lunes, 28 de febrero de 2011

Grandes arquitectos contemporáneos (VI): Philip Johnson

Crystal Cathedral
Arquitecto norteamericano, máster por la Universidad de Harvard. Fue el primer director del departamento de arquitectura del Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Durante su juventud desempeñó múltiples labores, como crítico, autor, historiador y director de museo. No hizo su primer edificio hasta los 36 años. Desde entonces se ha dedicado por completo a la Arquitectura.
Colaboró en el diseño, junto con van de Rohe, del edificio Seagram.
Recibió el primer Pritzker que se concedió.

Glass House

Su Casa de Cristal es su obra más famosa, que diseñó para sí mismo.
Pennozil Place

viernes, 25 de febrero de 2011

Citas varias (VIII)


- “Hay que alzarse críticamente contra quienes creen que nuestra ética personal y cotidiana no puede modificarse hasta que no se transformen las grandes estructuras políticas, sociales y económicas” (Fernando Savater, filósofo y escritor).

- “A pesar de mi ascendencia noble, mi apellido es uno de esos que, desde tiempos inmemoriales, parecen ser propiedad común de la multitud” (Cuentos, de E.A. Poe).

- “La singularidad de su expresión, la intensa, la asombrosa, la estremecedora evidencia de una vejez tan grande, tan absoluta, dominó mi espíritu con un sentimiento inefable” (id.).

- “¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla?. Eso es la perversidad” (id.).

- “Y al pronunciar estas palabras le hice una sonrisa de inteligencia, y le guiñé un ojo mientras le daba suavemente con el dedo en las costillas” (id.).
- “No hay belleza exquisita sin algo de extraño en las proporciones” (Francis Bacon, filósofo).

- “Estamos próximos a despertar cuando soñamos que soñamos” (Novalis, poeta).

- “Cuando alguien se queda sin gafas, de repente se encuentra en un mar de colores sin sentido” (El señor de las moscas, de W. Golding). 

- “Cuando llueve, el agua se precipita como en una batalla” (Jeremiah Callanan, poeta).

- “Sólo se tiene miedo cuando no se está de acuerdo con uno mismo” (Herman Hesse, escritor).

- “El clasismo existe hasta en las clases más bajas”.

- “Encontraba siempre nuevos modos de renacer”.

- “Hacía las cosas con una sencillez capaz de tocar fondo”.

- “Más que una moral, lo que sigo es una ética: sé lo que quiero y no hago lo que no me gustaría que me hicieran a mí” (Carmen Llera, escritora).
- “La capacidad del comic moderno está en la creación de ambientes más que en el desarrollo convencional de una historia”.

- “La paz viene cuando se profundiza en las ideas y se ve que los antagonismos son más aparentes que reales” (Irene de Grecia).

jueves, 24 de febrero de 2011

Fotógrafos (III): Mike Reyfman

Ucraniano de origen, Mike Reyfman empezó tarde a hacer fotografía, y se inició con una cámara de su abuelo, de los tiempos de la 2ª Guerra Mundial, que llevaba 40 años en el desván de su casa en perfecto estado.

Su padre era fotógrafo profesional y siempre se sintió muy atraído por ese mundo. Él le enseñó muchas cosas del oficio.

En 2000 emigró a EE.UU. con su familia.

Gran viajero, su pasión es el paisaje y la Naturaleza.


 




miércoles, 23 de febrero de 2011

Un poco de todo (XII)

- Mis saludos de bienvenida una vez más a una seguidora que se ha unido a mi blog, Grace, que por lo que veo compartimos una común afición por la escritura de Pérez Reverte. Mi agradecimiento para ella por estar ahí.

- He vuelto a ver después de mucho tiempo La hija de Ryan, y aunque es un clásico del cine que siempre me ha desazonado por su temática, tan cruda y tan dulce al mismo tiempo, y con un metraje demasiado largo para mi gusto, de lo que sí he disfrutado más que nunca en esta ocasión es de su fotografía y la forma como aparece reflejada  la belleza del paisaje de Irlanda. El pueblecito costero que aparece en la película, Dingle, es una auténtica delicia, aunque quizá la única pega que yo le veo es el clima, tan húmedo y tormentoso. La pureza y la limpieza de todas las imágenes, de la playa con los protagonistas paseando por su orilla un día de sol radiante y cielo muy azul, con la arena tan blanca, el mar embravecido por una tormenta tremenda mientras el viento huracanado lleva el agua pulverizada de las olas al interior, las nubes tan blancas desplazándose a gran velocidad por entre los escarpados riscos que parece que se pueden tocar con las manos, el verdor del bosque con la suave brisa soplando entre las copas de los árboles, a través de las que se filtran los rayos de sol, la transparencia del agua de los estanques, la luz que traspasa una telaraña como si fuera un cristal lleno de gotas de agua, los dientes de león que se deshacen con el viento… No se entendería de la misma forma la historia que se nos cuenta si estuviera ubicada en un lugar distinto. El paisaje, la Naturaleza en estado salvaje y puro, envuelve a los personajes y es como si los determinara. La hija de Ryan es un goce estético ante todo.

- Hace poco, cuando escribía el post dedicado a Fama, leí sobre la muerte del actor que interpretaba el personaje de Leroy, mi preferido. Sí recuerdo cuando dieron la noticia, hace seis años, que apenas tuvo repercusión, y que a mí me causó tristeza, aunque no sorpresa. Hacía tiempo que sabía que estaba metido en drogas. En una foto que vi hace años aparecía en el autocar con el que hacía las giras, rodeado de sus compañeros, que le profesaban muestras de afecto, pero él tiene el gesto apesadumbrado, muy triste. No era muy distinto el papel que interpretaba, no tanto en la serie de televisión como en la película que lo catapultó a la fama, del ser humano que era en realidad. Un pasado de pobreza o una infancia difícil son suficientes para marcar a una persona de tal manera que le impida que el resto de su vida se desarrolle con fluidez. A él le perseguían sus fantasmas.

