viernes, 29 de febrero de 2008

La gala de los Oscar


Da igual el tiempo que pase que siempre supondrá para mí un momento especial la retransmisión de la entrega de los Oscar de Hollywood, una ceremonia intemporal que es sin embargo el crisol de los gustos, la moda y el pensamiento de la sociedad de cada momento, el espejo donde parece que nos miramos el resto del mundo.
Desde la llegada de los artistas luciendo sus mejores galas, atravesando la famosa alfombra roja bajo los focos, los flashes y las cámaras de televisión, hasta el impresionante plano general que nos llega del interior del Kodak Theater lleno hasta la bandera, es cada año un espectáculo digno de ver.
Independientemente de la elección que los organizadores hagan cada año del maestro de ceremonias que presente la gala, pues los eligen siempre del mismo estilo, chistosos con poca gracia, el transcurso de la ceremonia es dinámico y glamouroso, no aburre pese a las muchas horas que dura. Se suceden los pequeños trozos de las películas que están nominadas, las personas que suben al escenario con sus palabras de agradecimiento, y los números musicales. Este año me gustó un coro de espirituales negros, que además tenía una niña entre sus solistas. Pero recuerdo muy especialmente un número que hubo hace muchos años en el que la música se hacía abriendo y cerrando un montón puertas. Fue un prodigio inesperado de coordinación, ritmo e ingenio que aún rememoro con verdadero placer.
Es curioso la expresión que aparece en la cara de los actores cuando están pasando algunas de las escenas de las películas para las que están nominados. Parece que se impresionaran a sí mismos al verse por un momento en una gran pantalla, como si salieran otra vez de su realidad concreta para meterse en el papel que les haya tocado representar, como si recordaran lo que sintieron mientras estaban haciendo esa escena, que suele ser la más importante, la que determina el desarrollo de la historia que el film está contando.
Y cuando suben al escenario para agradecer el galardón, no sólo se emocionan ellos si no que contagian su emoción a la mayoría de los presentes. Y es que a veces dicen cosas maravillosa y sorprendentes....” gracias por confiar en mí”, “sois mi inspiración”, “ésto ha sacudido mi existencia” ......, o lo que ha dicho Barden este año: “Éste es un premio que ha traido el orgullo y la dignidad a nuestro oficio”.
Es emocionante ver la satisfacción tan grande que todos parecen mostrar cuando les entregan la estatuilla, el reconocimiento público a un trabajo determinado o a toda una trayectoria profesional. Siempre que veo al público del Kodak Theater puesto en pie para ovacionar a un intérprete, me estremezco, no lo puedo remediar, pocas cosas hay en este mundo que me lleguen a la fibra sensible de esa manera. Quién pudiera tener alguna vez en la vida sus cinco minutitos de gloria, sería la mejor de las terapias para casi todos los males del alma.
Hay actores y directores que cuando los ves subidos al escenario, te das cuenta de lo pequeños que son físicamente algunas veces. A lo mejor es que se sienten de repente abrumados por tanto reconocimiento público, y parece que se encogieran. Pero cuando están haciendo su trabajo es como si se crecieran, se transforman, son otros, y nos parecen más grandes de lo que son en realidad.
Hay papeles que marcan la carrera de algunos actores de por vida, de forma que hagan lo que hagan después, ya sólo se los recuerda por aquella interpretación, y entonces tienen que superarse a sí mismos con cada nuevo reto que emprendan. Eso ocurría mucho antaño. Cuántas de esas personas que aparecen en películas hechas hace años ya no existen, y sin embargo dejaron su impronta precisamente por esos papeles y por su forma de actuar, pasando a la posteridad, como un legado que alimentará los sueños de generaciones futuras, y seguirá ayudándonos a conocer el mundo y entender mejor la vida.
Muchos han criticado esta ceremonia argumentando que es un ejercicio de autocomplacencia muy típico de los norteamericanos, una forma de sustentar el star-system como una industria que mueve mucho dinero, un gran negocio que no repara en gastos y que realiza siempre un gran despliegue de medios, y contra el que no han podido ni el video primero ni el DVD después.
Y sin embargo he de decir un par de cosas en su favor: una que también ejercen la autocrítica en un momento dado, como un documental que se presentó hace algún tiempo en contra de Guantánamo, o antaño contra la guerra de Vietnam. La otra mención positiva es que hasta ahora la sociedad americana era un mundo cerrado donde lo extranjero apenas tenía cabida, donde no se entendían otros estilos y otras formas de contar la vida, pero este año nos han sorprendido otorgando los Oscar de interpretación sólo a actores europeos.
Y mientras, van surgiendo todos los años nuevas caras que se mezclan y confunden con otras ya muy conocidas y populares, que han formado parte de nuestras vidas desde hace décadas. Porque las películas son la referencia de determinadas épocas de nuestra existencia. Cuando estrenaron tal o cual film, estabas haciendo o te pasaba algo en concreto que te viene a la memoria en cuanto la ves.
Las películas hacen realidad nuestros sueños, son la materia de la que están hechos, nos llevan a lugares que nunca antes habíamos visto, nos hacen pensar en cosas que nunca antes nos habíamos planteado, nos dan a conocer otros mundos, otras vidas.
La creatividad, el talento, el eco del sentir general, la expresión de la belleza o del horror como en cualquier otro arte, el sacudimiento de las conciencias, el lujo y el buen gusto.... todo se mezcla en la gala de los Oscar como en una gigantesca coctelera para que bebamos una copa de fantasía y glamour, aunque ya se va dando paso cada vez más al realismo, al reflejo fidedigno y auténtico de lo que acontece en el mundo, dejando la imaginación en un segundo plano.
El cine siempre me ha apasionado, me ha conmovido, me ha hecho estremecer.....

miércoles, 27 de febrero de 2008

Maniática de la última palabra (IV)

- Últimamente a mis hijos, cuando juegan en casa, les ha dado por meterse por dentro del pijama los cojines que tengo de adorno en los sillones del salón, y dicen que están “gorditos”. Entonces se ponen muy mimosos y empiezan a hacer el ganso: bailan moviendo su improvisada obesidad de un lado para otro (me recuerdan a los Morancos cuando hacías “Omaíta”), o chocan entre ellos como si fueran sumos en miniatura. Mis hijos no sólo se disfrazan en carnaval, sino que lo hacen todo el año. Y lo de ponerse “gorditos” pareciera que es que quieren asemejárseme. Sólo sé que cuando hacen esa tontería, si estaba enfadada con ellos dejo de estarlo, y si me piden cualquier cosa consiguen de mí todo lo que se propongan.

