jueves, 12 de septiembre de 2013

Un poco de todo (XXIII)


- Es el cine, con su cada vez mayor perfección de imagen y sonido, el que ha hecho que en mi cerebro sea capaz de recrear momentos que en la vida real serían imposibles, dado mi terror a todo aquello que entraña riesgo. Así me pasa cuando imagino que vuelo sobre grandes extensiones de campos y montes, tal y como lo haría un avión. Siento el viento en mi cara, me inunda la luz del sol bajo un cielo despejado, me acerco y me alejo de la tierra sin ningún miedo. No sé si con un parapente se conseguirá esa sensación y a esa velocidad.

Veía un reportaje hace poco de una mujer, ya madura, cuya afición deportiva la había llevado a tirarse desde una avioneta innumerables veces a muchos kilómetros de altura, con un traje que se asemeja al cuerpo de esos mamíferos planeadores, colugos creo que se llaman, que tienen unas membranas que les salen de las extremidades y que les sirven para descender en vuelo rasante. Se lanzaba igualmente desde el pico más alto de una gran montaña que le había llevado dos semanas escalar.

Hace poco vi la foto de un batiscafo de un tamaño inferior al habitual, con un diseño muy innovador, aplastado por los lados como las criaturas abisales, ovalado y casi plano. Como en el caso del traje volador, no hay nada mejor que imitar las peculiaridades de la Naturaleza. Igual que cuando se experimenta con la composición de la sustancia que segregan las arañas, tan extraordinariamente resistente y pegajosa, con el fin de crear nuevos materiales. Intentamos inventar cosas diferentes, originales, sin percatarnos que en nuestro entorno está todo lo que es necesario para alcanzar ciertos objetivos hasta ahora impensables en los seres humanos, miramos y parecemos no verlo, pero siempre ha estado ahí.

- Es increíble cómo cambia la perspectiva con la que vemos ciertas películas en el transcurso de los años. Primera plana por ejemplo la veía en mi juventud disfrutando de ese guiño tragicómico que destila, dejándome llevar por el tirón de la historia, el mundo de los periodistas en los años 30, tal y como lo retrata Billy Wilder, con esa visión tan particular que tiene acerca de todo.

Pero ahora ya no me gusta, me parece ácido, cruel, da una imagen del periodista deleznable, como si fuera un buitre, un ser sin escrúpulos capaz de cualquier cosa con tal de dar una primicia, incluso de vender a su madre si llega el caso. Para dar una de cal y otra de arena nos presenta a un protagonista que realmente lleva el periodismo en las venas, el prototipo de informador auténtico,vocacional, que todavía tiene unas cuantas normas éticas que procura no saltarse y al que le corre tinta en lugar de sangre por el cuerpo.

Me encantan esas escenas en las que no puede dejar de teclear en su máquina de escribir, sin darse cuenta de lo que pasa a su alrededor, sumergido en una creciente, febril y gozosa actividad, dejándose llevar por la pasión de la escritura, por la historia que tiene que contar, dando su visión a la vez objetiva y personal de lo que sucede. En ese hombre me siento identificada, en esos momentos de euforia creativa que son los que dan sentido a una parte de la vida. Aunque Wilder hasta en esto ve un inconveniente, pues da a entender que su trabajo se ha convertido en una obsesión que le hace relegar a un 2º plano el resto de las cosas importantes de la existencia. Por un lado nos hace admirarlo por su talento y su profesionalidad, y por otro lado nos hace censurarlo y hasta compadecerlo. Es la eterna perspectiva agridulce de Wilder.

Hay unas secuencias muy curiosas al principio de la película, en las que una cantante toca el piano y entona una melodía siguiendo el texto que aparece en la gran pantalla de un cine, coreada por el público asistente. Era un entretenimiento introductorio de la película que se proyectaría a continuación, el primer karaoke. No cabe duda de la maestría del director para recrear épocas y ambientes y para dibujar personajes muy especiales, cubiertos con una pátina de aparente normalidad, pero, cuidado, no hay que caer en sus trampas emocionales. Él juega con nuestra mente, con nuestros sentimientos, nos lleva a donde quiere. Con él cabe siempre la duda de que el mundo sea un lugar donde pueda haber verdadera bondad, verdadera felicidad.


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