lunes, 29 de marzo de 2010

Un poco de todo (IV)




- Es impresionante pensar en la forma como estamos hechos. En un reportaje de televisión vi que los átomos son en realidad espacios vacíos, con un átomo central y una estructura externa formada por electrones en constante movimiento. Para que nos hiciéramos una idea se representaba una mosca en mitad de una catedral. El insecto era el núcleo y las paredes del edificio la cubierta que lo rodea. Entre uno y otras no existe nada. El científico que daba las explicaciones venía a decir que el Universo entero está compuesto en su mayor parte por la nada, el vacío. Lo que impedía que una materia sólida atravesara otra era la fuerte barrera que formaban los imparables electrones.
Para colmo, se decía que toda la materia que existe actualmente en nuestro planeta, incluido éste, proviene de la explosión de una gran estrella que estalló cerca de nuestro sistema solar. Lo de que la materia no se crea ni se destruye, solamente se transforma, es una gran verdad que ya nos enseñaron en los tiempos del colegio, pero ahora es cuando me he hecho una idea de hasta qué punto es así: vivimos en perpetuo reciclaje de materia, cuando creemos que un ser vivo muere, en realidad la sustancia de la que está hecho no desaparece sino que pasa a formar parte del ciclo biológico natural, el cual dará lugar a otros seres vivos. Es un proceso que jamás se interrumpe.
Somos polvo de estrellas, y estamos destinados a existir eternamente. Lo que no sé es qué pasaría si fuera La Tierra la que explotara. El material que nos forma iría a parar a otra parte y puede que se reconstituyera de otra manera en otro lugar. El caso es no desaparecer.
Con tan sólo los 99 elementos de la tabla periódica se pueden hacer combinaciones que den como resultado las sustancias que conocemos. Algunas asociaciones producen algunas que nunca hubiéramos sospechado que tuvieran nada que ver con esos elementos iniciales.
Incluso se va más allá: a partir de los átomos se han ideado unos cristales impregnados en medicamentos que, introducidos en el cuerpo humano, van desechando las células sanas hasta llegar a las cancerosas, en las que se meten y descargan la medicación. Así se evitarán los efectos nocivos de los tratamientos de quimio y radio tradicionales, que no distinguen y matan todas las células, las buenas y las malas.
La clave del progreso y del desarrollo humano está en la investigación celular. No es que lleguemos a ser indestructibles en el futuro, pero será muy difícil que cualquier virus o enfermedad de ninguna clase puedan acabar con nosotros.

- Me ha asombrado un cartel que he visto en una farmacia: la píldora del día después no la tragues. Luego aclaraba que como la legislación permite la dispensa de este fármaco sin receta médica y sin límite de edad, los farmacéuticos, como profesionales con una responsabilidad sobre la salud de los consumidores de sus productos, se creen en la obligación de advertir de esta manera sobre la nocividad de utilizar sin ninguna cortapisa esta clase de medicamentos. Ante la falta de una regulación adecuada en este ámbito ha sido la industria farmacéutica y no el gobierno la que ha tenido que tomar cartas en el asunto. Con todo lo que ello conlleva, pues es en realidad no un método anticonceptivo sino abortivo. El tema es mucho más serio de lo que han pretendido hacernos ver, cuando se nos hablaba de nuevos avances en la planificación familiar. Por lo visto una chica, aunque sólo tenga catorce años, es muy moderna y muy inteligente porque sabe lo que tiene que hacer cuando ha hecho las cosas cuando y como no debía hacerlas. Vivimos en una selva legal y ética que no hace sino enmarañarse cada vez más. Y a esto lo llaman civilización.

domingo, 28 de marzo de 2010

Los chicos del coro



No es la primera vez que compruebo, tanto en la realidad como en la ficción, que la música se convierte en la tabla de salvación para unas almas perdidas en los abismos de la desesperanza, el abandono y la incomprensión.

En “Los chicos del coro” vemos cómo un grupo de niños, internados en un horrible colegio por diversos motivos (unos porque son huérfanos, otros porque sus padres no pueden hacerse cargo de ellos, otros porque son “difíciles”), son pasto de la desidia y la desobediencia sistemática hasta que aparece un nuevo supervisor del centro que, no sabiendo cómo inculcarles un poco de disciplina sin usar la violencia, se convertirá en el improvisado director de un coro compuesto por las voces menos educadas que hallarse pueda.

De qué otro modo se puede mantener ocupados a los niños cuando no hay clase, de qué forma se puede cultivar una afición artística en ellos que eleve sus miserables existencias a un nivel tan sublime que ni el mismo profesor hubiera imaginado jamás. Ya las primeras pruebas de voz que les hace son un tanto desalentadoras, y cuando los pone a cantar todos juntos el conjunto resulta todo menos armónico. Pero con ensayos constantes, aprovechando los ratos libres entre clase y clase, o el momento anterior a irse a acostar a última hora del día, junto a sus camas, sus voces se van educando y su entusiasmo crece al verse capaces de crear algo bello que sólo les pertenece a ellos.

El profesor, que se considera un compositor fracasado, encuentra en esta nueva experiencia una vía para dar salida a su inspiración musical, pues todo lo que cantan lo escribe especialmente para ellos, y también es una ocasión para demostrar su acierto como pedagogo, pues no es fácil hallar un motivo de satisfacción común a todos que además le de sentido a la vida.

El hallazgo de una voz maravillosa que destacará como solista en el coro se produce en la figura de un muchacho bellísimo cuyo comportamiento es especialmente conflictivo, y del que se llegará a ganar no sólo su confianza sino un afecto que durará para siempre.

A cada uno le da un papel en esta función según su tono de voz, y al que no sabe cantar, como el más pequeño de ellos, le hará su ayudante, o como uno de los más grandes, que carece de oído para la música y desafina sin piedad, que hará que sujete las partituras mientras él dirige. Nadie se queda al margen, todos ponen su granito de arena para que el resultado sea el mejor.

Pero lo que hace tan especial esta suma de circunstancias es la gran humanidad del profesor: nunca antes se había preocupado nadie por aquellos niños más allá de lo académico. Los malos comportamientos se castigaban duramente, y la tolerancia, el diálogo y la comprensión brillaban por su ausencia. Este hombre, que es la bondad en persona, se siente incapaz de impartir disciplina de una forma tan severa e implacable. Intenta primero entender las razones de la mala conducta, pide explicaciones, y en la mayoría de las ocasiones se conforma con reconvenirles de palabra. Pero cuando esto no sea suficiente, encontrará que el peor castigo que se les puede infringir a estos niños es apartarles del coro, aunque sea temporalmente, porque significará para ellos casi como si los apartaran de la vida misma.

Cuando sea cesado en su puesto, los niños, a los que se les ha prohibido despedirse de él, lanzarán a su paso por debajo de una ventana mensajes escritos en papel deseándole lo mejor (él reconoce al momento la caligrafía de unos y otros), una lluvia de afecto cayendo sobre su persona y unas manitas asomadas agitándose para decirle adiós. El más pequeño le seguirá, sin que él se de cuenta, hasta donde tiene que coger el autocar que le llevará a su nueva vida, y aunque intenta disuadirle, al final se queda con el niño.

Para un hombre que no tuvo nunca hijos, aquellos eran como si fueran suyos.

Hubo un profesor, que tuvo mi hija en dos cursos de primaria, que me recordó a este hombre, por su bondad, su dedicación, su gusto por la música, y su generosidad. Cuán pocos son los que se dedican a esta profesión porque sienten una verdadera vocación. Cuánta falta haría que hubiera más docentes como éstos, y más en los tiempos que corren.

