miércoles, 19 de diciembre de 2007

La delgada línea roja

Tomo hoy el título de una película bélica para hablar sobre la separación que existe en el mundo entre dos extremos, en polos que son opuestos; hombre-mujer, ricos-pobres, realidad-ficción, joven-viejo, vida-muerte, bueno-malo, apropiado-inapropiado... La lista sería interminable.
Veo en Internet que se suele emplear esta frase para referirse “a la frágil o imperceptible barrera entre lo que se considera permisible, tolerable, y lo que no”, aunque en realidad se refiere a una batalla, no sé cuál, tantas como ha habido, en la que el ejército inglés, vestido con casacas rojas, formó una delgada línea para enfrentarse al enemigo.
Nosotros nos movemos a uno y otro lado de esa línea constantemente: todo hombre tiene algo de mujer cuando deja translucir su lado más sensible, y toda mujer algo de hombre cuando demuestra arrojo y valor. Todo el que posee riqueza puede ser pobre en algún momento dado cuando es víctima de las mismas miserias y necesidades que aquejan al resto de los mortales, y que no se pueden aliviar con dinero: soledad, desamor, enfermedad, muerte...., y todo el que es pobre puede ser rico en cuanto posee bienes que no son materiales y que residen en su espíritu: felicidad, amor, paz, confianza....
Todos podemos alguna vez salir de lo que creemos es el plano real de nuestras vidas para situarnos en otra dimensión, en otro punto de vista desde el que ver lo que sucede a nuestro alrededor, y esta cualidad no es exclusiva ni de los actores ni de los locos. Cualquiera puede hacer ese viaje incluso sin buscarlo, simplemente por la necesidad de cambiar, y pasar a un ámbito desconocido que ha estado siempre ahí sin saberlo.
Y todos podemos ser jóvenes por nuestra edad y sentirnos viejos por dentro cuando estamos cansados o las cosas no van como esperábamos, pero también llegar a viejos sintiéndonos jóvenes por nuestra forma de sentir y de vivir.
Desde nuestro nacimiento nos vemos marcados por unos parámetros que condicionan nuestra posición a uno u otro lado, pero luego nosotros podemos fluctuar en una u otra dirección siempre que queramos, por el tiempo que nos parezca oportuno, y sin temor a peder nuestra identidad.
En realidad podemos ser no solamente una sola persona sino muchas: en una vida hay muchas vidas, como dijo en una ocasión alguien que conozco.
No hay por qué hacer diferencias, marcar fronteras, distinguir: la ambivalencia es algo cotidiano. Pero siempre habrá dos mundos, dos extremos que nunca llegan a encontrarse: por cuál te muevas (al filo de la vida- al filo de la muerte), es cosa de cada uno.
Es la línea roja, esa delgada línea roja imaginaria que nos separa del resto del mundo, incluso a veces de nuestro propio yo: alienación. Es la diferencia, apenas perceptible, entre lo bueno y lo malo, lo apropiado y lo inapropiado, la distancia en el espacio y en el tiempo que media entre el que escribe y el que lee lo que está escrito.
Esa es, querido lector, la delgada línea roja, la que no vemos pero intuimos, aquella que nos separa a tí y a mí.

lunes, 10 de diciembre de 2007

El año que vivimos peligrosamente

Hoy titulo mi post como aquella estupenda película del magnífico director Peter Weir, que trataba de un periodista que viaja por su trabajo a un país en conflicto, y se ve inmerso en un montón de situaciones difíciles que ponen en peligro su vida, como si caminara en la cuerda floja.
Así he vivido yo este año 2007, que ya casi se nos va. En él han tenido lugar acontecimientos de toda índole que sin duda cambiarán mi existencia para siempre: he pasado por un proceso de divorcio, he conocido gente nueva, he hecho y sentido cosas que hacía mucho que no hacía ni sentía, y otras que nunca antes había experimentado. Los buenos y malos momentos se han sucedido constantemente y me he visto zarandeada por los acontecimientos como si navegara en un barco a la deriva en medio de una tormenta.
Pero no es la primera vez que vivo un año peligrosamente, y coincide además en las dos últimas décadas en años que acaban en 7. Yo no soy supersticiosa, pero ésto sí que me da qué pensar. En 1987 me fui de casa con mi hermana y estuvimos viviendo un año por nuestra cuenta, haciendo lo que nos daba la gana, una especie de mili femenina que nos dio la oportunidad de desenvolvernos sin ayuda de nadie. Las circunstancias en que nos fuimos, con la oposición de nuestros padres, fue lo único que ensombreció la experiencia. Fue un año extraño en el que sentí por vez primera lo que es la libertad, y aunque me fui con el convencimiento de que no volvería más, no tardé mucho en darme cuenta de que no sería así, y que aquel momento de euforia vital tenía fecha de caducidad. Aún así lo viví intensamente: empecé a escribir (y cobrando) en una revista de barrio haciendo entrevistas, me apunté a Amnistía Internacional, asistí a mi primer concierto al aire libre (“Génesis”), y estuvieron a punto de meterme un expediente en el trabajo por retrasos continuados en la hora de llegada (no conseguía oir el despertador, y cuando lo oía lo apagaba y me volvía a quedar dormida sin remedio). Supe además lo que era el hambre, porque algún mes que otro no calculamos bien el presupuesto.... En fin, hubo un poco de todo. En el salón de la casa que ocupábamos puse un gran póster que representaba una paloma blanca con un grillete atado a una de las patas. Así me había sentido yo hasta entonces.
En 1997 lo bueno que pasó fue el nacimiento de mi hija. Lo malo fue que no gustó la elección de madrina para el bautizo, y ni mis padres ni mi hermana acudieron a la celebración. Este hecho marcó un antes y un después en mi relación con mi familia.
Son éstos años convulsos, diría yo, en que tienen lugar cosas muy buenas y muy malas, donde no hay términos medios, sólo extremos opuestos. Esos años los temo, y eso que todo lo que acontece en ellos sucede por mi voluntad, no hay nada que quede reservado al azar.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, te diré que estoy deseando que llegue el 2008, más que nada por escapar del maleficio del 7. Sólo me arrepiento del daño que mis decisiones hayan podido acarrear a los que me quieren, de todo lo demás no, y pienso seguir en esta línea de cambios.
Sólo quiero vivir en paz.

viernes, 30 de noviembre de 2007

Ilusión


Hace unas semanas mis hijos volvieron a asaltarme con sus preguntas de siempre, mientras estábamos comiendo en un restaurante. "¿A que los Reyes Magos son los padres?", dijeron, "y el ratoncito Pérez también, ¿a que sí?".

Ellos, que ya tienen edad sobrada para saber todas estas cosas, querían oirlo de mis labios, como la confirmación de un hecho fehaciente. Yo, como es habitual en mí, ponía cara de pócker, se me escapaba una sonrisilla, y contestaba con evasivas. "¿Cómo podeis poner en duda todas esas cosas?. Eso es algún compañero vuestro de clase que no cree en nada y os mete ideas raras en la cabeza. Lo que quereis es destruir mis ilusiones, a callarse de una vez".

Todos mis intentos por cambiar de tema fueron infructuosos. Al final, cuando estaba acometiendo, cuchillo y tenedor en ristre, un trozo del filete que tenía frente a mí, me decidí a hablar, no sin cierta exasperación. "¡ Sí, sí, sí!", exclamé sin levantar la vista de mi plato, "los Reyes Magos son los padres, y el ratoncito Pérez también".

Cuando me decidí a mirarlos vi que mi hija, que era la que estaba más cerca, se había quedado inmóvil contemplándome con esos ojos enormes y tristes que últimamente exhibe con demasiada frecuencia. Luego cambió de actitud, quizá para quitarle importancia a la cosa, y adoptó una pos medio dramática que le gusta poner cuando quiere pincharme. "Has destruido nuestra infancia", dijo en tono teatral.

El niño, mientras, simuló con un dedo en el aire un electrocardiograma que se quedaba plano, luego se llevó las manos al corazón y simuló que se moría por la impresión recibida. Después movió los dedos por encima de su cabeza e hizo como que se abría la tapa de los sesos, mientras decía: "Claro, con todo ésto que sé ahora no me extraña que haya acabado así". Luego repitió la broma con su hermana. Él está iniciando ahora la época del "pavo", y creo que va a ser un alumno aventajado.

Las preguntas se sucedieron entonces: que cómo lo había hecho, que dónde escondía los regalos, que cuándo los ponía junto al árbol de Navidad para que ellos los encontraran, que si iba a seguir regalándoles cosas .... "Por supuesto que sí", les dije, "os mereceis ésto y más. Pero pensad por un momento en todos esos niños que nunca han tenido de nada por su pobreza. No os quejeis nunca porque sois más afortunados que ellos". Parecieron pensarlo por un momento.

Lo cierto es que en ésto, como en casi todo lo demás mientras duró mi matrimonio, me ví siempre sola, no tuve con quién compartir esa ilusión, como la habían compartido mis padres: comprar juntos los regalos, colocarlos la noche anterior ....

Le dije que el tenerles a ellos había supuesto revivir ese mundo de magia y fantasía, precioso y perfecto, que yo había disfrutado en mi niñez, y que ellos probablemente harían lo mismo si algún día tenían hijos.

Se quedaron más conformes tras la desilusión inicial, porque siempre la verdad, aunque no sea muchas veces agradable, produce como cierta seguridad moral, la afirmación de convicciones profundas que ya se tenían o la confirmación de veladas sospechas que flotaban en la mente.

Les conté cómo había sido mi descubrimiento: mi hermana, mucho más avispada que yo, me llevó hasta el dormitorio de nuestros padres, abrió un armario y allí puder ver los juguetes que estaban escondidos. Mi decepción fue grande, pero enseguida comprendí, con diez años que tenía igual que mi hija ahora, que con estas pequeñas mentiras se sustentan grandes ilusiones, y me dolió pensar el esfuerzo económico tan enorme que tuvieron que hacer nuestros progenitores para mantener esa tradición. Lamenté haber pedido tantas cosas.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, te diré que espero que todas las ilusiones que mis hijos puedan ver desaparecer a lo largo de su vida sean como éstas, y no otras aún mayores. Lo malo es que ahora lo ponen en duda todo. Escepticismo general. Combatámoslo, sobre todo ahora que se acerca la Navidad.

Últimamente, cuando me asomo a la ventana de mi casa por la noche me parece ver a tres hombres magníficamente ataviados montados sobre camellos que se aproximan cada vez un poco más hacia donde estamos nosotros, y en la dirección contraria creo ver también a un señor muy gordito vestido de rojo con enormes barbas blancas subido en un trineo tirado por renos voladores. Todos traen muchos regalos, no sé si me tocará alguno. ¿Quién se atreve a decir que no están ahí?.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

El 4º Poder


Cuánto se ha hablado del 4º Poder refiriéndonos al mundo de la prensa. En Internet he leído "es el más poderoso de todos, porque no se limita a reflejar la opinión pública en la que supuestamente se basa toda democracia, sino que puede crear esa misma opinión pública".

Términos como "autopistas de la información" o la "nueva Aldea global" eran de uso frecuente cuando yo estudiaba la carrera. Los "mass-media" y la facilidad con que manipulan el inconsciente colectivo. Y el "lenguaje subliminal", del que tanto se trataba en algunas de las materias que se impartían en la facultad, que es como un lavado de cerebro encubierto.

