lunes, 17 de octubre de 2011

Un ser a medio hacer


Miguel Ángel llevaba unos días un poco más callado y serio de lo habitual, pero hace unos días recuperó repentinamente ese entusiasmo que embarga su persona en los últimos tiempos. No tardé en saber cuál era la razón: Artemisa había estado ausente un par de semanas y había regresado. Qué curioso es el amor, que aunque resulte imposible, una quimera, nos aporta la dosis suficiente de alegría e ilusión para llenar la vida, y nos hace olvidar por un momento penas pasadas. El saber que alguien te quiere y se preocupa por ti, y que tienes a quien querer y de quien preocuparte, es un acicate sin igual para el tono vital. Sin él la existencia se vuelve insulsa, la comida no sabe a nada, el sueño no es reparador, la autoestima está en horas bajas.

Parece mentira que haya cumplido ya 16 añazos, el día 3. Si no hace tanto que era un bebé entre mis brazos, un niño pequeño que correteaba de aquí para allá. Ojalá hubiera podido ponerse en tratamiento mucho antes, en su infancia habría sido más feliz.

El otro día me preguntaba si este año no iba a haber algún viajecito, porque llevamos dos años saliendo por ahí fuera en estas fechas. Me sorprendió que me lo dijera, pues no me pareció que disfrutaran él y su hermana tanto como yo, a estas edades lo único que quieren es estar con sus amigos. Miguel Ángel, además, en el viaje a Londres del año pasado ya se encontraba mal, aún no había iniciado su terapia, aunque él no lo recuerda así, afirma haberlo pasado bien. Si viajáramos ahora seguro que disfrutaría mucho más.

A Anita no le apetece nada, necesita estar siempre con sus amigos y, en ese sentido, es un espíritu menos libre, pero mucho más mundano y social.

Miguel Ángel está en esa fase en que ya empieza a ser un hombre, pero todavía sigue siendo un niño. El otro día echaban por televisión la versión de Walt Disney de Alicia en el País de las Maravillas, y él seguía atento toda la historia. Desde que era pequeño no la había vuelto a ver, y yo creo que estaba recordando. Como ya es mayor la contemplaba desde otra óptica, apreciando los detalles, los diálogos, la sensibilidad que este dibujante ponía en todas sus creaciones. “¿Quién hizo esta película?”, me preguntó. “Pues Walt Disney”, le dije. Se quedó un momento pensativo y luego afirmó entusiasta y rotundo: “Pues deberían darle un premio”. Confesó que de niño le daba miedo el gato a rayas que aparece y desaparece, y que es tan siniestro, confuso y equívoco como el resto de los personajes.

Me gustó que supiera apreciar el sentido y el talento de una película de animación que para muchos, seguramente, resulte ya antigua y trasnochada, sensiblona y algo cursi, y que nada tiene que ver con lo que se lleva hoy en día. Y al mismo tiempo, el que disfrutara con un film infantil siendo ya casi un hombre me conmovió mucho. Aunque concuerda bastante con su carácter, porque siempre ha sido muy tierno y dulce. En realidad su personalidad se está forjando, es un ser a medio hacer, y me gustaría que ciertos aspectos de su carácter no se perdieran nunca.

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