viernes, 20 de junio de 2008

En honor a la verdad


- Qué afán de propiedad tiene siempre todo el mundo: mi casa, mi coche, mi pareja, mi todo. Nos creemos que estamos más aferrados a la vida porque un papel diga que algo o alguien nos pertenece. Si no es así parece que no somos nadie, que pasamos por la vida como las maletas por la estación. Qué gran mentira: no somos dueños de nada, ni siquiera de nuestra propia existencia, porque por decidir no decidimos, salvo en caso de suicidio, ni la hora en que dejamos este mundo en el que nos creemos tan afianzados.
No somos propietarios de personas, porque no somos quién, ni de cosas, porque se extinguen, ni de sentimientos, porque se diluyen y desaparecen. Fugacidad.

- Es curiosa la capacidad de orientación en movimiento que tienen algunas especies animales: si contemplamos una bandada de pájaros o un banco de peces, se comportan de forma muy similar, desplazándose sincronizadamente a gran velocidad sin chocar nunca entre ellos, formando grupos numerosos, como si entre los individuos existiera una comunicación casi telepática que hiciera posible esa coreografía perfecta. Armonía y destreza, que a veces tenemos los seres humanos sólo tras mucho entrenamiento.

- Frase llamativa del taxista blogero: “Soy taxista porque necesito vivir muerto de miedo”. La inseguridad ciudadana: mal común en la gran ciudad, mal de todos.

miércoles, 18 de junio de 2008

Yves




Qué se puede decir de Yves Saint Laurent que no se haya dicho ya: que era una persona extremadamente frágil, un ser atormentado e inestable que solía castigarse a sí mismo, cálido y tímido en público, apasionado tanto en su trabajo como en su vida privada, un torrente de ideas y de creatividad durante toda su vida, trabajador incansable, coleccionista de antigüedades y amante de las artes en general, exquisito, adorador de la mujer desde la sensibilidad que su condición homosexual le proporcionaba.
Precisamente esta característica suya fue motivo de escarnio para él, pues en el colegio le maltrataron por ello. El apoyo de su madre fue fundamental. Para ella fueron sus primeros diseños cuando aún era adolescente, ella fue la que cosió sus bocetos ayudada por otra mujer contratada al efecto. Más adelante, cuando consiguió situarse, en sus desfiles se sentaba en la primera fila y vistió siempre sólo las creaciones de su hijo.
Sus padres querían que estudiase leyes, pero él decidió ir a París y estudiar diseño, que no tardó en dejar porque le aburría. Con 17 años el boceto de un traje de cóctel con corte asimétrico le supuso un premio del Secretariado Internacional de la Lana.
Por entonces el director del Vogue francés pidió a su amigo Christian Dior que le recibiera, posponiendo las vacaciones que estaba a punto de comenzar. Se inició así una colaboración que duró sólo dos años por el repentino fallecimiento de Dior de un ataque al corazón, pero durante la cual se entendieron casi sin palabras, tal era la timidez de ambos, sólo con el intercambio de miradas.
Tras la muerte de Dior se hizo cargo de la dirección de la empresa y creó la línea trapecio, que revolucionó el mundo de la moda y acaparó el 50% de la exportación de alta costura de Francia en aquel momento.
