que sentir una gran atracción por todo lo que esa vida conlleva, te tiene que gustar mucho para poder solventar todos los inconvenientes que se van presentando. Pero no sé si conocemos realmente cómo es la vida de un astronauta durante una misión.
Después de pasar un duro entrenamiento y ser por fin seleccionado (sueño hecho realidad donde los haya), ya en ruta lo primero a lo que se tienen que enfrentar es a la náusea, que es casi constante, sobre todo cuando la nave se pone en órbita. El “mareo espacial” incluye dolores de cabeza y una sudoración excesiva.
Dentro de la nave no hay arriba ni abajo, no existen los parámetros habituales para medir el lugar que te rodea. Se produce una gran desorientación.
La comida ha mejorado con los años. Al principio, Rusia la envasaba en tubos parecidos a los de la pasta dentífrica, y EE.UU. elaboraba algo parecido a una pastilla de caldo que se ingería después de mojarla en agua. Actualmente se usan una especie de latas que previamente se han metido en cámaras de baja presión para evitar que revienten, y también alimentos deshidratados en bolsas cerradas herméticamente a las que se inyecta agua caliente. Como el sentido del gusto se debilita con la ingravidez, los astronautas suelen preferir las comidas con sabores fuertes. Los líquidos se beben usando pajitas para evitar escapes por la ingravidez. Los alimentos están esterilizados al máximo porque en el espacio no se pueden correr los riesgos que acompañan a la ingesta de productos en mal estado, como diarreas o flatulencias. Suelen ser hipercalóricos, porque en el espacio la más mínima actividad que se realice lleva consigo un gran desgaste energético. No se puede utilizar frigorífico por la gran cantidad de energía que consume, y ésto hace que no puedan utilizarse alimentos frescos. Los platos y cubiertos están magnetizados.
Hace poco que han empezado a instalarse unos retretes que tienen todo tipo de adelantos: los desechos son retirados mediante corrientes de aire, el cual se depura para su reutilización; la orina se expele a unos tubos y se depura también para usarse en la ducha. En los primeros tiempos los tripulantes se tenían que asear con toallitas húmedas, y las necesidades fisiológicas se hacían en pañales, con el consiguiente mal olor. He leído por ahí que las evacuaciones sólidas suelen expulsarse al espacio exterior, donde debido a las bajas temperaturas quedan convertidas automáticamente en restos pétreos que, digo yo, podrían confundirse con meteoritos.
Conciliar el sueño presenta sus dificultades. Los astronautas tienen que meterse en unos sacos adosados a la pared y permanecer atados para no flotar, y colocados cerca de los sistemas de ventilación para que no se acumule el anhídrido carbónico, que produce jaquecas. El ruido de los motores es tan insoportable que suelen necesitar tapones para poder dormir. Como amanece cada 90 minutos, es decir, 16 veces al día, usan antifaces para que la luz no les moleste. Es frecuente el uso de somníferos.
El poco tiempo libre que tienen lo dedican, entre otras cosas, a hacer gimnasia para evitar la atrofia muscular que produce la falta de gravedad. También los hay que en expediciones largas tocan instrumentos musicales, a los que previamente se ha analizado para estudiar si los materiales de que están hechos son tóxicos.
Cuando las misiones duran mucho, surgen necesidades tan corrientes como la de cortarse el pelo, por lo que uno de los miembros tiene que recibir unos cursos de peluquería para que en el proceso no salga flotando nada.
A pesar de las precauciones, son frecuentes los problemas óseos, musculares y circulatorios.
A la hora de formar un grupo, se estudia la personalidad de cada uno de sus miembros para evitar conflictos de convivencia, y se les hace permanecer un tiempo juntos para estudiar su comportamiento y para que se habitúen unos a otros. Se tiene en cuenta incluso el origen: los asiáticos necesitan mucho espacio entre ellos y su interlocutor, por lo que deben acostumbrarse al contacto estrecho.
Los astronautas se quejan sobre todo de la falta de privacidad de sus conversaciones, y del hecho de que el ritmo de actividades que se les encomienda hace que tengan pocas horas para descansar. En la estación Skylab llegaron a ponerse en huelga durante un día entero en protesta por el control al que estaban sometidos.
El aislamiento es la fuente principal de los problemas psicológicos que conlleva esta profesión. El correo electrónico palía un parte ésto, pues se ha revelado como el medio de comunicación que más les gusta y más utilizan.
El sueldo de un astronauta es bajo en relación a otras ocupaciones. El riesgo que corren, la dedicación que requiere y el nivel de preparación no están lo suficientemente pagados. El dinero que cobran no es muy distinto del personal que se queda en tierra. Al principio de la carrera espacial sí había incentivos: coches, casas, etc. Hoy en día el hecho de ser elegido para participar en una misión se considera premio suficiente, como un reconocimiento oficial a los propios méritos que además tendrá amplia repercusión mundial por el seguimiento que hacen los medios de comunicación de cada una de las misiones. Cada astronauta que sale al espacio parece convertirse por un momento en una estrella del mundo del espectáculo, su labor despierta siempre una profunda admiración en la sociedad.
A pesar de lo avanzada que parece la tecnología espacial, en realidad sigue siendo muy rudimentaria: qué es una nave sino un montón de tornillos y planchas aparentemente colocados de forma muy sofisticada, pero que al más mínimo fallo de cualquiera de sus componentes puede dar al traste con toda la misión. Aún falta mucho para conseguir que la vida de un astronauta se parezca lo más posible a la de un ser humano en la tierra, todavía no se ha logrado que sus condiciones de subsistencia se asemejen a las del mundo civilizado. El día que eso suceda se dejará de ver esta profesión como una rareza o como un camino lleno de penalidades que sólo se atreven a emprender unos cuantos masoquistas.

