martes, 29 de abril de 2014

Canonización


Emocionante la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II. La noche anterior las calles de Roma eran una fiesta, la gente bailando y cantando, sin apenas ganas de dormir. Pusieron una imagen curiosa en televisión, una vista a cámara rápida de los fieles ocupando las sillas que se habían dispuesto en la plaza de S. Pedro. Parecían laboriosas hormigas que se van concentrando en torno a algo apetitoso que han encontrado.

A Juan XXIII no le conocí, pero he podido leer algunas cosas sobre él, ahora que este proceso ha sacado a relucir figuras del pasado. Era un hombre comunicativo y jovial, en la línea del actual Papa Francisco, y la bondad se le supone lo mismo que al resto de los Sumos Pontífices que ha habido y habrá. En su caso desde luego fue evidente, y más con ese milagro que se le atribuye. Me preguntaba una amiga por qué habían tardado tanto en canonizarlo y en cambio a Juan Pablo II tan poco. Me imagino que los trámites son muy largos, pero como la Iglesia cuenta con medios tecnológicos de los que antes no se disponían, todo se ha acelerado. Así han aprovechado para hacer una ceremonia conjunta, algo insólito hasta ahora.

Como insólito es el hecho de que hubiera dos Papas vivos en la ceremonia, el emérito y el que está en funciones. Benedicto XVI se sentaba muy cerca del Papa Francisco. Hace poco leía una entrevista al secretario que comparten, un arzobispo que se ha hecho famoso por su atractivo físico, como si sólo la gente con un físico corriente fuera la única que decide ingresar en la Iglesia. Le preguntaban por la opinión de Benedicto respecto a su sucesor, y contestó que al principio estaba preocupado ante la incertidumbre de cómo lo haría el que viniera tras él, y sorprendido por la elección. Pero luego al ver cómo se comportaba con la gente y todo lo que hemos visto se sintió muy contento. Ambos se escriben cartas y hablan con frecuencia por teléfono, y el Papa Francisco le consulta muchas cosas, por deferencia sobre todo, que Benedicto le agradece, además de que éste posee una gran inteligencia, y experiencia aunque su pontificado haya sido corto.

De uno de los dos milagros de Juan Pablo II sí había leído en su momento cuando tuvo lugar, hace muchos años, la de la mujer que sanó de su cáncer. Me impresionó enormemente en su momento, pues es como si los milagros fueran cosa de tiempos remotos. Mi amiga creía que la canonización se hace cuando los fallecidos se aparecen a la gente. No sabe que los milagros hay que hacerlos estando vivos, aunque ellos nunca hablaron de ello ni le dieron más importancia.

La Iglesia es muy reacia a aceptar milagros por aparición. No en vano jamás ha aceptado lo de las apariciones de la Virgen en El Escorial por no estar suficientemente demostradas, a pesar de los muchos adeptos que tiene. Parece más el culto a la persona que organizaba esas reuniones, a la que se le dio un entierro espectacular cuando murió no hace mucho, que una verdadera devoción a María.

Concilio Vaticano II
Yo antes de saber lo de los milagros creía que se canonizaba a un Papa por su extrema bondad en sus actos y palabras. Por eso me parecía injusto que se hubiesen saltado a Pablo VI, del que casi nadie habla, un pontífice más bien serio pero también muy emprendedor. Él fue el artífice del Concilio Vaticano II, obra reformadora donde las haya que levantó muchas ampollas en su momento y que fue iniciada por su antecesor, que no pudo continuar por su fallecimiento. Como no hizo milagros se han contentado con iniciar un proceso de beatificación.

Somos muy afortunados por los Papas que hemos tenido en las últimas décadas, hombres de vasta cultura e inteligencia, entregados a la causa, a la soledad del cargo de la que muchos han hablado, soportando presiones de todo tipo y siendo el espejo en el que se miran millones de personas. Queda aún mucho por hacer, pero aquellos que han sido elegidos para ello están haciéndolo posible.


lunes, 28 de abril de 2014

Más sobre El hormiguero


De entre los muchos personajes que son invitados a El hormiguero, me viene a la memoria la maravillosa Gloria Estefan cuando presentó su último disco. Sencilla, vital, afectuosa, como siempre es ella, los años no parecen hacerle mella. Marchosa, inteligente y observadora, volvió a hablar de cuando tuvo aquel accidente que casi le cuesta la vida y ese estupendo marido que tiene, Emilio Estefan, se dedicó durante meses a cuidarla, vistiéndola, bañándola, dándole de comer, llevándola en brazos de aquí para allá, como si fuera un bebé.

