jueves, 30 de junio de 2011

Mejor...imposible (III)

En el hotel, Melvin le hace a Simon una pregunta inapropiada, como es habitual en él. “¿Alguna vez se te empina por una mujer?”. Ante la cara de estupefacción de Simon, continúa en su línea. “Osea que tu vida no sería más fácil si…”. “¿Tú consideras que tu vida es fácil?”, le interrumpe Simon. Melvin se da por vencido. “Está bien, ahí me has pillado… Un equipaje modélico”, le dice a Simon, que sigue sin entender nada.

Carol está contenta porque su hijo la ha llamado para decirle que estaba jugando al fútbol sin sentirse enfermo. Simon no quiere salir porque está muy cansado, por lo que ella insta a Melvin a salir a un restaurante a cenar y pasarlo bien. Éste, que no se lo esperaba, apenas balbucea: “Voy a darme una ducha rápida, acabo enseguida”. Carol casi se duerme esperando a que termine, hasta que finalmente sale del baño envuelto en una nube de vapor.

En el restaurante, a todo camarero con el que se van encontrando le pregunta Melvin si tienen cangrejo, su auténtica obsesión. Como se exige chaqueta y corbata y no se quiere poner la que le ofrecen allí, se escapa a una tienda a comprar ambas cosas. Para no pisar el suelo del local, lleno de rayas, elige y paga sin pasar de la puerta.
Un camarero bajito sigue a Carol a todas partes con su bebida sobre una bandeja. Ella juega con él, divertida. Sentados a una mesa, él no quiere salir a bailar cuando se lo pregunta Carol. Melvin dice que no comprende cómo a él le hacen vestir de etiqueta y ella puede ir con un vestido de andar por casa. Cuando Carol hace amago de marcharse, ofendida,  para salvar la situación le dedica uno de sus maravillosos discursos. “Tengo una dolencia. Mi médico, un psiquiatra al que solía ir contínuamente, dice que en el 50 ó 60% de los casos una pastilla ayuda mucho. Yo las odio, son muy peligrosas, un odio. Mi cumplido es que aquella noche, cuando viniste a casa y me dijiste…., bueno, vale, estabas allí, ya sabes lo que dijiste, bien, mi cumplido para ti es que por la mañana empecé a tomar las pastillas”. “No logro captar por qué es un cumplido para mí”, le dice Carol. Él sonríe feliz por lo que va a decir, es su momento triunfal. “Tú haces que quiera ser mejor persona”. Ella se queda sin aliento. “Puede que sea el mejor cumplido de toda mi vida”, consigue decir, emocionada. “Bueno, va poquito a poco… Es agotador hablar así…”, dice Melvin. Carol se sienta muy cerca de él y le da un beso. “Eso no me lo debías”, dice él entre contento y dubitativo. “No estoy pagando una deuda. La primera vez que viniste al restaurante me pareciste atractivo, pero luego hablaste. Así que ahora que tu pequeño corazoncito está al descubierto….”. Melvin se pone nervioso y dice una de sus barbaridades, por lo que Carol lo deja allí plantado y muy enfadada decide volver al hotel.

Simon, en su habitación, está intentando hablar con sus padres. Salta el contestador. “No habéis salido hasta más tarde de las diez en toda vuestra vida. Por favor, coger el teléfono”. Carol entre hecha una furia. Quiere compartir habitación con él, no desea estar sola o que Melvin la importune. Intenta ayudar a Simon a ponerse el pijama, pero está tan agresiva que él prefiere hacerlo solo. Cuando Simon se acuesta, ve cómo ella, sentada al borde de la bañera que se está llenando, apenas cubierta por una toalla, se recoge el pelo. Enciende la luz porque quiere dibujarla. Hace semanas que no lo hace. Ella, avergonzada, protesta. “Pero eres preciosa Carol. Tu pelo, tu largo cuello, tu espalda, tu contorno…Por ti los cavernícolas grabaron las paredes”. Ella sigue negándose, pero está halagada por el cumplido. Simon empieza a hacer un esbozo, y Carol sonríe y se baja un poco más la toalla para que pueda verla bien de espalda.

En una barra de bar, solo, Melvin se lamenta de su suerte ante el barman. “Me puse nervioso, dije lo que no debía. De no haberlo hecho ahora podría estar en la cama con una mujer que, si la haces reír, te da la vida. En cambio estoy aquí contigo, no te ofendas, pero un imbécil que trafica con la última droga legal”. El aludido le mira anonadado, con la boca abierta.

Mientras tanto, Carol está sobre la cama posando para Simon desnuda. “Pero esto es muy picante, chaval”, le dice riendo. “Qué dices, es genial. Te juro que la mano no me da a basto”. Un montón de dibujos están alrededor de ellos, extendidos. “Es increíble que la mano no se me resienta. No consigo el ángulo con esta escayola”. Y acto seguido se la arranca y grita, emocionado. Ella ríe. Se lo están pasando genial.

A la mañana siguiente Melvin llama a la habitación, entra iracundo y le pregunta a Simon, que está sentado a la mesa con un albornoz y desayunando: “Muy bien, ¿te has acostado con ella?”. Carol sale del baño. “Al diablo el sexo, ha sido mejor que sexo: nos hemos abrazado. Lo que necesitaba me lo ha dado con creces”. “La adoro”, dice Simon muy contento, después que ella le pasa rápido la mano por su cabeza acariciándole el pelo. Melvin sale dando un portazo.

Simon habla con su madre por teléfono, Le dice que ya no hace falta que le den dinero, que está feliz y quiere volver a trabajar. El siguiente paso deben darlo ellos.

Melvin intenta alargar el viaje con excursiones. Se escandaliza cuando oye la decisión de Simon e intenta disuadirlo, pero él ya está decidido. “Me he quitado un peso de encima”, dice alegre. “Una noche conmigo”, bromea Carol.

Durante el viaje de vuelta Melvin se entera de que han subarrendado el piso de Simon y que se tendrá que buscar otro sitio para vivir. A Simon no parece afectarle mucho, su nuevo y creciente optimismo hace que considere las cosas de forma relativa. Al llegar, Carol y Simon se despiden afectuosamente, diciéndose que se quieren. A Melvin sin embargo le dice que no quiere saber nada de él.

Al subir, entran en la casa de Melvin y son recibidos por Verdel, que corretea del uno al otro entusiasmado. “Papá y mamá ya están aquí”, le dice Simon al perro con guasa. “Es broma. Me gusta picarte”, le dice a Melvin al ver la cara que ha puesto.

Melvin sorprende a Simon al haber encargado que una de las habitaciones de su casa se llenara con las cosas de él. Ha quedado preciosa. Simon está sorprendido y emocionado, y a sus ojos empiezan a asomar unas lágrimas. “Gracias Melvin, me dejas pasmado… Te quiero”. “En serio, amigo”, le dice él entre escéptico y divertido, “si me fuera este rollo sería el tío más afortunado del mundo. Estás en tu casa”.