En Internet se podía leer también que no existe un criterio imparcial, sino un "main stream", una "corriente generalizada" de opinión que "los medios quieren exponer a la luz pública con el fin de favorecer sus propios intereses".

A mí me gusta imaginar, no sin cierta nostalgia, cómo sería esa época de la prensa en la que el periodista era un profesional que vivía la noticia de primera mano, con autenticidad, un comunicador que mediaba entre los acontecimientos reales inmediatos y el resto del mundo, aquel del que solía decirse que "corría la tinta por sus venas".

La información tiene que cumplir con la máxima de las 3 "C", según nos enseñaron en la facultad: claro, conciso y concreto, y el periodista, entre otras normas, nunca debía ser el centro de la noticia, sino sólo el transmisor. Esa gente que acapara la atención cuando están haciendo una entrevista, o que incluso le discute o contradice al entrevistado cuando habla, como le ocurría a Mercedes Milá, gran profesional donde las halla, inteligente, muy segura de sí y con una gran facilidad de palabra, pero que solía alardear de cosas que en nuestra formación universitaria nos decían precisamente que teníamos que evitar. O caer en el sentimentalismo teatral como le pasaba a Encarna Sánchez, que hacía de sus programas radiofónicos verdaderos seriales lacrimógenos, regodeándose en aspectos de la vida que sólo a personas con gustos más que dudosos podrían interesar. Por no mencionar la bazofia que es la programación televisiva actual, con esa "prensa rosa" que es repugnante, y que aún no me explico por qué prolifera de esa manera. Dónde está la Ética y Deontología profesional que nos enseñaron en la facultad.

Nuestro 4º Poder ha dado antaño profesionales de la comunicación enormes, como todas las plumas que escriben en el ABC, o la forma de entrevistar de Rosa Montero para "El País", y gente de la televisión como Rosa Mª Mateo y Jesús Hermida, éste último muy criticado por su peculiar manera de hablar, pero que lleva el periodismo en todos los poros de su piel. Era increible verle dar la crónica de actualidad cuando fue corresponsal, y no hace tanto moderando un coloquio con muchísima gente. Es sin duda una persona que tiene algo especial, a pesar de sus "tics" tan comentados. Y en la radio el inefable Jose Luis del Olmo. Más recientemente me gustan mucho los telediarios de Lorenzo Milá, que ha ganado varios premios por ello.

Veo que en otros países, como EE.UU., los periodistas acaparan la atención con grandes titulares y reportajes truculentos. No dudo que su forma de hacer las cosas no merezca reconocimiento público, pero me sigue chocando esa falta de humildad. O gente como Oprah Winfrey, que tiene un programa en la televisión norteamericana que bate récords de audiencia, una mujer con una infancia muy dura que ha sabido sobreponerse a todos los envites que se le han presentado en la vida, y que tiene un control de la opinión pública ahora mismo que da casi miedo.

Por aquellas tierras no es raro ver dimitir altos cargos y hasta presidentes cuando la prensa ha sacado a la luz escándalos de toda índole.

Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, te puedo decir que el periodismo más que una profesión es una forma de vida, y que uno de los placeres más grandes que hay para mí es leer un buen artículo, reportaje o entrevista, escuchar un programa en la radio que haga pensar, o ver en televisión una crónica de la vida en imágenes, que es la misión principal del periodista: reflejar el mundo que nos rodea, informarnos, descubrir aquello que desconocíamos y hacernos comprender.

jueves, 25 de octubre de 2007

Fantasmas

Tengo últimamente un montón de fantasmas que llenan mi habitación casi todas las madrugadas y me despiertan. No sé de dónde vienen, pero ahí están, con sus sábanas blancas y sus cadenas, intentando asustarme. Suelen susurrarme cosas al oido, para terminar de desvelarme, cosas sobre el pasado, y ninguna buena.
Muchas veces les digo que se vayan, "sois unos fantasmas", les expeto, igual que pienso de algunos hombres, "sólo tenéis agujeros en lugar de ojos y boca", pero ellos no se lo toman a mal. Se dedican a flotar de aquí para allá, se meten bajo mi cama, en mi mesilla de noche, en el armario.... Se pasan el tiempo cotilleando en mis cosas. A veces algunos se sientan sobre la lámpara que cuelga del techo y se ponen a jugar a las cartas, para matar el rato. Yo les digo que hagan el favor de no sentirse como en su casa, que no se pongan tan cómodos, que aquella es la república independiente de mi habitación.
Ellos no me hacen caso, y alguno se ha querido meter en mi cama, ahora que me sobra sitio, para poblar mis sueños, pero yo le he dicho que no, que mis sueños son sólo míos, o eso creo, y que se vayan a atormentar a otra parte.
A veces se van también a la habitación de mi hija, y la molestan un poco. A la del niño no suelen ir mucho, porque hace tiempo se colocó sobre su cama un atrapasueños que hizo él mismo y es como un talismán.
Sí que ha habido épocas en que han cogido las maletas y se han ido de vacaciones, no sé a dónde. Pero debe ser que no pueden vivir sin mí, y un buen día vuelven a estar allí, como si tal cosa.
"No penséis que os vais a quedar para siempre", les digo. "Llamaré a los cazafantasmas de la película aquella para que acaben con vosotros". A ellos les da igual, sólo consienten en irse cuando clarea el día, porque no les gusta la luz, sólo se sienten a sus anchas en la oscuridad. Y es precisamente en ese momento cuando ya, vencida por el cansancio, cierro los ojos para dormir, y suena el despertador. "Malditos", mascullo, "tengo que conseguir ponerlos a raya, porque si no van a acabar conmigo".
Cuando ellos vienen, les gusta susurrarme al oido cosas del pasado, y ninguna buena.

lunes, 22 de octubre de 2007

La vida después

Cuando uno se separa de la persona con la que ha convivido durante más de una década, al principio se produce una gran liberación, como si se rompieran las cadenas que te ataban a alguien al que te sentías encadenada en lugar de unida. Es el momento de encontrarte contigo misma, con el verdadero centro de tu ser que andaba disperso en la dedicación a la pareja y los hijos. Vuelves a disfrutar de pequeñas cosas cotidianas de las que hacía tiempo no gozabas, y te vuelves a replantear la vida casi como si empezaras de cero: hay como un examen de conciencia, una moviola en la que aparecen hechos del pasado en los que no habías pensado en mucho tiempo, y muchas veces se le da a todo una interpretación nueva.
Pero, después de mucho renegar de la ex-pareja, de los años vividos en común, afloran sin embargo a la memoria pequeños detalles que se echan en falta, sensaciones muy agradables que ya no has vuelto a tener desde mucho antes de la separación: cuando él puso la mano en mi vientre cuando estaba embarazada de nuestro primer hijo y se sobresaltó lleno de emoción al notar por vez primera cómo el bebé se movía. O las pocas veces que me dió un beso de buenas noches o me acariciaba antes de dormir, en lugar de darme directamente la espalda como hacía casi siempre. Aquellos momentos en que conversamos sobre cualquier cosa, con calma, mirándonos a la cara sin asomo de reproche. O cuando me cogía una mano y me la besaba, sin decir nada.
Él me imagino que echará en falta los mil detalles no correspondidos de que le hice objeto: el café siempre dispuesto después de comer o de cenar, los masajes en la espalda y la cabeza, lo dulce que fuí con él en la cama, entre otras muchas cosas. Hay que estar muy tarado o muy loco para pasar por alto todo eso y arriesgarlo como lo hizo.
¿En qué momento fueron desapareciendo todas esas cosas?. ¿Por qué no nos dimos cuenta a tiempo y lo pudimos evitar?. Cuando ciertas palabras se pronuncian en una pareja, cuando ciertos gestos tienen lugar, se va abriendo un abismo que no hace sino aumentar cada día, y se llega a hacer tan grande que cabe en él todo lo malo de este mundo: la ira, la desconfianza, la soledad, el rencor... ¿A dónde se fueron el respeto, la confianza, el amor?.
Cómo me gusta cuando veo una pareja de ancianos por la calle cogidos de la mano, pendientes el uno del otro. Son personas que provienen de otro tiempo, de una época en la que había unos valores y un respeto que casi no existen hoy en día. La mayoría de las parejas actuales no llegarán a mayores juntos.
Cuánto hubiera dado por haber podido envejecer junto a mi marido, que él me siguiera dando su beso de buenas noches, pero no sólo de vez en cuando sino siempre, cuánto porque hubiera seguido conversando conmigo sin que planeara ninguna sombra entre nosotros, por haber disfrutado juntos de nuestros hijos. ¿Qué le costaba?. ¿Cómo cambió tanto?.
Sin embargo quisiera darle a él la importancia que tuvo en mi vida, que sigue teniendo a pesar de todo. Hay un punto de crueldad innecesaria en toda separación, una devastación del alma, como un agujero negro de sentimientos por donde parece que se te va lo más importante de este mundo. Y después de la tempestad, no todo lo que ha sido destruido puede recomponerse, hay cosas que ya no se recuperan jamás.
Cuando mi abuela Pilar me decía de niña que yo valía para la vida, aunque después he pensado que se equivocaba, ahora creo que ella se refería no a mi capacidad para no meterme en problemas, sino en saber recuperarme de éstos cuando surgieran. Sabía que no me gustaba pedir ayuda cuando las cosas se ponían difíciles, que quería verme capaz de solucionar las cosas por mí misma, tardase el tiempo que tardase. Lo bien que me habría venido ahora su energía interior si estuviera aún conmigo, sobre todo en las ocasiones en que siento que me fallan las fuerzas.
Ahora sólo quiero rehacer mi vida, no quiero volver la vista atrás para añorar las pocas cosas buenas que tenía. Prefiero pensar que mis fracasos no son producto de una mala gestión de la vida, sino contratiempos que surgen y que hay que solventar, aunque no deja a veces de parecerme todo como una casa que está en ruinas, apuntalada por todos sitios para que no se caiga, y a la que aún le falta mucho para estar rehabilitada, para parecer como nueva otra vez.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, te diré que anhelo encontrar el equilibrio justo, controlarlo todo hasta donde me sea posible. No quiero tener las manos vacías, las llenaré de amor para el que lo quiera, para mis hijos, para mi familia....., para todos.
La vida después.