Una mujer como ella, que empezó desde la nada y que aún conserva su bondad y la misma lucidez de antaño, sin engreimientos a pesar del éxito, es digna de mención. Contó anécdotas sin fin, sobre todo de la época en que trabajaba en aduanas, cuando aún dedicarse a la música era un sueño. Nos hizo reir mucho. Estuvo fantástica.

Fue muy gracioso cuando el presentador preparó un mojito siguiendo las indicaciones de la canción que ella cantaba en directo, a gran velocidad porque es un ritmo salsero que no da tregua, una de sus melodías más conocidas. Estuvo muy cómico Pablo Motos, intentando bailar mientras iba poniendo los ingredientes.

Sin embargo no todos los que son invitados a El hormiguero me gustan, y cuando es así no suelo verlo, pero hice una excepción con los dos periodistas del programa de los españoles encarcelados en el extranjero, porque tenía curiosidad por saber lo que iban a decir. Cierto que su labor es impactante, dar a conocer las terribles condiciones del sistema penitenciario de otros países, y todo lo que contaron fue increíble, pero de los dos periodistas, ella sobre todo no dejaba de lamentarse por la suerte de los presos, diciendo que si pobrecitos, que si vaya mala suerte, justificando sus delitos afirmando que no tenían otra opción, que estaban en paro, etc.

Me parece una locura que perdamos por un momento la noción de la realidad hasta ese punto. Es verdad que las condiciones de los presos en esos lugares es infrahumana, pero con más motivo deberían evitar la cárcel. Todos podemos elegir, lo que no se puede es convertir en héroes a los delincuentes, ni tenerles lástima. Los que sí me dan pena son sus víctimas, las personas a las que han vendido droga o a las que han robado, que son los delitos por los que la mayoría están en esa situación.

Es como lo que me decía mi hijo hace poco, cuando barajábamos sus opciones de futuro, que no quería ser policía porque mucha gente los detesta y tienen mala imagen, y más ahora con la tan criticada represión policial en las manifestaciones. Le saqué de su error, de una concepción equivocada que está muy extendida ahora en la opinión pública: no se puede uno poner del lado del delincuente, que ve al agente de la ley y el orden como un enemigo, precisamente porque le impide cometer sus tropelías y salirse con la suya. Los policías serán siempre queridos por las personas de bien porque tienen en ellos a quienes velan por su seguridad. Qué sería de nosotros si no fuera así. El que nada malo hace nada malo debe temer. Antes al contrario, hay que admirar su valor, su dedicación, tener en cuenta que su trabajo es peligroso y nunca lo suficientemente valorado.

En qué mundo vivimos cuando estas cosas tan evidentes son puestas en tela de juicio. Todo parece que es al revés de cómo debería ser.

viernes, 25 de abril de 2014

Frases para pensar


En la vida todos tenemos un secreto inconfesable, un arrepentimiento irreversible, un sueño inalcanzable, y un amor inolvidable.

El mejor tipo de amigo es aquel con quien te puedes sentar en el patio y columpiarte con él, sin decir una palabra, y después irte sintiendo como si hubieras tenido la mejor conversación.

Crea usted en lo que quiera, pero no empuje (Julio Caro Baroja, escritor).

Lo importante no es tanto mantenerse vivo, sino mantenerse humano (Winston Smith, personaje de “1984”, de George Orwell, escritor).

Desarrolla tu conciencia. ¿De qué sirve que el mundo sea ancho si tus zapatos son estrechos? (Alexander Jodorowsky, escritor).

A menudo buscamos algo, y lo tenemos tan cerca…

En la vida no hay cosas que temer, sólo hay cosas que comprender (Marie Curie, científica).

Conserva celosamente tu derecho a reflexionar, porque incluso el hecho de pensar erróneamente es mejor que no pensar en absoluto (Hipatia de Alejandría, filósofa)

No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas (Mary Wollstonecraft, filósofa y escritora).

