domingo, 31 de julio de 2011

Amy


Nunca deja de sorprendernos la muerte de alguien cuando se trata de una persona joven, aunque desde hace tiempo presintiéramos que ese sería su final. Es el caso de Amy Winehouse, otra estrella rutilante de carrera artística irregular, que ha sucumbido a sus propios miedos y debilidades usando las mismas cosas que otros antes que ella. Parece que el dinero y el éxito, cuando se ganan muy deprisa, termina por ahogar a quien los ha ganado.

No han parado de repetirnos en los medios de comunicación que Amy ha pasado a engrosar el grupo de los que mueren prematuramente a los 27 años, todos figuras controvertidas de indiscutible talento. Aunque el halo de ella quizá no fuera tan fulgurante como el del resto de ilustres dorgadictos y alcohólicos que la precedieron con sus afanes suicidas, no sé si porque no le dio tiempo a desarrollar su arte o porque éste pareció apagarse a poco de haber surgido.

Dedicó Juan Manuel de Prada el día 25, en la sección de opinión del ABC, un artículo bellísimo a esta joven cantante y compositora, de la que él había hablado anteriormente en su sección del XL Semanal, a propósito de su curiosa imagen y su estilo tan personal, y en él decía que la había escuchado mucho en una época de su vida que fue triste y en la que se sintió perdido, porque en sus letras y su música veía reflejado aquello por lo que él estaba pasando, lo que le suponía un consuelo. Pero una vez superada aquella etapa, sus canciones sobre amores tormentosos y adicciones varias le parecieron algo muy lejano, ajeno a él, aunque siempre conservó el respeto por su arte, y su figura le siguió conmoviendo igualmente.

Hay partes que me impresionan enormemente. "En un pasaje de Blade Runner, Turkel, el "dios de la biomecánica", le dice a Roy Batty, el replicante interpretado por Rutger Hauer, que las vidas cortas brillan más, "y tú -apostilla- has brillado muy intensamente". También Amy Winehouse había brillado muy intensamente, con ese brillo estragador de las criaturas capaces de vislumbrar las llamas del infierno y, todavía más, de atraerlas a su propia vida, consumiéndose en su fuego; y era ese brillo de una vida arrojada a las llamas, en combustión aflictiva e inexorable, lo que la envolvía en una particular aureola de tragedia, a la vez atractiva y repelente, como es la atracción que ejercen el abismo y la pulsión autodestructiva".

Juan Manuel de Prada duda mucho de que sea cierta la imagen que pretendían proyectar de Amy en los medios de comunicación, siempre hambrientos de carnaza. "Hay quienes dicen que Amy Winehouse era una mentecata, un juguete roto, un producto del cálculo comercial y la impostura; yo creo que en su vida, aspaventera y desnortada, había sin embargo un dolor verdadero, que nacía de la aproximación a ese límite borrascoso que sólo las almas muy sensibles y muy rotas son capaces de vislumbrar y abrazar, hasta fundirse con él, como las polillas vislumbran y se abrazan a la luz que las calcina. Hay almas muy sensibles y muy rotas que hallan una luz divina que las rescata, sana y recompone; y hay almas muy sensibles y muy rotas que se arrojan a una luz infernal que las devora y aniquila. Amy Winehouse fue de estas últimas; pero en su inmolación -seguramente desquiciada y absurda- hay un fondo de sufrimiento acongojante y jeroglífico que me conmueve e interpela, tal vez porque en él descubrí, en determinado momento de mi vida, una cierta hermandad".

Siempre me he preguntado de dónde les viene a estos jóvenes artistas tanto dolor. Es inevitable comparar el caso de Amy con el de Whitney Houston, otra voz prodigiosa a la que las adicciones condujeron a su propia inmolación, también de la mano de una mala relación amorosa que las introdujo en el camino del infierno. Sólo que Whitney ha gozado de una carrera un poco más larga, y hasta ha podido tener hijos, algo que Amy anhelaba.

Realmente, si algo les faltaba, si se sentían inseguras e infelices, si no supieron valorar su talento o si éste las sobrepasó, cualquiera podría haberlas llevado a los abismos. Pero el hecho de amar y no ser correspondidas es causa más que suficiente para buscar el olvido de sí mismas, la propia destrucción, y la muerte.

Amy tenía los pulmones destrozados por el crack y el corazón muy débil. Ni siquiera la autopsia ha podido revelar las causas de su muerte, y se ha tenido que esperar a análisis más minuciosos para saber que su cuerpo sufrió un shock por un síndrome de abstinencia alcohólica al que ella misma había llegado por propia voluntad, sin asistencia médica, harta de clínicas e interminables tratamientos.

Siempre me ha parecido que son criaturas con carencias afectivas que les vienen desde su infancia, y cuando esas carencias se perpetúan al llegar a la edad adulta, entonces se termina por extinguir las pocas ganas de vivir que aún les quedaran, y ya nada tiene sentido para ellas. Después de ver un reportaje en televisión que se hizo hace año y medio, en el que aparece el padre de la cantante hablando todo el tiempo de ella, pero de la manera como una persona interesada y vulgar hablaría de un trofeo que quisiera exhibir, puedo entender muchas cosas. Incluso pretendía participar aportando su voz en uno de los discos de su hija (no lo hace mal), a lo que ésta se había negado, y como revancha se había dedicado a grabar el suyo propio en un estudio, aprovechando su filiación. Me pareció un ser necio y mezquino, sin principios.

Estos artistas con grandes problemas emocionales no son capaces de percibir el cariño del público, porque entre éste y ellas se interponen los buscadores de carnaza ávidos de sangre a cambio de unas cuantas monedas. No alcanzaba a ver Amy en todas sus dimensiones, como tampoco los que la precedieron, cuánta gente la quería y admiraba, al estar siempre en tela de juicio, expuesta a la despiadada opinión pública que tan pronto encumbra como destruye. Quizá su vacío no podía ser llenado sólo con ese amor popular. Pero ¿para quién cantaba sino?, ¿a quién ofrecía entonces su talento?, ¿qué es un artista sin su público?. Debió olvidar en algún momento del camino cuál era su meta.

Al final, lo que quedaba de Amy era casi una caricatura de mujer, su famoso peinado cada vez más extraño e imposible, sus ropas cada vez más chuscas, su agresividad creciente que la llevaba a tener contínuos problemas con la justicia inglesa. Era como un animal enjaulado y herido que pugnaba por salir de su encierro, con uñas y dientes. Las cicatrices en los brazos provocadas por sus intentos de automutilación son una muestra de ello.

Nos queda el recuerdo de sus momentos felices, plenos de creatividad, en los que nos regalaba su voz grave, profunda, resquebrajada, que arañaba el alma, y ese sonido inconfundible de sus canciones, que nos lleva a otro tiempo pasado, cuando la música no se hacía con sintetizadores, y llenaba los espacios con resonancias rotundas.

Reproduzco la apostilla final con la que Juan Manuel de Prada termina su artículo. "Ahora que los periódicos pregonan, con varios años de retraso, su muerte, le deseo un descanso eterno. Tal vez sea un deseo quimérico, pero nadie merece más el cielo que quien padeció el infierno en vida, fundido en su misma llama".

sábado, 30 de julio de 2011

El camino de vuelta


Hoy nos toca ya regresar a casa, se nos acabaron las vacaciones. En realidad aún no tengo que regresar al trabajo hasta dentro de nueve días, y además va a ser visto y no visto, porque me llamaron hace un par de días para decirme que me habían concedido un concurso de traslados de los muchos que pedí, curiosamente el primero. Nunca antes me habían dado una vacante en pleno verano, en mitad de las vacaciones. Es un poco flipante.

