jueves, 30 de septiembre de 2010

Huelga

Creemos que España es un país europeo, que ha evolucionado a la par que el resto del mundo civilizado y conforme a los tiempos que en cada momento imperaban, pero es sólo un espejismo. Y cuando llega una huelga como la del día 29/9 esto es algo que se pone aún más en evidencia.

En poco nos diferenciamos de aquella España profunda, como le ha sido dado en llamar sempiternamente, de antes y después de la posguerra. El mismo fanatismo, la misma ignorancia, idéntica brutalidad e igual falta de libertad.

Tenemos una democracia de pacotilla, un paripé para quedar bien de cara al exterior. Somos tan sólo un pálido reflejo de lo que debería ser una sociedad desarrollada. Se han creado instituciones, infraestructuras, hay sufragio universal, los partidos se turnan en el poder con más o menos regularidad, pero en ocasiones como ésta se ve que nuestra democracia tiene la forma pero no el contenido. El descontrol, el cachondeo, la eterna España cañí de la pandereta y las palmas, eso es un día de huelga en este país, una ocasión más que sirve de pretexto para pasar un rato de juerga.

Y así la huelga se convierte en una mezcla de vandalismo y parranda colectiva. Es el momento perfecto, como sucede con tantos otros eventos, espectáculos multitudinarios entre los que el fútbol tiene un lugar destacado, para que las hordas de bárbaros salgan a la calle y den rienda suelta a sus más bajunos y reprimidos instintos. El deporte en unos casos o la reivindicación política y social en otros, son sólo una excusa vana para poder desfogarse.

Las consignas son siempre las mismas, la parafernalia que se monta es invariable. Se agitan banderas, siempre rojas, se arrojan pasquines al suelo para que todo el mundo sepa que la manada de elefantes pasó por allí, se usan megáfonos para gritar protestas y dedicar insultos a unos y otros, lenguaje de taberna donde los haya.

En una calle como la de Alcalá, enorme, emblemática, se pasean los grupos de ociosos luciendo orgullosos pegatinas y banderolas, como si la distinción les honrara. Se pavonean, lanzan risotadas a diestro y siniestro, de vez en cuando saludan con bramidos a los de la acera de en frente, como si estuvieran en un pueblo y no en una gran ciudad. Todo queda en familia, la palabra “compañero” adquiere aquí unas resonancias casi épicas. Es como el “camarada” de los soviéticos. Y podría ser como el “hermano” de los negros, o el “colega” de la gente joven. Por un correligionario se mata y se muere, faltaría más. Es como estar en la guerra, qué guay, cuánta emoción.

Y mientras tanto se pega, se extorsiona, se lincha, se amenaza de cualquier forma posible, porque para eso vivimos en democracia, para que cada uno pueda hacer lo que le venga en gana. Tu libertad de expresión y actuación no existe si no coinciden con la mía. La justicia es lo que digan unos cuantos, la ley se puede interpretar según los intereses de cada cual, y para impartirla se pasa por encima de quien haga falta. Y es que sólo busca nuestro bien este grupúsculo levantisco que en los días de huelga siempre está disponible y se erige en representante y portavoz de la sociedad en general, nos están abriendo los ojos a la realidad, una realidad que parece que los demás no vemos sólo porque no compartimos su punto de vista. Y pretenden conseguirlo llamándonos insolidarios, esquiroles, palabras que son horrendas y más grandes que ellos, y de todo punto inaceptables. Y si hace falta repartir palos pues se reparten, que el que bien te quiere te hará llorar. Hay que educarnos, que estamos sin instrucción, que ya se sabe que la letra con sangre entra.

Ahora vete a tu trabajo como puedas, como si fuera una carrera de obstáculos o de supervivencia. Ahora regresa a tu casa tranquilamente, como todos los días, haber si puedes. Intenta hacer tu vida como siempre, viviendo en paz, sin meterte con nadie. No te van a dejar, porque se supone que eso es vivir de espaldas a la realidad social, que exige una movilización, aunque sea a toro pasado, cuando ya está todo el mal hecho. Qué divertido es putear a la masa, se siente uno importante, poderoso, por fin nos escuchan, por fin llamamos la atención, nos tienen en cuenta.

Y si no puedes prescindir de un día de trabajo porque no puedes vivir del aire pues te aguantas, que la democracia exige sus sacrificios. Y si te resistes te destrozamos el negocio y así encima vas a salir perdiendo aún más. Mientras venía a trabajar vi que unos empleados de una sucursal de la Caixa no podían entrar porque les habían metido algo en la cerradura. Esta mañana he leído en la prensa que han usado silicona para obligar a cerrar muchos establecimientos. Y no les han prendido fuego de milagro.

No sé cómo no nos ponemos en huelga más a menudo. Y a hacer piquetes. Se va a poner de moda lo de irse a piquetear, aunque este verbo tiene en realidad otra acepción.

Y suma y sigue.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Pintura hiperrealista (XII): Guillermo Muñoz Vera



Insigne representante del hiperrealismo español, creó un importante taller artístico y una fundación cultural.
Cualquier pequeño detalle de la vida en la calle cobra trascendencia bajo su pincel .
Su mirada abre una ventana a un mundo lleno de colores suaves. Un paisaje, un rincón en una cafetería, un trozo de acera, todo cobra una importancia inusitada.
La suya es una visión estática, armoniosa, plácida.


martes, 28 de septiembre de 2010

Psicólogos y psiquiatras

Supe del intrincado mundo de la psicología hace seis años. Por entonces, mi hijo tenía muchos celos de su hermana y esto le hacía comportarse de forma especialmente conflictiva y padecer enuresis nocturna, por lo que acudí a un psicólogo que una compañera de trabajo me recomendó encarecidamente, porque era amigo suyo y daba fe de su buen hacer profesional.

Su consulta era una pequeña habitación con sillones confortables y poca luz, en la que él y yo charlábamos del niño durante una hora. Su método, muy peculiar, consistía en intervenir en los casos que se le presentaban sin la presencia del paciente, pues al ser niños pensaba que podía ocasionarles un trastorno. Toda la terapia era a través de los padres. Mi ex marido, la verdadera causa del problema, ya que castigaba muy duramente el mal comportamiento de Miguel Ángel, accedió a ir sólo en dos ocasiones y pareció entender lo que el especialista quería decir, por lo que funcionó durante un tiempo, hasta que se le olvidó, ya que no acudió más a la consulta, y el problema reapareció.

En aquellas visitas el psicólogo, un hombre exquisito y muy inteligente, intentaba con sus preguntas adentrarse en la vida del niño, y así poder comprenderle, hallando la causa de sus desdichas para ponerles solución. Indagaba además en detalles sobre mi persona, pues él estaba convencido de que nuestra particular historia no sólo nos marca a nosotros sino a todos los que nos rodean, ya que en ellos proyectamos nuestra propia personalidad, forjada a base de experiencias pasadas que nos determinan inexorablemente.

A mí me sirvió también de terapia, pues pasaba por un mal momento en aquel entonces: a la preocupación por Miguel Ángel se unía la reciente muerte de mi abuela paterna y la hospitalización por vez 1ª de mi cuñado, al que diagnosticaron una enfermedad del aparato digestivo que es hereditaria y crónica y que le tuvo muy delicado durante mucho tiempo.

