lunes, 30 de septiembre de 2013

Un poco de todo (XXIV)


- Me venía a la memoria estos días la imagen de un chico que en el avión de vuelta de Ibiza (no viajar con Vueling porque los asientos son duros como piedras e inamovibles, una auténtica tortura) iba nada más que con un bañador, una camiseta, unas chanclas y una toalla sobre el hombro. Se veía que había ido de discotecas y playa ese fin de semana, y no necesitaba equipaje de ninguna clase, sólo ganas de fiesta. A eso llamo yo despreocupación, la imagen viva de la dorada juventud que vive el presente intensamente y sin darle muchas vueltas a nada. Eso sí, tenía una cara de sueño que no podía con ella, como si no hubiera dormido en varios días, que será lo que probablemente haya hecho. Quizá fue el único que consiguió echar una cabezada en el incomodísimo avión, de lo cansado que iba.

- Qué curiosas son a veces las propuestas de IKEA. Si lo que quieren es ser originales, lo consiguen de sobra. En el último catálogo que han sacado aparecen, entre otras cosas, una cocina pegada a un dormitorio, separados únicamente por unas puertas negras enormes y acristaladas.

Aunque las ideas más novedosas las tienen en lo que a los niños se refiere. Se puede ver un pequeño lavabo situado junto al de los adultos y en una posición más baja, acompañado de un espejo, para que los peques puedan acicalarse sin pasar apuros intentando llegar a grifos y demás. Un detalle, aunque poco práctico, pues solemos comprar los elementos de nuestra casa con la intención de que duren el mayor tiempo posible.

Lo mismo pasa con los dormitorios en miniatura, en los que todo, armarios, mesas, sillas, camas y hasta sillones son pequeños y no tardan en ser inútiles para sus usuarios.

Pero lo que se ha llevado la palma de la mano ha sido ver un compartimento en un lateral de una cama infantil, que al abrirse muestra una mini cama para un muñeco. Todos duermen en la casa, niños y juguetes. El colmo del hogar, dulce y acogedor hogar.

- Es siempre maravilloso ver a Fred Astaire y Ginger Rogers bailando. Parece mentira que sus escenas de baile sigan deleitando tanto sin apenas acusar el paso del tiempo. La forma de moverse de él, sin dejar de mirarla, con una elegancia que se ha hecho ya legendaria, sin caer en amaneramientos, ágil y dinámico, como si flotara en el aire, es muy seductor y muy dulce. La manera de moverse de ella, tan femenina, tan elegante también, la evolución de sus manos dando expresión a los compases, un complemento expresivo al ya muy expresivo conjunto que forma con él, es una imagen llena de armonía y belleza.

No sabía que Fred Astaire y Gene Kelly fueran amigos, y lo eran mucho. He encontrado incontables fotos en las que aparecen los dos en diferentes épocas de su vida, y se percibe un afecto y una conexión que van más allá de la simple colaboración profesional. Me encanta verlos juntos, fueron dos bailarines excepcionales, cada uno en su estilo.

Ya no se hacen películas con este tipo de espectáculo, pero ahí queda su arte para siempre, como una incomparable forma de expresión artística.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Abdicación


La mala salud del Rey parece arreciar el rumor de su posible abdicación. Es muy típico de este país nuestro aprovechar la situación de indefensión de un personaje público para forzar un cambio, largamente esperado que, seguramente, nunca se va a producir por iniciativa propia. Nuestro monarca adolece del mismo mal que la reina de Inglaterra: un gusto exacerbado por el trono y todo lo que ello lleva consigo. Da igual los años que ya tenga y los que haya pasado desempeñando el cargo, para estas personas la palabra jubilación no existe en su diccionario particular, morirán, como se suele decir, con las botas puestas.

Me preguntaba mi hijo hace poco qué era eso de la abdicación. A la gente joven le suena un poco anacrónico todo lo relacionado con una institución que pertenece a épocas muy lejanas en el tiempo y que a todas luces está obsoleta. Me preguntaba por qué el Rey no quiere abdicar y si no hay ninguna norma que le obligue a ello. De su trabajo, al contrario que sucede con el del resto de los mortales, tiene libre disposición, él decide cuánto quiere permanecer en él, aunque en su caso no llegara al trono de la forma habitual en que lo hacen otros monarcas, pues nadie abdicó en él,como todos sabemos España estuvo sin monarquía durante muchas décadas.

Hay instituciones como la monarquía y el Papado en las que sus cabezas visibles parece que se sienten obligados a desempeñar sus funciones hasta el último aliento de sus vidas. Afortunadamente Benedicto XVI rompió esa costumbre no escrita, que ya había roto también un antecesor siglos atrás, por la que está mal visto que se abandone el cargo en beneficio de otra persona, aunque ya no puedas más. El martirio de Juan Pablo II fue un espectáculo terrible que no podremos olvidar, alguien que se estaba muriendo a ojos vista ante la impotencia general. Ni siquiera el deseo de emular a Cristo en su sacrificio es, me parece, causa suficiente para pasar por algo tan inhumano. En el siglo XXI las acciones ejemplarizantes son de índole más positiva, más constructiva.