Hasta que no regrese no empiezan a computarse los plazos para cesar en mi puesto actual e incorporarme a mi nuevo puesto. La verdad es que estoy muy sorprendida, pues siempre me ha llevado mucho tiempo conseguir una vacante en otro sitio cada vez que lo he solicitado. Cuando pasé de Defensa a Justicia estuve un año pidiendo sin parar, y cuando pasé a Cultura fueron dos interminables años. Ahora, sin embargo, no me ha llevado ni dos meses, aunque no es la vacante que más me hubiera gustado que me hubieran dado.

Voy a ir a un sitio de Fomento que está cerca de donde trabajaba hasta ahora. Tengo curiosidad por saber cómo serán mis nuevos compañeros y el trabajo que voy a desempeñar. Es un edificio antiguo, de techos altos y pequeña escalinata de mármol a la entrada.

Un poco más de nivel, un poco más de sueldo y la posibilidad de saber más sobre otras cosas. Estar haciendo siempre lo mismo es aburrido.

En fin, tomémoslo con calma, tantas novedades. 

jueves, 28 de julio de 2011

En el agua


Hace poco hubo una curiosa competición en la playa, en la que socorristas agrupados por equipos venidos de toda España intentaban ser los más rápidos en una peculiar exhibición de salvamento.

Primero participaban las chicas. Cada equipo constaba de 4 personas. Una de ellas se lanzaba al agua tras el toque de silbato que indicaba el inicio de la competición, y cuando llegaba a una boya lejana hacía señas para que se lanzara otro miembro del equipo, que llevaba colgando de la cintura un flotador alargado, un auténtico lastre para poder nadar más de prisa. En cuanto llegaba a la boya, volvían los dos miembros juntos nadando hacia la orilla, donde les esperaban los otros dos que quedaban, que les hacían señas con los brazos para que no perdieran el rumbo. Al llegar, el que llevaba el flotador se detenía y los de la orilla cogían por debajo de los brazos al otro y lo arrastraban hasta la arena, donde lo dejaban tumbado.

Mi hija se fijaba en los cuerpos de las nadadoras, todas muy jóvenes, pues no debían tener más de 17 ó 18 años. Dijo que no le gustaban, porque sus espaldas eran demasiado anchas y casi no tenían pecho, confundido con la masa muscular del tórax. Es curioso como cada deporte forma el cuerpo de una determinada manera. A mí lo que me encantan son sus bañadores, cruzados por atrás y altos en los muslos. Se adaptan perfectamente a la fisonomía, como si fuera una segunda piel. Lo que no me han gustado nunca son los gorros para sujetar el pelo, tiene que haber pocas personas a las que les favorezca semejante complemento, hace cabeza de huevo.

Me llamó la atención lo fácilmente que se despistaban las nadadoras al volver a la orilla. Yo creía que aunque fueras a gran velocidad, al llevar las gafas para proteger los ojos podías ver bien por dónde ibas, lo mismo que las nadadoras de las competiciones de piscina. Pero debe ser que no es así, que una cosa es nadar en un espacio reducido señalizado con cuerdas de las que no te puedes pasar, y otra muy distinta es nadar en mar abierto, porque no se tienen referencias.

Después participaron los equipos de los chicos. Casi todos tenían poca estatura, tan sólo había alguno que destacaba por su altura. Todos lucían pectorales atléticos, anchas espaldas y un pequeño trasero. A mi hija le gustaron más estos cuerpos, cómo no. Ellos se lanzaban al agua con más fiereza, pero hubo uno, de los que llevaban el flotador, que al regresar se tumbó en la arena y dijo casi sin resuello que creyó en un momento dado que iba a ahogarse. Consumen las energías más de prisa que las chicas y se ponen más en peligro. 

A la siguiente prueba ya no nos quedamos. En ella montaban en piragua dos personas, un miembro de distinto sexo de cada equipo.

Y siguiendo con las imágenes refrescantes de verano, estuve viendo un rato la competición femenina de saltos en el Campeonato Mundial de Natación de Shangai. Me maravilla ver a las nadadoras evolucionar en el aire tras saltar del trampolín, los giros, la forma como sujetan las piernas cerca del cuerpo y cómo se dirijen al agua como si fueran flechas. Las tomas bajo la superficie, cuando bucean hasta llegar a las escaleras, son muy plásticas. Las asiáticas encabezaban el marcador, con sus cuerpos menudos y sus simetrías llevadas al milímetro. Las demás tenían gran envergadura física y parece que costaba más levantar sus cuerpos en el aire y llevar a cabo los movimientos precisos hasta llegar al chapuzón final. Había una, no recuerdo si rumana, que era más alta que las demás, y con  más años creo, a la que se veía distinta del resto, con su pelo largo y rubio y un bañador diferente. Ejecutaba los giros en el aire con un estilo especial.

Ahora que se me acaban las vacaciones, me quedan estas refrescantes y acuáticas imágenes en la memoria. Quizá sea lo que más eche de menos, el poder estar a remojo.



martes, 26 de julio de 2011

Un poco de todo (XX)


- Gracias a Fernando Pedroche y Jeanneth por su incorporación a las filas de mis denodados seguidores. Me satisface saber que no soy olvidada en esta época de vacaciones y descanso, pues el personal, en lugar de ocuparse sólo de cosas que quizá no tenga oportunidad de hacer el resto del año, saca tiempo para dedicarlo a la lectura de blogs y otras formas de expresión de las muchas y variopintas que existen. Gracias pues.

- Hoy es el santo de mi hija y mi cumpleaños. Cumplo 45 años. Ahí es na. Hace poco me descubría ella, mientras me estaba planchando el pelo, 4 ó 5 canas en la parte de atrás de la cabeza, debajo del montón de melena que tengo, confundidas entre las mechas rubias. "Son los sufrimientos", me dijo mi hermana, que ya tiene unas cuantas desde hace bastante, "no creas que es sólo la edad". Vaya consuelo. No me las había visto. Me sentí decepcionada, pues pensaba que había heredado la cabellera de mi abuela Pilar, que se fue de este mundo sin una sola cana.

  Sin embargo ahora mismo me encuentro muy bien. No así cuando llegué aquí, a principios de mes, al iniciar mis vacaciones. Tenía las rodillas y los pies doloridos, y tenía todo el cuerpo anquilosado. Pensé que los años se me habían echado encima de golpe este invierno, y los kilos. No soy tan mayor como para sentirme tan mal. Ahora, con un poco de natación, y libre temporalmente de algunas preocupaciones, he recuperado mi forma. Pero temo que cuando vuelva a mi vida normal me pase otra vez lo mismo.

Me gustaría poder hacer natación todo el año, aunque las piscinas cubiertas de los polideportivos me desagradan, porque están saturadas y la gente te pasa por encima nadando como si no existieras, pues por alguna razón todo el mundo va más rápido que yo. Parece que fueran a apagar fuego. Sé de un gimnasio por el centro, en el que estuve hace tiempo, que tiene también piscina. Puede que vaya allí. Porque mi espíritu no acusa los estragos del paso de los años, antes al contrario, está mejor que nunca, pero el cuerpo necesita cuidados de otra clase, los básicos para llevar una vida saludable.

- La verdad es que estas vacaciones se me han pasado volando. No sé si es porque hemos tenido un mes de julio anodino, sin apenas días de calor y sin mosquitos. Hasta granizó en una ocasión, algo que no había visto nunca por estas latitudes. El tiempo ha sido algo fuera de lo común: ha habido una noche de vendaval en la que creía que saldrían volando hasta las palmeras. Y otra noche con una lluvia torrencial estrepitosa que me recordó a las que hay en la selva. También ha habido bastantes días nublados, con un aire fresco que hacía recordar a las playas del norte.
 