miércoles, 4 de febrero de 2009

En honor a la verdad (XV)




- Me parece increíble que gente como el asesino de Sandra Palo esté libre después de haber pasado una mínima reclusión de 4 años en un centro para menores. ¿Por qué los delitos y los desequilibrios psíquicos se valoran de forma tan distinta dependiendo de la edad de quien los cometa?. Yo soy mayor de edad desde hace mucho tiempo y no sería capaz de hacer lo que hizo ese individuo con muchos años menos. Ser menor no exime de responsabilidad, la gravedad de los hechos no disminuye o aumenta en proporción a la edad que se tenga. La maldad y la perturbación mental están presentes a lo largo de toda una vida, y sólo necesita que la ocasión sea propicia para que salgan a la luz.
Este tipejo está en la calle y en paradero desconocido. Encomendémosnos a Dios y a todos los Santos, porque está claro que la justicia terrenal no está de parte de los que queremos vivir en paz.

- He leído una noticia que fue publicada hace dos años y medio y que me ha parecido casi mentira. Dice así: “La principal empresa de suministro de agua de Gran Bretaña se está planteando la posibilidad de remolcar icebergs desde el océano Ártico hasta Londres, a través del Támesis, para paliar los efectos de la grave sequía. Para la compañía, transportar agua por carretera o con barcos-tanque resultaría demasiado caro (…). La compañía ha descartado que el transporte se pueda hacer por carretera”, porque es agua para 8 millones de personas.
También se ha hablado de provocar lluvia artificial. Lo nunca visto.

- No entiendo por qué en rebajas la gente tira al suelo la ropa, o la deja hecha un higo en los stands. Ponerla a más bajo precio no quiere decir que su valor como tal haya disminuido y haya que tratarla casi como si fueran despojos.
Tras unas rebajas, pareciera que hubiera pasado un ciclón por todas las tiendas. Las empleadas además, como están quemadas porque su trabajo aumenta considerablemente esos días, tratan a los clientes de cualquier manera. De todas formas éste es un país donde la educación en cualquier ocupación que sea de cara al público brilla por su ausencia. Es como si a la gente no le gustara su trabajo, en cambio vas a cualquier otro país, Andorra sin ir más lejos, y es otro mundo. Recuerdo cuando estuve allí que me llamó mucho la atención lo servicial y lo educado que era todo el mundo mientras estaban realizando su trabajo, estaban contentos atendiendo a la gente, y se veía que sabían valorar lo que tenían, su medio de subsistencia, del que muchos otros carecen. Desde las camareras que nos atendían en el restaurante del hotel, hasta los comerciantes en sus tiendas, pasando por el simple hecho de que al ir a cruzar una calle, incluso aunque se hiciera por un lugar donde no hubiera semáforo ni paso de peatones, los coches paraban para dejarte cruzar.
Me gustaría vivir en un sitio así.

