lunes, 22 de octubre de 2007

La vida después

Cuando uno se separa de la persona con la que ha convivido durante más de una década, al principio se produce una gran liberación, como si se rompieran las cadenas que te ataban a alguien al que te sentías encadenada en lugar de unida. Es el momento de encontrarte contigo misma, con el verdadero centro de tu ser que andaba disperso en la dedicación a la pareja y los hijos. Vuelves a disfrutar de pequeñas cosas cotidianas de las que hacía tiempo no gozabas, y te vuelves a replantear la vida casi como si empezaras de cero: hay como un examen de conciencia, una moviola en la que aparecen hechos del pasado en los que no habías pensado en mucho tiempo, y muchas veces se le da a todo una interpretación nueva.
Pero, después de mucho renegar de la ex-pareja, de los años vividos en común, afloran sin embargo a la memoria pequeños detalles que se echan en falta, sensaciones muy agradables que ya no has vuelto a tener desde mucho antes de la separación: cuando él puso la mano en mi vientre cuando estaba embarazada de nuestro primer hijo y se sobresaltó lleno de emoción al notar por vez primera cómo el bebé se movía. O las pocas veces que me dió un beso de buenas noches o me acariciaba antes de dormir, en lugar de darme directamente la espalda como hacía casi siempre. Aquellos momentos en que conversamos sobre cualquier cosa, con calma, mirándonos a la cara sin asomo de reproche. O cuando me cogía una mano y me la besaba, sin decir nada.
Él me imagino que echará en falta los mil detalles no correspondidos de que le hice objeto: el café siempre dispuesto después de comer o de cenar, los masajes en la espalda y la cabeza, lo dulce que fuí con él en la cama, entre otras muchas cosas. Hay que estar muy tarado o muy loco para pasar por alto todo eso y arriesgarlo como lo hizo.
¿En qué momento fueron desapareciendo todas esas cosas?. ¿Por qué no nos dimos cuenta a tiempo y lo pudimos evitar?. Cuando ciertas palabras se pronuncian en una pareja, cuando ciertos gestos tienen lugar, se va abriendo un abismo que no hace sino aumentar cada día, y se llega a hacer tan grande que cabe en él todo lo malo de este mundo: la ira, la desconfianza, la soledad, el rencor... ¿A dónde se fueron el respeto, la confianza, el amor?.
Cómo me gusta cuando veo una pareja de ancianos por la calle cogidos de la mano, pendientes el uno del otro. Son personas que provienen de otro tiempo, de una época en la que había unos valores y un respeto que casi no existen hoy en día. La mayoría de las parejas actuales no llegarán a mayores juntos.
Cuánto hubiera dado por haber podido envejecer junto a mi marido, que él me siguiera dando su beso de buenas noches, pero no sólo de vez en cuando sino siempre, cuánto porque hubiera seguido conversando conmigo sin que planeara ninguna sombra entre nosotros, por haber disfrutado juntos de nuestros hijos. ¿Qué le costaba?. ¿Cómo cambió tanto?.
Sin embargo quisiera darle a él la importancia que tuvo en mi vida, que sigue teniendo a pesar de todo. Hay un punto de crueldad innecesaria en toda separación, una devastación del alma, como un agujero negro de sentimientos por donde parece que se te va lo más importante de este mundo. Y después de la tempestad, no todo lo que ha sido destruido puede recomponerse, hay cosas que ya no se recuperan jamás.
Cuando mi abuela Pilar me decía de niña que yo valía para la vida, aunque después he pensado que se equivocaba, ahora creo que ella se refería no a mi capacidad para no meterme en problemas, sino en saber recuperarme de éstos cuando surgieran. Sabía que no me gustaba pedir ayuda cuando las cosas se ponían difíciles, que quería verme capaz de solucionar las cosas por mí misma, tardase el tiempo que tardase. Lo bien que me habría venido ahora su energía interior si estuviera aún conmigo, sobre todo en las ocasiones en que siento que me fallan las fuerzas.
Ahora sólo quiero rehacer mi vida, no quiero volver la vista atrás para añorar las pocas cosas buenas que tenía. Prefiero pensar que mis fracasos no son producto de una mala gestión de la vida, sino contratiempos que surgen y que hay que solventar, aunque no deja a veces de parecerme todo como una casa que está en ruinas, apuntalada por todos sitios para que no se caiga, y a la que aún le falta mucho para estar rehabilitada, para parecer como nueva otra vez.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, te diré que anhelo encontrar el equilibrio justo, controlarlo todo hasta donde me sea posible. No quiero tener las manos vacías, las llenaré de amor para el que lo quiera, para mis hijos, para mi familia....., para todos.
La vida después.

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