El caso de la reina de Inglaterra es bastante peculiar, como peculiares son las costumbres de los británicos. Se debe considerar la única persona en el Universo apta para desempeñar su papel. Es lamentable haber visto envejecer a su hijo y ya nunca heredero, que parece ser que tiene un principio de alzhéimer, sin haber tenido oportunidad de demostrar su valía. Creo que eso no es precisamente querer a tus hijos, pues ha puesto en evidencia a su primogénito, lo ha educado para ser rey y luego lo ha desechado para el cargo. Y si el mayor de sus nietos va a serlo es porque a todos nos llega la muerte, sino seguro que veríamos a Isabel eternamente reina, con su sempiterna corona luciendo sobre su cabeza, los vestidos y bolsos tan catetos que suele usar, pasando revista a las tropas, en actos oficiales, o sentada frente a un grupo de negritos danzando en plan salvaje medio desnudos en alguna de sus visitas a exóticos países. Es más pintoresca la reina con su aspecto en momentos como ese que el que ofrecen los propios indígenas.

El Rey hace otro tanto de lo mismo. Con la excusa de su capacidad para mantener buenas relaciones con países diversos, especialmente árabes, que se supone benefician nuestra economía, se empeña en mantenerse en un cargo que ya le viene grande por su edad. Esa exhibición de resistencia física poco antes de operarse esta última vez es el alarde de un niño pequeño que ha cogido una pataleta porque le quieren quitar su caramelo. Alarde patético donde los haya, masoquismo puro y duro, castigar el cuerpo y la mente en aras de no se sabe muy bien qué, puesto que el honor inherente a su posición se lo ha pasado por la piedra en forma de incontables mujeres con las que ha sido infiel a su mujer. “Es que es Borbón”, dicen los entendidos, pretendiendo justificar la miseria moral de su vida personal, sus bajezas. Como si semejante indignidad fuera algo que se transmitiera por la sangre, genéticamente, y no se pudiera remediar. Y si fuera así que lo traten, como le tratan tantas otras dolencias.

El príncipe Felipe lleva toda su vida recibiendo una educación y preparándose para un puesto que no termina de llegar. Tiene ya 45 años, y afortunadamente parece no tener en común gran cosa con su padre, por lo menos nada de lo que pueda serle reprochable. Porque nadie ha dicho que por el hecho de ser rey se tenga que ser perfecto, infalible, ya no se dice como en otras épocas históricas que su mandato es de origen divino. Pero como persona está dejando mucho que desear, no está demostrando amor a su familia, y me pregunto si las personas que están ya tan rebasadas de todo como él quieren y respetan realmente a alguien. No quiere a su hijo porque su soberbia le impide ser sustituído por él, eternamente aplazado su futuro, ni ha querido a su esposa a la que ha engañado con todo quisqui. A sus hijas también alcanza el descrédito de tener un padre que por su conducta está en boca de todos. Quizá por eso ellas se han visto a su vez involucradas en otros escándalos, pues no han tenido buenos ejemplos a seguir durante su niñez.

No olvidamos los momentos decisivos que el Rey ha vivido junto a la nación, el largo proceso hacia una democracia, tarea que no es fácil llevar a cabo, momentos inolvidables en los que ha estado ahí para lo que hiciera falta, como referente institucional y sentimental que ha sido siempre, miembro como es de una dinastía que forma parte de nuestra Historia desde tiempos remotos. Pero según ha ido deteriorándose física y mentalmente, antes de seguir haciendo el ridículo y dejando a la institución a la altura del betún, tirando por tierra la reputación conseguida con años de trabajo, es de nobleza, de la que parece carecer a pesar de ser rey (el hábito no hace al monje), y sobre todo es de humanidad que abdice de una vez por todas, esté enfermo o no. Porque a lo mejor la impopularidad va a crecer tanto que se termina decidiendo prescindir de la monarquía, sin cortar cabezas como en la época del rey Sol, claro está, ni exilios forzosos, de los que su familia sabe mucho, pero sí tajantemente. Y en qué se convertirían ellos, en simples aristócratas me imagino. A lo mejor les estarían haciendo un favor, pues vivirían más a su aire, más tranquilos, con menos obligaciones, y nosotros también, la verdad, y el dinero destinado a la institución se dedicaría entonces a cosas que hicieran más falta.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Emociones tóxicas (IV): el apego


¿Qué te lleva a esperar que otros te hagan feliz?. Esta reacción es propia del apego tóxico.

Sufren apego emocional tóxico aquellos cuya estima ha sido tan manipulada que no pueden verse a sí mismos como seres completos y aptos para alcanzar todo lo que se propongan.

Es una conducta propia de personas que no han sido valoradas desde pequeñas y a las que les hicieron sentir que, sin “los otros”, sus vidas valían muy poco o nada.
No sólo podemos apegarnos a personas sino también a lugares, circunstancias, acontecimientos, creencias o costumbres. Cada uno de ellos funcionará como una muleta interior.

“Las cadenas de la esclavitud sólamente atan las manos: es la mente la que hace al hombre libre o esclavo” (Franz Grillparzer, escritor austríaco).

Una persona flexible es alguien fuerte, no rígido; firme, no estático.

Incluso tu madre, que es la mejor persona del mundo, te puede llegar a decir: “Yo, que te he parido”, pretendiendo cobrarte la vida que supuestamente ella te dio. Y en un determinado punto vas a sentir que estás eternamente en deuda con ella porque “le debes la vida”.

Y la deuda es una ley contraria a la prosperidad, porque trabaja para empequeñecerte, y tú viniste al mundo con el deseo y el potencial para expandirte y crecer en todas las áreas de tu vida.