Magnífico el niño que interpreta al solista (mi hija está fascinada por él), increíbles todos cada uno en su papel y, sobre todo, la música, absolutamente maravillosa.


jueves, 25 de marzo de 2010

Leyendas urbanas





Cada ciudad dicen que tiene sus propias leyendas urbanas. Madrid no es Nueva York, modelo de metrópoli donde las haya, con sus peculiares y tan conocidas costumbres, sus bandas, sus puntos de encuentro multicultural, las serpientes y los caimanes pululando por las alcantarillas desechados en su momento por la taza del váter al haberse convertido en mascotas que ya no tenían el tamaño adecuado para estar en casa. Hay urbes tan dinámicas que hasta en sus cloacas fluye la vida.
En la capital de este país nuestro, del que siempre han dicho que tiene forma de piel de toro extendida (cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia), tenemos nuestras propias peculiares idiosincrasias: presencias extrañas en edificios emblemáticos abandonados, con cacofonías y todo (es una buena forma de conseguir que los reformen y los dediquen a algo útil), hay también zonas que son como Triángulos de las Bermudas (Vallecas, Vicálcaro, el túnel en el que se soterró la M-30 cuando llueve, sitios en los que puedes desaparecer tragado por la nada), y señales en el suelo tan anacrónicas como el famoso km. Cero de la Puerta del Sol, que se supone es el epicentro, el meollo, el ombligo de la nación, el origen de vías y caminos. Aunque todos los caminos siguen conduciendo a Roma, digamos lo que digamos aquí.
Luego han ido surgiendo con los años otras leyendas urbanas más underground, como esas deportivas atadas entre sí y lanzadas para que se cuelguen de los cables del tendido de la luz que van de una fachada a otra de los edificios. La primera vez que vi unas creí que a alguien se le habrían caído por descuido del tendedero, pero después de ver muchas empecé a pensar que sería una más de las muchas modas tontas que se imponen. Mi hijo me dijo lo que significaba: cada vez que una banda mata al miembro de otra banda, cuelgan las zapatillas del muerto para que todo el mundo sepa cómo las gastan. Aquí no creo que el significado sea el mismo, las bandan matan lo justo, con mucha discreción. He leído que también es una forma de marcar las zonas que son punto de venta de drogas. Hay que avisar, no se vayan a creer que las salidas de los institutos son los únicos lugares de trapicheo. Incluso se ha dicho que es otra forma de arte. El colmo. Y están las deportivas a un precio como para ir tirándolas por ahí.
Estas costumbres importadas del exterior forman parte ya de las leyendas urbanas de nuestra ciudad y de otras muchas. Los grafiteros nos dejan desde hace tiempo muestras de su talento creativo, iniciado con aquel famoso Muelle que se puso de moda cuando yo moceaba, y que no era más que un macarra de los muchos que proliferaron en la “movida” madrileña que cayó en gracia. El pobre murió joven, pero ahí quedó para los restos la señal de su paso por el mundo. Y es que ya no respetan nada, pues no se conforman con decorar los muros de los solares abandonados, sino que los edificios son también el blanco de su inspiración, además de los vagones de tren, el mobiliario urbano y todo lo que se les ponga por delante. No sé por qué no utilizan sus sprays para decorar sus casas. A lo mejor no es porque sus madres no les dejen, mira mi niño, qué artista es, sino porque ahí no los ve nadie, y el exhibicionismo es lo que tiene, necesita público, aunque éste no tenga ganas de según qué cosas.
Corren también leyendas urbanas en torno a sitios de siempre como por ejemplo el estanque del Retiro, aunque si dragaran la zona igual se resolvía el misterio. Como todo el mundo tira basuras se especula con la posible existencia de alguna especie animal bien alimentada y aún no catalogada por los biólogos. Algo parecido al monstruo del lago Ness pero a menor escala. En cambio lo que había en el fondo del Manzanares hace tiempo desapareció porque tras las obras de la autopista sólo ha quedado un riachuelo, pero a ese río, en sus buenos tiempos, se ha tirado todo lo que uno no quería o no sabía qué hacer, difuntos incluidos. Era como el Ganges español, sólo que aquí la porquería nunca se ha considerado sagrada, al menos hasta ahora.
El traslado del estadio del Atlético de Madrid es otra leyenda urbana que me afecta personalmente, y a la que no doy ningún crédito. Es como todo, tanto se ha dicho y tan falso, que al final el escepticismo es la única actitud razonable. Y la playa que iban a hacer a orillas del Manzanares, otro rollo macabeo. Con lo que he visto yo antaño flotar ahí sería insensato querer sumergirse, aunque digan que ya está limpio. Donde hubo siempre algo queda.
Las leyendas urbanas no hacen sino proliferar. Y es que hay que dar un poco de misterio a la historia de la ciudad.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Pintura hiperrealista (IV): Raphaella Spence







Aquí tenemos a Raphaella Spence, una inglesa afincada desde la niñez en Italia. Ha expuesto en Londres, Italia y EE.UU.
Cuando se contemplan sus cuadros nos invade una sensación de paz, de relax. Esas olas con espuma blanca llegando a la costa en un día radiante de sol, o Venecia, en una imagen que parece un grabado antiguo, muy elegante.
La vegetación sobre la roca con el mar de fondo o las plantas tan verdes entre las piedras del río reflejándose en sus aguas, son una maravilla.
Tanto si quiere reflejar los detalles como si hace panorámicas de paisajes, sus pinturas son siempre una gozada visual.

martes, 23 de marzo de 2010

Tiendas curiosas



Madrid es una ciudad tan variopinta que no es difícil encontrar tiendas y locales poco comunes que nos sorprendan y despierten nuestra curiosidad. Algunos nos parece que están montados con un gran sentido del humor, pero lo que nunca podremos cuestionar es su indudable originalidad.
La que más me ha llamado siempre la atención, y que conozco de pasar muchas veces por delante porque está cerca de mi barrio, es una corsetería en la calle Toledo con unos escaparates en los que, para sorpresa y regocijo del ufano público, se exponen unas fajas y unos sujetadores de tamaños desproporcionados. La primera vez que la vi, siendo una niña, pensé que no podían existir mujeres de un tamaño tal que necesitaran prendas interiores de semejante talla, que las habían confeccionado como reclamo, para llamar la atención. La tienda es muy antigua, y conserva el encanto de los comercios de antes. El año pasado estaban de liquidación por cierre. No sé qué habrá pasado con ella.
En Gran Vía, muy cerca de la calle Alcalá, hay una tienda dedicada a tapices y alfombras pero que, sin embargo, lo que expone en sus escaparates son cojines de todas clases y tamaños con imágenes de todo tipo de perros. Estarían bien en una casa con una decoración añeja, llena de antiguedades. Ignoro si su mercancía tendrá mucha salida, pero ahí está desde tiempo inmemorial, con algunas letras desprendidas del cartel de la fachada, que le da un aire descuidado.
De las que se dedican a vender objetos para espías ya he visto un par de ellas en Madrid. Parece que proliferan por ciertos padres angustiados que quieren saber qué es lo que hacen sus hijos cuando no están al alcance de su vista, y para temas de infidelidad conyugal. La última la vi en la calle Barquillo, y la verdad es que tiene accesorios que serían la envidia de Sherlock Holmes.
Hasta no hace mucho existía una tienda de objetos de sadomaso en la calle Mayor, muy cerca de Sol, que por alguna razón no ha durado mucho. Antes era una de esas cafeterías que vendían sólo donuts, de todas clases. En sus escaparates había dos maniquíes que representaban a un hombre y una mujer vestidos con prendas de cuero negro, botas acharoladas de caña alta, muñequeras con pinchos y un látigo en la mano. Era una tienda diáfana, todo cristales alrededor, y dentro se veía que vendían videos pornográficos y todo tipo de objetos para tener relaciones sexuales poco convencionales. La primera vez que la vi pensé que no tendría mucho éxito porque a la gente le daría vergüenza entrar aunque lo deseara, movida por la curiosidad y el morbo, pero la verdad es que siempre estaba llena, aunque a lo mejor iban sólo a mirar y no compraban nada, y por eso ha terminado desapareciendo.
Como las callejuelas aledañas al sitio donde trabajo son de ambiente gay, se pueden ver al pasar locales originales, muchos con la bandera del arco iris que los simboliza colocada en la fachada para advertir al que llegue de que el público que allí acude es mayoritariamente homosexual, y algunos deben ofrecer espectáculos muy particulares porque en uno observé que, junto a la puerta, tenían unos folletos en los que se representaba en plan cómic un señor gordo con bigote enfundado en un traje muy ajustado, con una capa y un antifaz. Y es que sexys podemos ser todos.
Y por último, la tienda con más encanto de todas las tiendas curiosas que he visto, El Laberinto, detrás de la Puerta de Toledo, en la zona donde se instala el rastro habitualmente. La descubrió mi padre y es una maravilla. Se venden reproducciones de objetos antiguos a muy buen precio, algunos típicos norteamericanos como las máquinas de selección de discos y música que se ponían en los bares. Luego otros como las famosas cabinas de teléfono rojas de Londres (que dicen que van a desaparecer), personajes de Walt Disney de hace muchos años, teléfonos antiguos de todas clases, y un sinfín de cosas inimaginables. Todo se acumula en estantes y vitrinas de cristal, o cuelga del techo. Es como una gran desván, o un bazar antiguo. Una vez que entré estaban poniendo en marcha una gramola ante unos clientes. La aguja debía colocarse de cierta manera para que el disco sonara bien. La verdad es que el sonido que emitía era muy malo, eran como los lamentos de agonía de un tiempo pasado que ya es irrecuperable, pero me impresionó ver el funcionamiento de un objeto tan demodé. Cuánta historia guardará.
En París proliferan unas tiendas que se dedican a acumular objetos de segunda mano, de todo tipo. Algunas se especializan en determinadas cosas. En estos sitios, muy solicitados, puedes encontrar, además de cachivaches corrientes, un libro antiguo de gran valor, o una pintura o una escultura de algún artista que no ha conseguido una galería para hacer una exposición. Se parecen a las tiendas del rastro de aquí.
En Madrid hay muchas tiendas que, aparentemente pasan desapercibidas, pero que por su originalidad y su permanencia en el tiempo, merece la pena echarles de vez en cuando un vistazo. Pongo una foto digna de ver, la de El Ateneo, que antaño fue teatro de Buenos Aires, reconvertido en librería y cafetería.