  Benidorm ha sido siempre la avanzadilla de todas las nuevas tendencias que se implantarán después en el resto de la península. Cuando aún no se habían visto nunca los Aqualunds, aquí hacía años que existían. Lo mismo pasó con los gofres, por poner un ejemplo. Ahora se han puesto de moda unas tiendas muy luminosas pintadas de verde doncella en los que se ofrecen nada más que yogures, de todas clases. También unos locales en los que hay peceras en las que los clientes remojan sus pies para que unos pequeños peces les coman, sin dolor ninguno, las asperezas y todas aquellas impurezas que uno pueda tener  ahí.

  Me va a costar mucho, como me suele pasar siempre, resignarme a la vuelta de las vacaciones al calor seco y sofocante de Madrid, y a no tener sobre mi cabeza todo el cielo azul del mundo, a no poder adentrarme en el mar a diario para disfrutar del frescor de sus aguas. Hay que volver al trabajo, a ese edificio hermético en el que parece que estamos todos como en una pecera gigantesca, atrapados.

   Nunca tengo bastante en lo que a disfrutar de la Naturaleza se refiere. El estilo de vida que se lleva en la gran ciudad es antinatural, aberrante. En fin. Resignación.

domingo, 24 de julio de 2011

El capítulo final de Harry Potter


Enfrentarse a una nueva película de Harry Potter es siempre una experiencia interesante en la que no sabes con qué te vas a encontrar. Mucho han cambiado los personajes y el estilo con el que se han rodado las diferentes historias que componen la saga a lo largo de más de una década. Mi hijo me preguntaba cuántos años tenía él la primera vez que fuimos al cine a ver el inicio de lo que después sería un fenónemo a escala mundial. Y la verdad es que ya ni me acuerdo, pero era bastante pequeño.

Mi favorita será siempre ese primer film que nos dio a conocer a Harry y sus inseparables compañeros. Muchos otros se fueron añadiendo después, entre alumnos de Hogwarts y profesores, a cual más original, pero esa imagen inicial de unos niños con aspecto inocente, vestidos con esos ropajes negros tan serios, más propios de jueces que de gente menuda, lanzados a un mundo misterioso y oscuro, es la que quedará para siempre en mi memoria.

Me encantaba el universo creado por Rowling, primoroso, barroco, lleno de color y de imaginación. Los objetos, los hechizos, los paisajes a vista de pájaro, todos los rincones del colegio, el tren que los llevaba hasta allí y la estación, con ese sabor antiguo que ya no se percibe en las de hoy en día, tan frías y vastas. Quizá fuera la novedad, el ver materializado un mundo que respondía a una imagen, un ideal que sólo existía en mi imaginación y que nunca pensé poder contemplar como algo real, con ayuda de las modernas técnicas de recreación por ordenador.

Pero a partir de la tercera o cuarta película ese universo se ensombreció. Coincidiendo con el crecimiento de los actores protagonistas, convertidos en adolescentes, se modificó el tono de los argumentos y se expuso a los intérpretes a escenas cada vez más arriesgadas, a momentos cada vez más siniestros, morbosos y fatalistas. Fue aquí cuando la historia de Harry perdió interés para mí, aunque nunca del todo.

En un reportaje que vi las cámaras se metieron en el rodaje de esta última película, el capítulo final de Harry Potter. Los actores, ya convertidos en adultos, confesaban su absoluta fascinación por el mundo ideado por Rowling, y lo maravilloso de los escenarios, construidos para rodar una sola escena y que eran destruidos enseguida, para consternación de los protagonistas, porque les parecían hermosos y únicos. Afirmaban sentir tristeza porque sabían que aquel era el último film que rodarían sobre Harry, la última vez que estarían juntos, después de tantos años compartiéndolo todo. El actor que interpreta a Ron decía que tenía montones de juguetes en su camerino, que llevó cuando empezó a trabajar allí siendo un niño.

Nunca una historia como ésta ha marcado tanto la vida de sus protagonistas. Todos se han hecho millonarios, todos han sentido en carne propia lo que es la fama, y ya nunca sus vidas volverán a ser las que eran. Y para cada uno el destino repartirá distinta fortuna, porque aunque navegaran todos en el mismo barco, no por ello todos  tomarán el mismo rumbo ni llegarán al mismo puerto. A la propia Rowling es a la que más ha debido impactarle el cambio sufrido, siendo sus comienzos tan modestos, cuando tenía que escribir sus relatos en las servilletas de papel de la cafetería donde pasaba las tardes junto a una taza de café, pues no tenía dinero no ya para comprarse una máquina de escribir, sino ni siquiera para folios.

En esta última película, pensé en un cierto momento que la escritora iba a eliminar definitivamente a Harrry, pues suele ser un tanto retorcida a la hora de imaginar desenlaces. Me pareció cruel, pues si quería dar por zanjada una historia que ya la debe tener más que exhausta, no hacía falta conducir al protagonista a un destino tan penoso después de haberlo hecho pasar por tantos sufrimientos e incertidumbres. Como se decía en el propio film, es como si fuera el cordero que es llevado al matadero después de haber sido cebado durante mucho tiempo. Pero finalmente no fue así. Las escenas finales de los actores, caracterizados como si tuvieran más años, casados y acompañando a sus hijos en la estación donde cogerían ese mismo tren que los llevó a ellos a Hogwarts tiempo atrás, me parecieron una solución más benigna, un alivio para los espectadores, y también una salida muy convencional.


Pero no creo que se cierre la puerta a nuevas aventuras en el futuro. Los hijos pueden continuar la saga, acompañados por sus padres, y así formar una gran familia harrypotiense en la que todo puede suceder. Aunque la frescura de aquella primera película que llevó a la gran pantalla a Harry Potter, héroe doliente, ejemplo de resignación y abnegación donde los haya, ya no volverá a repetirse.



 

viernes, 22 de julio de 2011

Olas


Ya me estaba empezando a preguntar cuándo habría un día de olas, y hoy justo ha sido uno de ellos. Sin embargo, este año no sólo han puesto la bandera roja indicando peligro para los bañistas, sino que además uno de los pocos socorristas que hay en la playa se paseaba por la orilla de un lado a otro pitándole con un silbato a todo el que viera que sobrepasaba la línea donde rompe el oleaje.

Y es un fastidio, porque antes se conformaban con izar la banderita y que cada uno hiciese lo que quisiera. Además, las veces que he salvado a gente de ahogarse han sido en días tranquilos, y por descuidos muy tontos, pues se trataba de personas que apenas sabían nadar y en un momento determinado perdían pie y se asustaban.

Es cierto que hoy había mucha corriente lateral, pero resaca no creo que hubiera gran cosa. También es verdad que hace pocos años cambiaron la línea de costa al traer más arena para los fondos, y ahora las olas rompen muy atrás y casi no se hace pie, por lo que resulta peligroso.

Recuerdo hace tiempo que nos gustaba ponernos justo antes de romper, cogíamos impulso saltando en el suelo y nos dejábamos izar todo lo alta que era la ola, para luego descender a gran velocidad. Si rompía antes nos sumergíamos para evitar el choque, y yo abría los ojos en el agua para ver desde abajo el efecto del oleaje cayendo a plomo sobre la superficie, como las imágenes que captan las cámaras con los surfistas. A veces nos dejábamos llevar mi hermana y yo subidas a una balsa, aunque el descenso brusco al romper, y el esfuerzo que había que hacer y la pericia que había que tener para mantenerse sin que te arrastrara el remolino centrifugador de espuma, era algo que sólo entonces me sentía capaz de realizar. La fuerza del agua te llevaba a velocidad meteórica hasta la orilla, en medio de un montón de espuma, y era como ir en un coche de carreras. Cuánta emoción. A mis hijos les compré algún año una pequeña tabla que es la que usan los niños en días como éstos, y la verdad es que es muy sólida y la manejaban muy bien. Últimamente casi no se ven ya, es como todo, en cada temporada se pone de moda una cosa diferente.