Tenía 42 años cuando murió, y se había pasado casi toda su existencia dedicado casi exclusivamente al espectáculo Fama. No hubo una oportunidad para él en otros papeles o facetas que le hubieran permitido mostrar y cultivar sus talentos. Era un magnífico bailarín, con un estilo muy personal. Poseía una rara belleza, muy exótica. Me encantaba. Y como persona creo que era un ser volcánico y dulce al mismo tiempo, un hombre bueno.

Nos queda en el recuerdo para siempre.

martes, 22 de febrero de 2011

Hospital de Día (II)

Últimamente a Miguel Ángel le gusta, mientras vemos la televisión después de cenar, poner su cabeza sobre mi regazo y dejar que le de masajes por la espalda, los brazos, el pecho y la cabeza. Eso le alivia y le relaja mucho, casi no se quiere acostar cuando llega la hora, sólo por estar más tiempo así. Tiene 15 años y es más grande que yo, pero sigue siendo un niño que necesita mucho afecto y comprensión, todo el que pueda dársele.

Es ahora cuando se le está viendo mejoría. Su hermana es la que más lo percibe, dice que habla más con ella. Siempre han hablado, pero ella dice que nunca han llegado a comunicarse. Además nos mira a todos a la cara y se queda como pensativo, es como si empezara a salir de su mundo, un lugar en el que hasta el momento había permanecido encerrado, ensimismado. Su gesto se ha relajado y a veces me sonríe de una forma muy dulce, ya no está siempre serio como antes. Su gran inteligencia y su sensibilidad han permanecido semi ocultas por todas estas circunstancias.

Y mientras, en el Hospital de Día sigue sus terapias. Él nunca quiere hablar de lo que hace en ellas. Sé que en las que son colectivas todos se reunen y comentan sus experiencias personales. Miguel Ángel es el único que no habla, aunque nadie le obliga a ello. Así ha sabido lo que les pasa a los demás: chicas con bulimia, alguna con anorexia, que han intentado suicidarse o que se autolesionan, un chico que salió de un coma etílico, otro que ha estado en correccionales (si se le ve nadie lo diría, porque tiene un aspecto impecable), uno que maltrata de palabra y obra a su madre… Hace poco llegó una chica que nació en Chernobil y tiene problemas de salud a consecuencia de ello, además de haber sufrido abusos sexuales en su infancia. A veces te preguntas cómo en una vida tan corta han podido caber tantos horrores.

Me angustia que Miguel Ángel tenga que escuchar todas esas barbaridades, aún es demasiado joven para tener que aguantar tales cosas, pero alguien me dijo hace poco que no me preocupara porque sin duda él saldría reforzado de toda esta experiencia, y creo que sí va a ser así.

Cada dos semanas vamos a unas reuniones de padres en las que se cuenta las preocupaciones de cada cual, es un desahogo, y se opina sobre la experiencia de los otros desde la experiencia personal. Jesús, junto con una o dos terapeutas, hace las veces de introductor y moderador, el resto del tiempo se limita sólo a escuchar. Los únicos que no abrimos la boca somos mi ex marido y yo, él porque no termina de aceptar la situación y acude de mala gana, y yo porque me siento incapaz de hablar sobre lo que desconozco y ya el tener que escuchar la clase de problemas que tienen los que allí acuden me deja sin palabras. No tengo tampoco la confianza suficiente con estas personas como para permitirme opinar o aconsejar sobre sus problemas tan personales. Qué puedo yo decirle a una madre cuyo hijo sigue con vida sólo porque ella tuvo los reflejos suficientes para cogerle a tiempo por la ropa y evitar así que se tirara por una ventana de su casa… Yo de por sí no suelo hablar mucho cuando hay mucha gente a mi alrededor, pero además aquí es que me siento superada por las circunstancias.

Una vez al mes tenemos consulta con Jesús, en la que está presente Miguel Ángel. Jesús parece muy satisfecho por la forma como están yendo las cosas. De él dijo que era “un tío muy honrado y trabajador”, algo que a mi hijo le gustó oir, por supuesto. Yo dije que además es muy sufrido también, porque nunca se queja de nada, a pesar de todo.

Miguel Ángel sigue siendo reacio a abrirse a él. Jesús, con mucha gracia, contó que le había tenido que acorralar un día en la cocina, como si fuera un sparring, para poder hablar con él. Dice que sólo le ha sonreído en alguna ocasión, y es como si le doliera porque es un hombre tremendamente humano y necesita también que haya reciprocidad, no sólo da apoyo y tratamiento a los chicos sino que quiere sentir que le corresponden.

Como dije en la primera reunión de padres a la que asistí, cuando tienes que resumir tu caso para que los demás lo conozcan, “no sé qué es lo que le pasa a mi hijo, pero por lo menos sé que está en un sitio donde se interesan por él y le pueden ayudar”. Y eso es más de lo que he podido decir hasta ahora.

lunes, 21 de febrero de 2011

Hospital de Día (I)

La verdad es que me vino Dios a ver el día en que, por medio de una compañera de trabajo, conocí a Jesús. Andaba Miguel Ángel, mi hijo, muy perdido y yo ya no sabía qué hacer. Él se había pasado un curso entero metido en casa, nada más que jugando con la play y viendo televisión, y el nuevo curso que empezaba iba a ir por el mismo camino.