Para que la ley te favorezca debes tener en cuenta dos cosas: paciencia activa, y perseverancia. Hay que perseverar especialmente en los momentos de dificultad.
El deseo más profundo de Demóstenes era ser un gran orador, pero nació tartamudo y, con el fin de lograrlo, este hombre se puso piedras en la boca para incrementar su dificultad. Pensó que, si podía hablar con las piedras en la boca, cuando se las sacara la tartamudez desaparecería y lograría hablar normalmente. Demóstenes amplió su limitación.

Es decir que, para vencer la limitación que sufría, agravó su problema, porque, si era capaz de resolverlo, su dificultad pasaría a ser secundaria.

Amplía tus limitaciones. Descubrirás un poder mayor del que pensabas que tenías.

Estrategias para librarse del apego tóxico:

- Toma hoy la decisión de ser independiente, sin culpas y sin lamentos.

- Erradica toda creencia negativa de tu mente, renuncia a los “no puedo”, “no sé”, y cámbialos por “puedo” y por “aprenderé”.

- Adopta una actitud de serenidad frente a la vida.

- Conoce tus puntos fuertes, tu “don predominante”, aquello que mejor sabes hacer.

- Busca un motivo para alegrarte todos los días, sin importar lo que los demás hagan o dejen de hacer.

- Entrénate para ver siempre posibilidades donde otros ven dificultades.

Si los sueños que has tenido en el pasado se han derrumbado, construye sueños nuevos.

El único que puede limitarte eres tú mismo, y todo límite comienza en tu mente.

(Del libro de Bernardo Stamateas)

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Renoir


Cuando una película está dedicada a una figura de renombre como fue Renoir, esperas encontrar algo hecho con más pasión, con más fuerza. En este film, sin embargo, hay otros aspectos a tener en cuenta que lo salvan de la mediocridad.

Obviando el hecho de que los diálogos y los actores resulten flojos, a excepción quizá del actor que encarna a Renoir padre, uno se pierde en un mundo de luz y de color cuando se contemplan los bellísimos planos de la vida campestre en Niza allá por 1915. No cuesta imaginar que esos paisajes sigan siendo los mismos hoy en día, a pesar del paso del tiempo y los estragos de la civilización moderna.

Es un festival de los sentidos contemplar esas praderas tan extraordinariamente verdes, esos bosques frondosos, las flores delicadas, silvestres y multicolores creciendo aquí y allá. Ver a los intérpretes internándose en un manso río, metiendo las piernas en ese agua transparente, en medio de una atmósfera balsámica, casi mágica, los árboles mecidos por una suave brisa que a ratos se torna violenta, huracanada, el sol filtrándose entre las ramas con un resplandor dorado, nos hace creer esperanzados que aún existen lugares en la Tierra que no han sido mancillados por el ser humano, sitios donde pervive la pureza.

El murmullo del aire cuando acaricia las plantas, el dulce canto de los pájaros, el crujido de la vegetación al caminar, todo esto constituye un universo bucólico que produce ensoñación y bienestar, un placer sensorial que los adelantos técnicos del cine han sabido captar. Deseé al instante encontrarme en un lugar así, quedarme a vivir incluso, rodeada de Naturaleza y paz.

Los efectos de la luz se perciben especialmente en las escenas de interior. La forma como los rayos de sol iluminan el pelo rojizo de la protagonista, mientras posa para el maestro, o su piel tan blanca, que Renoir buscaba siempre en sus modelos, es realmente delicioso. La escena era ya una obra de arte antes de ser plasmada en el lienzo. Los colores de los ropajes, del tapizado de los sillones, de las maderas de los muebles y el suelo, cautivan los sentidos. Es una casa de campo con un aire descuidado y decadente, pero elegante al mismo tiempo.

El mismo efecto de luz y color tenía lugar cuando la protagonista posaba entre sol y sombra en los jardines de la casa o en el campo. Renoir hacía su propia interpretación de las formas. Su modelo decía que siempre la dibujaba gorda, pero él mismo afirmó que lo importante no era el dibujo sino el color. Trabajaba incansablemente pese a su avanzada edad y sus múltiples problemas de salud. Ver sus manos y sus piernas llenas de bultos y la carne tumefacta, a causa de la artritis reumatoide que padeció el último cuarto de siglo de su vida, impresiona enormemente.

Renoir tenía que dormir envuelto en una estructura de cuero para que las sábanas no le rozaran el cuerpo. Iba siempre en silla de ruedas, pero su médico le obligaba de vez en cuando a caminar. En la película aparece con vendajes en las manos, pero en realidad su afán por no dejarse vencer por su enfermedad le llevó a atarse los pinceles a sus extremidades. Su hijo más pequeño ideó para él un sistema que permitía desplazar los lienzos por un carril para que tuviera siempre los ángulos de visión que precisara sin tenerse que mover.

Fue este hijo el que más sufrió la indiferencia de un padre que tenía edad para ser su abuelo. Como no le dejaba ir a la escuela porque le parecía una pérdida de tiempo, le obligaba a estudiar en casa pero, al mismo tiempo, se desentendía de él buena parte del día, ocupado como estaba en su obra, por lo que el chico vagaba de aquí a allá aburrido y amargado. La aparición del hermano mediano, Jean, herido en la guerra, que llega para reponerse, es un aliciente para él. Con el tiempo Jean se convertiría en un reputado director de cine, pero en aquel momento no sabía muy bien qué hacer con su vida. Más tarde aparecerá el mayor de los hijos, herido también. Todos ellos lamentan el poco interés que despertaron siempre en su padre, que apenas les hablaba, casi como si no existiesen, y mucho menos les dedicaba atención o afecto.

