lunes, 28 de abril de 2014

Más sobre El hormiguero


De entre los muchos personajes que son invitados a El hormiguero, me viene a la memoria la maravillosa Gloria Estefan cuando presentó su último disco. Sencilla, vital, afectuosa, como siempre es ella, los años no parecen hacerle mella. Marchosa, inteligente y observadora, volvió a hablar de cuando tuvo aquel accidente que casi le cuesta la vida y ese estupendo marido que tiene, Emilio Estefan, se dedicó durante meses a cuidarla, vistiéndola, bañándola, dándole de comer, llevándola en brazos de aquí para allá, como si fuera un bebé.

Una mujer como ella, que empezó desde la nada y que aún conserva su bondad y la misma lucidez de antaño, sin engreimientos a pesar del éxito, es digna de mención. Contó anécdotas sin fin, sobre todo de la época en que trabajaba en aduanas, cuando aún dedicarse a la música era un sueño. Nos hizo reir mucho. Estuvo fantástica.

Fue muy gracioso cuando el presentador preparó un mojito siguiendo las indicaciones de la canción que ella cantaba en directo, a gran velocidad porque es un ritmo salsero que no da tregua, una de sus melodías más conocidas. Estuvo muy cómico Pablo Motos, intentando bailar mientras iba poniendo los ingredientes.

Sin embargo no todos los que son invitados a El hormiguero me gustan, y cuando es así no suelo verlo, pero hice una excepción con los dos periodistas del programa de los españoles encarcelados en el extranjero, porque tenía curiosidad por saber lo que iban a decir. Cierto que su labor es impactante, dar a conocer las terribles condiciones del sistema penitenciario de otros países, y todo lo que contaron fue increíble, pero de los dos periodistas, ella sobre todo no dejaba de lamentarse por la suerte de los presos, diciendo que si pobrecitos, que si vaya mala suerte, justificando sus delitos afirmando que no tenían otra opción, que estaban en paro, etc.

Me parece una locura que perdamos por un momento la noción de la realidad hasta ese punto. Es verdad que las condiciones de los presos en esos lugares es infrahumana, pero con más motivo deberían evitar la cárcel. Todos podemos elegir, lo que no se puede es convertir en héroes a los delincuentes, ni tenerles lástima. Los que sí me dan pena son sus víctimas, las personas a las que han vendido droga o a las que han robado, que son los delitos por los que la mayoría están en esa situación.

Es como lo que me decía mi hijo hace poco, cuando barajábamos sus opciones de futuro, que no quería ser policía porque mucha gente los detesta y tienen mala imagen, y más ahora con la tan criticada represión policial en las manifestaciones. Le saqué de su error, de una concepción equivocada que está muy extendida ahora en la opinión pública: no se puede uno poner del lado del delincuente, que ve al agente de la ley y el orden como un enemigo, precisamente porque le impide cometer sus tropelías y salirse con la suya. Los policías serán siempre queridos por las personas de bien porque tienen en ellos a quienes velan por su seguridad. Qué sería de nosotros si no fuera así. El que nada malo hace nada malo debe temer. Antes al contrario, hay que admirar su valor, su dedicación, tener en cuenta que su trabajo es peligroso y nunca lo suficientemente valorado.

En qué mundo vivimos cuando estas cosas tan evidentes son puestas en tela de juicio. Todo parece que es al revés de cómo debería ser.

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