Al ser llamado a cumplir el servicio militar, comenzó una etapa de su vida absolutamente devastadora que le dejaría secuelas para siempre. Tuvo que ser recluido en un hospital psiquiátrico con delirium tremens y una profunda depresión. Lo que pudo ver allí en los dos meses y medio que duró su internamiento no hizo sino recrudecer su situación. Yves siempre atribuyó al exceso de medicamentos que le administraron por entonces su adicción posterior a las drogas, que le duraría 20 años. Cuando salió su deterioro físico era importante, pues apenas pesaba 35 kgs. para su 1,80 de estatura.
A su vuelta a París otro diseñador había ocupado su lugar y, aconsejado por su socio y amante, demandó a la casa Dior por daños morales y fundó su propia casa.
Con el tiempo abriría su primera tienda de prêt-à-porter, con lo que ponía modelos originales al alcance de la gente de la calle. Fue la socialización de la moda. Las mujeres se disputaban sus saharianas, inspiradas en su infancia en Argelia, donde nació, y sus blusas transparentes y trajes pantalón. Hasta entonces estaba prohibida la entrada en los mejores locales del mundo a las mujeres que llevaran pantalones, por lo que se dio el caso que una multimillonaria que vestía uno de sus smokin femenino a la que se le impidó la entrada a uno de estos clubs, decidió quitarse la parte de abajo y entrar sólo con la chaqueta.
Fueron aquellos años locos en los que Yves y su amante llevaban una vida noctámbula al límite.
La impresión que le causó el fallecimiento de una amiga, por una sobredosis de heroína, provocó que iniciara una interminable sucesión de crisis nerviosas que le llevaron a ser cliente habitual de centros médicos y clínicas de reposo. Cuando las lograba superar solía aparecer en público visiblemente avejentado, frágil y con la mirada perdida. También cualquier mala crítica a su trabajo le conducía a la depresión y la inestabilidad.
Durante su trayectoria profesional ideó colecciones con inspiraciones exóticas: africanas, marroquíes, chinas, siempre con gran éxito. Hizo en una ocasión una inspirada en los ballets rusos, que fue muy elogiada y que él consideró la más bella.
Pintores como Picasso, Van Gogh o Matisse le inspiraron.
Apasionado de la ópera, el teatro y la literatura, creó decorados para espectáculos de música y danza, y para el cine.
Diseñó joyas y complementos, y lanzó a mediados de los setenta una línea de perfume, “Opium”, que supuso un escándalo porque se dejó fotografiar desnudo para la campaña publicitaria. Yves le dio mucha importancia a la creación de perfumes, al contrario de lo que se hacía en otras casas de moda.
Tras el abandono de su amante, tocó fondo, aunque siguieron siendo socios y amigos. Sólo salía para presentar sus desfiles o ir a la ópera.
Yves Saint Laurent dio rienda suelta a su creatividad a lo largo de su periplo laboral y creó colecciones rompedoras que revolucionaron la estética de la moda. Siempre tuvo un toque personal en todo lo que hacía que lo distinguía de los demás diseñadores, como su costumbre de regalar personalmente a cada modelo cinco minutos antes de que empezaran sus desfiles un bouquet de rosas blancas, su flor favorita.
Recibió innumerables premios por su trabajo, aunque él siempre se comportó de forma sencilla y agradecía mucho todos los reconocimientos públicos de que le hicieron objeto. Posiblemente fue eso lo que le permitió seguir adelante, pese a sus avatares personales.
Alguien que le conoció muy de cerca le describió a la perfección: "Era de una exquisitez absoluta [.....], su delicadeza, su educación [......], su fragilidad [......], su entusiasmo por su trabajo".
Una vida intensa, un hombre muy particular. Yves.