- Qué manía tienen algunos de querer marcar récords para figurar en ese famoso Libro Guiness. Y como debe ser que ya se han realizado todas las proezas imaginables y no se sabe cómo llamar la atención, se quiere ser el mejor en las cosas más absurdas y frikies, y todo por pasar a la posteridad, da igual con lo que sea.

martes, 3 de febrero de 2009

Sin miedo


El otro día en una conversación con unas amigas, hablando de otra amiga que está enferma, salió el tema del miedo a la muerte. Todas se quedaron un poco estupefactas porque les dije que yo no tenía miedo a morir. Sí temo la desaparición de mis seres queridos, esa sola idea se me hace insoportable, pero mi propia extinción está más que asumida. Así deberíamos hacer todos, ya que la llevamos escrita en nuestro cuerpo.
En otras culturas tienen todo ésto más que superado, la gente no se rebela contra las reglas de la Naturaleza y tampoco hay resignación ante una evidencia que nos molesta y desagrada: se hace una constatación de la realidad, es lo que hay, no puedes elegir.
Los hay que imaginan cómo sería la vida si no tuviéramos que morir. Es mejor no planteárselo siquiera, para qué quebrarse la cabeza con algo que es imposible. Es un deseo absurdo por lo poco práctico: nuestro organismo no está preparado para resistir el paso del tiempo, y además no cabemos todos en el planeta, seríamos demasiados, hay que dejar sitio a los que vienen después.
¿Por qué temer a la muerte?. Lo que sí da miedo es la agonía, lógicamente, y si la hay, pero por larga que sea no es nada en comparación con los años que hemos disfrutado de la vida. En ésto es como cuando parimos las mujeres, que siempre te desean “una horita corta”, la mayor tontería que se ha inventado. Pues con el final de nuestros días pasa lo mismo, todo el mundo quiere que dure sólo un ratito. Pero pasado ese ratito malo, poco podemos hacer después. Si no existe nada más allá de nuestra existencia mortal no nos vamos a enterar, y si existe como sentimos los que tenemos creencias religiosas, sólo cabe esperar que la benevolencia divina tenga a bien conducir nuestra alma al lugar menos malo que nos merezcamos. Yo no sé si iré al infierno, aunque si me queda aún mucha vida por delante como espero, igual sumo todos los puntos que hacen falta para merecerlo, que todo puede ser, le puedo dar una oportunidad al diablo para que me lleve a su terreno.
La gente te mira horrorizada cuando dices que no tienes miedo a la muerte, sólo a la forma como ésta se produzca. Se creen que es que no te gusta la vida, que eres una especie de suicida en potencia. Nada más lejos de la realidad: doy gracias a Dios por despertar y ver la luz del día cada mañana entrando por la ventana de mi habitación, por seguir viendo a mis seres queridos cerca de mí, por tener todo lo que tengo, que es mucho para mí, por poder disfrutar de lo que me rodea sin mayores problemas. Soy afortunada, no porque no carezca de otras muchas cosas si no porque sé valorar las que tengo y procuro conservarlas como mi más preciado tesoro.
Si quiero estar viva es gracias a mis seres queridos. Si ellos no estuvieran, poco me interesaría el mundo y la vida. En eso sí que me he vuelto muy escéptica con el paso del tiempo: no se trata de vivir a toda costa, mi instinto de supervivencia no es absoluto.
Tengo sueños que deseo llevar a cabo, pero si no pudiera realizarlos tampoco pasa nada. Todo lo que no sea fundamental para mi vida, todo lo que no me aporta gran cosa o termina demostrándose que no merece la pena, se desprende por sí mismo de mi equipaje vital. Es algo así como cuando exfoliamos la piel, quitamos las capas superficiales que ya están muertas para dejar que los poros respiren y renovarnos.
Una compañera de trabajo se lamentaba hace poco de lo rápido que pasa el tiempo, de cómo se nos echan los años encima. Le pregunté si quizá le preocupaba envejecer, el deterioro del cuerpo. A ella eso no le importaba, lo que le angustiaba es que con ese devenir se nos va también la vida sin remedio. Yo sin embargo, si no fuera por mis seres queridos no me importaría que la muerte me hubiera llegado ya. En ciertos sentidos sería un alivio. Será que mi pasión por la vida nunca ha sido lo bastante fuerte, aunque me guste la vida no me aferro a ella con desesperación como hace la mayoría de la gente. Todo sea que si me llegara el momento de estar en el trance de perderla, me abandonara la conformidad que tengo con nuestro común destino.
Creo que he llegado a la mitad de mi vida, si voy a estar en este mundo todo lo que pienso, y siento que el cuerpo y la mente acusa el paso del tiempo, siento que es hora de descansar. Todos deberíamos poder hacer un inciso en nuestra peripecia vital, cambiar el “chip”, quitarse de en medio como en unas mini vacaciones y tener la posibilidad de experimentar otras cosas; así se podría reparar el desgaste, como hacer una puesta a punto para poder seguir el camino como nuevos.
Aún tengo mucho que sentir, que aprender, que vivir. Pero hay que hacer como decía Rosana en su canción: mejor vivir sin miedo. Y si algo nos asusta lo apartamos. Suelen ser cosas que no tienen cabida en nuestro mundo.

