viernes, 28 de noviembre de 2014

En Misa

 
Hace 28 años que dejé de acudir a Misa con regularidad. Sólo en celebraciones he vuelto a ir, y si alguna vez me apetecía recogerme en la quietud de un templo lo hacía cuando no había oficios, sentada en los últimos bancos, meditando o rezando. Para alguien que pasó la 1ª parte de su vida siguiendo este rito siempre queda algo de lo sagrado dentro de sí, como una pequeña llama que nunca termina de apagarse.
Desde hace tiempo tengo una necesidad imperiosa de volver a aquella costumbre nunca del todo abandonada. Algo imperioso aflora en mí y busca lo espiritual, lo religioso, como una prenda valiosa de la que no me llegué a desprender del todo. Y si antes terminé harta de la repetición incansable de la liturgia, semana tras semana indefectiblemente, que junto a una crisis existencial en aquel momento me llevó a abandonar la Misa creía yo que definitivamente, es ahora otra crisis existencial, o más bien una catarsis, la que me lleva a retomar este hábito como algo precioso que en el fondo siempre temí haber perdido.
Visité dos parroquias, una cerca de mi barrio y otra lejos. En la 1ª el discurso del sacerdote me pareció carente de interés, un señor muy mayor acompañado de otros que hacían juego con un ambiente decadente. En la 2ª el párroco era joven, y se trataba nada menos que de la ermita de S. Antonio, tan bonita por dentro, pero me pareció el sermón insulso y el padre un tanto frikie.
Volví pues a mi parroquia habitual el domingo pasado, iglesia que se inauguró con mi Primera Comunión allá por 1975, y en la que hice la confirmación, me casé e hicieron la Comunión mis hijos. Hace tiempo que falleció el párroco que la llevó durante muchos años, pater en su caso, y los sacerdotes treintañeros con pinta funcionarial que le siguieron han sido sustituídos, por lo que pude ver, por dos mayores y uno cuarentón.
Uno de los primeros oficiaba la Misa muy cansinamente, con la novedad de que estaba sentado en un lado y llevaba micrófono inalámbrico. Su homilía era tan aburrida que la mente se me escapaba sin poderlo remediar, pero el hecho de estar en aquel lugar que ha formado siempre parte de mi vida me reconfortaba enormemente.
Vi delante de mí, al cabo de un rato de estar sentada en la última fila, pues llegué tarde, a la profesora que en septiembre dio clase de matemáticas a mi hijo Miguel Ángel. Estaba con su hermano y su hermana, bastante más pequeños que ella, y sus padres. No sabía que fuera religiosa. Es una chica muy especial, abierta hasta un cierto punto, segura de sí al menos en apariencia, con un sentido del humor irónico y tierno que la acompaña siempre. Estaba resfriada, se sonaba mucho la nariz y estornudaba, y entre unas cosas y otras le hacía bromas a su hermana, mientras el hermano, al que una columna quitaba la visión del altar, bostezaba sin remedio. Es muy agradable ver a una familia numerosa y unida.
El hecho de rezar todos juntos en voz alta, que antaño me parecía tedioso, ahora se me antoja emocionante. Ha pasado demasiado tiempo desde que era yo una católica practicante, y no sólo de boquilla como últimamente. Noto ese vacío, esos años transcurridos sin unir mi voz a la del resto de la gente, aunados todos por un espíritu común, una creencia intangible, especial e indispensable. Eché de menos la homilía del pater Ignacio, y sus cánticos, sobre todo durante la Comunión. Tenía un discurso vibrante, inteligente, lleno de pasión y sentimientos, y una voz potente que retumbaba en el interior de la parroquia con fuerza. Habría sido más apropiada para espacios más grandes, como los de las iglesias tradicionales.
Ha sido por el Papa Francisco, o al menos ha contribuído a ello, por lo que estoy de nuevo aquí. Su forma de enfocar la religión, y sus palabras acerca de los que estamos divorciados, me han llenado de esperanza y de una nueva ilusión. El hecho de que nos acoja en el seno de la Iglesia católica, consciente del nº creciente de fieles que estamos en esa situación, y que de este modo haya abierto las puertas eclesiales, habitualmente cerradas a los cambios, han determinado mi decisión. Hasta el momento me sentía excluída, como si fuera una hereje que ha abjurado de su religión. Al divorciarme me vi expulsada de la iglesia, ajena a todo lo suyo, como pasa con los que no siguen estrictamente las normas establecidas. No poder comulgar era lo peor.
Aún sigo sin hacerlo, pero todo se andará. Tengo que preguntarles a los confesores cual es realmente mi situación, pues no sé si las consignas del Papa Francisco son seguidas punto por punto o tardan en implantarse. No todo el mundo se acostumbra a su velocidad de pensamiento y de acción. Dios sabía que he sido todos este tiempo la oveja extraviada de su rebaño pero que algún día volvería, que no me había perdido completamente. Daba igual los años que tuvieran que pasar que terminaría regresando.


miércoles, 26 de noviembre de 2014

Monólogos de cine: Algunos hombres buenos

 
El marine Santiago ha sido asesinado a manos de dos compañeros a los que un superior había ordenado un código rojo, mandato por el que hay que quitar de en medio a aquel que no haya seguido los preceptos de honor del Cuerpo. Este hecho pone al descubierto los dudosos procedimientos de una parte del Ejército norteamericano, sobre todo cuando los acusados se ven abandonados a su suerte y dados de baja con deshonor.
 
