lunes, 31 de octubre de 2011

Fotógrafos (VIII): Hagop Garagem



Georgia. 1939

Es muy interesante el trabajo de Hagop Garagem, esas fotos que tomó en los años 20 y hasta los años 40, en las que se ven retratadas todas las clases sociales. Los contrastes se aprecian especialmente cuando aparecen niños, pues a los que son pobres se les ve con ropas modestas y gestos mohínos desempeñando todo tipo de trabajos (repartidores de periódicos, limpiabotas, recaderos), mientras que los de buena posición se ven con ropas elegantes y juguetes caros, y con gesto alegre y satisfecho.

Por el objetivo de Garagem han pasado seres de todo tipo de procedencias, hombres acaudalados descendiendo de coches enormes, mujeres al volante con gesto de guasa (un desafío para la época que se pusieran al volante) o en la playa con los austeros bañadores de entonces, starletts, asalariados con aire indolente en un momento de descanso... También se retratan magníficamente los ambientes, la vida de las calles en EE.UU. en aquellos años, las casas y los establecimientos tanto por dentro como por fuera.

Y cómo no resistirse a la fotografía artística, esos planos simétricos tomados en espacios que se prolongan y repiten, creando una visión casi hipnótica.



Cafetería universitaria en Washington. 1943

Parece mentira que con los rudimentarios medios que existían por aquel entonces y la ausencia de color se pudieran conseguir unos retratos tan sorprendentes de un tiempo y una nación que hace ya tanto que pasaron a la historia. Son fotos impactantes, porque al contemplarlas te llevan directamente al pasado y te introducen en un mundo que nosotros no hemos vivido, pero que así recreado parece como si cobrara vida de nuevo y tuviéramos la oportunidad de desenvolvernos en él, en una especie de realidad virtual.




 






Las imágenes tomadas sin posados, con algunas figuras distorsionadas porque están en movimiento, parecen querer salirse del encuadre en el que han sido capturadas, aprisionadas para la siempre, como si fueran planos de una película que nos estuvieran contando historias.


viernes, 28 de octubre de 2011

Un poco de todo (XXVII)


- Mi gratitud para Antonio Carretero, el último seguidor que se ha adherido a esta nave, maravilloso pintor hiperrealista por lo que he visto, que se suma a otros que con el mismo oficio también se me agregaron en su momento. Me siento muy halagada al despertar interés entre tantos buenos artistas.
- Y siguiendo con noticias estupendas, mi hermana está de nuevo embarazada, de casi dos meses y medio. Ahora puede guardar el reposo que no pudo tener anteriormente porque ya no está trabajando. Sólo las náuseas la molestan de vez en cuando, y desde hace poco, pero son molestias inevitables en estas situaciones. Si todo va como está previsto, tendré un sobrino o sobrina por fin, allá por mayo.

Le he terminado de pasar la ropa que me quedaba en casa de cuando mis hijos eran pequeños (parece mentira para ser mi casa no muy grande la de cosas que me cabían), además de la ropa de premamá que usé, y las revistas sobre embarazo, parto y cuidado de bebés. Había una en cuya portada salía un bebé precioso de unos 6 ó 7 meses, con la piel muy blanca, rubito, grande, con ojos enormes, envuelto en una toquilla blanca y sentado en un sillón. Recuerdo que, cuando estaba embarazada de Miguel Ángel, miraba esa foto y deseaba tener un niño así. Y la verdad es que mi hijo se le parecía mucho a esa edad. Siempre pensé que fue de lo mucho que contemplé aquella imagen. Esa revista la he guardado para mí.

Esta mañana he visto en el autobús a un bebé de esa edad más o menos en su silla, bien abrigado con mantas, que tocaba con sus manitas un juguete de esos que están hechos con una tela rellena blanda y suave, y que si lo aprietas suena una música muy dulce. Sus grandes ojos azules lo miraban con curiosidad, mientras succionaba acompasadamente su chupete, tan a gusto y tan tranquilo. Esa melodía que se extendía por todo el autobús ejercía un efecto relajante y casi te quedabas dormida. Ya queda menos.

- Y la que me trae de cabeza es mi hija. Está muy rebeldusca últimamente, aunque achacarlo a la etapa adolescente por la que pasa me parece un recurso demasiado fácil para justificar lo injustificable. A mis hijos les he dado siempre toda la libertad del mundo para que pudieran desarrollarse como personas sin cortapisas, dándoles unas elementales normas de educación que la mayoría de las veces, la verdad, se han pasado por el arco de triunfo. En ese sentido me siento decepcionada, porque he depositado en ellos una confianza que luego no he visto correspondida. No siempre un exceso de respeto y consideración son correspondidos.

Lo malo es que yo no tengo término medio, o hay una relación entre nosotras sin mayores contratiempos, en el que procuro por las buenas que corrija las cosas que hace mal, sin mucho éxito, o ya tira tanto de la cuerda y tantas veces que termino estallando colérica, muy de vez en cuando, y es como si nos hubiéramos declarado la guerra. Como es un estado que va en contra de mi naturaleza, siento que pierdo un poco la salud cada vez que sucede, y es por ello que no podré perdonarle nunca a Ana que me ponga en esas situaciones límite. Siempre pienso que me está castigando por el divorcio, aunque ella lo niega airada. Bastante malo fue tener que tomar esa decisión como para encima ser juzgada por ello eternamente, como si hubiera tenido muchas alternativas. Un mal matrimonio es como una enfermedad, hay que ponerle remedio porque te puede ir la vida en ello.

Hace poco veía en televisión una entrevista que le hacían a la gran actriz francesa Catherine Deneuve. Decía que cuando era joven y estaba criando a sus hijos sufría mucho porque nunca tenía la certeza de estar haciendo lo correcto en lo que a su educación se refería. Una madre me dijo una vez en el parque, mientras nuestra prole jugaba, que había que darse un poco de cancha, no cuestionarse tanto, no juzgarnos a nosotras mismas tan duramente. Ella había renunciado a su profesión de abogada y reconocía que, al cabo del día, necesitaba un buen rato de relax cuando sus tres hijos por fin estaban dormidos en sus camas, aunque ello supusiera acostarse a la una de la mañana. Tenía que desconectar, pero nunca ponía en duda las cosas que había hecho durante el día, y si algo no le gustaba simplemente procuraba rectificarlo.
La última que se le ha ocurrido a Ana es que en Halloween se va a disfrazar de tigresa, y ya se ha comprado unas orejas y un rabo felinos, aunque éste último no lo va a llevar (menos mal). El año pasado ella y sus amigas se disfrazaron de diablesas. “Ya podríais algún año disfrazaros de lirios del valle”, se me ha ocurrido decirle. “Sí hombre, mamá, de monjas si quieres”, me ha contestado con sorna, bastante picada.


