lunes, 21 de septiembre de 2009

Su seguro servidor


Ya no quedan vendedores como los que existían antaño, o quizá sólo unos pocos. Casi nadie sabe cómo atender un negocio en condiciones, se acabó aquello de que el cliente siempre tiene razón.
Antes, cuando ibas a una zapatería, el dependiente de turno no es que se arrodillara, es que se arrojaba prácticamente a tus pies con un calzador en la mano (cuándo si no se va arrojar un hombre a los pies de una), dispuesto a ponerte el zapato que te quisieras probar casi como si del zapatito de cristal de la Cenicienta se tratara. Daba igual que al final el pobre hombre quedara materialmente sepultado en una montaña de cajas, víctima de la indecisión de la clienta, nunca perdía la paciencia y la sonrisa.
En las boutiques las dependientas te preguntaban constantemente si la ropa te quedaba bien o si había algo que te gustara mientras estabas en el probador. Ahora casi ni te miran cuando les vas a preguntar algo, y cuando vas a pagar estudian los billetes con desconfianza, como si lo que les fueras a dar fuera tan falso como los anillos que llevan amontonados en sus dedos, mientras mascan incansables chicle con la boca abierta y un poco ladeada.
En la época de mis abuelos había cómodos asientos en las tiendas para que el cliente esperara sin cansarse, y cuando te marchabas te agradecían la visita, el hecho de que les hubieras elegido a ellos antes que a otros para hacer tus compras, te deseaban que disfrutaras de aquello que habías adquirido y te decían que pasaras un buen día.
No me gustan los tenderos demasiado pelotilleros que se pasan el tiempo haciendo genuflexiones, pero un poco de ceremonia y de buena educación nunca está de más, es muy de agradecer.
Pero ahora hemos pasado de la alfombra roja a la indiferencia y casi el desdén, y somos los clientes los culpables de que esto sea así. Si al primer vendedor que nos tratara sin el debido respeto le pusiéramos en su sitio e incluso dejáramos de frecuentar su tienda, otro gallo cantaría. Pero como el negocio está asegurado, porque el consumismo de hoy en día es tan grande, parece que da igual cómo se trate a la clientela, y ésta a veces deja también mucho que desear. No hay más que ver cómo dejan los artículos después de todo un día de vorágine consumista, todo tirado y en revoltijo.
De los pocos casos que conozco de un vendedor de los de antes es el dueño de una cafetería restaurante a donde suelo ir a desayunar con mis antiguos compañeros de trabajo. Es un señor mayor que tiene muchos premios como cocinero, repartidos aquí y allá por su local. Cada vez que vamos, aunque nos hayamos pedido algo de comer con el café, aparece con dos o tres bandejas llenas de montados de paté, cabracho, tortilla, ensaladilla y mil cosas más, y si ve que se vacían pronto trae más. A mí me da ya hasta vergüenza. Son los aperitivos que se le podría poner a un regimiento, por la cantidad. Cuando vamos a pagar, si le damos billetes, como casi nunca tiene suelto, nos dice que se lo abonemos al día siguiente. Es una buena forma de asegurarse de que volveremos a ir por allí, pero también podría ser que no fuera así. Es increíble la generosidad de este hombre, lo atento y lo trabajador que es, cómo le gusta lo que hace y lo desinteresado que es llevándolo a cabo. No deja de maravillarme, y más con los tiempos que corren.
Echo de menos a los vendedores de antes, los que gastaban buenos modales, los que sabían tratar al cliente y estar al frente de un negocio. No todo el mundo es capaz de ponerse detrás de un mostrador como es debido. Hoy en día ya no es agradable entrar en una tienda a comprar, y mucho menos en unos grandes almacenes, donde el cliente vaga desamparado en medio de montañas de productos, con la esperanza de encontrar un dependiente medianamente solícito que siquiera le haga el favor de atenderle.
Se acabó aquello de que el dueño de un negocio es "su seguro servidor", para lo que necesite. Y es que ya no somos nadie.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Carne de periodista




- Félix Madero, periodista radiofónico:
+ Los periodistas tenemos la obligación de interpretar la realidad.
+ El oyente no está buscando el relato de la actualidad sin más (…) quiere que le provoquen, que le hagan pensar.
El oyente no busca ya un mero informador, busca un comunicador.
+ Habito permanentemente en la duda. Lo que hoy veo blanco mañana lo puedo ver gris o negro. Y si tengo que decir que lo vi negro y resulta que es blanco, lo reconozco y pido disculpas.
+ Se está acabando esto de que eres de derechas o eres de izquierdas (…). Eso del voto cautivo se está acabando.
+ Los redactores se pasan el día buscando cosas en Google (…). La noticia está en la calle y no en los ordenadores.
+ El kilo de periodista está muy mal pagado.

- Ryszard Kapuscinski, escritor, periodista, maestro y ensayista:
+ Para ejercer el periodismo ante todo hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias.
+ En el periodismo no hay reglas de hierro. Son algo elástico. Se mezclan en la decisión la ética y el sabor nuestro (cómo lo sentimos).
+ El periodista no termina volviéndose cínico. Lo que pasa es que a nuestro oficio entra gente que ya es cínica de por sí, gente que entra por dinero, carrera, que no tiene nada que ver con nuestra vocación. Nuestra profesión nos hace más sensibles y vulnerables.
+ Es importante tener el sentido de no saber. Es una cosa natural en un mundo cada vez más complicado, más nuevo.
Si el texto tiene preguntas no es malo. El lector contemporáneo también vive en un mundo complicado.
+ La fuerza del texto está en la tensión entre lo que está escrito y lo que no.
+ El reportero tiene que moverse con mucha concentración. Tratar de memorizar todo. Pensar: “Posiblemente éste es el único momento de mi vida en que voy a encontrarme con esta persona”. Por eso hay que ser muy intenso.
++ Kapuscinski tenía la costumbre de escribir a mano, y poco. Frase que ponía en el papel ya no se cambiaba.