viernes, 19 de octubre de 2007

Profesores


Cuántos y cuán variados han sido los profesores que han pasado por mi vida de estudiante, y qué imborrables recuerdos me han dejado algunos de ellos.
En el colegio, aún recuerdo a la srta. Nieves intentando poner orden como si fuera un juez, a base de golpes de mazo en su mesa, que un día hasta se le salió la parte de arriba y fue a parar lejos, sin darle a nadie milagrosamente. Ella era de mediana edad, e iba vestida con blusas y pantalones negros porque guardaba eterno luto por el marido muerto tempranamente. Lucía grandes pendientes de bola blanca y un moño que recogía su pelo como una ensaimada en lo más alto de su cabeza. Ella nos enseñó a rezar y aunque su falta de carácter hacía que nadie la obedeciera, todos la queríamos y valorábamos su educación y su espiritualidad.
D. Enrique era el profesor de más edad que teníamos, y también un pedazo de pan. Daba clases en los cursos más avanzados. Como tampoco nadie le respetaba, solía perder los estribos en mitad de una clase, y no se le ocurría otra cosa que lanzar sus gafas por la ventana (afortunadamente eran aulas a pie de calle y justo debajo teníamos un pequeño jardín), o darse de cabezazos contra la pared. Como hablaba mucho, mascaba siempre chicle para no quedarse sin saliva, y solía aflorarle por eso un poco de espumilla en las comisuras. Un día le gastaron los compañeros una broma, poniéndole una mancha de tinta azul de mentira sobre el cuaderno de las calificaciones que tenía sobre su mesa. Menuda cara puso el pobre, creí que le iba a dar un infarto.
La srta. Carmen Álvarez era una treinteañera muy peculiar. Le gustaba peinar su pelo teñido de un color berenjena oscuro mientras daba clase, y solía limpiar sus oidos con la punta de las capuchas de los bolígrafos. Su forma de explicar cuativaba a la concurrencia, pero había que cuidarse mucho de sus arrebatos de mal humor, porque podía abofetearte repetidamente a una velocidad de vértigo sin pestañear. Tenía la costumbre de lanzarnos los cuadernos que corregía desde su mesa al sitio donde estuviéramos sentados, da igual la distancia que hubiera, por lo que los pobres quedaban hechos un trapo al final de curso.
Al profesor Flores, casi cuarentón, le gustaba decir que él en realidad no tendría que trabajar en aquel colegio si no que su sitio estaba en la NASA, pero su talento estaba aún por desccubrir. Se paseaba de aquí para allá mientras explicaba la lección, con las manos a la espalda y encogiendo los hombros alternativamente para hacer hincapié en determinadas cosas que decía. Cuando te clavaba su fría mirada azul por encima de su enorme bigote negro, te echabas a temblar. Le gustaba lanzar preguntas raras cuyas respuestas dejaba caer en las explicaciones con la intención de utilizarlas para castigos generales. Yo anotaba todo lo que decía, por extraño que fuera, y una vez cuando iba haciendo la pregunta siguiendo la lista, al llegar a mí que estaba casi al final, contesté correctamente y se quedó pasmado porque no se lo esperaba. Decició entonces quitar todos los ceros que había ido poniendo.
Pero la profesora que más caló en nosotros fue la srta. Mª José, a la que tuvimos en el último curso. Joven, decidida, con una larguísima melena lisa y castaña, vestida siempre de sport con un pequeño bolso a modo de bandolera, era una persona que conectaba enseguida con todo el mundo, muy humana y auténtica. A veces se quedaba como ausente, con la mirada perdida en el vacío. Añoraba mucho a su madre, fallecida cuando ella era aún una niña. Cuando pasamos al instituto, vino un día acompañada de su novio a hacernos una visita a la salida de clase, para interesarse por nosotros. Era una persona muy cariñosa y muy profunda.
Los profesores que tuve en el instituto no dejaron tantos recuerdos en mí: el de Ciencias Naturales, un señor muy mayor y jovial que vestía bata blanca y llevaba siempre los bolsillos llenos de pequeñas cosas, huesecillos, minerales ..... La profesora de inglés, también muy mayor, con la que aprendí más que en el resto de mi vida, siempre tan parsimoniosa (solían llamarla la "bicuaiet", porque siempre nos decía "be quiet", que estuviéramos tranquilos). Las profesoras de Griego y Latín, magníficas en sus cometidos, la de Historia Universal, que daba auténticas conferencias cada vez que impartía clases, un pozo de sabiduría del Mundo Antigüo y del Arte. Pero fue el profesor de Filosofía, Manuel Suances, el que yo más recuerdo: exaltado cada vez que hablaba en clase, daba puñetazos y patadas en la mesa para imprimir mayor énfasis a sus afirmaciones, y erguía enhiestos los dos dedos de su mano derecha que tenía amputados, para señalar con más fuerza lo que decía. Por su forma de desarrollar los temas, hacía que una asignatura que podía parecer tediosa por lo impreciso de sus contenidos, se concretara en ideas brillantes, absolutas y llenas de sabiduría. Yo tenía el libro llenos de frases suyas, algunas citas textuales, otras de su propia cosecha, pequeñas joyas del pensamiento clásico.
En la facultad reinó la más absoluta mediocridad, aunque recuerdo al profesor Constantino, de Ciencias Políticas, que aparecía alguna vez en televisión. Era muy disperso y terriblemente irónico. Yo me reía mucho con él.
La de Redacción Periodística era una señora menuda que coleccionaba maridos y siempre tenía problemas con el micrófono.
La de Literatura Contemporánea era una chica rumana joven, sensible y muy culta, que parecía estar siempre muy triste. Luego supe que, pocos años después, había muerto de cáncer. Solía quejarse de la falta de libertad que había en su país, en contraste con la que aquí disfrutábamos.
Ahora, con mis hijos, vuelvo a sentir lo que es la vida de estudiante y lo que supone un buen profesor en el desarrollo personal e intelectual de un niño. En el caso de mi hija, tuvo la fortuna de estar con Vicente, un hombre que lleva la docencia en todos los poros de la piel: paciente, bondadoso, enérgico cuando es necesario, disfruta al máximo con cada día que pasa en el colegio rodeado de sus alumnos, sabiendo dar a cada uno lo que necesita. Él no concibe otra forma de vivir. Inteligencia, humanidad, optimismo, todo eso se aúna en él. Mª Ángeles, su compañera en la clase de al lado, tiene mucho en común con él.
Y es que la enseñanza es una vocación que exige una dedicación y una entrega muy parecida a la vocación religiosa.

El tema de la docencia ha sido una fuente inagotable para el cine. Hay películas que me causaron una honda impresión en su momento, como "Rebelión en las aulas", donde un joven profesor negro se enfrentaba al racismo y lograba reconducir y dar sentido a las vidas de un puñado de alumnos con desarraigo social, o "El club de los poetas muertos", donde los chicos terminaban subidos sobre sus pupitres a modo de protesta, la primera reivindicación para ellos, la primera causa que apoyar, secundados por su profesor. Pero la que más me gustó de todas fue "Conrack", donde un profesor blanco, destinado en un colegio de una zona rural de Louisiana, de población negra, tiene que enfrentarse a todos por su forma de enseñar. Aún recuerdo cómo hacía sonar con una mano una campana cada vez que hacía una pregunta a uno de los alumnos, para estimularle, pues eran niños que no tenían motivación, iban como obligados, y cómo celebraba todos los aciertos de ellos y conseguía entusiasmarlos con las clases.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, te diré que un buen profesor es una rara joya que a veces se puede encontrar en los sitios más insospechados, un elemento importantísimo para la educación de una persona, por la influencia que ejerce en unas mentes que aún están a medio formar. A ellos les confiamos nuestros hijos, que son nuestro bien más preciado, esperando que sepan atender a sus necesidades espirituales, que son tan imporntates o más que las físicas.
Ellos dejan un recuerdo imborrable en nuestras memorias.

martes, 16 de octubre de 2007

12 de octubre


No dejo un año tras otro de asombrarme por la extraña mezcolanza de festividades que tiene lugar el 12 de octubre: el día de la Virgen del Pilar por un lado, y el día de la Hispanidad por otro. Lo de que sea fiesta en Zaragoza porque es su patrona, lo puedo entender, pero lo de la "hispanidad" por el hecho de ser la fecha en que Colón descubrió América, no lo entiendo.

En Internet, mirando en Wikipedia, esa enciclopedia virtual que es como un pozo sin fondo de la sabiduría, dice que "la fecha marca el nacimiento de una nueva identidad producto del encuentro y fusión de los pueblos originarios del continente americano y los colonizadores españoles". ¿Nueva identidad?. Espero que no sea así, que cada continente conserve la suya.

Podría ser el día de la "americanidad", cuando los americanos nos descubrieron a nosotros, no sin asombro ni horror me imagino, invadiendo sus costas. Porque su cultura también nos ha influido y nos hemos traido muchas cosas buenas de ellos a nuestras tierras.

Lo que tampoco comprendo es que para celebrar nuesta "hispanidad" haya que montar un desfile militar. ¿Somos más españoles porque hagamos ostentación de nuestro "poderío" armamentístico?. ¿Acaso advertimos de este modo a las posibles potencias extranjeras que se supone que nos acechan que somos muy fuertes y que no se atrevan a meterse con nosotros?.

A mí me pone mala el despliegue de uniformes y armas que se hace ese día, un vestigio del pasado (cabra legionaria incluida, que además es una costumbre ridícula, ganas de cansar al pobre bicho), una muestra en miniatura de lo que se puede ver en una guerra. Y una guerra es algo que no se debe exhibir en un desfile, nisiquiera en grado de tentativa, ni mucho menos como espectáculo. La cantidad de dinero que se gastará en una cosa tan hueca y tan sin sentido, dinero que podría emplearse para fines más productivos. Y encima el problema de seguridad que supone, que parece un reclamo para los terroristas, y el colapso del tráfico en Madrid.

No me vale de excusa con que en otros países hagan lo mismo. El día de la fiesta nacional hay que celebrarlo, ya puestos a celebrar, como cualquier otro festejo: con fuegos artificiales, música, baile, degustaciones de todo tipo (ahí me apunto yo), y sin tantas solemnidades ni interminables desfiles, que para desfiles ya tenemos los de la pasarela Cibeles. Seguro que los primeros que se aburren con todo ésto son los miembros de la familia real, de pie derecho durante dos horas y media, da igual que haga frío o calor, que el sueldo se lo pueden ganar de mil maneras más útiles, aunque quede vulgar referirse al sueldo tratándose de la Corona.

En mi familia se ha celebrado siempre mucho el Pilar porque somos muchas las que nos llamamos así, pero desde que mi abuela no está no ha vuelto a ser lo mismo. En mi caso era un motivo de reunión de los seres queridos, y lo guardo en mi memoria y en mi corazón como un tesoro valiosísimo, algo que ya nunca va a volver.

Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, pido que guardemos los tanques, los aviones, los CETME, y todo lo que sirva para matar. Que estamos en tiempo de paz, y si algún enemigo nos acecha no viene precisamente del extranjero, y además no se le puede combatir con esas armas. El enemigo está en casa. Pero esa es otra historia. Yo me quedo con la festividad del Pilar, de la que llevo su nombre.

Anda que si Colón levantara la cabeza..... O mejor no, que se quede donde está, tanta colonización....

jueves, 11 de octubre de 2007

House


El otro día estuve viendo un rato en la televisión otro capítulo de la serie "House". Me había propuesto hace tiempo no volver a verlo, pero como siempre la curiosidad por saber qué cosas le pasarían en esta ocasión y qué tendría que decir pudo más. Y de nuevo me asaltó el mismo sentimiento de desagrado y rechazo.

¿Cómo es posible que este personaje, un médico mal encarado y con malos modos, haya tenido tanta repercusión, no sólo en EE.UU. sino en el resto del mundo?.

El éxito entre el público de su mordacidad implacable y su verborrea incontenible, verdadera apisonadora parlante, es un homenaje al mal gusto.

Procaz, obsceno, cruel, despiadado, amargado...., todo lo malo que se pueda decir de él es poco.

Dueño de la vida y de la muerte, se pasea por el hospital donde se desarrolla la serie balanceándose zozobrante apoyado en su bastón, lanzando órdenes e improperios aquí y allá.

Temido u odiado por los que le rodean, admirado sin embargo por el equipo que trabaja con él, se dedica todo el tiempo a hacer quinielas con la salud de la gente, acertando con los tratamientos después de muchas especulaciones e intentos fallidos de solucionar los problemas de los pacientes que tienen la desgracia de caer en sus manos. Pareciera que más que personas se tratase de auténticas cobayas con las que no deja de experimentar, algo que me produce pánico por la similitud que tiene a veces con la vida real.