Este año, entre la prohibición del socorrista y que me dolían las rodillas por el esfuerzo de mantenerme de pie aguantando el envite del oleaje, no he estado mucho en el agua. Ya no siento esa antigua alegría salvaje que me embargaba, cuando el cuerpo me obedecía con agilidad y presteza, y entonces estaba segura de mí y me veía capaz de todo.

Me encanta estar en la playa los días que hay oleaje y está un poco tormentoso, como hoy. No hace falta abrir la sombrilla, y me gusta cerrar los ojos y sentir la brisa fresca que llega del mar atronador en la cara. Como la marea sube tanto hay que situarse muy atrás para que el agua no te alcance, y se forman lagunas con un poco de espuma en torno a las cuales se pueden ver algunas palomas blancas y pequeños gorriones. Las nubes se reflejan en ellas, y la luz tiene un brillo plateado sobre esos improvisados estanques. A los niños más pequeños les gusta chapotear en ellas, y si sale un poco el sol, sus aguas se calientan.

A lo lejos, no tan lejos en realidad, se ven llegar las olas en tandas, desplazándose a gran velocidad, subiendo y bajando tumultuosas en filas unas detrás de otras, para deshacerse en violentas cascadas de espuma. Entonces tienes la sensación de estar bañándote en un jacuzzi gigantesco.

A mi abuela Pilar le encantaban también, y aunque no sabía nadar le gustaba verse escoltada por mi padre y su hijo, o mi padre y uno de sus hermanos, que la cogían cada uno por un brazo y la ayudaban a saltar cuando llegaba la ola. Nada la arredraba. 

La gente ve estos días de otra manera últimamente, con el tema de los tsunamis. El mar siempre ha impuesto mucho respeto, y todos sabemos la fuerza que el agua puede llegar a tener. Qué mas quisiera yo que saber hacer surf, un deporte que para muchos es una forma de vida.

Conformémonos con admirar a los que saben cabalgar las olas, moverse entre los rulos de espuma, las cortinas de agua, y mantenerse en pie durante mucho tiempo hasta llegar a las tranquilas aguas de la orilla.


jueves, 21 de julio de 2011

Medusas


Esta mañana cundía la alarma en la playa. Habían llegado unas cuantas medusas a la zona de bañistas y se veía inquieta a la gente, mirando a su alrededor en el agua, hoy más transparente que nunca. A lo lejos, además de la bandera habitual para indicar el estado de la mar, ondeaba otra de color blanco con una medusa pintada en negro para alertar del peligro, algo que es obligatorio desde hace poco.

Cuántas veces me han picado a mí, desde bien pequeña. Cuando en Torrevieja con 5 años aprendía a nadar ya sentí su urticante contacto por vez primera. Donde veraneo ahora también varias veces, aunque mis dos experiecias más terroríficas tuvieron lugar mientras nadaba en aguas profundas. En una me encontré con una medusa de frente, flotando casi a ras de la superficie, y con unas proporciones exageradas. Debía tener de diámetro como mi brazo extendido, transparente y majestuosa. El susto que me llevé no debió ser tan grande como el que debió llevarse ella. Creo que salimos cada una por un lado, huyendo despavoridas. La segunda vez no la llegué a ver nunca, pero debía tener también un tamaño considerable a juzgar por la marca que me dejó en la parte de atrás de la pierna, un latigazo rojo que me llegaba desde el muslo hasta el tobillo, y que en el momento de producirse fue como un trallazo que me paralizó la pierna y me produjo un intenso dolor, que me hizo difícil volver a la zona donde se hacía pie en condiciones normales. La señal de su tentáculo me duró algo más de un mes.

Por eso esta mañana nadaba yo en aguas profundas con cierta cautela, y sólo me encontré con una de ellas cuando ya estaba llegando a la zona donde se hacía pie. Pero la medusa que vi no era como las que habitualmente acostumbro a ver. Era pequeña, como del tamaño de un puño, y de color violáceo. Se desplazaba con gran propulsión a chorro, creo que intentando alejarse de la gente. Y la verdad es que es extraño que haya medusas porque la temperatura del agua desde hace varios días no es precisamente cálida.

Hubo gente que sacó alguna con una pala de las que se usan para jugar con una pequeña pelota, para tirarla a la basura no sin antes hacerle una foto. Hoy en día se hacen fotos hasta de las cosas más extrañas. Además cuando alguien descubre alguna y la exhibe como un trofeo antes de darle el finiquito públicamente, atrae por un rato la atención de la gente, que debe pensar que se trata de un individuo con mucho valor por atreverse a lidiar con semejante bicho peligroso. Es como si se convirtiera en un héroe por un rato, el héroe de la playa, como si se tuvieran esos cinco minutitos de gloria que todos ansiamos alguna vez en la vida. Qué lástima, con qué cosas más extrañas y lamentables se obtiene hoy en día reconocimiento.

Mi cuñado quiso sacar a la que vimos, y cuando yo le dije que la dejara seguir su marcha me respondió que era para que no se multiplicaran y terminaran picándonos a todos. No se da cuenta, como la mayoría de la gente, que somos nosotros los intrusos, que somos nosotros los peligrosos, invadiendo un ecosistema que no es el nuestro y apropiándonos de él a nuestro capricho. Mira como cuando desaparecemos del agua, los peces vuelven a nadar con fluidez y las gaviotas se posan sobre el agua tranquilamente.

Mi padre recuerda las que había en Ceuta, donde él nació. Dice que eran muy pequeñas y como de un color azulado violáceo, y que precisamente el líquido urticante era aún más venenoso cuanto menor tamaño tenían.

He leído mucho sobre ellas y visto algún reportaje en televisión, y sé que en realidad no es un único animal con pequeños tentáculos, si no que esa forma de paraguas que tienen es su casa y que los tentáculos que cuelgan de ella son los animalitos. Su líquido urticante paraliza en segundos a los pequeños peces de los que se alimentan. Su contacto es como una descarga eléctrica. No se dirigen a ningún lugar en particular ni van contra nadie, sino que se dejan llevar por las corrientes. No existen seres más pacíficos y bellos, sobre todo las que crecen en zonas tropicales. Hay montones de tipos diferentes de medusas, de todos los colores y tamaños, algunas luminiscentes. El problema está en cuando te cruzas en su camino, como pasa con la mayoría de los animales.

Hace tiempo que leí un reportaje sobre las medusas que crecen en el mar del Japón, y publiqué en un post una foto espectacular al respecto. Como han desaparecido las especies que las depredaban, se desarrollan y aumentan de tamaño sin control. Se veía en esa foto una que había alcanzado los doscientos y pico kilos de peso, y un buzo que flotaba a su lado parecía un muñequito. He llegado a pensar que quizá los seres humanos empezamos a formar parte ya de su dieta, pues en proporción al tamaño del animal así será su alimento.

La gente sólo se percata del daño que producen y las ven como animales peligrosos. Y lo peor es que a los niños se les transmite ese miedo, y esta mañana había algunos que no querían abandonar los brazos de su padre o su madre como la única forma de sentirse a salvo.