- Estoy sorprendida por cómo se está desarrollando la campaña electoral de esta nueva legislatura: apenas hay propaganda de los candidatos en televisión, ni folletos tirados al aire desde los coches, ni carteles pegados en las fachadas, y pocos colgando de las farolas. Por un lado se agradece la falta de bombardeo político, pero por otro lado parece que faltara ilusión, como si lo que vaya a acontecer en el futuro nos diera igual, como si cundiera el desencanto, el aburrimiento y el cansancio democrático. No sabemos valorar lo que tenemos. La democracia, aún con todos sus fallos, fundamenta la vida en este país, nuestra vida.


- He leído una mención hecha a Schopenhauer sobre las raíces del mal, y señala dos factores que lo motivan: primero el instinto de supervivencia, que arrastra consigo lacras como el egoísmo, la envidia y la mentira, y después el tedio. Yo sería capaz de hacer el mal sólo en defensa propia o de los míos, ahí puedo ser malísima, mefistofélica.

- No he estado nunca de acuerdo con la célebre frase de Descartes “Pienso, luego existo”. A ver lo que piensa un mosquito, o un hincha de fútbol, y mira si existen. Debería ser “Siento, luego existo”, y al decir “siento” no me refiero a los sentimientos si no a las sensaciones físicas. Aunque nos falte uno de los cinco sentidos, o casi todos como ya he conocido a alguien que le pasa, siempre queda alguno por el que nos sabemos vivos.

martes, 26 de febrero de 2008

Un lugar en el mundo


La marcha de una compañera de trabajo, por jubilación, me ha hecho recordar que yo también, una vez más, me voy a marchar, sólo que para cambiar de puesto de trabajo e intentar mejorar un poco. Cuántas personas se conocen a lo largo de una vida, y más en el ámbito laboral. Por cuántos sitios se pasa, y en cada uno dejando un pequeño trozo de ti mismo. Qué recuerdos quedarán en mi memoria de los lugares en los que no sólo me he ganado el pan, sino en los que además he compartido una parte de mi vida, y me han hecho partícipe de retazos de otras vidas.
La vida es, al fin y al cabo, como una enorme estación de tren, donde las personas estamos de paso, mientras van y vienen los trenes de la existencia de cada cual, unas veces demasiado pronto, otras demasiado tarde, en pocas ocasiones a su hora. Y en ese tránsito hay gente a la que ves con frecuencia, y gente a la que no vuelves a ver nunca más. Sólo unos pocos viajan contigo en los mismos trenes que tú coges, por un tiempo o para siempre, sólo unos cuantos llevan el mismo equipaje o parecido que el que llevas tú. Mi equipaje se ha aligerado mucho últimamente, y ya me cuesta menos viajar, pero hubo un tiempo en que se fue llenando de cosas que no me hacían falta y se hizo muy pesado.
Una tía mía que escribía poemas, que ya he mencionado otras veces, tenía también como yo un agudo sentido de la temporalidad de las cosas, de lo fugaz que es el tiempo que nos toca vivir. Ella siempre volvía la vista atrás, enferma de nostalgia, y como era una pesimista sentimental, en todas sus poesías se translucía un sentido determinista de la vida, como si estuviéramos avocados a la soledad, el desamor y la tristeza, sin que nada pudiéramos hacer para remediarlo.Yo, que también soy una sentimental sin remedio, no sé si optimista o pesimista, ya estoy sintiendo la pérdida de las personas y las cosas mucho antes de que suceda, y de niña era aún peor. Si existiera un antídoto contra este mal, yo lo querría para mí.
Sin embargo, no puedo evitar ser ave de paso. Del primer sitio en el que trabajé me fui obligada después de estar allí muchos años, y creyendo que era el lugar en el que tendría una estabilidad laboral, y donde echaría raíces.
Mi mente dio entonces un giro de 180 grados y desde entonces he desembarcado en unas cuantas costas y me he vuelto marinera de muchos mares, para terminar no perteneciendo a ninguna tierra. Pararme en un lugar determinado mucho tiempo me desazona, empiezo a sentir que me estoy perdiendo otros mundos, otras experiencias, y sé que si me quedo mucho más terminaré aborreciendo lo que antes me gustaba. No entiendo a los que se agarran con uñas y dientes a su asiento, y quieren pasar de este modo el resto de sus vidas, sobre todo en trabajos en los que he estado en los que había un ambiente laboral que dejaba mucho que desear. Estas personas hacen suyo el refrán aquel de “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”, y suele ser extensible al resto de los ámbitos de su vida. Son pájaros enjaulados que, aunque les abran la puerta, no saldrían nunca por miedo a lo que les pudiera pasar fuera. Prefieren obviar la libertad de elegir y conformarse con la rutina que machaca. Cuánta gente he visto con el alma aniquilada por culpa de esa enfermedad crónica que es el hacer siempre lo mismo.
Para ser persona de afectos constantes y costumbres más o menos fijas, adoro los cambios. Y así pasó que cuando empecé a ver que mi marido cambiaba, y cada vez a peor, yo también cambié y de esposa complaciente y solícita me torné en esfinge. Y pude por fin sacudir las miserias que atenazaban mi vida.
Conclusión: así no hay quien eche raíces ni en lo profesional ni en lo personal, pero es que tampoco soy un árbol.
No sé si alguna vez dejaré de sentirme desarraigada y si encontraré un lugar en el mundo. Aún lo sigo buscando, aunque quizá no exista.
Mi hogar será siempre el lugar donde estén los que me quieren.