En abril hará dos años que empezó a salirle una especie de urticaria virulenta por todo el cuerpo que al principio no supieron ni los médicos a qué atribuirla, hasta que con el tiempo me di cuenta de que era una reacción al stress. Miguel Ángel llevó muy mal tener que repetir curso, pero al iniciar el siguiente se le habían acumulado de tal manera los suspensos que aquello era como una montaña que se le venía encima, y era incapaz de afrontar la situación y acudir a clase con normalidad.

El psiquiatra y la psicóloga de la Seguridad Social, sobre los que ya hablé en otro post, no sirvieron para nada. Fue mi compañera de trabajo quien, a través de un psiquiatra amigo suyo, me puso en contacto con Jesús.

Jesús es psicólogo y tiene su consulta en el ático de un chalet de tres plantas. Yo llegué allí una tarde de finales de octubre pasado sin saber muy bien a dónde iba. Él ocupa una habitación abuhardillada con terrazas a ambos lados, llena de objetos antiguos (un ventilador plateado años 50, grabados de barcos antiguos colgados en la pared, montones de libros ya amarillentos sobre psicología apilados aquí y allá), y recuerdo que entraba un sol dorado de atardecer otoñal por uno de los ventanales.

Miguel Ángel se mostró muy cerrado y a disgusto, contestaba con monosílabos a lo que Jesús le preguntaba, pero entre lo poco que de él sacó y unas cuantas cosas que yo le dije se hizo enseguida una composición de lugar. Él es un hombre sumamente sagaz e inteligente y no necesita muchas palabras para comprender. Cuando habla dice siempre las palabras justas y da en el clavo con todas las cuestiones, como si en su cabeza se organizara al momento un puzzle en el que todas las piezas encajan a la perfección, salvo algunas pocas que quedan sueltas porque ahí es donde él y su equipo tienen que intervenir. Dijo que enseñarían a Miguel Ángel a reír, a llorar, a enfadarse y, en definitiva, a desarrollarse como ser humano, para que en el futuro pudiera tener un trabajo, una pareja y, en fin, una vida normal. Nunca dejaría de ser introvertido, pero sería nada más que un rasgo de su personalidad, no un impedimento para su desenvolvimiento vital.

En seguida vió que las visitas particulares de poco le iban a servir a Miguel Ángel, y me propuso que acudiera al Hospital de Día para Adolescentes, una de cuyas unidades está en ese chalet. Allí mi hijo acudiría por la mañana a hora no muy temprana y se quedaría hasta después de comer para llevar a cabo unas convivencias con otros chicos y chicas de su edad que también tienen problemas de conducta. Se le daría de baja médica en el instituto e iniciaría un tratamiento basado en terapias colectivas e individuales. Varios terapeutas se encargan de impartirlas, todos con una amplia experiencia en el tema juvenil.

Miguel Ángel, tan reacio en un primer momento a ir, lleva sin embargo desde principios de diciembre acudiendo a ese lugar y no pone mucha pega. Jesús dijo que aquel era un lugar al que ninguno de los chicos quería ir, pero del que al final ninguno se iba. No hay vallas, ni puertas cerradas. Tan sólo se les dio el caso de un chaval que se marchó por voluntad propia, y entonces hubo que decirle a los padres que no volviera porque así no podían desarrollar el tratamiento.

A Miguel Ángel le llamó mucho la atención, cuando íbamos por allí y aún no había iniciado la terapia, que la gente se paseaba por todas partes con mucha tranquilidad, como Pedro por su casa como se suele decir. En la parte de atrás tienen una zona ajardinada en la que se oía música y hay una mesa de ping pong. Parecía un lugar de recreo y relajación más que otra cosa. Es muy curioso.

Desde que empezó el tratamiento Miguel Ángel ha tenido dos o tres momentos críticos en casa durante este tiempo, ocasiones en las que sus nervios están tan crispados que se conduce con agresividad verbal y hasta física si te pones en su camino. El pobre no hace si no responder a su esquema genético, pues por desgracia ha heredado casi todas las taras psíquicas de su padre. Eso y la forma como éste lo trataba cuando era pequeño han traído consecuencias que nunca hubiera pensado. Jesús ya me dijo que había que evitar toda confrontación, había que retirarse y dejarlo pasar. En realidad el que peor lo pasa es Miguel Ángel, porque corre a su habitación buscando el refugio y la quietud de su cama, mientras se deshace la piel a tiras con los rascados; entonces se tiende y aprieta los párpados cerrados, a la espera de que pase el momento. La última vez fue porque había discutido con un amigo: cualquier contrariedad o cualquier idea extraña que pase por su cabeza es motivo para que le suceda esto.

Pero sólo le ha pasado en dos o tres ocasiones, como ya dije antes. Algo le están removiendo en su interior, y eso le provoca días de tristeza o de rabia, según el caso. Esta última vez, y como he aprendido a afrontar la situación y mantener la calma, me senté en su cama, mientras él estaba tendido debatiéndose con los ojos cerrados, y le empecé a acariciar en la zona del corazón, que latía como si se le fuera a salir del pecho. Esos masajes suaves y tranquilos le fueron calmando.

viernes, 18 de febrero de 2011

Cosas que no volvería a hacer

Hay ciertas cosas que uno nunca querría volver a hacer, sobre todo porque han dado lugar en su momento a situaciones truculentas y ridículas, y nos excusamos con la sempiterna frase “todos somos humanos”, algunos más que otros, y por tanto todos nos podemos equivocar. He aquí algunas de las que a mí me han ocurrido. Ríanse o lloren, hay para todos los gustos:

1) Cuando me comí aquellas bravas un verano en una terraza junto a la playa. La salsa picante se me fue por mal sitio y estuve tosiendo media hora sin parar, llorando y babeando, más roja que una grana. La vergüenza que pasé y la angustia por no poder rehacerme y volver a respirar con normalidad no lo sabe nadie. Además estábamos sentados con una conocida de mis padres, que todo el rato la pobre estuvo intentando animarme y quitarle importancia al asunto.

