viernes, 28 de octubre de 2011

Un poco de todo (XXVII)


- Mi gratitud para Antonio Carretero, el último seguidor que se ha adherido a esta nave, maravilloso pintor hiperrealista por lo que he visto, que se suma a otros que con el mismo oficio también se me agregaron en su momento. Me siento muy halagada al despertar interés entre tantos buenos artistas.
- Y siguiendo con noticias estupendas, mi hermana está de nuevo embarazada, de casi dos meses y medio. Ahora puede guardar el reposo que no pudo tener anteriormente porque ya no está trabajando. Sólo las náuseas la molestan de vez en cuando, y desde hace poco, pero son molestias inevitables en estas situaciones. Si todo va como está previsto, tendré un sobrino o sobrina por fin, allá por mayo.

Le he terminado de pasar la ropa que me quedaba en casa de cuando mis hijos eran pequeños (parece mentira para ser mi casa no muy grande la de cosas que me cabían), además de la ropa de premamá que usé, y las revistas sobre embarazo, parto y cuidado de bebés. Había una en cuya portada salía un bebé precioso de unos 6 ó 7 meses, con la piel muy blanca, rubito, grande, con ojos enormes, envuelto en una toquilla blanca y sentado en un sillón. Recuerdo que, cuando estaba embarazada de Miguel Ángel, miraba esa foto y deseaba tener un niño así. Y la verdad es que mi hijo se le parecía mucho a esa edad. Siempre pensé que fue de lo mucho que contemplé aquella imagen. Esa revista la he guardado para mí.

Esta mañana he visto en el autobús a un bebé de esa edad más o menos en su silla, bien abrigado con mantas, que tocaba con sus manitas un juguete de esos que están hechos con una tela rellena blanda y suave, y que si lo aprietas suena una música muy dulce. Sus grandes ojos azules lo miraban con curiosidad, mientras succionaba acompasadamente su chupete, tan a gusto y tan tranquilo. Esa melodía que se extendía por todo el autobús ejercía un efecto relajante y casi te quedabas dormida. Ya queda menos.

- Y la que me trae de cabeza es mi hija. Está muy rebeldusca últimamente, aunque achacarlo a la etapa adolescente por la que pasa me parece un recurso demasiado fácil para justificar lo injustificable. A mis hijos les he dado siempre toda la libertad del mundo para que pudieran desarrollarse como personas sin cortapisas, dándoles unas elementales normas de educación que la mayoría de las veces, la verdad, se han pasado por el arco de triunfo. En ese sentido me siento decepcionada, porque he depositado en ellos una confianza que luego no he visto correspondida. No siempre un exceso de respeto y consideración son correspondidos.

Lo malo es que yo no tengo término medio, o hay una relación entre nosotras sin mayores contratiempos, en el que procuro por las buenas que corrija las cosas que hace mal, sin mucho éxito, o ya tira tanto de la cuerda y tantas veces que termino estallando colérica, muy de vez en cuando, y es como si nos hubiéramos declarado la guerra. Como es un estado que va en contra de mi naturaleza, siento que pierdo un poco la salud cada vez que sucede, y es por ello que no podré perdonarle nunca a Ana que me ponga en esas situaciones límite. Siempre pienso que me está castigando por el divorcio, aunque ella lo niega airada. Bastante malo fue tener que tomar esa decisión como para encima ser juzgada por ello eternamente, como si hubiera tenido muchas alternativas. Un mal matrimonio es como una enfermedad, hay que ponerle remedio porque te puede ir la vida en ello.

Hace poco veía en televisión una entrevista que le hacían a la gran actriz francesa Catherine Deneuve. Decía que cuando era joven y estaba criando a sus hijos sufría mucho porque nunca tenía la certeza de estar haciendo lo correcto en lo que a su educación se refería. Una madre me dijo una vez en el parque, mientras nuestra prole jugaba, que había que darse un poco de cancha, no cuestionarse tanto, no juzgarnos a nosotras mismas tan duramente. Ella había renunciado a su profesión de abogada y reconocía que, al cabo del día, necesitaba un buen rato de relax cuando sus tres hijos por fin estaban dormidos en sus camas, aunque ello supusiera acostarse a la una de la mañana. Tenía que desconectar, pero nunca ponía en duda las cosas que había hecho durante el día, y si algo no le gustaba simplemente procuraba rectificarlo.
La última que se le ha ocurrido a Ana es que en Halloween se va a disfrazar de tigresa, y ya se ha comprado unas orejas y un rabo felinos, aunque éste último no lo va a llevar (menos mal). El año pasado ella y sus amigas se disfrazaron de diablesas. “Ya podríais algún año disfrazaros de lirios del valle”, se me ha ocurrido decirle. “Sí hombre, mamá, de monjas si quieres”, me ha contestado con sorna, bastante picada.


En fin, paciencia. Ignoro lo que va a ser de ella a este paso, pero ignoro más aún lo que va a ser de mí.

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