El abogado encargado del caso, que no las tiene todas consigo debido a su juventud, su inexperiencia, a lo peliagudo del asunto y a la dureza propia de un tribunal militar, consigue poner en un brete, casi al final del juicio, al alto mando responsable de todo lo ocurrido, haciendo que se descubra él solo con un agresivo y resonante discurso que ha quedado para los anales del celuloide:
 
Responderé a la pregunta. ¿Quieres respuestas? ¡Tú no puedes encajar la verdad! Vivimos en un mundo que tiene muros, y esos muros tienen que estar vigilados por hombres que van armados. ¿Quién va a hacerlo? ¿Tú? ¿Usted, teniente Waidtler? Yo tengo una responsabilidad mayor de la que puedas calibrar jamás. Tú lloras por Santiago y maldices a los marines. Tienes ese lujo, tienes el lujo de no saber lo que yo sé, que la muerte de Santiago, aunque trágica, seguramente salvó vidas, y que mi existencia, aunque grotesca e incomprensible para ti, salva vidas. Tú no quieres la verdad, porque en zonas de tu interior de las que no charlas con los amiguetes, me quieres en ese muro. ¡Me necesitas en ese muro! Nosotros usamos palabras como honor, código, lealtad. Las usamos como columna vertebral de una vida dedicada a defender algo. ¡Tú las usas como “garf”! y no tengo ni el tiempo ni las más mínimas ganas de explicarme ante un hombre que se levanta y se acuesta bajo la manta de la libertad que yo le proporciono y después cuestiona el modo en que la proporciono. Preferiría que sólo dijeras gracias y siguieras tu camino, de lo contrario te sugiero que cojas un arma y defiendas un puesto. ¡De todas modos me importa un carajo a qué crees tú que tienes derecho!
 


lunes, 24 de noviembre de 2014

En la muerte de la duquesa de Alba

Se me saltaban las lágrimas cuando vi en televisión llorar a la hija de la duquesa de Alba en las exequias de su madre. Fue algo que no pude evitar, algo inesperado. Asistir a las pompas fúnebres de una madre es algo muy duro, pero la cosa adquiere aún mayor intensidad si se trata de una mujer como Cayetana, 86 años de una vida que podría parecer como la del resto del mundo, matrimonio, hijos, viajes, pero que en el caso de ella fue todo menos corriente.
He seguido sus pasos durante toda mi existencia sin proponérmelo, al haber sido siempre una figura pública que aparecía en los medios de comunicación, terminándose por convertir en un personaje familiar. 
Me preguntaba mi hijo que por qué decía yo que había sido una mujer un tanto excéntrica, e intenté explicarme no sé si con buen resultado. Porque no siempre fue así. Tendemos a ver como extraño el comportamiento de una persona anciana cuando hace cosas propias de la juventud. Verla bailando en su 3ª boda, ya octogenaria, con su vestidito rosa, por sevillanas, cuando no hacía mucho, antes de volverse a enamorar, yacía postrada en una silla de ruedas, no deja de ser llamativo. O cada vez que hacía declaraciones, sin pelos en la lengua, un poco infantiles a veces, como de niña enfadada que se toma la revancha, con la cara medio paralizada como la ha tenido durante años sin que apenas se entendiera lo que decía, lo cual no le restó nunca locuacidad. Quizá sean los prejuicios los que hagan que tachemos de estrafalaria o peculiar a una mujer como la duquesa de Alba, cuando en realidad ella ha hecho siempre lo que le ha dado la gana, hasta el final, y eso es lo que deberíamos hacer todos y como no nos atrevemos decimos que es raro o anormal. La edad es lo de menos, es como uno se sienta.
Pero al ser tan conocida la duquesa y al no haber tenido ningún pudor en mostrarse en todas las facetas de su vida, incluso las privadas, es difícil no haberla conocido con bastante detalle. Nunca tuvo reparos en dar su opinión acerca de todo, y le daba igual lo que los demás pudieran opinar. Ser rica y aristócrata te proporciona muchas prebendas, te abre puertas y te concede indulgencias y beneplácitos que de otra manera no tendrías, pero sospecho que la agilidad mental y verbal de Cayetana y su libertad para vivir no se habrían visto mermadas si no hubiera sido así. Su espontaneidad y sinceridad van más allá, creo yo, de todo condicionamiento.
Y su forma de ser. Tener dinero o título y ser capaz de todo lo que ella fue no van necesariamente unidos. Ella era muy inquieta, una mujer muy activa, que disfrutó de su tiempo, de todas las épocas que abarcó su larga vida, como si fuera el último día de su existencia. Hizo honor a su apellido, a su linaje, pues todas las duquesas de Alba que ha habido anteriormente fueron mujeres que también pusieron un hito en la Historia de nuestro país y del momento social que les tocó vivir. Con ella me temo que se acabó la chispa, la gracia, la energía, pues su numerosa prole vive en el punto de mira de los medios de comunicación más a causa de su madre que de ellos mismos, que prefieren, me da la impresión, un poco más de privacidad.
Pero lo que me conmovió de las lágrimas de su hija, tanto tiempo deseada después de alumbrar varios hijos varones, es saber que estaba perdiendo a una madre total. Cayetana era extrema para sus afectos, podía quererte o detestarte con igual intensidad, y Eugenia, su hija, fue desde su nacimiento aquello que ella más quiso. Me imagino, porque yo no he tenido esa dicha, lo que es la unión, el amor, el apoyo de una madre auténtica, como debe ser, una madre feliz, libre, realizada, consecuente, con sus buenos y malos momentos pero siempre ahí, para lo que quieras, una roca firme sobre la que asentar tu propia existencia, un referente como mujer y como persona. Eso da una solidez, una seguridad que ninguna otra cosa proporciona. 