Prefiero tener las alas de los pájaros,
aunque me conozcan en muchos sitios
y en ninguno.
Prefiero ser el barco empujado por el viento,
aunque no tenga capitán,
porque sé que no navegaré a la deriva.
Y en todas partes dejaré un trocito de mi ser,
un pequeño recuerdo que se borrará con el tiempo,
como se borra todo lo demás.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Sarkozy y Bruni: vive y deja vivir


No deja de producirme mucha curiosidad Nicolás Sarkozy, que no morbo, como despierta en la mayoría de la gente por las cosas a las que últimamente se dedica. No es ningún recién llegado, no nos era desconocido, y sin embargo nunca se ha hablado tanto de él.
He mirado en su pasado, que no es ningún secreto, como hombre público que es, y he comprendido algunos aspectos de su vida que otros sin duda ya habrán censurado sin intentar hallar un por qué.
Fue un niño abandonado por su padre, un noble húngaro sin fortuna, ex legionario, mujeriego, un hombre de maneras elegantes y gran belleza. Su madre fue la tercera esposa que tenía, y aún se casó una vez más. Él nunca se lo perdonó, e incluso se vieron en los tribunales por negarse a pasarles la manutención tras la separación.
Lo crió entonces su abuelo materno, que ejerció una gran influencia sobre él, sobre todo en cuanto a pensamiento político.
Se hizo abogado, como su madre, y ya en el primer año de carrera se afilió al partido conservador y empezó a participar activamente en política.
No fue un estudiante brillante, pero sí un trabajador incansable. Su trayectoria profesional le revela como un hombre ambicioso y vehemente, con notables dotes oratorias (que también tenía su padre), verbo punzante y polemista, persona enérgica y de acción..... y con las ideas muy claras.
Juega a las cartas de la política no siempre limpiamente, como cuando dio la espalda a Chirac, que había sido su mentor, en un momento en el que no le convino apoyarle. Sarkozy no debe tener la palabra “fidelidad” escrita en su diccionario particular.
Admirado y odiado a un tiempo, es alguien que no deja indiferente. Recibió duras críticas cuando fue ministro del Interior por una ley que promulgó muy represiva, y también por los duros métodos que empleó para sofocar los disturbios del 2005, en los que fue acusado de intolerante y durante los que no dudó en dedicar gruesas palabras para los causantes de la revuelta.
Un escándalo en el 2006, que resultó ser un montaje para desacreditarlo, afianzó aún más su popularidad.
Cuando el año pasado batió en las urnas, había presentado un programa basado en la “mano dura contra la delincuencia urbana, la inseguridad ciudadana y la inmigración ilegal”, que desde luego parece gustó a la mayoría.
Y mientras Sarkozy, la versión fea pero atractiva de su progenitor, el bajito orejón y narigudo que parecía poca cosa, le ha dado tiempo a publicar cinco libros, llegar a presidente de su país, casarse tres veces y tener tres hijos. Y es que, muy a su pesar, ha seguido en muchos aspectos los pasos del padre odiado, ambicioso y seductor.
Y como amante del lujo y la buena vida, su última esposa es una ex modelo y cantante archiconocida y millonaria. No podía ser menos: riqueza, belleza y glamour... Estos franceses no tienen remedio.
Parece que, así como en política todo el mundo sabe a qué atenerse con él, ya que su forma de actuar es muy explícita y no tiene secretos para nadie, en las cosas del corazón resulta un hombre contradictorio: un conservador relacionado con una mujer de izquierdas, que apoyó a Segolène Royal durante la campaña electoral, y que afirma cosas tan poco conservadoras como que “la monogamia es aburrida”.
A lo mejor es lo que parece: cincuentón en pleno subidón de poder y lujuria se deja cautivar por bella mujer mucho más joven, novia de un amigo para más inri, y en menos de tres meses se casa con ella. Se suele decir en estos casos que se le han subido las ingles a la cabeza.
Si miramos un poco en el pasado de Carla Bruni, se puede apreciar que tienen más cosas en común de lo que pudiera parecer: también fue abandonada por su padre, al que conoció el año pasado en una visita a Brasil, y tampoco tiene la palabra “fidelidad” escrita en su diccionario particular, pues en sus relaciones amorosas ha tenido algunos episodios escabrosos, incluido un intento de suicidio de una esposa despechada.
Y por la tranquilidad que exhibe, se diría que es cierto lo que ha afirmado cuando dijo “no he calculado nada”, “no he previsto nada”. Se toma la vida como viene. Carla Bruni resulta a la postre una mujer sensual, felina, delicada, la mirada dulce y azul de ojos rasgados, voluptuosa y refinada a un tiempo, con una apariencia de frescura e ingenuidad que la hace parecer mucho más joven, alguien capaz de seducir a cualquier hombre que se cruce en su camino.
De repente Sarkozy se ha vuelto como ella, una persona sin prejuicios ni tabúes, cuando afirma que quiere marcar una ruptura con la “deplorable tradición de nuestra vida política: la hipocresía y la mentira”. ¡Voilà!, Sarkozy se ha tornado liberal.
Y mientras, no faltan como siempre las voces de la moral y las buenas costumbres que hablan de “el comportamiento de un jefe de Estado que nadie sabe si calificar como vulgar play boy, o como un gran artista de la comunicación audiovisual”. Puede que Sarkozy sea las dos cosas, además de un hombre enamorado.
El circo está servido: exhibición a tutti plen del amor que parecen profesarse, ríos de tinta en torno a la larga lista de romances con famosos de la que Bruni casi tiene a gala (desafía a los que pretenden juzgarla), sucesión interminable de fotos de ella cuando posaba en las que aparece desnuda (algo de lo que presumir en su caso, porque son muy bellas), publicidad que se hacen mutuamente.....
Ellos pasean su amor por los cuatro puntos cardinales, mientras se publica en la prensa que “no hacen vida conyugal”. Por lo visto para algunos no se hace esa vida si no se vive bajo el mismo techo, aunque se esté casado. Una peroguyada más.
Cuando se les ve juntos parecen actores que estuvieran rodando una película, por su naturalidad. La presión mediática no les debe afectar mucho, y eso es algo inusual y motivo de envidia. Bruni contesta a la prensa con su sempiterna sonrisa, y parece burlarse de los problemas que los demás tienen con su forma de vivir. Sarkozy parece un adolescente al que le hubieran puesto en la boca el manjar más apetitoso del mundo.
Pero lo que sí es cierto, como se ha publicado en algún que otro medio, es que “este vendaval está modificando el arte de hacer política en Francia”.
Sarkozy y Carla Bruni pasan por encima de esa horrible figura a la que últimamente ha dado en llamarse “familia desestructurada”, con matrimonios e hijos anteriores a sus espaldas, y sin volver la vista atrás procuran hacer que ese momento que viven, su momento, sea intenso e irrepetible, como cualquier otra pareja. Porque el amor no entiende de clases sociales, edades ni ideologías. Y en este sentido, que cunda el ejemplo.
Vive y deja vivir.