Yo sabía por mi compañera de trabajo que este hombre tenía un terrible drama familiar, un hijo adolescente en estado vegetativo, y tanto él como su mujer vivían nada más que para él, retirados de la vida social. Él nunca mencionó aquello, ningún profesional habla de sí mismo, no están allí para eso supongo, pero imaginé que posiblemente se había dedicado a aquella profesión para exorcizar sus demonios: escuchando los problemas ajenos e intentando solucionarlos parecía que podía sobrellevar mejor su propia carga.

Ya no había vuelto a adentrarme en este mundo hasta que a Miguel Ángel empezó a salirle una urticaria virulenta por todo el cuerpo cuando vió el año pasado que tendría que repetir curso. El stress, y más en personas que son introvertidas y no suelen compartir sus preocupaciones, se manifiesta de muy diversas formas, y me han contado últimamente unos cuantos casos en los que sucede lo mismo. Me recomendaron a un psiquiatra del centro de especialistas de la Seguridad Social de mi barrio, que resultó ser un señor muy educado y bastante peculiar en sus maneras, pero poco más. Las dos veces que fuimos empezaba la sesión sacando de una gran cartera un montón de pequeños objetos, de los cuales escogía unos cuantos para dárselos a Miguel Ángel, el cual casi no los tocaba. “Se ve que quiere hacerse el simpático”, me decía mi hijo después, sin darle más importancia. Pero mientras tanto, cada vez que íbamos, sobre su mesa depositaba llaveros con forma de zapatillas deportivas, carteras de tela para llevar el dinero, y alguna que otra revista de los Rolling Stones, que sólo yo he terminado leyendo. También le daba cosas para su hermana, al enterarse de que la tenía. Pero salvo por su enorme amabilidad y sus ceremonias cuando nos despedíamos, en forma de curiosas y amaneradas reverencias, no sacamos gran conclusión de todas aquellas charlas que 1º tenía con nosotros dos y luego con él a solas. Era como tener una conversación con alguien muy amistoso. Pronto le pasó el caso a su compañera de la consulta contigua, pues vió que no era tema psiquiátrico sino sólo psicológico.

Esta señora resultó aún peor que su predecesor. Le hablaba a Miguel Ángel de forma directa y agresiva, casi parecía que le estaba haciendo el tercer grado antes que intentar adentrarse en los recovecos de su mente para comprenderle y ayudarle. Se veía que no tenía paciencia ninguna, que no le gustaba su trabajo y, con las preguntas que hacía, carente de un mínimo de inteligencia. Además se contradecía constantemente y aprovechaba cada momento para poner a parir a su colega psiquiatra, el que le endosaba los casos que según él no le correspondían.

A mi mente vienen, cómo no, escenas de dos películas sobre el mundo de la psicología que me han impactado siempre enormemente: la 1ª fue hace muchos años, “Gente corriente”, en la que el psicólogo desentrañaba a lo largo de numerosas charlas la verdadera raíz de los problemas del joven protagonista y, de paso, de toda su familia. Era como si se destapara una olla a presión que estuviera a punto de estallar, y ese bloqueo emocional que el paciente sufría desaparecía para dar paso a un fluir de sentimientos maravilloso, a poder llevar una vida plena, a perdonarse por los errores del pasado y a aprender a perdonar.

La otra película es “El indomable Will Hunting”, en la que otro psicólogo desvela el terrible trauma que el protagonista sufrió en su infancia y que le impide desarrollarse como persona y sacar rendimiento a su enorme coeficiente intelectual. Me encanta ver cómo con gran inteligencia y sensibilidad va conquistando la confianza de su paciente, que está allí obligado y que en más de una ocasión le pone en algún aprieto, porque él a su vez pretende psicoanalizarlo en plan revanchista. Este psicólogo saca a relucir todo aquello que más le gusta, compartiendo con él buenos momentos incluso fuera de la consulta, para luego poder meterse de lleno en el pozo oscuro y sin fondo que es la mente humana cuando no se ha sido bien tratado. Lo curioso es que tanto en un film como en el otro el especialista trabaja midiendo estrictamente los tiempos de conversación terapéutica, no permiten de ninguna manera que se sobrepasen.

Pero como la vida real sólo es a veces como en las películas, nos encontramos con frecuencia con estos otros ejemplos lamentables de lo que se debe hacer si uno quiere ser un mal profesional. No querría incluir al primer psicólogo que mencioné, porque se acercó bastante a la solución, pero no lo suficiente.

Sólo me queda intentar hacer yo misma de psicóloga, en la medida de mis posibilidades, con mi hijo, porque nadie mejor que yo le conoce y le puede comprender, intentando encauzarle lo mejor que pueda y facilitándole la vida, que es lo que cualquier padre o madre debe hacer.

Es muy liberador poder confiarte a una persona que sabe de verdad lo que está haciendo, que se mete en tu vida y en tu mundo consciente para llegar a tu subconsciente, de una manera sutil, casi sin que te des cuenta. Encontrar a alguien así en una suerte, porque todos necesitamos en algún momento alguien que nos ayude a superar problemas personales y a enfocar la existencia desde otro punto de vista, más positivo, más constructivo.

El psicólogo, o el psiquiatra, son esa otra mirada que a veces nos hace falta, y que puede llegar a sorprendernos y, desde luego, a ayudarnos.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Maravillas cósmicas

Todavía hay quien cree que existe vida fuera de la Tierra, pero si echamos un vistazo a las condiciones y especiales características de otros planetas y satélites que están no muy lejos de nosotros (parece que las palabras lejos o cerca no tienen el mismo significado cuando nos referimos al Universo infinito), no podemos por más que pensar que el orden de las cosas se ha confabulado para que sea aquí, y sólo aquí, donde puedan surgir, crecer y desarrollarse seres humanos, animales y vegetales.

 
Y así, si nos damos un paseo por esos mundos intergalácticos, nos encontramos con exoplanetas como Abell 428, frío y rocoso, que orbita alrededor de un sol que ha roto su ligazón gravitatoria con el resto de estrellas hermanas. Desde allí podemos contemplar la galaxia espiral a la que perteneció. Del núcleo de este enorme sistema estelar, que se halla a mil millones de años luz de la Tierra, surgen dos chorros de gas que alcanzan velocidades cercanas a la de la luz. Su origen está en el agujero negro supermasivo que habita en el corazón del Abell 428, sobre el que está cayendo contínuamente materia en grandes cantidades. Ésta se calienta a más de un millón de grados y se comprime, lo que desencadena una emisión increíble de energía. A veces, parte de esta materia sale despedida al espacio en forma de violentísimos chorros de rayos X.

En planetas como Saturno soplan vientos de más de 550 km/h. y existe un anillo de nubes de 75.000 metros del que surgen nebulosos brazos espirales. Las tormentas en este lugar alcanzan proporciones desmesuradas. Si nos colocáramos a unos 100 kms. por debajo de alguna de ellas, nos veríamos atrapados en una salvaje ventisca de amoniaco congelado. Por encina, los relámpagos brillarían 10.000 veces más que los de la Tierra. Las tempestades no se producen demasiado habitualmente, pero cuando lo hacen pueden durar meses, incluso un año. Todas se desatan en una región concreta que recibe el nombre de callejón de las tormentas.