- Rodolfo Walsh, escritor, periodista, dramaturgo y traductor:
+ El periodismo es libre o es una farsa.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Amish




Los amish son una agrupación religiosa de doctrina anabaptista, que aboga por el bautismo de creyentes adultos. Se han quedado anclados en el siglo XVII y rechazan las modernas tecnologías, como los automóviles, la electricidad, la televisión y las cámaras fotográficas.
Son 228.000 personas en EEUU y 1.500 en Canadá.
Constituyen un grupo fuertemente unido, descendiente de inmigrantes suizos, que se ha aislado del mundo exterior.
Abogan por el pacifismo y la vida sencilla y austera.
Hablan un peculiar dialecto alemán que ellos llaman suizo, el “deitsch”.
Los “Beauty Amish”, más progresistas, especialmente los nacidos después de la década de los 60, tienden a hablar inglés.
La mayoría de las comunidades iniciales no mantuvieron su identidad original, adquiriendo la identidad menonita.
Al no tener una estructura gubernamental jerarquizada, una sede oficial para su Iglesia, carecen de criterios unitarios. Por eso en algunas comunidades se admite el uso de la electricidad sin acceder a las líneas eléctricas exteriores, pues se considera un agente contaminante. Suelen usar baterías de 12V. Los generadores eléctricos sólo se utilizan para soldar, recargar baterías y alimentar ordeñadoras.
El uso de electrodomésticos complicaría la tradición amish de vida sencilla.
En la vestimenta se prohíbe el uso de botones, identificados con las Fuerzas Armadas. Sólo se admiten ganchos y ojales.
Son notables en la agricultura, que es tradicional, no pueden usar maquinaria. Algunos han adoptado con entusiasmo los productos modificados genéticamente.
Mientras es soltero un amish estará siempre afeitado. Al casarse se dejará crecer la barba.
El bigote está prohibido por ser visto como símbolo del militarismo.
En algunas comunidades los padres permiten que los hijos prueben el mundo exterior durante unos años, de manera que puedan decidir si quieren ser bautizados y unirse a la comunidad de por vida.
En algunas comunidades se aceptan automóviles sin cromar, “los amish del parachoques negros”.
Los desacuerdos entre comunidades pueden llegar a trivialidades como la forma de los tirantes o cuántos pliegues debe tener un gorro.
Los niños amish trabajan duro desde una edad temprana, las leyes sobre el trabajo de menores está amenazando su modo de vida.
Cuando reparan graneros, la comunidad se reúne para reconstruirlos en un solo día.
Padecen ciertas enfermedades de origen genético porque su sangre no se renueva al no mezclarse con personas fuera de sus comunidades.
Pagan impuestos, aunque no aceptan ayuda del gobierno ni en salud ni en alimentación. Se apoyan exclusivamente en su comunidad.
No suelen tener edificios religiosos, las celebraciones son privadas en sus propias casas.
Rechazan el orgullo, la arrogancia, y aceptan la humildad, la calma. Sumisión a las normas del grupo, en contraposición con el individualismo de la cultura americana.
Los avances tecnológicos se considera que pueden derivar en vanidad personal.
La Biblia es el modelo a seguir.
Cuando no trabajan en el campo, prefieren trabajar en casa. También se dedican a la construcción, y en zonas turísticas a la artesanía.
Sus hogares tienen mobiliario muy sencillo, no existen los adornos.
Son los amish un grupo peculiar que ha sido visto por muchos como un anacronismo en los tiempos que vivimos, una especie de secta anclada en el pasado incapaz de evolucionar, motivo de burla por su apariencia y sus costumbres. Nos cuesta creer que hoy en día haya personas que deseen tener una existencia tan austera y tan fiel a las tradiciones. Lo único que se les podría achacar es su rigidez, el hecho de que nos vean a los demás como seres extraños, casi como enemigos de los que hay que defenderse.
Pienso que ciertos hábitos que tienen son un poco absurdos y su resistencia al progreso dice poco de sus capacidades y su inteligencia, pero todos merecemos un respeto, y más siendo como son personas pacíficas que no hacen daño a nadie.
Supongo que así continuarán por mucho tiempo, conservando sus convicciones contra viento y marea, y en este sentido son dignos de admiración, porque nada les importa la opinión ajena. No hay nada como vivir de acuerdo con tus propias creencias, aunque no gusten o causen extrañeza en los demás.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Momentos inolvidables del cine (III)





































- La última escena de “Las amistades peligrosas”, Glenn Close quitándose lentamente el maquillaje ante un espejo, hundida después de saber el triste final de su amigo por causa suya, y de sufrir el rechazo social que ello le ha ocasionado. Se la ve cómo va retirando las pinturas de la cara, como quien se quita una máscara, mientras las lágrimas van cayendo poco a poco por su rostro. La desolación de lo inexorable, de lo que ya no tiene remedio.

- En “La misión” Robert de Niro llora sin consuelo después de que uno de los nativos le cortara la soga con la que, atada a su cuello, arrastraba la pesada que se había impuesto para purgar sus pecados, y la tira por el precipicio. Al principio su llanto es incontrolable, pero como esto provoca la risa de los indígenas, que le rodean y le acarician, él termina riendo y llorando alternativamente, liberado así de una enorme presión emocional y del sentimiento de culpa.

- En “El príncipe de las mareas” cuando los tres hermanos, aún niños, se tiran juntos al mar y se cogen de las manos bajo el agua, unidos por lazos de sangre inquebrantables, protegidos y aislados en un medio silencioso como el acuático que los preserva de un mundo exterior que les es hostil, sórdido, insoportable.

- El momento en que Clifton Webb, un señor maduro que se dedica a cuidar niños, le vuelca en la cabeza a uno de ellos un cuenco con comida porque éste a su vez le había hecho lo mismo a él. El hombre-niñera que consigue maravillas con un montón de mocosos maleducados. Deliciosa película “Mr. Belvedere”, de esas pequeñas joyas en blanco y negro de hace muchos años que casi ha pasado desapercibida en comparación con otros clásicos del cine. Combinación de ternura y humor a partes iguales.