Disfrutemos del mar como siempre, y si las vemos dejémoslas libres en su medio natural, como al resto de la fauna marina.

 

lunes, 18 de julio de 2011

Tribus urbanas


Mi hijo últimamente le da por cortarse el pelo como me parece que he visto en el cine que lo debían llevar los arapahoes, casi al cero por los lados y con una zona central en la parte de arriba de la cabeza con pelo. Creo que los últimos fichajes futbolísticos lo están poniendo de moda, aunque en ellos el resultado es aún más salvaje, entre piercings y tatuajes.

Estoy echando un vistazo de vez en cuando a la televisión ahora mismo, que están poniendo Apocalypto, la magnífica película que dirigió Mel Gibson sobre el mundo de los mayas hace siglos, y que ya había visto, y compruebo que la apariencia de estas tribus que vivían en estado salvaje en la selva no es muy distinto del que tiene una gran parte de la gente joven hoy en día.

No sé si terminaremos poniéndonos los platos que en el Amazonas se colocan los indígenas en el labio inferior, o las argollas que alargan el cuello de las mujeres jirafa en África, pero sí que muchos de los abalorios habituales en esos ambientes han sido adoptados por ciertos sectores de nuestra sociedad "civilizada". Las anillas en los lóbulos de las orejas, o una clavada en la ternilla de la nariz como se hace con el ganado para poderles pasar una soga con la que llevarlos de aquí para allá; los pequeños objetos metálicos o de madera atravesando cejas, aletas de la nariz, pezones, ombligos, lenguas y hasta vaginas; la multitud de pulseras de escaso valor y mucho colorido que casi cubren medio brazo; los tatuajes en prácticamente todo el cuerpo...

En mi juventud, y sobre todo porque estudié en una facultad como la de Periodismo que era el crisol de todas las tendencias, tuve oportunidad de ver de cerca todo tipo de tribus urbanas. Hace un rato lo recordaba con mi hermana, que también estudió allí. Los que más atención llamaban eran los punkies, con sus enormes crestas de colores y el resto de la cabeza rapada, sus ropas de cuero, sus botas militares, sus muñequeras tachueladas, hebillas por todas partes, pendientes y ojos pintados con kohl. Me viene a la memoria la imagen de uno en particular que era muy alto y delgado, con la cresta amarilla, con el que coincidí una vez en el ascensor de la facultad. Se sacó un peine, estiró los brazos hacia arriba y se puso a atusarse la cresta con toda naturalidad. En su actitud había algo de desafío, de burla, de provocación. Se fijaba en si se le quedaban mirando. Les encanta llamar la atención.

También había lo que ahora llamarían góticos, con sus guardapolvos negros, sus rostros maquillados con polvos blancos, los ojos sombreados como si vinieran de ultratumba. Resultaban bastante siniestros. Después algunos mods, vestidos como en los años 60, con tonos verde oscuro. Y también algunos rockers, que se retrotaían más aún en el tiempo, a los años 50, con sus tupés, sus vaqueros o sus pantalones de cuero super ajustados, las faldas cortas almidonadas ellas.


Hoy en día la gente sigue agrupándose, pero las motivaciones han cambiado. Se forman bandas en las que sus integrantes defienden extrañas ideologías o pretenden utilizar su origen como una seña de identidad defendida a sangre y fuego. Los skins heads, con su pensamiento neonazi, o los latin kings, con su violenta prepotencia que hace pensar en un complejo de inferioridad mal digerido respecto al resto de las sociedades de otros países, en las que no terminan nunca de integrarse, son sólo una pequeña muestra del desarrollo de estas nuevas tribus urbanas que nos invaden. 

Siempre me ha parecido curiosa la necesidad de cierta gente de pertenecer a un determinado grupo, de formar parte de una entidad más o menos reconocible, con un aspecto muy determinado y unas costumbres concretas. Suelen tener normas muy rígidas, y no se perdona al que pretenda ignorarlas. Todo eso a mí me horroriza. Detesto las etiquetas, las clasificaciones, el tener que identificarme con un sector, una escala social ni nada parecido, y mucho menos tener que seguir estrictas directrices impuestas por otros. Las imposiciones en general me repatean. En una sociedad como la India me sería muy difícil vivir, con sus castas inamovibles. Nunca he seguido las modas en el vestir, ni siquiera cuando era joven, sólo aquello que me gustara. Tengo una ideología política, que se corresponde sólo en parte con un partido en particular. Poseo creencias religiosas que no siguen al pie de la letra los dictados cristianos, y que desde luego en nada coinciden con ciertas sectas como el Opus Dei, tan considerada socialmente.

No hay nada que desconcierte más que una persona que no cuadra con ningún parámetro conocido, que no puede ser clasificada como si de una especie animal o vegetal se tratara. Eso no está bien visto en sociedad, se tiende a rechazar al que se distingue, a no ser que tenga carisma suficiente como para erigirse en líder de la manada, o algún talento especial que le reporte reconocimiento y admiración.

¿Terminaremos como en Apocalypto luchando unas tribus contra otras para conseguir la hegemonía de la selva?. ¿Se seguirá comienzo el pez grande al chico, como ha sucedido siempre en la historia de la Humanidad?. Y a los que no pertenecemos a tribu ninguna, aunque por nuestra raza, nivel económico o el trabajo que tengamos ya se nos clasifique directamente con pobres etiquetas propias de mentes prejuiciales, ¿nos dejarán en paz, o todos estaremos involucrados en la misma guerra aunque no queramos?. Con la creciente violencia social que padecemos, parece que nadie va a poder vivir tranquilo. Ya deberíamos saber todos que no hay mayor signo de debilidad que el uso de la fuerza, se pertenezca a la tribu que se pertenezca. 

domingo, 17 de julio de 2011

Balenciaga según Givenchy


Balenciaga
Con motivo de la apertura del museo que sobre la figura de Balenciaga se ha abierto en Guetaria, Guipúzcoa, localidad donde nació, y de cuya fundación es presidente fundador, el conde Hubert de Givenchy tuvo unas palabras de recuerdo para su gran amigo y maestro, el hombre del que aprendió el oficio que ha sido el motor de su vida.

Apodado Le Grand por su talento extraordinario y por su estatura (mide dos metros), Givenchy, nacido en  Francia hace 84 años, puede presumir de haber tenido entre su clientela a lo más selecto y granado de la alta sociedad. Jackie Kennedy Onassis, Grace Kelly, Lauren Bacall, Marlene Dietrich, Ingrid Bergman, la duquesa de Windsor o Farah Diba pasaron por su mítico establecimiento de la avenida George V de París, a unos metros del taller de Cristóbal Balenciaga, del que se considera discípulo y del que habla con reverencia.

Pero fue su colaboración durante más de cuatro décadas con Audrey Hepburn, para la que diseñó el vestuario de Sabrina y Desayuno con diamantes, así como un perfume legendario, L´interdit, la que cimentó su reputación como uno de los más grandes modistos de la historia. Givenchy, nacido en el seno de una familia aristocrática y huérfano de padre desde los dos años, supo que quería dedicarse a la moda a los nueve. Se retiró en 1995.

Soltero contumaz, coleccionista de arte (Picasso, Brancusi), apasionado de la botánica (contribuyó a la restauración de los jardines del Palacio de Versalles), y amante de los animales (tiene varios perros), Givenchy personifica el buen gusto. 

Al hablar de Balenciaga lo califica como un creador honrado, un ser humano maravilloso. "Venía de un pueblo pequeño, de una familia humilde. Su padre era marinero; su madre, costurera. Trabajó muchísimo. No hablaba demasiado. No porque fuera un snob, sino por su carácter. Era un hombre sencillo. Al mismo tiempo, era un perfeccionista. Le obsesionaba el detalle".