Saturno tiene un satélite, Encélado (nombre que tenía un gigante de cien brazos de la mitología griega), en cuyo hemisferio sur hay un auténtico bosque de chorros de agua que surgen de las fracturas del terreno, a 1.600 km/h. y -80º C. La temperatura del satélite es de -220º C. El agua es salada, lo que apunta a que existe un océano bajo la superficie.

Sobre Júpiter existe lo que se ha dado en llamar la Gran Mancha Roja. Es la tormenta más longeva del Sistema Solar. La conocemos desde que empezamos a observarla hace 180 años, y posiblemente no remitirá hasta el año 2.355. Desde hace 14 años la mancha ha perdido un 15% de su tamaño, a razón de 1 km. al día, pero en su interior sigue cabiendo la Tierra tres veces. La tormenta gira en sentido contrario a las agujas del reloj y los vientos que soplan en sus límites exteriores alcanzan los 432 km/h. Por otro lado, el conjunto tormentoso está más frío que la mayoría de las nubes del planeta, lo que significa que la parte superior de la mancha se halla a mayor altitud, en concreto a 8 kms. por encima de las nubes que la rodean.

Titán, la mayor luna de Saturno, es la única del Sistema Solar con una atmósfera densa hecha de nitrógeno. Su superficie se encuentra a -180º C, suficiente para que el metano se encuentre en estado líquido. En Titán, que posee 100 veces más hidrocarburos que la Tierra, podemos vislumbrar un lago de metano y etano tan grande como el mar Caspio, y que se ha llamado Kraken. Las dunas de las playas que lo rodean están hechas de tolinas, sustancias complejas ricas en nitrógeno.

Rhea, la segunda luna más grande de Saturno y la novena del Sistema Solar, es un cuerpo hecho en un 75% de agua congelada. Desde su superficie, fuertemente craterizada, pueden verse los anillos del gigante de gas, compuestos por millones de trozos de hielo y roca cuyos tamaños van desde una mota de polvo al de un coche. Nadie sabe muy bien cómo han llegado a parar ahí. Podrían ser los restos de un satélite destruído por la gravedad del planeta o que nunca llegó a formarse.

A 46 años luz de distancia, en la constelación de la Osa Mayor, se encuentra 47 UMa, una estrella enana amarilla, es decir, como nuestro sol. En sus cercanías se han descubierto tres exoplanetas, gigantes gaseosos. Orbita a una distancia de su estrella que es el doble de la que separa la Tierra del Sol.

Especulando con las reacciones químicas y el comportamiento habitual de los cuerpos celestes, se ha pronosticado el fin de nuestro planeta para dentro de 7.000 millones de años, si no nos encargamos nosotros mismos de acabar con él antes. En ese momento, el Sol habrá consumido el hidrógeno que alimenta su horno nuclear, llegará a la fase de gigante roja, y se expandirá y vaporizará Mercurio y Venus, y llegará hasta casi alcanzar la órbita de la Tierra, alcanzando un tamaño 250 veces mayor que el actual. El astro rey dominará un cielo que será como el fuego. La superficie terrestre se fundirá y se convertirá en un océano de magma y rocas vaporizadas sumido en aire inflamado por el calor. La atmósfera prácticamente habrá desaparecido y la temperatura a mediodía superará los 400º. Nuestro sol habrá entrado en los últimos millones de años de su vida.

Las obras de Ron Miller con las que he ilustrado este post nos acercan a todo lo que tiene lugar en algunos puntos de este infinito en el que flotamos, y más cosas que aún desconocemos. Tormentas que duran años, vendavales de amoniaco helado, géiseres superexplosivos, exoplanetas vaporosos… La Tierra, en comparación, resulta un lugar aburrido para vivir.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Citas (XIII): la amistad

- “El temor a no ser bien recibidos nos impide intentar que nos reciban. Sin embargo, nadie sabe su verdadero nombre hasta que no es llamado por una voz ajena” (Antonio Gala, escritor).

- “No creas que es imposible el entendimiento entre dos seres humanos, por inabarcables que sean sus antagonismos. El corazón de cada hombre sabe expresarse en un idioma (no recogido en ningún diccionario) comprensible para cualquier otro corazón” (id.).

- “La amistad en un alma en dos cuerpos” (Aristóteles, filósofo).

- “Recibir a una persona en nuestra casa es suponerla digna de habitar nuestro mundo”.

- “El discípulo multiplicaba sus movimientos alrededor de la quietud de su maestro ciego”.

- “Un amigo es uno que lo sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere” (Elbert Hubbard, escritor).

- “Tenemos que establecer relaciones humanas con aquellos que más las necesitan. Es una exigencia ética”.

- “El hombre que es capaz de dialogar consigo mismo es capaz de dialogar con los demás” (Pablo VI).

- "La amistad no depende de cosas como el espacio y el tiempo".

viernes, 17 de septiembre de 2010

Pintura hiperrealista (XI): William A. Bouguerau

Bouguerau, un clásico del realismo, no fue suficientemente reconocido en su tiempo por su oposición al impresionismo, en boga en aquel momento.
Su obra se basa fundamentalmente en los temas mitológicos y  los retratos.
Maravilloso uso de la luz, perfección estética absoluta.

jueves, 16 de septiembre de 2010

La pensión Filo

La pensión Filo era propiedad de unos tíos de mi madre y estaba situada en la madrileña plaza de Santa Ana, junto al hotel Victoria. Ubicada en un inmueble muy antiguo, la fachada a los lados del portal estaba peculiarmente adornada con azulejos blancos llenos de pinturas de paisajes.

Una vez dentro, llegabas a través de unas vetustas escaleras de suave ascenso a una puerta, con una mirilla redonda de arabescos plateados que se abría apenas imperceptiblemente para ver quién era el visitante.

La pensión era un laberinto de pasillos interminables, a los lados de los cuales se sucedían las habitaciones de los inquilinos, veinti tantas. La número 13 no existía. Cuando iba de visita con mis padres y mi hermana, siempre fue aquel un lugar que despertaba mi curiosidad. La tía de mi madre, una señora mayor, menuda y muy activa, con su pelo rubio recogido en un moño italiano, sus ojos azul claro y su piel tan blanca, nos recibía todo sonrisas, embutida en elegantes trajes chaqueta con falda y calzada con zapatos de tacón. Tras besarnos muy cariñosa, nos conducía por aquellos pasillos tan largos y zigzagueantes hasta un salón enorme. De esta estancia lo que más me llamaba la atención era el gran tapiz que la presidía y un frigorífico situado estratégicamente junto a uno de los grandes balcones que la iluminaban y desde los que se tenían unas magníficas vistas de la plaza y del Teatro Español. Nunca había visto un frigorífico en un salón. De él sacaba refrescos y pasteles que nos ofrecía para agasajarnos. Mi hermana, que por entonces era muy glotona, comió tantos en una ocasión que luego acabó con una vomitona cuando regresamos a casa.