En fin, paciencia. Ignoro lo que va a ser de ella a este paso, pero ignoro más aún lo que va a ser de mí.

miércoles, 26 de octubre de 2011

La boda de mi amiga (II)


No sé si es plenamente consciente mi amiga de lo afortunada que es con la familia política con la que ha emparentado. A ella más que a nadie le hacía falta poder encontrar el amor de unos padres que le han faltado desde temprano y el calor de un hogar. Es proverbial el cariño y la atención que la gente asturiana tiene con todos los que vienen de fuera.

La hermana del novio, muy espiritual y elegante, me habló de su profesión de periodista por temporadas, según le saliera el trabajo, aunque quería preparar oposiciones para ser funcionaria. Casualidades de la vida.

En la mesa donde estaban los parientes del suegro se oía hablar en gallego.

En un cierto momento, terminada la comida, estaban solos los novios en su mesa cuando una de las hermanas, la que conduce tan mal, le pasó una tarjeta en la que dedicaba unas palabras a sus padres, fallecidos hace algunos años. Mi amiga no pudo evitar emocionarse y derramó cuantiosas lágrimas abrazada a su recién estrenado marido, con la cara escondida en el cuello de él. Éste la abrazó estrechamente cerrando los ojos, sintiendo su dolor, durante un largo rato, solos los dos, en un momento de intimidad. Fue un llanto manso, lleno de impotencia y desconsuelo por lo irremediable de la muerte. Cómo los echaría en falta mi amiga en un día tan señalado, especialmente a su madre. También le sirvió a ella para desahogarse de los nervios pasados con toda la ceremonia.

Y la fiesta continuó. La novia lanzó un ramo que había comprado para ese momento, pues el que usó en la iglesia lo iba a depositar en la tumba de sus padres. La única que tenía interés en cogerlo, la amiga a la que perseguía el hermano del novio, se abalanzó sobre él como una fiera. Luego la novia ideó algo similar para los hombres. ¿Por qué no tienen ellos su momento ramo, a ver quién de ellos dejaba de ser soltero?. Pero había que darle una nota un poco picante, y lo que se lanzó fue la liga azul de la novia. Todos esquivaron aquella cosa que, volando, se les venía encima, amenazando la costumbre de su soltería. El único que se abalanzó sobre el objeto cuando ya había caído al suelo fue, cómo no, el hermano del novio. Y entonces se dio una situación rocambolesca: de repente apareció la madre del novio y le ofreció a ese hijo que aún quedaba soltero a la amiga que cogió el ramo, que puso cara de pócker, sin saber qué decir. Era evidente que aquello no podía cuajar. Lástima, hubieran hecho una curiosa pareja.

Dos de las amigas eran muy bailonas y tuvieron entretenidos a los amigos del novio, que también lo eran. En un par de ocasiones nos pusimos todos a bailar la conga alrededor del salón, y una de las veces la encabezó la niña, que estaba encantada. Ella nos había hecho reir durante la comida con sus ocurrencias, y si alguien gritaba diciendo aquello de que se besen los novios ella se enfadaba mucho porque, claro, le habían enseñado que no se debe alzar la voz.

Pero la más bailona de todos fue finalmente la novia, que seguía en la pista cuando ya estaba todo el mundo derrotado. Sus clases de baile, de las que me hablaba en más de una ocasión, salieron a relucir.

Salí un rato con dos de las amigas a ver la rojiza puesta de sol sobre el Cantábrico. En la otra punta de la costa habíamos estado mi amiga ahora recién casada y yo contemplando ese mar hace tres años sin saber lo que el futuro depararía. Acostumbrada al Mediterráneo, aquí el agua parece tener una tonalidad más oscura, es más transparente, llega con espumosa calma a las rocas y no tiene olor.

Y la tarde cayó y llegó la noche en aquel salón acristalado. Sólo quedábamos unos pocos invitados. De regreso al hotel nos pusimos ropa cómoda y volvimos al Café Plaza a tomar algo ligero. De nuevo me sorprendieron cuando sirvieron un té a una de las amigas que venía metido en un tubito en lugar de en bolsita, y le pusieron tres pequeños relojes de arena metidos en un soporte metálico, cada arena de un tono pastel diferente, que servían para saber en qué punto querías tomarlo: si dejabas pasar poco tiempo es que lo querías suave, un poco más de tiempo con sabor algo más fuerte, y mucho tiempo muy fuerte.

Al día siguiente, tras despedirnos de los invitados que se alojaban en el hotel, salí con las hermanas y la amiga, con las que hice el camino de ida, a pasear un rato por Gijón. Nos acercamos al puerto deportivo, que ya conocía. La vida allí es muy plácida, los paseantes se movían sin prisas o se sentaban en los bancos a tomar el sol, tan espléndido como el día anterior. Admira la limpieza y la anchura de las calles, y la educación y amabilidad de su gente. Contrasta con la suciedad de Madrid , su deterioro y su creciente crispación.

Y volvimos atravesando las escarpadas montañas cubiertas de bosques y bordeando los valles tapizados con un manto verde, salpicados con órreos, casas de dos plantas, huertos y vacas que pastaban tranquilamente. Al llegar a León las montañas no eran tan altas, pero el paisaje seguía siendo tan hermoso como en Asturias.

Se cumplió el sueño de mi amiga de encontrar al amor de su vida y subir al altar. Sé que quiere tener hijos y que no va a tardar mucho en cumplir también este sueño. Una nueva etapa, una aventura, comienza ahora para ella.

martes, 25 de octubre de 2011

La boda de mi amiga (I)


El pasado día 15 se casó por fin mi amiga. Como lo hizo en Gijón, donde vive su familia política, porque su suegro está delicado de salud y no puede viajar, nos fuimos para allá un día antes y volvimos el día después.

Marchamos en el coche de una de sus hermanas, en el que iba la otra hermana también y una amiga. Tuve ocasión hasta de conectar un GPS, algo que nunca había hecho antes y que resultó muy sencillo, pero a la conductora, entre lo mal que conducía y lo poco que se orientaba, no le sirvió de mucho. Fue un recorrido interminable, aunque la belleza de los paisajes lo amenizaba un poco. Las hermanas llevaban también a su perrito, que pasó todo el tiempo enroscado en el asiento de atrás durmiendo. Es un bendito.

El hotel estaba muy bien. En la foto se puede ver. Sobre las paredes había una cenefa de conchas y estrellas de mar, motivos decorativos que les deben gustar mucho en esas tierras, porque las cortinas del salón de banquetes también las tenían. Estaba situado cerca de la playa, sólo un edificio nos separaba del mar. De vez en cuando se veía cruzar la calle a algún surfista con la tabla bajo el brazo, y sin traje de neopreno. Me sorprendía tan poco miedo al frío del Cantábrico, y más ya bien entrado el otoño. Compartí habitación con la madre de otra de las amigas, que como venía con su marido y su hija (la niña que iba a llevar las arras) ya no tenían sitio en su habitación. Resultó ser una señora muy agradable que estaba un poco deprimida porque se acordaba de cuando vivió en Gijón con su marido, fallecido un año atrás.

