En el hotel, Melvin le hace a Simon una pregunta inapropiada, como es habitual en él. “¿Alguna vez se te empina por una mujer?”. Ante la cara de estupefacción de Simon, continúa en su línea. “Osea que tu vida no sería más fácil si…”. “¿Tú consideras que tu vida es fácil?”, le interrumpe Simon. Melvin se da por vencido. “Está bien, ahí me has pillado… Un equipaje modélico”, le dice a Simon, que sigue sin entender nada.
Carol está contenta porque su hijo la ha llamado para decirle que estaba jugando al fútbol sin sentirse enfermo. Simon no quiere salir porque está muy cansado, por lo que ella insta a Melvin a salir a un restaurante a cenar y pasarlo bien. Éste, que no se lo esperaba, apenas balbucea: “Voy a darme una ducha rápida, acabo enseguida”. Carol casi se duerme esperando a que termine, hasta que finalmente sale del baño envuelto en una nube de vapor.
En el restaurante, a todo camarero con el que se van encontrando le pregunta Melvin si tienen cangrejo, su auténtica obsesión. Como se exige chaqueta y corbata y no se quiere poner la que le ofrecen allí, se escapa a una tienda a comprar ambas cosas. Para no pisar el suelo del local, lleno de rayas, elige y paga sin pasar de la puerta.
Un camarero bajito sigue a Carol a todas partes con su bebida sobre una bandeja. Ella juega con él, divertida. Sentados a una mesa, él no quiere salir a bailar cuando se lo pregunta Carol. Melvin dice que no comprende cómo a él le hacen vestir de etiqueta y ella puede ir con un vestido de andar por casa. Cuando Carol hace amago de marcharse, ofendida, para salvar la situación le dedica uno de sus maravillosos discursos. “Tengo una dolencia. Mi médico, un psiquiatra al que solía ir contínuamente, dice que en el 50 ó 60% de los casos una pastilla ayuda mucho. Yo las odio, son muy peligrosas, un odio. Mi cumplido es que aquella noche, cuando viniste a casa y me dijiste…., bueno, vale, estabas allí, ya sabes lo que dijiste, bien, mi cumplido para ti es que por la mañana empecé a tomar las pastillas”. “No logro captar por qué es un cumplido para mí”, le dice Carol. Él sonríe feliz por lo que va a decir, es su momento triunfal. “Tú haces que quiera ser mejor persona”. Ella se queda sin aliento. “Puede que sea el mejor cumplido de toda mi vida”, consigue decir, emocionada. “Bueno, va poquito a poco… Es agotador hablar así…”, dice Melvin. Carol se sienta muy cerca de él y le da un beso. “Eso no me lo debías”, dice él entre contento y dubitativo. “No estoy pagando una deuda. La primera vez que viniste al restaurante me pareciste atractivo, pero luego hablaste. Así que ahora que tu pequeño corazoncito está al descubierto….”. Melvin se pone nervioso y dice una de sus barbaridades, por lo que Carol lo deja allí plantado y muy enfadada decide volver al hotel.
Simon, en su habitación, está intentando hablar con sus padres. Salta el contestador. “No habéis salido hasta más tarde de las diez en toda vuestra vida. Por favor, coger el teléfono”. Carol entre hecha una furia. Quiere compartir habitación con él, no desea estar sola o que Melvin la importune. Intenta ayudar a Simon a ponerse el pijama, pero está tan agresiva que él prefiere hacerlo solo. Cuando Simon se acuesta, ve cómo ella, sentada al borde de la bañera que se está llenando, apenas cubierta por una toalla, se recoge el pelo. Enciende la luz porque quiere dibujarla. Hace semanas que no lo hace. Ella, avergonzada, protesta. “Pero eres preciosa Carol. Tu pelo, tu largo cuello, tu espalda, tu contorno…Por ti los cavernícolas grabaron las paredes”. Ella sigue negándose, pero está halagada por el cumplido. Simon empieza a hacer un esbozo, y Carol sonríe y se baja un poco más la toalla para que pueda verla bien de espalda.
En una barra de bar, solo, Melvin se lamenta de su suerte ante el barman. “Me puse nervioso, dije lo que no debía. De no haberlo hecho ahora podría estar en la cama con una mujer que, si la haces reír, te da la vida. En cambio estoy aquí contigo, no te ofendas, pero un imbécil que trafica con la última droga legal”. El aludido le mira anonadado, con la boca abierta.