Habla deprisa y sin descanso, interrumpiendo a los demás, con absoluta ligereza de males muy graves y dolorosos que afectan a la existencia de las personas, atentando contra la dignidad del ser humano de palabra y de obra, exhibiendo un sarcasmo aborrecible.

Considero que alguien así es una amenaza para la sociedad, alguien que debería ser retirado de la circulación.

Frases lapidarias del tipo "Mi orgullo supera a mi instinto de supervivencia", o "Ser un monstruo te hace más fuerte", parecen pobres justificaciones a conductas que carecen por completo de ética.

Eutanasia encubierta (yo estoy de acuerdo con ella, pero según los métodos), consumo de drogas mezcladas con alcohol, son algunas de las prácticas poco ortodoxas y más que discutibles que lleva a cabo habitualmente.

Sólo de vez en cuando se producen atisbos ocasionales de ternura, impropios de él, que ponen en evidencia su soledad y su fracaso en el terreno de las emociones y la capacidad para comunicarse con los demás, para amar y ser amado. Se diría que en el fondo no es más que un enfermo que no puede o no sabe curarse a sí mismo, y al final pareciera que tendríamos que sentir lástima por él, como si a todo lo que hace se viera empujado por fuerzas que le superan.

No querría vivir en su piel, siempre descontento, siempre en el límite. Adrenalina a tope. Y aún así siempre es el que tiene la solución final para todo, el salvador de los casos más difíciles, el antídoto definitivo e inesperado que surge en el último momento.

Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, te diría que no me pondría yo en manos de un médico semejante ni aunque me volviera loca, por mucha curiosidad y mucho morbo que despierten sus métodos. Siniestro, patético, deshumanizado. Lo único bueno que se puede decir de él es que por lo menos es franco y directo, se acepta tal cual es y no pretende pasar por lo que no es. Lo peor es que nunca se arrepiente de nada de lo malo que hace, porque seguramente no le parece malo a él, y nunca pide perdón.

lunes, 8 de octubre de 2007

Brokeback Mountain


Nunca antes había visto reflejado con tanta delicadeza y sensiblidad en una película el tan controvertido tema de la homosexualidad masculina como en "Brokeback Mountain".

Cuánto se ha hablado de ello y con cuán poco acierto. Siendo la homosexualidad una condición más del ser vivo que se conoce y acepta sin problemas en el mundo animal y vegetal, parece sin embargo un pecado abominable tratándose de las personas.

Aún ignoro el motivo de todo ésto. ¿Por qué los seres humanos sólo pueden amarse de una determinada manera?. ¿Quién ha impuesto esa regla que va contra natura?. Debido a este prejuicio absurdo, muchas personas han tenido que vivir su amor en secreto, como si fuera algo vergonzoso, e incluso renunciar a él y llevar otra vida que en nada se corresponde con su verdadera identidad.

¿Qué hay de malo en la homosexualidad?. ¿A quién perjudica?.

Jamás había contemplado de forma tan explícita el intercambio sexual entre dos hombres, y al verlo comprendí muchas cosas y me sentí profundamente conmovida: es lo mismo que en las relaciones heterosexuales, el mismo amor y el mismo deseo, la misma ternura e idéntica pasión.

Lo que contrasta en la película de Ang Lee, director que no deja de sorprenderme, es que la pareja homosexual esté formada por dos rudos vaqueros, porque aunque es sabido que esta condición puede darse en hombres de todas clases, siempre te imaginas al típico afeminado que exagera la postura y hasta la forma de hablar, porque en ésto hay también personas de todo tipo.

Los protagonistas viven su amor clandestinamente, en medio de las montañas que dan nombre a la película, y son felices durante un tiempo. El temor de uno de ellos a ser descubiertos impide que la relación no pase más que de unos contados encuentros fugaces que, sin embargo, darán sentido a sus vidas y les marcará para siempre. Mientras, procuran llevar una existencia convencional contrayendo matrimonio con mujeres y teniendo hijos. Me puedo imaginar que las convenciones sociales obligan a estas personas a una suerte de bisexualidad que, de otra manera, no tendría lugar.

El amor que se profesan sólo terminará con el fallecimiento de uno de ellos en un accidente fortuito y absurdo. El "hasta que la muerte os separe" tiene aquí también cabida.

La frustración, la necesidad, la soledad, el desamor, cosas que se dan en la relación de cualquier pareja heterosexual, son aquí en el terreno de la homosexualidad aún más sangrantes.

Hay muchos tópicos sobre el homosexual que suelen aflorar con frecuencia: que si son más extremos a la hora de expresar sus emociones y sentimientos, tanto cuando se encolerizan como cuando se enamoran, que si su sensibilidad y su fidelidad son aún mayores.... Sí que conocí a una pareja homosexual, vecinos del barrio, en la que uno de ellos cuidó hasta la extenuación del otro cuando se estaba muriendo de SIDA en el hospital, soportando la amargura del enfermo y sus miserias físicas hasta el final. Quizá la misma condición de homosexual, que sigue estando perseguida aunque parezca lo contrario, une aún más a estas personas, pues se tienen que enfrentar durante toda su vida a toda suerte de adversidades.

Los que defenestran al homosexual esgrimen como argumento la aparición de una enfermedad como el SIDA, que les hace ser prácticamente un "grupo de riesgo", algo así como el merecido castigo divino a tanta monstruosidad. Una barbaridad como otra cualquiera, porque las enfermedades incurables y las epidemias han existido desde el principio de la Humanidad.

Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, quiero expresar mi alegría al ver que cada vez más en nuestra sociedad se va dando al homosexual , tanto si es hombre como mujer, un lugar en el que se le respete, donde se regularice su situación en términos legales (matrimonio civil, adopción...), porque es otra opción de vida, diferente a la de la mayoría, pero igualmente válida.

viernes, 5 de octubre de 2007

Regreso al instituto

Hace unos días tuve una reunión en el instituto donde ha empezado a estudiar mi hijo este año. Hacía 23 años que no pisaba ese edificio desde que cursé allí mis estudios.
Han cambiado algunas cosas: un escenario con focos en el gimnasio y nueva iluminación, la capilla ya no se utiliza, instrumentos de música para actividades extraescolares, los baños reformados ....
Me vinieron a la memoria montones de escenas de hace mucho tiempo, conversaciones con algún profesor, vivencias con mis compañeros de entonces. Recordé el nivel tan alto de exigencia académica que había, y lo mucho que aprendí en esa época, más que en ninguna otra de mi vida.
Las clases me parecieron mal conservadas: las puertas envejecidas, a las paredes les hacía falta una buena mano de pintura, el frente de la mesa del profesor lleno de letras pintadas por los alumnos (algo impensable cuando yo estaba allí, como dice una tía mía, esas son costumbres de presidio), los espacios reducidos a la mitad (antes las aulas eran más grandes) .....
También es verdad que cuando yo empecé a estudiar en ese instituto, tan sólo hacía cuatro años que había comenzado a funcionar.
Los cambios me imagino que no habrán sido sólo materiales. El centro se habrá tenido que ir adaptando a los tiempos que le haya tocado vivir en cada momento, y el nivel académico y la disciplina se habrán relajado bastante. En algunos aspectos creo que es mejor, porque existía demasiada rigidez, y se puntuaba demasiado bajo las evaluaciones. En otros aspectos es peor, porque cuanto menos se le exija al alumnado, menos rendirá y peor preparado estará el día de mañana.
Había además otra peculiaridad en este instituto hace años: los alumnos estaban compuestos en su mayoría por hijos de militar, que formaban como una casta aparte y que, de forma más que evidente, contaban con los parabienes y el beneplácito de los profesores, que sabían quiénes eran sus familias, la graduación militar de sus padres, etc. Lo de ser "hijo de" ya era importante a tan temprana edad. Los que no entrábamos en ese grupo mayoritario teníamos un gran hándicap a la hora de ver reconocidos nuestros esfuerzos, e incluso de poder relacionarnos con normalidad con los compañeros.
Hoy en día, afortunadamente, todo eso ha desaparecido, pero ha surgido otro problema, esta vez de índole social, que es el "bulling": el acoso escolar. Lo que antes eran elementos problemáticos que siempre han existido en todos los centros escolares, se ha convertido hoy en día en pequeñas "bandas organizadas", que tienen conductas antisociales e impiden el desarrollo normal del resto del grupo. Confío en que ésto no suceda aquí.
Me produce una gran satisfacción ver cómo mi hijo se echa su pesadísima mochila a la espalda todas las mañanas para irse tan contento al instituto, él solo por primera vez, el inicio de su independencia y de su incipiente libertad. Lo imagino sentado en los pupitres de esas mismas aulas en las que tanto tiempo pasé escuchando y aprendiendo. Lo veo a veces cuando tiene gimnasia a primera hora de la mañana y paso por delante para ir al trabajo, corriendo y saltando en el patio, pasándolo bien. Me preocupaba su desenvolvimiento en un sitio nuevo, después de tantos años pasados en el mismo colegio, y de momento parece que todo va bien.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, quiero decir que me quedo con un lema en latín que, desde hace no muchos años, figura en una placa colocada a la entrada del instituto, "Sapere aude", que es "saber escuchar", algo que parece tan difícil hoy en día en el mundo que nos ha tocado vivir, donde cada cual va a lo suyo y casi no nos miramos a la cara, algo que además es fundamental para cualquier estudiante. Y también abrir la mente.

martes, 25 de septiembre de 2007

Funcionarios


Mucho se ha dicho sobre nosotros, los funcionarios, y nunca nada bueno. Yo, a lo largo de los muchos años que hace que trabajo en la Administración, he conocido a toda clase de compañeros-as. No sé si es porque he pasado por sitios pintorescos, pero en cuanto a los hombres debo decir que, salvo escasas excepciones, han sido una pandilla de porteras cuando no de mariquitas (de los que son extravagantes y tienen mal café), y si no las dos cosas a la vez. Los hay que cultivaban su afición alcohólica en el bar del centro de trabajo, otros se dedicaban a vender joyas, ropa y lo que hiciera falta. La pandilla más selecta de pelotas lameculos los he encontrado entre los compañeros del género masculino, que se ve que así conseguían dudosos beneficios de todas clases: sobres extras, cestas de navidad, días libres sin justificar, incumplimiento del horario sin consecuencias, etc.

Si el compañero en cuestión se dedicaba además al tema sindical, entonces apaga y vámonos: los derechos de los trabajadores era lo último que se defendía, todo era obrar en el propio interés y en el de la familia. Para ello se recurría incluso a la amenaza a los jefes, de los que debían tener información no muy recomendable, porque los tenían amedrentados.

Tan sólo hubo un compañero que fue una excepción, un tío con una cachaza y unos bemoles impresionantes: él iba a lo suyo, que era a ser un sindicalista auténtico. Terminó dimitiendo porque se lo tomaba tan a pecho que le ponían la cabeza como un bombo.