Llegaron los novios y nos fuimos las amigas con ellos a cenar. Pasamos por delante de la iglesia donde se iban a casar, que de noche estaba preciosa con la fachada iluminada. Encontramos un sitio precioso cerca del hotel a muy buen precio, el Café Plaza. Me sorprendió un aperitivo que nos pusieron mientras esperábamos: un crepe relleno de jamón y queso fundido acompañado de un tubito lleno de arroz con leche y canela que sabía a natillas caseras.

Por la mañana, cuando quedaba menos de una hora para el enlace, subimos las amigas a ayudar a vestir a la novia en la suite nupcial cuando llegó de la peluquería. El fotógrafo no tardó en aparecer y, mientras él hacía su trabajo, yo también hacía fotos. Mi amiga estaba guapísima recién peinada y maquillada, y con su manicura francesa perfecta. Cuando bajamos ya la estaba esperando un coche magnífico, en el que iría con el padrino.

Nosotras fuimos prestas a pie a la iglesia, que estaba cerca. Al ser la iglesia de San Lorenzo, se veía al santo en el retablo mayor con una parrilla en la mano. El sagrario curiosamente estaba situado en un lateral, no en el altar. El sacerdote era un hombre muy afectuoso y simpático que desprendía una gran humanidad y que habló muy bien. Dijo cosas como que los bienes materiales no llenan una vida, sólo el amor puede llenar el corazón, y que si una persona te lo da todo, su existencia, sus mejores años, sus atenciones y cuidados, no se le puede defraudar. El novio, pendiente de mi amiga en todo momento, levantó con gran delicadeza su velo para despejar su rostro. La niña que llevaba las arras, una muñeca de 3 años con bucles y un vestido precioso, no quería salir porque sentía temor (no había habido ensayos), y su madre tuvo que llevarla obligada. Me acordé tanto de mi hija a su edad, que también tenía bucles, que pensé lo cruel que era que el tiempo pasara tan deprisa.

Cuando salimos, mientras los novios y padrinos se hacían fotos en un parque de la zona, nos fuimos con uno de los amigos del novio por el paseo marítimo de S. Lorenzo hasta el restaurante, situado al final de la playa. Lucía un sol espléndido y nos hicimos algunas fotos con el mar de fondo. Me sorprendió lo mucho que había retrocedido la marea en comparación con el día anterior por la tarde, en que salimos la hermana mayor de mi amiga y yo a pasear al perrito por la playa, pues estaba muy alta y casi no había arena por donde caminar. El perrito no había visto nunca el mar y al principio le ladraba a las pequeñas olas espumosas según venían, pero luego se acostumbró y se lo pasó en grande corriendo suelto por todas partes con otros perros. Lo malo es que le salió al encuentro una galga espectacular, preciosa, y su tamaño lo amedrentó un poco, aunque sólo quería jugar. La playa, aquella mañana soleada camino del restaurante, se veía gigantesca, muy bonita.

El restaurante estaba situado junto al paseo en un primer piso desde el que se dominaba la costa. Me acordé de la 1ª vez que visité Gijón hace 3 años con mi amiga. Lo conocimos juntas, y nunca pensamos que después hallaría al amor de su vida en Madrid en la figura de un asturiano cuya familia vivía cerca de algunos de los sitios por los que pasamos entonces. El destino nos alcanza siempre, tarde o temprano. La flamante novia me lo recordó después más de una vez con emoción.

Antes de la comida un pequeño cocktail. Ya en la mesa se sentó a mi lado otro de los amigos del novio, que nos estuvo ilustrando sobre algunos de los platos típicos de la zona, con nombres que ahora no recuerdo, y sobre las condiciones del mar y la playa. Afirmó que hay gente que se baña pese al frío todos los días del año. Una de las amigas estaba muy resfriada, porque el día que llegamos no se le ocurrió otra cosa, viendo bañistas y surfistas, que darse un remojón. A nuestro improvisado interlocutor no pude dejar de alabarle las delicias de la comida asturiana, pues una simple tostada en el desayuno que me había tomado esa mañana tenía un sabor exquisito. Él pareció complacido con cada lisonja que le dedicaba a su tierra. Se le notaba mucho el acento al hablar. Nos dijo que era de Langreo. El secreto de los manjares asturianos es sin duda el uso de productos de 1ª calidad y una cocina a la antigua usanza que en otros sitios de España está cada vez más en desuso.


Comida copiosa, cómo no, estábamos en el Norte, tres platos además de postre, café y licor. Luego baile y conversación. El hermano del novio no paraba de hacer chistes para atraer la atención de una de las amigas, que pasaba de él. El padre nos contó con mucha gracia pequeñas anécdotas de su vida y nos invitó a volver no tardando mucho. La madre nos abrazó y nos besó y hablaba con simpatía y ternura acerca de todo, es una persona muy alegre y vital. Le faltó tiempo para levantar a una señora que estaba en otra mesa y presentárnosla como una amiga de toda la vida que vivía en León. La aludida, una de esas mujeres de pueblo que por su piel curtida se ve que está acostumbrada a pasar mucho tiempo a la intemperie, arreglada para la ocasión con la típica blusa blanca, la falda recta y un collar de perlas, se le humedecían los ojos al oir hablar de sí misma tan cariñosamente. Más tarde se acercaría a nosotras para seguir charlando. Son personas entrañables.

lunes, 24 de octubre de 2011

Dentista


Lleva poco más de dos años mi hijo yendo al dentista, y la verdad es que durante ese tiempo la transformación que ha sufrido Miguel Ángel en todos los sentidos ha sido más que evidente.

La primera vez que fuimos y conocimos a la doctora Laura nos pareció muy dulce. Como es el área de atención infantil y juvenil, está acostumbrada a tratar sobre todo con niños más pequeños, y siempre habla a Miguel Ángel como si tuviera 5 ó 6 años. Mientras trabaja en su boca, va diciendo con voz cariñosa todo lo que ve y le regaña entre suave e insistente por no tener más cuidado con su higiene dental.

Yo espero en un asiento cerca de ellos, y mientras escucho lo que dice la doctora, observo cómo está decorada su consulta, llena de dibujos que sus pequeños pacientes le dedican cuando pasan por allí.

Creo que fue al final de la segunda visita cuando Miguel Ángel se medio desmayó. Nos encaminábamos a la salida cuando veo que se va desplomando poco a poco a mi lado. Lo sujeté como pude, antes de que cayera al suelo, pero no podía con él. En seguida acudieron algunas de las personas que estaban sentadas en la sala de espera y me ayudaron a ponerlo en uno de los sillones, donde se quedó medio recostado, pálido como un muerto. Un hombre muy amable llegó con gran presteza con una lata de Coca Cola, que le vino muy bien. Y lo que es la educación, todos volvieron a sus asientos, nos echaron un pequeño vistazo para ver si todo iba bien y no volvieron a mirarnos más. No hicieron lo que la mayoría de la gente, que se queda mirando fijamente ante cualquier percance que suceda a su alrededor.