Cuando tenía yo 12 ó 13 años fueron a vivir allí también la hija de esta tía, con su marido y sus tres hijos. Se habían cansado de la situación de inseguridad que tenían en San Sebastián, la ciudad en la que habían residido hasta entonces, debido a los constantes atentados que ETA perpetraba en aquella epoca. Cuando uno de los niños se rompió una pierna bajando a toda prisa las escaleras de la casa en la que vivían, una de las veces que llamaron los terroristas diciendo que habían puesto una bomba, decidieron que aquello no podía continuar así y se vinieron a Madrid. Además ellos no habían conseguido nunca aprender vasco, asignatura obligada en la escuela. Mi hermana y yo nos encerrábamos con ellos en la habitación que ocupaba en la pensión el mayor y nos dedicábamos a perseguirnos y a saltar por encima de la cama. La prima de mi madre me dejaba al cuidado de todos diciéndome: “Cuida de ellos, que tú eres la mayor y la más formalita”. En realidad teníamos casi la misma edad, y yo era tan gamberra como el resto, aunque aparentaba lo contrario.

La tía de mi madre tenía varias mujeres en el servicio que se ocupaban de la cocina y la limpieza. Con ella permanecieron hasta que murieron siendo ya ancianas. Mi madre las recuerda en su infancia liando croquetas sin parar para la hora de las comidas. Los inquilinos eran personas apacibles y discretas que casi nunca se dejaban ver.

Con el tiempo, cuando murió el tío de mi madre, decidieron que ya era hora de traspasar el negocio y jubilarse, y se fueron a vivir a una zona muy cara de Madrid, aunque creo que echaron de menos el encanto de la plaza de Santa Ana y sus alrededores.

Cuando paso por el nº 15 de la plaza, con su fachada tan peculiar, un sentimiento de nostalgia me invade, pues las veces que iba allí lo pasaba muy bien. No hay nada más interesante y misterioso para un niño que una gran casa llena de pasillos y habitaciones en los que poderse perder.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Citas (XII): la mujer

- “Siendo una mujer fuerte, tengo a veces una extraordinaria falta de voluntad”.

- “La mujer es proclive a la cotidianeidad, a la labor constante, monótona y diaria. La mujer inventó el trabajo, es decir, la faena diaria y forzosa, frente a la empresa, la aventura. Fue la mujer quien creó los oficios (…). Cuando se entrevé en lo cotidiano la fuerza dominante de la Historia, llega uno a comprender el gigantesco influjo de lo femenino en los destinos humanos”.

- “La amistad entre mujeres, cuando existe, puede ser incluso más importante y más sólida que la tan cacareada amistad viril, basada muchas veces en recuerdos edulcorados de servicios militares o en las copas consumidas cotidianamente en la barra de un mismo bar”.

- “No me gustan las mujeres que son feas y lo saben. No me gustan las mujeres que son guapas y lo saben. No me gustan las mujeres que no saben y lo saben” (Josep Vicent Marqués, periodista).

- “Madame Bovary fue derrotada por los huecos que encontró en la vida y llenó los vacíos con veneno” (Carlos Fuentes, periodista).

- “Lo quiera o no, soy esclava de mi condición de mujer. Y la libertad a la que aspiro también es una forma de esclavitud” (Jeanne Moreau, actriz).

- “Fueron las frustraciones de una mujer madura que no supo elegir en el tiempo de las inminencias, que ha asistido a los acontecimientos políticos y sociales de su país como mera espectadora, y se ha dejado llevar por los avatares afectivos de su vida privada sin oponer resistencia a los prejuicios y las hipocresías” (Laura Krauz, periodista).

martes, 14 de septiembre de 2010

Ser bombero en el 11 S: a las puertas del infierno

No hay más que teclear en Google un simple número y una letra, 11 S, para que la pantalla del ordenador se inunde de toda clase de informaciones sobre el escalofriante tema que está detrás de estos símbolos. Son una avalancha de datos surgidos con una fuerza inusitada, como si contuvieran en sí mismos un grito mudo de dolor.

Hace unos días, al cumplirse nueve años de aquella masacre, vi en televisión un reportaje que hizo un bombero con una pequeña cámara mientras tuvieron lugar los hechos.

El bombero llegó al lugar cuando ya las dos torres estaban ardiendo. Se ve cómo va caminando por las inmediaciones, las calles y los edificios cubiertos con una espesa capa de un polvo blanco grisáceo. De vez en cuando se cruza con pequeños grupos de gente sucia y con heridas que apenas pueden tapar con pañuelos. Un señor gordito con gafas, con maletín de ejecutivo, manchado, pasa muy despacio a su lado con cara de estar en otro mundo, o haber venido de él.

Se ve después que entra en el hall de la torre 2. Muchos compañeros pululan a su lado. Hay informaciones contradictorias entre ellos acerca de lo que está pasando en los pisos superiores. Nadie sabe nada a ciencia cierta. Se intentan evaluar los daños.

En un momento dado, sale del edificio y enfoca a otros bomberos de su parque, que miran hacia arriba, donde están los incendios. La otra torre no se ve. De repente todos empiezan a gritar y a correr: la torre 2 se está derrumbando. Comienza la huida, pero no gira la cámara hacia lo que está sucediendo. De repente cae al suelo y la cámara sigue rodando sobre la acera muy cerca de él. El jefe del parque se le había echado encima para protegerle del impacto de los restos del edificio que salían despedidos en su caída. Delante de la cámara se ve cómo se extiende una nube de polvo marrón y pequeños restos de escombro. Le sigue un viento muy fuerte, producto de la onda expansiva. Todo el tiempo se escucha un rugido de fondo, como si fuera un mar embravecido un día de tempestad.

El bombero pide auxilio, aún tumbado. No ve nada a un palmo de él, tan espesa es la nube de polvo que se ha extendido por todas partes. Se oye cómo comenta el silencio sepulcral que ha seguido al desastre. El que le tumbó le pregunta si está bien.

En un instante se levanta, coge la cámara del suelo y le limpia el objetivo como puede. Enfoca a los compañeros, todos con caras de consternación. Comentan que ya nada pueden hacer y optan por regresar al parque.

Poco a poco van llegando, extenuados y en estado de shock. Vienen andando despacio, como si estuvieran de paseo. Se abrazan, algunos no pueden reprimir las lágrimas. En el parque cada uno se dedica a alguna cosa pero de manera mecánica, sin pensar en lo que hacen. Uno se está lavando, otro vomita en un bidón de basuras. Algunos se han sentado en el suelo reposando la espalda contra la pared y permanecen silenciosos con la mirada fija en algún punto indefinido. Un médico va de aquí para allá atendiendo lesiones. Alguien comenta que estaba en la azotea de un edificio cercano y decía que no paraban de caer brazos, piernas y pies desde lo alto de las torres. Se pregunta por los ausentes con gran preocupación, pero todos van regresando como con cuentagotas. Tan sólo falta uno, pero al cabo de mucho rato aparece también por allí. Físicamente parece indemne, pero psicológicamente es el más traumatizado de todos. Es el menos veterano, sólo lleva cuatro meses trabajando, y aquello ha sido demasiado para él. En el fondo han tenido suerte, porque puede que su parque sea el único que no haya tenido bajas.

