lunes, 23 de septiembre de 2013

Picasso nunca visto


con Jacqueline
En un archivo olvidado. Ahí estaban 200 clichés con imágenes de Picasso. Su autor, el fotógrafo Henri Traverso, nunca quiso publicarlas. Un documento inédito que ilustra uno de los periodos más convulsos del genio: la transición entre los dos amores de su vida, Françoise Gilot y Jacqueline Roque.

"Para mí, solo hay dos clases de mujeres: diosas y felpudos". Pablo Picasso (1881-1973) reconocía que podía ser mezquino con las personas a las que amaba "con la gente que me resulta indiferente solo soy amable" y especialmente cruel con las mujeres de su vida. Fueron ocho. Una de ellas, la sagaz Dora Maar, afirmaba que, cuando Picasso cambiaba de amante, todo lo demás en su entorno cambiaba también: el estilo artístico, la casa en la que vivía, el poeta que le servía de musa complementaria, la tertulia de amigos en la que buscaba aceptación... Cambiaba incluso el perro que le seguía los pasos. Estas fotos inéditas ilustran uno de esos periodos convulsos: la transición de una mujer a otra; en este caso, los dos últimos amores de su vida: de Françoise Gilot, la díscola, la única que lo abandonó "no se puede vivir con un monumento histórico", a Jacqueline Roque, su segunda esposa, sumisa hasta lo patológico, que se dirigía al artista en tercera persona, le besaba la mano y lo llamaba 'dios' o 'monseñor'.

Françoise tenía 21 años cuando conoció al artista malagueño, que le llevaba 40; Jacqueline, 27, cuando ya era septuagenario. Pero, como también decía Picasso, "un hombre tiene la edad de la mujer a la que ama". La Riviera francesa, años cincuenta. Los cambios en las costumbres del pintor se desarrollaron siguiendo al pie de la letra la predicción de Dora Maar: se muda del cuchitril de Vallauris a una gran mansión, Villa La Californie, en Cannes, una mudanza que deriva en una serie de cuadros decorativos con Jacqueline de modelo inspirados en Matisse y los harenes de Delacroix; Jean Cocteau, que había caído en desgracia, vuelve a ser su poeta laureado y su bufón de corte; renueva su círculo de amigos, que incluye mecenas, marchantes, escritores, biógrafos, toreros, actores... Entre el puñado de españoles con los que se arropa, Luis Miguel Dominguín, Lucía Bosé, Rafael Alberti o Eugenio Arias, guerrillero antifranquista convertido en barbero, que le cortaba el pelo antes de cada corrida en Nimes o Arlés. "Arias, ven siempre que quieras. Cuando vienes, me parece estar en España", le decía. Y luego estaban los animales: pájaros, un dálmata llamado Perro, un tekkel y una cabra, Esmeralda, que aparecía en cualquier habitación.

Picasso y Jacqueline se instalaron en La Californie en 1955, al morir Olga, la primera esposa de Picasso, de la que no se divorció para preservar la mitad de su fortuna. Cuenta John Richardson, su biógrafo más meticuloso, que Jacqueline temía que la noticia animase a sus ex a llamar al artista para insinuarle que estaban disponibles y que se refugiaron en Cannes huyendo de esas inoportunas candidatas a suceder a Olga. Aquella villa se convirtió en lugar de peregrinación. Desde amigos a «cientos de don nadie», admiradores, curiosos e incluso un asesino. Pocos se libraban de tener que pedir audiencia y de esperar horas o días hasta ser recibidos. Un grupo de pintores malagueños llegaron en furgoneta y Picasso, nostálgico de su tierra, se volcó con ellos. "No me llaméis don Pablo, para los amigos soy Pablito". Les dio 500.000 francos, consejos para exponer en París, les dibujó un fauno firmado...

Varios fotógrafos accedieron a Picasso en aquel microcosmos caótico; entre ellos, Henri Traverso, un fotoperiodista al que el pintor "respetaba porque lo consideraba un artista", rememora su hijo, Gilles. Cuatro generaciones de la familia han documentado la vida en Cannes desde 1919. En el archivo familiar hay un millón de clichés, de los que ahora se han rescatado estas imágenes. Gilles Traverso estaba ordenando el archivo cuando se las encontró. Un auténtico tesoro que su padre nunca quiso publicar. Picasso tenía aversión a los paparazzis, pero se sentía como pez en el agua frente a una cámara si existía complicidad con el fotógrafo. "Era muy natural, posaba, gastaba bromas y hacía el payaso" cuenta Traverso. "Mi padre era muy discreto. Picasso, agradecido, le dio un cuadro. ¡Se perdió!".