En cuanto a las mujeres, hay muchos tipos de funcionarias: las que se pasan el tiempo hablando por teléfono con su familia o amigas, y las que además de eso tienen la sorprendente capacidad de poner la antena parabólica para escuchar también las conversaciones de los demás. Luego están las que ponen a parir a todo el mundo (la mayoría), movidas por la envidia y los complejos, las que traen consigo al trabajo sus preocupaciones personales y se desahogan (yo lo he hecho últimamente, sobre todo porque me gusta montar coloquios), las que ocupan el horario laboral con cosas que no son de trabajo (como yo ahora), y las que les gusta demostrar sus habilidades culinarias trayendo tarteras llenas de delicatessen para que todo el mundo pruebe y alabe sus cualidades como cocinera. "Come un poco más de empanada", te dicen, aunque estés a punto de reventar, "que si no me haces un feo. ¿Es que no te ha gustado?". Imposible convencerlas de lo contrario.
Algunas son el prototipo de las marujas, señoras que están en el trabajo para pasar el rato y no tener que estar en sus casas, donde se aburren, pero que en realidad no dejan de ser marujas.

Las he conocido que se han hecho la manicura completa en el despacho, labores de costura, o trabajos de jardinería (cambiar la tierra a las macetas, plantar flores...).

Hoy en día lo que más se lleva es navegar por Internet, y mandarse mensajes de todo tipo y gusto por correo electrónico.

El estupendo Forges ha tenido un tema inagotable con el funcionariado para sus tiras humorísticas, y la verdad es que suele tener razón la mayoría de las veces, pero sin embargo no creo que a todo el mundo le haya ido tan bien. A lo largo de mi trayectoria laboral, lo que más he echado en falta muchas veces son unas condiciones de trabajo salubres: recuerdo que la primera vez que entré en un despacho, como era un edificio muy antigüo la calefacción casi no funcionaba, por lo que yo solía tener los dedos de las manos tan agarrotados por el frío que no podía teclear en la máquina de escribir, ni abrir la boca para comer algo o beber el café. Y la falta de una luz adecuada, que es por lo que hubo una época en que perdí mucha vista. Por eso ahora no me gusta cuando veo en un despacho ni tan siquiera una mancha de humedad en la pared, porque lo considero una más de las muchas cutreces que he tenido que soportar.

Me hace gracia cuando dicen que los funcionarios vivimos como queremos: los habrá que así haya sido siempre, pero yo he estado a las siete y media de la mañana puntual en mi puesto de trabajo durante más de una década, que casi me dormía sobre los papeles. Y durante casi dos décadas media hora escasa de desayuno y fichada.

He conocido a muy buenas personas, y a otras que merecerían estar en la galería de los horrores de algún museo de cera. La Administración ha sido el único trabajo que he desempeñado y en el que he pasado la mayor parte de mi vida. En ella me he ido formando como persona, he aprendido mucho de gente que incluso ya no está en este mundo, y también he aprendido las cosas malas que tiene a veces el ser humano, aquello a lo que nunca querría llegar ni quiero ser. Pero al fin y al cabo, como sucede siempre que te relacionas con los que te rodean, de todo sacas partido y todo te enriquece.

El funcionariado es un sector desprestigiado, pero al que la mayoría de la gente quiere acceder precisamente por la escasa cualificación que requieren por lo general los cometidos que hay que desempeñar, y por la comodidad del horario.

La Administración militar, que es en la que más tiempo he pasado, es un mundo aparte. La Administración civil es distinta y mejor, más racional.

La dejadez, el "vuelva usted mañana" que decía el magnífico Larra, la lentitud burocrática, el papeleo interminable... son tópicos y constantes del trabajo del funcionario.

Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, debo decir que espero no formar parte de esa masa funcionarial incompetente y perezosa, porque yo, aunque parezca lo contrario, curro cuando hay curro, y cuando no me dedico a otras cosas, como ésta, que no hacen mal a nadie.

martes, 11 de septiembre de 2007

Me falta su luz

Tuve el atrevimiento de escribir, hace un tiempo, a aquel mi primer amor del que hablaba allá por febrero, cuando empecé mi andadura literaria con este blog y, para mi sorpresa, me encontré ayer en el correo, cuando regresaba a casa, una carta suya contestándome.
Nunca pensé que lo hiciera (cómo pude dudar), un hombre tan ocupado como debe ser él, sacerdote con un alto cargo en uno de los Consejos Pontificios que existen en el Vaticano. La emoción que me embargó no conoció límites.
Su carta contenía algunas de las palabras de afecto más bonitas que me han dedicado en mucho tiempo, y comprobé que sigue sabiendo escoger muy bien los términos que halagan y conmueven, y que su memoria no flaquea con los años.
En ella recuerda la época que pasamos juntos en el colegio y en el instituto, y también la parroquia de nuestro barrio. Habla también brevemente sobre lo que le ha acontecido en los últimos tiempos, cosas que yo ya sabía por lo que había leído en Internet sobre él.
Frases que ha empleado para referirse a mi carta como "regalo inesperado", "la alegría inmensa", "el gozo del encuentro", "el recuerdo imborrable"...., permanecerán en mi corazón para siempre.
Habla de su nombramiento como producto de la casualidad, "para mi verguenza y confusión", dice, "trabajo de oficina", lo llama. Su modestia no ha hecho sino aumentar con el tiempo, lo que le hace grande, inmenso.
Afirma no tener tan buen recuerdo de su persona en nuestra juventud como el que yo guardo de él, "antes me averguenzo de muchas cosas", "la memoria con los años hace prodigios", escribe, y dice sentirse conmovido por mis palabras.
Me recuerda como una persona serena y madura, algo que considera una virtud, "rasgos de carácter que compartes con el Papa Benedicto", afirma ya casi al final. Jamás pensé ser merecedora de un halago semejante, lo más increíble que me han dicho jamás. Si supiera mi buen y queridísimo amigo las ciénagas morales en las que me he visto metida desde que nuestros caminos se separaron, no daría crédito, las cosas que he hecho y las que he tenido que aguantar sin tener por qué, y lo perdida que he llegado a tener mi dignidad como persona por todo ello.
Termina mandándome una tarjeta en la que, con mucha modestia, tacha con bolígrafo el cargo que tiene ahora, y una foto que voy a enmarcar y poner en mi casa, en la que se le ve estrechando las manos del Papa, hace algo más de dos meses, y que me dedica con afecto. "Como verás, la línea de la frente ha ido retrocediendo", me escribe bromeando sobre su aspecto actual.Me insta a verle si alguna vez voy a Roma, "como espero", me dice.
¿Y qué le podría contar sobre mi persona que le pudiera producir algún tipo de agrado, si alguna vez accedo a su propuesta?. Ya el hecho de haberme divorciado le causaría espanto, como me lo causa a mí misma. Nunca me alejé tanto de mi religión y de Dios, nunca pensé que para enmendar el error que cometí casándome con quien lo hice iba a cometer otro aún mayor si cabe intentando poner fin a ese sacramento sagrado, en mi afán por hacer desaparecer lo que había hecho mal, como si el vínculo matrimonial no hubiera existido nunca. Y para mi desgracia siempre existirá, y yo ahora no podré siquiera comulgar cuando vaya a Misa.
Lo que sí quisiera es que conociera a mis hijos, lo único bueno que me ha quedado de todo ésto.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, te confieso que siento una alegría enorme al haber recibido esta carta, que escribirle ha sido la mejor idea que he tenido en mucho tiempo, que siento rabia e importencia por lo inexorable de nuestros destinos que nos han alejado tanto, y que ando perdida desde que se fue, porque me falta su luz. Sus palabras me han dado nuevo aliento. Él es el espejo en el que quiero mirarme siempre, el ejemplo a seguir.
"Rezo por tí y los tuyos", es su última frase.

Dios te bendiga.
P.D.- Felicidades por su cumpleaños, que es el día 15. Que la vida le siga sonriendo como hasta ahora, porque se lo merece.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Actores


Dicen que los actores son una raza aparte, personas que viven en su propio mundo, al margen del resto. Imagino que como cualquier artista en general, da igual el arte al que se dediquen, gente con una sensibilidad que les hace ver la realidad en torno de forma distinta a los demás.
En el caso de los actores, su trabajo es aún más especial, porque su arte es cambiante, momentáneo, intenso y público. Cuando un intérprete se mete en un personaje y se mueve en él como si de su propia piel se tratara, olvidándose del espectador, de los focos, de las cámaras, es un momento irrepetible. Hay siempre un punto álgido en una historia, como cuando se sube a la cima de una montaña, en el que el diálogo del actor pone al descubierto, sin previo aviso, ámbitos ocultos del ser humano. Él te va llevando de la mano, a través de su actuación, por un camino lleno de sentimientos, en el que intuyes que si sigues andando encontrarás un mundo diferente y sorprendente.
Tengo mitos dentro del mundo del cine americano, gente como Charlton Heston, Burt Lancaster, Kirk Douglas, Katherine Hepburn (me encantan sus pucheros), Liz Taylor (fresca y magnética), Jane Fonda (magistral), Meryl Streep (encarnación del drama más profundo), por decir algunos, y más recientemente Nicole Kidman, Russell Crowe, Matt Damonn, Jude Law, e incluso Leonardo di Caprio. En el cine inglés, cuna de la interpretación por excelencia, la lista sería interminable: Lawrence Olivier, John Gielgud, Jeremy Irons, o el irlandés Richard Harris.
De la colección de cine que tengo en casa, en lo clásico, la película que más veces he visto es "Cautivos del mal", en la que tanto el argumento como los diálogos y la interpretación de todos los actores me hipnotiza por completo, no me canso de verla.
De entre las más recientes está "Mejor imposible", una comedia hilarante, llena de emoción y sensibilidad, que refleja increíblemente todas las neurosis que aquejan a nuestra sociedad actual.
Pero es en el teatro donde un actor demuestra su versatilidad interpretativa. Es sobre las tablas de un escenario, sin posibilidad de repetir la escena si ha habido algún fallo, improvisando incluso cuando falla la memorización del texto, en contacto directo con un público que absorbe como una esponja todo lo que el intérprete sea capaz de transmitirle, cuando se produce esa magia, esa comunicación irrepetible y distinta a cualquier otra, entre el artista y el espectador. Un goce para los sentidos.
Inglaterra es la cuna del teatro, aunque en medio de tantas compañías serias que interpretan a los grandes clásicos, me quedo con una que, en su momento, rompió moldes, la Monty Python. Con sus ingeniosísimas, sarcásticas e inteligentes puestas en escena, nos dieron una visión de la vida y la sociedad como nadie antes había hecho.
España ha visto nacer a actores de teatro maravillosos, aunque desgraciadamente, por el paso del tiempo, la mayoría están retirados, han fallecido, o hacen pequeños papeles esporádicos en series de televisión mediocres en las que lo único que brilla es precisamente ellos. Hablo de gente como Agustín González, Berta Riaza, los hermanos Gutiérrez Caba, la saga de los Larrañaga-Merlo, los Prendes, Luis Varela, Jaime Blanch, y un sin fin de figuras que han dejado una huella imborrable en nuestra alma cuando hemos tenido la fortuna de verlos trabajar en directo.
Recuerdo especialmente en el teatro, hace unos cuantos años, una obra de Arthur Miller, "Todos eran mis hijos", interpretada precisamente por Agustín González y Berta Riaza. En la escena culminante en la que el protagonista, sentado en el porche de su casa (decorado años 40 en América), revela a su esposa que él fue el culpable indirecto de la muerte del hijo de ambos, ya que era constructor de aviones de guerra durante la 2ª Guerra Mundial y dió el visto bueno a sabiendas a una partida hecha con materiales defectuosos. Uno de estos aviones lo usaría por esos reveses de la fortuna su hijo, soldado en el frente. Cuando Agustín González, sollozando, grita que no sólo fue su hijo el que murió, sino que en realidad "¡...todos eran mis hijos!", el teatro entero puesto en pie remató el momento con una cerrada y emocionante ovación que duró varios minutos, y con la que aún se me ponen los pelos de punta cada vez que la rememoro.
Más recientemente hay algunos actores en nuestro país, pocos, que han demostrado un enorme talento en más de una ocasión, como Pilar López de Ayala o Umax Ugalde, que fuera de las cámaras son personas tímidas y reservadas, pero que se transforman por completo cuando están trabajando.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, te digo que quiero expresar mi más profunda admiración y respeto por esta profesión, que no siempre ha estado considerada, y que nos ha permitido transportarnos a mundos que de otra forma no hubiéramos conocido.
Actores ....., una raza aparte.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Cabaret