A los que están casados y tienen hijos se les permite regresar por unas horas a sus casas para descansar y reencontrarse con sus familias, los demás permanecen allí. Cuando regresen puede que pasen días antes de que vuelvan a pisar sus hogares.

Por la noche, el parque está iluminado interiormente sólo con velas y lámparas de camping. El último bombero que regresó con vida sube a poner la bandera a media asta. Dice que no quiere tener que volver a hacer eso nunca más. En la radio se oye una emisora del cuerpo en la que una voz monocorde va desgranando los nombres de los compañeros de otros parques que han fallecido en el desastre. A muchos los conocen de hace tiempo, y se echan las manos a la cabeza cuando oyen que son nombrados.

El jefe les dirige unas palabras de ánimo y de agradecimiento por el esfuerzo sobrehumano que están haciendo. Dice que él en particular ha salvado la vida de puro milagro, porque estaba dentro de la torre 2 y si hubiera tardado 2 tramos más de escaleras o 30 segundos más, no lo hubiera contado.

Tras haber comido algo y descansar un poco, regresan a la zona en un autobús, porque se han quedado sin sus coches. Tienen ahora la dura tarea de desescombrar para encontrar posibles supervivientes y rescatar cadáveres para que puedan tener un entierro digno. Se dan algunas consignas: tres silbidos quiere decir que hay posibilidad de un derrumbamiento y hay que parar lo que se esté haciendo y estar atento. También cuidado donde se pisa, porque bajo los restos puede haber un agujero de diez o doce metros por el que fácilmente caer.

Un grupo especial llega con sopletes para cortar las vigas metálicas y llevárselas a trozos. Se comenta que los muertos que van encontrando están completamente destrozados, aunque esto no llega a verse en el documental. En 24 horas sólo han encontrado a una persona viva. A cada momento unos silbidos hace que todos se detengan y agucen el oído. Casi siempre tienen que salir corriendo por los derrumbes.

El desaliento cunde por doquier. Algunos bomberos dicen que quieren abandonar la profesión. Otro opina que si en ese momento le reclutara el ejército para ir a combatir a los terroristas y matarlos, que lo haría. Al cabo de unas semanas vuelve el ánimo y el deseo de continuar dedicados a una actividad que, aunque dura, reporta satisfacciones tales como poder rescatar a otras personas de una muerte segura. Hay un compañerismo entre ellos como se da en pocas profesiones, y unos verdaderos lazos de afecto que durarán toda la vida.

La gente acude al parque a lo largo de las semanas siguientes con cajas de fruta y verdura y objetos de aseo personal. Ellos dicen que no van a poder comerse tanta comida. Es el reconocimiento de toda una ciudad a una labor que nunca está lo suficientemente valorada.

Llegan dos nuevos bomberos recién salidos de la academia. Son muy jóvenes y parecen un poco asustados. El jefe les dice que se espera mucho de ellos, como del resto de los compañeros, y que cualquier fallo puede marcar el resto de sus carreras.

Se me ha quedado grabada en la memoria una imagen nocturna, tomada a cierta distancia aquel 11 S, de la zona donde estaban las torres. Hay una incandescencia, como un resplandor enorme que ilumina aquel sitio. Aún no se han enfriado por completo los restos. Parecen las puertas mismas del infierno.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Encierros (II)

A veces contrataban a cuatro hombres jóvenes que, vestidos de goyescos, se ganaban la vida montando un espectáculo muy original que incluso ha merecido un reportaje en televisión. Además de los recortes, usaban pértigas para enfrentarse al toro corriendo y clavarlas en el suelo para saltar sobre ellos cuando ya parecía que los iba a coger. También salían corriendo hacia el toro para saltar frente a él cuando ya los embestía, cogerle por los cuernos y, haciendo una pirueta en el aire sobre el animal, terminar aterrizando de pie al otro lado, con las manos en alto, tal y como hacían en la antigua Roma. Esto era algo que me encantaba ver, porque lo hacían con mucha elegancia.
A veces se ponían de acuerdo para saltar sobre el toro alternativamente una y otra vez, como en un fuego cruzado que venía desde todos los puntos de la plaza.
Uno de los hombres, el más bajito, hacía también como de bombero torero, situándose en el centro de la plaza sobre un gran cubo de madera y quedándose quieto como una estatua. Los toros pasaban a su lado casi rozándolo, parecía que en el último momento se lo iban a llevar por delante. El público aplaudía a rabiar su sangre fría.

Cuando el encierro iba terminando, se abría una de las salidas, donde estaba situado el camión que antes portaba a los animales, y algunos mozos intentaban atraerlos hacia allí con recortes y citándolos. Pero cuando esto no daba resultado, que solía ser con bastante frecuencia, entonces salían varios hombres, encabezados por uno de más edad, todos provistos de largos palos, con los que golpeaban el suelo para reconducirlos, cuando no los lomos o los cuartos traseros de los infortunados animales. Si aún así persistían en no abandonar la plaza, entonces se procedía a “enmaromar” a los toros, acción que consistía en situarse los hombres unos frente a otros, a los lados de los animales y a prudente distancia, sujetando los extremos de una gran soga, que debían conseguir pasar por encima de los bichos hasta que topara con las astas, momento en el que corrían en círculo cada uno en dirección contraria hasta encontrarse, y así quedaran los cuernos anudados en la maroma, para poder arrastrar al animal hacia la puerta de salida. Este proceso podía durar bastante rato.

Estos toros se usaban para las corridas de la tarde, donde sí había que pagar entrada, y su carne se vendía después a buen precio. Allí se aprovechaba todo.

A mí lo que más me llamaba la atención era la forma de reaccionar del público. Se tomaban la fiesta con una mezcla de pasión y de chanza, y afrontaban la mañana provistos de toda clase de alimentos, chucherías y bebidas. Las cáscaras de las pipas llovían con profusión andamios abajo por entre los huecos, de manera que todo el que pasara por allí se veía cubierto de una manta de desperdicios, cuando no de un chorro de alguien al que se le hubiera caido la bebida.

Allí se gritaba mucho, la emoción era enorme, y cuando alguien del público se ponía a discutir con otro, normalmente por una cuestión de reserva de asientos, que estaban prohibidas, el resto de la plaza se ponía a hacerles la ola mientras chillaban, en gesto de burla y desaprobación.

Recuerdo que los encierros me desagradaron mucho al principio de frecuentarlos, porque siempre he estado en contra del maltrato a los animales, mucho antes de que esta postura se convirtiera en moda. Sólo accedí a presenciarlo porque sabía que al animal no se le clavaban banderillas ni se le sacrificaba al final, aunque desde luego era penoso verlos extenuados, con la lengua fuera, llenos de miedo y de rabia. Esta fiesta tiene algo, sin embargo, que termina enganchándote a fuerza de contemplarla, como si despertara los instintos más primitivos que todos llevamos dentro, una fuerza atávica y salvaje que está en nuestro interior sin apenas percibirlo y que nos seduce y arrastra sin remedio y sin poderle encontrar una explicación.