- La escena romántica de “Mejor imposible” cuando Jack Nicholson se ve obligado por Helen Hunt a decirle algo bonito, y él le contesta que desde que la conoce ha vuelto a tomar las pastillas que necesita para sus trastorno psicológico, hablando muy despacio, como si le fatigara sobremanera tener que mirar dentro de sí y hablar sobre ello. Concluye: “Tú haces que quiera ser mejor persona”. “Es agotador tener que hablar así”, dice mientras oculta la cara tras sus manos.

- En “Los puentes de Madison”, cuando Meryl Streep está a punto de abrir la puerta del coche, conducido por su marido, para salir corriendo a meterse en el que está delante de ellos, que también está esperando a que cambie el semáforo, donde está el reciente y único gran amor de su vida. Una de sus manos se aferra a la palanca de apertura de la puerta mientras la otra se coge los pliegues de la ropa sobre su regazo, cerrada en un puño por la tensión. Deber o placer. De ninguna de las dos maneras sería feliz de todas formas.

- Cuando James Dean le coge por las solapas de la chaqueta a su padre en “Al Este del Edén”, y le grita llorando reprochándole que nunca le ha querido y que sólo se ha preocupado de su hermano. El papel de joven rebelde y atormentado fue lo que catapultó a la fama a este actor, como bien es sabido. Dicen que se interpretaba a sí mismo. Siempre fue muy intenso, desgarrador, conmovedor…

- En “La sombra del actor”, el largo, patético y desconsolado monólogo del asistente cuando muere el actor ya muy enfermo y anciano al que había servido como un esclavo. Cólera por el trato recibido, por la falta de compensaciones materiales y emocionales. Se alternan el resentimiento y la lástima. Sensibilidad homosexual a tope. Magníficos diálogos, grandes actores en esta película.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Un toque de distinción


No hay nada como ir a un sitio fashion para que la dejen a una divina de la muerte, y el bolsillo tiritando, claro. Y nada mejor para ello que pasarse por una de las peluquerías Llongueras, experiencia que no sé aún cómo calificar por lo desconcertante.
La peluquería a la que fui es la que está en el barrio de Salamanca, con lo que podemos imaginarnos el público que allí había (el que más o menos me esperaba). Señoras maduras acompañadas por hijas que eran clones de ellas con unos cuantos años menos, con un look inconfundible.
Los empleados-as, que ya las conocían, les preguntaban aparentando mucho interés por los pequeños detalles de su cotidianeidad. Las clientas, en el tono afectado tan característico de esa clase social, el gesto un poco displicente y una indiferencia y despreocupación por las cosas mundanas que ellas procuran que se note lo más posible (tiene que ser muy agotador hacer una relación de tantas pequeñas trivialidades), contaban lo que les parecía a ellas más o menos interesante, salpicando la conversación de cargos directivos y dinero: que si conocían al director de Lancome, a la directora de Shiseido, que si mi hija se ha vuelto loca porque se ha cansado del master de 8000 € que está haciendo y lo va a abandonar, etc.
Ni siquiera la familia real habla así. La grandeza y la clase de las personas encumbradas e importantes socialmente por nacencia o por méritos propios ha radicado siempre en la sencillez, en la naturalidad, en no hacer ostentación de ciertas cosas que todos saben que están ahí (las influencias, la posición, el patrimonio), pero que precisamente por ser tan evidentes no hay ni por qué mencionarlas.
Encontraría mucho más normal presumir de tener un premio Nobel o de trabajar en la NASA, por ejemplo, si es que es lícito en realidad vanagloriarse de algo. Esas sí son cosas destacables, importantes, dignas de mención, y no lo que decían esas señoras.
La pijería en general, como pasa en cualquier otro grupo social, tiene sus propias señas de identidad: la ropa, el peinado, la forma de hablar, y como hace el resto de tribus urbanas, jamás se mezclan con el resto.
De vez en cuando se las ve haciendo obras de beneficencia, pero no porque les interese el bienestar de la Humanidad sino por ponerse otra medalla más en su currículum vitae personal tan particular que tienen. Si nadie se enterase de la buena obra que han hecho, ya no tendría gracia. Qué haría un actor o actriz sin público que les aplaudiera.
Todas hacen el mismo tipo de cosas, todas se comportan de la misma manera, y cuidado con salirse del corsé social previamente establecido.
La peluquería cobraba el sello de la casa, el nombre del famoso peluquero que inició el floreciente negocio hace muchos años, pero no tenía ninguna otra cosa especial. Ni siquiera había una decoración moderna y cool como la que tenía a donde iba antes, que disponía también de sillones de masaje cuando te lavaban la cabeza y solían ofrecerte café con un bombón. Eso sí que es chic.
El que te lavaba aquí, eso sí, preguntaba si la presión de los dedos era la adecuada para ti y te ofrecía una caja de kleenex por si querías secarte los oídos cuando terminaba. Pero yo miraba los lavaderos, llenos de restos de tintes y pelos largos y más negros que una noche sin luna, y me daba mucha aprensión.
Las empleadas estaban tan explotadas como en cualquier otra peluquería. Yo imaginaba que ir a un Llongueras suponía glamour por todos sitios, que las que te atendían serían las primeras en ir impecables. La que estuvo conmigo, que era encantadora, llevaba el pelo sin embargo bastante mal.
Cuando me iba me dieron un folleto que me puso al día de las últimas tendencias de cuidado y belleza corporal: pedicura con aguas marinas y tierras volcánicas; tratamiento facial a base de caviar (lo del chocolate y el café parece que ha pasado a la historia, son más vulgares), o con cristales de corindón (sirven para exfoliar dermoabrasando), o a base de bambú (posee savias hidratantes); fangoterapia (así están los cerditos de guapos); tinte, permanente y extensiones, todo para pestañas (¿?); terapia ayurvédica con pindas (que es lo mismo que decir masaje hindú aromático, con aplicación de calor, hierbas y aceites, que se da con unos envoltorios de algodón rellenos de sustancias vegetales); ritual hot stones (que te abrasen un poco poniendo piedras calientes a lo largo de tu columna vertebral es de lo más in, y si encima lo dicen en inglés para qué te quiero contar), entre otras muchas cosas.
Si me atendiera Llongueras en persona, seguramente me pondría nerviosa por la forma tan peculiar de hablar que tiene, pero a lo mejor sí sabría lo que es dar un toque de distinción. O eso creo.