Veía el otro día, una vez más, esa maravillosa película que es "Cabaret", y que tantos recuerdos me trae de mi infancia, pues cuando la estrenaron aquí debía tener yo unos siete años. Y es curioso cómo nos gustó teniendo en cuenta que abordaba temas escabrosos que, por la edad que teníamos, quizá no fuera adecuada para niños.
Recuerdo que cuando íbamos a casa de mi abuela Pilar, mi hermana y yo interpretábamos el personaje de Liza Minneli cuando sube al escenario, en los números provocadores en que ellas y las demás bailarinas se mueven sobre unas sillas al compás de la música. Nosotras recreábamos ese aire sugerente y sexy por pura imitación, sin ninguna malicia, con la ingenuidad propia de unas niñas. Y teníamos mucho éxito entre el público familiar, que nos aplaudía y animaba. Quién sabe, igual si sigo con esa vena hubiera sido una buena cabaretera.

Ver a la inefable Liza Minnelli en el papel de cantante y bailarina de cabaret en la Alemania anterior a la 2ª Guerra Mundial, cuando ya el clima en Europa se empezaba a preparar para el horror que iba a vivir, es magnífico.

Caracterizada con un "look" años 30, con enormes pestañas postizas, mucho maquillaje y unas increibles y originales uñas pintadas de verde, se desenvuelve con total naturalidad en un personaje difícil y lleno de matices.

Son muchos los actores que la acompañan en esta película, estupendos también, pero ella destaca por encima de todos ellos sin apenas aparente esfuerzo. Es capaz de transmitir todo un abanico de sentimientos por cada uno de los poros de su cuerpo y en su rostro. Sólo una actriz de su talento, dotada de una extraordinaria sensibilidad como la suya, es capaz de hacernos sentir así. Compone un personaje que es a la vez superficial, alegre, divertido, picante, tierno, triste, ingenuo y trágico, generoso a manos llenas, un retrato de mujer ante todo. Pretende vivir a su aire, dando una visión del mundo de color de rosa, sólo por no ver la realidad, sólo para no hundirse en la miseria social que cunde por aquel entonces.

Sus números musicales no tienen desperdicio, acompañada por un inquietante y equívoco maestro de ceremonias, que con su mordacidad y su sarcasmo cruel, da el contrapunto original, agudo y perfecto a toda la trama argumental.

En estas pequeñas joyas de interpretación escénica se amalgaman veladamente, debido a la censura, todas las virtudes y todos los vicios que son inherentes al ser humano, poniendo en tela de juicio los usos sociales, las tendencias sexuales, y hasta el nazismo. Liza Minnelli tiene aquí oportunidad de lucir su magnífica voz, su versatilidad interpretativa y su talento para el baile, cualidades que no le han abandonado con el paso de los años, a pesar de los avatares que han marcado su vida.

Y así nos reimos de todo lo que nos rodea casi de una forma compulsiva, puede que siniestra, porque al fin y al cabo la vida no es sino una gran tragicomedia.

La orquesta que toca en el cabaret no tiene parangón con ninguna otra parecida, un montón de señoras ataviadas con las ropas más estrafalarias, y pintadas hasta la exageración, que sin embargo saben arrancar a sus instrumentos los acordes más increíbles según requiera la ocasión.

Hay en la película muchas escenas inolvidables, pero me conmueve especialmente aquella en la que la protagonista habla del aborto que se acaba de practicar. Se asoma entonces a sus inmensos ojos y a su rostro, sin apenas maquillar en esta ocasión, un compendio de tristeza, desaliento, fragilidad y abandono, que recuerda mucho la forma de interpretar de su madre, la gran Judy Garland, y que tenía mucho que ver con su propia vida.

Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, debo decir que es cierto lo que dice la letra de la última canción con la que se despide el cabaret, cantada por su extraño maestro de ceremonias: "No merece la pena estar sola en una habitación. Ven a escuchar la música. La vida es un cabaret". Porque así es, la vida es una gran representación donde se mezcla tragedia y comedia, y por todo ello hay que pasar.

El espectáculo debe continuar.

miércoles, 22 de agosto de 2007

La guerra civil


Dichoso tema éste del que tenemos que seguir hablando a la fuerza, casi siete décadas después de que tuviera lugar, cuando lo que habría que hacer es guardarlo en la caja de los truenos, de donde no lo deberíamos dejar salir jamás. Tema que sigue suscitando dolor, y más guerra.

Arma usada por cierta clase de políticos para tergiversar la Historia y así manipular al ciudadano de a pie, cuando ni los que nos gobiernan ni nosotros hemos vivido en nuestra propia piel, afortunadamente, un episodio tan terrible y lamentable como es ese para una nación.

Fundamento de debate para toda una pléyade de mal llamados intelectuales, que hacen una interpretación superficial y muy "sui géneris" de hechos que sólo nuestros abuelos (el que aún los tenga), pueden contar.

Las veces que he oido hablar de ella siempre ha sido con espanto. Nada bueno se puede decir, como al hablar de cualquier guerra, pero en las condiciones en que se vivía en España en aquella época era aún peor porque había un enorme atraso en la sociedad de entonces.

Mis abuelos maternos se llevaron la peor parte, porque les tocó en Madrid. Mi abuela se alimentaba de mejillones de lata (los terminó aborreciendo) y de mondas de patata hervidas. Cuidaba de una hermana que estaba ciega por un tumor cerebral, y un día que estaban en su casa tuvieron la feliz ocurrencia de cambiar de habitación porque les molestaba el excesivo sol que entraba por la ventana, y nada más hacerlo cayó un obús justo donde ellas acababan de estar, por lo que salvaron la vida de milagro. Un hermano suyo, sin embargo, no tuvo tanta suerte, porque murió el último día de la guerra al estallarle una granada en la mano.

A mi abuelo lo llevaron a fusilar dos veces al paredón, denunciado por vecinas envidiosas que, en ocasiones como ésta, aprovechan para desquitarse de rencillas acumuladas años atrás. "Miradle las manos", decían, "que no son las de un trabajador". En el último momento lo salvaba algún mandamás que lo reconocía porque él siempre hacía muchos favores y era amigo de todo el mundo.

Militar de profesión, se había tragado la guerra de Marruecos, donde vió morir a muchos de sus amigos, y tuvo a su vez que matar a bayoneta calada , según los usos de la época, para salvar la vida. Cuando estalló la guerra civil, recién fallecida su primera mujer y la hija de ambos de tuberculosis, y habiendo conocido a mi abuela, de la que se enamoró tan desesperadamente como sólo un hombre en esas condiciones se puede enamorar, tuvo unas enormes ganas de vivir y lo último que quiso hacer fue exponerse. Se dió de baja pretextando problemas de salud y estuvo los tres años de contienda sin ponerse un uniforme. Lo que más recientemente les ha pasado a los veteranos de Vietnam, que volvieron asqueados y decepcionados de tanta barbarie, le pasó a él. Ser militar en tiempos tan convulsos como aquellos era algo muy difícil de superar. Siempre he pensado que no hay nada más bonito que un militar que no quiere empuñar las armas, que se declara en paz. Muchos podrán pensar que fue un cobarde. Nada más alejado de la realidad: hay que tenerlos bien puestos para poner así en entredicho su honor y su valor, para ser capaz de echar mano de su cordura, que pocos debían tener por aquel entonces, y ver lo absurdo de todo aquello.

Mis abuelos paternos corrieron mejor suerte. Al estar lejos de Madrid, tan sólo oían de pasada a los escuadrones que volaban en formación para dirigirse a las zonas de conflicto. Aún así a mi abuela, que hacía poco había dado a luz a mi padre, se le retiró la leche con el susto y lo tuvieron que alimentar con leche de cabra, que era lo único que tenían por entonces.

Todo lo que sucedió en aquella guerra es bien conocido: los paseíllos a altas horas de la noche, las matanzas colectivas, las fosas comunes, las torturas y vejaciones, la quema de iglesias, el terror..... Cuántos inocentes asesinados, sin distinción de ideologías. Y todos españoles, todos con una patria común, con parientes comunes. Un gigantesco fraticidio.

A qué recordar y exhibir todas esas miserias, cuando una guerra es algo que hay que lamentar y de lo que tendríamos que avergonzarnos, no haber sido capaces de arreglar nuestras diferencias como lo hacen las personas civilizadas. ¿A quién beneficia todo ésto?. Sólo es una tortura añadida para los que vivieron aquella época, porque les obliga a recordar cosas que preferirían poder olvidar.

Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, cree si te digo que doy gracias a Dios por no haber nacido en una época tan pavorosa como aquella, porque no sé si lo hubiera podido soportar y si hubiera conseguido sobrevivir a todo aquello, ni tampoco sé si podría arrastrar conmigo el resto de mi vida las secuelas que seguramente me habría dejado.

Bendita paz.

martes, 21 de agosto de 2007

Malditos

Malditos sean los hombres que no besan el vientre de las mujeres que les dan los hijos.
Malditos sean los hombres que no veneran las manos de mujer que los cuidan y acarician.
Malditos sean los hombres que no valoran la entrega que hacen las mujeres de sus vidas para dársela a ellos.
Malditos sean los hombres que engañan a las mujeres, dando a entender que las aman, para luego hacerlas sufrir y reirse de ellas.
Malditos sean los hombres que maltratan a las mujeres de palabra y de obra, y siguen impunes.
Esos hombres no tendrían que haber nacido nunca de mujer.
Malditos sean.

jueves, 16 de agosto de 2007

San Fermín

Me horrorizaba una vez más, el mes pasado, cuando contemplaba en la televisión las imágenes del San Fermín de turno, como cada año, y compruebo que, pese a ser considerados europeos y vivir ya en el siglo XXI, todavía seguimos anclados en la prehistoria.
Ignoro si en otros sitios del mundo tienen esta costumbre que hay aquí de mezclar las tradiciones salvajes con la religión.
Me parece tan ridículo ver cómo un montón de hombres agitan en el aire un papel enrollado en la mano mientras cantan a la imagen de un santo que, se preguntará sin duda el pobre lo que pinta él allí en todo ese fregado, que no sé ni cómo a ellos no se les cae la cara de verguenza.
La tradición de los encierros está extendida por casi todos los pueblos de España, y aunque en los últimos años se han implantado normas que restringen algunas de las prácticas bárbaras que se venían llevando a cabo, aún continúan perpetrándose contra los toros todo tipo de felonías.
Perseguirlos y azotarlos con lo que se tenga en la mano es ya más que reprobable. Muchos se quejan de que desde que están estas restricciones en vigor, las fiestas ya no han vuelto a ser las mismas. Por lo visto es mucho más divertido cuantas más atrocidades se puedan cometer impunemente contra estos pobres animales.
Lo que sí me ha llamado siempre la atención es que sólo se ve correr a los hombres, nunca a una mujer. Puede ser porque se trata de demostrar la valentía y la hombría exponiendo así la vida, o que las mujeres somos más inteligentes y procuramos no meternos en líos semenjantes. O simplemente que no nos dejan, que está mal visto.
Y el colmo de la estupidez es cuando se acaba el San Fermín y se ve a los hombres, sucios y borrachos, llorar como niños desconsoladamente contra las fachadas de los edificios, porque se ha terminado un año más.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, quiero decirte que mientras estas costumbres permanezcan, el machismo atávico, la violencia gratuita, no dejaremos de ser un país de boina y pandereta, de verbena y tintorro, como un pueblo inmenso sin civilizar, lleno de paletos.
Si pudiéramos preguntar a San Fermín al respecto, estaría de acuerdo conmigo.

martes, 14 de agosto de 2007

Habitación 3331


Hoy hace una semana que operaron a mi padre. Se pasó todas la vacaciones con visión borrosa en un ojo y no fue capaz de decir nada. Al regresar, acudió enseguida al médico, que le dijo que tenía un desprendimiento de retina.