Sin embargo Renoir ve a su difunta mujer junto a él en la cama cuando duerme, y al preguntarle angustiado qué va a ser de sus hijos, especialmente de Jean, que aún no había regresado, descubrimos que el pintor fue un hombre abstraído en su mundo creativo al que costaba mucho demostrar sus emociones, y al que sus vástagos no le eran indiferentes. Sus padecimientos avinagraban su humor y no era fácil estar con él, siempre impaciente, exigente e incansable en su trabajo.

Cuatro mujeres estaban a su servicio en la casa, curaban los estragos de su enfermedad, le bañaban, y le llevaban en andas por el campo buscando los parajes más idóneos para sus cuadros. Habían sido sus musas años atrás, hasta que se cansaba de pintarlas y requería nuevas modelos. Ellas se quedaban como criadas, sin queja alguna, pues le adoraban. Cuidaban con mimo las vajillas que Renoir pintó en su juventud, cuando aún no se dedicaba a sus lienzos. Para ellas eran objetos sagrados, de un valor incalculable. De vez en cuando aún las seguía retratando.

Renoir decía que nunca usaría el negro, que la vida ya tenía las suficientes tristezas como para seguir reflejándolas en los cuadros. Amaba el color, la luz, las escenas campestres llenas de paz y encanto. Las mujeres eran su mayor fuente de inspiración, afirmaba admirar sus cuerpos desnudos, su piel, sus pechos, sus cabellos.

El maestro daba consejos sobre el Arte y la vida, pero en realidad no se tenía por un gran artista, era una persona modesta que hacía lo único que daba sentido a su existencia, algo sin lo que no hubiera podido vivir. El actor que interpreta a Auguste Renoir ha sabido mostrar con una gran sensibilidad las zozobras del artista en sus últimos años, su tristeza, su fastidio cuando algo le parecía absurdo o le aburría, sus momentos de felicidad rodeado de su familia.

Me encantó la enorme casa en la que vivía, en medio del campo, con enormes cristaleras hasta el techo en la planta baja, que dejaban pasar la luz a raudales y permitía disfrutar del bellísimo entorno natural. Los movimientos de cámara por los pasillos, tras los actores, captando su cotidianeidad, te introduce en un mundo del que parece que formemos ya parte. La película en su conjunto produce una placidez inigualable, por su armoniosa cadencia, pues son pocos los films que hoy en día no recurren a la acción desenfrenada y los vertiginosos cambios de plano.

En Renoir parece que lo que menos importa es el tiempo, e incluso la historia en sí. Ver esta película es dejarse llevar por una envolvente atmósfera de belleza, ser espectadores del arte de un genio de la pintura, de un ambiente y una época lejanos pero presentes.

martes, 24 de septiembre de 2013

Fobias


El otro día le hablaba a una amiga de la plena consciencia que una persona puede tener de su fobia sin poder evitarlo, a pesar de todo. Creía que los que padecen algún trastorno de la personalidad no se daban cuenta de lo que les ocurría, pero desde luego no es así.

A mi hijo le sucede. Le exponía al psiquiatra hace poco su miedo a las relaciones sociales, algo que no es nada nuevo. Las terapias del Hospital de Día fueron un alivio momentáneo, y todo lo que allí se hizo por él le cambió la vida, pero el problema persiste y, como todo lo que tiene que ver con la salud, si no se le pone un remedio certero en su momento siempre va a más.

Miguel Ángel se encuentra no ya incómodo cuando tiene que conocer gente o estar en un grupo, exceptuando claro la familia, sino francamente mal, siente un malestar profundo que no sabe de dónde le viene ni cómo afrontar, como así le dijo al psiquiatra durante la consulta. Éste se quedó sorprendido por la sinceridad con la que hablaba, pues según él no todos los pacientes son capaces de reconocer su padecimiento en todos sus aspectos y hablar libremente sobre ello. Generalmente utilizan subterfugios, evasivas, disfrazan la realidad para que no les haga daño. Miguel Ángel mira cara a cara su mal como quien se enfrenta a un enemigo que se esconde, y lo reta.

Hoy empiezan sus clases en una escuela de adultos, para terminar por fin los cursos de la ESO que le faltan. Si tiene temor por enfrentarse a un nuevo ambiente y a nuevos compañeros de clase no lo manifiesta. Los 2 ó 3 primeros días está inquieto, pero luego se adapta rápidamente. A la mayoría de la gente cualquier cambio en su vida les pone un poco nerviosos. Es la incertidumbre de lo desconocido. En el fondo está deseando tener una ocupación y poderse relacionar. Pasar los días de vacaciones aislado y siempre haciendo las mismas cosas para entretenerse, que terminan cansándole, es fatal para él.

Pero que se sepa adaptar no quiere decir que esté enteramente a gusto. De hecho luego no se relaciona con ninguno de los compañeros fuera de clase. Le da corte hasta pedir un nº de móvil, por muchas bromas que se hagan entre ellos y mucho buen rollo que pueda haber.

Él es de amigo único, ya desde el colegio. No quiere conocer a nadie más, los grupos le agobian. Esto le lleva a aislarse mucho, pues da pocas oportunidades de salir, el abanico de posibilidades se reduce drásticamente. Todo esto le hace sufrir enormemente, pues es plenamente consciente de que se está perdiendo muchas cosas. Estar encerrado en casa durante días le deprime, y entonces pierde el apetito y el sueño. La medicación le ayuda algo, pero no es suficiente.

