miércoles, 11 de septiembre de 2013

De pelos y otras modas


Saltaba hace unos días a la portada del 20 minutos una gran foto de una de sus colaboradoras con los brazos en alto luciendo pobladas pelambreras negras en sus axilas, reivindicando con bastante mal gusto el derecho de las mujeres a la no depilación. Por votaciones en la web del periódico la mayoría dijo que estaba en contra, que preferían depilarse, y puede que buena culpa de ello la tuviera la penosa foto que se les ocurrió insertar para dar publicidad al asunto. Ningún rotativo que se precie pondría en 1ª página algo tan banal y con tan poco sentido estético.

Lo que sí decían las lectoras es que fuera una cuestión a decidir libremente, en vez de algo que la costumbre o la moda imponen. Por supuesto que es más cómodo dejar crecer las pilosidades y no tener que estar pendiente del rasurado, con sus inevitables molestias, ni de gastar dinero en depilaciones láser, ni cera, ni ningún otro método de tortura. La belleza femenina debería ser algo que se pudiera alcanzar sin demasiado coste ni padecimientos.

La chica que enseñaba ufana sus axilas en el citado periódico afirmaba haber estado un año entero sin pasarse la cuchilla para conseguir ese resultado. Y ponían fotos de famosas que habían hecho lo mismo, como Penélope Cruz, de la que después de aquel nefasto anuncio de Coca Cola en el que aparecía eructando ya nos esperamos cualquier otra ordinariez.

Pero no nos engañemos, las que han preconizado siempre la no depilación han sido las nórdicas, que no se depilan nada, ni bajo los brazos, ni las piernas, nada… Claro, que ellas son rubias y no se nota tanto, pero a las morenazas del hemisferio sur les queda como de gitanas, una cosa basta y antihigiénica.

Y es que no tenemos término medio, o lo dejamos crecer y que florezca, o lo eliminamos de raíz, como con la depilación brasileña, que está bien para las jacas que bailan sobre las carrozas en los carnavales de Río de Janeiro con la mínima expresión de ropa, pero que me parece exagerado para el resto de las mujeres. Al final tendremos pubis infantiles, que no sé a quién pueden gustar, a los pederastas me imagino.

En la misma línea, me parece a mí, está la moda masculina que ahora arrasa de dejarse barba, pero no una barba bien recortada y cuidada, sino una abundante al estilo bíblico, que cubre prácticamente la mitad de la cara y en la que se podrían alojar nidos de golondrinos. Da un aire descuidado, como de mormón, y si la moda continúa puede que lleguemos a las barbas de chivo que suelen lucir los gurús.

Y como la moda es así de caprichosa y le gusta jugar con los atributos de la gente, tenemos esa otra costumbre que se ha impuesto en los últimos años entre los hombres de raparse la cabeza, unos porque es lo que se lleva y otros porque se van quedando calvos y no se les ocurre otra cosa que acabar con todo el bosque. Sólo al inefable Yul Brynner, el 1º que se atrevió con semejante práctica y por exigencias del guión, le quedaba bien algo así. Hay que ser muy guapo o tener un aspecto muy interesante para que favorezca ese look.

Antiguamente se rapaba la cabeza a los condenados, y en público, para su escarnio. Ir con la cabeza rasurada era señal de haber cometido algún delito. Así se hacía con las mujeres a las que se acusaba de hechicería y eran condenadas a la hoguera por brujas. También era costumbre en el Ejército y en las cárceles, para evitar parásitos, y siempre se asoció con la enfermedad, la falta de alimentos y la pobreza.

Y no digo nada de la depilación masculina. Cuando hasta hace no mucho el que abundaba en vellosidad es que era muy macho, ahora resulta que es un oso. Los centros de belleza están haciendo su agosto quitándoles pelo de pecho, piernas y espalda. A mí personalmente me parece que les da una apariencia como de bebé. En el término medio está la virtud: ni un exceso de mata pilosa, tipo legionario enseñando la selva por la abertura de la camisa, ni la falta absoluta de vello, porque parece que les han arrebatado parte de su idiosincrasia.

Ahora ir roto y desnutrido como un mendigo, rapado como un paria, tatuado como los estibadores, atravesado por objetos metálicos como los indígenas o peinado como éstos, vale dinero, porque es un estilismo impuesto por las marcas, que significa estar a la última, en la onda, ser muy cool. Como lo de que las chicas tengan la entrepierna en forma de arco, un hueco anodino entre los muslos que me ha parecido siempre una de las lacras arrastradas por las anoréxicas modelos de pasarela, a las que se obliga a poner su físico bajo mínimos por contrato. Imitar eso y gratis, y encima decir que es bonito, me parece una estupidez, algo absurdo.

En fin, que quitamos y ponemos pelos en unas y otras partes del cuerpo según los cambiantes imperativos de la moda, que se divierte jugando con nosotros, de paso que nos saca el dinero, y todo lo demás a lo que nos insta, por increíble que sea. Cuántas aberraciones veremos en los años venideros. No nos vamos a aburrir.


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