Ahora los rememoro en la distancia, y todavía hay algo de ellos que me sigue cautivando de forma irracional. Quizá sea nuestra raza, la de un país acostumbrado desde hace siglos a la barbarie y a la sangre, que nos conforma, identifica y diferencia frente al resto del mundo, y a la que parece que estemos avocados sin remisión.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Encierros (I)

Ahora que están mis hijos en las fiestas del pueblo de su padre, no puedo por menos que recordar cómo era aquel ambiente, cuando yo lo frecuentaba.

La primera vez que estuve allí fue una experiencia impactante para mí. Yo, como chica de ciudad, no estaba acostumbrada a los festejos y costumbres de los pueblos. Ya sólo el tener que subirme a los andamios, colocados formando un gran coso circular en la plaza del ayuntamiento, y estar apretujada desde por la mañana temprano entre un montón de gente bullanguera y con pocos modales, en la zona de sol, pues para la sombra había que madrugar aún mucho más, era algo que me disgustaba.

A la hora convenida se oía un cohete lejano lanzado en lo alto del pueblo, señal de que el camión que transportaba a los toros abría su puerta trasera para dejarlos salir libremente, carretera abajo hasta la plaza. Los mozos (nunca vi mozas), corrían delante y a los lados de los morlacos, dándole algunos golpes, como hacen en San Fermín, demostrando así a todos lo valientes que eran y a cuánto se atrevían. La gente se amontonaba detrás de los tablones, unas vallas protectoras que colocaban a ambos lados del trayecto que iban a hacer los animales, con espacio suficiente para que se pudieran colar por ellos una persona no muy gruesa en caso de apuro.

Encabezando el tropel iban los cabestros, de cuyos cuellos colgaban grandes cencerros, que los toros seguían y que les servían de guía. Aunque son mansos, yo he visto a más de uno en alguna ocasión que se ha rebelado ante tanto maltrato, y como son tan grandes y huesudos y con unos cuernos larguísimos, no es como para no tomarlos en serio. Los toros, como una media docena, no eran de gran calidad, pues a la mayoría se les podía ver algún cuerno retorcido o cualquier otro defecto, y no solían ser de gran envergadura.

Su llegada a la plaza era espectacular. Los mozos los aguardaban subidos a los lados de las grandes puertas de una de las salidas, prestos a cerrarlas en cuanto hubiera terminado de meterse el último, y los que llegaban corriendo exhaustos y sudorosos se apresuraban a dirigirse a derecha e izquierda para esquivar el aluvión que se les venía encima. Algunos perdían pie y caían, para consiguiente susto de la concurrencia, que lanzaba un chillido general de miedo y sorpresa. Casi siempre conseguían levantarse a tiempo y huir. Sólo recuerdo una vez que no fue así, pero el accidentado tuvo la suerte de que apenas le empujaran un poco, pasándole por encima y a los lados.

Entonces venían los “recortes”, que consistían en que unos cuantos mozos, apostados en diferentes puntos de la plaza, corrían como locomotoras para pasar por delante del toro, que les salía al encuentro, y sortearlo deteniéndose por un instante frente a su cara, momento en el que arqueaban la espalda como para evitar la cornada, con los brazos en alto. Parecía un movimiento hecho a cámara lenta, suspendido en el aire por unos segundos que se hacían eternos. El animal, perplejo ante la maniobra, no solía calcular con suficiente rapidez el cambio repentino del rumbo que tomaba su contrincante, y era como si también se detuviera por un instante, tiempo suficiente que le servía al recortador para salir por pies, en medio de una gran ovación.

No todos los recortes merecían el aplauso, pues los había precipitados y deslucidos. Sólo unos pocos mozos conseguían darle el garbo necesario para que el conjunto resultara elegante y digno de admiración. Era como si el mozo se permitiera retar al toro aunque fuera por breves momentos y decirle que no le tenía miedo, a pesar de su fiereza. Estos mozos solían ser los más solicitados, y su aparición en escena levantaba siempre una gran expectación.

Al principio los recortes se suceden contínuamente, porque los mozos están aún frescos y tienen ganas de tentar a la suerte, pero al cabo de un rato se hacen esporádicos. En cambio de un toro, por fatigado que pueda parecer, nunca se podía uno fiar, porque cuando menos te lo esperabas tenían un arranque y te podían llevar por delante en el momento más inesperado. Más de una cogida vi yo, cuando el recortador es lanzado por los aires y luego pisoteado y corneado, pero socorrido por los compañeros, solía salir magullado y poco más.

De vez en cuando aparecía algún espontáneo con su muleta, dispuesto a amagar unos cuantos pases como si de una verdadera figura del toreo se tratara, pero el resultado solía ser bastante desalentador.

Hubo una ocasión en que un toro, especialmente ágil a pesar de su gran tamaño, se puso varias veces de pie sobre las patas traseras y, apoyándose con las delanteras en la valla de madera circular que rodeaba el coso, hacía amago de saltar a los andamios, atisbando con el hocico a los que se apiñaban en el burladero creyéndose seguros. La alcaldesa se tuvo que asomar al cabo de un rato para decir por megafonía que el toro debía ser retirado porque resultaba peligroso, lo cual fue recibido entre sonoros abucheos. A mí tampoco me gustó, porque quería ver de lo que era capaz aquel morlaco tan decidido que se comportaba de manera diferente a los demás. Oí a unos que tenía sentados cerca que en una ocasión, hacía tiempo, un toro empezó a hacer eso y, como no fue retirado, terminó saltando con agilidad pasmosa a la zona donde se sentaba el público, que huyó como pudo despavorido, para luego dedicarse a corretear por el burladero, para mayor susto de los que por él circulaban. Cómo me hubiera gustado verlo.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Pintura hiperrealista (X): Norman Rockwell

Norman Rockwell fue un ilustrador que estuvo trabajando para una conocida revista de actualidad y sociedad en EE.UU. durante cinco décadas.
Su virtuosismo hizo que compañías como McDonald's o Coca-Cola le contrataran para que diseñara su publicidad.
Abundan las escenas cotidianas, anecdóticas y pícaras, con un guiño de humor. Una forma agridulce de representar la vida en Norteamérica desde los años 20 hasta los 60.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Citas (XI): la guerra

- “El soldado no tiene por qué ser violento: el luchador no tiene por qué estar enfadado; el victorioso no tiene por qué ser vengativo” (De la serie de televisión Kung Fu).

- “Sentir odio es como intentar apagar la sed bebiendo agua salada: cada vez se tiene más sed” (id.).

- “El resentimiento es una manifestación de crueldad de los débiles”.

- “Habrá (empieza a haber ya), gente capaz de enfocar aquella tragedia con el rigor y la imaginación suficientes como para hacerse preguntas nuevas y dejar de lado tópicos y presunciones injustificadas” (José Álvarez Junco, escritor, sobre la guerra civil española).

- “La inteligencia, sin fuerza, es debilidad; la fuerza, sin inteligencia, una regresión” (El señor de las moscas, de W. Golding).

- “La primera víctima de la guerra es la inocencia” (De la película Platoon).

- “Todos somos hipotéticas víctimas y eventuales verdugos”.