lunes, 22 de marzo de 2010

Mis actrices favoritas (III): Elizabeth Taylor


Cuando se menciona a Liz Taylor me vienen a la cabeza unos ojos perfectos color violeta, un pelo brillante azabache y una piel de nácar. Cuerpo y personalidad, una combinación increíble en una mujer de complexión menuda pero de gigantescas dimensiones humanas y artísticas.
La podíamos ver siendo una niña interpretar películas destinadas al público infantil y juvenil. Ya entonces era muy vivaz, la vida se asomaba a sus ojos con toda su fuerza. Pero ella no fue la típica niña prodigio destinada a encasillarse en un papel y a acabar sus días de gloria en cuanto llegara a la edad adulta. Liz Taylor traspasó todas las fronteras brillantemente, y fue más allá.
En su juventud destacó con diferencia por delante de otras estrellas de su generación por los papeles, a veces controvertidos, que interpretó. Ella se atrevía con todo, y en los rodajes se hizo famosa la forma tan especial como trataba a todo el mundo y como creaba un ambiente cálido y acogedor, limando diferencias cuando las había entre los compañeros.
Es magnífica su actuación en films como “La gata sobre el tejado de zinc”, donde aparecía casi todo el tiempo en combinación, de satén blanco. O en “El árbol de la vida”, con Monty Clift, magnífico y atormentado actor, del que sería su mejor amiga hasta el día de su muerte. Fue ésta una época en la que hizo cine de aventuras y grandes dramas de Tennesse Williams.
En su madurez asistimos al surgimiento de una Elizabeth Taylor rotunda y sugestiva, igualmente entusiasta en todo lo que hacía, pero con una fuerza dramática nueva. Pone los pelos de punta verla en “¿Quién teme a Virginia Wolf?”, en la que sostiene una crudísima batalla dialéctica con otro gran actor, el que fuera su marido en dos ocasiones, Richard Burton. La película exhibe sin piedad la relación de amor-odio que vivió realmente con él, pues fueron dos seres con una fuerte personalidad que tan pronto se amaban y deseaban ciegamente como se destruían sin poderlo evitar.
En esta época se sometió en numerosas ocasiones a operaciones de cirugía estética, llegando a rodar una película con una de ellas, en directo, mientras la estaban interviniendo para rejuvenecer su rostro.
También publicó un libro sobre cómo mantener la línea, el otro gran problema con el que siempre luchó, en el que incluía recetas ideadas por ella misma.
Pero con lo que nos quedamos de Liz Taylor es, sobre todo, con su forma de interpretar, su manera de mirar, tan profunda, tan penetrante y tan inquietante a veces, su estilo al moverse, tan felino, el mohín de su boca cuando expresaba sorpresa, desdén o temor, su sonrisa luminosa, la expresión de su cuerpo cuando quería aparecer seductora o sentía la pasión del amor, o cuando se dejaba invadir por la desesperación. Era impresionante.
Con los años Liz Taylor fue espaciando sus apariciones cinematográficas. Ella nunca gozó de buena salud, y los múltiples achaques que venía arrastrando desde su niñez se le acumularon en la vejez. A parte de sus constantes problemas de espalda, que no dejaban de atormentarla desde que sufrió una aparatosa caída mientras montaba a caballo, pasó ya siendo mayor por un tumor cerebral del que, como en el resto de sus dolencias, se recuperó milagrosamente. Pero nunca se le notó, sufría sus dolores en solitario, nunca quiso despertar compasión ni ser una carga para nadie. Su carácter y su gran personalidad la hicieron superar todos los obstáculos con un optimismo y un amor a la vida sin precedentes.
Ahora la vemos en su silla de ruedas, asistiendo a fiestas y a conmemoraciones vestida como siempre con sus mejores galas, cubierta por espectaculares abrigos de piel y con joyas de valor incalculable. Ni la edad ni las enfermedades han conseguido cambiar su forma de vivir, sigue disfrutando de las cosas como siempre lo ha hecho.
Su fortuna es tan grande como el número de maridos que ha coleccionado, pues para ella el matrimonio era, más que nada, una forma de sellar el amor. Nadie le ha regalado nunca nada, todo lo que tiene se lo ha ganado con muchos años de esfuerzo y trabajo. Además posee una gran familia, entre hijos propios y adoptados, a la que ha procurado mantener al margen de la curiosidad pública siempre que le ha sido posible.
Contra todo pronóstico, Elizabeth Taylor ha sobrevivido a todo, a problemas de salud, a escándalos amorosos (nunca le importó lo que pensaran los demás, hacía las cosas con el corazón), al paso inexorable de los años, y ahora la tenemos en las portadas de las revistas, luciendo como siempre la mejor de sus sonrisas, con su toque de coquetería femenina que nunca la ha abandonado, y desde allí nos saluda y hace un guiño a la vida, de la que parece seguir esperándolo todo.
Es y será siempre un animal escénico, dulce o salvaje según la ocasión. Me quedo con el final de aquel monólogo suyo en “De repente, el último verano”, recitado tendida de medio lado en una cama, los ojos lánguidos, medio cerrados porque le está haciendo efecto una inyección que le acaban de poner: “Todos somos niños en un gran jardín de infancia, intentando deletrear la palabra DIOS con letras equivocadas”.