Siento lástima por la hija, y por la madre, porque la muerte es una separación absoluta y cruel para dos seres que están unidos por la sangre y por todo lo demás. No puede ser lo mismo para los que no hemos tenido la suerte de compartir lazos semejantes, que sería lo natural, porque lo contrario es aberración. Eugenia cuenta por lo menos con la experiencia de un amor de madre maravilloso, el recuerdo de un cariño maternal como tiene que ser que la va a acompañar para el resto de su vida. Descanse en paz la duquesa  que tan intensamente vivió, a lo largo de tantos años.


viernes, 21 de noviembre de 2014

Risto y María Belón

 
No sé qué pasa con Risto que algunos de los invitados que acuden a su programa terminan llorando. Cuando llevó a Pedro García Aguado terminó en un baño de lágrimas, y ahora con María Belón. Aunque con ella es más que comprensible, teniendo en cuenta que venía a hablar de su tragedia. No sé cómo no acaba hasta la coronilla de tener que explicar siempre lo mismo, aunque dice que cada vez es diferente.
Ya antes de empezar tenía los ojos llorosos, y más cuando vio el sillón que le había preparado Risto, un fondo azul oscuro como de anochecer y muchas lámparas de papel de las que vuelan con el calor de la vela que llevan encendida. Así había festejado con su familia la Navidad en Tailandia el día antes de la catástrofe.
Pusieron un trozo de una entrevista que le habían hecho en la radio, hace 7 años, contando lo sucedido y se la notaba más entera, hasta con buen humor, pero en cuanto se sentó en el sillón y miró a los ojos a Risto, o lo poco que deja verlos, siempre ocultos tras unas gafas oscuras, pareció encogida, consternada, deprimida y llorosa. Le costaba hablar, pero cuando lo hacía tiene una forma muy especial de contar las cosas, te deja una huella profunda en el alma. Y contó mucho para lo poco que dura el programa.
Simultaneaban escenas de la aclamada película Lo imposible, que narra sus vivencias durante el tsunami de 2004, con planos de ella explicándose, accionando con las manos, con los gestos de la cara. María Belón se expresa con todo el cuerpo, y la profundidad y determinación de su mirada es la de una persona que ha rozado el umbral de la muerte.
Acostumbrados a su representación en el cine, con la rubia, bella y etérea Naomí Watts, verla tan normal y tan morena choca un poco, pero es lo suyo siendo española. Dijo cosas sobrecogedoras que no aparecieron en el film, como que mientras se debatía bajo el agua arrastrada por la 1ª ola, herida una y otra vez por cientos de objetos cortantes, e intentando salir a flote constantemente para volver a hundirse, pensó que ojalá sus hijos estuvieran ya muertos para no tener que pasar ellos también por aquello. O el resurgir del deseo de vivir cuando oyó por 1ª vez, al cabo de un tiempo que le pareció  eterno, los gritos de su hijo mayor llamándola desde lejos. Estos pensamientos no pueden verse reflejados en una película, porque lo que en un film aparece son los hechos, la acción. Contó la fuerza de las 2 grandes olas que arrasaron con todo lo que encontraron a su paso, y también la resaca, que te arrastraba de regreso al mar pero con menos violencia. Dijo que el sonido de un tsunami era muy similar al que se escucha en la película, y que si tenía que imaginar cómo sería el fin del mundo le parecía que debía ser así.
El tiempo, precisamente, fue algo incalculable para ella, porque unas veces le parecía que todo transcurría de forma vertiginosa y otras veces con una lentitud desesperante, a cámara lenta, como en una tortura. Describió escenas en el hospital que tampoco pudimos ver en el cine, como que se pasó horas hablando a una chica que estaba al lado de ella y que, por un estado de shock, era incapaz de articular palabra ni de moverse, paralizada física y mentalmente, hasta que consiguió hablar y entonces dijo su nombre, Simone, lo que le hizo recordar la desaparición de uno de sus hijos pequeños, Simón, que le provocó un dolor inenarrable, como si sólo en ese momento fuera consciente de la tragedia que se le había venido encima, pues para ella era imposible que el resto de su familia hubiera sobrevivido, en su cabeza estaban todos muertos.
Y los gritos de un enfermo pidiendo sábanas limpias. A veces, en momentos límite, se recuerdan las cosas más extrañas, o le das importancia a otras que no la tienen. A ella le pareció incomprensible que aquel hombre reclamara algo tan inicuo en medio de la magnitud de un desastre como aquel. O una enfermera que vociferó, a alguien que la llamó, que la dejara en paz, que estaba harta. La desesperación del personal sanitario era comprensible, pero desde el punto de vista del enfermo es una atrocidad, otro golpe más. Lo de que instara a Lucas, su hijo mayor, a ayudar a los demás es un acto admirable para ambos, pero no deja de resultar extraño teniendo en cuenta la situación de ella, en tan pésimas condiciones. Yo no lo hubiera hecho, será egoísta por mi parte, pero no.