Piensa que su ropa era un reflejo de su manera de ser. "Su moda era honesta, no hacía trampas para lograr un efecto. Respetaba el cuerpo humano. Todo era cómodo, por muy sofisticado que fuese. No había vulgaridad. Sus diseños buscaban embellecer a la mujer. La mujer era lo más importante. Ahora la ropa acapara todo el protagonismo, empequeñece al bello sexo". 

Balenciaga respetaba las telas. Los tejidos tienen vida propia. "El olor de la seda es alegre, te entran ganas de vivir. Christian Dior dijo: «Nosotros hacemos lo que podemos con los tejidos, pero Balenciaga hacía lo que quería. Porque entendía el tejido». No solo era bueno en el corte, también en la arquitectura, en las proporciones. Realzaba la sutileza, la fragilidad. Era como un pianista del que todavía nos siguen asombrando sus interpretaciones. La moda de Balenciaga es atemporal".

Se decía que las mujeres se movían de manera diferente nada más ponerse un vestido de Balenciaga. Givenchy cree que su ropa trataba siempre de liberar el cuerpo. "Si una mujer se mueve con libertad, es más bella. Si usted lleva una chaqueta que le tira de la manga, no está cómodo. No es usted mismo. Y como no se siente seguro, no luce bien. Pero la ropa de Balenciaga se adaptaba al cuerpo. No al revés. Permitía que el cuerpo se moviese con soltura".

Balenciaga le dio una vez un consejo: sé honesto con tu clientela. Y ese respeto lo extendía a todos los que trabajaban con él, desde las costureras a las vendedoras. Era un hombre recto, muy religioso. Lo que hacía era verdadero. Rezumaba verdad. "Tenía una gran ética del trabajo. Es un revolucionario de la moda. Pero su revolución es imperceptible, discreta. Se fundamenta en miles de pequeños detalles. Es un trabajo duro. Podía hacer cien pruebas en un día y luego tenía los hombros tan cargados que ni podía moverlos".

A Balenciaga se le considera uno de los más grandes, hasta Coco Chanel lo reconoció, y no era una mujer fácil de deslumbrar. Sin embargo, era muy accesible. Había en aquella época un sentido de la camaradería que hoy sería impensable entre competidores. Balenciaga ayudaba a la gente. Era muy atento. Ayudó a Enmanuel Ungaro, a Courrèges... A cualquiera que trabajase en la moda. "A mí me ayudó muchísimo. Él sabía que yo necesitaba saber más de corte, me faltaba técnica. Y seleccionó a algunos trabajadores de su taller para que trabajasen conmigo. Excelentes. Imagine su generosidad".

Balenciaha era un adelantado a su época. Vio que las cosas iban a cambiar muy rápido y que para él era mejor parar. Antes la gente viajaba en barco, la vida se tomaba con más calma, se iba más despacio a todas partes. "Sus clientas le encargaban vestidos de gala, de cóctel, de noche. Tenían mucho personal para ocuparse del vestuario. Pero la gente empezó a viajar en avión. Más rápido, con menos equipaje. Y, además, la mujer fue incorporándose al mundo laboral. Y la alta costura se quedó como una cosa de otra época". Que se retirara en la cima de su carrera profesional no fue una cuestión de dinero. Tenía éxito, una gran clientela, muchos trabajadores. Pero creyó que su momento había concluído.

Audrey Hepburn vestida por Givenchy
Algunas de sus mejores clientas lo pasaron mal. Mona Bismarck estuvo dos días sin salir de su dormitorio. Balenciaga recomendó a Givenchy que la vistiese. Pero su musa fue Audrey Hepburn, que se convirtió en su amiga durante más de 40 años. "Era una persona de una gran lealtad. Me siento un privilegiado por haberla conocido y haberla vestido". Ella decía que se sentía segura cuando vestía la ropa que él le diseñaba, que desaparecía su timidez. "Era un ser humano al mismo tiempo frágil y con una enorme fortaleza interior. Muy independiente. Nunca fue una de esas estrellas mimadas ni caprichosas. Lo pasó muy mal durante la Segunda Guerra Mundial. Fue una niña perseguida y le quedó siempre esa impronta. Amaba a los niños. Fue embajadora de Unicef. Nunca escatimaba esfuerzos. Incluso cuando le quedaban pocos meses de vida".

Cuando entró en su tienda por primera vez y le anunciaron que la señorita Hepburn quería verlo, pensó que se trataba de Katharine Hepburn. "Y ahí estaba esa chica, vestida como un gondolero. Incluso le dije que no podía ser su modisto. Pero después cenamos juntos, me explicó sus proyectos. Y me conquistó. Su simpatía. Su frescura". Ella tenía un sentido innato de la elegancia. "Cada mujer debe ser fiel a sí misma, seguir su intuición. Cada mujer debería saber lo que le favorece".

Givenchy cree que no hay entre las actrices actuales nadie que se le pueda comparar. "Audrey era única. Las estrellas actuales no tienen un estilo. Puede que tengan buen gusto y sean muy guapas, pero no hay nadie con una identidad única, que marque una tendencia y que vaya a perdurar".

Sobre el estado de la moda hoy en día es más bien pesimista. "La moda siempre fue arte e industria. Pero ahora no es moda. No es verdadera. La moda se acabó. Sólo hay que echar un vistazo a cualquier revista de moda. ¿Dónde está la creatividad? No hay una dirección, una línea, un estilo. Solo hay colecciones y más colecciones. Y diseñadores que han perdido el contacto con la realidad y muestran ropa imposible, disparatada. No piensan en la mujer a la que se supone que deben vestir. Piensan en ellos. ¿La moda?. C´est fini. Ha muerto".

Givenchy también se retiró cuando estaba en lo más alto, aunque su caso es diferente al de Balenciaga. "Yo vendí mi compañía a Louis Vuitton. Pero seguí trabajando varios años como diseñador de la casa. Había gente maravillosa, como Racamier. Daba gusto. Luego la compañía la compró Bernard Arnault y todo cambió. Ya no se me consideraba el jefe a bordo. Y comprendí que para mí se había terminado".

Sobre los problemas de sus sucesores, el suicidio de Alexander McQueen, los problemas con la justicia de Galliano, no le gusta hablar, especialmente de éste últiimo. "Galliano no hace moda. Está ahí solo para vender zapatos y bolsos. ¿Ha visto alguna vez a una mujer vestida de Galliano por la calle? No. Vende imagen. Crea espectáculo. Desfile, fotos, show, extravagancia, publicidad... Pero cuando el suflé de desinfla, ¿qué queda?".

Givenchy cree que hay una crisis de creatividad. "Pero sobre todo se olvidan de lo que debe ser el principio de todo diseñador, que no es otro que embellecer a la mujer a la que viste. Ahora se trata solo de tener una marca, vender unos productos y ganar dinero".

Así ve Givenchy el pasado y el presente de un universo que ha sido el centro de su vida durante décadas. Tuvo el privilegio de conocer a personas de gran talento y humanidad. Con sus recuerdos nos hace ver la moda de otra manera, su pasado esplendor, y nos hace sentir añoranza de un tiempo, que yo no he conocido, en el que el diseño de ropa era un punto y a parte en el mundo de la creatividad artística.


sábado, 16 de julio de 2011

Ruidos


Parece ser que la época de vacaciones estivales es el peor momento para encontrar ese merecido descanso que todos buscamos al menos una vez al año. Por alguna razón en este país nuestro al que sigo sin considerar europeo por muchas razones, el verano sirve para hacer todo lo que no hacemos en invierno, aunque suponga una molestia insorportable para los demás. Se puede trasnochar, se puede celebrar lo que sea, se puede dedicar uno a los hobbies que normalmente tenemos postergados por falta de tiempo, pero sin hacer más ruido del que unas mínimas normas de convivencia  hacen necesario.