2) La limpieza de cutis que me hice hace unos meses. No me la había hecho nunca y tenía curiosidad por saber cómo es eso. En buena hora: aunque la chica que me atendió era sumamente amable y se veía que sabía hacer bien su trabajo (me aplicó mascarillas de todas clases, desde tierra volcánica hasta extracto de algas y animales marinos varios), la cara me estuvo doliendo por lo menos dos días.

3) Ponerme una faja después de dar a luz a mi primer hijo, por recomendación médica, para que el abdomen vuelva a su sitio. La congestión de mis partes íntimas fue tan grande que se me estuvieron a punto de soltar todos los puntos que me dieron, que fueron incontables. Si ya entonces no me gustaban las fajas, ahora además las odio. Las prescripciones facultativas a veces hay que pasárselas por ahí mismo.

4) Pisar aquella caca de perro nada más salir del portal de mi casa el día que hacía mi Primera Comunión. Yo llevaba sandalias, pero la cosa no fue más allá. Este tipo de cosas me suelen pasar con frecuencia, y pisar mierda nunca me ha traído buena suerte.

5) Intentar asar un cordero en el horno de mi casa estas Navidades, que hace tiempo que no funciona bien. Se quedó tan crudo que al día siguiente los restos que habían quedado hicieron amago de irse a pastar al campo.

6) Limpiar los cristales del ventanal de mi cocina subida en lo alto de una escalera. Esto me sucedió cuando estaba arreglando mi casa para casarme. Había un cubo lleno de agua sucia de fregar al lado de la escalera. Al bajar no miré bien y allá fui yo a meter un pie en el cubo. Estaban conmigo dos de los sobrinos de mi ex marido, que por entonces eran pequeños, y se rieron un montón por lo bajinis. Me recordó uno de esos sketchs cómicos que ponen a veces en televisión.

7) Probarme en una tienda un vestido que resultó no ser de mi talla. Le reventé una de las costuras laterales y lo devolví procurando que no se viera el roto. Iba con mi hermana (en vaya apuros la meto). Se dieron cuenta cuando ya salíamos por la puerta, pero fuimos veloces. Esto ocurrió hace muchos años. Si me pasara ahora por supuesto que ya no me volvería a comportar así.

8) Colarme en el metro aprovechando que no hay empleados en las taquillas, como pasa en algunas entradas a las estaciones. Mi preferida era una de las de la Plaza de España. Por supuesto que ya no lo he vuelto a hacer, son cosas de juventud, pequeñas gamberradas, un desafío a las normas establecidas, a ver quién tiene narices. Hoy en día veo a mucha gente que lo hace.
9) Irme sin pagar de un bar en el que no me he sentido bien atendida. Es cierto que hay sitios que te atienden tarde, mal y nunca. Esto también fue cosa de mi juventud, aunque no descarto volver a hacerlo, porque en muchos sitios, cada vez más, ponen a prueba la paciencia de los clientes hasta más allá de lo estrictamente razonable.

Yo me veo con frecuencia metida en situaciones cómicas, rocambolescas o como quiera que se llamen, a las que nunca sé cómo he llegado a parar. Conmigo los payasos del circo tendrían un número extra que añadir a su espectáculo. Pasen y vean.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Album familiar (II)

En esta foto se nos ve a mi hermana y a mí cuando yo tenía 6 años en El Escorial, a donde íbamos los fines de semana a pasar el día en el campo. Daba igual que fuera invierno o verano, que hiciera frío o calor, lloviera o hiciera sol, rara vez faltábamos a nuestra cita con la Naturaleza. Era una gozada estar al aire libre. Aquí llevábamos unos pantalones de peto y un corte de pelo que nos hacía parecer unos golfillos, a mí sobre todo. La casa que se ve de fondo estaba abandonada y se utilizaba como improvisado W.C. Con el tiempo la derribaron, y en su lugar crecen grandes matorrales, producto de todo el abono que quedó en el lugar. Desde allí hay unas vistas increíbles.

Aquí estamos en Torrevieja, muy cerca de las salinas, en un atardecer dorado de verano. Yo tendría unos 7 años. Soplaba el viento y se ve el contraste entre nuestra piel bronceada y la blancura de los vestidos. Me la han alabado mucho las compañeras de trabajo cuando la han visto. Esta foto capta un momento cualquiera de nuestras vacaciones en la playa, un instante relajado, armonioso, perdido en el tiempo.



Mi hermana y yo en el salón de casa, vestidas para ir a dar un paseo. Yo tendría 8 años. Susana parece enfadada. Siempre fue muy expresiva, se le notaba mucho tanto cuando estaba contenta como cuando estaba contrariada, triste no se la solía ver nunca. En los años 70 se llevaba el empapelado en las casas, que lo hacía mi padre. Si es ahora no lo soportaría, es una locura de paredes. También era verano.

martes, 15 de febrero de 2011

Pintura hiperrealista (XXI): Eloy Morales


Eloy Morales es madrileño y está licenciado en Bellas Artes.
Empezó haciendo cuadros de temas taurinos, que le dieron mucha fama. Después hizo muchos retratos, con carboncillo y al óleo.
En la actualidad su temática es amplia y variada. 
Utiliza fotografías, a partir de las cuales hace bosquejos.




lunes, 14 de febrero de 2011

Love actually (Amor en realidad)


Hoy que es un día dedicado al amor y a los enamorados (todos los días lo son), y la mejor manera que tengo de escribir sobre este tema es, cómo no, a través de una película que describe muy bien las muy diversas formas de amar, da igual la edad o condición.