La clínica a la que acudimos es un sitio muy caro que está situado en una zona inmejorable de Madrid. Allí van personas con una clase impresionante, algo que se nota enseguida y no precisamente por la ostentación en el vestir o cosa parecida. Y por supuesto se percibe en los modales, que son exquisitos. Nos la recomendó mi padre, que a su vez se la había recomendado un antiguo compañero de trabajo. Él tuvo que rehacer toda su boca y la verdad es que le hicieron un trabajo exhaustivo: ignoraba que se pudiera estudiar el tono de la dentadura postiza en función del tono de tu piel, para saber qué es lo que queda mejor estéticamente.

La última vez que fuimos, hace un par de días, la doctora Laura había cambiado de consulta. Ya no se veían dibujos de los niños a los que atiende. Una gran encimera blanca con cajoneras amarillas circundaba casi toda la habitación, un par de lavabos, dispensadores de jabón y papel, un visor luminoso para poner radiografías, pequeños artilugios aquí y allá y un busto recubierto con una piel de de goma demasiado rosácea que representaba un hombre con los ojos cerrados y la boca abierta. Tenía un look años 50 y bien podrían haberlo adquirido en una tienda de objetos kitsch.

Miguel Ángel, más natural y comunicativo que nunca (benditas terapias), dijo qué pieza quería que le arreglasen, de todas las que se tiene que empastar (sólo es una por sesión), y le pidió a la doctora que no le metiese el gancho antes de haberle puesto la anestesia, como había hecho en ocasiones anteriores, afirmando con una curiosa frase que“porque veo a Cristo”. Laura suele introducir una especie de gancho entre los dientes para comprobar los deterioros antes de ponerse a trabajar. Después de aquello, hasta las hizo reir a ella y la auxiliar en una par de ocasiones con sus ocurrencias.

La enfermera auxiliar, una chica sudamericana muy atractiva que lleva siempre su pelo azabache y brillante recogido en una cola, vestía llamativa chaqueta sanitaria fucsia con zuecos de goma a juego, y pantalón tostado. Ella es la que mantiene el tubo azul aspirador de salivas en la boca de los pacientes.

"Mira mamá cómo lo tiene", me dice Laura siempre que vamos, para enseñarme con el espejito metido dentro de la boca de Miguel Ángel en qué estado se encuentra su dentadura. Nos llama mamá a todas las madres que pasamos por allí porque no sabe nuestros nombres. Yo me levanto y me acerco un momento a ver lo que me quiere enseñar.

En una pantalla superpanorámica de ordenador aparece a un lado una interminable lista de pacientes cuyo primer apellido coincide con el de Miguel Ángel, y pinchado el nombre de él se abre en el otro lado la última radiografía maxilar que le hicieron.

Mi hijo, tendido sobre un largo sillón abatible, se dejaba hacer. Un gran brazo amarillo anclado en el techo acercaba una potente luz a su cara, y otro brazo del mismo color salía del sillón sujetando una gran bandeja. De una mesa móvil llena de artilugios iba sacando la doctora todo lo que necesitaba: un torno, la varilla con espejito, el tubo de aire a presión, el administrador de la pasta… La auxiliar, ya casi al final, se puso unas gafas rojas e introdujo en su boca una pistola con una luz fosforescente, que actúa de secado.

Viendo a Miguel Ángel allí tumbado y con toda esa luz y parafernalia alrededor, me recordó al astronauta de 2001: una odisea del espacio, cuando el protagonista permanece en el interior de la nave, en un ambiente aséptico aparentemente tranquilo pero en realidad víctima de una amenaza soterrada a punto de caer sobre él. Dominados por las máquinas.

Interrumpe el devenir de mis elucubraciones fantásticas la llegada de otro doctor, el dueño de la clínica, que pese a no ser mayor se mueve trabajosamente con ayuda de un bastón metálico oscuro. Posa sus cálidos ojos azul claro en nosotras mientras se lamenta con una suave voz de los técnicos que tendrían que haber venido para arreglar un problema informático.

Miguel Ángel me preguntaba que por qué le regañaba la doctora por no ser lo suficientemente cuidadoso con su boca. "Yo le doy de comer", me dice. Él desconoce aún lo que es la ética profesional. "También los policías amonestan a los que infringen la ley, aunque el que exista delincuentes les permita tener trabajo, porque lo que está bien hecho es lo correcto siempre", se me ocurre decirle.

Miguel Ángel ahora llega casi al final del sillón cuando está tumbado de lo mucho que ha crecido, no como al principio, y ya no ha vuelto a desmayarse, aunque se siga poniendo nervioso. Lo de tener miedo al dentista es un mito del pasado en lugares así.

viernes, 21 de octubre de 2011

La justicia según Esteban


En algún momento dado de nuestras vidas todos tenemos necesidad de hacer valer nuestros derechos, con independencia de los años que tengamos, pero si ésto sucede cuando se es aún muy joven puede resultar algo realmente conmovedor.

Esteban tiene 14 años y ha sido compañero de mi hija en el colegio y hasta el año pasado en el instituto. Él es ecuatoriano, y desde pequeño tuvo siempre una seriedad y un aire reflexivo que no era corriente a su edad. Y ahora, siendo ya un adolescente, ha sacado a relucir su fuerza de carácter y su gran personalidad.

Su madre, Margarita, me contaba entre apenada e indignada lo que le había pasado. Esteban no estaba contento con el grupo que le han asignado este curso, donde no conocía a nadie y se sentía solo, pidió a la jefatura de estudios que le cambiaran, pero le dijeron que no. Por si fuera poco había solicitado de optativa teatro, pero le pusieron en una que no había solicitado y que no le gustaba, y cuando fue a reclamar le contestaron que en la que él quería ya estaba el cupo completo. Pidió otra optativa que le gustaba un poco más que la que le habían asignado, ampliación de matemáticas, para la que por lo visto es necesario tener buenos conocimientos en la materia. Le hicieron pasar por un examen de prueba al que no someten nunca a nadie, que superó, para terminar diciéndole que ya había transcurrido demasiado tiempo y que se tenía que conformarse con el grupo y la optativa asignados.

Esteban, indignado, protestó primero ante una de las jefas de estudio y luego ante la otra. Al final cayó en la cuenta de que era evidente que se habían dedicado a marear la perdiz para demorar la decisión y así poder decirle que ya era tarde. Esteban se sintió impotente, humillado, pisoteado en sus derechos. Sólo unos cuantos consiguen que les cambien de grupo cuando lo han solicitado, los enchufados como dicen él y mi hija, que también quería que la cambiaran, infructuosamente. Entre los que tienen bula está, cómo no, la hija de una de las jefas de estudios. Es vox populi.