La mente que se abre a una nueva idea jamás regresa a su tamaño original (A. Einstein, científico).

Vive más sencillamente para que otros puedan sencillamente vivir (Gandhi, político y abogado).

Frases de Montesquieu:

Feliz el pueblo cuya historia se lee con aburrimiento.

Una injusticia hecha al individuo es una amenaza hecha a toda la sociedad.

No hay peor tiranía que la que se ejerce a la sombra de las leyes y bajo el calor de la justicia.

El hombre de talento es naturalmente inclinado a la crítica, porque ve más cosas que los otros hombres y las ve mejor.

El estudio ha sido para mí el principal remedio contra las preocupaciones de la vida; no habiendo tenido nunca un disgusto que no me haya pasado después de una hora de lectura.

Para ser realmente grande, hay que estar con la gente, no por encima de ella.

Una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa.

Parece que nuestra vida aumenta cuando podemos ponerla en la memoria de los demás:
es una nueva vida que adquirimos y nos resulta preciosa.

La ley debe ser como la muerte, que no exceptúa a nadie.

Normalmente, aquellos que poseen un gran talento, son ingenuos.

La cobardía es la madre de la crueldad.

El hombre que escribe bien escribe no como los demás sino como él mismo.

La verdadera fuerza de un príncipe no consiste tanto en su capacidad para vencer a sus vecinos como en lo difícil que pueda ser para éstos atacarlo.

La gente que tiene poco que hacer habla mucho. Cuanto menos pensamos más hablamos.

jueves, 24 de abril de 2014

Velázquez visto por Antonio López


He querido transcribir esta entrevista que XL Semanal le hizo al pintor Antonio López, en una de sus frecuentes visitas a las salas que El Prado tiene dedicadas a Velázquez, porque me parece que ha sabido comprender a la perfección y expresar con palabras todas las sensaciones que este gran pintor nos transmite, especialmente en lo que al cuadro del Cristo crucificado se refiere, el que más me gusta y frente al cual dejo pasar el tiempo siempre que visito el museo.

"Mi cuadro favorito? No tengo. A mí, me gusta Velázquez. Cuando una persona te gusta de un modo tan profundo y cuentas con él para tantas cosas, y dialogas con él y es una referencia en tu vida, ya no se trata de un cuadro en sí. No, no es eso. Cuando pienso en Velázquez, nunca pienso en un cuadro, sino en una persona a la que quiero mucho".

Escuchándolo, no sorprende luego que Antonio López nos hable muchas veces de Velázquez en presente. Raramente en pasado. Velázquez para él es eso: presente continuo. Regalo inagotable. A sus 75 años se maravilla con él como si acabara de descubrirlo. Más que un pintor, es para él algo en lo que lleva inmerso toda su vida, un ser tan interiorizado que habla de Velázquez como de sí mismo. No es en absoluto pedantería. Es auténtica veneración, gratitud, profundo saber de saborear a un pintor con el que, como él mismo cuenta, ha pasado muchas horas, cuando era joven y estudiaba, poco después de llegar a Madrid desde Tomelloso, su pueblo natal, del que se marchó con 14 años. "Venía aquí, a la sala de Velázquez, todos los días, varias horas. He pasado realmente muchas horas ante estos cuadros". Antes de llegar a la sala de Las meninas, nos sorprende diciéndonos: "A mí, me costó mucho descubrir a Velázquez. Sí, tardé mucho en comprender su grandeza".