martes, 8 de septiembre de 2009

Alberto Contador


Leyendo hace poco una entrevista que le hicieron al ciclista Alberto Contador, me quedé muy gratamente sorprendida. Tenemos en nuestro país deportistas muy jóvenes que, además de ser grandes profesionales, tienen también un nivel altísimo en el terreno humano, y él es uno de ellos.
Cuando le preguntaban cómo podía aguantar el enorme sacrificio que supone el ciclismo, Contador contestó con una gran humildad diciendo que “es mucho más sacrificio tener que levantarme a las 7 de la mañana, chuparme un atasco que no veas para ir a la oficina (y no estoy hablando de un sitio peor) y llegar a las 8 de la tarde a casa, que salir a entrenar a la hora que yo quiera por la sierra de Madrid o por donde yo decida. Esto es un trabajo más, una forma de ganarte la vida”.
Sin duda disfruta tanto con lo que hace que cualquier penalidad por la que tenga que pasar la da por bien empleada, forma parte de los gajes del oficio, no significa nada en comparación con la satisfacción de conseguir ganar finalmente.
A la pregunta de si la presión no le dejaba dormir, contestó: “La presión no me quita el sueño. Es consecuencia de ganar. Lo malo sería que no la tuviera, porque significaría que no tengo opción de luchar por la victoria”. Él tiene las cosas muy claras, está seguro de sí mismo, de sus posibilidades, de todo lo que aún tiene que demostrar. No se preocupa antes de tiempo, no le da importancia a lo que realmente no la tiene. Alberto Cntador es una persona que vive en paz consigo mismo.
Cuando no está compitiendo sigue entrenando, pero es capaz de desconectar muy bien, él tiene su vida aparte. Pero cuando sí está compitiendo entonces da de sí todo lo que puede, el nivel de autoexigencia y diciplina no tiene límites, procura cuidar hasta el más mínimo detalle.
Hace algún tiempo pasó por una intervención quirúrgica muy delicada como consecuencia de un problema cerebral congénito: “La operación que tuve en la cabeza marcó un antes y un después (…) Tras el derrame cambió mi forma de ver ciertos sacrificios”. Aún recuerda con horror los trámites hospitalarios. “Llegaron con un taco de papeles para el consentimiento formal. Ni los leí, sólo pregunté dónde tenía que firmar”. La desesperación y el temor hace que confiemos nuestra vida a otras personas con la esperanza de que ellas harán lo posible por salvarte.
A consecuencia de ello, dice tener una cremallera de lado a lado de la cabeza, que se percibe levemente cuando está más delgado, y le hace recordar que a pesar de su juventud vio de cerca la muerte y se libró gracias al mismo coraje y determinación que emplea cuando está en mitad de una carrera.
El tema del dopaje le exaspera. Piensa que el ciclismo es el deporte donde más exigencias hay en este sentido. “Es increíble la cantidad de controles que nos pueden llegar a hacer al cabo del año. Sólo en el Tour he pasado 17”.
Sin embargo no cree que se necesiten tantas pruebas. “El deporte español goza de una salud extraordinaria. La repercusión del ciclismo en Bélgica y Holanda es muchísimo mayor que en España, pero ellos no ganan la Eurocopa, no tienen a Nadal, ni a Gasol, ni a Alonso…” Ser competitivo no le impide reconocer e incluso complacerse con los triunfos de los demás.
“El límite de las sustancias no permitidas”, continúa diciendo, “está lo más bajo posible. Es imposible bajarlo. Si yo me tomo un antigripal, mi carrera deportiva se va al traste. Y ya puedo decir lo que quiera cuando de positivo. Yo puedo tomar vitamina C de naranja, pero si la tomo de limón, por un excipiente que tiene, ya doy positivo”.
Alberto Contador es el español más joven en ganar el Tour de Francia, hace dos años, cuando tenía 25.
Es uno de los mejores escaladores del momento, en los puertos de montaña es prácticamente imbatible, y su contrarreloj es muy buena.
A lo largo de su trayectoria profesional ha recibido muchos premios, y por lo que podemos ver, aún le quedan por recibir muchos más.
En su forma de hablar se aprecia que es un hombre muy contundente, muy realista, valiente, sensible, transparente y, sobre todo, una muy buena persona.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Comics