La acción de Love actually transcurre en Inglaterra en Navidad, y trata de un conjunto de historias de seres muy distintos con vidas muy diferentes que, de alguna manera, están relacionados en un momento dado. Cada uno siente el amor desde su circunstancia vital, para llegar a la conclusión de que es algo sin lo que no podemos vivir, y si lo hacemos no podemos llevar una existencia plena.

La primera historia es la más original. Un cantante de rock casi sexagenario, antiguo yonki, acaba de sacar un disco aprovechando el tirón comercial navideño. En cada una de sus apariciones en televisión acostumbra a decir lo que piensa, por escandaloso que pueda resultar. Siempre tiene una ácida ocurrencia para todo, y saca a relucir tan descarnadamente sus propias miserias, invitando a los demás a que hagan lo mismo, que resulta cuando menos grotesco. Pero a él le da todo igual. Cuando en un programa le recuerdan que está en horario infantil no se le ocurre otra cosa que decir: “Niños, no compreis drogas. Si os convertís en estrellas del pop os las darán gratis”. Para colmo promete cantar en Nochebuena, en “pelotas” según sus propias palabras, si gana en la lista de hits navideños, cosa que en efecto termina sucediendo. Cuando le invitan a las fiestas de los famosos tras su éxito, él preferirá estar con su manager, un hombre gordito y pacífico, al comprender finalmente que es la única persona que ha estado siempre a su lado, apoyándolo y dándole comprensión y afecto en los momentos difíciles. Me encanta este personaje que aparenta ser un degenerado y un descreido de la vida y descubrimos que en realidad se reviste de esa coraza para no parecer vulnerable. Viéndolos juntos no puede haber polos más opuestos.

Otra historia nos cuenta cómo es el amor para un hombre que está asistiendo a la boda de uno de sus amigos, pues está secretamente enamorado de la contrayente. Con ella suele ser esquivo, y ella cree que es que no le cae bien. Cuando le pide la grabación de la boda para tenerla de recuerdo y descubre que está centrada nada más que en ella, caerá en la cuenta de lo que él siente en realidad, para vergüenza de él, que no sabe qué decir. Al final él le dice que la quiere presentándose en su casa tras la luna de miel. En la puerta, sin llegar a entrar, él le va mostrando una serie de carteles en los que ha escrito en tono de humor y de amor todo lo que no se atreve a decir con palabras, con una música navideña de fondo que ha puesto para la ocasión. Saben que aquello no puede ser, pero ella para compensarle le despide con un beso.

El personaje del escritor es mi preferido. Como necesita aislarse para poder trabajar, va a una casa de campo en un pueblecito de Francia. La única persona con la que mantiene contacto es con la chica que limpia la casa, que es portuguesa. Cada uno intenta hacerse entender por el otro, y casi siempre dicen las mismas cosas, cada uno en su idioma, sin saberlo. Se producen situaciones muy cómicas, como cuando a él se le vuelan todas las hojas de la novela que está escribiendo mientras teclea en el porche, y van a parar al lago que está junto a la casa. Ella no duda en quedarse en ropa interior para lanzarse al agua fría, cosa que él termina haciendo también para no quedar mal. Mientras están en la casa se crea una cierta intimidad entre ellos, el lenguaje corporal lo dice todo. Ella es muy dulce y cuida de él sin que apenas se note, con una gran delicadeza, y él la trata con consideración y afecto, y la hace reir por su forma de ser tan despistada y desastrosa. La música de fondo que acompaña esta historia, a base de piano, es preciosa. Cuando tienen que despedirse ella no puede evitar romper su timidez y le da un beso de amor, aunque a él le pilla por sorpresa. De vuelta a Londres, él se dedica a aprender portugués en una academia. Cuando va a visitar a su numerosa familia por Navidad se da cuenta de que el amor está ahora en otra parte (“hay cosas que un hombre tiene que hacer”, les dice muy serio), y se marcha precipitadamente dejándoles los regalos para emprender rumbo a Portugal, a donde ella ha regresado. Acude a su casa y el padre le dice que está trabajando en un restaurante y se ofrece a llevarlo hasta allí. Se produce una situación rocambolesca e hilarante cuando son seguidos por la calle por la hermana de ella y el resto de los vecinos, que se quieren enterar de lo que está pasando. Al llegar le declara su amor en portugués, y ella le contesta en inglés, porque también había estado aprendiendo. Una confesión que es todo menos privada, pues todo el restaurante está pendiente de lo que dicen y aplaude la escena al final.

Y como ningún estrato social se libra del amor, tenemos al Primer Ministro, que pronto establece una relación muy especial con su secretaria por su sencillez y frescura. Es un hombre íntegro, muy simpático y educado, con un sentido del humor muy inglés. Cuando está a solas, y para descargar tensiones, se pone a bailar por toda la residencia presidencial al son de una música trepidante, hasta que le pilla una de sus colaboradoras y tiene que disimular. Una situación equívoca entre el presidente norteamericano y su secretaria hará que decida cambiarla de puesto, pero no tardará en echar de menos sus atenciones y la forma como ella le trataba. Un crisma de ella hace que vaya a buscarla a su casa, donde vive con sus padres y hermanos. Deciden ir a la fiesta de Navidad del colegio de los pequeños, y allí se aclaran todos los malentendidos y se declaran su amor.