jueves, 18 de marzo de 2010

Belleza


Leer el clásico de Oscar Wilde, “El retrato de Dorian Gray”, me ha hecho pensar sobre ciertos aspectos que parecen estar de rabiosa actualidad aún hoy en día. El culto a la belleza, por ejemplo. Aquí se habla tanto de la belleza estética como del alma, que en el caso del protagonista no van a la par.
Dorian Gray es retratado por un amigo pintor que ha caído rendido ante su indiscutible perfección física, pero por un vehemente deseo del retratado, es el cuadro el que sufre los cambios que el paso del tiempo y las mudanzas del espíritu dejan en su persona y no él, que permanece eternamente joven y hermoso. La sola idea del deterioro del cuerpo por el transcurso de los años o por la entrega a todo tipo de excesos es insufrible para Dorian, que ha depositado sus anhelos en la propia vanidad, en lo superficial, en las apariencias.
Tras el primer pecado cometido, la crueldad contra una mujer que lo quiere y que provocará el suicidio de ésta, el retrato del protagonista empieza a cambiar, y en lo sucesivo cada acto impío que lleve a cabo irá deformando en el cuadro la belleza inicial de su rostro y su figura, hasta que termine convirtiéndose en una especie de sombra siniestra de sí mismo y sólo quede un leve rastro de perfección estética que haga reconocible al modelo original.
Aquel primer delito moral fue el detonante de los que vinieron después. Oscar Wilde parece un tanto inexorable en este sentido, es como si sus personajes se vieran influidos por poderosas fuerzas externas que los empujan en una determinada y terrible dirección, incapaces de eludir un destino infernal ni de rectificar sobre la marcha, aún sabiendo lo que les espera. Pero a Dorian Gray sólo le obsesiona su retrato, las mutaciones que va sufriendo, lo tiene oculto en un lugar remoto de su casa y de vez en cuando lo mira con morbosa curiosidad, para ver cómo se va degradando. Y es que Dorian abandona su inicial inocencia para terminar convirtiéndose en un auténtico psicópata, pues por un lado se lamenta de las infamias cometidas pero por otro lado se recrea en ellas, su propia maldad le arrastra y le anega en sus negras aguas, y cuantas más crueldades realiza, más culpable se siente y al mismo tiempo más placer encuentra en ello. El protagonista vive con despreocupación, pues es él el que permanece inmutable y es el retrato el que acusa el desgaste físico y emocional que a él le correspondería.
El culto a la belleza externa parece haber alcanzado también hoy en día extremos rayanos en la locura, llegando a deformar la propia naturaleza con intervenciones de estética que no pueden ser más antiestéticas, en un afán de recuperar la lozanía que sólo en la juventud se tiene o para “arreglar” aquello que pensamos que la madre Naturaleza nos ha otorgado imperfectamente.
Pero hay otra clase de belleza a la que sólo se llega precisamente por el transcurso de los años, que tiene que ver con el estado del alma y ciertos rasgos físicos adquiridos en la madurez, que son en su conjunto atractivos y sugerentes, y pueden tener más contundencia que la simple perfección física de la primera edad, aún carente de resonancias anímicas y un poco hueca.
La belleza no se reduce al tamaño del pecho o de los labios, ni la eliminación de las arrugas de la cara o del exceso de grasa corporal. Tampoco en lo que hacen los hombres, con tanta musculación en los gimnasios o tantos tratamientos para devolver el pelo al lugar que ocupaba en la cabeza. Es todo artificial. Los gestos, la forma de hablar, de moverse, de comportarse, de relacionarse con los demás, constituyen un conjunto que nos aporta belleza y que no sucumbe al paso del tiempo, antes al contrario, nos define y nos acompaña siempre. Y rodearse de cosas bonitas, de cuadros bellos, de libros bellos, de personas que son bellas sobre todo por dentro, en fin, de todo aquello que nos guste, contribuye a que esa belleza no se pierda.
Esto es lo que me ha hecho pensar el libro de Oscar Wilde. No en vano su punto de vista sobre casi todas las cosas, tan renovador en su época, supuso un soplo de aire fresco en la encorsetada sociedad que le tocó vivir y un ejercicio de librepensamiento a seguir aún en nuestros días. La belleza fue su fuente de inspiración. El sentido de la estética cambia con el paso del tiempo, no hay un único punto de vista inmutable, pero aún así qué diría si pudiera ver ahora en lo que se ha convertido.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Los intocables de Eliot Ness


Es muy gratificante, cuando se ve “Los intocables de Eliot Ness”, contemplar el valor y la integridad que todavía hay gente que es capaz de tener como norma de actuación en su vida. Es todo un espectáculo, en los tiempos que corren.
Valor, integridad…. Son conceptos que parece que hoy en día mueven a risa, que están trasnochados. Decir que alguien es valiente e íntegro es como hacer mención a una especie que está en vías de extinción, o a alguna rareza de la Naturaleza.
Cuánto miedo no tendrían que pasar Eliot Ness y sus hombres cuando se enfrentaban a la peligrosa banda de la mafia. Había que olvidarse de la propia vida, de la de los seres queridos que dependieran de ti. Cuando te enfrentas con asesinos, hay que jugar con las cartas que ellos manejan y en su terreno. La ley del Talión, ojo por ojo y diente por diente, pero no por un afán de venganza sino para no ceder terreno y para castigar los crímenes cometidos con acciones punitivas que se equiparen al daño recibido.
El valor y la integridad sirven aquí para detener la actuación criminal pero sin convertirse también en criminales. Cada uno tiene sus razones para estar en un bando o en otro, sólo que los delincuentes carecen de valentía e integridad y los intocables de Eliot Ness sí la tienen.
Al hablar de intocables podemos pensar que se refiere a que son indestructibles. Pero el desarrollo de los hechos nos hace ver que no era así: dos de los hombres de Eliot Ness perecieron en el intento.
Cuando decimos intocables sabemos entonces que hablamos de valor e integridad, de que nadie puede comprar la honestidad, pues no es cierto que todos tenemos un precio, aunque cada cosa que llevemos a cabo en la vida sí tenga un coste personal.
El mayor mérito de Eliot Ness y sus hombres radica en que, a pesar de todo esto, ellos se mantienen en sus trece, le pese a quien le pese, cueste lo que cueste. Se convierten así en mártires, en víctimas de sus propios principios morales, como todos los que han caido defendiendo los derechos inalienables que tenemos los seres vivos. Cuán fácil habría sido renunciar a exponerse y dar carpetazo al asunto, pero eso habría conllevado abrir la puerta a la cobardía, claudicar, convertirse en cómplices de la infamia.
Si hubiera mucha más gente que no cediera al chantaje, la extorsión, al dinero sucio, sin duda habría menos podedumbre en el mundo.
Íntegros son estos hombres, porque como bien dice la palabra, no carecen de ninguna de las partes que los constituyen, son personas de una sola pieza. Valientes son también, pero no entendido el valor como el no tener miedo, sino como el ser capaz de enfrentarlo, de relegarlo a un segundo plano, pues hay cosas tan importantes que están incluso por encima de ese instinto natural de conservación que todos tenemos.
No sé si merece la pena morir por un ideal o en defensa de una causa justa. Posiblemente yo no lo haría, porque me falta el valor y la integridad suficiente. O quizá sí, dependiendo de lo que se tratara.
Es un placer saber que hay individuos como los hombres de Eliot Ness, que eran intocables, y al mismo tiempo humanos, conscientes de sus limitaciones, y que quizá no concedieron importancia a su valor, no se pararon a pensarlo dos veces, se pusieron manos a la obra, actuaron, hasta sus últimas consecuencias. Y meditaron cuando ya estuvo todo hecho, a toro pasado.
Que por ellos no quedara.

martes, 16 de marzo de 2010

Pintura hiperrealista (III): Elia Verano











Elia Verano, mejicana, increíble con sus retratos a carboncillo. Especializada en rostros de personajes famosos, aunque tiene otros muchos temas. Se pintó a sí misma con su hijo recién nacido sobre ella.
También escribe poesía.
Perfección absoluta al plasmar los rasgos de las caras y las geografías corporales.

