lunes, 18 de febrero de 2008

Dedicado a Adrián







Hace unos días fue el cumpleaños de Adrián, y mi hija le llamó con su móvil para felicitarlo. Cumplía 3 años. Puso el manos libres para que su hermano también le oyera y le deseara un buen día. Y escuché de nuevo su voz, que hacía mucho que no oía.
Adrián es el único miembro de la familia de mi ex marido al que echo de menos. La última vez que le vi le quedaba poco para cumplir los 2 años, y todavía no hablaba gran cosa, pero él sabía hacerse entender de maravilla. Ahora pude comprobar lo bien que ya pronuncia las palabras, y que sigue siendo un gamberrillo al que le gusta dar voces y llamar la atención. No pude remediar el que me invadiera una profunda tristeza porque sé que seguramente ya no se acordará de mí y es bastante probable que no le vuelva a ver nunca más. Y si en el futuro nos viéramos, no nos conoceríamos.
Recordé cuando nació, lo pequeño que era, con aquel gorro de punto que en la maternidad de O’Donnell tienen la costumbre de poner a los bebés, parecía un pitufo. Y luego, cuando fue creciendo, bajito de estatura pero de complexión fuerte, nadie podría negar que era todo un chavalote.
Yo solía sentarme en el suelo a jugar con él, porque a los niños les gusta que nos pongamos pequeños, como ellos. Su familia no lo hacía nunca. Se limitaban a colocarlo encima de una mesa para que hiciera sus monerías y entretener a todo el mundo, y le inundaban de cosas materiales como primer hijo y primer nieto que era, pero no le enseñaban a comer sentado, ni a dormir a sus horas, ni a aceptar un no por respuesta sin tener que organizar una pataleta.
Adrián está creciendo entre personas mayores, pero él quiere estar con niños, lógicamente, y cuando ve a mis hijos se vuelve como loco, anhela pasar el tiempo con ellos, los quiere casi más aunque sean sólo primos de su madre que a los primos carnales que tiene por parte de su padre. Mi hijo está muy celoso de él y siempre le está fastidiando, pero él no se da cuenta y parece no importarle.
Mi hija se encarga de él como lo haría una madre, pero es tarea muy pesada para una niña y a veces reniega un poco, y más Adrián que es muy inquieto.
Cuando lo sentaba en mi regazo, con su cabeza apoyada en mi pecho, y veíamos un poco la televisión, todos se quedaban sorprendidos de su repentina calma, era como si yo le hubiera dado un sedante. Es cierto aquello que dicen que los adultos transmitimos a los niños tanto nuestro nerviosismo como nuestra tranquilidad, sus biorritmos se acompasan a los nuestros.
Adrián comía sólo lo que le venía en gana, y bastaba que le forzaran para que se negara a abrir la boca. Siempre tuvo mucha personalidad y mucho genio. Pero yo le daba un trozo de la manzana que comía, si en ese momento pasaba por mi lado, y él lo cogía, como sin darse cuenta, mientras jugaba, y se lo comía, cuando normalmente no lo hubiera querido.
Adrián es un niño que tiene mucha fuerza y poca contención por parte de los que le tienen que educar. Le gusta subirse a los sitios altos, y abrir ventanas, y......, bueno, todo lo que está prohibido y es peligroso. Creo que hay niños con un ángel de la guarda al que dan mucho trabajo y gracias al cual llegan a mayores.
Me gustaba acariciarle el pelo a Adrián, y estrecharle de vez en cuando entre mis brazos, no tanto como hubiese querido porque mis hijos se ponían celosos. No sabía dar besos, sólo daba un golpe seco con la cabeza y te rozaba la cara con los labios un poco abiertos. Cuando nos tocaba regresar a Madrid, se abrazaba a mis piernas para que no me marchara.
Ahora que le he vuelto a oir cuando mi niña le ha llamado por su tercer cumpleaños, compruebo que sigue siendo un muchachote bullicioso y alegre, y probablemente seguirá siendo siempre también una persona inteligente y cariñosa.
Por ser su cumple este post va dedicado a Adrián, y porque es el único miembro de aquella familia al que aún sigo queriendo, el único al que voy a echar siempre de menos.

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