jueves, 12 de junio de 2008

Territorio Comanche


Se suele decir que un lugar es un “Territorio Comanche” cuando entras en una zona que se considera peligrosa, que sabes que pertenece o está vigilada por otros que normalmente son salvajes, y en la que no vas a ser bien recibido en la mayoría de los casos. Si hay un territorio así que yo conozca es la habitación de mi hijo.
Desde que nació su hermana, cuando él tenía casi dos años, convirtió su dormitorio en un lugar particular al que sólo podían entrar quienes él decidiera.
Aún tengo en la memoria lo chiquitito que parecía cuando estrenó su cama para dejar el sitio que él ocupaba en la cuna a su hermana. Parecía que se iba a perder en aquella inmensidad de sábanas.
Siempre ha sido muy poco cuidadoso con sus cosas, por lo que los juguetes le duraban poco. Le compré un baúl enorme de mimbre con forma de casa para que los metiera, pero hasta el baúl destrozó, y el siguiente que le compré, ya de madera, de momento sólo tiene rota la tapa, que arrancó de sus bisagras.
Cuando empezó a ir al colegio, tuvo un pupitre desmontable de plástico en el que hacía sus deberes, parecía tan formal y tan bonito cuando se sentaba allí.....
Ya siendo más mayor le compré mesa, sillón giratorio y ordenador. Por imitación de su hermana colgó un tablón de corcho en la pared para poner las cosas que le gustaran, pero la verdad es que hasta que su padre no se marchó de casa no tuvo nunca muchas ganas de poner nada en él. Este año sin embargo que empezó el instituto, tiene dos paredes llenas de trabajos suyos en los que le pusieron buena nota o que le gustó hacer, clavados con chinchetas y en los que se pueden ver mapas, dibujos de animales, redacciones....
Miguel Ángel, cuando quería decir algo y no le apetecía hablar, hacía un dibujo muy significativo y lo pegaba en su puerta por fuera para que lo viéramos al pasar. Una de las veces en que su padre le regañó mucho por algo que había hecho, dibujó un hombre musculoso con un brazo doblado en el que se marcaba mucho el bíceps, y escribió algo que no recuerdo muy bien y que venía a decir que no tenía miedo de nadie porque él era lo bastante fuerte para defenderse, y como que tuviéramos precaución.
A veces pinta calaveras con huesos cruzados y pone “Peligro”, o el símbolo de las áreas radiactivas para indicar que se entra en zona nociva para la salud.
Últimamente pega dibujos que se baja de Internet sobre juegos de ordenador que le interesan y que representan bichos feísimos.
A su hermana, hasta hace poco, ni siquiera la dejaba entrar en su habitación, por lo que la pobre se sentaba en el dintel de la puerta si quería charlar un rato con él o jugar. Esta manía, que siempre he intentado evitar que tuviera, parece que ya va remitiendo. Ahora deja que ella se eche sobre su cama, o se quede mirando lo que hace en el ordenador, pero algunas veces al cabo de un rato la costumbre regresa y le dice que se vaya.
Nunca he visto a alguien que fuera tan particular con sus cosas y que desde tan pequeño defendiera su parcela de intimidad tan celosamente. Miguel Ángel no se da por aludido cuando le digo que igual que él entra y sale libremente de todas las habitaciones de la casa, la suya no es una excepción para los demás.
La habitación de Ana es un Territorio Comanche muy femenino. Tiene las mismas cosas que su hermano, sólo que aún le dura en casi perfecto estado el baúl de mimbre para sus juguetes. Tiende a ser desordenada, aunque desde que ya se va haciendo mayor procura de vez en cuando ordenar un poco sus cosas. Ella siempre tuvo su tablón de anuncios lleno de trabajos suyos, fotos, colgantes y todo lo que le gusta o le llama la atención. Por todas partes hay frasquitos de perfume, y un ramito de margaritas de tela adorna su mesa. Ana nunca ha impedido el paso a nadie a su habitación, pero a su hermano lo echa con cajas destempladas y algún que otro portazo cuando se pone pesado o la hace rabiar. A veces pone post-it en su puerta con dibujos para recordar cosas que tiene que hacer al día siguiente. Su habitación siempre ha tenido mucha personalidad, como es ella.
Un dormitorio es como un microcosmos que representa el universo particular de una persona, y su evolución a lo largo de los años. Y en algunos casos, como el de Miguel Ángel, son un auténtico Territorio Comanche.

miércoles, 11 de junio de 2008

Maniática de la última palabra (XVI)



- Es increíble lo que hace la droga con las personas. Viendo el caso de gente conocida como Whitney Houston o Amy Winehouse, al contemplar las fotos que aparecen de ellas últimamente, me hago cruces de cómo se mantienen en pie todavía. Whitney Houston, que empezó desde muy joven en el mundo del espectáculo y nos tenía acostumbrados a una imagen de belleza y glamour, con esa voz tan maravillosa que tenía, símbolo absoluto de la feminidad y la sensibilidad, es quizá quien más me impresiona. Es un dolor ver así a estos seres que nos han transmitido tantas cosas bellas, y que sufren un proceso de autodestrucción que no tiene retroceso. Cuántas personas hay así, que no han sentido el amor de los demás lo suficiente, y sobre todo que no se han querido a sí mismas.
- Qué sentimental es mi hijo con sus cosas. Hace unos días le cambié su cama porque la que tenía estaba ya muy vieja, y se puso triste al saber que se la habían llevado al vertedero. Yo de niña llegué a rescatar de la basura, sin que nadie me viera, un plato de loza que se había partido por la mitad y en el que comía todos los días. Lo lavé, lo metí en una bolsa y lo puse en lo más alto del armario de mi habitación, en el lugar más escondido posible, hasta que algún tiempo después lo descubrieron. A mi hija, cuando era más pequeña, le pasaba con las cosas que le gustaban o le llamaban la atención, y así una Navidad ví que fueron desapareciendo poco a poco los adornos del árbol, hasta que un día los encontré en su dormitorio ocultos en un lugar secreto. Mi hijo habría escondido su cama vieja si hubiera podido.
- Frase del taxista blogero que me ha gustado: “Le saco a la vida todo el jugo que me permite el Código Penal”.
- ¿Será cierto lo del Síndrome de China?. Algunos piensan que no: “Cuando el núcleo de un reactor se funde por falta de refrigeración el combustible nuclear, uranio enriquecido o natural o plutonio en los nuevos reactores de generación rápida, la masa derretida del combustible y acero del núcleo caerá al suelo, continuará con la reacción de fisión y el calor generado irá quemando lo que encuentre a su paso, formando un agujero hacia el interior de la Tierra, y saliendo eventualmente por el otro extremo del planeta, es decir, China.”
Pues lo que les faltaba a los chinos.