martes, 19 de febrero de 2008

Maniática de la última palabra (III)

- He leido en Internet a un blogero que afirmaba que si supiéramos lo que nos iba a pasar en el futuro, la vida ya no tendría gracia y no merecería la pena ser vivida. “Es como si vas al cine y ya has visto la película”, dice. No estoy de acuerdo. La vida merece siempre la pena ser vivida, lo único que si supiéramos de antemano lo bueno y lo malo que nos va a suceder, viviríamos ilusionados y aterrorizados a un tiempo. De todas formas no hace falta tener una bola de cristal para adivinar lo que nos acaecerá de aquí en adelante: salvo imprevistos accidentales, se ve por cómo funcionamos en el presente lo que nos va a acontecer en años venideros. Somos más previsibles de lo que queremos reconocer.

- Qué niña más diferente debí ser: no jugaba casi con las muñecas para no estropearlas, porque quería que duraran siempre, y lloraba si pisaba la hierba porque creía que le hacía daño. Tanto afán de eternidad y tanta sensibilidad no pueden conducir a nada bueno.

- Tengamos un pensamiento alegre, como decía Peter Pan, para poder volar. Sólo con un pensamiento alegre podremos despegar los pies del suelo, podremos flotar, podremos volar. Y así, tomando distancia, todo se ve de forma distinta.

- Desde que hago senderismo me he familiarizado con cierta terminología relacionada con los sitios por los que va el ganado, que son por los que yo transito en esas ocasiones: cañadas, cordeles, coladas, descansaderos..... Hay que ver esos caminos de Dios qué nombres tan distintos tienen. Y es que todos los caminos conducen a Roma...... incluso para el ganado.

- Hace poco leí en un e-mail que me mandaron una frase de John Ruskin que me ha gustado y que reproduzco: “Educar a un niño no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía”.
Ellos son como arcilla en nuestras manos.

lunes, 18 de febrero de 2008

Dedicado a Adrián







Hace unos días fue el cumpleaños de Adrián, y mi hija le llamó con su móvil para felicitarlo. Cumplía 3 años. Puso el manos libres para que su hermano también le oyera y le deseara un buen día. Y escuché de nuevo su voz, que hacía mucho que no oía.
Adrián es el único miembro de la familia de mi ex marido al que echo de menos. La última vez que le vi le quedaba poco para cumplir los 2 años, y todavía no hablaba gran cosa, pero él sabía hacerse entender de maravilla. Ahora pude comprobar lo bien que ya pronuncia las palabras, y que sigue siendo un gamberrillo al que le gusta dar voces y llamar la atención. No pude remediar el que me invadiera una profunda tristeza porque sé que seguramente ya no se acordará de mí y es bastante probable que no le vuelva a ver nunca más. Y si en el futuro nos viéramos, no nos conoceríamos.
Recordé cuando nació, lo pequeño que era, con aquel gorro de punto que en la maternidad de O’Donnell tienen la costumbre de poner a los bebés, parecía un pitufo. Y luego, cuando fue creciendo, bajito de estatura pero de complexión fuerte, nadie podría negar que era todo un chavalote.
Yo solía sentarme en el suelo a jugar con él, porque a los niños les gusta que nos pongamos pequeños, como ellos. Su familia no lo hacía nunca. Se limitaban a colocarlo encima de una mesa para que hiciera sus monerías y entretener a todo el mundo, y le inundaban de cosas materiales como primer hijo y primer nieto que era, pero no le enseñaban a comer sentado, ni a dormir a sus horas, ni a aceptar un no por respuesta sin tener que organizar una pataleta.
Adrián está creciendo entre personas mayores, pero él quiere estar con niños, lógicamente, y cuando ve a mis hijos se vuelve como loco, anhela pasar el tiempo con ellos, los quiere casi más aunque sean sólo primos de su madre que a los primos carnales que tiene por parte de su padre. Mi hijo está muy celoso de él y siempre le está fastidiando, pero él no se da cuenta y parece no importarle.
Mi hija se encarga de él como lo haría una madre, pero es tarea muy pesada para una niña y a veces reniega un poco, y más Adrián que es muy inquieto.
Cuando lo sentaba en mi regazo, con su cabeza apoyada en mi pecho, y veíamos un poco la televisión, todos se quedaban sorprendidos de su repentina calma, era como si yo le hubiera dado un sedante. Es cierto aquello que dicen que los adultos transmitimos a los niños tanto nuestro nerviosismo como nuestra tranquilidad, sus biorritmos se acompasan a los nuestros.
Adrián comía sólo lo que le venía en gana, y bastaba que le forzaran para que se negara a abrir la boca. Siempre tuvo mucha personalidad y mucho genio. Pero yo le daba un trozo de la manzana que comía, si en ese momento pasaba por mi lado, y él lo cogía, como sin darse cuenta, mientras jugaba, y se lo comía, cuando normalmente no lo hubiera querido.
Adrián es un niño que tiene mucha fuerza y poca contención por parte de los que le tienen que educar. Le gusta subirse a los sitios altos, y abrir ventanas, y......, bueno, todo lo que está prohibido y es peligroso. Creo que hay niños con un ángel de la guarda al que dan mucho trabajo y gracias al cual llegan a mayores.
Me gustaba acariciarle el pelo a Adrián, y estrecharle de vez en cuando entre mis brazos, no tanto como hubiese querido porque mis hijos se ponían celosos. No sabía dar besos, sólo daba un golpe seco con la cabeza y te rozaba la cara con los labios un poco abiertos. Cuando nos tocaba regresar a Madrid, se abrazaba a mis piernas para que no me marchara.
Ahora que le he vuelto a oir cuando mi niña le ha llamado por su tercer cumpleaños, compruebo que sigue siendo un muchachote bullicioso y alegre, y probablemente seguirá siendo siempre también una persona inteligente y cariñosa.
Por ser su cumple este post va dedicado a Adrián, y porque es el único miembro de aquella familia al que aún sigo queriendo, el único al que voy a echar siempre de menos.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Maniática de la última palabra (II)