El psiquiatra le comentaba que una cosa es relacionarse poco o nada porque no se necesite a los demás, como muchas personas que son muy independientes y consideran que las relaciones sociales les aportan poco y hasta les aburren (cuán pocas personas interesantes puede llegar a conocerse en la vida), y otra cosa es no poder hacerlo aunque se tenga necesidad de ello. En el primer caso no hay sufrimiento alguno, el individuo lleva la vida que quiere llevar, pero en el 2º caso, en el que Miguel Ángel se incluyó enseguida, el afectado lleva una vida a medias, incompleta, frustrante y deprimente.

El psiquiatra calificó el padecimiento de Miguel Ángel como trastorno de evitación, y curiosamente él había buscado en Internet sobre ello, en un intento de entender lo que le pasa, y me habló de ese trastorno precisamente, afirmando convencido que era lo que le pasaba a él. Se puede decir que ya sabía lo que le sucede antes de que el propio especialista se lo dijera. Yo había leído también sobre este trastorno en el curso de Psicología que hice hace tiempo, por lo que no me era desconocido.

 Y quién está libre de fobias y miedos. En la época en que el pánico me asaltaba cada vez que me quedaba sola en casa, sobre todo por la noche, sentía un miedo irracional de cuyo absurdo me daba perfecta cuenta. Sin embargo no podía evitarlo. Percibía presencias que se iban a materializar de forma inminente, pequeñas ráfagas de aire que me rozaban, y cualquier ruido me parecía el presagio de una amenaza invisible. Pensaba que cómo era eso posible si llevaba un montón de años viviendo allí y nunca antes había experimentado algo parecido. Pero la mente es así, si un día dejas que ciertos pensamientos y sensaciones se abran paso, por extraños que sean, la espiral de terror puede avanzar hasta límites insospechados, llevándote probablemente a la locura.

Es como cuando ves una película de terror. Antes de verla estabas tan tranquilo por tu casa, pero después todo te da miedo, necesitas encender las luces allá por donde vayas para cerciorarte de que no hay nadie, y vas con cautela pensando que en cualquier momento alguien te va a atacar. Es la sugestión. Eres consciente de lo absurdo de la situación, pero no lo puedes remediar.

Para explicar a mi amiga este hecho, lo comparé con el estado anímico que se tiene durante una pesadilla. Estás en una zona intermedia del sueño, cuando no es profundo pero tampoco hay vigilia, en el que te parece que vas a despertar pero no puedes. Tienes un mal sueño que te está haciendo pasar un mal rato, lloras, gritas, tienes miedo, y eres consciente durante ese duermevela de que no es verdad. Sin embargo no puedes evitarlo. Así son las fobias.

O algo tan sencillo como ir en el autobús en uno de los asientos dispuestos en el sentido contrario al de la marcha. La mayoría de la gente decimos que nos mareamos, pero yo he probado a sentarme en uno de ellos y pensar en otra cosa, distraer mi mente. No me he mareado, no he sentido nada de particular, pero si estoy pendiente, si dejo que me invada el vértigo que produce el movimiento en el sentido opuesto al que está orientado mi cuerpo, entonces sí me mareo.

Somos nosotros mismos los que tenemos la solución a esta clase de problemas, somos nosotros los que debemos encarar la situación y encontrar una vía de escape. Cuando cogemos nuestras fobias y miedos y los lanzamos lejos de nosotros, terminan pareciendo una cosa ridícula de la que nos preguntamos cómo han podido alterar así nuestra vida. Lo único que pasa es que una vez que les hemos dejado entrar por la puerta de nuestra mente, no es difícil que puedan volver a hacerlo en cualquier otro momento. Pero ahí estamos para echarlos con cajas destempladas las veces que haga falta. Al fin y al cabo son el producto de nuestra imaginación, nuestras más indeseables creaciones.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Picasso nunca visto


con Jacqueline
En un archivo olvidado. Ahí estaban 200 clichés con imágenes de Picasso. Su autor, el fotógrafo Henri Traverso, nunca quiso publicarlas. Un documento inédito que ilustra uno de los periodos más convulsos del genio: la transición entre los dos amores de su vida, Françoise Gilot y Jacqueline Roque.

"Para mí, solo hay dos clases de mujeres: diosas y felpudos". Pablo Picasso (1881-1973) reconocía que podía ser mezquino con las personas a las que amaba "con la gente que me resulta indiferente solo soy amable" y especialmente cruel con las mujeres de su vida. Fueron ocho. Una de ellas, la sagaz Dora Maar, afirmaba que, cuando Picasso cambiaba de amante, todo lo demás en su entorno cambiaba también: el estilo artístico, la casa en la que vivía, el poeta que le servía de musa complementaria, la tertulia de amigos en la que buscaba aceptación... Cambiaba incluso el perro que le seguía los pasos. Estas fotos inéditas ilustran uno de esos periodos convulsos: la transición de una mujer a otra; en este caso, los dos últimos amores de su vida: de Françoise Gilot, la díscola, la única que lo abandonó "no se puede vivir con un monumento histórico", a Jacqueline Roque, su segunda esposa, sumisa hasta lo patológico, que se dirigía al artista en tercera persona, le besaba la mano y lo llamaba 'dios' o 'monseñor'.