Carol, ya con su familia, no puede dejar de pensar en Melvin y decide llamarle por teléfono para pedirle disculpas por lo que le dijo, arrepentida. Se queda alucinada al saber que ha acogido a Simon. “Mentiría si te dijera que no disfruto de tu compañía. Pero la verdad es que me jorobas enormemente y no creo que deba tener contacto contigo, porque no estás preparado y ya eres bastante mayor para no estar preparado y yo soy muy mayor para ignorar eso. Pero es cierto que hubo algunos detalles extraordinarios que sí tuvieron lugar…”. “Debí bailar contigo”, se lamenta Melvin.

Tras colgar, se dirige impaciente hacia el salón y le grita a Simon, que ya no hace caso de sus malos modos porque le conoce: “¡¿Vas a hablar conmigo o no?!”. Simon le inquiere sobre su conversación. “¿Qué ha dicho?”. “Que soy magnífico y una persona extraordinaria. Y que no quiere volver a tener contacto conmigo. ¡Me estoy muriendo!”. “¿Porque… la quieres?”, le pregunta Simon. “¡No!. ¿Y se supone que vosotros sois sensibles y agudos?”. Se siente incómodo, nervioso, de mal humor. “Estoy encallado, no puedo volver a mi antigua vida. Ella me ha expulsado de mi vida”, se lamenta Melvin. “¿Tanto te gustaba esa vida?”, le pregunta Simon incrédulo. “Mira, yo soy muy inteligente. Si vas a darme esperanzas tienes que hacerlo mejor que hasta ahora. Si no puedes ser al menos ligeramente interesante más vale que cierres el pico. Osea ¡yo me estoy ahogando y tú estás describiendo el agua!”. Simon no le sigue el juego. “Tomarla conmigo no te ayudará. Melvin, sabes en qué tienes suerte, en que sabes a quién quieres. Yo ocuparía tu lugar sin pensarlo. Así que haz algo al respecto. Vete a verla, ahora, esta noche, no lo medites. Mira, no siempre es bueno dejar que las cosas se calmen. Puedes hacerlo Melvin”, le da un golpe con el hombro en su hombro. “Usa todas tus armas, dile lo que sientes”. “Puede que me mate si me presento allí”, responde Melvin inseguro. “Pues ponte el pijama y yo te leeré un cuento”, le dice Simon. Sigue dándole ánimos. “Yo creo que tienes una oportunidad, lo mejor que tienes a tu favor es tu disponibilidad para humillarte. Así que vete allí, hazlo, cógela desprevenida”.

Al subir las escaleras de la casa de Carol, tropieza cómicamente. Está nervioso e ilusionado. Ella sale al descansillo. “Entra y procura no echarlo todo a perder siendo tú mismo”. “Quizá podríamos intentar ahorrarnos las puyas”, contesta Melvin valeroso.

A pesar de ser las 4 de la mañana, él la conmina a salir a dar un paseo. Ir a comprar bollos a la panadería es la excusa que se le ocurre. Él hace cosas extrañas cuando van por la calle, por su manía de no pisar las rayas del suelo. Ella tiene un momento de duda y le dice que cree que su relación no va a funcionar. Melvin, que va a por todas, suelta lo mejor de su artillería en este momento final, crucial. “Tengo un cumplido estupendo para ti. Puede que yo sea la única persona sobre la faz de la tierra que sepa que eres la mujer más fantástica de la tierra. Puede que yo sea el único que aprecie lo asombrosa que eres en cada una de las cosas que haces y en cómo eres con Spencer… Spence, y en cada uno de los pensamientos que tienes y en cómo dices lo que quieres decir y en cómo casi siempre quieres decir algo que tiene que ver con ser sincero y bueno. Y creo que la mayoría de la gente se pierde eso de ti y yo les observo preguntándome cómo pueden verte traerles su comida y limpiar sus mesas y no captar que acaban de conocer a la mujer más maravillosa que existe. Y el hecho de que yo sí lo capte me hace sentir bien conmigo mismo”. Melvin sonríe satisfecho mientras la mira intensamente.

A Carol se le saltan las lágrimas y Melvin se abalanza literalmente sobre ella para besarla. Entran en la panadería, que está empezando a abrir. Él, que pasa detrás de ella, ya no tiene miedo de pisar las líneas del suelo. Es feliz. Él ya no le tiene miedo a nada.

Todos los protagonistas tienen algo especial que conmueve y los hace especiales. La forma como Melvin trata a todo el mundo, con un total desdén por las más elementales normas de educación y convivencia, y cómo va cambiando a medida que traba lazos de afecto con los otros dos personajes. La sensibilidad extrema de Simon, el progreso emocional que experimenta desde la más absoluta depresión después del percance sufrido hasta el mayor de los optimismos, influido también por su relación con sus nuevos amigos. El coraje y la energía vital de Carol, madre entregada, que ve cómo su vida mejora con el favor que Melvin le hace y cómo su autoestima crece por la forma como la trata Simon.

Recuerdo a Jack Nicholson al entregarle el Oscar por su interpretación de Melvin, cuando pisó el escenario de la gala e iba dando saltos y haciendo extraños giros como si no quisiera pisar las rayas del suelo, parodiando al personaje que más satisfacciones le ha dado en toda su carrera. Estaba divertido y feliz. Las rarezas de Melvin han sido motivo de largo estudio y debate en los foros de psiquiatría.

De la película me gustaron también particularmente los ambientes de interiores, las casas de los protagonistas y la habitación del hotel, con unas vistas maravillosas del club náutico de Baltimore. Y desde luego la banda sonora, una musiquita pizpireta, alegre y un poco infantil, que hace pensar en lo cotidiano de la vida y que reconforta. 

Ésta es pues la historia de tres seres que aparentemente no pueden ser más diferentes, pero a los que une un sentimiento común de soledad y desarraigo, de gran necesidad de afecto, con un pesado bagaje existencial a sus espaldas, y a los que el azar propicia que establezcan profundos lazos de amistad y de amor.

Al final todo les sale mejor…imposible.


miércoles, 29 de junio de 2011

Mejor...imposible (II)


Carol ignora a Melvin en el restaurante al día siguiente. “Tiquiticlin, tiquiticlon”, le dice cuando pasa por su lado para llamar su atención. Hace gárgaras con el agua. Una camarera le cuenta a Carol muy contenta que la han cogido para un papel. “Lo que el mundo necesita, otra actriz”, se lamenta Melvin teatralmente. “De acuerdo, de acuerdo. No puede vivir sin mí”, accede Carol por fin. Él le pregunta el nombre de su hijo, tras preguntarle por su salud, a modo de disculpa por lo sucedido el día anterior. “Spencer”, le dice ella, “Spence”.

Simon está a punto de terminar el enorme retrato de su modelo. Dos chicos con los que éste está conchabado entran en la casa para robarle. Él los descubre y uno de ellos le da una paliza terrible. El chico está un poco aterrorizado, en el fondo le había cogido afecto a Simon. “¿Por qué haces esto?”, le pregunta.