¿Por qué la gente menuda tiene que quedarse rondando hasta las tantas de la madrugada, aunque hayan dormido siesta, sólo porque a sus padres no les apetece acostarse a una hora prudencial y no tienen con quién dejarlos?. No me extraña que los más pequeños terminen gritando como locos, histéricos por la falta de descanso.

Y los que vienen al amanecer de la juerga nocturna, vociferando y cantando a pleno pulmón por culpa de la borrachera de turno. Siempre son hombres, no he oído todavía a ninguna mujer que le de por ahí, aunque se emborrache también. La educación debería estar presente incluso en momentos como esos en los que parece que no sabemos ni quién somos. A menudo me he preguntado qué necesidad tienen los que empinan el codo de llamar la atención, sea de la forma que fuere, y de aullarle a la luna.
En los apartamentos que ocupamos en vacaciones no nos falta de nada. El motor de una gran cámara refrigeradora, que ralentizan un poco durante la noche, de un restaurante que está en la planta baja; la pequeña carretera que pasa por delante, que no tiene mucho tráfico, y menos a altas horas de la madrugada, pero cuando van y vienen las motos y los coches del sarao nocturno por supuesto no lo pueden hacer sin  poner la música a toda pastilla y cantar a grito pelado; los días de oleaje en que el ensordecedor bramido del mar se mete en las habitaciones; al amanecer los pájaros pían desesperados durante bastante tiempo hasta que sus padres terminan de alimentarlos; mis padres que empiezan a trastear en la cocina desde por la mañana temprano para hacer la comida (no se pueden cerrar puertas porque si no no corre el aire); yo, que el verano pasado ya empecé a roncar, y este año mi hija ha optado por abandonar la habitación que comparte conmigo y con su hermano para irse con su cama al salón, donde la despierta el resto de mi familia en el desayuno, pues se levantan pronto.
Mi casa de Madrid me parece casi un remanso de paz, porque aquí, sólo con el hecho de estar situados frente al mar, realmente no hay un solo momento de silencio. Pero en Madrid mi hermana y mi cuñado no tienen la misma suerte que yo. Ellos soportan los ruidos de las cámaras frigoríficas de un pequeño local que está situado justo debajo de su dormitorio y que hace incluso vibrar su cama. A pesar de las advertencias el dueño del negocio no ha hecho ninguna mejora para evitarles este sufrimiento, antes al contrario incluso les ha insultado en alguna ocasión. Mi hermana, que no se ha quedado nunca atrás en esto del manejo del lenguaje, recurre a unos extraños latinajos de producción propia para calificar a este señor y que pronunciados por ella me causan siempre gran hilaridad. Lo llama "homo hijoputensis", rama de la que descienden muchos homínidos que conozco. Para remate, se intalararon hace un tiempo unos chinos en un gran local que está justo debajo del salón de la casa de ellos, con lo que tienen que soportar también la bulla de un negocio de alimentación que no tiene horarios normales de apertura y cierre, que atrae a mucha gente ruidosa los días de partido, y a los que incluso han visto luchar contra unos ladrones que querían robarles usando las mismas técnicas karatecas que en cualquier película de Jackie Chan.
Aquí en los apartamentos la gota que colmó el vaso tuvo lugar la noche del 14. Cuando nos acabábamos de acostar, alrededor de las doce, unos petardos tremendos y unos cohetes nos hicieron saltar de las camas. Un grupo nutrido de gente estaban armando bulla en la playa. Había hasta niños pequeños. Mi padre, que este año aún no se había estrenado mandando callar por alguna de las ventanas a cualquiera que hiciera ruido, se despachó a gusto indignado llamándoles idiotas y paletos, sin ningún resultado. Él no es una persona malhablada, ni le gusta dar voces, pero hay situaciones que te hacen perder la calma.  Un coche de la policía pasó por allí, momento en que dejaron de tirar cohetes. En cuanto se fueron, volvieron a la carga. Y así hasta la una de la madrugada, en que volvió a pasar la patrulla, posiblemente advertida por la llamada de algún vecino, que les conminó a desistir de sus empeños festivos, señalando muy elocuentemente hacia los edificios de la zona, dándoles a entender que molestaban, algo que a ellos por lo que se ve les tenía completamente sin cuidado. Resultó que eran franceses, y estarían celebrando supongo el 14 de julio. Yo pensé que eran de la zona, porque estando en la tierra de los fuegos artificiales por excelencia como es la comunidad valenciana, tenemos cada cierto tiempo muestras muy expresivas de tal afición, como el año pasado con motivo de los mundiales de fútbol.

Si todos hiciéramos lo mismo, raro sería el día en que no oyéramos alguna traca. Nosotros celebramos el 14 el cumpleaños de mi madre, el 15 el aniversario de boda de mi hermana y mi cuñado, y el 16 el santo de mi tía. Pero es que los franceses son así con su fiesta nacional, lo tienen que festejar a sangre y fuego, sea o no el momento y el lugar más adecuado.

Quizá nos tendríamos que ir a un convento, con monjitas que hicieran voto de silencio. Allí la paz más absoluta estaría asegurada. Quizá demasiado.

miércoles, 13 de julio de 2011

Verano azul


No sé cuántas veces han repuesto la serie Verano azul desde que la emitieron por primera vez hace ya tantos años. Y qué distinta parece según el momento vital en el que se vea. Cuando era una niña me gustaba mucho, porque aquel grupo de chavales vivían unas situaciones que para mí hubiera querido. Gozaban de una libertad de movimientos que yo nunca tuve, y sobre todo disfrutaban de la amistad, de la compañía de otros de su edad, algo de lo que carecí también.

Hoy en día me encanta ver una vez más la frescura que destilan las relaciones humanas de todos los protagonistas, que actúan con una naturalidad y con una pureza de corazón que fueron las que llevaron a la serie al éxito más absoluto. Y el toque tan sentimental que Antonio Mercero imprimió siempre a todos sus trabajos, que ahora puede parece seguramente ñoño y como de otra época.

También a día de hoy hay episodios de los que ya casi no me acordaba que tratan temas que por mi edad ya me tocan directamente. Antes me ponia en el lugar de los chicos. Ahora me pongo además en el de los mayores. Cuando se cuenta la separación de los padres de Desi, una de las chicas de la pandilla, algo que en aquel entonces no era precisamente muy corriente. O cuando el padre de Javi se queja de que su hijo no ve el mundo como él, que carece de la malicia necesaria que según él hace falta para desenvolverse en la vida y triunfar. Se lamenta de que los niños hayan formado una piña, como si fueran una familia, y hayan adoptado a dos adultos que no son sus respectivos padres como si fueran tales, una pintora con un pasado trágico y un hombre mayor que vive allí y que se gana el sustento con la pesca.

Me agrada comprobar que yo como madre me he llegado a parecer sin quererlo a esos dos adultos, que tienen entre ellos tan poco en común en apariencia, y que son el faro cuya luz guía las incipientes existencias de un grupo de adolescentes y dos niños que iban a aquel lugar nada más que a pasar el verano, y que nunca imaginaron que el hecho de conocerse y establecer una amistad tan grande cambiaría sus vidas de aquella manera.

