viernes, 21 de noviembre de 2014

Risto y María Belón

 
No sé qué pasa con Risto que algunos de los invitados que acuden a su programa terminan llorando. Cuando llevó a Pedro García Aguado terminó en un baño de lágrimas, y ahora con María Belón. Aunque con ella es más que comprensible, teniendo en cuenta que venía a hablar de su tragedia. No sé cómo no acaba hasta la coronilla de tener que explicar siempre lo mismo, aunque dice que cada vez es diferente.
Ya antes de empezar tenía los ojos llorosos, y más cuando vio el sillón que le había preparado Risto, un fondo azul oscuro como de anochecer y muchas lámparas de papel de las que vuelan con el calor de la vela que llevan encendida. Así había festejado con su familia la Navidad en Tailandia el día antes de la catástrofe.
Pusieron un trozo de una entrevista que le habían hecho en la radio, hace 7 años, contando lo sucedido y se la notaba más entera, hasta con buen humor, pero en cuanto se sentó en el sillón y miró a los ojos a Risto, o lo poco que deja verlos, siempre ocultos tras unas gafas oscuras, pareció encogida, consternada, deprimida y llorosa. Le costaba hablar, pero cuando lo hacía tiene una forma muy especial de contar las cosas, te deja una huella profunda en el alma. Y contó mucho para lo poco que dura el programa.
Simultaneaban escenas de la aclamada película Lo imposible, que narra sus vivencias durante el tsunami de 2004, con planos de ella explicándose, accionando con las manos, con los gestos de la cara. María Belón se expresa con todo el cuerpo, y la profundidad y determinación de su mirada es la de una persona que ha rozado el umbral de la muerte.
Acostumbrados a su representación en el cine, con la rubia, bella y etérea Naomí Watts, verla tan normal y tan morena choca un poco, pero es lo suyo siendo española. Dijo cosas sobrecogedoras que no aparecieron en el film, como que mientras se debatía bajo el agua arrastrada por la 1ª ola, herida una y otra vez por cientos de objetos cortantes, e intentando salir a flote constantemente para volver a hundirse, pensó que ojalá sus hijos estuvieran ya muertos para no tener que pasar ellos también por aquello. O el resurgir del deseo de vivir cuando oyó por 1ª vez, al cabo de un tiempo que le pareció  eterno, los gritos de su hijo mayor llamándola desde lejos. Estos pensamientos no pueden verse reflejados en una película, porque lo que en un film aparece son los hechos, la acción. Contó la fuerza de las 2 grandes olas que arrasaron con todo lo que encontraron a su paso, y también la resaca, que te arrastraba de regreso al mar pero con menos violencia. Dijo que el sonido de un tsunami era muy similar al que se escucha en la película, y que si tenía que imaginar cómo sería el fin del mundo le parecía que debía ser así.
El tiempo, precisamente, fue algo incalculable para ella, porque unas veces le parecía que todo transcurría de forma vertiginosa y otras veces con una lentitud desesperante, a cámara lenta, como en una tortura. Describió escenas en el hospital que tampoco pudimos ver en el cine, como que se pasó horas hablando a una chica que estaba al lado de ella y que, por un estado de shock, era incapaz de articular palabra ni de moverse, paralizada física y mentalmente, hasta que consiguió hablar y entonces dijo su nombre, Simone, lo que le hizo recordar la desaparición de uno de sus hijos pequeños, Simón, que le provocó un dolor inenarrable, como si sólo en ese momento fuera consciente de la tragedia que se le había venido encima, pues para ella era imposible que el resto de su familia hubiera sobrevivido, en su cabeza estaban todos muertos.
Y los gritos de un enfermo pidiendo sábanas limpias. A veces, en momentos límite, se recuerdan las cosas más extrañas, o le das importancia a otras que no la tienen. A ella le pareció incomprensible que aquel hombre reclamara algo tan inicuo en medio de la magnitud de un desastre como aquel. O una enfermera que vociferó, a alguien que la llamó, que la dejara en paz, que estaba harta. La desesperación del personal sanitario era comprensible, pero desde el punto de vista del enfermo es una atrocidad, otro golpe más. Lo de que instara a Lucas, su hijo mayor, a ayudar a los demás es un acto admirable para ambos, pero no deja de resultar extraño teniendo en cuenta la situación de ella, en tan pésimas condiciones. Yo no lo hubiera hecho, será egoísta por mi parte, pero no.