La policía registra la casa tras el suceso y pregunta a los vecinos. Melvin les dedica algunos comentarios de los suyos. “Vayan a registrar un Seven Eleven y comprueben si hay salchichas caducadas”.

Nadie se quiere quedar con el perro de Simon. Melvin se burla de la situación y Frank se lo endosa directamente a él. “¿Quieres decirme que no?. Porque nunca he estado tan loco como lo estoy ahora. Casi quiero que me digas que no”. “No puedo quedarme con él”, le dice Melvin azorado, “nadie había estado nunca ahí dentro”.

El perro se esconde en el fondo de la casa de Melvin. “Estás muerto, aquí no tenemos comida para perros. Comerás lo que haya”. Escoge algunas exquisiteces de su nevera y se las coloca a Verdel en su plato, pero no se acerca. Melvin se lamenta, fatigado. "¿Dónde está la confianza?". Entonces se pone a tocar el piano y a cantar una canción melódica para romper el hielo. Verdel se decide a comer.

Frank y una ayudante, Jackie, visitan en el hospital a Simon. Ella se pone a llorar en cuanto lo ve, su aspecto es terrible. El convaleciente se inquieta cuando sabe con quién han dejado a su perro. “Esperar le da ventaja al diablo”, dice. Pide un espejo, y se mira en él desolado. “¿Dónde estoy yo?”, exclama lloroso.

Melvin se sienta cerca de la puerta en el restaurante para vigilar a Verdel. Unos niños juegan con él en la calle y lo mira enternecido. Está empezando a cogerle cariño. Le guarda un poco de bacon en una bolsita. Cuando va con él por la calle y se da cuenta de que también evita pisar las líneas de la acera, le coge en alto y le dice muy contento que no sea como él. Dos mujeres que pasan por allí se quedan maravilladas y dicen riendo que ojalá las trataran a ellas así de bien.

Frank le visita en su casa y le pregunta por Verdel. “Es como un grano en el culo”. Cuando sabe que se lo van a llevar, al meterse en su casa de nuevo se siente terriblemente angustiado y abatido, y comienza a llorar.

Al día siguiente le lleva a Simon a Verdel. “Qué asco de cara te han plantao”, le dice con su habitual sarcasmo. “¿Podría intentar ser un poco más suave?”, le pide Simon. Se quedan mirando al perro.“No le culpes por ser tonto, sólo tienes que mirarte en el espejo”, continúa Melvin en su línea.

Verdel se sienta junto a la puerta cuando Melvin se va. Está tristón y no hace caso a nada de lo que le dicen. Simon está extrañado. Melvin toca canciones tristes en su casa, mientras llora y ríe a un tiempo. Se había acostumbrado a la presencia del animal y lo añora. “Por un perro, por un perro feo...”.

Decide ir a su psiquiatra sin cita previa, y por eso éste no le quiere recibir. “Doctor Green. ¿Cómo puede diagnosticarme un trastorno obsesivo compulsivo y luego sorprenderse si me presento aquí de repente?”. “No vamos a hacer un debate”, le contesta el doctor. “He cambiado solamente una pauta, como usted dijo que hiciera”, alega Melvin utilizando todas sus artimañas. De nada le sirve. Malhumorado, al salir murmura palabras despectivas a los que están en la sala de espera.

Cuando va al restaurante no encuentra a Carol, se pone nervioso y levanta la voz a una camarera. El dueño quiere echarle. “No soy un capullo, usted sí evidentemente. Soy un gran cliente. El día de hoy ha sido un desastre y no estoy seguro de poder aguantar también esto”. Terminan echándolo, entre el aplauso general.

Se presenta en casa de Carol. Es penosa su forma de entrar en el portal, pues el suelo es de mosaicos y no sabe dónde pisar. A ella no le sienta muy bien. “¿Está usted chiflado?. Esta es mi casa particular”. Melvin está muy nervioso. “Estoy quitándole emotividad a todo esto, a pesar de que este asunto me afecta profundamente”. Ella se pone aún más furiosa. “¿De qué asunto habla?. ¿De que no estaba allí para aguantar su mierda y traerle los huevos?. ¿Tiene algún control sobre lo espeluznante que puede llegar a ser?”. Termina echándole de mala manera, pero cuando ve que su hijo tiene mucha fiebre, sale a todo correr detrás de él para que les lleve al hospital en el taxi que Melvin iba a coger. Se produce una curiosa situación por la calle, cuando Carol grita “¡Melvin, espere!”, y es coreada repetidamente por un grupo de colegialas con uniforme que pasaba en ese momento por allí, hasta que Melvin las hace callar con un grito. Cuando cierra las puertas del taxi lo hace a patadas, para no tener que tocarlas con las manos. Le pregunta a Carol si va a volver al trabajo, pues en realidad sólo piensa en sí mismo. Ella le despide furiosa.

Jackie, aprovisionada con unas tarjetas para no olvidarse de nada, le va diciendo a Simon en qué situación financiera se encuentra. Verdel sigue sin hacerle caso. “¿Qué pasa?. ¿Añoras al tipo duro?. Pues aquí estoy, bonito. ¿Te alegras de verme, pequeño felpudo meón?. ¿Qué tal otro viaje por el tobogán?”. El perro huye despavorido ante el nuevo y agresivo tono que adopta su dueño.

Melvin va a su editorial porque acaba de terminar su último libro, y le pide a su editora un favor, que mande a su marido, que es un médico reputado, a casa de Carol. La secretaria de su editora le admira, y con su voz chillona y empalagosa le pregunta: “¿Cómo consigue describir tan bien a la mujer?”. Melvin, horrorizado, descarga sobre ella su artillería. “Pienso en un hombre y le quito la responsabilidad y la sensatez”.

Carol se asusta al volver a casa y ver a un médico. Ella, su madre y el niño terminan encantadas con él, porque es muy afectuoso y eficiente. Cuando aparece una enfermera no dejan de alucinar, y más al saber todas las pruebas que le van a hacer a Spencer y que van a tener los resultados en el día. Carol se entera de que hay una prueba muy importante que le tenían que haber hecho a su hijo hace tiempo y le dijeron que no se lo cubría su seguro. “¡Putos cabrones de la mutua!”, exclama. Luego se disculpa ante el médico. “Tranquila, de hecho creo que ese es su nombre técnico”, bromea. Ellas le miran embelesadas. “¿Podemos traerle alguna otra cosa, un poco de agua, un café, unas esclavas?. ¡Doctor!”, exclama Carol admirada y feliz antes de abrazarlo, esperanzada al saber que la vida de su hijo va a mejorar notablemente a partir de ese momento. El doctor se deja querer.