De vez en cuando veo por ahí algún personaje de los comics que yo leía siendo una niña, recordados por algún nostálgico en algún artículo de prensa, y no puedo por más que experimentar de nuevo esa sensación tragicómica que me producían en su momento.
Todos ellos pasaban por situaciones tremendas que les ponían constantemente en el disparadero, a ellos o a los que les rodeaban, pues sus acciones repercutían inevitablemente en los demás. Cuántos desastres, cuánta aparente simpleza, qué finales más rocambolescos. Cuando los han intentado llevar al cine no han conseguido el efecto que producían siendo dibujos.
Había en casi todos su puntito de perversa inocencia, de crueldad disfrazada, de despreocupada ignorancia. Parecía que todo lo que sucedía ocurría por azar, era como el que no deja de hacer trastadas no porque sea malo sino por pura irreflexión y porque no pueda estarse quieto. Un poco al estilo de Daniel el travieso, que no fue sin embargo uno de mis personajes preferidos.
Recuerdo a Zipi y Zape, aquellos gemelos que sólo se diferenciaban en el color del pelo, con aquellos padres tan antiguos, ella siempre nerviosa azotando las alfombras de su casa para quitarles el polvo (y de paso azotar también el trasero de sus hijos cuando se portaban mal), y él, don Pantuflo Zapatillas, siempre con su batín y sus pantuflas, como su nombre indicaba, el reloj de cadena colgando del chaleco, las enormes patillas que le daban un aire muy serio y esa forma de hablar tan ceremoniosa. No había quien hiciera carrera con los niños, se quedaron como los eternos hermanos traviesos que nunca crecieron.
Y qué decir de Carpanta, con aquel extraño sombrero, siempre relamiéndose porque creía ver comida por todas partes con la que saciar un apetito de bulímico. Recuerdo una historieta en la que hacía de extra en el cine y, cuando se fue a comer una pata de jamón, resultó que era de cartón piedra porque formaba parte del decorado. Qué daño se hizo en los dientes el pobre.
Rompetechos era tremendo, un pobre hombre que casi no veía tres en un burro y al que no le pasaban cosas más graves porque Dios no lo quería, pero que iba sembrando el pánico allá por donde iba, y él sin enterarse.
Mortadelo y Filemón eran los mejores. Dos agentes secretos con un jefe que estaba siempre furioso por culpa de ellos. Los disfraces de Mortadelo, un auténtico camaleón, eran de una imaginación portentosa. Cuando no se transformaba parecía muy aburrido, con aquel traje negro. Filemón se cogía unos rebotes tremendos con él cada vez que por su culpa sufrían alguna catástrofe, pero no podían dejar de estar juntos a pesar de todo. Los pequeños detalles que el dibujante incluía de fondo en cada viñeta no tenían desperdicio. Esos bocadillos llenos de cerditos, bombas que estallaban, signos chinos, espirales y todo tipo de símbolos que sustituían a las palabrotas que Filemón o su jefe soltaban cada vez que se apoderaba de ellos la ira eran impagables. Ibáñez es un maestro del cómic en nuestro país.
Don Pío era más soso. Un señor calvo, con bombín, el pelo oscuro a los lados de la cabeza y bigotito repelente, la cara muy redonda y los brazos siempre arqueados a los lados del cuerpo, con los puños cerrados, tenía un aspecto de hombre corriente y aburrido que en realidad encerraba a un tipo con principios, valiente, alguien de honor, un caballero siempre dispuesto a salvar a alguna damisela en peligro o a algún ser desvalido, y a luchar por ellos a brazo partido si llegaba el caso. Un chuleta con pundonor, prohombre era la palabra que se me venía a la cabeza cada vez que lo veía. Lo que me fastidiaba de él era que presumiera tanto de ello, como si se pusiera de ejemplo para los demás. A veces me daban ganas de ver cómo alguna de sus hazañas no llegaba a buen puerto, pero nunca fue así.
La abuelita Paz era un poco odiosa. Tras esa apariencia venerable y apacible de ancianita con moñito blanco, regordeta, cheposa, con un bastón multiusos con el que hacía pagar caro, así como quien no quiere la cosa, cualquier agravio de que se creyese objeto. Antes de preguntar ya estaba atizando. Era la versión humana de Piolín, otro personaje revestido de falsa inocencia que resulta insufrible. La versión más reciente y desquiciada de ella la encontré en Madagascar, sólo que en lugar de bastón llevaba pedazo de bolso.
Luego había otros de menor calado como Mari Pili y Leopoldino un matrimonio muy fino, Anacleto agente secreto, Pepe Gotera y Otilio chapuzas a domicilio, el botones Sacarino, sir Tim O’Theo, Dª Urraca, las hermanas Gilda, la familia Cebolleta, Petra, y un largo etcétera.
La rue del Percebe era sensacional, un edificio de varias plantas cortado en vertical y en el que se veía las cosas que le pasaban a cada personaje en su casa. Un vecindario muy loco, disparatado, real como la vida misma.
Los comics americanos me pillan un poco lejanos, porque he leído pocos y ya siendo mayor. Spiderman o Superman se hicieron famosos para nosotros más por las películas que por los dibujos. Y sin embargo debo reconocer que la técnica del comic americano es impresionante, casi cinematográfica: los planos lejanos y los primeros planos, las sombras, las siluetas perfectas, la magia y el misterio de los ambientes, el lenguaje breve y contundente, significativo, la expresión de las caras, el humo del cigarrillo, los sombreros tapando parte del rostro, la noche en la ciudad, los callejones y las farolas… Son historias en las que los hombres son fríos, viriles, imperturbables, casi mecánicos, con un pequeño resquicio para el sentimentalismo, y las mujeres son “vamp”, bellísimas y estilosas, irresistibles y enigmáticas, muy femeninas, atormentadas, manipuladoras, capaces por amor de cualquier cosa en el último momento.
Aquellos tebeos que me compraban en el quiosco cada semana y que yo esperaba con emoción, eran lecturas divertidas, intrascendentes, con personajes entrañables que poblaron mi mundo hasta que llegué a la adolescencia.
Ahora ya no se ve esa afición, se ha perdido. Sus relatos tan ingenuos moverían hoy a la hilaridad, es posible que ya no tengan sentido. Y sin embargo cuánto me dieron de sí mismos, me parecían reales, auténticos. No es difícil encontrar en nuestro entorno a alguien que se parece a alguno de ellos. Nosotros mismos incluso.

