martes, 19 de febrero de 2008

Maniática de la última palabra (III)

- He leido en Internet a un blogero que afirmaba que si supiéramos lo que nos iba a pasar en el futuro, la vida ya no tendría gracia y no merecería la pena ser vivida. “Es como si vas al cine y ya has visto la película”, dice. No estoy de acuerdo. La vida merece siempre la pena ser vivida, lo único que si supiéramos de antemano lo bueno y lo malo que nos va a suceder, viviríamos ilusionados y aterrorizados a un tiempo. De todas formas no hace falta tener una bola de cristal para adivinar lo que nos acaecerá de aquí en adelante: salvo imprevistos accidentales, se ve por cómo funcionamos en el presente lo que nos va a acontecer en años venideros. Somos más previsibles de lo que queremos reconocer.

- Qué niña más diferente debí ser: no jugaba casi con las muñecas para no estropearlas, porque quería que duraran siempre, y lloraba si pisaba la hierba porque creía que le hacía daño. Tanto afán de eternidad y tanta sensibilidad no pueden conducir a nada bueno.

- Tengamos un pensamiento alegre, como decía Peter Pan, para poder volar. Sólo con un pensamiento alegre podremos despegar los pies del suelo, podremos flotar, podremos volar. Y así, tomando distancia, todo se ve de forma distinta.

- Desde que hago senderismo me he familiarizado con cierta terminología relacionada con los sitios por los que va el ganado, que son por los que yo transito en esas ocasiones: cañadas, cordeles, coladas, descansaderos..... Hay que ver esos caminos de Dios qué nombres tan distintos tienen. Y es que todos los caminos conducen a Roma...... incluso para el ganado.

- Hace poco leí en un e-mail que me mandaron una frase de John Ruskin que me ha gustado y que reproduzco: “Educar a un niño no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía”.
Ellos son como arcilla en nuestras manos.

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