La empleada de hogar se despide llorosa de Simon porque ya no puede seguir pagándola. Acude a casa de Melvin. “¿Ha muerto ya?”. Ella le pide el favor de si se puede encargar del perro, y de paso de Simon. “¿Podría haber algún modo de que usted aceptara pasear su perro por él?”, le pregunta a Melvin. “Por supuesto”, le contesta encantado. “Es usted maravilloso. Ábrale las cortinas, para que pueda ver la preciosa obra de Dios, y así sabrá que incluso estas cosas suceden para bien”. Melvin la mira como si deseara pulverizarla. “¿Quién le enseñó a hablar así?. ¿Algún marinero del bar Mete y Saca de Panamá City, o es que es su día de escapada y ha vaciado la bodega de Simon?. Vaya a vender sus neuras en otra parte, aquí ya estamos servidos”.

Melvin lleva a Verdel a casa de Simon después de sacarlo de paseo. “Este piso apesta. ¿Qué ha pasado con todos tus amigos maricas?”. A Simon se le saltan las lágrimas. “Púdrase en el infierno”. “Nena, no pierdas tu compostura femenina. Tranquilo, volverás a estar de rodillas dentro de nada”. Simon se levanta de repente indignado de la silla de ruedas y le da un puñetazo. “¿Le resulta divertido?. Tiene suerte diablo, la cosa cada vez se pone mejor ¿verdad?. Voy a perder mi apartamento Melvin, y Frank quiere que suplique a mis padres, que nunca llaman, que me ayuden. Y no lo haré, y ya no quiero pintar más, así que la vida que intentaba llevar se ha esfumado, y siento tanta lástima de mí mismo que me cuesta respirar. Para usted es un gran momento, ¿verdad Melvin?. Su vecino gay está aterrorizado. ¡Aterrorizado!. Tienes suerte, me has visto tocar fondo, despreciable horror de ser humano”.

Melvin, abrumado, intenta consolarlo y distraerlo. “Voy a hacer algo por ti que puede que te anime”, dice refiriéndose a Verdel. “No es por afecto, es un truco: llevo bacon en el bolsillo”. Verdel sin embargo, a pesar del reclamo de su dueño, sigue prefiriendo a Melvin (ambos miran con la misma expresión a Simon, tienen incluso parecido físico). Simon aún se deprime más.

Carol no puede dormir y decide en medio de la noche visitar a Melvin en su casa. Empapada por la torrencial lluvia, permanece sobre el felpudo de su puerta sin entrar en la casa. Después de unas pocas palabras, termina diciéndole aquello que la ha estado preocupando. “¡No pienso acostarme con usted, jamás me acostaré con usted, nunca, jamás!”. Teme que Melvin quiera cobrarse de esa manera el favor que le ha hecho con su hijo. El aludido contesta con ironía y tristeza. “Vaya, lo siento pero…. Para los juramentos anti sexo no abrimos hasta las 9.... ¿Volverás mañana al trabajo?”. Es lo único que parece importarle.

Melvin no consigue conciliar el sueño después de esto. “Nunca ha dicho, nunca dice”. Se levanta de la cama, haciendo extraños movimientos con los pies en torno a sus zapatillas antes de ponérselas, ritual que forma parte de sus muchas manías. Va a casa de Simon, que tampoco puede dormir, y de paso le lleva sopa china. Todo son lamentaciones. “No me aclaro las ideas, ni me siento como siempre”. A Simon le pasa lo mismo. De repente Melvin da por terminada la conversación a los 5 minutos, y vuelve a su casa dejando a Simon desconcertado.

Carol le quiere dar una nota de agradecimiento de incontables páginas a Melvin al día siguiente en el restaurante. Está sentado con Frank, que le dice entre sorprendido y burlón lo mucho y bien que está cambiando. Le pide que acompañe a Simon a Baltimore a ver a sus padres para pedirles dinero. Le ofrece su descapotable. Melvin, que no está muy convencido, le comenta a Carol lo que le acaban de proponer. “Ya quisiera yo tener esa vida donde mi mayor problema es que alguien me ofrece un descapotable para poder huir de la ciudad”, comenta sarcástica. Su respuesta les deja estupefactos. Frank se ríe. Melvin termina accediendo. “Bueno, te veré mañana, no lo prolonguemos más, tampoco disfrutamos tanto el uno del otro”, le dice a Frank mientras muele la pimienta sobre su comida, sin darle tiempo a que él termine de comer, lo que le hace marcharse enfadado.

Melvin tiene una idea en su cabeza. “Voy a llevar a mi vecino marica hasta Baltimore”, le dice a Carol. Le pregunta qué tal le va con el médico que les mandó. Ella quiere leerle su nota de agradecimiento, pero con tantas páginas no sabe por dónde empezar, desesperada. Melvin aprovecha para decirle que quiere que le acompañe en el viaje: lo que ha hecho por su hijo la compromete. Ella rehúsa al principio poniendo toda clase de excusas, pero termina aceptando.

Carol prepara en su casa el equipaje, mientras Melvin hace lo propio en la suya. Él es muy metódico: alinea ordenadamente su ropa sobre su cama y va tachando de una lista lo que va metiendo en la maleta.

El día de la partida, Carol se despide de su hijo, que corre tras el autobús en el que va su madre sin perder el aliento. Cuando llega a su destino, Melvin hace las presentaciones, a su manera. “Carol la camarera, Simon el maricón”.

En el coche, de camino, Melvin tiene una selección musical para poner en cada momento lo que más convenga. En el trayecto Simon le cuenta su historia a Carol: su padre supo antes que él mismo que era homosexual. Un día que pintaba desnuda a su madre, se puso muy furioso y le dio una paliza. Días después le ofreció dinero y le dijo que se marchara y que no volviera nunca más. Simon le agarró y le abrazó, pero él se dio la vuelta y se fue. Melvin interrumpe, porque también quiere que le hagan caso, cree que su historia es la más patética de todas. “Mi madre no salió de su habitación en once años. Solía golpearme en las manos con una vara de medir si me equivocaba al tocar el piano”. Nadie le hace caso.

martes, 28 de junio de 2011

Mejor...imposible (I)


Mejor…imposible es una de mis películas preferidas, y por muchas razones: el amplio espectro interpretativo de los actores protagonistas, que nos han sabido transmitir todo tipo de sentimientos y emociones; la inteligencia y la sensibilidad derrochada en el argumento y, sobre todo, en los diálogos; el talento artístico del director y de todo el equipo que contribuyó a que esta obra maestra inigualable tuviera lugar.

Tres son los protagonistas de este premiado film, personajes que ya se han hecho imprescindibles en la iconografía cinematográfica de cualquier aficionado al celuloide.

Melvin, escritor de éxito, lleno de manías y rarezas, refinado y culto, inteligente, ermitaño, se complace hiriendo a los demás con su sarcástico sentido del humor, que para él es su normal manera de expresarse y de relacionarse con su entorno.