Mi padre nunca ha estado hospitalizado, y eso para una persona que va a cumplir 70 años, es todo un récord. Tan sólo se operó en una ocasión, hace cuatro años, de cataratas, y no tuvo que permanecer ingresado después.

Nos dijeron que la intervención duraría 2 horas, pero tuvimos que esperar 3 horas y media sin que nadie saliera a decirnos nada. Qué largo se hizo, qué preocupación, qué nervios.

Muchas otras personas estaban en nuestra situación, y aún peor, porque en una sala cercana aguardaban los familiares de los que tenían que estar en la UVI. Allí las lágrimas afloraban con frecuencia.

Qué impresión ver a mi padre traspasar las puertas de la zona de quirófanos, en su cama, empujado por una celadora, con esa bata verde oscuro horrorosa que les ponen para la ocasión. Le vimos avanzar despacio por un pasillo muy largo, hasta que se perdió de vista, y me pareció muy vulnerable y desamparado. Nosotros le hicimos compañía hasta un determinado momento, pero el mal trago lo tenía que pasar él solo.

Aquel pasillo me pareció ese túnel que dicen los que han vuelto de las puertas de la muerte, en el que al final se ve una luz. Tuve conciencia dolorosamente de la edad que ya tiene mi padre, y de que los problemas de salud no serían tan raros a partir de ahora. Lo recordé joven, fuerte, lleno de vida, y me pareció muy injusto una vez más lo que los años hacen con las personas.

Y más cuando regresó a la habitación con el enorme apósito en su ojo y con ese malestar, causado por la anestesia, que ya no le abandonaría en los días siguientes.

Se empeñó en pasar la noche solo, no le hacía falta nadie. Yo ya me pensaba quedar con él, me había traído mi bolsa de aseo, pero no me dejó. Al día siguiente parecía un alma en pena, después de una mala noche durmiendo sólo a ratos, con el ojo sano enrojecido por el cansancio y el excesivo aire acondicionado que nadie era capaz de regular.

Allí echado, con el gotero puesto, el pijama comprado sobre la marcha porque él en verano no utiliza, y devolviendo la más mínima cosa que cayera en su estómago, me producía una angustia infinita. Casi estaba más entero el compañero de habitación, un buen hombre al que la diabetes y la diálisis hacían parecer que tendría que encontrarse mucho peor que él.

Cómo me recordó a mi abuela, cuando ya estaba tan delicada los últimos años, la misma expresión en la cara, como un niño. Es curioso lo que terminamos pareciéndonos a nuestros progenitores con el paso del tiempo.

Pero yo no quiero que él esté tan abatido y desolado como lo estuvo ella. Parecía mi padre tan fuerte en todos los sentidos, y ahora se ponía en evidencia que no era así.

Menos mal que la enfermera que le tocó en suerte era una mujer simpatiquísima, todo el rato haciendo bromas mientras cumplía con su obligación, e ironizando sobre la situación, siempre pendiente de todo, una gran profesional. Es con personas así con las que da gusto trabajar.
Cuando le quitaron el apósito, daba miedo verle el ojo de cómo lo tenía, todo inflamado. Mientras el doctor le abría el párpado para hacerle las exploraciones, se podía apreciar que era una masa tumefacta y sanguinolenta, como si no tuviera vida.

Con qué gusto dejamos al final la habitación 3331.

Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, dime que mi padre no es un viejito, como escribía en uno de sus artículos Juan Manuel de Prada que le decía su hija, que nunca se va a hacer viejito y todavía le quedan muchos años por delante. Por lo menos que no se le quiten nunca las ganas de vivir.

jueves, 2 de agosto de 2007

Diario de a bordo (II)


Día 19 de julio: Estuve observando en el silencio de la noche la bóveda estrellada que es el firmamento. Con mi astrolabio he calculado la posición de esas diminutas luces que iluminan la oscuridad y he comprobado así que nuestra ruta es correcta. Si el buen dios Eolo quisiera soplar de barlovento más de lo que acostumbra en los próximos días, gozaríamos del espectáculo de ver hundiéndose y volviéndose a levantar la proa de nuestra galera en la inmensidad del agua marina, y haciendo saltar girones de espuma que nos salpiquen la cara y nos obliguen a recordar que somos piratas y que al mar se lo debemos todo.

Día 20 de julio: Hemos avistado un galeón pirata a lo lejos que nos ha llenado de inquietud. Sabrán quizá que llevamos un tesoro en nuestras bodegas, el último botín conseguido gracias a un valioso mapa que por fortuna cayó en mis manos un día que estuve trapicheando en el mercadillo de uno de los puertos por los que pasé. No sé si no nos vió o no le interesó abordarnos, pero desde luego yo ya pensaba recibirlo a cañonazos. El caso es que pasó de largo. De eso que se han librado. Con mi patente de corso en la mano, iré a donde me plazca, y nadie podrá detenerme en todas las aventuras en las que me embarque, nunca mejor dicho.

Día 21 de julio: He escuchado al amanecer, tumbada en mi cama, en mi camarote, el graznido de las gaviotas volando sobre el mar, en busca de algunos peces que llevarse al pico. Se acercan con frecuencia a mi barco, como si no les diera miedo mi bandera negra ni el aspecto amenazante de mi tripulación. Algunas veces llegan a posarse en el puente de mando cuando yo no estoy allí. ¡Cuánta osadía!. Como sigan así terminarán mandado ellas en mi goleta.

Día 23 de julio: Observo un nutrido grupo de delfines nadando a los lados de mi navío. Son bellas criaturas, inteligentes y sensibles, pacíficas casi siempre y feroces cuando la ocasión lo requiere. Nos lanzan su característico sonido agudo, no sé si para saludarnos o para avisarnos de algún peligro. Hace un rato me pareció ver a lo lejos unas cuantas sirenas que nos hacían señas alzando los brazos. Yo, como soy mujer, no tengo el peligro de caer bajo su influjo, pero habrá que tener cuidado con el sector masculino de la tripulación, no vaya a ser que se deje llevar por su hechizo.

Día 25 de julio: Los pequeños piratas no le tienen temor al mar y se han zambullido un rato entre las olas. El niño pareciera que fuese el mismísimo hijo de Neptuno, y la niña la hija de la diosa Venus saliendo de las aguas. Antes que a nadar aprendieron a bucear, y sus cuerpos se desenvuelven y se confunden con el líquido elemento con absoluta naturalidad. Serán buenos navegantes cuando crezcan y difícilmente se verán en un naufragio, estoy segura de ello.

Día 26 de julio: Hoy es el día de mi cumpleaños, y la tripulación ha querido que recalemos en algún puerto y lo festejemos en las tabernas. La verdad es que es una ocasión que cada vez me apetece celebrar menos, pero como también es el santo de la pequeña pirata y además dentro de unos días es su cumple y no vamos a estar juntas, pues lo hicimos a gusto. Sobre todo por ella, que se lo merece todo.

Día 28 de julio: El vigía dió la voz de alarma y yo me apresté a coger mi catalejo y a observar a través de él cómo un extraño objeto de color amarillo se nos acercaba volando por la popa a gran velocidad. Resultó ser un hidroavión que hizo varios vuelos rasantes con los que pasó rozando la arboladura de nuestro velamen. Magnífico aparato, aunque de escasa utilidad por estos lares, tan lejos de la costa.

Día 29 de julio: Nos han abordado algunos de los amigos más queridos que tenemos, que hace muchísimos años que conocemos. Inician ahora su travesía para navegar durante el mes de agosto. Pedro e Isabel, con su hija y su nieta, cariñosos y entrañables como siempre. Ellos se conocieron siendo muy jovencitos y ya llevan casados 53 años. Nos dijeron que cada día se quieren más y que no concebirían la vida el uno sin el otro. Dios los bendiga.

Día 30 de julio: Regresamos a nuestro punto de partida sin ninguna novedad, aunque con pocas ganas, pues nos hubiera gustado seguir surcando los mares. Algunos asuntos inaplazables me reclaman en tierra y me obligan a desembarcar. Mi tripulación parece contenta y me piden que vuelva a contar con ellos para otra travesía. No les he asegurado nada, pero siempre conviene contar con marineros fieles a su capitán y que respalden las órdenes que reciban.

Ya estoy concluyendo este particular cuaderno de bitácora. No está lejos el tiempo en que el mar me reclame de nuevo, y yo acudiré presta a su llamada, como cualquier capitán pirata que se precie haría siempre.

martes, 17 de julio de 2007

Diario de a bordo (I)


Día 30 de junio: Hemos partido desde el lugar donde tenemos siempre echado el amarre, pasadas las 12 de la mañana. Mi tripulación parece animada. Se han servido unas cuantas viandas en este primer día de travesía que nos han parecido poco, pero no conviene agotar los víveres tan pronto.

Piratas entre los marineros que he conseguido reunir hay pocos, quizá prometan sólo los más pequeños, que al paso que van llegarán seguramente a ser corsarios. Yo me encargaré de entrenar al resto en ésto de la piratería, que no es moco de pavo. ¡Qué diablos!.

