jueves, 30 de septiembre de 2010

Huelga

Creemos que España es un país europeo, que ha evolucionado a la par que el resto del mundo civilizado y conforme a los tiempos que en cada momento imperaban, pero es sólo un espejismo. Y cuando llega una huelga como la del día 29/9 esto es algo que se pone aún más en evidencia.

En poco nos diferenciamos de aquella España profunda, como le ha sido dado en llamar sempiternamente, de antes y después de la posguerra. El mismo fanatismo, la misma ignorancia, idéntica brutalidad e igual falta de libertad.

Tenemos una democracia de pacotilla, un paripé para quedar bien de cara al exterior. Somos tan sólo un pálido reflejo de lo que debería ser una sociedad desarrollada. Se han creado instituciones, infraestructuras, hay sufragio universal, los partidos se turnan en el poder con más o menos regularidad, pero en ocasiones como ésta se ve que nuestra democracia tiene la forma pero no el contenido. El descontrol, el cachondeo, la eterna España cañí de la pandereta y las palmas, eso es un día de huelga en este país, una ocasión más que sirve de pretexto para pasar un rato de juerga.

Y así la huelga se convierte en una mezcla de vandalismo y parranda colectiva. Es el momento perfecto, como sucede con tantos otros eventos, espectáculos multitudinarios entre los que el fútbol tiene un lugar destacado, para que las hordas de bárbaros salgan a la calle y den rienda suelta a sus más bajunos y reprimidos instintos. El deporte en unos casos o la reivindicación política y social en otros, son sólo una excusa vana para poder desfogarse.

Las consignas son siempre las mismas, la parafernalia que se monta es invariable. Se agitan banderas, siempre rojas, se arrojan pasquines al suelo para que todo el mundo sepa que la manada de elefantes pasó por allí, se usan megáfonos para gritar protestas y dedicar insultos a unos y otros, lenguaje de taberna donde los haya.

En una calle como la de Alcalá, enorme, emblemática, se pasean los grupos de ociosos luciendo orgullosos pegatinas y banderolas, como si la distinción les honrara. Se pavonean, lanzan risotadas a diestro y siniestro, de vez en cuando saludan con bramidos a los de la acera de en frente, como si estuvieran en un pueblo y no en una gran ciudad. Todo queda en familia, la palabra “compañero” adquiere aquí unas resonancias casi épicas. Es como el “camarada” de los soviéticos. Y podría ser como el “hermano” de los negros, o el “colega” de la gente joven. Por un correligionario se mata y se muere, faltaría más. Es como estar en la guerra, qué guay, cuánta emoción.

Y mientras tanto se pega, se extorsiona, se lincha, se amenaza de cualquier forma posible, porque para eso vivimos en democracia, para que cada uno pueda hacer lo que le venga en gana. Tu libertad de expresión y actuación no existe si no coinciden con la mía. La justicia es lo que digan unos cuantos, la ley se puede interpretar según los intereses de cada cual, y para impartirla se pasa por encima de quien haga falta. Y es que sólo busca nuestro bien este grupúsculo levantisco que en los días de huelga siempre está disponible y se erige en representante y portavoz de la sociedad en general, nos están abriendo los ojos a la realidad, una realidad que parece que los demás no vemos sólo porque no compartimos su punto de vista. Y pretenden conseguirlo llamándonos insolidarios, esquiroles, palabras que son horrendas y más grandes que ellos, y de todo punto inaceptables. Y si hace falta repartir palos pues se reparten, que el que bien te quiere te hará llorar. Hay que educarnos, que estamos sin instrucción, que ya se sabe que la letra con sangre entra.

Ahora vete a tu trabajo como puedas, como si fuera una carrera de obstáculos o de supervivencia. Ahora regresa a tu casa tranquilamente, como todos los días, haber si puedes. Intenta hacer tu vida como siempre, viviendo en paz, sin meterte con nadie. No te van a dejar, porque se supone que eso es vivir de espaldas a la realidad social, que exige una movilización, aunque sea a toro pasado, cuando ya está todo el mal hecho. Qué divertido es putear a la masa, se siente uno importante, poderoso, por fin nos escuchan, por fin llamamos la atención, nos tienen en cuenta.

Y si no puedes prescindir de un día de trabajo porque no puedes vivir del aire pues te aguantas, que la democracia exige sus sacrificios. Y si te resistes te destrozamos el negocio y así encima vas a salir perdiendo aún más. Mientras venía a trabajar vi que unos empleados de una sucursal de la Caixa no podían entrar porque les habían metido algo en la cerradura. Esta mañana he leído en la prensa que han usado silicona para obligar a cerrar muchos establecimientos. Y no les han prendido fuego de milagro.

No sé cómo no nos ponemos en huelga más a menudo. Y a hacer piquetes. Se va a poner de moda lo de irse a piquetear, aunque este verbo tiene en realidad otra acepción.

Y suma y sigue.

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