Simon, vecino de descansillo de Melvin, es un hipersensible y delicado pintor, homosexual, que también tiene una carrera exitosa, dueño de un perrito peludo, Verdel, que haría las delicias de cualquiera y al que no sé si considerar el cuarto protagonista del film. Sus aciagas circunstancias personales cambiarán la vida de los que le rodean.

Carol es la camarera que atiende a Melvin en el restaurante al que va habitualmente a comer. Madre soltera, vive con su madre y su principal motor y preocupación es su hijo, Spencer, Spence como dice ella, que tiene una delicada salud. Fuerte, sincera, hiperactiva, parece que va buscando algo que no termina de encontrar, todo le afecta profundamente, lo bueno y lo malo, nada le es indiferente. Destila una mezcla de simpatía y calidez, tiene unos valores firmemente arraigados, grandes altibajos emocionales, se exige mucho a sí misma y también a los demás, y se somete a su propio e implacable juicio constantemente, del que no siempre sale bien parada ni ella misma. Es la única que sabe tratar con Melvin.

Quiero reproducir los diálogos de esta película, pues son hilarantes e inteligentes, y nos conducen a lo largo de una historia que no es si no la vida misma, con todos sus placeres y pesares.

Al principio vemos a Melvin abalanzándose sobre Verdel, que se ha escapado de casa de su dueño, Simon, y se está haciendo pis en una de las paredes, en el descansillo. Para evitarlo, y como no sabe cómo tratar a los animales, opta por echarlo por el tobogán de la basura.

Simon sale y al verle le pregunta por él, por si lo ha visto. “Es mi perro, con esa carita adorable”. Melvin aprovecha para burlarse de el. “¿De qué color?. De color melaza, con la nariz ancha para oler las comidas de la cárcel..”, le dice haciendo alusión a su marchante de arte, que es negro.

Melvin entra en su casa, y ahí es cuando empezamos a ser testigos de su extraña condición humana, repitiendo incansable sus manías diarias: abrir y cerrar varias veces la puerta de la calle, encender y apagar varias veces las luces, emplear agua hirviendo para lavarse las manos aunque casi se las queme, además de dos pastillas de jabón de glicerina que saca de un armarito del baño, donde las acumula en cantidades industriales, para luego tirarlas a la basura nada más usarlas.

Cuando el portero le devuelve a Verdel sano y salvo, Simon le besa en el hocico muy contento, y el animal le corresponde con varios lametones. El portero le dice con mucha sorna que lo encontró en el cubo de basura del sótano comiendo caca de pañal.

Melvin en su casa recita en voz alta los pasajes del último libro que está escribiendo, mientras teclea en su ordenador. “¿ Cómo podía encontrar ella tanta esperanza en sus partes más íntimas?. Por fin era capaz de definir el amor. El amor era…”. Varios timbrazos en su puerta, y las voces de Simon y su marchante de arte, Frank, le sacan de su concentración creativa y le hacen montar en cólera. “¡Hijo de puta!. ¡Maldito marica culiprieto!”. Abre la puerta de su casa furioso, y Simon le pregunta, asustado por la actitud de Melvin, si fue él quien hizo desaparecer a su perro, mientras no puede evitar que se le empañen los ojos, angustiado sólo de imaginarlo. “¿No te das cuenta de que yo trabajo en casa?. ¿Te gusta que te interrumpan mientras estás mariposeando en tu jardincito?. Pues yo trabajo a todas horas. Así que nunca, nunca, me interrumpas, ¿de acuerdo?. Ni aunque haya un incendio. Ni siquiera si oyes un golpe seco en mi casa y al cabo de una semana sale de aquí un olor que tan sólo puede ser el de un cadáver putrefacto, y has de llevarte un pañuelo a la cara, porque el hedor es tan fuerte que te vas a desmayar, aún así, no llames aquí. O si es la noche de las elecciones, y estás emocionado y quieres celebrarlo porque algún chupapollas con el que sales ha sido elegido el primer presidente marica de los Estados Unidos, y ha decidido que va a llevarte a hacer locuras a Camp David, y quieres a alguien con quien compartir ese momento, aún así, no llames, a esta puerta no. No. ¡Bajo ningún concepto. ¿Lo has captado, ricura?”.

“No ha sido una indirecta muy sutil”, le dice Simon vacilante. Cuando Melvin vuelve a meterse en su casa, Simon, todavía impresionado, bromea con Frank: “Según la teoría de la confrontación, ahora se lo pensará antes de meterse conmigo”.

Melvin, de nuevo ante su ordenador, intenta recuperar la inspiración. “El amor era….”. Esta vez es Frank el que llama a la puerta de su casa, y cuando Melvin sale, aún más encolerizado que antes, le saca al descansillo tirándole del cuello del jersey con las dos manos. “Crees que puedes apabullar a todo el mundo con tu mala leche. Yo me crié en el infierno, hermano. Mi abuela tenía más mala leche”. Melvin grita, aterrorizado. “¡Policía!. ¡Idiotas devoradores de donuts!. ¡Ayúdenme!. ¡Asalto con agresión!. ¡Y eres negro!”. “¡Me gusta, Melvin!”, le dice Frank. “¡Odio hacer esto, soy marchantes de arte!. Que tengas un buen día. Muy bien. ¡Juerga, juerga!”, exclama mientras se aleja dando saltitos.

En la calle, Melvin va empujando a la gente, intentando sortearla sin que le toquen, procurando no pisar las líneas de la acera. A uno le hace caer de su bicicleta. Algunos le increpan.

Al llegar al restaurante donde come habitualmente, se sitúa al lado de la mesa que suele ocupar, en la que está sentada una pareja, y escucha lo que están diciendo mientras los mira fijamente para incomodarlos. “La gente que habla con metáforas a mí me restriega los bajos. Tragar”. Mientras, Carol, la camarera que le suele atender, va y viene y cada vez que pasa por su lado le roza, lo cual parece gustarle mucho. Se dirige a ella. “Resulta que hay judíos en mi mesa”. Ninguna camarera quiere que Melvin se siente en su zona. “¿Cuánto tenéis que comer?. Vuestro apetito es más pequeño que vuestra nariz ¿eh?”. La pareja de la mesa, que no quiere problemas, termina marchándose, mientras el dueño del restaurante hace amago de echarle.

Carol se sorprende con las cosas que pide Melvin para comer. “Morirá pronto con esa dieta”, le dice. “Todos moriremos pronto”, comenta el aludido a media voz. “Yo lo haré, tú lo harás, y por lo que parece tu hijo seguro”. Ha oído a Carol más de una vez hablar sobre los problemas de salud del niño. Ella le mira, no dando crédito, iracunda y conmocionada. Melvin se da cuenta de que acaba de meter la pata. Es como si no le importara la reacción de los demás a sus comentarios o sólo fuera consciente del alcance de los mismos cuando el efecto que provocan es tan fulminante. “Si vuelve a hablar de mi hijo, ya no podrá volver a comer aquí nunca más. Deme alguna muestra de que lo ha entendido o márchese ahora. ¡¿Lo ha entendido bien, loco-cabrón?!”. Melvin musita unas disculpas, sin apenas atreverse a levantar la vista de la mesa, y Carol se aleja, aún consternada.