Día 1 de julio: Recalamos en una playa donde ya somos conocidos. Me han preguntado, como capitana de barco que soy, dónde está un miembro de mi tripulación que otras veces venía conmigo. Les he dicho que fue obligado a saltar por la borda por su comportamiento indeseable. Hay que dar ejemplo entre los muchachos para que cunda la disciplina. Saben que al más mínimo intento de amotinamiento, al responsable lo haré colgar del palo mayor.
Día 2 de julio: Hoy he vuelto a ver a una amiga a la que hacía mucho tiempo no echaba el ojo. Su barco ha coincido en su ruta con el mío. Venía acompañada de su marido, al que sólo conocía por fotos. Un hombre encantador, no me extraña que ella sea tan feliz.
Hemos conversado sobre los últimos acontecimientos que nos han acaecido y sus consejos me han sido muy valiosos. Son una pareja de piratas de las que ya quedan pocas.
Día 4 de julio: Avistamos una playa no muy lejos de donde estamos. Había muchos turistas y, como es un día de viento muy fuerte, se podían ver las sombrillas volar con los palos de punta dispuestos a clavarse en todo lo que se pusiera en su camino. Se levantaba la arena y se clavaba en la piel en montones de minúsculas partículas. Las palmeras se agitaban azotadas por el pequeño huracán como los cabellos de las mujeres.
Yo sí que tengo que luchar contra los elementos, pero es mi oficio, y desde luego no lo cambiaría por nada del mundo.
Día 5 de julio: Se me olvidó ver el pronóstico del tiempo en los partes de noticias de la televisión. Es lo que tiene ser una pirata moderna, que ya no sabemos interpretar como antiguamente los indicios de los cambios que se avecinan por las señales del cielo.
Una lluvia pertinaz está cayendo sobre nosotros. El mar se ha ensombrecido y se ilumina sólo por un momento cuando caen los rayos cerca.
Por lo menos se está limpiando la cubierta, porque estos piratas rufianes que forman mi tripulación no la tienen lo suficientemente limpia. ¡Malditos perros sarnosos ....!.
He mandado atar los aparejos y arriar velas hasta que pase la tormenta.
Día 6 de julio: Viene un viento frío desde babor que hace pensar que estamos en otoño antes que en verano. Esta noche he querido dar una cena especial a los muchachos y he encargado a "Pizza Hut" unas lasañas de carne y unas trufas. El marinero que han enviado con el encargo se perdió por el camino y llegó más tarde de lo previsto. Hemos estado a punto de torturarle por ello, pero al final le dejamos ir, sin propina por supuesto, y le dimos una brújula para que en otra ocasión se oriente mejor.
Día 7 de julio: Unas olas enormes y maravillosas están rizando el mar. El marinero de más edad, que es además nuestro cocinero, ha querido probarlas tirándose por estribor, pero han llegado tres seguidas que le han dejado sin aliento. Le hemos echado un cabo para que volviese a subir a bordo.
Mi tripulación parece mareada con tanto vaivén. ¡Vaya piratas de pacotilla!. Están echando los restos por la batayola. Es preferible que se harten de ron y duerman un poco la mona en el castillo de proa hasta que termine el oleaje.
Día 8 de julio: La pequeña aprendiz de pirata se ha clavado una espinita en un dedo de la mano. Menos mal que uno de los muchachos ha conseguido sacársela, porque si lo tengo que hacer yo seguro que le termino cortando el dedo. Estos barcos tan viejos están llenos de peligros. A mí me gusta oir el crujido de su madera mientras navegamos y ver cómo resiste el embite de las olas.
Día 9 de julio: Los piratas más pequeños han querido que recalemos en una plataforma que había en medio del mar en uno de los sitios por los que hemos pasado. Suelen venir aquí los turistas para lanzarse por sus trampolines y toboganes, y tomar el sol. Los socorristas se han quedado con el silbato en la boca, asustados al vernos llegar: no es corriente que se acerque un galeón pirata por allí.
Día 10 de julio: Los pequeños piratas han hecho volar sus cometas. Se empeñaron en que yo también las hiciera volar, pues nunca antes había tenido esa oportunidad. Tiraba de mí con fuerza la cuerda de la que estaban sujetas. Lucían preciosas allá en lo alto, recortadas contra el cielo. Si yo fuera más ligera, me habrían hecho volar con ellas.

Día 11 de julio: Como no falta de nada en mi galeón, también hemos tenido sesión de cine nocturna. Quisieron ver "Piratas del Caribe III". Casi me muero de la risa que me dió. Cómo se atreven a intentar emularnos, no tienen ni idea. Muchos efectos especiales, muchas leyendas y tópicos sobre nosotros, pero de la vida de un auténtico pirata no saben nada. Que me pregunten a mí, que yo ya les pondría al corriente.

Día 12 de julio: La tripulación se quería dar un baño en agua dulce y hemos echado el ancla en uno de los puertos por los que pasamos. Se han dado el gusto en las piscinas de un gran hotel que encontramos, que dicen que es el más alto de Europa. La verdad es que tienen de todo: fuentes, chorros de todas clases, zonas de jacuzzi.... Pero su azul y su olor no son como los del mar. Me faltaban las conchas, las estrellas, los peces, las sirenas....

Día 13 de julio: Al pasar cerca de la costa, avisté un magnífico rompeolas. Como el mar también está hoy movido, se veía un espectáculo maravilloso de espuma marina estallando contra los acantilados, mientras las gaviotas sobrevolaban en círculos la zona con su característico graznido. ¡Cuántos galeones han acabado sus días en rocas como esas, sobre todo al ser embarcaciones de gran calado!. Pero nosotros navegamos con buen rumbo.

Día 14 de julio: Hoy es el cumpleaños de la pirata de más edad. Le preparamos una tarta, pero no pareció hacerle mucha gracia lo de soplar las velas que le recordaban los años que ya tiene. Por supuesto que hubo también una cena especial.

Día 15 de julio: Se cumple un año del día en que la pareja pirata de nuestra tripulación contrajo matrimonio. Lo de celebrar ya su primer aniversario de bodas parece que les ha animado a ponerse manos a la obra en ésto de tener descendencia. No sería de extrañar que dentro de no mucho tengamos por aquí unos cuantos piratillas dando guerra.

Día 17 de julio: Nos visitó mi tío Fonchi, que vive no lejos de estos lares por los que pasamos, y tiene la costumbre de acercarse con su navío para vernos. Como siempre, nos hizo reir mucho con sus ocurrencias y sus chistes picantes. Aunque el tiempo hace estragos en todo el mundo, él conserva su aire de calavera y su verbo mordaz. Cuidado el que se ponga a tiro de sus cañones. Es pirata experimentado y no se anda con chiquitas.





miércoles, 11 de julio de 2007

El mar, la mar

Dicen que el ser humano proviene del agua, y yo doy fe de que es así. Pocos elementos hay en la Naturaleza que sean fuente de vida y de goce estético como el mar.
Desde uno de los ventanales del apartamento en el que cada verano paso mis vacaciones, no me canso de contemplar cada día las distintas evoluciones de un medio que, aunque viejo como el mundo, no deja de sorprenderme y entusiasmarme.
El mar es el espejo en el que se refleja el momento que vivimos: si el cielo está despejado, su azul se multiplica en colores aún más intensos sobre el agua, dando tonalidades oscuras en las zonas profundas, y turquesas en las menos hondas. Si hay viento, miles de rizos de espuma blanca se forman por todas partes.
Los días nublados, el mar adopta tonos grises, y los barcos se recortan contra la línea del horizonte en colores plomizos.
Los rosados y malvas de los atardeceres en que ha habido viento tienen también su reflejo en el mar, y el verde claro casi transparente de las zonas que hay cerca de la orilla en que el agua casi no se mueve, son el color de ojos que tenían mis hijos cuando eran más pequeños.
Yo me he bañado en el mar en todos los estados en que se ha encontrado: cuando el agua parece un plato de sopa y parece que no hay casi marea, entonces es como sumergirse en un estanque cristalino y relajante, y casi no hace falta bucear para observar el fondo ni para ser consciente de los muchos metros de altura sobre el suelo en que nos eleva y sujeta el agua.
Cuando está lloviendo y caen rayos allá a lo lejos, el mar está caliente y parece protegernos del frío que aguarda si salimos de él.
Tan sólo una vez me bañé con niebla, una niebla tan espesa que no permitía ver más de dos palmos por delante de mí según me iba metiendo en el agua.
Una de las cosas más bonitas que existen son las noches en que la luna llena se refleja en el mar oscuro y su blanca estela parece indicarnos el camino hacia algún lugar desconocido y misterioso. Lo único que no he hecho nunca es bañarme en el mar de noche: me imponen mucho respeto las aguas negras en las que no se puede ver por dónde caminas.
Y al amanecer, cuando se juntan la noche y el día y se ve la mitad del cielo ensombrecida con una luna que ya se va, y la otra mitad que comienza a clarear con un incipiente sol que ya asoma. Se ve entonces el mar partido en dos colores diferentes.
Pero lo que más me gusta son los días en que hay oleaje, esos días en que está izada la bandera roja en la playa y está prohibido bañarse. Yo, que soy miedosa para todo lo que suponga riesgo personal (nunca me verán en una montaña rusa, nisiquiera en una noria), en el caso del mar ese temor simplemente no existe.
Quizá sea porque estoy acostumbrada desde niña, pero para mí no hay nada más excitante que ver cómo una ola de tres metros de altura se te viene encima, anunciándose con estruendo y majestuosidad desde cierta distancia. Colocarse antes de que rompa, para que te eleve y te haga descender a velocidad de vértigo (ese cosquilleo en el estómago). Qué impresionante se ve todo alrededor cuando te sube a lo más alto de su cresta, aunque sea sólo por un momento.
Sólo hay que tener cuidado con la resaca, porque se termina por no hacer pie fácilmente, y entonces basta con nadar en diagonal hasta volver a pisar el fondo.
Es divertido ver a la gente que se queda en la orilla, algunos cogiéndose unos a otros de las manos como si esperaran una catástrofe inminente, vapuleados por el batir constante de las olas, y observar cómo emergen de entre la espuma brazos, piernas, alguna cabeza ... El aire se llena de una bruma que se extiende por toda la playa, y en el vaivén de cientos de corrientes encontradas parece que nos sumergiéramos en un jacuzzi gigante de espuma.
Cuando era más jovencilla me gustaba ponerme un poquito antes de que rompiera la ola, boca abajo sobre una balsa inchable y, como hacen los surfistas, daba unas cuantas brazas cuando veía que llegaba. El momento más temeroso era cuando rompía porque el descenso era tan brusco que no sé cómo no se me partió la espalda en dos en más de una ocasión, pero pasada esa fase, sólo tenía que dejarme llevar a gran velocidad hasta la orilla. Alguna vez no conseguía dominar la ola y me centrifugaba bajo el agua hasta que se cansaba de mí y me dejaba salir a coger un poco de aire.
Las olas más peligrosas son las que rompen de lejos, porque son tan grandes que no consiguen llegar enteras. Se van enrollando en ondas gigantescas de espuma y van barrenando el fondo según se acercan. Si te hundes lo suficiente, puede que sólo te alcance el estruendo de su fuerza en la superficie, cuando pasa por encima de tí. Si aún así no es suficiente, entonces es mejor hacerse un ovillo porque te arrastrará consigo en medio de un torbellino de agua y espuma que te hará dar mil vueltas sobre tí mismo. Lo importante es no chocar con ningún otro bañista.
Siempre me ha fascinado el espectáculo de los surfistas cogiendo las olas con su tabla y viajando a gran velocidad sobre su cresta, el cuerpo ágil y elástico adaptándose a los movimientos cambiantes del agua, metiéndose por en medio de los rollos de espuma, tocando con la mano la inmensa pared que parece sujetarlos y perseguirlos a un tiempo, hasta llegar a la orilla sorteando todos los obstáculos.
Y la paz que se siente cuando estás bajo el agua, con ese silencio que no se encuentra en ninguna otra parte, es como estar en otro mundo.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, quiero que sepas que una de las cosas que más me fascinan en este mundo es contemplar un mar embravecido. Puedo pasarme horas mirando la llegada sucesiva e interminable de las olas, las montañas de agua subiendo y bajando amenazantes, como si retaran, hasta que explotan en una montaña aún mayor y fragorosa de espuma contra las rocas. Es una gozada visual que me produce una íntima perturbación en el alma.
El mar, la mar .....
 
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