Durante los últimos 11 años de su vida, Velázquez, además de pintor de la corte de Felipe IV de Austria, era aposentador real y se ocupaba de la logística de los reyes. Al contrario de lo que algunos apuntan, Antonio López no cree que esa ocupación le robase tiempo para pintar. "Al revés: estar en la corte le facilita su trabajo. En España, en esa época, no se ha dado un caso igual al de Velázquez, a la comodidad con la que él desarrolla su pintura. Y pintó a muy buen ritmo. No creo que ningún pintor de nuestra época trabaje con más libertad que él. Al contrario: creo que con menos. Entre las galerías, los periódicos, las televisiones, las bienales, los críticos... Mira, estamos muy puteados... Ojo: voluntariamente. Es el precio que pagas. Y este hombre estaba realmente muy protegido. Y no abusó nunca de esa protección. Eso es fantástico. Y por eso llegó a estas maravillas que tenemos aquí y que a lo mejor no todo el mundo entendía en su época. Esa libertad de la que gozó contribuyó a que jamás pintase un solo cuadro de formulario...". Ese es, sin duda, uno de los inequívocos logros que nadie quitará jamás a Felipe IV: el cobijo y la protección que dio a Velázquez en la corte. Muchos conjeturan que, sin la amistad del rey, el genio sevillano no habría desarrollado quizá su arte como lo hizo. Siempre se alaba mucho la sensibilidad que Felipe IV tenía por la pintura en general y, a la vez, por su tiempo es quizá el monarca con mayor conocimiento de pintura que haya conocido la historia. Pero con Velázquez había, además, una cuestión generacional: "Tenían la misma edad, habían entrado a la corte casi en la misma época...", apunta Carlos Madrigal, también pintor y amigo personal de López, con el que don Antonio ha llegado acompañado al museo. Justamente ante uno de los últimos retratos que Velázquez realizó de Felipe IV estamos ahora con ellos.

"Había un par de monjas en la vida del rey" dice López "que tenían fama de santas, de videntes. Este hombre, creo yo, debía de ser muy religioso. Muy religioso y muy crápula... Se traía unos líos el pobre... Tenía unas idas y venidas con la carne..." (Felipe IV habría tenido hasta ocho hijos extramatrimoniales, además de los 11 que tuvo dentro de sus dos matrimonios). "Este retrato ya es de los últimos que Velázquez hizo de él. Es de 1653. Siete años antes de morir" [en la exposición habrá otros del rey, entre ellos, el que llega de la National Gallery, en Londres]. "Aquí su pincelada es ligera, casi abocetada. Qué sintético es. Pero mira el pelo del rey, cómo le cae. Es que puedes tocarlo. Sabes cómo es ese pelo".

XLSemanal. Corregía mucho, ¿no?

Antonio López. Cambiaba. Porque, claro, hoy el pintor trabaja mucho sobre fotografías, pero esta gente lo hacía directamente del natural. Entonces, el rey se pondría en una postura un día... pero otro día no exactamente igual... Y Velázquez, con una gran capacidad para aceptar e incorporar lo cambiante, no tenía ninguna dificultad ni pereza para mover las formas del cuadro, porque, claro, pintaba con mucho talento. Se han hecho radiografías de varios de sus cuadros que dejan ver qué es lo que hay debajo de lo finalmente pintado; y muestran cómo él cambia sin problemas las figuras. Eso es fascinante: su devoción por lo real, sin transformarlo, ni interpretarlo ni subrayarlo, solo acatándolo. Velázquez no deja de contar con lo real. Está siempre disponible. Como a él no le cuesta mover las formas, no le importa cambiar. Si ve que el retratado alza la cabeza o la mueve, él lo acepta. No intenta imponerse. Y, luego, qué majestuoso que es siempre, pero a la vez qué sencillo... Sobre todo, comparado con los pintores de la realeza de su tiempo: los franceses, los ingleses... El resultado es fuerte y veraz: ni hace la pelota ni tiene ningún tipo de agresividad hacia el personaje. Su mirada es libre y respetuosa porque es respetuosa con todo. Porque todo le parece 'el mundo'.