Carol tiene una cita esa noche con un hombre muy apuesto y algo más joven que ella. Todo sale mal porque lo lleva a casa, donde apenas tiene intimidad, y por descuido se mancha con vómito del niño al ir a tocarle un pecho a Carol, lo que termina de quitarle interés al momento. “Es demasiada dosis de realidad para un viernes por la noche”, le dice él como excusa al marcharse.

Uno de los colaboradores de Simon escoge a un chico de la calle para que haga de modelo para uno de sus cuadros. Cuando el elegido va a casa del pintor, mientras le sigue hasta el estudio, se va quitando la ropa. “No es un desnudo”, le dice Simon desconcertado al volverse y verlo así. Ya en plena sesión, el improvisado modelo no sabe cómo posar. “Yo sólo observo hasta que algo me inspira”, le dice Simon. “Ninguna orientación”, se lamenta el chico. Simon intenta explicarse. “¿Has observado alguna vez a alguien que no sabe que le observas?. Una anciana sentada en un autobús, o niños que van al colegio, o alguien que espera, y ves ese resplandor que les invade, y de inmediato sabes que no tiene que ver con nada externo, porque eso no ha cambiado, y cuando lo ves son como más reales y están vivos, y si miras a alguien un buen rato descubres su humanidad”. El chico capta enseguida la idea.

lunes, 27 de junio de 2011

Afganistán y otras guerras


No salgo de mi asombro con todo lo que está pasando en Afganistán. Cada dos por tres hay una noticia en los medios que habla de soldados españoles muertos o heridos allí. En la más reciente se decía que nuestras tropas estaban en misión de reconocimiento cuando ocurrió el último incidente. Un montón de tanques en fila india internándose por territorio afgano, corriendo toda clase de peligros y no sabemos muy bien por qué.

Porque ¿cuál es la misión real del ejército español en Afganistán?. Se supone que es entrenar a las tropas del país para que libren sus propias batallas. España no participa activamente en ninguna guerra, ni falta que le hace. Entonces ¿qué terreno tiene que estar reconociendo?. ¿Es que se extralimita en sus funciones?. ¿Qué nos están ocultando?. La información sobre nuestra participación en esa contienda es muy confusa, no es clara en absoluto.

Le preguntaba a mi hijo, experto para mi desgracia en armas y guerras, que cómo podían haber muertos dos soldados por una bomba si iban en un vehículo blindado. Él me dijo que esta clase de vehículos sólo resisten las balas y cierto tipo de armamento, pero una bomba no. Parece que no hay blindaje posible contra la violencia, sea cual fuere. No hay entrenamiento suficientemente eficaz para resistir un ataque sangriento, no somos superhéroes, no tenemos poderes, somos frágiles y estamos expuestos a todo.

Una amiga mía que trabaja en un acuartelamiento de carácter internacional, encargada de tramitar las órdenes de viaje del personal militar (una especie de pasaporte se podría decir), está escandalizada con lo que está pasando con Libia. Los altos mandos quieren mandar tropas allí, pero como ésta es una guerra que no estaba prevista (hay que hacer un planning hasta de las guerras, reales y posibles), no existe partida presupuestaria para financiar ese movimiento de contingente humano. Para colmo de absurdos, los oficiales que ya se han ido se lo están pagando de su bolsillo, hasta que alguien se encargue de pedir y le sea concedido ese remanente económico necesario para pagar el desembolso, y como la situación se está prolongando sin que nadie haga nada por solucionarlo, pues es ya insostenible. Ha habido uno que ha dicho que su Visa ya no da más de sí. Increíble.

Mi amiga me ha dicho que seguramente, debido a todos estos inconvenientes, cuando llegue la ansiada partida presupuestaria extraordinaria, no habrá suficiente para pagar a los soldados los sueldos que habitualmente están establecidos para misiones en el extranjero. Les remunerarán con la mitad de lo que sería normal. Qué bien, el precio por jugarte la vida vale la mitad de lo que debiera, porque a la persona que está al frente de la cartera ministerial, en este caso le ha tocado el san benito a Carme Chacón, no se le ha ocurrido que tiene que desembolsar un dinero que seguramente ya ha destinado a cosas mucho menos importantes y urgentes. Ni parece querer saber nada del tema. El gobierno que rige en estos momentos nuestros destinos cree que dejando pasar por alto los problemas, éstos se solucionan solos por desgaste o como si ignorándolos dejaran de existir.

Qué gloria nos hemos perdido para la posteridad, cuando esta señora pretendió aspirar a la futura presidencia del gobierno. Por fin una mujer presidenta, después del logro de ser la primera representante del débil sexo en ostentar una cartera machista por antonomasia como es la de Defensa. Menudo carrerón el suyo, el estrellato parecía asegurado. Y qué cara de lástima ante los medios de comunicación cuando tuvo que decir que ya no podía ser, como una niña pequeña que estuviera a punto de llorar porque le han quitado el caramelo.

Y mientras, en donde trabaja mi amiga reina la más absoluta confusión. Sin la orden de viaje el militar de turno no se puede marchar, pero ya se les ha dado aviso de que vayan haciendo el equipaje. Todo son decisiones contradictorias, tomadas sobre la marcha y de cualquier manera. Y encima nadie garantiza que se les vaya a retribuir sus servicios.

Es un tema tan importante y se ha tomado tan poco en serio que termina resultando rocambolesco. Si antes teníamos sólo la sospecha de que vivimos en una república bananera, ahora se confirma absolutamente.

Cuando oigo a mi hijo que quiere entrar en el ejército se me cae un poco el alma a los pies. Por un lado porque la seguridad, aún sin entrar en combate, no está garantizada, y por otro lado porque no se le está dando la importancia debida al hecho de que una persona decida jugarse la vida por su país, aunque sea en misión humanitaria.

Todo esto es un monumental despropósito, desde la persona que han puesto a la cabeza de la cartera ministerial tomando decisiones hasta el trabajo de oficina mondo y lirondo que se hace en los acuartelamientos. Aquí no se salva nadie. Aquí no tenemos salvación nadie. Estamos en completa indefensión.

viernes, 24 de junio de 2011

Celebraciones familiares


 

 

 
Esta fue una salida de las muchas que hacemos en familia siempre que hay que celebrar algo. Debió ser a primeros de octubre, por los cumpleaños de mi padre y de mi hijo, que cumplen con dos dias de diferencia.
Aqui estamos todos, mis padres, mi hermana y mi cuñado, mi hijo con su tio Ángel, yo con mis hijos y ellos juntos.
Últimamente vamos a un restaurante cerca de Sol, el Museo del Vino, en el que se come estupendamente por un precio razonable. El local es muy bonito, y hay que procurar no ir muy tarde porque sino hay que aguardar cola.


jueves, 23 de junio de 2011

Fotos de Ana (II)



 Si Ana continúa con esta afición suya por la fotografía, quién sabe si a lo mejor se podría dedicar a la publicidad. Esta foto que le hizo a su perfume parece un anuncio de los que salen en las revistas. Tiene un gusto muy particular para colocar los objetos, escoger los ángulos y alterar  los colores.