Y así estos pobres púberes han entrado de lleno en la lamentable espiral de intereses creados y pequeñas infamias y corruptelas que constituyen una de las principales lacras que caracterizan el mundo de los adultos. Seres que están empezando a vivir, que aún conservan su inocencia y su sentido de la justicia intactos, no hacen más que recibir deplorables ejemplos a cerca de lo que no se debe ser nunca, un oportunista, un caradura, un lameculos. Si le haces la pelota a la persona adecuada conseguirás todo lo que quieras, si sólo expones tu honestidad, tu sentido de lo que es justo y tu necesidad, serás apartado como quien sacude la mano para espantar un insecto que está molestando.

Margarita quería confraternizar, quitarle importancia al asunto, intentar que Esteban siguiera sintiendo respeto por la autoridad y que las aguas volvieran a su cauce. Pero ya era demasiado tarde, incluso llegó a reprocharle a su madre que no hubiera estado lo bastante contundente cuando fue a hablar por él. Sabía que la razón estaba de su parte y que había sido víctima de una discriminación, de una injusticia, y daba igual lo que pudiera decir ni su madre ni nadie. Todos los días había ido a la jefatura de estudios, haciendo gala de una determinación que muchos quisieran para sí, y se habían dedicado a darle largas, el "vuelva usted mañana" que decía Larra. “Como hay un Dios, en el que creo, que esas locas tarde o temprano tendrán su merecido”, exclamó refiriéndose a las jefas de estudio, sus verdugas. Esas locas que le habían estado intentando confundir cuando eran ellas las que estaban confundidas. A falta de una justicia humana, apelaba el pobre a la justicia divina. Alcemos nuestro dedo índice enhiesto hacia el cielo esperando que caiga el rayo castigador sobre los indeseables. El recurso a la pataleta, pálido deseo de venganza que alguna vez puede que se vea satisfecho. Al final lo que han conseguido es que Esteban afronte el curso con desánimo y que esté menos motivado para el estudio. Pero a ellos eso les da igual.

Me conmueve Esteban y su sentido de lo que está bien y está mal, su honestidad consigo mismo y para todo lo demás, su rectitud, la tranquila seguridad de sus convicciones personales. A su madre le hace gracia tanta formalidad en un chico que aún es un niño, nadie mejor que ella para entender lo que piensa y siente su hijo, cómo es él. Pero ya con 14 años muchos chavales saben perfectamente lo que quieren y lo que es correcto, y siendo como Esteban lucharán contra los elementos para hacer valer su causa.

Le deseo a Esteban suerte en el futuro, para que en su vida no tenga que bregar con demasiadas situaciones en las que tenga que poner a prueba su determinación y su sentido de la justicia. Porque ser una persona de bien resulta algo quijotesco hoy en día, casi una heroicidad. Quisiera que no perdiera su fe en el ser humano ni sus ganas de estudiar. Ocasiones habrá en que encuentre justicia donde parezca no haberla y personas justas como él. Ocasiones habrá en que su rectitud sea reconocida en lugar de desechada. Ojalá nunca se aparte de ese camino, siempre inasequible al desaliento.

jueves, 20 de octubre de 2011

Un poco de todo (XXVI)


- Hay ciertas películas que, por muchas veces que las veamos, nos producen sensaciones diferentes en cada ocasión, o nos llevan a reflexiones distintas cada vez. Me ha pasado con Lo que el viento se llevó, que cogí en los últimos tres cuartos de hora finales. Es la parte que menos he visto, porque es tan larga que rara vez he podido llegar a su término. Pero es el momento de la historia que más me ha dado qué pensar.

Son muchas pasiones amorosas las que aquí se mezclan y confunden. Los protagonistas, que se quieren y parecen mucho y, sin embargo, no pueden estar juntos. Luego un hombre que está casado con la mujer más buena que hallarse pueda y que no se da cuenta de que la ama hasta que ésta está agonizando. La vida es así, o el amor en particular, un cúmulo de encuentros y desencuentros, de incomprensiones, un perseguir infructuosamente algo que anhelamos sin darnos cuenta de que a lo mejor lo tenemos al alcance de la mano.

Son tiempos difíciles los que se cuentan en Lo que el viento se llevó, cuando sobreviene una guerra y arrasan tu casa, incendian tu ciudad, matan a los hombres en el frente y no hay qué comer. Escarbar la tierra y alzar las manos al cielo con unos cuantos matojos entre los dedos, jurando que nunca más se volverá a pasar hambre, es una de las muchas pataletas que sufren algunos de los personajes de la película cuando se ven en situaciones límite. Un gesto muy teatral, eso sí, pero inútil.

Si lo miramos desapasionadamente, se trata en realidad de un montón de seres inmaduros que no saben bien lo que quieren, y cuando lo tienen tampoco saben cómo tratarlo ni conservarlo. No se permiten una felicidad duradera, son masoquistas aún sin quererlo, parece que disfrutan más sufriendo y complicando las cosas que dejando fluir la vida con naturalidad.

Son existencias extremas, tan pronto carecen de todo como nadan en la abundancia, igual añoran algo que no tienen como cuando lo consiguen no lo saben valorar. Nada les parece bien, nada les es suficiente, siempre están insatisfechos.

No está hecha la sencillez y la comodidad para los espíritus complicados. La vida que transcurre sin incidentes es menos sabrosa, más insípida. A lo mejor tienen razón.

- No soy aficionada a la prensa del corazón, antes al contrario, la encuentro aborrecible, pero los comentarios que ha suscitado la boda de la duquesa de Alba me parece que rebasan el vaso de la estupidez habitual. Todo lo que esta mujer dice o hace genera críticas encendidas, se le reprocha por sistema cualquier cosa. Puede parecer ridícula con sus muchos años vestida de rosa y terriblemente decrépita el día de su tercer matrimonio, queriendo vivir plenamente una vez más a pesar de sus limitaciones físicas y las que le quieren imponer los demás. Ella no siente los años que tiene, y sí una pasión admirable por la vida.

Me parece estupendo que haya alguien que se niegue a vestir, pensar, amar y, en suma, vivir de acuerdo con las normas que otros han establecido para cada edad: en tal momento de tu existencia lo normal es que hagas esto, digas lo otro, tengas esta apariencia… Es absurdo. Yo creo que a esta mujer lo que le tienen es una gran envidia, no ya sólo por su posición social y su incalculable fortuna, sino por su forma de vivir, tan libre, siempre inasequible al desaliento a pesar de sus muchos avatares.