domingo, 6 de septiembre de 2009

En qué piensan las mujeres


La primera vez que vi “En qué piensan las mujeres” me resultó curioso que alguien dedicara una película al hecho de intentar saber qué es lo que nos pasa por la cabeza al sexo femenino, pues a nadie se le ha ocurrido hacer lo mismo con lo que piensan los hombres.
Ignoro si nuestro mundo interior es más complicado que el de ellos, o si somos más difíciles a la hora de descifrarnos, o quizá toda la parafernalia que nos envuelve les fascina a ellos. Cuando Mel Gibson intenta ponerse en nuestro lugar utilizando el rimel (siempre se le mete en el ojo), pintándose las uñas de rojo (qué horror en unas manos tan rudas), depilándose las piernas con cera caliente (casi se case al suelo del dolor), metiéndose los panties (su premura y su falta de delicadeza hace que se le rasguen enseguida), probándose el Wonderbra azul, colocándose un parche en la nariz para limpiar poros…., en fin, está muy cómico, porque no hay nada más hilarante que ver a un hombre intentando parecer una mujer. Y lo siento por los transexuales, porque para su desgracia si no vienes de fábrica con todos los componentes, luego es muy difícil intentar añadirlos o quitarlos, siempre quedan como un postizo.
La verdad es que visto desde el punto de vista de ellos, parece la nuestra una vida complicada y sufridora. Y sin embargo, rastreando en el origen de objetos típicamente femeninos como el lápiz de labios, los panties o el rimel, se ve que fueron los hombres quienes los inventaron. A nosotras nos tocó acostumbrarnos a todas esas cosas, hicimos que formaran parte de nuestra cotidianeidad. También hay mujeres que le dedican mucho tiempo a su aspecto. Yo no he sido nunca una de ellas, si hiciera eso sí supondría para mí una obligación insoportable, innecesaria. Le dedico lo justo.
Cuando Mel Gibson empieza a escuchar lo que dicen todas las féminas que le rodean, casi cree volverse loco. Al principio le asusta saber todas las barbaridades que sus compañeras de trabajo y ex novias piensan de él. Es muy cómodo ir por la vida haciendo lo que le de la gana a uno desentendiéndose de las consecuencias. La verdad es que no sé por qué se sorprende tanto, será porque no se juzga a sí mismo como alguien malo, sino como alguien que vive la vida a su aire.
La psicóloga le abre los ojos: esta nueva cualidad puede serle muy útil. Y así es, puesto que la utilizará para saber lo que quiere una mujer en cada momento y para quitarle el puesto a una compañera a la que roba sus ideas.
Pero estar demasiado tiempo en la mente de una mujer termina pasando factura, se vuelve sensible al sufrimiento ajeno, llora cuando ve en la televisión una cosa triste, se vuelve sincero, deja de ser egoísta y empieza a comportarse como un verdadero padre con su hija adolescente.
Por supuesto que no todos los hombres son como el protagonista de esta película, pero sí es especialmente curioso que a un individuo de esta calaña le pueda pasar algo así, es como un escarmiento. Y lo mejor de todo: aún metido en la piel de una mujer, no deja de ser terriblemente viril.
Es un topicazo casi todo lo que se ve en “En qué piensan las mujeres”: ni nosotras estamos todo el día dándole vueltas a millones de cosas, la mayoría intrascendentales (nos hacen parecer unas cotorras y unas quejicas), ni ellos están todo el tiempo pensando en el sexo (ni en el fútbol, en su versión española). No somos tan distintos, necesitamos y queremos las mismas cosas. No creo que pensemos tan diferente. Los hombres ya deberían saber que no encerramos ningún misterio.
Las mujeres de esta película parecen poseídas de una cierta neurastenia, no sé si será por el tipo de vida que se hace en las grandes ciudades norteamericanas. Si es así, lo siento por ellas, pero no es una muestra representativa del resto de la población femenina.
Lo que sí es cierto es que la experiencia le sirve al protagonista para terminar siendo una mejor persona. Y eso ya es bastante.