Ana posa como si fuera una actriz. La mariposa, que es un imán y la tengo en mi habitación, parece que simboliza la inocencia. Ella la mira melancólica, como algo frágil y delicado, volátil, pasajero. Es como si dejara atrás su infancia. Es una imagen serena, relajante, ella tumbada de medio lado sobre mi cama, como descansando. En realidad le gusta jugar con los contrastes, con los colores: el verde de sus ojos y el azul de la mariposa...


Aquí Ana está con una de sus amigas. Les da mucho ahora por poner morritos. En el Tuenti aparecen todas así. Me gusta la idea del primer plano robado por otra cámara, la del móvil en este caso. La realidad se ve diferente a través de las cámaras, y de los espejos.



miércoles, 22 de junio de 2011

De monstruos



De todas las historias que sobre seres monstruosos se han escrito, siempre me ha dado un cierto repelús la referida a Frankenstein. El poder crear un individuo a partir de trozos de cadáveres cosidos entre sí como si fuera un collage viviente, y añadirle encima el cerebro de un psicópata, me parece el colmo del mal gusto. Deberían haber afinado la cirugía estética y la otra, en lugar de coger aquí y allá sin tino de todo lo que encontraron, como si fuera un saldo de la época de rebajas. Cuánto costurón mal dado, qué trabajo más poco fino. Algunas de las que se operan hoy en día para asiliconarse quedan así, y encima pagando una pasta.

En la versión cinematográfica de Kenneth Branagh, el monstruo salía de una especie de olla a presión con forma de bañera, después de haberse estado cociendo como si fuera un garbanzo, atravesado por largas agujas al estilo de las que se usan para la carne mechada, con las que le aplicaban corrientes eléctricas capaces de ejecutar a toda la población reclusa de Sin-Sin de una sola vez. Siempre he pensado que había un cierto sadismo en semejante forma de insuflar vida. No es de extrañar que la nueva creación saliera tan alterada.

Mary Shelley imaginó un hombre alto y muy corpulento, feo de narices, con tez cetrina y gesto inexpresivo y no por ello menos inquietante, con unos grandes tornillos saliéndole de las sienes. Casi había que tenerle lástima por semejante apariencia, pues era evidente que estaría marcado desde un principio. No tendría ninguna oportunidad. Creer que somos como dioses, capaces de inspirar el aliento vital o de dar muerte según nuestro antojo, es un anhelo secreto del ser humano en su afán por controlar todos los aspectos de la existencia, pues supone abrir las puertas del más allá y tener control sobre esta vida y la otra. Poder resucitar a los seres queridos que fallecieron o a nosotros mismos, nos ofrece un abanico de posibilidades infinitas. Nuestro afán es seguir sobre la faz de la Tierra, no nos resignamos a tener fecha de caducidad.

Pero qué cruel la escritora al imaginar un hombre que es un monstruo, víctima y verdugo a un tiempo, incapaz de sustraerse a los dictados asesinos de su defectuosa mente. No sabemos si compadecerle o temerlo, pues es adorable cuando no se comporta con maldad, está solo y desvalido en un mundo extraño que no entiende y al que no ha elegido venir. Ni él mismo sabe de lo que es capaz. Su figura no está lejos de la realidad, pues cualquier psicópata que se precie se halla en esa tesitura. Qué son sino monstruos con una carga genética terrible.

Puestos a elegir, Mary Shelley podría haber hecho un monstruo hermoso que además fuera incapaz de ningún acto maligno. Pero entonces ya no sería un monstruo, ya no nos daría miedo, y a lo mejor hasta querríamos tener uno en casa, para que nos entretuviera o nos hiciera las faenas del hogar, y de paso sustituyera a alguna pareja o marido que sí son realmente monstruosos.

Tampoco hay que olvidarse del conde Drácula, que aterrorizó la infancia de mi generación en la figura de Christopher Lee, cuyas películas no dejaban de poner, con sus colmillos retráctiles como los ofidios, siempre sangrientos, clavándose cada dos por tres en el blanco cuello de alguna bella mujer hipnotizada por su halo misterioso y dominador, parecido a lo que sucede en la vida real con los hombres que seducen y maltratan. Ellos también pueden chuparte la sangre y hacerte creer que aún sigues viva, cuando ya estás muerta, y además les da igual 8 que 80, nunca tienen suficientes víctimas.

Y qué decir del hombre lobo, cuya última versión para el cine que he visto la protagonizaba un actor de extraña apariencia con nombre de modisto, Benicio del Toro, a quien no sé cómo calificar pues no le he visto actuar lo suficiente. Este personaje es también un ser bastante repulsivo, sobre todo cuando se está transformando, que saca a relucir el lado oscuro y animalesco que el ser humano lleva dentro, un atavismo ancestral que se remonta a la génesis de la Humanidad, cuando el hombre aún no era tal.

De monstruos estamos servidos, y no hace falta recurrir a los relatos de ficción para darse de cara con ellos. Esos asesinos en serie que de vez en cuando saltan a los medios de comunicación, o sin ir más lejos y a menor escala, cualquier jefe o compañero de trabajo, vecino, familiar o cónyuge, que paga con nosotros sus frustraciones personales.

Pobres monstruos, los de la ficción literaria, seres a medio hacer como Frankenstein, marcados por una maldición reiterativa, constante y crepuscular, diferentes al resto del mundo, solitarios, inseguros, incomprendidos, sin consuelo posible.

martes, 21 de junio de 2011

Escultores (III): Francois Girardon


Escultor de los siglos XVII-XVIII, nacido en Francia, no se sabe mucho sobre su biografía personal.
Muy apreciado en la corte real, fue uno de los maestros de la escultura decorativa y monumental, destacando sobre todo por sus temas mitológicos.
Se formó en Roma, donde estudió en profundidad el arte de la Antigüedad. Su obra está cercana al clasicismo del periodo barroco.
También realizó bustos.
Entre sus creaciones me gusta especialmente la que puede verse en la foto, Apolo servido por las ninfas, por su complicada perfección, la belleza de los cuerpos, la maestría para representar los ropajes, las actitudes, la armonía de los gestos. Es un conjunto dinámico, parece que las figuras se fueran a poner en movimiento en cualquier momento.

lunes, 20 de junio de 2011

A solas con Marilyn


Cuántas cosas se han escrito sobre Marilyn Monroe. Cuesta creer que una mujer a la que se le había construido una imagen tan aparentemente frívola, el típico sex-symbol norteamericano, la rubia oxigenada explosiva y sensual, pudiera causar tanta sensación mientras vivió, y llegara a convertirse en un icono cultural tras su muerte, en una especie de fetiche, en un símbolo de todo un siglo imitado por tanta gente y tan presente, varias décadas después, en la moda y en otros muchos ámbitos.