Otros detalles extraños en que se fijó, cuando vino la 1ª ola, fue en una señora que corría con la toalla, como se hace cuando nos coge de improviso la marea y arrampamos con nuestras cosas para que no se nos mojen. O que ella misma se aferrara al libro que estaba leyendo, diciéndose a sí misma que ya lo leería, suponía que en la otra vida a juzgar por lo que se les venía encima.
Describió el temblor que sacudió el hospital con un nuevo seísmo y que volvió a provocar el pánico. Tampoco aparece en la película. No podía creer que su marido y sus otros 2 hijos estuvieran vivos cuando por fin aparecieron por allí, pero ella se encontraba ya muy mal, y le dijo en un último aliento que cuidara de ellos, sintiendo que la muerte estaba cerca. “No he venido hasta aquí para esto, osea que haz el favor de callarte”, le dijo él en un rapto de desesperación.
A Risto el reencuentro del marido de María con sus hijos le había parecido muy de película, pero sí fue así. Ella afirma que su vida está llena de encuentros casuales e inimaginables, como si fuera un poco bruja.
María Belón había llegado a Tailandia huyendo de la incertidumbre, de la inseguridad que le provocaba el inminente despido del trabajo de su marido. Querían reflexionar, encontrar soluciones, poner las ideas en orden, y lo que encontró no sólo aumentó hasta límites insospechados su incertidumbre sino que la llevó a las puertas mismas de la muerte, de la que ella y su familia se libraron de milagro, o porque los hados no fueron adversos, por una vez, ese día.
Ella no cree en Dios pero sí dice creer en el amor, la fuerza que el amor genera, y que mueve montañas. Afirma que el enamoramiento como tal desaparece a los 3 ó 4 años de empezar una relación, pero que sin embargo quiere a su marido mil veces más que cuando se casaron. El afecto, la ternura, van más allá del hechizo inicial, de la simple pasión enajenadora.
Y cree en el amor de las personas, de aquellos que ayudan a quienes lo necesitan, o el amor de tu familia, inquebrantable. Lo que se da sin esperar nada a cambio, sólo la posibilidad de que alguien haga por ti lo mismo llegado el caso. María piensa que los médicos que la atendieron, que atendieron a todos aquel día, fueron los auténticos héroes, y a ellos quiso que fuera destinado el dinero de la subasta del sillón sobre el que estaban sentados.
Largo abrazo de Risto a María al final del programa, encogida como estaba envuelta en unas mantas blancas que le dieron cuando se quejó del frío, el que le provocaba estar a la intemperie y lo que estaba contando. “Basta ya que tengo que mantener una imagen”, dijo el presentador para disimular la emoción, lo que le hizo reir a ella, con una risa blanca y deslumbrante, cantarina y tierna. Y volvió a repetir abrazo poco después, y ella se lo devolvió como quien consuela a un niño que tiene un dolor, acariciándole la espalda suavemente.
Cuando le dieron el Goya a Bayona, el director, y él se lo dio a María, dijo que ese premio no era para ella, que era para todos aquellos que no habían podido sobrevivir, y que lo tiraría al fondo del mar que es donde estaban los muertos de aquella tragedia.
No podemos imaginar, por mucho que sus palabras nos hayan descrito con tanta autenticidad lo sucedido o por mucho que la película nos haya revelado en imágenes lo que pasó, todo lo que debió sufrir María Belón y los suyos. A ella nunca le había gustado demasiado celebrar la Navidad. Hicieron lo de las lámparas que escapaban como globos en el aire porque era un evento organizado por el hotel donde se alojaban. Después de aquello le quedaron aún menos ganas de volverla a celebrar nunca más.