- “Cuando alguien confía mucho en sus fuerzas no teme hablar de sus debilidades” (Richard Nixon, político).

- “El arte de la guerra consiste en ordenar las tropas de modo que no puedan huir” (Anatole France, escritor).

- “Un cobarde es una persona en la que el instinto de conservación aún funciona con normalidad” (Ambrose Bierce, escritor).
- “Las revoluciones llegan al poder y se mantienen allí con la ayuda de sus perores enemigos”.

- “No hay agua más peligrosa que la que duerme”.

- “Redención y revolución son dos formas diferentes de cambiar el mundo, o mejor, una, la segunda, debe ser el inicio de la otra, la primera. Dos formas no coincidentes pero tampoco contradictorias entre sí”.

- “Todas las revoluciones terminan devorando a sus padres, aquellos que las promovieron, e incluso a sus hijos, aquellos que las continuaron. Sin embargo, son las revoluciones el motor que mueve el mundo y lo hace progresar”.

- “Sólo es fuerte aquel que sabe conquistarse a sí mismo”.

- “Casi todas las cosas grandes que existen son grandes porque se han creado contra algo, a pesar de algo: el dolor, la pobreza, la debilidad corporal, el vicio, la pasión” (Muerte en Venecia, de Thomas Mann).

- “El pasado se ha convertido en telón de fondo, en decorado de una obra que ya no se pone en escena. Los nietos piensan que no vale la pena limpiar los cristales rotos” (Hans Magnus Enzensberger, escritor, sobre la guerra civil española).

- “La combatividad tiene por esencia la necesidad de autodefensa”.

- “Abandonarse a la ira es una debilidad”.

- “Después de tantos y tantos debates históricos y periodísticos, mucho me temo que sólo el arte nos dará al final en nuestra carne el reflejo lejano de lo que acaso debemos saber que pasó para que no pase ya más” (Rafael Conte, escritor y periodista, sobre la guerra civil española).

- “Antiguamente los pueblos se invadían unos a otros por medio de guerras. Ahora se invaden por medio de las agencias de viaje”.

- “La verdadera cualidad íntima de la fuerza es la paciencia” (Niebla, de Miguel de Unamuno).

- “Todo reformismo se caracteriza por el utopismo de su estrategia y el oportunismo de su táctica”.

martes, 7 de septiembre de 2010

La infancia

Es curioso cómo algunas personas hacemos constante referencia a nuestra infancia como si se tratara de una etapa en la que nos ocurrieron cosas trascendentales y que parece que nunca hemos llegado a superar.

En mi caso nunca podré decir aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero sí es cierto que mi niñez fue una época de aprendizaje constante, de curiosidad por todo lo que me rodeaba, de ilusión. Siempre disfruté con los placeres sencillos: la forma de entrar la luz del sol por una ventana, la lectura de un buen libro, la contemplación de un paisaje bonito, escuchar una conversación interesante, una película que se me quedara grabada en la memoria por alguna razón especial…

Solía abstraerme por completo en mis pensamientos, hasta el punto de que si alguien me llamaba tenía que insistir muchas veces porque ni me inmutaba siquiera, no oía nada, tal era el grado de ensimismamiento que tenía. Cuando no estaba estudiando o hacía alguna de las cosas que me gustaban, podía pasar las horas muertas nada más que siguiendo el hilo de mis elucubraciones, que yo no convocaba y que nunca sabía a dónde me iban a llevar, pero con las que iba conformando mi visión del mundo.

A veces pienso que podría haber ingresado en una orden religiosa de esas que dedican mucho tiempo a la meditación, a la contemplación y al silencio. Me parecía a los monjes budistas, siempre buscando el equilibrio con la Naturaleza, la armonía espiritual. Aunque nunca he compartido su gusto por madrugar y por castigar el cuerpo con comidas frugales y duros ejercicios físicos. Educar lo llaman a eso.

La infancia es un estado de gracia, un momento de la vida de las personas en las que somos el centro del mundo de los adultos que nos rodean, un tiempo en el que nos sentimos protegidos, cuidan de nosotros, y no tenemos más responsabilidades que las propias de nuestra edad, aunque desde nuestra óptica de niños nos pudieran parecer a veces enormes. Vivimos con completa despreocupación, o casi.

Luego, según nos hacemos mayores, estamos deseando que llegue el momento de nuestra independencia, de poder tomar nuestras propias decisiones, de hacernos también adultos. Y cuando por fin lo somos, nos damos cuenta ya tarde que hemos perdido el estado de gracia, que ya no somos el centro del mundo de los adultos que nos rodean, aunque sí de los niños que nos siguen, nuestros hijos. Es entonces cuando percibimos la falta de la protección que teníamos, sensación que en un adulto debería ser relativa si tiene una madurez emocional, pero que siempre es muy agradable sentir da igual la edad que se tenga.

Nuestros familiares se eximieron hace tiempo de la obligación de cuidar de nosotros, sólo despertamos en ellos cierta preocupación, y antes al contrario somos nosotros los que debemos cuidar de los adultos que un día nos atendieron. Las responsabilidades son muy grandes, y a veces nos abruman.

A mí me ensalzaron mucho mientras fue niña. La familia de mi madre, para la que mi hermana y yo éramos las únicas nietas y sobrinas, nos alababan constantemente, resaltando tal o cual cualidad o talento que creyeran ver en nosotras. Y nos reían las ocurrencias, lo cual era muy halagador, a decir verdad.

No sé por qué se pierden esas atenciones cuando nos hacemos mayores. Lo veo incluso ahora en mis hijos, que como van siendo mayores parece que ya no se les hace tanto caso. Es como si el ser un infante despertara la ternura y el interés de los adultos, y todo esto desapareciera al crecer. Sólo se atisba un poco de lo que hubo cuando algún familiar nos sigue llamando cariñosamente con algún diminutivo que usaba cuando moceábamos y que hace mucho tiempo que ya nadie utiliza con nosotros. A mi hermana y a mí, con los años que tenemos, todavía nos siguen llamando “las niñas”. Y es porque no nos ven a nosotras tal y como somos ahora, sólo ven a las que fuimos antaño.

Yo no haré eso nunca con mis hijos. Los voy a querer siempre tanto como el primer día que supe que los iba a tener. Hagan lo que hagan, tengan la edad que tengan, serán tan importantes para mí como nunca han dejado de serlo, y no porque me recuerden los niños que fueron, sino por ellos mismos, en todas sus etapas, en todas sus facetas. Antes al contrario, cada día los quiero más.

La infancia, ese paraíso perdido, ese lugar remoto del que conservamos retazos de memoria e improntas en el alma. En realidad nunca dejamos de ser niños del todo.



lunes, 6 de septiembre de 2010

Citas (X): los gobernantes

- “El carisma de los jefes de Estado, profanos o sagrados, además de por el fervor de las masas, se mide por la categoría de los magnicidas” (Juan Cueto, escritor).

- “Con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos” (El informe de Brodie, de Jorge Luis Borges).

- “La idea de que detrás de un gran hombre tiene que haber una gran mujer, en sentido racional (inteligencia) es pura geometría”.