Françoise tenía 21 años cuando conoció al artista malagueño, que le llevaba 40; Jacqueline, 27, cuando ya era septuagenario. Pero, como también decía Picasso, "un hombre tiene la edad de la mujer a la que ama". La Riviera francesa, años cincuenta. Los cambios en las costumbres del pintor se desarrollaron siguiendo al pie de la letra la predicción de Dora Maar: se muda del cuchitril de Vallauris a una gran mansión, Villa La Californie, en Cannes, una mudanza que deriva en una serie de cuadros decorativos con Jacqueline de modelo inspirados en Matisse y los harenes de Delacroix; Jean Cocteau, que había caído en desgracia, vuelve a ser su poeta laureado y su bufón de corte; renueva su círculo de amigos, que incluye mecenas, marchantes, escritores, biógrafos, toreros, actores... Entre el puñado de españoles con los que se arropa, Luis Miguel Dominguín, Lucía Bosé, Rafael Alberti o Eugenio Arias, guerrillero antifranquista convertido en barbero, que le cortaba el pelo antes de cada corrida en Nimes o Arlés. "Arias, ven siempre que quieras. Cuando vienes, me parece estar en España", le decía. Y luego estaban los animales: pájaros, un dálmata llamado Perro, un tekkel y una cabra, Esmeralda, que aparecía en cualquier habitación.

Picasso y Jacqueline se instalaron en La Californie en 1955, al morir Olga, la primera esposa de Picasso, de la que no se divorció para preservar la mitad de su fortuna. Cuenta John Richardson, su biógrafo más meticuloso, que Jacqueline temía que la noticia animase a sus ex a llamar al artista para insinuarle que estaban disponibles y que se refugiaron en Cannes huyendo de esas inoportunas candidatas a suceder a Olga. Aquella villa se convirtió en lugar de peregrinación. Desde amigos a «cientos de don nadie», admiradores, curiosos e incluso un asesino. Pocos se libraban de tener que pedir audiencia y de esperar horas o días hasta ser recibidos. Un grupo de pintores malagueños llegaron en furgoneta y Picasso, nostálgico de su tierra, se volcó con ellos. "No me llaméis don Pablo, para los amigos soy Pablito". Les dio 500.000 francos, consejos para exponer en París, les dibujó un fauno firmado...

Varios fotógrafos accedieron a Picasso en aquel microcosmos caótico; entre ellos, Henri Traverso, un fotoperiodista al que el pintor "respetaba porque lo consideraba un artista", rememora su hijo, Gilles. Cuatro generaciones de la familia han documentado la vida en Cannes desde 1919. En el archivo familiar hay un millón de clichés, de los que ahora se han rescatado estas imágenes. Gilles Traverso estaba ordenando el archivo cuando se las encontró. Un auténtico tesoro que su padre nunca quiso publicar. Picasso tenía aversión a los paparazzis, pero se sentía como pez en el agua frente a una cámara si existía complicidad con el fotógrafo. "Era muy natural, posaba, gastaba bromas y hacía el payaso" cuenta Traverso. "Mi padre era muy discreto. Picasso, agradecido, le dio un cuadro. ¡Se perdió!".

"Las pantomimas eran una forma de disimular su timidez y facilitar la comunicación con visitas intimidadas o que no tenían un lenguaje en común con él", explica Richardson. Picasso era capaz de restregarse un pulpo frito por la calva en pleno almuerzo porque decía que su aceite era un crecepelo. "¡Cerdo!", le dijo Jacqueline, "que tengas poco sentido del olfato no significa que los demás no lo tengan". Ella cocinaba. Las comidas favoritas del pintor, en aquella época, eran el bacalao a la provenzal, anguilas y queso Stilton. "Sentía gran curiosidad por los alimentos, aunque comía poco y bebía aún menos. Pero le gustaba el papel de anfitrión". Cuando comía en un bistró, solía doblar y rasgar el mantel de papel y hacía garabatos que regalaba a los comensales. Los más precavidos pedían que se los firmase.

Casi nunca tiraba nada y su colección de trastos amenazaba con sepultar sus diferentes casas. "Soy el rey de los traperos", decía. Su estudio estaba decorado con un enorme tapiz que parodiaba Las señoritas de Aviñón. "Es mucho mejor que el original", decía muy serio cuando quería tomarle el pelo a algún historiador del arte. Picasso vampirizaba la vitalidad de quienes lo rodeaban. Podía ser encantador, pero los maltrataba si no eran tan entregados como consideraba que debían ser. Y había normalizado el hecho de tener una camarilla leal que lo jaleaba con entusiasmo. Necesitaba sentirse poderoso para volcar ese poder en la pintura, el único sentido de su existencia. Sentirse importante para seguir haciendo lo que le hacía ser importante. Y lo siguió haciendo hasta su muerte, a los 92 años. Era una fuerza de la naturaleza que realizó 45.000 pinturas, esculturas, cerámicas, dibujos y litografías. "Ver trabajar a Picasso, esa intensidad imponente, fue una revelación. La pintura era lo único que importaba", recuerda Françoise Gilot, que también era pintora. "Pero me interesaban más cosas. Para él, si eras pintor, lo eras todo el tiempo. Esa concentración canalizaba su energía". Richardson se maravillaba cuando, al final de la jornada, Picasso había agotado la energía de todos y le servía de combustible para trabajar hasta el amanecer. "Los invitados nos quedábamos en un estado de agotamiento nervioso", recuerda. "No es extraño que Jacqueline terminase dándole a la botella". Se suicidó 13 años después de la muerte de Picasso.