Han pasado 10 años y la tragedia aún la acompaña, depositada en las cicatrices de su cuerpo y en las del alma, como un mal que se apodera de tus huesos y te quita las ganas de vivir. Es ese miedo, el susto que te produce la muerte cuando te pasa rozando, y te deja anonadada. No puedes creer que no sucumbieras a ella al final. María tiene momentos buenos en los que logra llevar una existencia normal, pero otros, cuando está cansada o algo le preocupa, en que vuelve a hundirse en aquellas aguas turbias de las que parecía no poder salir. Ella da las gracias todos los días por seguir en el mundo, y por su familia. Son los supervivientes de una de las mayores tragedias humanas y uno de los peores desastres naturales que se han producido en los últimos siglos, algo tan increíble que parecía imposible que pudiera suceder.

 


miércoles, 19 de noviembre de 2014

Perros

Cada vez que veo un perro por la calle siento el deseo de tener yo también uno. Hace años que me lo piden mis hijos, y cuando sale el tema de cuál sería la raza elegida, a ellos les gustan los carlinos de nariz achatada y ojos saltones y estrábicos que se han puesto tan de moda últimamente, y que siempre tienen babas y van dando ronquidos al caminar, y a mí me gustan los labradores, los dálmatas, y en general todos aquellos que son bonitos y elegantes.
Recuerdo hace años cómo me llamaba la atención el Basset Hound que aparecía en televisión anunciado zapatos Hush Puppies, aquellas orejas tan largas, los ojos grandes, dulzones y melancólicos. Los perros suelen ser protagonistas de muchos spots publicitarios, desde aquella cría tan tierna de labrador jugando con el papel higiénico que anuncia Scottex, hasta los que publicitan las infames comidas para mascotas. Aunque el que se quedó en mi memoria y mi corazón fue el pequeño Grifón de Bruselas que coprotagonizó la maravillosa Mejor imposible, otra raza que también me gusta.
Y si aún no tengo ninguno es por la angustia que me produce pensar que no voy a poder darle la vida que necesita. Cuando no haya nadie en casa ¿quién se ocupará de él? Cuántas veces he oído al perro de algún vecino aullar en llanto cuando lo han dejado solo. Me dicen que a los animales es como a las personas, que es a lo que les acostumbres, pero me parece que la mayoría de la gente no tiene las vidas de sus mascotas en la misma consideración que las de los humanos. Para mí no hay ninguna diferencia, es más, no dejan de sorprenderme y enseñarme.
Como el otro día el cisne del estanque del Campo del Moro que, como conté en un post anterior, se acercaba a cualquiera que asomase por allí con una decisión y un entendimiento tal que nunca imaginé en esa especie. Y es que cualquier animal, da igual de qué raza o clase sea, tiene una sensibilidad, una percepción y hasta una inteligencia que para sí la quisiéramos muchos. El ser humano basa su preeminencia amenazando la supervivencia de las demás especies, que no tiene ningún reparo en esquilmar llegado el caso. Nos tienen miedo, y con razón, excepto los pobres animalitos como el cisne que, al vivir en cautividad, se han acostumbrado al trato con los humanos, qué remedio les queda.
Lo que llevo mal es el desprecio con el que algunos hablan de los animales. No sé por qué querrán tenerlos en sus casas si les gustan tan poco. No hace mucho oía a una señora en el autobús comentar con otra los últimos momentos del perro que tenían, algo que la verdad me hubiera gustado ahorrarme, pero era de ese tipo de personas que hablan alto y todos nos tenemos que enterar, queramos o no, de su vida. Después de describir el calvario del pobre animal, entre hemorragias, vómitos, asfixias, etc., todavía se preguntaba la muy bruta  que cómo era posible que le hubiera mordido en una mano una de las veces que le quiso coger. No entiende que a ellos les pasa como a nosotros, como a cualquier ser vivo, que ante la enfermedad, el dolor y la muerte sienten angustia, desesperación y miedo.
Y qué decir de aquellos que cuando salen a montar en bici o patines o a hacer footing llevan consigo arrastrando a su perro, con la lengua fuera. Es cada vez más frecuente. Lo de animal de compañía lo llevan hasta el último extremo. Me pregunto si cuando vayan al cuarto de baño a hacer sus necesidades se lo llevan también. Ellos  necesitan su espacio, descansar de nosotros, sometidos como están a nuestros caprichos y exigencias.
Por eso si alguna vez decido tener un animalito en casa quiero tener la certeza de que va a estar en condiciones, que le voy a poder dar lo que requiera. Y si no, me quedaré con las ganas.