lunes, 15 de marzo de 2010

Félix Rodríguez de la Fuente


Hacía treinta años que no había vuelto a escribir sobre Félix Rodríguez de la Fuente, cuando estando en el último año del colegio le dediqué un pequeño artículo que gustó mucho y estuvo un tiempo expuesto en el tablón de corcho que teníamos en clase, a propósito de su repentino fallecimiento. Ahora que se cumplen tres décadas de su desaparición, sigue vivo en el recuerdo de todos y sus obras continúan instruyéndonos y haciéndonos apreciar la riqueza y belleza de nuestra fauna.
He leído que le llamaban “la memoria de tantas infancias”. Y bien cierto es. Sus programas televisivos alcanzaban cotas de audiencia como pocos. En una época en que el material de grabación era pesado y costoso de transportar y no existían los adelantos técnicos que tenemos hoy en día, él consiguió hacer reportajes sobre los animales que pueblan nuestra geografía que fueron únicos y que nada tienen que envidiar a los que actualmente hace el Nathional Geografic o Discovery.
“El sembrador de la conciencia ecológica”, se le dio en llamar. Félix, un hombre sencillo cuya principal pasión era internarse en bosques y montañas y observar el comportamiento animal, cursó estudios de estomatología para complacer a su padre, pero pronto no tardó en orientar su actividad profesional hacia otros derroteros. Empezó con la cetrería, y con esta ocupación fue invitado a participar en un programa de televisión, apareciendo en los estudios con una ave rapaz sobre su guante de cuero.
Su particular forma de hablar, de escribir los guiones, resaltando tal o cual peculiaridad del animal que apareciera en cada escena que rodaba, hacía muy ameno el recorrido vital que nos quería contar, acercándonos a las costumbres de especies animales que, aún pudiendo ver en cualquier paseo que hiciéramos por el campo o el monte, nos resultaban ignotas. Usaba un lenguaje sencillo, cercano, y al mismo tiempo profundo y con tintes poéticos. Él era el primero que disfrutaba con el espectáculo que la Vida ofrece.
Pequeños y grandes silencios acompañaban a las imágenes, que a veces valían más que mil palabras, dejándonos solos por unos momentos frente a la singularidad que el curso de la Naturaleza desarrollaba ante nuestros ojos. Cuántas horas, días de trabajo para captar el momento crucial de tal o cual vicisitud en la vida de los animales libres.
Recuerdo especialmente al águila culebrera zampándose a trompicones una serpiente de gran longitud. Parecía que se iba a asfixiar en cualquier momento por el esfuerzo. O la cabra que, quieta sobre el risco de un escarpado monte, era atrapada por las garras de un águila enorme e izada y llevada volando hacia no se sabe qué lugar donde tendría su nido.
Cada episodio comenzaba con una música trepidante, casi selvática, que te llenaba de una fuerza que está latente en todos los que estamos vivos y que él despertaba, y que te preparaba para las salvajes imágenes (entendida salvajes como desarrolladas en libertad, sin intervención humana), que vendrían a continuación. Mientras se escuchaba la sintonía, se sucedían vertiginosamente pequeños trozos de documentales que Félix había hecho, y recuerdo que me impresionaba especialmente un momento en el que aparecía él sujetando una enorme anaconda por el cuello y ésta se abalanzaba hacia su cara con sus fauces abiertas, consiguiendo por poco detener el impulso animal desviándolo a escasos centímetros de su objetivo, con unos reflejos extraordinarios.
Félix Rodríguez de la Fuente se hizo famoso sobre todo porque cambió la imagen que teníamos del lobo como animal sanguinario y peligroso. Son memorables las escenas en las que se retratan sus costumbres, su forma de relacionarse, no muy distintas de la del resto de los animales. Él también aparecía junto a ellos, ante la estupefacción general, procurando ganarse su confianza. Los animales en general, si no se sienten amenzanados ni con hambre, no tienen por qué ser una amenaza. En una ocasión, junto con sus colaboradores, rescató a dos crías de lobo que estaban a punto de morir de hambre y de frío. Sobre la marcha, fue descubriendo cómo había que cuidarlas: al principio intentaba darles el biberón de leche, sin conseguir que abrieran la boca. Cuando comenzó a limpiarlas con una esponja impregnada en agua tibia, notó cómo les abandonaba el miedo y se iban relajando, emitiendo pequeños gruñidos de placer. Entonces, como ya tenían dientes, se le ocurrió que quizá preferirían la carne. No la quisieron. Recordó que las lobas la ingieren primero y cuando llegan a su madriguera la devuelven y la mastican para dársela a sus crías. Un compañero empezó a escupir sobre la carne que les habían traído y sí se la comieron. Supo que la saliva humana y la del lobo eran muy parecidas.
Su hija pequeña, que dirige la fundación que lleva su nombre, encargada de conservar y promocionar su legado, afirmaba hace poco que “sus programas eran una experiencia familiar”. Todos nos reuníamos en torno a la televisión para dejarnos llevar por la fuerza de las imágenes y las historias que relataba. Félix Rodríguez de la Fuente nos transmitía su pasión por la Naturaleza, nos desvelaba sus secretos, los ponía al alcance de todos. Decía que nada está aquí por casualidad.
Aún no nos hemos recuperado del shock que supuso su repentina, inesperada, prematura y absurda muerte en un accidente el día de su 52 cumpleaños, mientras trabajaba. Él, que fue terriblemente humano, vivió en armonía con el mundo y la Naturaleza hasta el final, como deberíamos vivir todos.

viernes, 12 de marzo de 2010

Super Nanny


Me gusta ver de vez en cuando (no siempre, porque puede resultar un poco agobiante y angustioso), ese programa de televisión, “Super Nanny”, en el que la presentadora, licenciada en Psicología, se mete en la casa de una familia con problemas para educar a sus hijos. Aún hoy que mis hijos son ya mayores, hay cosas que se siguen repitiendo de cuando eran más pequeños, y es útil prestar atención a la forma como esta mujer resuelve situaciones difíciles.
Cuando has visto unos cuantos programas, te das cuenta que los esquemas de comportamiento suelen ser más o menos los mismos, los conflictos son reiterativos, y la desesperación de los progenitores es la misma también. Qué fácil parece seguir las directrices que Super Nanny sugiere a los mayores, con qué habilidad se hace una idea de conjunto de la situación y cómo la domina. Su forma de impartir disciplina me recuerda un poco a la de ese otro programa que enseña a amaestrar perros, y no es broma.
Ella es inflexible, y no le resulta difícil porque su implicación emocional respecto a los niños es nula. Es una extraña metida en un hogar que analiza fría y objetivamente todo lo que en él sucede. Cuando se trata de tus propios hijos la cosa no es tan sencilla, ellos saben cuáles son tus puntos débiles, por dónde te pueden convencer, qué es lo que te conmueve. Por eso no puedes muchas veces administrar justicia doméstica con el rigor debido, siempre encuentras atenuantes a todas las faltas y una tolerancia sin límites, en un intento de quitarle importancia a la costumbre general de los niños de sacar los pies del tiesto para comprobar dónde están sus límites y hasta dónde pueden llegar. Y porque no tienes ganas de discutir ni de parecer siempre un sargento.
A veces pienso que los niños en realidad carecen de restricciones personales, hacen de su capa un sayo y si les dejas nada se les pone por delante.
Super Nanny acompaña a los padres en su desenvolvimiento cotidiano, y cuando ha visto cómo funciona la familia en cuestión, coge a los padres aparte y les dice cómo tienen que actuar, haciéndoles ver los errores que cometen y la manera de resolverlos. Los progenitores se sientan frente a ella, muy atentos a las explicaciones, como si los niños fueran ellos y estuvieran aprendiendo la lección. La cara de la presentadora da miedo a veces, por la forma como se dirige a ellos, igual que si fuera una autómata, con los ojos muy abiertos y saltones, la mirada fija, muy seria.
Mientras interactúa la familia, ella va corrigiendo a los padres sobre la marcha. Lo más curioso es que pone en evidencia a los niños delante de ellos, como si no le importara que la escuchen, y ellos nunca se enfrentan a ella ni le ponen objeciones, sólo protestan ante sus progenitores. Yo nunca fui rebelde de niña, pero creo que si una extraña se metiera en mi casa y me cortara todos los rollos a lo mejor no me atrevería a decirle nada a ella, pero a mis padres sí. “¿Qué hace esa señora aquí?. ¿Quién es ella para mandar nada?”, diría seguramente. A lo mejor sí lo dicen pero no lo ponen en el programa.
Luego deja a los padres solos y ve sus progresos con imágenes grabadas en su ausencia. Hace una relación de las cosas que hay que mejorar y se vuelve a sentar con los padres para terminar de puntualizar las nuevas normas que les ha enseñado. “No debes decirle idiota o imbécil a tu hijo, utiliza otro tipo de vocabulario con él, porque sino te va a responder como tú le trates”, le dijo en una ocasión a una madre, que acto seguido rompió a llorar, consternada, porque encima que intentaba hacerlo lo mejor posible se tenía que sentir culpable por perder los estribos. Si se mira fríamente es cruel, los niños no lograrán nunca comprender hasta qué punto socavan nuestra integridad como personas cuando nos desobedecen o se portan mal, nunca entenderán lo denigrante que puede llegar a ser. O quizá el error esté en tomar el asunto tan en serio, como una afrenta o una provocación. Deberíamos poder estar por encima de todas esas cosas.
A mí me ha pasado a veces, mis hijos me han hecho llorar como una cría, impotente porque no era capaz de hacerme con las situaciones. Es un llanto infantil, sin más objeto que el propio desahogo y el ridículo total. A ellos, muy pequeños entonces, no se les podía pedir explicaciones ni responsabilidades por las humillaciones infringidas. Siempre me acordaba de aquella profesora que tuvo mi hija en sus primeros años de colegio que, con sólo una mirada, conseguía lo que nadie con palabras.
Super Nanny tiene razón, hay que dar órdenes cortas y precisas, como en el programa de amaestramiento de animales. “Sit”, y se sientan. “Aquí”, y vienen. “No”, y se quedan quietos. “Ya”, y hacen lo que se les manda. La clave está en los monosílabos, y en la forma de decirlos, con decisión y contundencia, sin miramientos, que sino luego son ellos los que ejercen su dominio absoluto y despiadado sobre nosotros. La culpa es nuestra, por no saber dónde está nuestro lugar.
Recuerdo un capítulo que vi hace tiempo en el que un padre que era muy blando y más bueno que el pan, se ponía malo cada vez que tenía que regañar a su hija, única. Todo va en carácter. La niña siempre recurría a él para todo, sabedora que conseguiría lo que se le antojara con casi nunca resistencia. Si el pobre hombre no lloró fue por vergüenza, porque estaban las cámaras de televisión delante y grabándolo todo.
Super Nanny siempre sale triunfante, con esa cara de muñeca diabólica a la que nada se le resiste. A veces amenazo a mis hijos con traerla a casa si se portan mal, aunque su edad no sea la de los niños que salen en su programa. Y me hacen caso.

