martes, 26 de febrero de 2008

Un lugar en el mundo


La marcha de una compañera de trabajo, por jubilación, me ha hecho recordar que yo también, una vez más, me voy a marchar, sólo que para cambiar de puesto de trabajo e intentar mejorar un poco. Cuántas personas se conocen a lo largo de una vida, y más en el ámbito laboral. Por cuántos sitios se pasa, y en cada uno dejando un pequeño trozo de ti mismo. Qué recuerdos quedarán en mi memoria de los lugares en los que no sólo me he ganado el pan, sino en los que además he compartido una parte de mi vida, y me han hecho partícipe de retazos de otras vidas.
La vida es, al fin y al cabo, como una enorme estación de tren, donde las personas estamos de paso, mientras van y vienen los trenes de la existencia de cada cual, unas veces demasiado pronto, otras demasiado tarde, en pocas ocasiones a su hora. Y en ese tránsito hay gente a la que ves con frecuencia, y gente a la que no vuelves a ver nunca más. Sólo unos pocos viajan contigo en los mismos trenes que tú coges, por un tiempo o para siempre, sólo unos cuantos llevan el mismo equipaje o parecido que el que llevas tú. Mi equipaje se ha aligerado mucho últimamente, y ya me cuesta menos viajar, pero hubo un tiempo en que se fue llenando de cosas que no me hacían falta y se hizo muy pesado.
Una tía mía que escribía poemas, que ya he mencionado otras veces, tenía también como yo un agudo sentido de la temporalidad de las cosas, de lo fugaz que es el tiempo que nos toca vivir. Ella siempre volvía la vista atrás, enferma de nostalgia, y como era una pesimista sentimental, en todas sus poesías se translucía un sentido determinista de la vida, como si estuviéramos avocados a la soledad, el desamor y la tristeza, sin que nada pudiéramos hacer para remediarlo.Yo, que también soy una sentimental sin remedio, no sé si optimista o pesimista, ya estoy sintiendo la pérdida de las personas y las cosas mucho antes de que suceda, y de niña era aún peor. Si existiera un antídoto contra este mal, yo lo querría para mí.
Sin embargo, no puedo evitar ser ave de paso. Del primer sitio en el que trabajé me fui obligada después de estar allí muchos años, y creyendo que era el lugar en el que tendría una estabilidad laboral, y donde echaría raíces.
Mi mente dio entonces un giro de 180 grados y desde entonces he desembarcado en unas cuantas costas y me he vuelto marinera de muchos mares, para terminar no perteneciendo a ninguna tierra. Pararme en un lugar determinado mucho tiempo me desazona, empiezo a sentir que me estoy perdiendo otros mundos, otras experiencias, y sé que si me quedo mucho más terminaré aborreciendo lo que antes me gustaba. No entiendo a los que se agarran con uñas y dientes a su asiento, y quieren pasar de este modo el resto de sus vidas, sobre todo en trabajos en los que he estado en los que había un ambiente laboral que dejaba mucho que desear. Estas personas hacen suyo el refrán aquel de “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”, y suele ser extensible al resto de los ámbitos de su vida. Son pájaros enjaulados que, aunque les abran la puerta, no saldrían nunca por miedo a lo que les pudiera pasar fuera. Prefieren obviar la libertad de elegir y conformarse con la rutina que machaca. Cuánta gente he visto con el alma aniquilada por culpa de esa enfermedad crónica que es el hacer siempre lo mismo.
Para ser persona de afectos constantes y costumbres más o menos fijas, adoro los cambios. Y así pasó que cuando empecé a ver que mi marido cambiaba, y cada vez a peor, yo también cambié y de esposa complaciente y solícita me torné en esfinge. Y pude por fin sacudir las miserias que atenazaban mi vida.
Conclusión: así no hay quien eche raíces ni en lo profesional ni en lo personal, pero es que tampoco soy un árbol.
No sé si alguna vez dejaré de sentirme desarraigada y si encontraré un lugar en el mundo. Aún lo sigo buscando, aunque quizá no exista.
Mi hogar será siempre el lugar donde estén los que me quieren.

Prefiero tener las alas de los pájaros,
aunque me conozcan en muchos sitios
y en ninguno.
Prefiero ser el barco empujado por el viento,
aunque no tenga capitán,
porque sé que no navegaré a la deriva.
Y en todas partes dejaré un trocito de mi ser,
un pequeño recuerdo que se borrará con el tiempo,
como se borra todo lo demás.

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