con Paloma y Claude
Antes, Jacqueline reveló un secreto a Richardson: la promesa que hizo Picasso a Dios a los 14 años. "Conchita, su hermana de siete, se moría de difteria y él prometió que no volvería a pintar jamás si se salvaba. No se salvó. Aquello explica su identificación con el minotauro y la ofrenda de doncellas; también la obediente aceptación del papel de víctima propiciatoria por parte de Jacqueline". Su antecesora en el corazón y en la cama del artista, Françoise Gilot, intuyó su destino como felpudo y huyó. "A las otras les complacía que el gran Picasso las pintara todo el tiempo; les hacía sentirse importantes. Pero como sabemos todos los artistas, aunque Picasso pintara el retrato de una mujer, siempre se trataba de su propio autorretrato". Además, la manera de Picasso de eliminar a una fémina tras otra era pintarlas. Los cuadros podían ser inmisericordes cuando una amante perdía su favor: bocas con dentadura de cuchillos, cuerpos retorcidos, vaginas con dientes de sierra... Y añade Gilot: "Picasso me dijo que un minotauro tiene a su lado muchas mujeres y las trata muy bien, pero que reina sobre ellas por el terror. Así que ellas terminan alegrándose de que esté muerto".

con Paloma y Claude en su estudio
Tuvo cuatro hijos. A Paul (su primogénito, que tuvo con la bailarina rusa Olga Koklova) apenas lo consideraba su chófer. Con Maya, la hija que tuvo con Marie-Thérèse Walter, fue con quien más tiempo compartió. A Paloma y Claude se los llevó su madre, Françoise Gilot, cuando rompió con Picasso. Divorciada de un militar destinado en África y madre de una niña, Jacqueline Roque conoció a Picasso en un taller de alfarería de Vallauris.
Afiliado al Partido Comunista, el pintor tenía una irónica noción del igualitarismo, compatible con su condición de estrella asidua al Festival de Cannes. En 1956, el documental Le mystère Picasso, de Henri-Georges Clouzot semioculto junto a Picasso, se llevó el premio especial del jurado.

Claude y Paloma
En 1946 conoció Vallauris, su cerámica y a su futura esposa. Poco después se compró una casa y en un año creó dos mil piezas, revitalizando la industria local. Picasso legó a la ciudad una estatua de bronce, de las pocas suyas expuestas en un lugar público.

(Reportaje publicado en XL Semanal el 17/3/13)

viernes, 20 de septiembre de 2013

Fotos que me gustan (XXV)


Tren Al Andalus














To Sua Ocean Trench, Upolu Island, Samoa

S. Alfonso del Mar Resort, Valparaíso, Chile

S. Alfonso del Mar Resort, Valparaíso, Chile

InterContinental-Resort-Tahití

Neptune Pool Hear St.Caste Big Sur, S.Simeón, EE.UU.






Cherry blossom avenue, Bonn, Alemania




Lago Louise, Alberta, Canadá

jueves, 19 de septiembre de 2013

Solidaridad


Qué cierto es lo de que nuestro país se ha convertido en un destino barato para los turistas, tal como ocurría hace años cuando nuestra moneda de cambio era la peseta. La crisis ha abaratado los precios de muchas cosas, algo absolutamente necesario si se quiere fomentar el tan depauperado consumo nacional, y que los que vienen de fuera dejen su dinero aquí, pues España vuelve a ser lugar de vacaciones asequible como lo fue antaño.

Yo lo he notado por ejemplo en la óptica donde encargo las lentillas: por una que me hicieron hace poco, que normalmente me cuesta 155-60 €, porque incluyen presbicia y eso se paga, me cobraron 50 €. Pensé que sería un error, pero no estuve dispuesta a aclararlo porque, como se suele decir, el que pregunta se queda de cuadra. Pero desde luego la diferencia es más que llamativa, y el margen de beneficios que se solían embolsar también.

Me queda la desazón de saber que cuando compramos ropa, calzado y accesorios a precios asequibles, o cualquier otra manufactura, no sólo en los chinos sino en sitios tan conocidos como Zara o H&M, para ahorrarnos un dinero que no tenemos, estamos favoreciendo la explotación infantil y en general la de todas esas personas que en los países más empobrecidos trabajan en talleres en pésimas condiciones, durante muchas horas y por muy poco salario.

Hace poco leía que las grandes firmas de alta costura también encargan la confección de sus prendas a estos lugares, para ahorrarse costes. Eso les resta, a mi modo de ver, buena parte de su glamour, lo encuentro un engaño. La exquisitez de estas empresas debería extenderse de principio a fin a todo el proceso que llevan a cabo en sus creaciones. Al final todos contribuimos a que estas desigualdades sociales sigan existiendo. Me pregunto si podríamos volver a lo que existía hace años, cuando adquiríamos productos de calidad a precios razonables (los artículos de lujo para el que se lo pudiera permitir), y no existían estos talleres, verdaderas cárceles de degradación humana.

Los que las llevan dicen que si mejoraran la calidad de lo que fabrican, subieran el sueldo de los que trabajan o redujeran las jornadas laborales, el precio del producto final sería más caro y ya nadie lo compraría. Pues eso deberíamos hacer, negarnos a consumir en sitios donde sepamos que se surten de lugares con prácticas semejantes, y procurar adquirir en los que no lo hagan, aunque el precio sea un poco mayor. Porque por ahorrarnos un dinero estamos siendo cómplices de una nueva esclavitud, una de las muchas que ha inventado el ser humano a lo largo de la Historia.