lunes, 2 de febrero de 2009

Comerciantes (II)


Ramiro empezó con un modesto local de peluquería sólo para hombres. La verdad es que era un poco infame, con los sillones rotos y un aspecto general de abandono y suciedad. Luego compraron el local de al lado para ampliar el negocio y de la noche a la mañana uno de sus hijos, que se dedica a lo mismo que él, lo convirtió en una peluquería mixta decorada con todo lujo, a la última. Pero él siguió con su parcela de negocio, haciendo un apartado con el dinero que cobraba y usando las mismas toallas sucias. Había trabajado siempre cortando el pelo en los cuarteles y en el Ministerio de Defensa, por lo que tenía cierta tendencia a rasurar las cabezas un poco más de la cuenta. Mi padre, cuando va, lleva también a mi hijo, y le regala caramelos o algún euro. A Miguel Ángel le gusta el lavado de cabeza porque dice que lo hace una chica que le da masajes. Lo malo de Ramiro, además de sus dudosas costumbres de limpieza, es que es muy cotilla.
Javi lleva la pescadería y ahora se ha quedado con el negocio porque su prima, con la que trabajaba y que era la dueña, se ha jubilado y se lo ha dejado. Últimamente trae a su mujer y a sus hijos para que le echen una mano. Nunca he comido pescados como los que se venden allí, exquisitos. Esta Navidad los hijos se peleaban por manejar el aparato para pagar con tarjeta, que han puesto hace poco. Son un encanto.
Pepi lleva la tienda de ultramarinos que existe actualmente en el barrio. Antes de ella había un matrimonio cincuentón que estaban muy gorditos. Hacían churros. Decían las lenguas de triple filo que limpiaban el mostrador con bragas viejas que ella ya no usaba. Pepi es una mujer que ha pasado mucho en la vida y es de las personas que ponen al mal tiempo buena cara. Va siempre muy arreglada y desde que sabe que estoy divorciada es especialmente cariñosa conmigo, y a los niños les regala chuches, batidos, lo que le parece.
Clara tiene la papelería. Cuando entras en su tienda siempre tienen puesta música de fondo, y su gusto, como el mío, es muy variado: jazz, pop, clásicos… Todo lo que necesiten los niños para el colegio y para el instituto lo tienen ellos antes que nadie. Lo malo es que el tema de la política lo tienen muy presente, ellos son de izquierdas y en alguna ocasión les he visto discutir acaloradamente con algún cliente por ello.
Luis hace pocos años que abrió la tintorería. Es un hombre muy ceremonioso y educado, muy afable. Si no es capaz de quitar una mancha se niega a cobrarte, lo tiene como algo personal.
Hay negocios que desaparecieron, como la mercería, que tenía vivienda en la trastienda, y cuando estabas allí a veces se oía el ruido de la válvula de la olla express cuando cocinaban algo. O como la carnicería, que cerró porque él tenía fama de poco higiénico, aunque era muy agradable, lo mismo que su mujer, siempre muy cariñosa, y con mis hijos, de los que solía decir que los llevaba “de dulce” porque le gustaba la forma como los vestía.
El zapatero tenía un local minúsculo y él se sentaba en una banqueta metido en un hueco de la pared. Tenía las manos deformadas por su trabajo artesanal. Hace muchos años que se jubiló y ahora hay un chico sudamericano que usa máquinas, pero ya casi no entro nunca.
El frutero tenía su tienda muy cerca de mi colegio. Era muy conversador, como mi madre, y tenía especial aprecio a mi familia. Llegó incluso a ponerle a una hija suya el nombre de mi hermana. Me llamaban la atención unos barreños de plástico muy grandes que había allí en los que flotaban aceitunas, riquísimas por cierto, que cogía con un cazo. Hace mucho que el negocio está en otras manos, y ya compramos en otro sitio.
La pollería-lechería era un local que estaba por debajo del nivel de la calle y se accedía a él bajando unos cuantos peldaños. Tenía dos puertas porque estaba dividido en dos zonas. Cuando entrabas olía siempre a cámara frigorífica y a leche. Hace mucho que ya no está.
Todos ellos formaron y forman parte del paisaje, de mi paisaje. Sin ellos la vida sería menos cómoda, mi barrio sería menos barrio.
 
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