- Cuando mi hija me habla con toda naturalidad de la fotosíntesis mientras riega el bonsai que le regalé por Navidad, o mi hijo me da una disertación sobre las características de Júpiter que aprendió cuando hizo su último trabajo-castigo de clase, pienso que aún no está todo perdido en cuanto al nivel de enseñanza en este país. Hoy estoy optimista.

- Hace tiempo supe que aunque veamos brillar una estrella en el firmamento, posiblemente esa estrella no exista ya, porque su luz tarda mucho en llegar hasta nosotros, y observamos el reflejo de su fulgor aunque ella se haya apagado. Así pasa con los seres queridos que ya no están entre nosotros. Y con algunas ilusiones también.


- Años atrás le regateé el precio de una pulsera a un negrito de los que se ponen a vender en las calles más comerciales de Madrid. Aquel hombre, alto como una torre, puso por un momento cara de niño apenado y angustiado, y supe que no estábamos jugando a un juego en el que estuviéramos en igualdad de condiciones. Nunca antes había regateado al ir a comprar una cosa, y nunca lo he vuelto a hacer. Siempre cabe la duda de que el que te vende se aprovecha de ti, o tú de él si regateas. Siempre me timan de todas maneras. En todo. Pero ya me da igual. No quiero regatear nunca más, en ningún orden de la vida.

- A las mujeres nos ponen mucho los hombres que nos saben escuchar. Y si encima nos hacen reir, mejor que mejor. Y si además nos ríen las gracias aunque no tengan gracia, para qué te voy a contar. Esta rara cualidad sólo la tienen hombres que gozan de paciencia, sensibilidad e inteligencia. Creo que voy a poner un anuncio en Internet: “Se busca oyente-chistoso que sea también risueño”. A lo mejor contesta Woody Allen.


- Mi hija dice que es un rollo todo lo que escribo. Pues también tiene razón.

- Ahora, con las elecciones generales ya próximas, los candidatos nos ofrecen el oro y el moro para que les votemos, como siempre. Y nosotros, los electores, parece que tenemos que ofrecernos al mejor postor. Ésto es como en una subasta, a ver quién da más, sólo que con mentiras.