Mientras tanto, Carol está sobre la cama posando para Simon desnuda. “Pero esto es muy picante, chaval”, le dice riendo. “Qué dices, es genial. Te juro que la mano no me da a basto”. Un montón de dibujos están alrededor de ellos, extendidos. “Es increíble que la mano no se me resienta. No consigo el ángulo con esta escayola”. Y acto seguido se la arranca y grita, emocionado. Ella ríe. Se lo están pasando genial.
A la mañana siguiente Melvin llama a la habitación, entra iracundo y le pregunta a Simon, que está sentado a la mesa con un albornoz y desayunando: “Muy bien, ¿te has acostado con ella?”. Carol sale del baño. “Al diablo el sexo, ha sido mejor que sexo: nos hemos abrazado. Lo que necesitaba me lo ha dado con creces”. “La adoro”, dice Simon muy contento, después que ella le pasa rápido la mano por su cabeza acariciándole el pelo. Melvin sale dando un portazo.
Simon habla con su madre por teléfono, Le dice que ya no hace falta que le den dinero, que está feliz y quiere volver a trabajar. El siguiente paso deben darlo ellos.
Melvin intenta alargar el viaje con excursiones. Se escandaliza cuando oye la decisión de Simon e intenta disuadirlo, pero él ya está decidido. “Me he quitado un peso de encima”, dice alegre. “Una noche conmigo”, bromea Carol.
Durante el viaje de vuelta Melvin se entera de que han subarrendado el piso de Simon y que se tendrá que buscar otro sitio para vivir. A Simon no parece afectarle mucho, su nuevo y creciente optimismo hace que considere las cosas de forma relativa. Al llegar, Carol y Simon se despiden afectuosamente, diciéndose que se quieren. A Melvin sin embargo le dice que no quiere saber nada de él.
Al subir, entran en la casa de Melvin y son recibidos por Verdel, que corretea del uno al otro entusiasmado. “Papá y mamá ya están aquí”, le dice Simon al perro con guasa. “Es broma. Me gusta picarte”, le dice a Melvin al ver la cara que ha puesto.
Melvin sorprende a Simon al haber encargado que una de las habitaciones de su casa se llenara con las cosas de él. Ha quedado preciosa. Simon está sorprendido y emocionado, y a sus ojos empiezan a asomar unas lágrimas. “Gracias Melvin, me dejas pasmado… Te quiero”. “En serio, amigo”, le dice él entre escéptico y divertido, “si me fuera este rollo sería el tío más afortunado del mundo. Estás en tu casa”.
Carol, ya con su familia, no puede dejar de pensar en Melvin y decide llamarle por teléfono para pedirle disculpas por lo que le dijo, arrepentida. Se queda alucinada al saber que ha acogido a Simon. “Mentiría si te dijera que no disfruto de tu compañía. Pero la verdad es que me jorobas enormemente y no creo que deba tener contacto contigo, porque no estás preparado y ya eres bastante mayor para no estar preparado y yo soy muy mayor para ignorar eso. Pero es cierto que hubo algunos detalles extraordinarios que sí tuvieron lugar…”. “Debí bailar contigo”, se lamenta Melvin.
Tras colgar, se dirige impaciente hacia el salón y le grita a Simon, que ya no hace caso de sus malos modos porque le conoce: “¡¿Vas a hablar conmigo o no?!”. Simon le inquiere sobre su conversación. “¿Qué ha dicho?”. “Que soy magnífico y una persona extraordinaria. Y que no quiere volver a tener contacto conmigo. ¡Me estoy muriendo!”. “¿Porque… la quieres?”, le pregunta Simon. “¡No!. ¿Y se supone que vosotros sois sensibles y agudos?”. Se siente incómodo, nervioso, de mal humor. “Estoy encallado, no puedo volver a mi antigua vida. Ella me ha expulsado de mi vida”, se lamenta Melvin. “¿Tanto te gustaba esa vida?”, le pregunta Simon incrédulo. “Mira, yo soy muy inteligente. Si vas a darme esperanzas tienes que hacerlo mejor que hasta ahora. Si no puedes ser al menos ligeramente interesante más vale que cierres el pico. Osea ¡yo me estoy ahogando y tú estás describiendo el agua!”. Simon no le sigue el juego. “Tomarla conmigo no te ayudará. Melvin, sabes en qué tienes suerte, en que sabes a quién quieres. Yo ocuparía tu lugar sin pensarlo. Así que haz algo al respecto. Vete a verla, ahora, esta noche, no lo medites. Mira, no siempre es bueno dejar que las cosas se calmen. Puedes hacerlo Melvin”, le da un golpe con el hombro en su hombro. “Usa todas tus armas, dile lo que sientes”. “Puede que me mate si me presento allí”, responde Melvin inseguro. “Pues ponte el pijama y yo te leeré un cuento”, le dice Simon. Sigue dándole ánimos. “Yo creo que tienes una oportunidad, lo mejor que tienes a tu favor es tu disponibilidad para humillarte. Así que vete allí, hazlo, cógela desprevenida”.