Hay otro personaje que comienza su historia de forma dramática, en el funeral de su mujer. Él está preocupado porque su hijo no quiere salir de su habitación y siempre está triste. Piensa erróneamente que es porque ha muerto su madre, pero para su sorpresa él le dice que es que está enamorado. Ellos tienen largas conversaciones. “No hay una sola persona para cada uno de nosotros”, le dice al niño en una ocasión. Pensando cómo puede impresionar a la niña que ama, decide aprender a tocar la batería, para acompañarla en la fiesta de Navidad del colegio, en la que ella va a cantar. Quiere impresionarla, que se fije en él. Y efectivamente, ella canta una canción preciosa con una voz maravillosa, mientras él le da a la percusión con todo el entusiasmo del que es capaz. Cuando ella se va a EEUU para ver a su familia, él correrá por todo el aeropuerto, saltándose todo tipo de controles, sólo para poderse despedir de ella con un beso, que al final es ella quien termina dándole, para su sorpresa y regocijo.

Otra historia es la de la chica que le gusta un compañero del trabajo, y lo sabe toda la oficina e incluso el interesado, pero nunca se atreve a decirlo. A él tampoco le es indiferente y un día la invita a salir a cenar y a bailar. Ambos son tímidos, pero la situación les lleva a la casa de ella, donde son interrumpidos constantemente por las llamadas del hermano de ella, que está en un centro psiquiátrico. Al no tener padres, se siente obligada a cuidar de él en todo momento. Su vida no podrá ser normal hasta que ella no se sienta sobrepasada por las constantes demandas de atención de su hermano.

También aparece la hermana del Primer Ministro, que descubre que su marido la engaña con su secretaria cuando ve un regalo de Navidad que cree que es para ella y luego él le regala otra cosa, de menos valor. Es inefable la escena en que ella está en el dormitorio conyugal mirando las fotos de su marido y sus hijos mientras no puede dejar de llorar. Se inclina para tocar la cama donde ha compartido momentos tan maravillosos con él. La sorpresa, la decepción, el dolor, su vida rota en un instante: es como si nada de lo anterior tuviera sentido. Me encanta cómo ella se seca las lágrimas y hace de tripas corazón para no estropearle la Navidad s sus hijos, y no le dice nada a su marido hasta que no acaba la fiesta de Navidad del colegio de los niños. Él lo lamenta mucho, cae en la cuenta de repente del daño que ha hecho. A la vuelta de un viaje ella ya le ha perdonado, aunque nunca podrá olvidar lo sucedido.

La historia de una pareja de extras de cine que se dedican a rodar sólo escenas de sexo se sale de lo corriente. Mientras están trabajando no paran de hablar de sus cosas, con toda naturalidad a pesar de las situaciones tan comprometidas en las que se hallan. Para ellos es normal, la rutina del trabajo, pero no deja de ser muy cómico para los que los contemplamos. Para ellos es fácil conectar, dadas las circunstancias.

Y la última historia es la de un chico inglés que está obsesionado con el sexo, pero con las chicas inglesas no tiene ningún éxito, piensa que son muy frías, por lo que decide irse a Norteamérica. Nada más llegar, cuando se está tomando algo en un bar, liga con unas chicas que son amigas y comparten apartamento, todas despampanantes. No se lo puede creer. Le dicen todo aquello que cualquier hombre desearía oir, que tienen una sola cama, que duermen desnudas… El pobre no deja de alucinar. Cuando regresa a Inglaterra se llevará consigo a dos chicas espectaculares, una para uno de sus mejores amigos, que tampoco da crédito a sus ojos.

El amor en todas sus facetas, pero con un denominador común: lo distintos que nos hace sentirnos. Es un poder que desata estados de ánimo de todo tipo, y que nos libera o nos condena según el cauce por el que transcurra.

Amor en realidad.

viernes, 11 de febrero de 2011

Citas varias (VII)

- “….quería ver los amaneceres y las puestas de sol, la nieve, la lluvia, el viento, y el modo en que una brisa convertía un largo prado en semblanza de un mar…” (Capitanes y reyes, de Taylor Cadwell.).

- “Los judíos y los irlandeses son los pueblos más sentimentales del mundo, pero no se les puede embaucar” (id.).

- “Mientras su marido arengaba a los camaradas, ella se perdía en un mundo secreto, saboreando sus recuerdos, bordando afectos, recreando sus mejores nostalgias, ajena por completo al bullicio exterior” (De amor y de sombra, de Isabel Allende).

- “Pronto conocería la vida secreta, la otra cara de ese amigo suave y de pocas palabras que siempre estaba a su lado” (id.).

- “La tierra tibia aún guarda los últimos secretos” (Vicente Huidobro, poeta).

- “ Me senté en el bordillo de la acera de la esquina de la plaza, delante de los autobuses (…). En el autobús de Málaga siempre se iban mil posibilidades en forma de mujer y al cuarto de hora otras mil posibilidades parecidas regresaban” (El Dorado, de Fernando Sánchez Dragó).

- “Podría tratarse de una lucidez distinta: no la del Apocalipsis, sino la que precederá a mi suerte, no la del mundo en general, sino la del fin de mi mundo en particular. Sentía angustiosamente dentro la complejidad de lo creado” (id.).
- “El camarero se acercó con un trinaranjus. Abrió la botella y la vació en un vaso de duralex. En aquel bar no eran elegantes, no sufrían, no imitaban a Yves Montand, no llevaban jerseys de cuello alto” (id.).