jueves, 11 de marzo de 2010

Copiar o no copiar


Quién no ha copiado alguna vez en algún examen. Yo lo hice en alguna ocasión durante la época del instituto, en matemáticas cuando no tenía nada claro si iba a ser capaz de recordar tal o cual fórmula. Siempre lo hice llevada por la desesperación, por la falta de confianza en mis posibilidades, más que por no estudiar y querer pasar el trago sin tener que esforzarme.
Pero los hay que lo hacen por sistema. Son gente que se engaña a sí misma queriendo pasar deshonestamente una prueba que en realidad no se plantea para dificultar la vida, sino para dar la oportunidad de demostrar que se ha aprendido, que es lo que se supone que tenemos que hacer en esos sitios. Siempre he pensado que es más la molestia que se toman haciendo esas interminables chuletas que aprendiéndose la lección. La calificación obtenida con engaños nunca es cierta, no podría ser nunca la prueba fehaciente de la aptitud de nadie, y así se convierte uno en un eterno ignorante.
Creo que fue a algún profesor al que le oí decir que copiar era sobre todo una competencia desleal respecto a los demás compañeros. Se supone que lo justo es que nos examinemos en igualdad de condiciones. Es como el que hace trampa en cualquier campeonato, podrá ganar el primer premio pero en su conciencia siempre sabrá que no lo merecía, que era otra persona la que tenía que habérselo llevado. Es a nuestra propia conciencia a la que tenemos que satisfacer.
Recuerdo que la gente se metía papelitos en las mangas del jersey o los enrollaba dentro de la carcasa de los bolígrafos. Yo, las pocas veces que lo hice, era de las de chuleta escrita en la palma de la mano. Un poco chusco quizá.
Pero la cosa cambió cuando llegué a la facultad. Las enormes dimensiones de los espacios universitarios iban parejas a las enormes dimensiones que llegó a alcanzar mi sentido de la ética, que se volvió muy laxa. Recuerdo que hubo una asignatura en la que nos enseñaban a manejar un artilugio feo y extraño, el tipómetro, de la época antediluviana ya entonces, para confeccionar columnas periodísticas. Era un ejercicio artesano y rudimentario, con muchas medidas aquí y allá, todas incomprensibles para mí. Lo peor era la certeza que yo tenía de la inutilidad de todo aquello, y cuando algo me parece inútil mi desinterés es siempre creciente. Yo aquello no sabía ni por dónde cogerlo, y fue un compañero que se sentaba detrás de mí el que me “sopló” el examen. Creo que nunca se lo agradecí bastante.
Y qué decir de aquella vez en que coincidí con mi hermana en clase por una asignatura que me debió quedar pendiente, el primer año. Sólo mediaba un pasillo entre nosotras, sentadas en la última fila, con más de doscientas personas delante, sin vigilancia. Qué peligro teníamos. Dejamos caer como al descuido nuestros examenes en el suelo del pasillo y nos los intercambiamos para completar lo que una sabía y la otra había dejado de poner. Como en una coreografía.
Pero lo mejor fue en aquella asignatura que tenía un libro gordísimo, válido para tres cursos. Casi todos lo teníamos abierto durante el examen encima de la mesa, y anda que era pequeño. Nos aprovechábamos de la profesora que impartía la asignatura, que era bastante insoportable, estaba como una carraca y no se enteraba de nada. La asignatura en sí tampoco aportaba gran cosa a nuestros conocimientos, los temas estaban llenos de paja, eran insustanciales.
Cuando oigo hablar ahora de pequeñas videocámaras para que otros vean tu examen y te lo vayan diciendo a través de pinganillos estratégicamente colocados en los oídos, no dejo de alucinar. Hasta los móviles con sus cámaras sirven para que luego te pasen las respuestas con mensajes. Las tecnologías se sofistican con el paso del tiempo en beneficio de la picardía general. Se trata de pasar el trago con el menor esfuerzo posible.
El que haya copiado alguna vez sabe la descarga de adrenalina que supone hacer uso de una chuleta y ver cómo se aproxima el profesor. El arte del disimulo no está al alcance de todos y hay que tener mucha sangre fría, o mucha cara dura, según se mire. Sabes que como te pillen te la cargas, además del descrédito y la vergüenza que se pasa delante de toda la clase. Hubiera preferido que me tragara la tierra antes de que me pasara eso a mí. Los chicos de hoy en día no creo que lo fueran a pasar tan mal si los pillaran in fraganti, tienen una actitud frente al oprobio distinta de la que teníamos hace años.
En fin, buena gana de pasar un mal rato, aunque haya gente que parece que se divierta haciendo este tipo de cosas. Lo de tomar el pelo al profesor y creerse más listo que nadie (mira esos pobres tontos que estudian cuando lo pueden hacer más fácil copiando), es lo que da sentido a estas prácticas, pero le hacen un flaco favor a las neuronas.
Alguna vez hay que probarlo, como todo lo que está prohibido, pero lo menos posible.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Mis actrices favoritas (II): Meryl Streep