Hay que ser de miras muy estrechas para intentar imaginar a alguien como ella en un matrimonio convencional. La gente se hace preguntas anodinas sobre su relación: que si de qué van a hablar, pues a ella le cuesta mucho vocalizar con su parálisis facial, que si qué van a hacer en la cama a estas alturas, que si él está con ella por interés, etc. Qué poca imaginación, cuánta pacatería, es muy aburrido todo esto. Pensar en el matrimonio en términos tan rígidos es completamente empobrecedor.

El amor es como un libro abierto cuyas páginas están aún por escribir. Ninguna consideración de tipo social (edad, posición, nivel económico) tiene aquí cabida, está de más, porque es un estado de gracia en el que nos encontramos desnudos, despojados de las muchas capas de cebolla con las que nos vamos recubriendo a lo largo de la vida. Aquí sólo cabe la ternura, y nuestra humanidad.

Y es que no hay más que verla a ella, postrada hasta hace poco en una silla de ruedas y con sobrepeso, y ahora a moviéndose libremente y con una espléndida figura.

Hablar habla de sobra y con inteligencia, mejor que muchos que no tienen su problema ni sus años. No hacen falta muchas cosas cuando existe entendimiento entre dos personas, la comunicación fluye con facilidad. Y en cuanto al interés económico, ella tiene todos sus cabos atados, a sus ávidos hijos no les va a faltar nada cuando ella fallezca.

Y además es algo privado, es su vida y hará con ella lo que le parezca, como todo el mundo. O casi.

lunes, 17 de octubre de 2011

Un ser a medio hacer


Miguel Ángel llevaba unos días un poco más callado y serio de lo habitual, pero hace unos días recuperó repentinamente ese entusiasmo que embarga su persona en los últimos tiempos. No tardé en saber cuál era la razón: Artemisa había estado ausente un par de semanas y había regresado. Qué curioso es el amor, que aunque resulte imposible, una quimera, nos aporta la dosis suficiente de alegría e ilusión para llenar la vida, y nos hace olvidar por un momento penas pasadas. El saber que alguien te quiere y se preocupa por ti, y que tienes a quien querer y de quien preocuparte, es un acicate sin igual para el tono vital. Sin él la existencia se vuelve insulsa, la comida no sabe a nada, el sueño no es reparador, la autoestima está en horas bajas.

Parece mentira que haya cumplido ya 16 añazos, el día 3. Si no hace tanto que era un bebé entre mis brazos, un niño pequeño que correteaba de aquí para allá. Ojalá hubiera podido ponerse en tratamiento mucho antes, en su infancia habría sido más feliz.

El otro día me preguntaba si este año no iba a haber algún viajecito, porque llevamos dos años saliendo por ahí fuera en estas fechas. Me sorprendió que me lo dijera, pues no me pareció que disfrutaran él y su hermana tanto como yo, a estas edades lo único que quieren es estar con sus amigos. Miguel Ángel, además, en el viaje a Londres del año pasado ya se encontraba mal, aún no había iniciado su terapia, aunque él no lo recuerda así, afirma haberlo pasado bien. Si viajáramos ahora seguro que disfrutaría mucho más.

A Anita no le apetece nada, necesita estar siempre con sus amigos y, en ese sentido, es un espíritu menos libre, pero mucho más mundano y social.

Miguel Ángel está en esa fase en que ya empieza a ser un hombre, pero todavía sigue siendo un niño. El otro día echaban por televisión la versión de Walt Disney de Alicia en el País de las Maravillas, y él seguía atento toda la historia. Desde que era pequeño no la había vuelto a ver, y yo creo que estaba recordando. Como ya es mayor la contemplaba desde otra óptica, apreciando los detalles, los diálogos, la sensibilidad que este dibujante ponía en todas sus creaciones. “¿Quién hizo esta película?”, me preguntó. “Pues Walt Disney”, le dije. Se quedó un momento pensativo y luego afirmó entusiasta y rotundo: “Pues deberían darle un premio”. Confesó que de niño le daba miedo el gato a rayas que aparece y desaparece, y que es tan siniestro, confuso y equívoco como el resto de los personajes.

Me gustó que supiera apreciar el sentido y el talento de una película de animación que para muchos, seguramente, resulte ya antigua y trasnochada, sensiblona y algo cursi, y que nada tiene que ver con lo que se lleva hoy en día. Y al mismo tiempo, el que disfrutara con un film infantil siendo ya casi un hombre me conmovió mucho. Aunque concuerda bastante con su carácter, porque siempre ha sido muy tierno y dulce. En realidad su personalidad se está forjando, es un ser a medio hacer, y me gustaría que ciertos aspectos de su carácter no se perdieran nunca.

jueves, 13 de octubre de 2011

El desfile de la Hispanidad


Nunca antes había visto completo el desfile militar con motivo del Día de la Hispanidad, pero ayer estaba tan interesado mi hijo que lo estuvimos contemplando en televisión.

Él ya me había avisado de que algunas de las demostraciones aéreas que allí tienen lugar las podíamos ver simultáneamente desde casa, y así fue. Cuando descendía el paracaidista que llevaba la bandera de España atada a un pie, lo avistamos a lo lejos por la ventana, dando círculos mientras bajaba lentamente, con la enseña ondeando al viento. Lo mismo ocurrió cuando los cazas sobrevolaron el cielo por encima de unos edificios que están cerca de mi casa, dejando su estela de humo rojo y amarillo que al cabo de un rato se transformó en nubes rosadas.

La familia real estaba muy seria, diría yo que preocupada. Había habido abucheos cuando llegaron y empezaron a saludar a los miembros del gobierno y jefes militares. El príncipe miraba a un lado y al otro con ojos desconfiados y malhumorados mientras hacía el saludo militar junto a su padre al sonar el himno nacional, gesto idéntico al que exhibió el año pasado. El rey parecía estar muy tranquilo. Es un señor mayor que está delicado de salud y su máxima preocupación debía ser sin duda ser capaz de mantenerse en pie el tiempo que durara la ceremonia, a duras penas ayudado por su muleta futurista. A ciertas alturas de la vida se está pendiente de lo básico, y sobra todo lo demás. No así su hijo, que se siente herido en su orgullo y sufre por su familia.

Los abucheos, que este año fueron escasos, a mí me parece que van dirigidos sólo a los miembros del Gobierno, pero al estar todos allí juntos y revueltos se crea una situación muy incómoda. Y eso que se habían instalado paneles electrónicos advirtiendo que se guardara silencio y se tuviera respeto. Es increíble que tengan que poner ese tipo de cosas para que la gente se comporte con educación, aunque supongo que se tratará sólo de unos pocos exaltados y agitadores.

En la tribuna la familia real y autoridades presenciaron el desfile por primera vez sentados. Las condiciones físicas del rey así lo exigían. No sé por qué no delega estas cosas en su hijo, qué manía tienen ciertas figuras, monarcas y papas, en mantenerse en el puesto cueste lo que cueste, no se resignan a la jubilación, como si creyeran que se los fuera a relegar, a no tener en cuenta. Eso no es así: cuando uno ha cumplido su misión en la vida y además durante tanto tiempo, siempre hay un momento en que llega el merecido descanso y hay que saber retirarse antes de que no se pueda desempeñar el cargo con dignidad. Hay que tener clase hasta para eso.