viernes, 4 de septiembre de 2009

La teoría de la conspiración


Cuando quedan pocos días para que se conmemore un año más el triste aniversario del atentado del 11-S, la llamada “teoría de la conspiración”, que desde hace bastante tiempo se está desarrollando y extendiendo por todo el mundo, cobra cada vez mayor fuerza.
Según los que la apoyan, fue el propio gobierno de EEUU el que preparó y llevó a cabo los ataques de aquel infausto día. Todo se ha puesto en duda, contradiciendo la versión oficial, desde la forma como se derrumbaron las Torres Gemelas, hasta el impacto del avión destinado al Pentágono y las extrañas circunstancias del cuarto avión que se desvió de la ruta que tenía prevista inicialmente.
El colapso del TWC se asemeja mucho a una demolición controlada. En condiciones normales, exige semanas de preparación. Se procede primero a retirar el cableado de cobre. Materiales como el vidrio se eliminan porque pueden llegar a ser proyectiles mortíferos. Algunas columnas previamente seleccionadas son perforadas y en sus agujeros se coloca nitroglicerina y TNT. Las columnas y muros menores se envuelven con una cuerda de detonación. Se pretende usar la mínima cantidad de explosivo posible, sólo en unas cuantas plantas. Las áreas con explosivos se cubren con un ancho plástico y vallado para absorber los escombros que salen despedidos con la onda expansiva.
Es una implosión, por la que el edificio cae dentro de su propio perímetro y el derrumbe se produce muy rápidamente. Es un método muy peligroso que sólo se utiliza cuando se han descartado otras opciones.
Si el derrumbe de las Torres Gemelas fuera producto de una demolición controlada se habría usado “termita”, una mezcla de óxido férrico y aluminio, que corta por fusión las columnas de acero, y también explosivos.
Al producirse el derrumbe de arriba hacia abajo los pisos inferiores deberían haber ido frenando la caída de los superiores. A muchos les cuesta creer que tardara sólo 15 segundos en venirse abajo, cuando lo normal es que hubiera tardado como poco 3 minutos. Pero no sucede lo mismo que en una demolición convencional, en la que la onda expansiva va de abajo hacia arriba y produce el efecto de retroceso, haciendo caer las plantas, con lo que pasa más tiempo.
En los videos se aprecian pequeñas explosiones en plantas que están bastante más abajo mientras se están desplomando las de arriba, por lo que se ha llegado a decir que son explosiones intencionadas preparadas para facilitar el desastre final.
Colapsaron hacia adentro, como en una explosión controlada normal, pero sí se aprecia en los videos que la caída de las torres no es limpia. La fuerza con la que chocaron los aviones las desestabilizó, especialmente la torre sur, que cayó ligeramente desequilibrada.
También los que respaldan la “teoría de la conspiración” afirman que es muy extraño que se fundiera el núcleo de acero del edificio por muchos incendios que se declararan. La temperatura necesaria para que esto suceda sólo se produce en los altos hornos, pero también es cierto que no es el primer edificio que se colapsa por culpa de una estructura hecha con este material, lo que ha llevado a los arquitectos a replantearse construir los núcleos con hormigón, que resisten muy bien el fuego.
Hay un tercer edificio, el nº 7 del WTC, que también se derrumbó sobre sí mismo y casi a la velocidad de caída libre. No hubo impacto de aviones ni fuego alimentado por combustible. Las Torres Gemelas, que estaban junto a él, depositaron varias toneladas de escombros sobre su estructura. En fotografías de los momentos previos a su derrumbe se puede apreciar cómo el edificio se va deformando hasta ceder de golpe.
El Departamento Sismográfico registró actividad sísmica en el momento del desplome de las torres, tal fue el estruendo y conmoción que originó. Los escombros estuvieron consumiéndose durante meses después del derrumbamiento, y la mayor parte del hormigón fue pulverizado. Se cree que el uso de la “termita” en las explosiones controladas hace que precisamente el metal siga incandescente durante mucho tiempo.
En cuanto al avión que impactó en el Pentágono, se dice que el agujero que hizo el aparato es demasiado pequeño, y que parece más bien producto de un misil lanzado poco antes de que éste se estrellara. Dado que la superficie del avión es fundamentalmente de aluminio, que es blando y ligero, no cabe esperar que el diámetro del orificio se correspondiese con exactitud al del fuselaje y las alas. Son las partes más pesadas las que mayor energía cinética desarrollan, como los motores, de 6 toneladas cada uno, y el tren de aterrizaje. El avión llegó a perforar dos muros.
Las cámaras de vigilancia no recogieron con claridad el impacto, quizá por la velocidad que llevaba el avión, unos 850 km/h. Incluso aunque hubiera ido a la mitad de velocidad no se habría podido apreciar bien.
Lo que sí se ve en una de las grabaciones, antes de la 1ª explosión, es la punta de un objeto sin identificar y que parece muy pequeño para ser el morro del avión, algo explicable por la lente de la cámara tipo “ojo de pez” y la poca resolución de las imágenes.
No se observaron en un primer momento restos de equipajes ni cadáveres, y pocos del avión, pero existen fotografías en las que se ven restos humanos carbonizados y del aparato.
En los despachos afectados por el impacto hay material de oficina sin el menor rastro de haber sido quemado. El choque de un misil no produce un gran incendio, sólo una explosión muy fuerte. Pero la fricción del avión en su trayectoria dentro del edificio produjo una gran bola de fuego que pronto fue sofocada por el derrumbe posterior.
El cuarto avión que iba dirigido no se sabe si al Capitolio o a la Casa Blanca se dice que no fue desviado por el intento de los pasajeros de tomar el control de la nave, si no que fue derribado por un caza para evitar males mayores. El radio de amplitud tan grande en el que se hallaron los restos parecen avalar esta afirmación.
Se dice también que las conversaciones telefónicas supuestamente mantenidas por los pasajeros fueron un montaje para reforzar la teoría del secuestro, ya que el contenido de las mismas es extraño y a esa velocidad y altura no son posibles las llamadas con móviles.
Se ha llegado a cuestionar que Bin Laden tenga nada que ver en el asunto, pues él negó en un primer momento la autoría de los hechos. Se cree que los videos en los que aparece están manipulados, que la persona que sale en ellos se parece poco al verdadero Bin Laden, que lleva un anillo de oro (algo prohibido por el islam) y que escribe una nota con la mano derecha cuando en realidad él es zurdo.
Bin Laden tardó tres años en “reivindicar” los atentados, justo antes de las elecciones presidenciales en EEUU.
Además existió un movimiento bursátil previo a los atentados, cuyas raíces conducen a la plana mayor de la CIA.
Nueve servicios de inteligencia extranjeros habían advertido de un atentado inminente en EEUU usando aviones.
Cada vez más gente reclama que se reabra una investigación internacional. Manifestaciones, conferencias y libros cuestionan la versión oficial de los hechos desde hace años. Si resultara cierta esta “teoría de la conspiración”, fomentada por intereses políticos, militares y económicos de todas clases, estaríamos ante un holocausto de proporciones similares al perpetrado por los nazis. Si la impresión causada por los atentados fue terrorífica, con esta nueva visión del tema resulta ya absolutamente demencial, una pesadilla.
Esperemos que los hechos se aclaren alguna vez, a pesar de que muchos harán lo posible para que así no sea. La verdad debería imponerse por encima de todo.