miércoles, 4 de junio de 2008

Cuestión de pelos


Dicen las lenguas de triple filo que a las mujeres nos encanta ir a la peluquería, pero hay algunas que no sólo no nos gusta si no que nos ha resultado en ocasiones muy accidentado intentar ponernos un poco bellas.
La primera peluquería que pisé en mi vida estaba en mi barrio y se encontraba en un semisótano. No me gustaba ir porque pensaba que allí se quedaban con una parte de mi persona que sólo a mí me pertenecía. Con ocho años yo tenía una melena que me llegaba por el trasero, y mi madre decidió un día que mi hermana y yo teníamos que ir más fresquitas. Cuando mi padre vió la media melena que nos dejaron, que en realidad tampoco estaba mal, estuvo sin hablarle a mi madre una semana.
Más tarde empezamos a ir a otra, no lejos de la anterior, donde te encontrabas a un montón de vecinas que habían hecho de la peluquería la sala de estar de su casa. Como también se dedicaba a las depilaciones, un día vimos a un niño pequeño que, sentado en el suelo sin que nadie le hiciera caso, se metía en la boca un trozo de cera reseca que tenía pegados un montón de pelos negros. Aquello, y el hecho de que a mi hermana le metieron en una ocasión un tajo en una oreja con las tijeras que a poco no lo cuenta, hizo que decidiéramos cambiar nuestros horizontes.
En la época universitaria iba a una academia, de la cadena Rizo’s, donde a cambio de no cobrarte nada tenías que dejar que experimentaran contigo como si de una cobaya se tratase. Allí, alumnos venidos de todas partes de España, la mayoría con peluquerías propias, practicaban contigo las últimas tendencias. A mí me hicieron alguna que otra escabechina, como una vez que me lo cortaron casi al uno, pero como era jovencita tampoco me quedaba mal. En una ocasión uno de los profesores, un chico joven y muy enérgico, me escogió al azar, me sentó en una especie de asiento de barbería de diseño, y me estuvo cortando el pelo frente a un montón de personas, mientras me hacía girar en el asiento en todas direcciones a gran velocidad para ir mostrando cómo iba quedando. Debió ser todo un éxito porque hubo muchos aplausos al final.
Luego durante años estuve probando el resto de las peluquerías que fueron inaugurando en mi barrio y las de varios kilómetros a la redonda, pero cuando en alguna ocasión me veían aparecer por allí por segunda vez debían creer que me tenían segura como cliente y entonces se esmeraban mucho menos, por lo que dejaba de ir.
Una vez me encontraba por la zona de Goya haciendo unas compras, y decicí meterme en una que parecía un poco antigua pero por lo menos no tenía casi gente. Maldita la hora en que se me ocurrió entrar allí. Una colección de seres de apariencia siniestra, con visibles taras físicas, me recibió con aparente amabilidad inicial. Pero el remate fue el peluquero jefe. Nunca antes me habían cortado el pelo sin usar tijeras, pero más que a navaja me lo hizo a navajazos, mientras soltaba todo tipo de improperios a una de las que trabajaba allí, a voz en grito y sin importarle la impresión que pudiera causar. En una de esas, viéndole tan agresivo, temí que me fuera a rebanar el cuello. La nuca me la remató con maquinilla eléctrica, con lo que me sentí oveja trasquilada. El caso es que no me dejó del todo mal, pero el susto que pasé, yo sola allí en aquella especie de casa de los horrores, no lo sabe nadie. Muchas veces crees que una peluquería tiene que estar bien sólo por encontrarse en una zona inmejorable, pero es evidente que no siempre es así.
Últimamente me he hecho asidua, algo extraño en mí hasta el momento en lo que al asunto capilar se refiere, a una peluquería que está cerca de donde trabajaba antes, y en donde me tratan siempre de película da igual las veces que vaya. Los sillones en los que te sientas cuando te lavan la cabeza dan masajes, mientras te ponen imágenes de Naturaleza en una pantalla de video y con música relajante. Para amenizar el tiempo que allí se pasa, te ofrecen revistas y un café con un bombón. Como sólo voy cuatro veces en el año, son momentos que dedico única y exclusivamente a mi persona y los agradezco enormemente.
Y es que a la cabellera no se le da a veces la importancia que tiene, porque según cómo se lleve te cambia la fisonomía por completo.
En cuestión de pelos no hay nada escrito.
 
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