XL. Y pinta a los bufones con el mismo respeto que a los reyes. ¿Cómo lo consigue?

A.L. Pues sintiendo. Velázquez siente ese respeto por la realidad tal como se manifiesta y la acepta sin juzgarla ni querer intervenir. Esa es su grandeza.
Debajo de lo que ahora vemos estaba el rey Felipe IV. Lo muestra una radiografía. Exactamente sobre la cabeza, y Velázquez aprovechó todos los elementos. No le gustaría lo que había y reutilizó el lienzo. A mí, los colores de este cuadro, esos rosas, me fascinan. Es un poco como la pintura de Vermeer. Nunca habían aparecido esos colores en un cuadro hasta entonces. Velázquez era el único que se atrevía a ponerlos. Ese rojo al lado de ese negro; ese rosa tan rosa de la mano... Ese despojamiento de toda retórica. Él pinta solo la realidad. Y cuando no tiene las cosas delante de él, como bien se ve en el retrato de Enrique IV de cazador, no consigue el mismo resultado. Lo mismo que Morandi, Velázquez necesita el estímulo de las cosas reales para lograr ese hechizo mágico. Por supuesto que es un pintor de gran oficio, un todoterreno, y si tiene que pintar un caballo corriendo en un paisaje lo hace, pero no llega a la plenitud. En cambio, cuando te tiene a ti delante, entonces es un dios. Se nota que Velázquez ha pintado el pañuelo encima del negro. Cómo pesa... Cómo pesa sobre esa especie de gasas que lleva... Y esos colores del maquillaje son una cosa... Y, además, la mano: blanca por un lado, más blanca por aquel otro y luego rosa en los dedos. Es que todo es... Es increíble cómo agrupa y ordena las cosas... Cuando Manet vio este cuadro, dijo que ese pañuelo era como el universo, y entiendo lo que quiso decir. Manet se quedó hechizado al verlo, porque de pronto encontró a un hermano mayor. Todos sus sueños, tan contrarios a lo que entonces se pintaba en Francia, los vio aquí de pronto. Vino al Prado por las obras que había visto en el Louvre, pero contemplar junta toda la obra de Velázquez le confirmó que todo lo que él creía que podía ser la pintura estaba aquí. La diferencia con Manet es que en su obra se ve todo el ruido de la técnica. Aparece. Y aquí no se ve la técnica. Tienes que acercarte mucho para ver el movimiento del pincel. Cuando te alejas, solo ves la figura. En cada obra logra que la estructura no sea visible.

Cuando trajeron al Prado El entierro de Cristo, ese cuadro tan extraordinario de Caravaggio, vine a ver luego el Cristo de Velázquez. Si pusieras los dos juntos, el de Caravaggio aplastaría tal vez un poco al de Velázquez, pero solo los primeros cinco minutos... Ese es el misterio de este Cristo: algo que tiene que ver con lo espiritual, con la profundidad y la bondad. En el cristianismo se han hecho pocas imágenes como esta, tan liberadas de toda violencia, de toda amenaza al espectador. Pero tampoco te mueve a sentir pena por el personaje. Realmente desvela lo espiritual con una profundidad como muy pocas veces se ha hecho. Es un Cristo limpio de sangre... Recuerdo un día que estaba mirándolo y de repente sentí que ese hombre me estaba viendo, me estaba escuchando... No está muerto, un muerto flexiona las rodillas. Ese hombre está con la cabeza baja y sabe que estamos aquí. ¡Mira que se ha visto esta figura en recordatorios, en mil reproducciones, y no se gasta...! Es como La Gioconda. No se gasta. Aquí está la grandeza de lo religioso sin la parte corrompida de la religión. Corrompida, triste, estropeada. Estropeada por el hombre, por la mediocridad, por las malas pasiones. Aquí está limpia de todo eso y entonces aparece con una fuerza y con una hondura... Y es que el español siente las cosas serias de una manera muy seria. Eso no lo hace un alemán. Porque aquí no hay ninguna crueldad. No hay nada monstruoso. Solo el peso de lo doloroso. Del silencio. Hay pocas creaciones superiores a esta. Desde luego, en la pintura, ninguna. Ninguna.