La primera vez que vi a Meryl Streep fue en aquella serie de televisión, “Holocausto”, que emitieron en un tiempo en el que la masacre del pueblo judío no era un tema del que se hubiese hablado nunca muy abiertamente. Ella me fascinó, tan joven como era entonces, por su forma de interpretar tan envolvente, tan magnética, su piel tan blanca, casi transparente, la delicadeza que emanaba de todo su ser y al mismo tiempo la fuerza dramática que era capaz de transmitir. Rubia diáfana he leído que la llaman.
Desde entonces han pasado tres décadas y no hemos hecho otra cosa más que verla madurar, aunque no perfeccionar su técnica, porque ya era maravillosa. Antes al contrario, quizá con los años le han quedado algunos tics que repite con demasiada frecuencia, como le ha pasado a otros grandes actores de la gran pantalla.
Meryl Streep empezó haciendo obras teatrales siendo estudiante, y ya entonces muchos de sus compañeros la recuerdan por la especial emoción e intensidad que emanaba de sus interpretaciones. Nadie como ella para hacer llorar, para mostrar el desamparo, para ponerte al límite de la angustia y el dolor, para llevarte por caminos vitales que evitamos por el temor al sufrimiento que producen, y que ella muestra sin miedo y con una naturalidad sorprendentes. Se desnuda ante la cámara sin ninguna cortapisa.
Cuando ya empezó a trabajar profesionalmente en el mundo de la interpretación, estuvo con una compañía de teatro independiente con la que llegó a estar nominada a un Tony. Luego fue la televisión la que la dio a conocer, y después vino el cine, que la catapultó a la fama y la hizo conocida internacionalmente.
Cuando vi “La decisión de Sophie” me fue imposible contener las lágrimas, y eso que en aquel tiempo no era fácil hacerme llorar. Ella me hizo sentir lo mismo que sentiría una madre que tiene que tomar una terrible decisión, y eso que yo por entonces aún no era madre.
En las comedias está increíble, tiene un fino e irónico sentido del humor que nos hace pasar un rato estupendo, pero es el en drama donde, como todos los buenos actores, nos permite alcanzar unas cotas de emoción insuperables. Los sentimientos parece que surgen en ella de repente, como si los hubiera interiorizado previamente y nos los ofreciera en un huracán de intensidades que empieza siendo pequeño y va aumentando, hasta llegar a un clímax sentimental que parece no tener límite.
Al principio, durante la escena crucial, ella no exterioriza nada, permanece silenciosa, algo incómoda, esperando encontrar el momento en que poder dar rienda suelta a sus angustias. Cuando ese momento se produce es cuando surge la magia que ha hecho famosa a Meryl Streep, esa marea de sensaciones que nos hace parecer como un barco en mitad de una tormenta. Entonces nos sentimos zozobrar, pero ella nos lleva con mano firme y segura por ese mar encrespado como el capitán que conduce a sus marineros con desesperación y con determinación hacia una encrucijada que tan sólo vislumbra. No importa lo que pase después, es el camino que nos ha hecho seguir lo verdaderamente importante.
En un momento, Meryl Streep es capaz de expresar toda la alegría y toda la tristeza del mundo, y lo hace con una delicadeza, una inteligencia y una feminidad fuera de lo común. Puede ser al mismo tiempo frágil y fuerte, temerosa y valiente, dulce y dura, vacilante y valiente, confusa y lúcida. Su capacidad de sentir es infinita, ella misma es puro sentimiento.
Su habilidad para imitar acentos y para cambiar de aspecto físico siempre que el papel lo requiera la convierten en una actriz camaleónica y versátil como pocas.
Feminista, pacifista y ecologista declarada, es madre de familia numerosa y vive desde hace muchos años en una granja que la aleja de la vorágine hollywoodense.
En política no tiene pelos en la lengua, porque critica a unos y a otros por igual.
Ha recibido muchos premios a lo largo de su extensa trayectoria profesional, tanto de teatro como de cine y televisión. En la actualidad su carrera es imparable, pues no deja de hacer al menos un par de películas al año. Cuando a muchas actrices no se les ha perdonado envejecer, ella le ha sacado partido a cada una de las etapas de su vida en beneficio de la interpretación, consiguiendo papeles muy diversos que han puesto a prueba en numerosas ocasiones su talento como actriz.
Ella sigue siendo una fuente de inspiración para muchos otros actores, y para los que la contemplamos una inagotable fuente de placer.

martes, 9 de marzo de 2010

Libertad


Cuántos ideales van asociados a la palabra libertad. Como símbolo en sí mismo es algo bonito, pero como realidad es algo que cuesta mucho conseguir.
La libertad nunca se alcanza de forma absoluta, nunca es plena. Arañamos unas pequeñas cotas que nos hacen tener la ilusión de que la hemos conquistado, pero no es así. Desde el mismo momento que nacemos nos vemos condicionados por una serie de circunstancias que nos impiden ser completamente libres.
La educación que nos imparten mientras somos niños, que nos llevará por unos determinados derroteros y no por otros, la familia que nos ha tocado en suerte, el barrio en el que vivimos, el colegio al que nos llevan, el trabajo en el que estamos…., en fin, todo contribuye a que nuestra capacidad de elegir libremente y de no vivir influidos por determinadas normas o formas de pensar sea prácticamente imposible de llevar a la práctica.
Después de ver “Cadena perpetua”, una estupenda película sobre el tema carcelario, todas estas ideas sobre la libertad parece que cobran especial relevancia, sobre todo porque uno de los protagonistas es condenado injustamente. Pasarse décadas encerrado en un sitio y por algo que además no has hecho lo encuentro tan aberrante que no lo puedo concebir. Cuando consiga escapar tendrá que arrastrarse a través de unas canalizaciones de aguas fecales durante varios kilómetros hasta que logre alejarse lo suficiente de la prisión. La escena en la que alza los brazos abiertos al cielo y se ríe, en mitad de una noche lluviosa, cuando por fin lo consigue, es inefable.
Es curioso cómo en la realidad a veces pasa algo parecido. Con frecuencia nos lleva toda una vida conseguir ese ideal de libertad, pero en el camino nos vemos obligados a arrastrarnos por un río de mierda hasta que logramos lo deseado. Cuánta miseria hay que tragar en ocasiones, cuántas situaciones de indefensión frente a la prepotencia ajena.
Lo que me encantó en esta película fue cuando el compañero del protagonista, al que cada ciertos años una comisión llamaba para hacerle unas preguntas y decidir si ya podía salir de la cárcel o debía continuar, se encara con esa especie de tribunal inquisidor la última vez que lo ven, después de cuarenta años en presidio. Siempre contestaba con mucha corrección, diciendo lo que pensaba que ellos querían oir. La última vez no. “¿Cree usted que está ya rehabilitado?”, le preguntan una vez más. “Para serle sincero no tengo ni idea de lo que significa eso”, contesta. “Es sólo una palabra inventada para que gente como usted pueda llevar corbata y se siente ahí donde está ahora. ¿Qué quieren saber en realidad?. ¿Si lamento lo que hice?. No pasa un solo día sin que no lo lamente. Pero no por el hecho de estar aquí metido ni por nada de lo que ustedes piensen, sino por lo que fui y ya no soy, por aquel chiquillo inconsciente que era al que tantas cosas diría y que ya no va a volver”. “Pero entonces ¿no cree que esté rehabilitado?”, le vuelven a preguntar. “¿Rehabilitado?”, contesta. “Rehabilitado es sólo una palabra de mierda, así que rellene sus formularios y no me haga perder más el tiempo. Porque si le digo la verdad, me tiene sin cuidado”. Fue entonces cuando consiguió que le dejaron en libertad. A veces ser absolutamente sincero, aunque pueda resultar muy crudo lo que tengas que decir, es lo mejor. No hay nada peor que vivir con miedo, o preocupado por lo que los demás puedan pensar de nosotros.
Cada uno tenemos en nuestra vida nuestra propia percepción de lo que es la falta de libertad. Mientras estuve casada, el matrimonio fue para mí una prisión. En el trabajo, el horario fijo y el tener que estar metida en un sitio unas determinadas horas es para mí como la cárcel. Como el edificio en el que estoy es hermético mi sensación claustrofóbica es mayor. Cualquier cosa que sea verse obligado a un encierro, del tipo que sea, y a una rutina, mata la libertad.
Para ser libres de veras habría que nacer sin nada que nos condicione: sin código genético, sin un determinado entorno familiar, sin una ubicación espacial y temporal concreta… Quizá seríamos como somas, sin identidad, sin información previa almacenada en nuestro subconsciente y en nuestros cromosomas, sólo con iniciativa personal para emprender cosas nuevas y así comenzar nuestro propio camino sin ninguna interferencia externa.
Mucho de lo que somos lo aprendemos por imitación y condicionados por nuestros genes, pero si no hay ejemplos a seguir ni genes heredados, si la existencia es una página en blanco en la que nadie ha escrito nunca antes nada ¿cómo funcionaríamos?. Sería ésta una libertad tan enorme que a lo mejor nos aplastaría, no sabríamos qué hacer con ella, ni por dónde empezar, nos sumiría en el desconcierto, nos vendría grande. O puede que no.
Aunque la libertad conseguida no sea completa, nos conformamos porque es lo más parecido que tenemos a ese ideal. Para mí es un derecho sagrado, como el derecho a la vida, algo fundamental.
La libertad puede que sea simplemente no tener prejuicios, ni ideas preconcebidas, ni temor. Puede ser dejar volar la imaginación, poder volar como los pájaros.