viernes, 14 de noviembre de 2014

Un paseo por el Campo del Moro

 
Conseguir que Miguel Ángel, mi hijo, salga conmigo a dar una vuelta, con 19 años que  tiene ya, no es cosa que suceda con frecuencia, pero un domingo soleado hace poco accedió a acompañarme. Mi padre, al que encontramos de casualidad por la calle, se nos unió, cosa que tampoco suele pasar a menudo. Le expuse el plan que teníamos entre manos: desayuno en Linz, una cafetería cerca del barrio que antes era cutre y anticuada y que ahora, tras una oportuna reforma, luce muy agradable, pues Miguel Ángel aún no había desayunado, y después paseo por los Jardines del Moro, por delante de los cuales paso con frecuencia pero en los que en raras ocasiones me suelo internar.
Nos sentamos en una terraza nueva que ha abierto la cafetería, con suelo de corcho y plásticos transparentes con bordes blancos sujetos con barras metálicas al suelo para proteger de los rigores de la intemperie, que hacían un conjunto muy acogedor y bonito. Miguel Ángel degustó su mixto, algo que suele pedir siempre que desayuna o merienda fuera de casa, mi padre un corto de café, que le sirvieron en una tacita que parecía de juguete, y yo mi descafeinado de máquina con leche habitual.
Entrar en el Campo del Moro siempre me produce un placer especial ante la visión de la cuesta cuajada de hierba y flores que asciende hacia el Palacio Real. Los árboles, por todos lados, diversos y frondosos, no acusaban el otoño en demasía, salvo por un leve toque marrón y dorado en sus hojas junto al verdor general. Viento suave y fresco, nubes algodonosas, blancas y grises como de tormenta, y la tranquilidad de un recinto poco transitado en esa época del año, nos acompañaron en un paseo relajante, lleno de pequeñas delicias.
Los pavos reales, machos según Miguel Ángel, experto en bichos de todas clases y en otras cosas también, se nos acercaban sin miedo, su plumaje brillante turquesa y azul cobalto extasiando nuestros ojos. A una niña muy pequeña que los señalaba con el dedo y que se aproximaba demasiado dando grititos la miraron de soslayo, dando pasos en franca retirada según la veían venir hacia ellos. Aves de todas clases chillaban emitiendo sonidos en todas las notas de la escala musical, escondidas entre las copas de los árboles, desde las que formaban un coro digno de una selva tropical.
La casa que parece hecha de corcho se veía muy abandonada, totalmente descuidada. Creía que serviría para que los jardineros guardaran sus aperos, pero no debe ser así. Le hice una foto a mi padre junto a ella, porque sé que es una construcción curiosa que siempre le ha gustado. La recuerdo de mi niñez y juventud en mejor estado. Es una lástima que no se preserven las cosas bonitas como merecen. Lo mismo pasa con otro edificio un poco más allá, que me recuerda a los de Alemania o la zona de Baviera, que al asomarme por uno de sus sucios ventanales vi que tenía escombros en un gran espacio vacío.
Camino senderil entre los árboles. Unas pocas rosas en la rosaleda, pero no en el parterre sino en el suelo, cubierto con pequeños trozos de corteza de árbol para preservar su humedad y evitar que proliferen las malas hierbas. Hay que esperar hasta la primavera para ver inundado el lugar con su incontable número, su color y su fragancia. La pequeña fuente central lucía detenido el manantial de sus chorros, cuyos sonidos cristalinos, relajantes y puros eché en falta, pues una fuente sin agua que brota es como un pequeño desierto.
El estanque tiene siempre un agua demasiado turbia y oscura, a pesar de las limpiezas que suelen hacerle. Los patos se habían ido al otro lado de donde estábamos, pasando el puentecillo que lo cruza, pues una niña con su madre estaba desmigando una barra de pan para alimentarlos. En nuestro lado un cisne negro tironeaba de la rama con la que un niño, acompañado por su abuelo, llamaba su atención. No creía que fueran animales tan sociables y tan inteligentes, siempre había pensado que eran elegantes, enigmáticos y esquivos. El cisne se acercaba a todo el que se asomara a la barandilla que circundaba el estanque. Miguel Ángel sacó un pie y el animal abrió un pico muy rojo y le picoteó varias veces en la deportiva. Esperaba comida y, al no conseguirla, se contentaba con picotear las hierbas lánguidas y húmedas que crecen en el pequeño trozo de tierra que rodea el estanque.
Mi padre sugirió que trajéramos también pan nosotros la próxima vez que vayamos, y mi madre me dijo esa noche cuando hablamos por teléfono que también querría sumarse ella al próximo paseo. En cualquier época del año los Jardines del Moro son un lugar increíble para pasear y disfrutar de un pequeño gran trozo de Naturaleza en medio de la ciudad.