No creo que la propia Marilyn hubiera imaginado nunca que su persona llegara a ser conocida en el mundo entero, y que significara tanto para muchos. Ella, que fue una pobre huérfana que pasó por varios hogares adoptivos en los que fue maltratada. Ella, que empezó siendo muy joven su errática relación con los hombres, casándose con un hombre insignificante. Ella, que a pesar de su belleza, su dulzura y sus talentos, fue siempre minusvalorada por una sociedad puritana como era la estadounidense de los años 50-60, la misma que la había fabricado como un producto más del star system, preparado para ser consumido por el gran público, especialmente el masculino.

Marilyn supo sacar partido a un físico de escándalo, y su aspecto resultó notablemente más atractivo después de pasar por las manos de los asesores de imagen de Hollywood. Cambió su peinado, aprendió a maquillarse, y desarrolló un gusto exquisito para la ropa (sus vestidos sugerentes que marcaban sus pronunciadas curvas, sus trajes de noche de ensueño). Hasta modificó su manera de caminar, contoneándose de forma fingidamente casual y marcadamente provocativa para acentuar el atractivo de su cuerpo. Era como una gatita melosa, que desease por encima de todo ser admirada, querida y deseada, que anhelase ser protegida, pues su desvalimiento era evidente, pese a su aparente poderío sexual.

Pocas personas fueron nunca tan frágiles como Marilyn. Víctima de su apariencia, despertó la libido de los hombres, pero no su amor. Fue una muñeca rota, una marioneta utilizada por la industria del cine para enriquecerse explotando su imagen, y por los miembros del sexo opuesto, que se aprovecharon de ella por su vulnerabilidad y su enorme necesidad de afecto.

Marilyn nunca se llegó a sentir totalmente bien en su piel, en el papel que otros habían creado para ella. Sus inseguridades, sus miedos, afectaban a su estado emocional de forma implacable. Llegaba con retraso a los rodajes y no siempre se sabía su papel. Unas veces era capaz de decir de carrerilla 3 ó 4 páginas seguidas del guión, y otras veces tenían que repetir sin descanso las tomas porque se confundía en una sola frase, incapaz de concentrarse. Sus problemas para conciliar el sueño iban en aumento, y el efecto de las muchas pastillas que tomaba para dormir había que contrarrestarlo con estimulantes, algo que no le importaba mezclar con alcohol siempre que la ocasión lo requiriera (como le pasó a Judy Garland, o más recientemente a Heath Ledger).

A pesar de su agitada vida social y sentimental, sólo dos hombres fueron claves en su existencia: un conocido jugador de béisbol, el único que en cierto modo la siguió queriendo incluso tras su divorcio, el que se encargó de organizar su entierro y funeral y que nunca le faltasen flores en su tumba, y un exitoso escritor con el que nadie hubiera pensado nunca que tuviera algo en común (el rasgo intelectual parecía serle negado a Marilyn), y del que se quedó embarazada en dos ocasiones, sin conseguir llegar a término. Su imposibilidad para ser madre supuso una nueva frustración y un nuevo vacío emocional para ella, aunque en su diario escribió que no descartaba adoptar algún niño si llegaba el caso, lo mismo que fue adoptada ella en su momento.

Pero su errática vida, la inestabilidad de sus relaciones y sus crecientes adicciones le impidieron llegar a realizarse en ese y en otros muchos terrenos.

Mucho se ha especulado sobre su vínculo con los Kennedy, políticos importantes pero personas inmorales, a los que se les llegó a acusar de su muerte (quién les iba a decir a ellos que sufrirían el mismo destino).

Marilyn ya no era persona al final de su vida. Sola, desesperanzada, dicen que practicaba sexo con cualquier hombre con el que se encontrase por la calle, cualquiera que se le antojara en un momento dado, y en cualquier lugar. Muchos trastornos mentales cursan con un exacerbado apetito sexual, y suelen ser el sustituto del amor que debería haber llenado ese enorme vacío interior. Sin dignidad ninguna, le ofrecía a los hombres aquello que pensaba por lo que únicamente se interesaban por ella, a cambio de un contacto humano que le proporcionase siquiera por un momento un poco de calor. Había asumido por completo su papel de sex symbol, sin creerse ya capaz de ninguna otra cosa.

Un ejército de médicos, psicólogos y videntes que la seguían a todas partes no hicieron más que parasitarla y terminar de hundirla en la miseria, algo parecido a lo que le sucedió a Michael Jackson. Una dosis lo bastante fuerte de somníferos aquella fatídica, interminable noche de verano, la ayudó por fin a olvidarse de todo, a descansar para siempre, a dormir el sueño eterno de los que quieren cerrar por fin los ojos y no volver a abrirlos ya nunca más. La anestesia definitiva, el olvido absoluto.

Siempre me han impactado las imágenes que le tomaron a su cadáver, apenas cubierto por una sábana. Su rostro, tan bello, tenía hematomas, y parecía desfigurada, como si la hubieran maltratado (como así había sido toda su vida).

Pero ella sigue viva entre nosotros. Sus películas siempre nos mostrarán su forma de interpretar tan personal y sugerente, con una erótica estudiada y al mismo tiempo con un candor natural de mujer que nunca ha dejado de ser una niña. Qué dulce y frágil en Bus stop, qué desesperada en Niágara, cuán divertida en Con faldas y a lo loco, qué trágica en Vidas rebeldes, y qué terriblemente sensual en La tentación vive arriba, con aquella idea tan peculiar de abrir el frigorífico y colocar un ventilador al lado para conseguir frescor en las largas noches de verano, y de paso poner dentro su ropa interior.

Dicen que dormía con sujetador para que no se deformase su hermosa figura (qué pensaría ahora de la silicona que se colocan muchas), y de todos es sabido que se perfumaba con unas gotas de Chanel nº 5 al irse a acostar.

Marilyn fue una artista muy completa que a su particular talento para interpretar unía su voz tan bonita cuando cantaba y su gracia para bailar. Ella burló a la feroz censura de la época apareciendo semidesnuda junto a una piscina de noche, y como Dios la trajo al mundo en aquel famoso calendario al principio de su carrera. Mostraba su cuerpo sin tapujos, con naturalidad. El suyo era un desnudo artístico que estaba al mismo nivel que una pintura o una escultura, y todos no hemos hecho otra cosa más que admirar esa belleza que es la que está en todo lo que es Arte.

Fue su infancia tan penosa la que la llevó al desastre, y también la manipulación de que fue objeto durante su carrera profesional. Aunque creó su propia productora para conseguir buenos papeles, no era fácil para una mujer en aquel entonces salir adelante en cualquier clase de negocio.

Porque eso fue ante todo Marilyn, una mujer, un ser humano muy especial.
 
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