El marine Santiago ha sido asesinado a manos de dos compañeros a los que un superior había ordenado un código rojo, mandato por el que hay que quitar de en medio a aquel que no haya seguido los preceptos de honor del Cuerpo. Este hecho pone al descubierto los dudosos procedimientos de una parte del Ejército norteamericano, sobre todo cuando los acusados se ven abandonados a su suerte y dados de baja con deshonor.
El abogado encargado del caso, que no las tiene todas consigo debido a su juventud, su inexperiencia, a lo peliagudo del asunto y a la dureza propia de un tribunal militar, consigue poner en un brete, casi al final del juicio, al alto mando responsable de todo lo ocurrido, haciendo que se descubra él solo con un agresivo y resonante discurso que ha quedado para los anales del celuloide:
Responderé a la pregunta.
¿Quieres respuestas? ¡Tú no puedes encajar la verdad! Vivimos en un mundo que
tiene muros, y esos muros tienen que estar vigilados por hombres que van
armados. ¿Quién va a hacerlo? ¿Tú? ¿Usted, teniente Waidtler? Yo tengo una
responsabilidad mayor de la que puedas calibrar jamás. Tú lloras por Santiago y
maldices a los marines. Tienes ese lujo, tienes el lujo de no saber lo que yo
sé, que la muerte de Santiago, aunque trágica, seguramente salvó vidas, y que
mi existencia, aunque grotesca e incomprensible para ti, salva vidas. Tú no
quieres la verdad, porque en zonas de tu interior de las que no charlas con los
amiguetes, me quieres en ese muro. ¡Me necesitas en ese muro! Nosotros usamos
palabras como honor, código, lealtad. Las usamos como columna vertebral de una
vida dedicada a defender algo. ¡Tú las usas como “garf”! y no tengo ni el
tiempo ni las más mínimas ganas de explicarme ante un hombre que se levanta y
se acuesta bajo la manta de la libertad que yo le proporciono y después
cuestiona el modo en que la proporciono. Preferiría que sólo dijeras gracias y
siguieras tu camino, de lo contrario te sugiero que cojas un arma y defiendas
un puesto. ¡De todas modos me importa un carajo a qué crees tú que tienes derecho!
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