jueves, 13 de noviembre de 2014

Una vez más Llongueras

 
Ir a la peluquería no es en mi caso una rutina más, pues mis visitas son muy espaciadas. La pereza que me da pasar las horas muertas sentada en un sillón giratorio esperando a que te hagan cosas y a que las cosas que te hagan surtan su efecto, contribuye a que el cuidado de mi pelo tenga que esperar a veces más de lo debido.
Pero el habitual aburrimiento que me invade en sitios así, nunca paliado por el ofrecimiento de un surtido de revistas del corazón que otras sí hojean con avidez, es compensado con la lectura del libro de turno que esté en mis manos en ese momento o del Muy Interesante, la única revista a la que me gusta echar un vistazo de vez en cuando. Si hay alguna otra en la peluquería que me pueda interesar será siempre de peinados. De hecho, la última vez que he ido elegí el actual color de mi pelo enseñando una de las fotos que aparecían en ella. Me sorprendió la similitud del rubio que me aplicaron con el que había mostrado yo, además de topar con una profesional, peculiar como casi todas en Llongueras, que me aconsejaba con tino y alabó la calidad de mi pelo, ella que no es muy habladora por lo general. Y digo peculiar porque exhibe un gesto poco común, los labios carnosos fruncidos en una mueca como de asco, desprecio o suficiencia, un poco al estilo de las artistas de cine de antes, las femme fatale, una mirada de grandes ojos oscuros cansados, tristes y un poco perdidos en el vacío, pelo rizado y piel morena. Su sonrisa, por lo excepcionalmente que aparece, es hermosa.Tiene en su conjunto un algo exótico.
Pero no tan peculiar como un compañero que, mientras yo esperaba a que me atendieran,  distrayendo la mirada en una pantalla de televisión que cuelga del techo sobre el mostrador de recepción, en la que no cesaba de aparecer el gran Llongueras haciendo  exhibición de sus habilidades capilares ante un público reunido en un salón de actos, hacía y deshacía peinados en la cabeza de una joven clienta que, según supe después, se iba a casar y se estaba haciendo pruebas de peinados.
Al principio, cuando no sabía lo que estaba haciendo, pensé que el peluquero era muy indeciso y no daba con el aire adecuado para la clienta, o que quizá quería hacer una exhibición de sus destrezas. Recogidos magistrales eran deshechos para al momento dejar paso a cascadas de bucles perfectos y brillantes, entre otras muchas veleidades. El peluquero, homosexual, lucía una malla negra que se ajustaba como un guante a dos piernas de palillo muy largas y se holgaba en sus partes, demasiado protuberantes para un cuerpo tan triste, un rapado al uno con reflejos rubio platino y una cruz colgando de una de sus orejas, las uñas lacadas en un tono oscuro. Se movía sin parar en torno a la futura esposa, haciendo un despliegue maravilloso de peinados ideales para nupcias, clásicos pero con un toque moderno, dinámico, deslumbrante. Chocaba la apariencia desharrapada del peluquero con su habilidad y brillantez a la hora de hacer su trabajo, pues su aspecto lo encuadraría más bien en estilos vanguardistas y rompedores. Aunque me imagino que si es tan bueno en lo suyo como parecía será capaz de hacer cualquier cosa que se proponga.
Otro compañero, envidioso de su maestría, tenía tiempo entre clienta y clienta para murmurar con las compañeras lo excesivo de su dedicación, de que no hacía falta tal despliegue, que con un canuto de cartón, parecido al que lleva el papel higiénico, en torno al cual se enrollaba el pelo, él había hecho un recogido nupcial en una ocasión. No tiene color. Todos son profesionales de Llongueras, pero no todos valen lo mismo ni se ganan el sueldo con igual tesón. 

También es verdad que pude escuchar lo que las pruebas le supusieron a la joven clienta, bastante insípida y con un aire anticuado, que iba acompañada de su madre, estilosa, educadísima y muy amable, aunque con pinta envejecida, a la que el peluquero se dirigió casi en exclusiva cada vez que quería comentar algo. El precio fueron 193 € o algo así. Tratándose de Llongueras, y de ensayar looks para una ocasión tan especial, merece la pena.


miércoles, 12 de noviembre de 2014

Monólogos de cine: Esencia de mujer

 
Frank, un malhumorado coronel en la reserva del ejército norteamericano, retirado debido a un accidente en el que perdió la vista, es ciudado durante el fin de semana de Acción de Gracias por un joven estudiante, Charlie, contratado por su familia: se tiene que quedar en su casa para servirle de lazarillo y procurar que no cometa excesos.
 
Pero Frank tiene otros planes: irse a Nueva York, alojarse en el mejor hotel de la ciudad, visitar a su hermano y su familia invitándose a comer, y tener relaciones sexuales con alguna hermosa mujer contratada al efecto. Es un hombre que dispone de dinero, aunque su ceguera le impide hacer muchas cosas y disfrutar realmente de la vida.
 
Gracias a Charlie hará también otras que no estaban previstas: bailar un tango con una joven a cuya mesa se sienta atraído por su perfume (es experto en todas las esencias de mujer imaginables), o conducir un coche de lujo, guiado por el chico, por calles desiertas y a gran velocidad.
 
Mientras tanto Charlie le cuenta el dilema en el que se halla: en el reputado colegio en el que estudia tiene que declarar, junto a otro compañero, como testigos de una infracción cometida por 3 estudiantes contra el director. Dicho compañero al principio no quiere hacerlo, pero obligado por su padre decide confesar, pero Charlie, sin respaldo familiar y sin el nivel económico del resto, decide pese al temor no delatar a nadie.
 