martes, 12 de febrero de 2008

Llámame srta. Escarlata


Es difícil, con los tiempos que corren, mantener unos modales aceptables y un mínimo de educación en nuestro desenvolvimiento cotidiano. Sólo con ir por la calle a una hora concurrida, o en el transporte público, la paciencia y la propia educación son puestas a prueba una y otra vez. Desde la persona que te pisa sin compasión y casi no se disculpa, pasando por el que ha olvidado ducharse y te toca justo al lado, o el que no se quita la mochila de la espalda y va dando golpes a diestro y siniestro, o el que se apoya en ti para no tener que ir agarrado a la barra, y el que se propasa aprovechando el mogollón, aunque esto último no es un problema de educación sino de sexualidad desviada.
Observo que para los extranjeros que nos habitan, no tiene la buena educación el mismo significado que para nosotros, los autóctonos. No sé si es que ellos tienen otros valores o que simplemente carecen por completo de ellos.
Y ésto se hace extensible a la gente joven, que muchas veces parece ostentar malos modos como si de una seña de identidad se tratara: sentarse (los chicos) con las piernas demasiado abiertas, hablar dando voces, mascar chicle con la boca abierta.... Si lo que pretenden es escandalizar, como suele ser lo normal en la época adolescente, pobres recursos emplean. Puede ser que la moda underground incluya, además de la exhibición de la ropa interior e ir pisándose los bajos de los pantalones, hablar a base de palabrotas y contonearse por la calle como los simios, imitando lo que hacen los raperos en los video clips. Hace poco en el autobús escuché sin querer un retazo de conversación que mantenían dos chicos jóvenes: “ Tío, estoy harto del cabrón de mi viejo. A ver si la liña de una vez y me deja en paz”. La pureza de su léxico, la profundidad de sus palabras, me produjeron una mezcla de inquietud y estupor inenarrables. Si mis hijos hablaran alguna vez así de mí, en el caso de que tuviera algo que dejarles les desheredaría.
La gente mayor tampoco se queda atrás muchas veces. Yo no sé si es porque ya se vuelven impacientes o irascibles, pero con frecuencia hacen uso de su status de 3ª edad, a la que se supone se le debe un respeto, para ir atropellando al personal. Se ve sobre todo al ir a entrar en el autobús, donde pretenden pasar los primeros aunque hayan llegado los últimos. Espero no llegar a la ancianidad así, que la educación que me dieron siendo niña no me abandone nunca.
Intento enseñarle a mis hijos qué es eso de la buena educación, o la educación a secas, aunque a veces mis intentos resultan infructuosos, sobre todo con mi hijo que, no sé si será porque se acerca a la edad rebelde, no le gusta que le corrija sus maneras y su forma de hablar.
El tema de los modales en la mesa es un punto y aparte. Qué difícil es inculcarles un mínimo de comportamiento en la mesa: desde no meterse el cuchillo en la boca para limpiar los restos, hasta no usar las manos con la comida, y no digamos eructar, que en otros países se considera de buen tono porque así se demuestra lo mucho que te está gustando lo que comes y lo bien que te está sentando, pero que aquí de momento es todo lo contrario. Chuparse los dedos, sorber la sopa con ruido, limpiarse la boca con la mano, hablar con la boca llena, accionar con los cubiertos mientras se está charlando como si fueran espadas o pararrayos, comer el pan a bocados sin ser un bocadillo..... son algunas de las menudencias que pretendo enseñarles que no se deben hacer, más que nada para que no terminen pareciendo unos trogloditas.
Luego está el extremo opuesto, el de los que quieren parecer tan finos que ya se pasan, como cierta señora muy conocida que ya pasó a mejor vida y que en los ágapes sociales solía partir los guisantes con cuchillo y tenedor. O mi madre, sin ir más lejos, que en el internado de monjas donde estudió la obligaban a comer las patatas fritas con tenedor, acrobacia degustativa digna de ser vista que el que llegue a dominar merece toda mi admiración.
Y dejando a un lado los modales en la mesa, la educación que le quiero dar a mis hijos pasa, entre otras cosas, por no mirar el pañuelo después de haberse sonado la nariz, o no escupir, costumbre que ha adoptado mi hijo últimamente, a modo de machadita o yo qué sé qué.
Por la calle, cuando no hay educación, puedes ser víctima de todo tipo de tropelías: desde que te quemen con un cigarrillo de esos que se llevan en la mano como al descuido, hasta pisar excrementos de animales cuyos dueños carecen de sentido cívico y no han querido recogerlos, pasando por la gente que se queda hablando parada en mitad de la acera y no dejan pasar. Y qué decir tiene de los conocidos que te asaltan por detrás para saludarte dándote un palmetazo en la espalda, algo que detesto profundamente.
Los programas de televisión enseñan poco en ésto de la buena educación, más bien todo lo contrario, y la gente en general, y sobre todo los niños, aprenden cosas que son incorrectas pensando que están bien hechas. Sobre todo las series de humor, que pretenden conseguir la risa fácil a base de regocijarse en lo chabacano.
Si tuvieran que impartir ahora en los colegios e institutos una asignatura que en los tiempos de mi madre se llamaba “Urbanidad”, sería la rechifla general, nadie le daría la importancia que tiene, cuando lo único que pretendía era enseñar lo que a cada uno en su casa le tendrían que haber inculcado ya, es decir, buena educación. Porque se puede ser muy culto y erudito y al mismo tiempo un auténtico patán, que el conocimiento es una cosa y el saberse comportar otra muy distinta.
La próxima vez que alguien me diga en forma amistosa-coloquial “qué jodía” o “qué cabrona”, le diré: “Por favor, llámame srta. Escarlata”. Qué menos.