Al subir las escaleras de la casa de Carol, tropieza cómicamente. Está nervioso e ilusionado. Ella sale al descansillo. “Entra y procura no echarlo todo a perder siendo tú mismo”. “Quizá podríamos intentar ahorrarnos las puyas”, contesta Melvin valeroso.
A pesar de ser las 4 de la mañana, él la conmina a salir a dar un paseo. Ir a comprar bollos a la panadería es la excusa que se le ocurre. Él hace cosas extrañas cuando van por la calle, por su manía de no pisar las rayas del suelo. Ella tiene un momento de duda y le dice que cree que su relación no va a funcionar. Melvin, que va a por todas, suelta lo mejor de su artillería en este momento final, crucial. “Tengo un cumplido estupendo para ti. Puede que yo sea la única persona sobre la faz de la tierra que sepa que eres la mujer más fantástica de la tierra. Puede que yo sea el único que aprecie lo asombrosa que eres en cada una de las cosas que haces y en cómo eres con Spencer… Spence, y en cada uno de los pensamientos que tienes y en cómo dices lo que quieres decir y en cómo casi siempre quieres decir algo que tiene que ver con ser sincero y bueno. Y creo que la mayoría de la gente se pierde eso de ti y yo les observo preguntándome cómo pueden verte traerles su comida y limpiar sus mesas y no captar que acaban de conocer a la mujer más maravillosa que existe. Y el hecho de que yo sí lo capte me hace sentir bien conmigo mismo”. Melvin sonríe satisfecho mientras la mira intensamente.
A Carol se le saltan las lágrimas y Melvin se abalanza literalmente sobre ella para besarla. Entran en la panadería, que está empezando a abrir. Él, que pasa detrás de ella, ya no tiene miedo de pisar las líneas del suelo. Es feliz. Él ya no le tiene miedo a nada.
Todos los protagonistas tienen algo especial que conmueve y los hace especiales. La forma como Melvin trata a todo el mundo, con un total desdén por las más elementales normas de educación y convivencia, y cómo va cambiando a medida que traba lazos de afecto con los otros dos personajes. La sensibilidad extrema de Simon, el progreso emocional que experimenta desde la más absoluta depresión después del percance sufrido hasta el mayor de los optimismos, influido también por su relación con sus nuevos amigos. El coraje y la energía vital de Carol, madre entregada, que ve cómo su vida mejora con el favor que Melvin le hace y cómo su autoestima crece por la forma como la trata Simon.
Recuerdo a Jack Nicholson al entregarle el Oscar por su interpretación de Melvin, cuando pisó el escenario de la gala e iba dando saltos y haciendo extraños giros como si no quisiera pisar las rayas del suelo, parodiando al personaje que más satisfacciones le ha dado en toda su carrera. Estaba divertido y feliz. Las rarezas de Melvin han sido motivo de largo estudio y debate en los foros de psiquiatría.
De la película me gustaron también particularmente los ambientes de interiores, las casas de los protagonistas y la habitación del hotel, con unas vistas maravillosas del club náutico de Baltimore. Y desde luego la banda sonora, una musiquita pizpireta, alegre y un poco infantil, que hace pensar en lo cotidiano de la vida y que reconforta.
Ésta es pues la historia de tres seres que aparentemente no pueden ser más diferentes, pero a los que une un sentimiento común de soledad y desarraigo, de gran necesidad de afecto, con un pesado bagaje existencial a sus espaldas, y a los que el azar propicia que establezcan profundos lazos de amistad y de amor.
Al final todo les sale mejor…imposible.
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