Después de izar la bandera y de depositar la corona funeraria en honor a todos los que dieron su sangre por la patria, acto durante el que se entonaron cánticos exaltados y sentimentales, comenzó el desfile. Me pareció curioso que estuviera encabezado por 36 Harley Davison de la Guardia Civil (qué marcha), seguido de un montón de ancianitos puestos de pie muy tiesos en vehículos todoterreno que representaban a los veteranos, todos con traje azul, a los reservistas voluntarios y creo que también a los mutilados.

Luego siguieron los boinas negras de la Infantería Ligera de la BRIPAC, Unidad Militar de Emergencia, Unidad de Artillería, Artillería Antiaérea, Unidad de Transmisiones, Unidad mixta motorizada de la Guardia Civil, Regimiento Batería acorazada con carros de combate Leopardo 3, Unidad de Infantería de Marina, y Vehículos Centauro del Grupo de Reconocimiento de la Brigada de Infantería aerotransportable.

Volaron en escuadrón los aviones de combate F-18 dejando su estela con los colores de la bandera, los Mirage F-1, los aviones Hércules amarillos apagafuegos, los helicópteros Tigre y los camuflados de doble hélice (de esos dijo mi hijo que se tirará cuando sea paracaidista militar), y la patrulla Águila (aviones más pequeños que también dejaron su estela con los colores de la enseña nacional). Cerca de mi casa pasaron todos cuando se dirigían al desfile. Era como tener sitio en una tribuna exclusiva sin tener que aguantar aglomeraciones.

Continuaron los alumnos de las distintas Academias Militares, Unidades de Enseñanza de los 3 ejércitos, los infantes de Marina con sus uniformes azul marino con tobillos y pies blancos, los boinas verdes de la BRIPAC con sus bayonetas en las metralletas, los esquiadores-escaladores de montaña vestidos de blanco nuclear con boinas verdes, y las Fuerzas de Operaciones Especiales de camuflaje.

Cuando llegó La Legión hubo sonoros aplausos. A partir de aquí comenzaron las unidades más pintorescas, es como si dejaran lo más llamativo para el final. Con sus 160 pasos por minuto, cortos y rápidos, camisa de manga corta, pantalones marcapaquetes con tirantes y la cabra (también puede ser un carnero), los legionarios resultaban un grupo un tanto extraño, pues cuando más viriles pretenden parecer menos lo consiguen con esa forma de caminar, y encima con una suerte de majorette masculina que se pasaba una especie de bastón por todas las partes de su cuerpo. La verdad es que daban mucho espectáculo.
Le siguió la Unidad de Música y después los preferidos de mi padre, los Regulares, porque en su infancia los veía en Ceuta y en Ifni, lugares en los que vivió porque en ellos estuvo destinado el abuelo al ser militar. Son muy llamativos, con ese gorro rojo chillón con borla de flecos dorados, capa de un blanco níveo ribeteada en rojo por atrás y una especie de manguitos del mismo color y flecos que el gorro. Durante la marcha elevaban el brazo derecho flexionado a la altura de la cara. Su cadencia es muy elegante. Por lo visto son los más condecorados de todo el Ejército.

Siguió un Escuadrón de Caballería de la Guardia Civil que tiene misiones de protección civil y que llevaban el tricornio, una banda terciada y los manguitos amarillos, el pantalón blanco y la chaqueta azul marino con pechera roja. Unos caballos percherones tiraban de unos cañones de 1906 que aún seguían en uso. En su Unidad de Música tocan trompetas y van sobre caballos blancos.

Al terminar el desfile la familia real ya sí aparece sonriente. El rey se despide de los jefes de las distintas Agrupaciones. Al darle la mano a la reina, el jefe de los legionarios hace una rotunda inclinación de cabeza. Se tiene una imagen de ellos como de gente salvaje y bruta, pues antiguamente se decía que se enrolaban en ese cuerpo los desesperados y los marginados, pero en realidad son muy educados y caballerosos.

Una Unidad a caballo de la Guardia Real, Lanceros y Coraceros, con grandes penachos blancos sobre el casco plateado, chaqueta azul y pantalón blanco, acompañan a la familia real cuando se va. También los hay con penacho rojo y uniforme azul más claro ribeteado en rojo. 

En total fue poco más de hora y media. El día lucía magnífico, con un sol espléndido y un cielo azul despejado, algo poco corriente porque recuerdo otros años con frío e incluso con lluvia. Y el desfile lució muy vistoso, magnífico también.

martes, 11 de octubre de 2011

El método Dukan


Hace un mes que decidí comprar el libro de Pierre Dukan para informarme sobre su famoso método de adelgazamiento. Muchas voces se han alzado en su contra, pero después de leerlo me parece que aquellos que lo critican lo hacen movidos por la envidia o porque este método va a suponer cuantiosas pérdidas para las clínicas de adelgazamiento y las consultas endocrinológicas.

En dos ocasiones me he puesto en manos de un especialista, siempre coincidiendo con malos momentos de mi vida. La reacción de mi cuerpo ante la angustia y el dolor moral es la de ponerme como una vaca, y no porque me de ansiedad y coma más. La 1ª vez con 23 años, cuando murió mi abuela Pilar. Coincidió además con que había terminado mi carrera y tenía menos actividad. Decidí acudir a la consulta de un endocrino que encontré en las páginas amarillas y que resultó ser cara pero estupenda.

Siempre me recibía con música clásica. Palpó mi tiroides el primer día, cogió un michelín con una tenazas que llevaban una especie de reloj, para medir la cantidad de grasa corporal y, al cabo de un tiempo, pretendió incluirme a toda costa en un tratamiento anticelulítico, pero cuando comprobó aplicándome unas bandas de gel frío que yo no tenía semejante cosa, pareció incluso que le molestaba. En estos sitios se va sobre todo al negocio, aunque iban allí otros pacientes que sí tenían verdaderos problemas de salud, como un niño de unos 12 ó 13 años con un índice de colesterol bestial. A esos los trataba con sumo interés y delicadeza.

A mí me sometió a dos dietas hipocalóricas, una de 1200 calorías, y cuando dejé de bajar peso otra de 900. Pasé más hambre que el perro de un afilador, pesando todo lo que comía, con las rebanadas de pan integral racionadas, en fin, un horror. Me recetó unas pastillas que regulaban la función tiroidea, y otras para el abatimiento, que no me tomé. Como era la primera vez que me ponía a régimen adelgacé mucho y rápido, y luego me mantuve bien bastantes años.