viernes, 8 de febrero de 2008

Hippies: la vida por delante








El término hippie, según puedo ver en Google, proviene de “hip”, que significa “popular, de moda”, y que derivó a “hipster”, que viene a ser algo así como “bohemio”, que se aparta de los usos y convencionalismos sociales.
En un primer momento surgió el movimiento hippie en EEUU tras la 2ª Guerra Mundial como consecuencia de las profundas alteraciones que sufrió la sociedad y la cultura norteamericana tras la contienda. Pero fue en los años 60-70 cuando, a raíz de la guerra de Vietnam, alcanzó su máximo desarrollo.
Aparece, pues, como antídoto a una enfermedad, pues una sociedad que promueve y participa de una guerra es una sociedad enferma a la que la única medicina posible que se le puede administrar es la paz.
Esta revolución ideológica alcanzó a todos los demás ámbitos de la vida, hasta convertirse en una especie de nihilismo, la negación de todo principio religioso, político y social, de toda creencia preestablecida.
El concepto tradicional de familia entró en crisis, ya que dejó de ser el núcleo esencial de la sociedad al representar unos valores que ya no eran aceptables. En la religión, ya no hay una sola forma de ver a Dios si no que se toman aspectos de otras religiones, y en la economía, en mitad de una etapa de prosperidad, se apela al no materialismo y se opone al consumismo, al stablishment y al paternalismo gubernamental.
Y así, una vez aparcados la guerra y el nacionalismo, los valores tradicionales y la intolerancia, el movimiento hippie se desarrolló como un estilo de vida nómada basado en las comunas, algo parecido a lo que sucedió en el cristianismo primitivo, en su afán por compartirlo todo.
Aquí se celebraba la vida y el amor, con una liberación sexual absoluta que promovió abiertamente el uso de los métodos anticonceptivos, y con el respeto a la Naturaleza y al medio ambiente en general, ya que de ella formamos parte y en ella estamos integrados.
Esta actitud iconoclasta, inconformista y no convencional, que se plasmaba en la moda, el arte, la música y el cine, se llevó a sus últimas consecuencias con el consumo de drogas, para unos una forma de evasión de un mundo que no les gustaba tal y como estaba concebido, para otros un medio para crear.
Los hippies no querían cambiar la sociedad, sino que querían formar una sociedad aparte, con unos valores propios que hicieran posible dar sentido a una vida que hasta entonces estaba vacía, que no era auténtica y plena. La frase que he visto en Internet que creo que mejor lo define es “anarquía no violenta”, basada en la libertad y la justicia por medios pacíficos.
Una de las costumbres que se adoptaron en aquel momento y que para mí representa uno de los gestos más bonitos y significativos que se hicieron fue lo que dio en llamarse “Flower Power”, que consistía en regalar flores a las autoridades o introducirlas en sus armas en las manifestaciones pacíficas.
Fueron famosos algunos de los conciertos al aire libre que se celebraron, como el de Woodstock, que reunían a cientos de personas que “acampaban” literalmente durante varios días allá donde tuviesen lugar. En ellos, solistas y bandas que por entonces empezaban a darse a conocer cantaban unas letras y tocaban melodías distintas a todo lo anteriormente conocido, para goce del personal, y que luego se convirtieron en símbolos de toda una generación, figuras importantísimas e irrepetibles en la historia de la música contemporánea.
El cine que se hizo en aquella época también marcó un hito en la evolución del celuloide. Algunas de las películas de entonces, como “El regreso”, constituyen mi referente humano y cultural imprescindible, algo así como una escala de valores elaborada a partir de aquellos principios.
Al socaire de la buena onda que promovió el movimiento hippie, se sumaron otras tendencias reivindicativas como el feminismo y la lucha contra la discriminación racial, que también tuvieron su acogida y su repercusión en la sociedad del momento.
Dicen que el movimiento hippie degeneró por los excesos y por la falta de grandes ideólogos que lo fundamentaran. Se ha hablado también refiriéndose a él de contracultura y hasta de subcultura. Quizá se trató sólo de una válvula de escape a una situación de crisis, un soplo de aire puro en medio de un ambiente que estaba viciado. Y la prueba de que no sólo fue una moda pasajera sino una forma de vida es que, casi 50 años después, aún sigue habiendo reductos de vida hippie en todo el mundo.
Últimamente se está volviendo a poner de moda todo lo de aquella época. Resulta extraño ver por la calle a la gente joven con trazas parecidas a las que se llevaron entonces, y fascinada por aquella música, pero creo que se quedan sólo en lo externo, no profundizan en su esencia.
Aunque yo era una niña cuando tuvo lugar el movimiento hippie y hay muchas cosas que no recuerdo, y otras que sí recuerdo y no supe apreciar por mi edad, tengo una cierta nostalgia de ese tiempo que ya ha pasado, y me queda un sabor agridulce en la boca al comprobar cómo terminó todo y lo que hemos perdido desde entonces, valores como el idealismo con el que afrontaron la vida, el ecologismo, un permanente optimismo y vitalidad, una cierta ingenuidad, la frescura y la casi absoluta falta de prejuicios. Nunca la mente estuvo más libre y más desinhibida, sin ningún temor. Esa es la clave de la felicidad, como leí por ahí una vez: la ausencia de miedo.
El movimiento hippie se identifica con la juventud, y se echa un poco en falta que no abarcara también a la gente de más edad. Puede que los cambios personales y sociales sean más propios de los que aún tienen toda la vida por delante.

martes, 5 de febrero de 2008

Maniática de la última palabra

- Quizá las lágrimas son saladas porque dicen que venimos del mar.

- La libertad es quitarse de encima el yugo de los padres, y después hacer lo mismo con el yugo del marido. Sólo faltaría que mis hijos me pusieran un yugo también. Que no se les ocurra. A ellos les dejo sólo que me subyuguen.

- Mi madre casi no se acuerda de nada de mi infancia, pero sí de la de mi hermana. Amnesia selectiva: eliminamos de la memoria sólo lo que no nos gusta. Voy a tener que ejercer mis derechos de primogenitura. O a lo mejor la vendo por un plato de lentejas. Para lo que me sirve.......

- Creo que tengo la lengua tan suelta porque de niña mi padre censuraba mucho todo lo que decía. Ahora me he pasado al bando contrario, pero tampoco es bueno no tener pelos en la lengua. Con la pluma aún no me pasa. El día que me de el vértigo tampoco tendré pelos en la pluma (¿?).

- Quisiera saber por qué en ésto del amor la cabra siempre tira al monte. Sobre todo si ese monte es de los que no dejan ver el sol. Aparta de mí ese cáliz.

- Qué injusto es que haya especies que viven muchísimo tiempo mientras nosotros, los seres humanos, vamos desapareciendo unos detrás de otros sin remisión. Hay seres vivos que si no los matas, no terminan de morirse. Acabemos con la secuoya.

- Cuando moceaba usaba el carné joven, y ahora sólo espero llegar a mayor para tener algún carné o tarjeta dorada que me reporte algún beneficio. Mientras tanto pululo en una edad intermedia que no tiene carné. Los de mi edad vivimos marginados.

- Como dice Carmen Posadas, “un egoísta es todo aquel que no piensa en mí”.
Pues eso.

lunes, 4 de febrero de 2008

A mis pequeñas sobrinas

Son dos lindas hermanas
mis pequeñas sobrinas.
Una tiene la gracia
de las flores nacidas
a la orilla del mar.
La otra de las palmeras
tiene el talle juncal.

Una tiene por ojos
dos estrellas del cielo.
La otra en sus pupilas
bella serenidad.

Pili es como un remanso
de aguas cristalinas.
Susi es como el suave viento
que anuncia un huracán.

Una es claro de Luna.
La otra girón de nube.
Ambas tienes unidas
belleza de querube.

