Cuando el médico dijo que era absolutamente necesario que tomara la medicación adecuada para que las terapias que recibe surtieran efecto, nunca pensé hasta qué punto tenía razón. Creía que le ayudarían un poco y mejoraría cosas como los nervios, la ansiedad o la dificultad para conciliar el sueño, pero estas pastillas abren ante mí un mundo que me era desconocido, toda una gama farmacológica que permite mejorar la vida de las personas casi al 100%, y sacar de ellas su lado positivo, que normalmente permanece oculto por el otro, el negativo. Hasta entonces, ignorante de mí, era escéptica sobre este tema: nunca pensé que Miguel Ángel cambiaría de esta forma, y tan rápidamente.
Y es que ha surgido de él otra persona, su ser más dulce y cariñoso que sólo de vez en cuando se atisbaba, sepultado bajo una montaña de tristeza. Se encuentra de buen humor, está parlanchín, habla de sus terapias o de cualquier otra cosa que se le ocurra sin temor y abiertamente, es solícito (está pendiente de todo y obra sin que haya que pedirle nada), y participa en las terapias del Hospital de Día de forma activa: opina sobre lo que le pasa a los demás, habla de sus propios temores, y hasta ha sido coordinador en una de ellas, al ser el encargado de apuntar a los que pedían la vez para hablar e ir dándoles el turno.
Hasta ahora vivía ensimismado en sus abismos interiores, casi nunca de buen humor y muy poco comunicativo, nunca quería hablar de las terapias ni de casi nada, no era solícito en absoluto (antes al contrario, le costaba hacer nada por nadie y solía contestar mal), y nunca participaba en las terapias del Hospital. Hasta la forma de caminar por la calle ha cambiado, ahora lo hace con soltura y naturalidad, mientras que antes iba rígido, mirando sólo al frente. Este fin de semana vino a dormir a casa una amiga de Ana e hizo lo posible por participar de sus cosas, cuando anteriormente hubiera pasado de todo e incluso se habría recluído en su habitación para que no le molestaran.
Al leer los prospectos de los medicamentos me sentí muy angustiada, porque los posibles efectos secundarios eran bastante impactantes, muerte súbita incluída. Cuando empezó a tomar el antidepresivo por la mañana y el neuroléptico por la noche, tuvo dos o tres días en los que su cara parecía la de un muñeco de cera, pálido y con los ojos pequeños e inexpresivos. Pero después cambió por completo, como si su cuerpo se hubiera acostumbrado por fin a la medicación, y empezó a obrarse el milagro en él, para alivio mío. Sus ojos estaban más grandes que nunca, su cara muy expresiva y una amplia sonrisa le iluminaba, la más amplia que jamás le había visto. Un día me dijo que estaba feliz, algo que no le había oído decir en todos los días de su vida. Me sentí muy dichosa y esperanzada.
Pero pienso en que esta alegría suya quizá sea artificial, sólo producto de la química, y que cuando deje de tomar estos medicamentos más adelante volverá a lo de antes, y eso me desazona. Aunque las terapias son beneficiosas para él y su paso por el Hospital de Día constituye una experiencia única de la que saldrá reforzado de forma duradera, creo que la base farmacológica es fundamental, y lo que no quisiera es que tuviera que estar medicándose de por vida para mantener su status anímico actual.
Bien es verdad que no todas las medicinas que se toman son tan benéficas. Recuerdo unas pastillas que me recetaba una endocrina hace unos pocos años que sí, consiguieron su objetivo, que era que yo adelgazara, pero a costa de reducir a la mínima expresión mi apetito, mi menstruación y mis horas de sueño, que no pasaban de dos o tres. Al principio, y por la falta de descanso cerebral, tenía unas jaquecas que en mi vida he tenido ni vuelto a tener, literalmente me estallaba la cabeza.
Y lo mismo pasa con las vacunas, tema que vuelve a saltar a la palestra pública, pues hay quien cree que debería estar regulado por ley la obligatoriedad de recibirlas en casos de grandes pandemias, y hay quien cree que debe ser algo aceptado voluntariamente. Igual que muchas vacunas han curado incontables enfermedades y erradicado ciertos males que azotaban a la Humanidad, otras han provocado la muerte de quien las recibía.
Con Miguel Ángel, por fortuna, todo está yendo sobre ruedas, y pienso en la suerte que tenemos de disponer de estos medicamentos, sin los cuales sería muy difícil tratar ciertas dolencias.
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