jueves, 26 de febrero de 2009

Rachida


Rachida Dati es una de esas figuras controvertidas de la política internacional sobre la que han circulado todo tipo de especulaciones y escándalos, suscitando un gran interés en los medios de comunicación tanto por su vida privada como por la pública.
Desde hace tiempo su nombre salta a los titulares en ocasiones y su trayectoria es seguida por cierto sector fariseo e inquisidor que estaba buscando el momento oportuno para lanzarse sobre su víctima, como ha ocurrido con tantos otros personajes conocidos. Ahora le ha tocado a ella a raíz de su reciente maternidad: el misterio sobre la paternidad de su hija parece haberse convertido casi en asunto de estado.
Han corrido ríos de tinta sobre su humilde origen, la segunda de doce hermanos, hija de un albañil marroquí y una argelina. El padre los educaba muy estrictamente: exigente con sus estudios, rígidos horarios (el que llegara tarde pasaba la noche fuera), con jornadas que empezaban a las 5 de la mañana.
Rachida destacó pronto por su pulcritud, sus ganas de trabajar, su tenacidad y su necesidad de llamar constantemente la atención: a ella no le gustaba pasar desapercibida.
A los 14 años empieza a trabajar para pagarse sus estudios: reparte publicidad, es dependienta en un supermercado y vendedora de cosméticos a domicilio. Entre los 16 y los 18 años se dedica a cuidar ancianos y es enfermera en una clínica.
Nada más acabar sus estudios de Derecho, siguiendo la tradición es obligada a casarse con un amigo del padre, bastante mayor que ella. Tiempo después convenció a su marido para solicitar la anulación de mutuo acuerdo.
Se marcha a Londres para escapar de la presión familiar. Hábil relaciones públicas, se introduce en el mundo de la banca y después, ya de nuevo en Francia, en el de la política. Sus armas son no tenerle miedo a nada y apostar por uno mismo, lo que hace que no dude en acercarse, como por casualidad, a cuantos personajes influyentes se le pusieran al alcance. Despliega todos sus encantos personales y es una maestra de la adulación.
Hace 7 años conoció a Sarkozy, fascinada por su carisma, y se hace íntima de la que entonces era su mujer. Con él trabajó en el proyecto de prevención de la delincuencia cuando era todavía ministro del Interior, y medió en las protestas por la ley que prohibía el velo islámico en las escuelas.
Después de que Sarkozy alcanzara la presidencia y la hiciera ministra de Justicia, empezaron las polémicas por su gusto por lo fastuoso, la excesiva cantidad de dinero que gastaba ejerciendo las funciones de su cargo: carísimas recepciones en tiempos de crisis, costosas comidas privadas, noches en hoteles de lujo, vestidos, joyas…
Sus medidas al frente de su ministerio tampoco han sido bien vistas, sobre todo por letrados y jueces, a los que según he leído “tiene en pie de guerra”: recorte de los tribunales de 1ª instancia, rebajar la edad penal de los delincuentes, recuperar las condenas a perpetuidad, introducir los divorcios por vía notarial, retención de criminales muy peligrosos en centros especiales tras acabar su condena, abolición del juez de instrucción independiente, etc. Tuvo también que hacer frente a las reclamaciones de los condenados a penas mayores que pedían la instauración de la pena de muerte. Además pretende hacer una reforma de la Carta Judicial con el fin de agilizar una justicia tan colapsada como la española pero sin aumentar los medios materiales.
Las últimas críticas que ha recibido han sido originadas por su rápida incorporación al trabajo después de su reciente maternidad. Ella dice que sigue el ejemplo de su madre, que a los dos días de dar a luz ya estaba otra vez al frente de la casa. Sólo que a ella no le quedaba otra, siendo como era la suya una familia numerosa y con escasos recursos. Rachida tiene siempre para ella palabras de cariño, pues aunque era analfabeta, supo sacar a sus hijos adelante y que nunca les faltara nada. Aunque hace ocho años que falleció, aún no ha logrado superar su pérdida.
Rachida se ha convertido en todo un símbolo en Francia, ya que es la 1ª vez que se ve a una mujer de origen inmigrante musulmán y encima madre soltera, que logra llegar a un puesto como el que ha alcanzado ella. La mayoría de las musulmanas de su generación, como he podido leer, no podrían aspirar a otra cosa que a ser mujeres de la limpieza. Alguien hecho a sí mismo. Quizá sus métodos no han sido muy ortodoxos, pero suele ocurrir con quien no ha nacido con facilidades y tiene que hacerse un camino en la vida luchando contra un destino que hubiera sido muy distinto para ella si no se hubiera rebelado.
Dicen de Rachida que es inasible e impredecible, tenaz y trabajadora, con madera de superviviente y un volcánico carácter, temido en ocasiones por los que han trabajado con ella. Hasta el momento parecía importarle muy poco las críticas que suscitaba. A partir de ahora no sabemos. Puede que sea verdad que su ambición no tiene límites, pero en realidad no hace si no desenvolverse en un mundo copado por los hombres y con las artimañas de éstos, aunque a ellos no se les cuestiona de la misma forma.
A los cargos públicos sólo debería medírseles por el rasero de su eficacia en el trabajo, no por su vida privada o su biografía. Y las medidas que tome como ministra van respaldadas por el presidente de su país, que es el máximo responsable. El tiempo dirá lo que va a ser de ella, pero tenemos la impresión de que seguirá levantando polémicas a su alrededor. Es algo consustancial a su persona.

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