En realidad compramos más de lo que necesitamos, la publicidad nos bombardea con hábiles campañas que fomentan el consumismo. No hace falta gastar tanto y, por tanto, no hace falta tampoco acudir a tiendas de gangas para permitirnos poder comprar más. Aboguemos por un comercio justo. No hace falta colaborar con ninguna organización de ayuda humanitaria para ser solidarios, para ser seres humanos.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Aquellas inolvidables series (II): Un hombre en casa


Me estoy viendo a ratos aquella serie que a mediados de los 70 tuvo tanta fama, Un hombre en casa, producción que, como todo lo inglés, es garantía de éxito y calidad. Reconozco que su humor tontorrón me hacía más gracia en mi infancia, pero siempre es agradable reencontrarse con aquellos personajes que llenaron nuestras horas pasadas con amable entretenimiento.

Dos chicas que viven en Londres y que, después de haber dado una fiesta en su casa, se encuentran al día siguiente con un hombre durmiendo en su bañera. La sorpresa es general, él no recuerda cómo fue a parar allí, pero su simpatía y sus excelentes dotes para la cocina (a ninguna de las dos se le dan bien los fogones) después de prepararles un suculento desayuno, hace que le propongan vivir con ellas, al saber que hace poco llegó a la ciudad y todavía no tiene un alojamiento fijo.

El pícaro y tierno Robin, la inteligente Chrissy, y la ingenua y rubia Jo dan lugar a todo tipo de peripecias domésticas, que continuaron con una secuela, El nido de Robin, en la que el protagonista masculino fue el único que siguió.

Por curiosidad suelo ver qué ha sido de tal o cual intérprete al cabo de los años. Es una pena comprobar que Richard O’Sullivan, que da vida a Robin, vive ahora en una residencia de ancianos para actores, no siendo demasiado mayor, retirado hace mucho tiempo del mundo de la interpretación, en el que llevaba desde la niñez, cuando tuvo un papel en la famosa Cleopatra de Liz Taylor. Siempre guardaré en mi memoria y en mi corazón su imagen de entonces, cuando hacía Un hombre en casa, con su forma de actuar tan natural y desternillante, sus delantales tan originales con los que aparecía cada vez que se ponía a cocinar (recuerdo uno que tenía dibujado un sujetador transparente con ligueros y un ombligo, y otro que hacía alguna alusión sarcástica a la Policía), y sus frases ("Los imbéciles también tenemos nuestros derechos"), estupendamente doblado por Luis Varela.

Paula Wilcox, que interpreta a Chrissy, está irreconocible ahora, casi diría que se ha embellecido con los años, convertida en una actriz de teatro reputada. Sally Thomsett, la rubita Jo, abandonó la actuación tras acabar la serie y se dedicó a su familia.

El matrimonio de caseros que vivían debajo de ellos, los Roper, tuvieron también tan buena acogida que protagonizaron después una serie para ellos solos, que llevaba su nombre. Ellos eran Mildred, una mujer madura fea pero sexy, mordaz y tierna a la vez, siempre ansiosa de una vida más excitante al lado de su aburrido y cascarrabias marido, George. En Un hombre en casa tenían un tira y afloja más o menos gracioso, pero en la secuela en que aparecía el matrimonio únicamente ella se volvía aún más cáustica, y aunque en su momento sus diálogos tan ácidos me hacían reir, ahora me abruman, al haber experimentado personalmente lo que es la infelicidad conyugal. Dulces y lejanos años de mocedad en los que todo se ve con ingenuidad y nada trae malos recuerdos, cuando aún está todo por descubrir y se ignoran las crudezas de la vida, que depositan su poso de amargura y tristeza en el corazón.

Yootha Joyce, que interpreta a Mildred, murió en pleno éxito de la serie a consecuencia de su alcoholismo. Brian Murphy, que es George, actor de larguísima carrera, la acompañó en sus últimos momentos, pues la llegó a apreciar sinceramente. Ella representaba el más puro estilo kitsch inglés.

Pero, independientemente del devenir de la vida de sus intérpretes, felices como estamos mientras nos hallamos en lo mejor de nuestra existencia, lo que sí es cierto es que Un hombre en casa marcó un hito en su país de origen, porque era la 1ª vez que se mostraba la vida de unos jóvenes de ambos sexos que convivían sin estar casados, y arrasó también allá donde se emitió, España incluida. Mi tributo y reconocimiento a estos magníficos actores que hicieron de la comedia y el humor un género sin parangón.

P.D.- He visto el capítulo final y no lo recordaba así en absoluto. Estaba convencida de que Robin y Chrissy terminaban juntos pero no fue así, ella se casaba con el hermano de él, Norman, más guapo, más alto, más elegante y más listo, tras una breve visita que hizo éste para conocer la ciudad, durante la cual se produce el flechazo, para disgusto de Robin, que lamenta no haber sido más decidido antes. Eso sí, hay un largo beso entre Robin y ella cuando ya está finalizando el banquete nupcial, que asombra a todos, supongo que para contentar a la audiencia, y porque en realidad ellos también se querían, aunque no como para acabar en matrimonio. Pero no me gustó este desenlace, mi memoria había creado el que realmente me hubiera encantado ver.

Ha sido un gusto contemplar 2 ó 3 episodios cada tarde, después de comer, se había convertido en una agradable costumbre. Las modas y los decorados me traían recuerdos de la niñez, ese papel tan recargado de las paredes, esos pantalones de pata de elefante. Y la cotidianeidad de la casa, la sensación tan acogedora que se respiraba en el hogar, la juventud de sus protagonistas, su sentido del humor, su amistad, su libertad. La boda de Chrissy es una conclusión romántica, pero supone el fin de todas esas cosas buenas que nos hizo disfrutar la serie. La volveré a ver más veces, aunque sé que nunca me despertará ya las mismas emociones que la 1ª vez que la vi.

 
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