miércoles, 18 de septiembre de 2013

Aquellas inolvidables series (II): Un hombre en casa


Me estoy viendo a ratos aquella serie que a mediados de los 70 tuvo tanta fama, Un hombre en casa, producción que, como todo lo inglés, es garantía de éxito y calidad. Reconozco que su humor tontorrón me hacía más gracia en mi infancia, pero siempre es agradable reencontrarse con aquellos personajes que llenaron nuestras horas pasadas con amable entretenimiento.

Dos chicas que viven en Londres y que, después de haber dado una fiesta en su casa, se encuentran al día siguiente con un hombre durmiendo en su bañera. La sorpresa es general, él no recuerda cómo fue a parar allí, pero su simpatía y sus excelentes dotes para la cocina (a ninguna de las dos se le dan bien los fogones) después de prepararles un suculento desayuno, hace que le propongan vivir con ellas, al saber que hace poco llegó a la ciudad y todavía no tiene un alojamiento fijo.

El pícaro y tierno Robin, la inteligente Chrissy, y la ingenua y rubia Jo dan lugar a todo tipo de peripecias domésticas, que continuaron con una secuela, El nido de Robin, en la que el protagonista masculino fue el único que siguió.

Por curiosidad suelo ver qué ha sido de tal o cual intérprete al cabo de los años. Es una pena comprobar que Richard O’Sullivan, que da vida a Robin, vive ahora en una residencia de ancianos para actores, no siendo demasiado mayor, retirado hace mucho tiempo del mundo de la interpretación, en el que llevaba desde la niñez, cuando tuvo un papel en la famosa Cleopatra de Liz Taylor. Siempre guardaré en mi memoria y en mi corazón su imagen de entonces, cuando hacía Un hombre en casa, con su forma de actuar tan natural y desternillante, sus delantales tan originales con los que aparecía cada vez que se ponía a cocinar (recuerdo uno que tenía dibujado un sujetador transparente con ligueros y un ombligo, y otro que hacía alguna alusión sarcástica a la Policía), y sus frases ("Los imbéciles también tenemos nuestros derechos"), estupendamente doblado por Luis Varela.

Paula Wilcox, que interpreta a Chrissy, está irreconocible ahora, casi diría que se ha embellecido con los años, convertida en una actriz de teatro reputada. Sally Thomsett, la rubita Jo, abandonó la actuación tras acabar la serie y se dedicó a su familia.

El matrimonio de caseros que vivían debajo de ellos, los Roper, tuvieron también tan buena acogida que protagonizaron después una serie para ellos solos, que llevaba su nombre. Ellos eran Mildred, una mujer madura fea pero sexy, mordaz y tierna a la vez, siempre ansiosa de una vida más excitante al lado de su aburrido y cascarrabias marido, George. En Un hombre en casa tenían un tira y afloja más o menos gracioso, pero en la secuela en que aparecía el matrimonio únicamente ella se volvía aún más cáustica, y aunque en su momento sus diálogos tan ácidos me hacían reir, ahora me abruman, al haber experimentado personalmente lo que es la infelicidad conyugal. Dulces y lejanos años de mocedad en los que todo se ve con ingenuidad y nada trae malos recuerdos, cuando aún está todo por descubrir y se ignoran las crudezas de la vida, que depositan su poso de amargura y tristeza en el corazón.

Yootha Joyce, que interpreta a Mildred, murió en pleno éxito de la serie a consecuencia de su alcoholismo. Brian Murphy, que es George, actor de larguísima carrera, la acompañó en sus últimos momentos, pues la llegó a apreciar sinceramente. Ella representaba el más puro estilo kitsch inglés.

Pero, independientemente del devenir de la vida de sus intérpretes, felices como estamos mientras nos hallamos en lo mejor de nuestra existencia, lo que sí es cierto es que Un hombre en casa marcó un hito en su país de origen, porque era la 1ª vez que se mostraba la vida de unos jóvenes de ambos sexos que convivían sin estar casados, y arrasó también allá donde se emitió, España incluida. Mi tributo y reconocimiento a estos magníficos actores que hicieron de la comedia y el humor un género sin parangón.

P.D.- He visto el capítulo final y no lo recordaba así en absoluto. Estaba convencida de que Robin y Chrissy terminaban juntos pero no fue así, ella se casaba con el hermano de él, Norman, más guapo, más alto, más elegante y más listo, tras una breve visita que hizo éste para conocer la ciudad, durante la cual se produce el flechazo, para disgusto de Robin, que lamenta no haber sido más decidido antes. Eso sí, hay un largo beso entre Robin y ella cuando ya está finalizando el banquete nupcial, que asombra a todos, supongo que para contentar a la audiencia, y porque en realidad ellos también se querían, aunque no como para acabar en matrimonio. Pero no me gustó este desenlace, mi memoria había creado el que realmente me hubiera encantado ver.

Ha sido un gusto contemplar 2 ó 3 episodios cada tarde, después de comer, se había convertido en una agradable costumbre. Las modas y los decorados me traían recuerdos de la niñez, ese papel tan recargado de las paredes, esos pantalones de pata de elefante. Y la cotidianeidad de la casa, la sensación tan acogedora que se respiraba en el hogar, la juventud de sus protagonistas, su sentido del humor, su amistad, su libertad. La boda de Chrissy es una conclusión romántica, pero supone el fin de todas esas cosas buenas que nos hizo disfrutar la serie. La volveré a ver más veces, aunque sé que nunca me despertará ya las mismas emociones que la 1ª vez que la vi.

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