- “Acabarás casándote, Marisa, a pesar de tu desconfianza, sólo porque eres capaz de expresar emoción ante el vacío y de transformar a Napoleón en un agente de seguros” (id.).

- “500 pesetas son la mitad del dinero del mundo” (id.).

- “Los piropos se habían quedado en Madrid con el señor Rodríguez y sus adláteres. En aquel pueblo sobraban las fumarolas y los desahogos de la represión” (id.).

- “El primer destello del alba, la primera desesperación, el primer signo de un cambio. El primer adiós” (id.).

- “No seas pesimista. Hasta los muertos flotan. Flotaremos, sobreviviremos”(id.).

- “¿Tú siempre le ves sentido al mundo?”. “Claro que no. A veces me gustaría morir”. “Buena señal. Señal de que estás viva” (id.).


- “Las cosas no son como son sino como las recordamos” (Ramón del Valle-Inclán, escritor).

jueves, 10 de febrero de 2011

Grandes arquitectos contemporáneos (V): Ludwig Mies van der Rohe



Seagram Building

Este arquitecto alemán empezó trabajando en el taller de escultura de su padre.
Al principio de su trayectoria realizó diseños innovadores con acero y vidrio.
Emigró a EEUU y se nacionalizó norteamericano. Allí vivió hasta su fallecimiento.
De entre sus muchas obras destaca el rascacielos que hizo en Nueva York, que aparece en la foto, con 37 pisos, construido a base de vidrio y bronce.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Álbum familiar (I)

Desde que mi padre se ha comprado un scanner no deja de mandarme fotos de hace años por correo electrónico, imágenes del álbum familiar que he visto muchas veces y que, sin embargo, adquieren otras resonancias cuando se ven en la pantalla de un ordenador.

Aquí aparezco con la abuela Luisa, la madre de mi padre, en una visita a la Casa de Campo con mis primos, la única vez que fuimos allí todos juntos. Yo soy la 2ª por la izquierda, apoyada sobre el respaldo del banco. Debía tener yo tres años y algo. La rubita un poco enfadada que está a mi lado es mi hermana, que no debía querer que la subieran a un sitio tan poco estable. Cómo se nota quiénes somos los tímidos, los que nos llevamos un dedo a la boca como titubeantes y desviamos la mirada, mi primo Ignacio y yo, los demás miran abiertamente a la cámara. La verdad es que no recuerdo nada de aquel día.
Mi abuela disfrutaba mucho cuando nos veía a todos reunidos. Faltaban los cuatro primos que, como viven en Alicante, nunca estaban en las reuniones familiares, y también cinco primos más que nacieron después.


El día de nuestra 1ª Comunión fue un día feliz. Aquí se nos ve ante la gran tarta rectangular encargada para la ocasión. Yo tenía ocho años. Lo celebramos en un sitio enorme que está en la calle Toledo, cerca de mi barrio, que había sido un cine y luego lo convirtieron en salón de banquetes. Las únicas niñas que nos vestimos de monjas fuimos mi hermana y yo y otra niña del colegio. Para la foto nos habían quitado las tocas. Hay otra foto en la que estamos yo y mi padre mirándonos que también me encanta, pero no la tengo escaneada. Fue un día emocionante por el hecho en sí de tomar por 1ª vez la comunión, y porque andaba por allí uno de mis primos, que me gustaba mucho por aquel entonces, y yo estaba como flotando. Mi hermana está riquísima, dan ganas de pegarle pellizcos en los mofletes.

En esta estoy con mi madre y mi hermana cuando yo tenía quince años. Siempre he parecido mayor de lo que soy. La única rubia natural es mi hermana. Llevamos puestos ella y yo unos jerseys que nos hizo la abuela Luisa. Cuando se ponía con las agujas de punto hacía de todo, hasta ropita para nuestras muñecas cuando éramos pequeñas. Como se ve siempre he sido grandota. Mi hija no ha heredado esta constitución, que a mí me viene de mi abuela Pilar. Ana es mucho más menuda, de hueso fino. Se nos ve a las tres tan bronceadas en Benidorm, en el pequeño apartamento que solíamos alquilar en aquella época, cuando aún veraneábamos en agosto. A mi madre siempre le ha gustado esta foto, dice que cuando todo el mundo se pone medallas, las medallas de ella somos mi hermana y yo.

martes, 8 de febrero de 2011

Fotógrafos (II): Christophe Gilbert

Christophe Gilbert es un fotógrafo belga con una importante trayectoria en el mundo de la publicidad y el arte, y es en Europa donde ha desarrollado gran parte de su carrera.

Su arte es provocativo, lleno de imaginación, sugerente y muy directo.


He aquí una pequeña muestra de sus trabajos.


lunes, 7 de febrero de 2011

Fumar o no fumar

Cuánta polémica está suscitando la nueva ley de prohibición del tabaco, normativa que ya existía en muchos otros países desde hace muchos años y que aquí parece que se considera una aberrante novedad, fruto de la imaginación de algún legislador aburrido y malintencionado que no tuviera otra cosa mejor que hacer.

Es cierto que esta reciente legislación perjudica a los que adoptaron medidas para cumplir la anterior, promulgada hace tan sólo un par de años. Todos aquellos locales públicos que tuvieron que ser acondicionados para delimitar zona de fumadores y no fumadores (en realidad pocos lo hicieron), ven ahora que la inversión realizada no sirve para nada y está cundiendo la ira.

