lunes, 24 de noviembre de 2014

En la muerte de la duquesa de Alba

Se me saltaban las lágrimas cuando vi en televisión llorar a la hija de la duquesa de Alba en las exequias de su madre. Fue algo que no pude evitar, algo inesperado. Asistir a las pompas fúnebres de una madre es algo muy duro, pero la cosa adquiere aún mayor intensidad si se trata de una mujer como Cayetana, 86 años de una vida que podría parecer como la del resto del mundo, matrimonio, hijos, viajes, pero que en el caso de ella fue todo menos corriente.
He seguido sus pasos durante toda mi existencia sin proponérmelo, al haber sido siempre una figura pública que aparecía en los medios de comunicación, terminándose por convertir en un personaje familiar. 
Me preguntaba mi hijo que por qué decía yo que había sido una mujer un tanto excéntrica, e intenté explicarme no sé si con buen resultado. Porque no siempre fue así. Tendemos a ver como extraño el comportamiento de una persona anciana cuando hace cosas propias de la juventud. Verla bailando en su 3ª boda, ya octogenaria, con su vestidito rosa, por sevillanas, cuando no hacía mucho, antes de volverse a enamorar, yacía postrada en una silla de ruedas, no deja de ser llamativo. O cada vez que hacía declaraciones, sin pelos en la lengua, un poco infantiles a veces, como de niña enfadada que se toma la revancha, con la cara medio paralizada como la ha tenido durante años sin que apenas se entendiera lo que decía, lo cual no le restó nunca locuacidad. Quizá sean los prejuicios los que hagan que tachemos de estrafalaria o peculiar a una mujer como la duquesa de Alba, cuando en realidad ella ha hecho siempre lo que le ha dado la gana, hasta el final, y eso es lo que deberíamos hacer todos y como no nos atrevemos decimos que es raro o anormal. La edad es lo de menos, es como uno se sienta.
Pero al ser tan conocida la duquesa y al no haber tenido ningún pudor en mostrarse en todas las facetas de su vida, incluso las privadas, es difícil no haberla conocido con bastante detalle. Nunca tuvo reparos en dar su opinión acerca de todo, y le daba igual lo que los demás pudieran opinar. Ser rica y aristócrata te proporciona muchas prebendas, te abre puertas y te concede indulgencias y beneplácitos que de otra manera no tendrías, pero sospecho que la agilidad mental y verbal de Cayetana y su libertad para vivir no se habrían visto mermadas si no hubiera sido así. Su espontaneidad y sinceridad van más allá, creo yo, de todo condicionamiento.
Y su forma de ser. Tener dinero o título y ser capaz de todo lo que ella fue no van necesariamente unidos. Ella era muy inquieta, una mujer muy activa, que disfrutó de su tiempo, de todas las épocas que abarcó su larga vida, como si fuera el último día de su existencia. Hizo honor a su apellido, a su linaje, pues todas las duquesas de Alba que ha habido anteriormente fueron mujeres que también pusieron un hito en la Historia de nuestro país y del momento social que les tocó vivir. Con ella me temo que se acabó la chispa, la gracia, la energía, pues su numerosa prole vive en el punto de mira de los medios de comunicación más a causa de su madre que de ellos mismos, que prefieren, me da la impresión, un poco más de privacidad.
Pero lo que me conmovió de las lágrimas de su hija, tanto tiempo deseada después de alumbrar varios hijos varones, es saber que estaba perdiendo a una madre total. Cayetana era extrema para sus afectos, podía quererte o detestarte con igual intensidad, y Eugenia, su hija, fue desde su nacimiento aquello que ella más quiso. Me imagino, porque yo no he tenido esa dicha, lo que es la unión, el amor, el apoyo de una madre auténtica, como debe ser, una madre feliz, libre, realizada, consecuente, con sus buenos y malos momentos pero siempre ahí, para lo que quieras, una roca firme sobre la que asentar tu propia existencia, un referente como mujer y como persona. Eso da una solidez, una seguridad que ninguna otra cosa proporciona. 

Siento lástima por la hija, y por la madre, porque la muerte es una separación absoluta y cruel para dos seres que están unidos por la sangre y por todo lo demás. No puede ser lo mismo para los que no hemos tenido la suerte de compartir lazos semejantes, que sería lo natural, porque lo contrario es aberración. Eugenia cuenta por lo menos con la experiencia de un amor de madre maravilloso, el recuerdo de un cariño maternal como tiene que ser que la va a acompañar para el resto de su vida. Descanse en paz la duquesa  que tan intensamente vivió, a lo largo de tantos años.


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