jueves, 3 de septiembre de 2009

El camino de los sabios




Ha sido interesante el último libro que he leído, “El camino de los sabios”, que compré de casualidad y cuyo autor desconocía, Walter Riso. En él presenta un enfoque vital, una manera distinta de ver las cosas y una forma de crecimiento personal desde la óptica de cuatro filósofos clásicos: Sócrates, Epicuro, Diógenes y Epícteto.
Filosofía terapéutica lo llama, aplicable a la vida cotidiana aún muchos siglos después de haber sido pensada.
Junto con algunos principios y afirmaciones básicas de todos sabidas, planteadas de forma directa y con gran sencillez, hay algunas otras observaciones que me han parecido dignas de mención porque me han dado qué pensar.
Se dice por ejemplo que “la genética tiene algunos principios no negociables: la libertad es uno de ellos”. Y continúa: “Algunas aves que a simple vista parecen desesperanzadas y resignadas, se lanzan al vacío en cuanto se les abre la jaula (…) No dudan un instante”.
Quizá sea el impulso vital más fuerte y persistente de todos cuantos tenemos, una pulsión que no se acaba nunca y que nos acompaña hasta el mismo día de nuestra muerte. Podemos renunciar a otras cosas a lo largo de la vida, pero a la libertad nunca, y cuando eso sucede entonces morimos, si no físicamente sí por dentro. Esta libertad es un estado mental más que otra cosa, porque aunque exista un yugo que nos esclavice o una situación que nos atenace, en nuestro interior hay una parcela de absoluta independencia que sólo puede ser invadida y destruida cuando nos suceden cosas que van más allá de lo humanamente tolerable.
Otro punto interesante es aquel que dice “reconocemos nuestro “yo” en la acción misma de vivir, en el ensayo y el error, en las relaciones que establecemos con los demás y en cualquier acontecimiento que active nuestros esquemas latentes: cada situación es una oportunidad para saber más de ti mismo”. Y es bien cierto. Si viviéramos solos en una isla no nos conoceríamos verdaderamente a nosotros mismos. Nuestro propio conocimiento no proviene únicamente de la visión de nuestra imagen en el espejo o de la reflexión acerca de nuestros actos, sino sobre todo del impacto que causamos en los demás. Los otros son los que corroboran lo que decimos o lo ponen en duda, ellos construyen nuestro universo personal quitando un poquito de aquí y poniendo un poquito allá. Y nuestra casa nunca está completa: a lo largo de toda nuestra existencia se va cimentando y añadiendo nuevos ladrillos hasta que casi al final de la vida conseguimos un edificio más o menos completo. A veces pequeñas grandes catástrofes personales hacen que una parte de lo construido se desmorone, pero los nuevos materiales con los que hacemos la reconstrucción son más fuertes y mejores que los que perdimos. En realidad nunca terminamos de conocernos por completo, nunca sabremos de lo que seremos capaces en situaciones límite hasta que no se producen. Hay además un pequeño reducto interior que es sólo nuestro y sobre el que los demás no tienen ningún control, la independencia de criterio.
Es cierto que utilizamos sólo una pequeña parte de nuestras capacidades, mentales y emocionales.
Riso dice también: “El crecimiento personal puede verse como una estética de la existencia: consiste en recrearme a mí mismo como una obra en la que soy arte y parte (…) La idea que tenemos es que el aprendizaje implica “agregar” algún tipo de conocimiento más que eliminar y/o depurar el que ya poseemos (…) Cuando eliminamos un miedo, prescindimos de un mal hábito o extirpamos una adicción, sin darnos cuenta estamos esculpiéndonos a nosotros mismos”. Cuando nacemos somos materia en estado puro, con todas las cualidades posibles y latentes imaginables, pero es a lo largo de los años cuando nos vamos puliendo, cuando limamos asperezas y nos convertimos, al igual que sucede con las piedras preciosas, en una piedra llena de brillos y belleza. Descubrimos lo que valemos, nuestros potenciales. El resultado podrá ser más o menos perfecto, pero ahí está, luciendo hasta que nos extinguimos.
Otra idea que me ha parecido muy interesante surge de la afirmación de Walter Riso: “Basta una dosis de insolencia inteligente o de oposición sensata para, si somos honestos, sentirnos mejor y fortalecer el “yo” (…) Hay una necesidad irrenunciable del ser humano de salvaguardar su dignidad, especialmente en las causas que parecen perdidas”. No se trata de conseguir la armonía y la paz interior diciendo que sí a todo para no crearse conflictos y formar parte del rebaño de borregos general. No es cuestión tampoco de estar todo el día de reivindicaciones y protestas, en estado de ira permanente, pero sí hay que tener un espíritu crítico, cuestionarse lo que nos rodea, indignarse un poco de vez en cuando y despotricar si llega el caso, por qué no. Mi profunda admiración y respeto por los que dedican su vida e incluso la pierden por una causa justa. Yo no sería capaz de tanto. A pesar de llegar a morir en el intento, parece que luchar por unos ideales llena de sentido una existencia y hasta hace que el sacrificio final alcance valor de símbolo.
Es muy esperanzador cuando dice “hacer de la adversidad un motivo de crecimiento”. Yo de eso sé un rato, y no es tan sencillo como parece según lo plantea. Normalmente la adversidad es motivo de retroceso, de involución, de “horror vacui”. De pronto nada tiene sentido, es como asomarse a un abismo insondable en el que te da la impresión que vas a caer como sigas mucho más rato mirando. Pero, como sigue diciendo, “poseer el control sobre el propio “yo” es motivo de felicidad (…) Lo que guía esta máxima es la búsqueda de la moderación: ceder al placer sin perder el mando. Obviamente, esto significa que siempre habrá alguna tensión interior, cierta contención de los impulsos dirigida por la razón: lo que quiero y lo que debo”. Qué fácil es caer en la tentación, aunque sepas que detrás puede haber un infierno. Debe ser como el que empieza a coquetear con las drogas porque con ellas experimenta sensaciones muy fuertes que de otro modo no experimentaría, hasta que llega el día que se encuentra cara a cara con la muerte. Hay muchas cosas en la vida que pueden llegar a ser igual de adictivas y peligrosas.
Nos tenemos que dar un poco de cancha, concedernos un margen de acierto-error razonable, pero no podemos permitirnos errar el tiro demasiado. Tolerantes y exigentes, pacíficos y combativos, prudentes y un poco locos. La vida consiste en eso, en una constante dualidad de fuerzas contrapuestas que se equilibran y complementan. No sé si será el camino de los sabios que apuntaba Walter Riso en su libro, pero sí puede que se le aproxime bastante.
 
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