Parece poco serio que anden sacando leyes cada poco tiempo cambiando todo lo que se estableció en las anteriores, los ciudadanos tenemos la impresión más que nunca de que la política es algo poco serio, de que lo que hoy vale mañana es papel mojado, y de que somos simples piezas de un gran ajedrez en el que los jugadores no son sólo dos sino muchos, y además gente que no sabe jugar.

Para los que no fumamos es un alivio, la verdad, porque a mí me molesta hasta el humazo que me echan en la marquesina cuando estoy en la cola esperando el autobús. No sé qué es lo que pasa que el viento siempre sopla de tal manera que soy yo la que termina tragándose los humos, y como estamos al aire libre se supone que no se puede protestar.

La costumbre de fumar es un mal hábito que, como todos los demás en nuestra actual y moderna sociedad, se había empezado a desmadrar: cada vez se fuma a edad más temprana y sin control. Luego como las normas más elementales de convivencia y educación están en franco declive, el fumador no suele ser muy considerado con los que no fuman. Antiguamente, si se estaba en un sitio cerrado, se pedía permiso a los que estuvieran alrededor para poder fumar, y aunque se solía decir que sí podía por no coartar al fumador, siempre tan necesitado, lo cierto es que muchas veces se les ha dicho no, se han tenido que aguantar y no ha pasado nada. Quizá por eso ahora ya no piden el parecer del resto de la humanidad, porque como se suele decir, el que pregunta se queda de cuadra, o porque cada vez vamos más a nuestra bola.

Yo he tenido que aguantar la polución de fumadores empedernidos que fumaban a destajo y en tiempos en los que estaba permitido incluso en tu puesto de trabajo. Parecemos niños malcriados y egoístas que lo único que nos importa es satisfacer nuestras necesidades aún a costa de la salud ajena. Ahora a los fumadores les da por reírse de los llamados “fumadores pasivos” y de las estadísticas de mortandad que sobre éstos se están publicando en la prensa. Es la rabieta del que se ve acorralado por continuas prohibiciones y se defiende atacando al sentirse agredido en sus “derechos”.

Y puede que tanta represión sólo traiga como consecuencia mayor consumo, porque todos sabemos que baste que nos prohíban algo para que lo deseemos más. Así pasó con la ley seca en EEUU, la gente no sólo no dejó de consumir alcohol sino que aumentó la tasa de alcoholismo entre la población.

Es una contradicción más de nuestra tan progresista civilización el hecho de que se condene aquello que en la práctica es un lucrativo negocio, en lugar de dejar de comercializarlo, es una hipocresía social más de las muchas que existen. Al haber sido considerado siempre el tabaco como una droga blanda, se ha excusado el alcance del daño que produce, que en realidad es como el de cualquier otra droga. Es más, se lo ve como una costumbre de rancia raigambre, seguida desde hace siglos en otras culturas y que fomenta la cohesión social.

Yo ni siquiera sé coger un cigarrillo. Me ofrecieron en el instituto una vez y me pareció algo tan asqueroso que no quise probarlo nunca más. En realidad todo el que lo prueba por primera vez dice lo mismo, que sabe muy mal. A mí que me lo expliquen.

Lo que sí me ha gustado siempre mucho son los objetos de fumador, las pitilleras, las boquillas tan largas que usaban las femme fatale, los mecheros elegantes, las pipas y el olor del tabaco que se fuma en ellas… Igual que me gustan las petacas aunque no beba.

A mi hermana, gran fumadora, el olor del tabaco era algo que le encantaba desde la niñez. Cuando nos visitaba un tío nuestro, hermano de mi madre, que fumó mucho durante muchos años, recuerdo que utilizaba el único cenicero que había en la casa, y que estaba sólo de adorno, y cuando se marchaba dejaba en el aire ese olor penetrante del tabaco (no recuerdo qué marca usaba), que impregnaba hasta las cortinas. Mi madre abría enseguida las ventanas para ventilar, pero mi hermana se dedicaba a aspirar el aroma con delectación. Quería fumar en cuanto se hiciera mayor.

Mi padre era un fumador empedernido de los que encendían el pitillo en la cama, en cuanto se despertaba por la mañana. Cuando quemó a mi hermana por accidente en una ocasión, siendo muy pequeña (yo no me acuerdo), lo dejó de un día para otro. Él es de los pocos privilegiados que han podido dejar de fumar sin pasarlo mal.

En mi anterior trabajo se financiaba un tratamiento a los empleados que quisieran dejarlo, que consistía en sesiones colectivas donde cada uno explicaba cuándo había empezado a fumar, qué sentía cuando lo hacía, qué le empujaba a seguir haciéndolo y cosas por el estilo. Les daban unas cuantas recomendaciones-reprimendas, les recordaban el terrible destino que les esperaba si seguían por ese camino y les administraban medicamentos y parches. Había gente con un tabaquismo límite, violento diría yo, no hay suficientes horas en el día para poder encender tantos pitillos, tendrían que apagarlos a medias o si no no me explico.

Yo pienso que en realidad se trata de un suicidio colectivo, patrocinado por las más altas esferas, que lo celebrarán sin duda fumándose unos buenos puros a nuestra salud, satisfechos de la cuantía de sus ganancias. Suicidio porque sabemos que nos estamos matando (no hace falta que lo ponga en las cajetillas, es una broma pesada, de mal gusto, el colmo), y sin embargo lo hacemos. Pero en fin, habrá a quienes les guste llenar los bolsillos de los mismos caraduras de siempre y encima con riesgo de la propia vida. Sarna con gusto no pica.

Fumar o no fumar, esa es la cuestión.
 
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