Sin embargo, entre ellas
hay una inmensidad.
Este poema nos lo dedicó a mi hermana y a mí mi tía Carmen, de la que hablé en otro sitio de este blog, que publicó libros de poemas y relatos cortos. Todo lo que en él se refiere a serenidad hace referencia a mí. Tendría yo unos 8 años cuando lo hizo. Si me viera ahora la pobre......

viernes, 1 de febrero de 2008

Nacida libre


Animales. Así denominamos a una parte de nuestra zoología, en la que no solemos incluirnos los seres humanos.
Gran error. Los griegos decían que el hombre es un “zoon politikon”, es decir, una animal político, entendiendo ésto último como social, un ser vivo que necesita relacionarse con los demás para desarrollarse.
Posteriormente se habla del hombre como “animal racional”, en cuanto que se le atribuye inteligencia y capacidad de razonamiento. En ésto hay grados también.
Dentro del reino animal, no somos la especie que mejor parada sale, pues muchas otras nos dan cien mil vueltas y de ellas tendríamos mucho que aprender. Animales como el delfín, que son tan inteligentes y dulces, capaces de un gran valor cuando la ocasión lo requiere, o el mono, nuestro antecesor y al que en el fondo seguimos pareciéndonos, con gestos y comportamientos muy similares a los nuestros, desde la forma de mirar hasta la manera de coger los objetos o apoyarse en el regazo de la madre cuando son pequeños. O la memoria de algunos especímenes, que recuerdan durante mucho tiempo quién los ha ayudado o quién les ha hecho daño.
La mayoría de la gente no da valor a la vida de los animales, o consideran que su derecho a vivir es inferior al nuestro, por eso los maltratan y los abandonan, y con razón salía en el anuncio publicitario aquel lo de que “él nunca lo haría”, cosa seguramente cierta pues su capacidad para el mal o su falta de fidelidad son prácticamente inexistentes. Y además tendríamos que aprender de su forma de organizarse socialmente, del cuidado y protección que tienen las hembras con sus crías, y los machos con sus familias. Sólo se mueven por instinto, nunca por maldad.
A mí es difícil verme en un zoológico. La única vez que visité uno, el de Madrid, para que mis hijos vieran a los animales en vivo, pasé un mal rato: sólo de verlos encerrados en jaulas, o metidos en una pequeña extensión de terreno, hacinados y rodeados de zanjas, me producía una tristeza inmensa.
Recuerdo especialmente un tigre blanco, que precisamente por ser distinto del resto de los de su especie lo habían colocado en un habitáculo diferente. A través del cristal se le podía ver mirando hacia el muro del fondo, inmóvil, de espaldas a todos los intrusos y mirones que estábamos allí. Me pareció la viva imagen de la soledad y la tristeza.
Algo parecido a lo que me contó mi hermana una vez sobre un monito que vió en el escaparate de una tienda de música y que tenían allí como reclamo. Era todo desolación, parecía que se preguntara el motivo por el que se le inflingía aquella tortura, el por qué lo habían aislado del resto de sus congéneres para traerlo a un espacio pequeño y cerrado sólo iluminado con luz artificial.
Detesto también los circos que tienen animales: ningún ser vivo debería ser adiestrado para entretener a nadie, obligado hasta la extenuación a repetir una y mil veces los mismos movimientos que en ellos son antinaturales y ponen en peligro su integridad física. A cambio de un lugar donde vivir y comida, como si ellos no tuvieran sitios mejores donde estar y alimentos más suculentos con que alimentarse. La esclavitud.
Ni siquiera los parques naturales, con las posibilidades de espacio y Naturaleza que ofrecen me parecen sitios adecuados para ellos. Qué manía de sacarlos de su hábitat de origen para llevarlos lejos y exhibirlos sin pudor. Que nos llevaran a nosotros al polo Norte o al desierto, a ver cómo nos sentaba.
Qué gusto da acariciar el lomo de un gato y ver cómo arquea su cuerpo y levanta la cola de placer, o rascarle la panza a un perrillo que sólo quiere jugar y dar unas cuantas vueltas en el suelo, retozón.
Me viene a la memoria un cachorro de perra que vivía en la casa del guardabosques que hay en la entrada a la Herrería, en El Escorial, cuando íbamos a pasar al campo los fines de semana. Mora se llamaba, por el color tan negro de su piel. Era preciosa. La cogía en brazos como si fuera un bebé y le daba el biberón, así hasta que se hizo mayor.
También me acuerdo de un pajarito que tenía una amiga del colegio, que colocaba sus patitas en uno de mis dedos y se subía a otro dedo si lo colocaba un poco más alto, como si se tratara de una escalera.
Pero el animal que más impresión me causó fue una perrita que tenía una amiga de mi hija. En una ocasión que fuimos a su casa, se escondió cuando llegamos debajo de la cama de su dueña, asustada porque no nos conocía. Salió al cabo de un rato para acercarse lentamente y observarme con unos ojos enormes y tristísimos, como intentando saber cómo era yo y qué intenciones tenía. Al poco, depositó su cabeza y una pata sobre mi muslo, sin dejar de mirarme. Me dijo su dueña que la había sacado de un centro de acogida de animales maltratados. Entendí su desconsuelo y la necesidad constante y nunca satisfecha de recibir afecto. Probablemente nunca tendría bastante por mucho amor que quisiéramos darle. La acaricié largo rato, y no dejé que la apartaran alegando que quizá molestaba. Cerca, un poco retirados, dos gatos de la casa muy ceremoniosos observaban distantes la escena desde un balcón abierto.
Yo nunca tendré un animal en casa, porque no puedo dedicarle la atención y el espacio que necesita.
Nacida libre, como el título de aquella serie que en los años 70 gustó tanto en televisión. Sólo recuerdo que trataba de una leona joven y del dilema de si debía vivir en cautividad o en su medio natural. La búsqueda de la libertad era la sensación que transmitían aquellas imágenes. Lo mismo que buscamos los seres humanos.
El mundo entero es una gigantesca Arca de Noé. Respetemos a todos los animales, grandes y pequeños.
 
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