- “Basta contemplar los rostros de los actuales jefe de la Humanidad para darse cuenta de la profundidad de nuestra decadencia. Utilizan conceptos e ideas caducas, a veces absurdas, por querer parecer innovadores y, sin embargo, se mantienen en el poder. (…) Esto explica mi alergia política, mi indiferencia respecto a los sistemas actuales”.

- “Se ha intentado transformar a Kennedy en un mito. Un pobre muchacho simpático, indigestado de cultura; un intelectual llegado al poder a golpe de familia, incapaz de ver claro a su alrededor, muerto por sus propios errores (…). Había ganado las elecciones por ser más fotogénico que su adversario (...). La política tendría que ser un día reemplazada por las Artes y las Letras, los descubrimientos y las invenciones, las Iglesias y nuestras relaciones con Dios”.

- “La naturaleza puede ser corregida, enmendada, pues de no ser así quedaríamos sepultados bajo los prejuicios y no existirían ni un solo gran hombre” (Crimen y castigo, de Fiodor Dostoyevski).

- “El sufrimiento poner siempre de manifiesto una inteligencia elevada y un corazón noble. Los hombres verdaderamente grandes deben experimentar una gran tristeza sobre la tierra” (id.).

- “El marxismo no es un movimiento para la liberación y el gobierno del proletariado, sino una conspiración de aquellos que se llaman a sí mismos la “Elite”, y cuyo objetivo es el despotismo” (Capitanes y reyes, de Taylor Cadwell).

- “La mayoría de los personajes públicos parecen comportarse siempre como para el escaparate. Pero hay otros que transmiten algo entrañable y único que no puede deberse a consignas, a marketing, a basura de galería y tupé de peluquero” (Manuel Salado, músico).

- “Lo que debe mover a una sociedad no es el Estado sino la dignidad humana, que sí es un valor absoluto sobre el que basarse”.

- “Un elector es aquella persona que goza del sagrado privilegio de votar por un candidato que eligieron otros”.
- “En política, la mejor manera de volver es irte en el momento adecuado” (Federico Mayor Zaragoza, bioquímico y político).

viernes, 3 de septiembre de 2010

El amor según Katharine

Katharine Hepburn es una de esas mujeres fuertes a las que todas hemos deseado parecernos alguna vez. Procedente de la alta sociedad, su porte y sus ademanes fueron siempre los de una gran dama, y no perdía nunca su distinción ni aún en las situaciones más rocambolescas y apuradas a las que el argumento de las películas que rodó la condujera.

Hace poco, en una entrevista en una revista, que concedió siendo ya mayor (debió ser por la época en que rodó En el estanque Dorado), desvelaba entre confidencias muchas de las cosas que le habían sucedido en las relaciones amorosas que mantuvo antes de conocer a Spencer Tracy, el hombre de su vida. Hablaba con una desinhibición maravillosa.

De su marido poco pudo decir, porque debió ser un hombre bastante corriente y ella era muy joven cuando se casó, pero después de separarse de él no paró. Metida ya en el mundo del cine, entabló relaciones con varios actores, algún que otro director y hasta con un representante artístico. Se la ve en las fotos embutida en elegantísimos abrigos de piel, a las puertas de algún restaurante de moda del que acabara de salir después de una cena romántica o con amigos. Está tan joven que parece ella pero no es. Su gesto aún no tiene la fuerza y determinación que tuvieron después, es más dulce, más soñador, como trémulo. Parece necesitar la protección masculina.

Cuando conoció a Howard Hughes, el excéntrico millonario aficionado a los aviones y a las películas, vivió uno de los romances más intensos físicamente de todos los que tuvo después. La primera vez que le vió, él aterrizo con su aeroplano sobre el campo de golf en el que Katharine estaba jugando, sólo para impresionarla, y se puso a jugar con ella y el acompañante que en ese momento ella tenía. Por supuesto, la invitó a salir. Katharine dice que era un hombre tímido al principio, sobre todo porque padecía sordera y eso mermaba sus facultades sociales. Le encantaba el timbre de voz de ella, porque era lo bastante alto y su dicción lo bastante perfecta como para que él pudiera oirla y se sintiera a gusto. Cuando se conocieron más, Howard Hughes se reveló como un hombre apasionado para el que el sexo no tenía límite alguno. Su desinhibición era tan absoluta que ella dijo sentirse incluso cohibida en alguna ocasión. Él le enseñó a no tener temores ni dudas respecto al placer físico, a que no tenía por qué avergonzarse de hacer tal o cual cosa durante el acto amoroso, sólo por pensar en lo que opinaría tu pareja.

Katharine era una gran deportista y en aquella época tenía una complexión atlética, algo que gustaba mucho a su amante, al que disgustaban las mujeres débiles física o psíquicamente. Ella volaba con él en su hidroavión, aterrizaban en mitad de un lago o del mar, se desnudaba y se zambullía en el agua. Estaba orgullosa de lucir su cuerpo.

Puede que Katharine intuyera algo de la locura que ya afloraba en él y que no haría sino aumentar con el paso del tiempo, porque a las reiteradas proposiciones de matrimonio que éste le hacía, ella no contestaba o se negaba lo más cortésmente que podía. Hasta que él se cansó y decidió que lo dejaran.

Uno de sus mejores amigos, el director George Cukor, decía que ella era una excéntrica adorable, y que lo más excéntrico de todo es que ella se consideraba normal.

Acostumbrada a vivir libremente, miembro de una numerosa familia, la única sombra que empañó su adolescencia fue la muerte de su hermano mayor, al que adoraba. Ella siempre dijo que fue accidental, pero la versión oficial siempre afirmó que había sido un suicidio.

Después de tan ajetreada vida sentimental cuesta creer que terminara enamorándose perdidamente de un hombre como Spencer Tracy, alcohólico y machista, un amargado que no fue capaz de solucionar sus problemas personales y que nunca se quiso casar con ella porque era católico y no se podía separar de su mujer, con la que tenía un hijo con retraso mental. Ella, icono del feminismo, claudicaba al menos en apariencia a los deseos de él, sólo con tal de verle feliz. En la gran pantalla hacían una peculiar pareja, porque era como si se representaran a sí mismos, sus carantoñas, sus peleas, esa forma tan personal e íntima que tiene cada pareja de relacionarse y que sólo ésta conoce. Katharine debió ver algo en él que los demás no hemos sido capaces de ver nunca. Quizá le conmoviera su fragilidad emocional, su vulnerabilidad tan enorme, apenas disimulada bajo una apariencia bravucona. El caso es que fueron pareja durante muchos años, hasta que él murió, y ella le sobrevivió muchos años más aún, feliz de recrear su recuerdo y todos los momentos inolvidables que pasaron juntos.

Katharine fue una mujer que disfrutó de la vida intensamente, aprovechó al máximo todo lo que ésta le reparaba, y tuvo unas convicciones lo suficientemente firmes y profundas como para no renunciar jamás a ellas. Nunca un pensamiento y un corazón fueron más libres, nunca nadie fue más fuerte y a la vez más sentimental y humana. A ella dedicaré un post más adelante en mi serie de Mis actrices favoritas.

 
MusicaServicios LocalesContadorsAnuncios ClasificadosViajes