Si uno mira con atención este cuadro, observa cómo la figura va cambiando constantemente; cómo Velázquez, una vez más, ha ido cambiando la pintura según trabaja y se relaciona con el modelo natural que tiene delante. El modelo está todo el tiempo moviéndose y Velázquez lo refleja. Y, claro, el tiempo también ha trabajado a su favor, porque las pinceladas anteriores dejan su huella y con los años aparecen. Y se incorporan al presente, y entonces la obra se muestra como si estuviera palpitando. [Se queda callado, admirándola]. Fíjate en la figura. ¿Cuántas sesiones pudo haber empleado para pintar este cuadro? Quién sabe... Velázquez puede engañarte. Te puede parecer que ha invertido pocas horas y haber empleado realmente muchas, o al revés. Porque aquí hay correcciones, la pintura se ha secado y él ha vuelto a pintar... ¿Cuánto ha tardado en pintarse esa pierna sobre la pierna anterior? ¿Ese brazo que está apoyado? Está todo bullendo, moviéndose. Está vivo. Velázquez afronta a su vez la solución de las formas reales no con desparpajo, pero sí con gran poderío. No le cuesta. Da la sensación de que no le cuesta. No es como Sorolla, que a veces abusa de su poder. Velázquez nunca abusa de su poder. Él siempre siente, se sitúa, reacciona a lo real de una manera amorosa, agradecida, sin imponerse nunca. Acepta la realidad. Para él lo importante es el hombre que está ahí delante, respirando, que está pensando, que se mueve, que se va a levantar y se va a ir, que parece que te está leyendo los pensamientos... Por eso, la pintura no aparece en exceso en las obras de Velázquez como pasa con Manet, para que ese hombre no deje de estar ahí, enigmático. Qué belleza. Velázquez siempre salva a las personas; siempre. Otros pintores, no. Velázquez siempre les echa una mano y las sube, aunque se trate de personas tristes.

(Entrevista de XL Semanal, 13/10/2013)

miércoles, 23 de abril de 2014

Volviendo a Conrack


Volvía a ver Conrack, la maravillosa película sobre la que ya escribí en septiembre de hace dos años, una de las obras maestras que interpretó Jon Voight en su juventud, cuando aún estaba inspirado por las 9 Musas a la vez. En cada ocasión extraigo de este film una nueva reflexión, una nueva enseñanza, un nuevo motivo de goce. Un profesor blanco que es destinado a una escuela de niños negros en una isla perdida en el Sur de EE.UU. da pie a una historia preciosa que fue real y que marcó la vida de sus protagonistas para siempre.

Contemplar a un buen docente en acción constituye todo un espectáculo en sí mismo. Cómo instruye a sus alumnos en las cosas básicas y esenciales de la vida que no están en los libros y que nadie se había molestado en mostrarles, por ser negros y pobres. Cómo aprende a conocerlos a todos y cada uno de ellos, sus necesidades, sus gustos, cómo llega a quererlos. Les enseña a leer, a escribir y a contar. Sus clases a veces son en el bosque, donde nombra a las plantas y estudian a los animales, o donde desde la rama de un árbol al que ha trepado les dice lo que es la ley de la gravedad dejando caer manzanas sobre ellos, que luego comerán con avidez. También en la playa, donde les enseña a nadar, pues muchos pierden la vida en el río por esa causa. O junto a una fuente, donde les dice cómo deben lavarse los dientes.

Les pone música clásica, despertando su interés con asociaciones que a ellos les llaman la atención: Rimsky-Korsakov y su vuelo del moscardón, la muerte en la 5ª sinfonía de Beethoven, el sueño con Brahms y su canción de cuna. Les hace sesiones de cine con palomitas, aprovechando un viejo proyector abandonado. Les recita pequeños poemas y frases elegíacas para familiarizarlos con los grandes escritores. Cuelga un cuadro de Picasso donde se muestra una vagina para sus clases de anatomía. Hay muchas referencias culturales en esta película, algunas desconocidas para mí, como cuando se menciona a Havelock Ellis, escritor y sexólogo.

Les enseña rugby (el honor y el valor, el juego limpio dentro y fuera del deporte), les hace descalzarse y jugar con los pies en el aire cuando una chica dijo que le daba vergüenza ir a la escuela porque no tenía zapatos, les lleva en el transbordador al pueblo cercano para que pasen la noche y celebren Halloween, fiesta de la que ni habían oído hablar (el primer viaje de su vida). Les imparte normas morales para dignificar su vida, grandes pensamientos que les hacen sentir bien consigo mismos, les hace apreciar su propio valor como personas y les indica qué camino seguir para hacer el bien. A la chica sin zapatos le aconseja que nunca se entregue a un hombre por razones económicas, sino sólo cuando él le demuestre el honor que le supone que le haya aceptado y poder compartir su vida con ella. Se ha propuesto que todo aquel que llegue a esa escuela no vuelva a encontrar nunca más “estupidez y miseria”, según sus propias palabras.