Veo en Julia y en Chanquete la sensiblidad y la dulzura justas para educar a los que aún no  han llegado a la edad adulta, la paciencia y la inteligencia necesarias, el respeto, la paz y la armonía interior que no son tan difíciles de conseguir en realidad (no hace falta recurrir a la filosofía zen, tan de moda hoy en día). No hay intransigencias, pero tampoco vale todo. Cada uno se hace oir y para todas las cuestiones que se van planteando hay un camino a seguir, que no será el único, pero posiblemente sea el más acertado, porque la vida es así, rica y diversa, y hay muchas formas de interpretar las cosas y de actuar.

Me hace gracia el capítulo en el que Bea se hace mujer, que sí recordaba bien. Se la ve en la playa, leyendo, vestida con una blusa y una falda, en el estilo que la moda imponía en aquellos momentos y que forma parte de mi infancia. Rememoré el momento en que a mí me pasó lo mismo, la importancia que se daban entonces a todas estas cosas que hoy en día parecen pequeñeces. Yo también me tenía que fastidiar en la playa sin poderme bañar, porque en aquella época no existían los tampones. Aquel episodio terminaba de forma muy bonita, con todos los chicos corriendo por la orilla de la playa cogidos de la mano, inspirados por lo ocurrido a Bea, recitando un poema que el propio Antonio Ferrandis, el actor que interpretaba a Chanquete, escribió para la ocasión, y que representa sobre todo el amor que sentía Pancho por ella ("tengo celos hasta del aire que respiras..."):

Que ni el viento la toque, ni mirarla...
Mujer, mi varadero, ni cantarla...
Porque amarga es mi voz, más yo la canto...
Que ni el viento la toque porque tiene
pena de muerte el viento si la toca. 

A Ferrandis lo vi yo un día, en los tiempos en que estaba yo en la facultad, tomándose unas tajaditas de bacalao y unos vinitos dulces en Casa Labra, lugar en el que yo solía recalar con frecuencia en aquel entonces. Habían pasado unos pocos años desde que interpretara al personaje por el que ha pasado a la posteridad, aunque ya era un actor consumado cuando le dio vida. Y me pareció que estaba realmente junto a Chanquete, con esa mirada profunda, calmada e inteligente que tenía, y que me iba a decir también algo interesante que pudiera servirme para mi trayectoria vital.

Verano azul rezuma honestidad por los cuatro costados, y ganas de vivir. Trata temas comunes con diálogos sencillos y directos, usando planos largos en los que se aprecian muy bien las situaciones en cada momento. A mí tampoco me importaría vivir en un barco varado en la arena, como si estuviera siempre navegando aunque estuviera en secano, y mirar el mar por las pequeñas ventanas cada mañana, mientras me tomo el café. No me importaría estar siempre mirando el mar tan azul, que fuera siempre verano, un verano azul.

sábado, 9 de julio de 2011

En la playa


Me estaba fijando el otro día en una mujer árabe que estaba en la playa con sus hijos y su marido. Ella era joven, treinta y tantos, pero tenía ya un hijo talludito y otro muy pequeño. En su país se casan muy pronto. Debió ser madre muy joven. La única que no llevaba traje de baño era ella. Vestía una camiseta de manga larga con un cinturón, vaqueros y la cabeza, cómo no, cubierta por un pañuelo. Acompañaba al pequeño hasta la orilla para que se bañase, pero si mal no recuerdo ni siquiera se descalzaba.
Supongo que en cada lugar tienen sus costumbres, sus tradiciones y su religión, pero me cuesta sentirme cómoda en presencia de unos usos que hacen una diferencia tan enorme entre hombres y mujeres. No se trata solo de machismo, sino de sexismo puro y duro.
Ella ya estara más que acostumbrada, y le habrán grabado a fuego en su mente desde su nacimiento el papel que como mujer tiene en una sociedad como la árabe. Incluso se sentiría mal si hiciera otra cosa, como si estuviera cometiendo un pecado o fuera a traer la deshonra para sí o su familia.
El año pasado presencié una escena que se me quedó grabada en la memoria y que me pareció aún más sangrante. Un matrimonio árabe ya maduro llegó con un hijo y una hija. La niña era algo más pequeña que su hermano, tendría unos catorce años. Todos se bañaron menos ella. La madre vestía unas largas túnicas, la cabeza tapada. Se metió así en el mar. La hija vestía de la misma forma, pero le tocó quedarse esperando junto a unas palmeras a que el resto de su familia se bañara. Se la veía solita, mirando hacia el agua, como deseando hacer algo que no le estaba permitido y que para los demás era lo más normal.
Cómo detesto toda forma de discriminación, toda forma de fanatismo. Parece que en lo que a discriminación se refiere, siempre salen perdiendo los mismos. Cómo se sentirían los hombres si fueran ellos los que se vieran obligados a seguir rituales como los que les obligan a seguir a las mujeres. No creo que les gustara ni un ápice, su vida sería mucho peor. Es como si a nosotras nos estuvieran castigando por algo malo que hubiéramos hecho, o como si nos odiaran. Allí la misoginia es algo normal, no es una patología.
Hay una máxima que yo creo que se tendría que seguir en todas partes, y que no tiene matices religiosos ni de ningún otro tipo: no le hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a tí. Si los que legislan o los que cuidan de que los preceptos religiosos sean seguidos tan estrictamente hicieran un examen de conciencia y fueran lo bastante lúcidos para asumir la época en que vivimos, habría muchas cosas que cambiarían después de siglos de absurdo y pobreza mental. E incluyo también a los cristianos. Porque puestos a ser arcaicos y caer en el ridiculo con costumbres obsoletas, aquí no se salva nadie. Creo que el sentido común, que está por encima de ideologias y creencias religiosas, tendría que regir los destinos de todos, y así se evitarían muchas injusticias y muchas penalidades.
A pesar de lo que despotrico a veces de la tierra en la que me ha tocado nacer, debo decir que doy gracias a Dios por no haber visto la luz primera en sitios semenjantes. No es que tenga nada en contra de los países en los que se siguen esas costumbres, porque igual que carecen de unas mínimas elementales normas de humanidad y civilización también poseen tesoros artísticos y naturales dignos de ver. De todos podemos aprender cosas, es bueno ampliar nuestros horizontes, pero en ciertos casos sólo encuentro miseria moral y mental.
Deshagámonos de todo aquello que nos impida llevar una existencia plena y feliz. Cargamos a veces con demasiadas ruedas de molino.

jueves, 7 de julio de 2011

Poemas

Ya que yo no soy capaz de componer poemas, me gusta mostrar los que otros hacen, aquellos que me han gustado especialmente por alguna razón.
Son dos los que recientemente me han cautivado, el primero de Antonio Gala, del que últimamente estoy leyendo una novela que publicó hace tiempo, Los papeles de agua, que no me está gustando nada por cierto, porque carece me parece a mí de un argumento sólido y es en realidad un mero pretexto que tiene el escritor para dar rienda suelta a sus pensamientos y su visión del mundo. Gala me ha gustado siempre mucho como articulista y en las entrevistas que le hacen en prensa y televisión. Es un prodigio de sensibilidad y cultura, de fino sentido del humor. Hace unos días se ha sabido que está enfermo, pero él le planta cara a la muerte, con su particular coraje y sabiduría.

Si ya no vienes, ¿para qué te aguardo?.
Y si te aguardo, di por qué no vienes,
verde y lozana zarza que mantienes
sin consumirte el fuego donde ardo.

El otro poema es de Vinicius de Morais, poeta, músico popular brasileño creador de la bossa nova, y diplomático. Él también cantó al amor.

Cuando tu llegues
y llegarás llorando,
de tan largo esperar
¿que te diré?.
Y en mi angustia de amor
siempre aguardando,
reencontrada ¿cómo te amaré?.


 
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