Otros detalles extraños en que se fijó, cuando vino la 1ª ola, fue en una señora que corría con la toalla, como se hace cuando nos coge de improviso la marea y arrampamos con nuestras cosas para que no se nos mojen. O que ella misma se aferrara al libro que estaba leyendo, diciéndose a sí misma que ya lo leería, suponía que en la otra vida a juzgar por lo que se les venía encima.
Describió el temblor que sacudió el hospital con un nuevo seísmo y que volvió a provocar el pánico. Tampoco aparece en la película. No podía creer que su marido y sus otros 2 hijos estuvieran vivos cuando por fin aparecieron por allí, pero ella se encontraba ya muy mal, y le dijo en un último aliento que cuidara de ellos, sintiendo que la muerte estaba cerca. “No he venido hasta aquí para esto, osea que haz el favor de callarte”, le dijo él en un rapto de desesperación.
A Risto el reencuentro del marido de María con sus hijos le había parecido muy de película, pero sí fue así. Ella afirma que su vida está llena de encuentros casuales e inimaginables, como si fuera un poco bruja.
María Belón había llegado a Tailandia huyendo de la incertidumbre, de la inseguridad que le provocaba el inminente despido del trabajo de su marido. Querían reflexionar, encontrar soluciones, poner las ideas en orden, y lo que encontró no sólo aumentó hasta límites insospechados su incertidumbre sino que la llevó a las puertas mismas de la muerte, de la que ella y su familia se libraron de milagro, o porque los hados no fueron adversos, por una vez, ese día.
Ella no cree en Dios pero sí dice creer en el amor, la fuerza que el amor genera, y que mueve montañas. Afirma que el enamoramiento como tal desaparece a los 3 ó 4 años de empezar una relación, pero que sin embargo quiere a su marido mil veces más que cuando se casaron. El afecto, la ternura, van más allá del hechizo inicial, de la simple pasión enajenadora.
Y cree en el amor de las personas, de aquellos que ayudan a quienes lo necesitan, o el amor de tu familia, inquebrantable. Lo que se da sin esperar nada a cambio, sólo la posibilidad de que alguien haga por ti lo mismo llegado el caso. María piensa que los médicos que la atendieron, que atendieron a todos aquel día, fueron los auténticos héroes, y a ellos quiso que fuera destinado el dinero de la subasta del sillón sobre el que estaban sentados.
Largo abrazo de Risto a María al final del programa, encogida como estaba envuelta en unas mantas blancas que le dieron cuando se quejó del frío, el que le provocaba estar a la intemperie y lo que estaba contando. “Basta ya que tengo que mantener una imagen”, dijo el presentador para disimular la emoción, lo que le hizo reir a ella, con una risa blanca y deslumbrante, cantarina y tierna. Y volvió a repetir abrazo poco después, y ella se lo devolvió como quien consuela a un niño que tiene un dolor, acariciándole la espalda suavemente.
Cuando le dieron el Goya a Bayona, el director, y él se lo dio a María, dijo que ese premio no era para ella, que era para todos aquellos que no habían podido sobrevivir, y que lo tiraría al fondo del mar que es donde estaban los muertos de aquella tragedia.
No podemos imaginar, por mucho que sus palabras nos hayan descrito con tanta autenticidad lo sucedido o por mucho que la película nos haya revelado en imágenes lo que pasó, todo lo que debió sufrir María Belón y los suyos. A ella nunca le había gustado demasiado celebrar la Navidad. Hicieron lo de las lámparas que escapaban como globos en el aire porque era un evento organizado por el hotel donde se alojaban. Después de aquello le quedaron aún menos ganas de volverla a celebrar nunca más.

Han pasado 10 años y la tragedia aún la acompaña, depositada en las cicatrices de su cuerpo y en las del alma, como un mal que se apodera de tus huesos y te quita las ganas de vivir. Es ese miedo, el susto que te produce la muerte cuando te pasa rozando, y te deja anonadada. No puedes creer que no sucumbieras a ella al final. María tiene momentos buenos en los que logra llevar una existencia normal, pero otros, cuando está cansada o algo le preocupa, en que vuelve a hundirse en aquellas aguas turbias de las que parecía no poder salir. Ella da las gracias todos los días por seguir en el mundo, y por su familia. Son los supervivientes de una de las mayores tragedias humanas y uno de los peores desastres naturales que se han producido en los últimos siglos, algo tan increíble que parecía imposible que pudiera suceder.

 


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