La 2ª vez mientras estuve casada, siendo los niños aún pequeños. Era infeliz y estaba estresada. Fui a la consulta de una endocrina que le había dado muy buen resultado a una amiga de mi hermana. Ella aplicaba acupuntura, recetaba unas pastillas carísimas y restringía el consumo de ciertos alimentos. Recuerdo que mis hijos me acompañaban y se quedaban alucinados cuando me veían con los brazos y las piernas llenos de agujas. También adelgacé mucho y me quedé estupenda.

Ahora, después de mi divorcio, vuelvo a las mismas, pero ya no estaba dispuesta a gastar más dinero en consultas. El libro de Dukan me permite seguir las indicaciones en casa sin más. Los cinco primeros días son a base de proteína pura: carne de ternera, de pollo o de pavo a la plancha o asada, pescado a la plancha o cocido, huevos cocidos o en tortilla, marisco, embutido de pavo o york, leche desnatada, aspartamo como edulcorante, postres lácteos (natillas, mousses, yogures desnatados), y una cucharadita y media de salvado de avena mezclado con algunos de ellos. Nada de pasta, ni arroz, ni legumbres, ni pan, ni dulces, ni fruta. Después de esta introducción se incorporan las verduras, todas menos la patata, y la zanahoria con restricciones.

Se recomienda hacer ejercicio, pero muy moderado: unos abdominales en la cama al levantarse por la mañana y al irse a acostar, subir las escaleras evitando el ascensor, o ir a la compra dejando el coche de lado (el que lo tenga). Es una buena forma de cambiar las rutinas y hacer un poco de gimnasia.

También recomienda tomar las comidas frías, porque según Dukan el cuerpo necesita quemar calorías para poner los alimentos ingestados a la temperatura corporal. Yo particularmente esto no lo sigo porque necesito comer caliente, sobre todo para poder hacer una buena digestión.

Se adelgaza una media de cinco kilos al mes. Yo llevo poco más de un mes y he adelgazado 4 y unos gramos, y porque no he sido estricta. Puedes comer la cantidad que quieras de todo lo que está permitido, por lo que no pasas hambre. No se puede picar entre horas, aunque se hace una excepción a la hora de la merienda si se tiene apetito.

La parte del libro que está dedicada al mantenimiento, cuando ya se ha alcanzado el peso deseado, aún no me la he leído, pero espero llegar no tardando mucho. La verdad es que el método sorprende por su simplicidad, no hacen falta muchas cosas para volver a tener la línea que se perdió tiempo atrás.

Lo único que llevo mal, curiosamente, no es el no poder comer dulces o bollos, que sería lo normal en mí, sino la supresión de la fruta. Es lo que echo de menos, pero bueno, ya tendré ocasión de comerla de nuevo cuando acabe. La falta de vitaminas la suplo tomando un complejo vitamínico, Micebrina, que nunca está de más incluso aunque no se haga régimen.

De aquí a final de año no me va a conocer nadie, volveré a ser la que fui, en parte al menos.

lunes, 10 de octubre de 2011

Madagascar


Son muchas las películas de animación de Pixar que me han llegado al corazón por su especial sensibilidad, su derroche de imaginación y su tecnología tan sorprendente, pero los personajes de Madagascar en particular constituyen una inagotable fuente de humor y placer para mí. La 1ª vez que los vi me mareaba esa frenética actividad suya, moviéndose como una exhalación de un lado para otro, dando voces y haciendo aspavientos. Pero luego empezaron a formar parte de mi imaginario personal, por su forma de hablar y de ser y sus rocambolescas historias, terminando por convertirse en parte integrante de un mundo que evoco siempre que deseo reir o soñar.

Me conmueve la tierna e ingenua visión que tienen de la vida estos seres atrapados en un zoo en medio de una gran ciudad como Nueva York, que parecen no añorar su falta de libertad porque nunca la han conocido. Teniendo un lugar donde cobijarse, aunque sea de cemento, y comida asegurada a diario, les es suficiente. Álex, el león, ha perdido sus instintos salvajes, acostumbrado a hacer las gracias que el público visitante le pide y aplaude, como un trabajo que tiene sus horarios y sus servidumbres, aunque a él parece divertirle.

Cuando por fin salen de allí, siguiendo a Martin, la cebra, que quiere conocer la jungla, su llegada a la estación central es apoteósica. La anciana con gafas de culo de vaso que surge de repente de unas escaleras exhibe una fuerza descomunal e inesperada al sacudir con su bolso a base de bien a Álex, al sentirse amenazada por él. Son unas imágenes con las que me desternillo siempre que las veo.

Al arribar a Madagascar, de esa forma tan rocambolesca, arrastrados por las corrientes marinas metidos en cajas después de que naufragara el barco en el que viajaban, y su tremenda desorientación a cerca de dónde están, me conmueven, porque es como si volvieran a nacer, como si el destino les hubiera dado una 2ª oportunidad para vivir una vida más auténtica y ser felices. En su desconocimiento del mundo real, y al ser la primera vez que experimentan aquello, son como niños pequeños, no tienen referencias. Quién no se ha sentido así alguna vez.

Las trifulcas entre Álex y Martín son la monda, cómo compiten en la playa por ser el que mejor haga la choza o el que consiga encender el fuego más grande. Ellos, junto con Gloria, la hipopótama tan enorme y tan tierna, y Melman, la jirafa alocada, descubrirán no sin muchos recelos y sobresaltos ese mundo salvaje que hasta entonces desconocían, selvas intrincadas, una curiosa tribu de lémures histriónicos, praderas de hierba y flores (un paraíso en la Tierra), y sobre todo: aprenderán a valerse por sí mismos, a no reprimir ni avergonzarse de sus instintos, y a disfrutar de la libertad con todas sus consecuencias.

Hasta los pingüinos, peculiar banda pseudomafiosa, únicos, desternillantes, han renunciado a su hábitat natural para pasarse al clima cálido. Cuando regresan a la gelidez del polo deciden volver inmediatamente a la playa, después de medio segundo de reflexión, pertrechados con tumbonas, gafas de sol y crema bronceadora. En esta película abundan los contrastes, el estar fuera de lugar y sin embargo contentos.

Esta historia es ejemplificante para nosotros, los humanos, que vivimos encerrados en la gran ciudad en casas reducidas con trabajos rutinarios, llevando una existencia a medias por temor a descubrir qué hay más allá de los estrechos muros de nuestra paralizante cotidianeidad. Lo de tomarse un año sabático, como hacen algunos, no es suficiente. Hay que cambiar el chip, conocer otros lugares, otras personas, otras formas de vivir, y no sólo por una temporada: deberíamos romper las cadenas que nos atan a la seguridad artificial en la que nos movemos y atrevernos a experimentar cosas nuevas, a existir con plenitud, intensamente. 

Seamos como los personajes de Madagascar, así de espontáneos, de honestos, de libres. Venzamos nuestros temores, como hicieron ellos.

 
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