- Gracias a Teobaldo Nina, nuevo seguidor, que he visto que pinta unos cuadros maravillosos. Me siento halagada por haber despertado el interés de alguien con tanto talento artístico.
- Ahora que paso por la Puerta del Sol me parece casi irreconocible, después de tanto tiempo ocupada por los acampados. He visto que plantaron una especie de huerto alrededor de una de las fuentes, que de momento sigue ahí. Los empleados de la limpieza pasan por las aceras unas máquinas parecidas a las que barnizan el parquet, y extienden un agua jabonosa y olorosa por todas partes. Ríos espumosos se deslizan aquí y allá, en un afán de aseo público urbano sin precedentes. Se dijo que parásitos diversos pululaban entre los acampados, lo que ha alentado esta desinfección a gran escala, urgente, frenética. Seguro que hay sitios de Madrid con más suciedad que éste y nadie se acuerda de ellos, pero los sitios emblemáticos es lo que tiene, que se cuidan más que ningún otro.
Siento una punzada de melancolía cuando veo el escenario de un acontecimiento como el que ha tenido lugar, y compruebo que ha vuelto a ser el mismo de siempre, como si nada hubiera pasado. Parecen los restos de un naufragio que se apresuran en retirar. O por qué ponernos melancólicos: son los restos de una gran juerga reivindicativa y también lúdico-festiva en la que ha habido de todo menos alcohol.
Escenas curiosas allí contempladas permanecerán en mi memoria: un joven leyendo por un megáfono un libro de contenido ideológico, mientras unas cuantas personas sentadas en el suelo le escuchan (o parece que lo hacen); dos acampados jugando sobre un gran tablero de ajedrez bajo los plásticos azules; carteles que llaman la atención sobre asuntos tan dispares como Libia o los derechos de las mujeres…
Hace poco he recibido un e-mail con una recopilación de las frases de algunos de los mejores carteles que se hicieron. La última que vi en Sol decía algo así como: “Nos vamos de esta plaza pero no de vuestras conciencias”. Estas frases serán lo único que nos quede de todo esto, para la posteridad.
- Paseando con mi padre por la Casa de Campo, maravillosas mañanas de primavera que conviene aprovechar antes de que llegue el verano, fuimos testigos de un deporte que nunca habíamos visto practicar y que nos pareció muy curioso. Dos equipos de piragüistas se disputaban un balón, que debían encestar en unas canastas flotantes, más anchas que las habituales de baloncesto. Con los remos paraban el balón en el aire, lo detenían en el agua junto a ellos y lo volvían a lanzar. Se marcaban subiendo la embarcación sobre la del contrario, y amagando un poco con los remos y el cuerpo. El árbitro pitaba desde la orilla, muy cómodo en secano. Era muy espectacular. Kayak polo se llama por lo visto. De lejos se los veía como un pequeño hormiguero de cascos, remos nerviosos y espuma.
- Otro deporte que no sabía que era tal es caminar sobre una cuerda floja tendida entre las cimas de dos montañas, sin redes ni protección. Slackline se llama. En el reportaje que vi sobre el tema aparecía un treinteañero norteamericano que es de los mejores en su especialidad, un tipo muy simpático que vive este deporte con auténtica pasión, con obsesión, como él mismo reconoce. Algo que provocó el divorcio de su mujer hacía poco, tras 13 años de matrimonio, pues aunque ella se dedica también a la misma actividad de riesgo no comprendía su forma de vivirlo y no quería estar en un segundo plano respecto a su trabajo.
El protagonista se lamentaba de esta ruptura y estaba pasando por una crisis que le restaba motivación para emprender sus metas, pero la consecución victoriosa de una de ellas le ayudó a superar el mal momento.
Hay que ver cómo escalaba este hombre, con qué agilidad, sin arneses ni nada, sólo ayudándose de sus manos y su especial forma de colocar los pies en las rocas. Lo que a otros escaladores menos expertos les llevaba 13 horas, él lo superaba en una sola hora. Una maravilla.
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