La directora se opondrá a sus métodos, víctima de los prejuicios raciales de los que ella misma ha sido siempre objeto por ser negra también. “No estamos en una plantación”, le dijo Conrack en vano. El inspector será el que termine prescindiendo de él, pretextando que quiere acabar con el viejo sistema, con las ideas tradicionales americanas. Es graciosa la anécdota en la que este hombre ve sorprendido a su propio hijo en televisión, un hippy más durante una protesta.

Conrack se despide de sus alumnos en el muelle. Mientras suena la música de Beethoven que él les había enseñado, se aleja en el transbordador compungido. “Sólo sé que encuentro mucha belleza con ellos”, le comenta a alguien, “les lanzamos a un sistema que les ha fallado”.

Tantos años transcurridos desde aquellos turbulentos 60-70, me pregunto si realmente desaparecieron aquellas viejas ideas que el profesor preconizaba que terminarían extinguiéndose y siendo superadas por las nuevas. Pienso que no fue sólo el desquite del momento por no haber sido apreciados sus métodos, sino una certeza absoluta que estaba convencido que tendría lugar. Cuántos ideales, cuántas buenas intenciones se quedaron por el camino. Pero tenemos a Conrack y su espíritu de lucha, su forma de ver la vida, su sentido del humor, su generosidad. Todo puede ser aún posible.

lunes, 21 de abril de 2014

El crédito


Fui con una amiga a ver El crédito, obra teatral que persigo desde hace varios meses sin que terminara de decidirme a ir, porque algo me surgía unas veces y por pereza otras, y temiendo que desapareciera de las obras que están en cartel actualmente, fugaces casi siempre, dependiendo de la acogida de público y crítica. Cuando se estrenó hace 7 meses iba a estar un mes nada más, pues nunca saben los organizadores cómo va a reaccionar la gente, pero han ido prorrogando un mes tras otro hasta que, sin saberlo, cuando acudí quedaba sólo una semana para que la quitaran.

Y no por falta de asistentes, pues cuando compré las entradas por Internet todos los asientos estaban ya reservados, menos los dos que tuve la suerte de encontrar no lejos del escenario. La última fila estaba también desocupada, pero cuando fui la sala rebosaba a más no poder. Eso es el éxito.

No es para menos. Ver a dos grandes actores en acción es algo poco corriente hoy en día, cuando las figuras legendarias de la escena española se están extinguiendo y ya no quedan más que comparsas que se llaman a sí mismos actores. A Carlos Hipólito no recuerdo haberlo visto nunca y me ha encantado, su dicción, su voz, su manera de interpretar me han gustado mucho. A Luis Merlo, por supuesto, lo he visto mucho en televisión pero nunca en directo. Ha sido un placer.

La historia tiene su miga. Un hombre le pide desesperado un crédito al director de un banco y, ante la negativa de éste, le amenaza con seducir a su mujer, a la que tiene en una foto sobre la mesa, argumentando que a él se le dan muy bien estas cosas, que es algo innato en su persona. Aunque el director no hace caso al principio, pronto despertará en él sus más profundas y oscuras inquietudes e inseguridades, hasta el punto de llegar a un final inesperado, todo en clave de humor.

Sin embargo la obra no termina de cuajar. El crédito se basa en una idea muy buena pero farragosamente llevada a cabo. Los diálogos son simplones y le dan muchas vueltas a las mismas cosas hasta llegar al desenlace. La gente reía porque iba predispuesta a ello, o porque la televisión nos ha acostumbrado a la carcajada fácil, pero se trataba de gags sosos, y los actores no terminaban de hacer creible su papel. Merlo especialmente parecía que recitaba de corrido una lección muchas veces repetida. Casi al final, en una escena sin palabras en la que transmitió más con sus gestos que en el resto de la representación hablando, fue cuando puso de manifiesto la estirpe de intérpretes de la que procede, toda una saga familiar llena de talento.

No en vano la obra que se va a representar cuando quiten esta estará protagonizada por su hermana, Amparo Larrañaga, a la que sí he visto anteriormente en teatro, y que me gusta mucho también. La recuerdo hace muchos años, siendo muy jovencita, cuando empezaba. Y la madre de ambos, Mª Luisa Merlo, que a sus muchos años sigue trabajando como siempre y está también actuando en otro teatro. Realmente no me extraña que copen el panorama escénico actual porque quedan pocos como ellos para llenar los aforos.

 
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