Frank, después de un fin de semana tan intenso, cae en un bajón emocional durante el cual bebe mucho y decide acabar con su vida, usando el arma reglamentaria que todo militar conserva tras el retiro. Charlie se lo impedirá, viéndose ambos envueltos en un forcejeo dramático. Agradecido, le lleva de vuelta en el coche de alquiler a su colegio, y cuando el chico comparece solo ante el tribunal formado para el juicio contra los infractores, después de que el compañero los delatara presionado por su adinerado padre, que está sentado a su lado, aparece Frank y se enfrenta a los presentes con palabras vehementes y poco ortodoxas, consiguiendo que Charlie salga indemne:
 
¡Todo esto es un montón de basura! (...) Él no necesita que le etiqueten como un hombre de Bern. ¿Qué coño es esto, este colegio? ¡Muchachos, podeis informar sobre vuestros compañeros! ¡Salvad el culo o de lo contrario...! ¿os quemaremos en la hoguera? Bien, caballeros, cuando la porquería se desparrama algunos corren y otros se quedan. Aquí está Charlie, afrontando el fuego, y allí está George escondiéndose en el bolsillo de papaíto. ¿Y qué hacen ustedes? Van a recompensar a George y a destruir a Charlie. ¡No he terminado! Todavía estoy precalentando... No sé quién es Tuy Yoaki, Guillermo Jenins Brian, Guillermo Tell o quien quiera que sea... Su espíritu ha muerto... Si alguna vez lo tuvieron ha desaparecido. Están construyendo un barco de ratas, un buque para soplones de élite. Y si creen que están preparando a estos pececillos para ser hombres piénsenlo dos veces, ¡porque yo creo que están matando ese mismo espíritu que esta institución afirma inculcar! ¡Menudo fraude! ¿Qué clase de espectáculo están montando aquí? Cuando el único con clase de este acto está sentado a mi lado, y se lo aseguro, ¡el alma de este chico está intacta! No es negociable... ¿Sabe cómo lo sé? Porque alguien de aquí, no voy a decir quién, se ofreció a comprarla, sólo que Charlie no la vendía... ¡Desquiciado! ¡Yo le enseñaré qué es eso! Usted no sabe lo que es estar desquiciado señor Trask. Se lo enseñaría pero soy demasiado viejo, estoy demasiado cansado y jodidamente ciego. Si yo fuera el hombre que era hace 5 años ¡¡usaría un lanzallamas contra este lugar!! Desquiciado... ¿con quién coño cree que está hablando? He vivido mucho ¿sabe? Hubo un tiempo en que podía ver, y le aseguro que he visto a chicos como éstos, más jóvenes incluso, con los brazos arrancados, ¡con las piernas destrozadas! Pero no hay nada como la visión de un espíritu amputado, no hay prótesis para eso... ¿Usted cree que está mandando a este magnífico soldado de vuelta a casa a Oregón con el rabo entre las piernas? Pues yo digo que está ¡¡ejecutando su alma!! ¿Y por qué? ¡Porque no es un hombre de Bern! Si le hacen daño a este chico van a ser los inútiles de Bern, todos ustedes. ¡Y Harry, Jimmy, Trecht! Estéis donde estéis en esta sala ¡¡que os den por el culo!! ¡No he terminado! Cuando he llegado aquí he oído estas palabras, "cuna de liderazgo"... Cuando la rama se rompe, la cuna cae... y aquí ha caído, ha caído, fabricantes de hombres, creadores de líderes. Tengan cuidado con qué clase de líderes están produciendo aquí. Yo no sé si el silencio de Charlie está bien o mal, yo no soy juez ni jurado, pero puedo decirles esto: ¡él no venderá a nadie para comprar su futuro! y eso amigos míos se llama... integridad, eso se llama valor, y esa es la pasta de la que tienen que estar hecha los líderes. Yo he llegado a muchas encrucijadas en mi vida, siempre he sabido cuál era el camino correcto, sin excepción, lo he sabido pero nunca lo he tomado ¿saben por qué? porque era jodidamente duro. Aquí tienen a Charlie, ha llegado a la encrucijada, ha escogido un camino, es el camino correcto, es un camino hecho por el principio que conforma un carácter. Dejémosle continuar su andadura. Ustedes tienen el futuro de este chico en sus manos. Es un valioso futuro, créanme. ¡No lo destruyan! ¡Protéjanlo! Abrácenlo... Un día les hará sentirse orgullosos, se lo prometo.
 


martes, 11 de noviembre de 2014

Ilustradores: Coles Philips


Ilustrador norteamericano, nacido en 1880 y muerto en 1927 con sólo 47 años debido a la tuberculosis.  Tomó clases nocturnas en una Escuela de Arte durante sólo 3 meses, y después montó su propia agenda de publicidad, donde entre sus empleados se encontraba el que luego sería pintor reconocido Edward Hopper.
 
Trabajó para revistas y promocionando artículos, sobre todo para la mujer. Usaba sobre todo la acuarela. Usaba la técnica del "espacio negativo" que le creaba al espectador una ilusión de "relleno" de los espacios que quedaban vacíos, como si fuera una fotografía. La belleza de sus trabajos, el colorido que empleaba, le proporcionaron gran fama y reconocimiento.
 











 
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