"Las pantomimas eran una forma de disimular su timidez y facilitar la comunicación con visitas intimidadas o que no tenían un lenguaje en común con él", explica Richardson. Picasso era capaz de restregarse un pulpo frito por la calva en pleno almuerzo porque decía que su aceite era un crecepelo. "¡Cerdo!", le dijo Jacqueline, "que tengas poco sentido del olfato no significa que los demás no lo tengan". Ella cocinaba. Las comidas favoritas del pintor, en aquella época, eran el bacalao a la provenzal, anguilas y queso Stilton. "Sentía gran curiosidad por los alimentos, aunque comía poco y bebía aún menos. Pero le gustaba el papel de anfitrión". Cuando comía en un bistró, solía doblar y rasgar el mantel de papel y hacía garabatos que regalaba a los comensales. Los más precavidos pedían que se los firmase.

Casi nunca tiraba nada y su colección de trastos amenazaba con sepultar sus diferentes casas. "Soy el rey de los traperos", decía. Su estudio estaba decorado con un enorme tapiz que parodiaba Las señoritas de Aviñón. "Es mucho mejor que el original", decía muy serio cuando quería tomarle el pelo a algún historiador del arte. Picasso vampirizaba la vitalidad de quienes lo rodeaban. Podía ser encantador, pero los maltrataba si no eran tan entregados como consideraba que debían ser. Y había normalizado el hecho de tener una camarilla leal que lo jaleaba con entusiasmo. Necesitaba sentirse poderoso para volcar ese poder en la pintura, el único sentido de su existencia. Sentirse importante para seguir haciendo lo que le hacía ser importante. Y lo siguió haciendo hasta su muerte, a los 92 años. Era una fuerza de la naturaleza que realizó 45.000 pinturas, esculturas, cerámicas, dibujos y litografías. "Ver trabajar a Picasso, esa intensidad imponente, fue una revelación. La pintura era lo único que importaba", recuerda Françoise Gilot, que también era pintora. "Pero me interesaban más cosas. Para él, si eras pintor, lo eras todo el tiempo. Esa concentración canalizaba su energía". Richardson se maravillaba cuando, al final de la jornada, Picasso había agotado la energía de todos y le servía de combustible para trabajar hasta el amanecer. "Los invitados nos quedábamos en un estado de agotamiento nervioso", recuerda. "No es extraño que Jacqueline terminase dándole a la botella". Se suicidó 13 años después de la muerte de Picasso.

con Paloma y Claude
Antes, Jacqueline reveló un secreto a Richardson: la promesa que hizo Picasso a Dios a los 14 años. "Conchita, su hermana de siete, se moría de difteria y él prometió que no volvería a pintar jamás si se salvaba. No se salvó. Aquello explica su identificación con el minotauro y la ofrenda de doncellas; también la obediente aceptación del papel de víctima propiciatoria por parte de Jacqueline". Su antecesora en el corazón y en la cama del artista, Françoise Gilot, intuyó su destino como felpudo y huyó. "A las otras les complacía que el gran Picasso las pintara todo el tiempo; les hacía sentirse importantes. Pero como sabemos todos los artistas, aunque Picasso pintara el retrato de una mujer, siempre se trataba de su propio autorretrato". Además, la manera de Picasso de eliminar a una fémina tras otra era pintarlas. Los cuadros podían ser inmisericordes cuando una amante perdía su favor: bocas con dentadura de cuchillos, cuerpos retorcidos, vaginas con dientes de sierra... Y añade Gilot: "Picasso me dijo que un minotauro tiene a su lado muchas mujeres y las trata muy bien, pero que reina sobre ellas por el terror. Así que ellas terminan alegrándose de que esté muerto".

con Paloma y Claude en su estudio
Tuvo cuatro hijos. A Paul (su primogénito, que tuvo con la bailarina rusa Olga Koklova) apenas lo consideraba su chófer. Con Maya, la hija que tuvo con Marie-Thérèse Walter, fue con quien más tiempo compartió. A Paloma y Claude se los llevó su madre, Françoise Gilot, cuando rompió con Picasso. Divorciada de un militar destinado en África y madre de una niña, Jacqueline Roque conoció a Picasso en un taller de alfarería de Vallauris.
Afiliado al Partido Comunista, el pintor tenía una irónica noción del igualitarismo, compatible con su condición de estrella asidua al Festival de Cannes. En 1956, el documental Le mystère Picasso, de Henri-Georges Clouzot semioculto junto a Picasso, se llevó el premio especial del jurado.

Claude y Paloma
En 1946 conoció Vallauris, su cerámica y a su futura esposa. Poco después se compró una casa y en un año creó dos mil piezas, revitalizando la industria local. Picasso legó a la ciudad una estatua de bronce, de las pocas suyas expuestas en un lugar público.

(Reportaje publicado en XL Semanal el 17/3/13)

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