lunes, 8 de marzo de 2010

Pintura hiperrealista (II): Félix Mas




Seguimos recreándonos la vista con la pintura, aunque a Félix Mas no se le pueda encuadrar rotundamente en el hiperrealismo, sino que parece estar a medio camino entre éste y el impresionismo.
Este barcelonés, ya entrado en la setentena, empezó dibujando cómics e ilustrando revistas, hasta que encontró su verdadera fuente de inspiración en la mujer y en su muy particular forma de retratarla.
Se dice que emplea dos técnicas en sus pinturas: la bizantina, por el uso que hace de los dorados y los púrpuras, y por la espiritualidad que emana de las figuras y su entorno; y la florentina, por la luz, la atmósfera, la forma de representar las telas, la sensualidad del conjunto.
Mirando sus cuadros se nos vienen a la cabeza adjetivos como intimista, poético, envolvente, glamouroso, sensual, colorista, elegante, exquisito, delicado, misterioso…
Hay una luz en la atmósfera, en el brillo de las sedas, en la transparencia de los encajes, en la piel de las mujeres, en el destello dorado.
Es una visión intimista de la feminidad, como si nos asomáramos a un momento de reposo o meditación, en el que la figura protagonista está ausente por unos instantes, y con una cierta distancia, como si nos permitiera observarla pero sin que nos acerquemos demasiado, porque parecería una intromisión.
Gusta de la gama de tonos cálidos, aunque algunas de sus obras combina éstos con tonos fríos, resultando un contraste maravilloso.

viernes, 5 de marzo de 2010

Pipi




Todos tenemos un símbolo que desde nuestra infancia ha representado para nosotros lo que más deseemos, en mi caso el deseo de libertad y de independencia. Puede ser un personaje literario, un miembro de tu familia o, como me pasó a mí, la protagonista de una película.
Pipi Calzaslargas podía parecer una niña estrambótica. Ya sólo con su apariencia era algo fuera de lo común, el pelo increíblemente naranja, dos trenzas tiesas a los lados de la cabeza, una media naranja y otra verde cubriendo sus piernas, los zapatos mucho más grandes que sus pies. Al principio chocaba un poco, pero no se tardaba mucho en acostumbrarse a su aspecto, hasta terminar pareciéndonos algo normal. De hecho, no se concibe a Pipi de otra manera que como es.
No sólo su imagen rompía moldes, también su forma de ser. Rebelde, inconformista, con mucha personalidad, inteligente, con un peculiar sentido del humor. Era un revulsivo para la pequeña sociedad del pueblo en el que vivía, al que revolucionó nada más llegar la primera vez, montada en su tranquilo caballo blanco con manchas negras.
También lo fue para los amigos que allí hizo, los hermanos Tommy y Annika, tan educados, tan ejemplares. Ella pervertía sus costumbres. Mientras Pipi vivía nada más que en compañía de animales y hacía lo que le daba la gana, sus amigos tenían que hacer lo que dijeran sus padres, ir al colegio y todo lo que se supone que unos niños normales harían, todo muy convencional. "Como no tengo quién me mande a la cama por la noche, me mando sola, y si no obedezco, me doy unos pequeños azotes en el trasero", decía.
Pipi tocaba los puntos sensibles que a todos nos marcan en nuestra infancia: la obediencia a los mayores, la obligación de asistir a clase y de estudiar, el respeto a unos horarios. Ella era una transgresora nata. En realidad, los padres de Tommy y Annika no eran tan exigentes, lo único que les enfadaba es que no estuvieran de regreso en casa a las horas que ellos decían. Pero Pipi hace que incluso lleguen a aborrecer esas pequeñas normas. Leían, a la hora de acostar, un libro que se llamaba “Cómo escapar de casa”, cosa que llegan a hacer, aunque por poco tiempo. En la historia se presenta en general a los adultos como seres ridículos.
Los hermanos sólo se divertían cuando estaban con ella, y Pipi les llegó a convencer de los beneficios de vivir sola, pues en el fondo envidiaba el poder tener una familia como sus amigos. Detestaba que pudiera considerársele una pobre huérfana cuya madre había muerto, digna de lástima. Su padre, un hombre fuerte y bonachón a medio camino entre honrado capitán de barco y pícaro pirata buscador de tesoros, se la llevó a ella y a sus amigos a correr aventuras en algunos episodios. Era su héroe, el único adulto al que respetaba y quería de verdad.
En su relación con los habitantes del pueblo hubo sucesos hilarantes, como cuando la persuadieron para ir al colegio. Se dedicó a interrumpir la clase constantemente y cuestionaba todo lo que decía la profesora, haciéndola perder la paciencia. Terminó pintando a su caballo a tamaño natural en la pizarra y lo que no cabía en la pared. O cuando esquivaba a una extraña señorita que la perseguía histérica por todas partes para meterla en una institución, pues como era una niña no podía cuidar de sí misma sola.
Pipi tenía varias cosas que la hacían increíble: una extraordinaria fuerza física, sobrenatural, y un arcón lleno de monedas de oro que le dio su padre en una ocasión y que la convertía en millonaria. También tenía poderes mágicos, pues era capaz de hacer volar su coche usando como combustible una extraña y pegajosa sustancia verde que le dio un vendedor ambulante muy original, o viajar echada en su cama colgada de un gran globo aerostático. Lo del coche moviéndose a gran velocidad por unos raíles de tren y luego elevándose por encima de las casas y los campos es algo que me encantaba.
Pipi no dejaba de sorprendernos con sus ocurrencias, como cuando sacaba limonadas del hueco de un árbol del jardín de su casa, o hacía aparecer por ahí un brazo de una maniquí para asustar a la gente. O cuando invitaba a todos los niños del pueblo a chuches, cómo se los veía llenando la tienda, mirando los mostradores con ojos golosos, cogiendo caramelos de grandes bolas de cristal y pasteles de bandejas de plata.
Nunca he visto una decoración para una fiesta al aire libre como la que puso en el jardín de su casa cuando celebró su cumpleaños: había lámparas de papel y velas por todas partes, y al atardecer el ambiente se llenaba de quietud y de misterio.
Era muy curioso ver cómo Pipi limpiaba su casa: echaba cubos de agua por el suelo, se ataba con cuerdas grandes cepillos en los pies y patinaba de aquí para allá. Con Tommy y Annika hacía improvisados conciertos golpeando la batería de cocina con cucharones. Qué bien poder hacer todo lo que normalmente estaba prohibido.
Lo bueno era poder disfrutar de aventuras con Pipi y, al mismo tiempo, tener el amor y la estabilidad de una familia.
Se de una vecina que, cuando sus hijos eran pequeños, le recomendé la serie para tenerlos entretenidos, pero al saber que era un poco subversiva ya no le gustó, porque creyó que les enseñaría cosas malas a los niños. Qué tontería. Desde cuándo hacer volar la imaginación con cosas que son imposibles en la vida normal es algo malo. Ojalá pudieran hacerse realidad. Pipi al menos parecía hacerlo posible.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Homosexualidad


Parece mentira la larga batalla que siguen librando los homosexuales para abrirse camino en la sociedad. Sigo sin entender por qué, siendo algo que existe desde siempre en el reino animal y en el vegetal, todavía causa extrañeza entre el género humano.
Es tan ridículo y tan absurdo como el racismo, una cosa que no tiene ninguna explicación lógica ni razón de ser.
Esta sempiterna represión es lo que ha motivado, me imagino, esa especie de rabia y de estrambótica exhibición que caracteriza a los gays. Al final, de tanto intentar hacerse un hueco en el mundo y de luchar por sus derechos, se han convertido en un grupo claramente desmarcado del resto de la Humanidad, tanto por su apariencia como por sus costumbres o por su lenguaje. Son como una etnia aparte, y ellos mismos se hacen notar allá a donde van, como deseando distinguirse a la fuerza o como defendiéndose de antemano contra cualquier posible ataque o burla de que puedan hacerlos objeto.
Cuando veo la película que sobre Harvey Milk se hizo, a propósito de la dura batalla que un homosexual tuvo que librar por conseguir un puesto importante en política, allá en EEUU, cómo no, y su triste final, como cualquier mártir de los derechos humanos que ya forman parte de nuestra Historia, me hago cruces, porque de eso se trata en realidad, de la lucha por el reconocimiento de un respeto a nuestra persona con el que todos nacemos y que nunca nadie nos debería negar. Harvey Milk arengaba a los que le quisieran escuchar por la calle con cosas como que todo el mundo decía que ellos estaban enfermos, que eran malos, que no los quería Dios. Se habla de perversión, de frustración, de una decencia que no se sabe muy bien en qué se fundamenta realmente. Y sobre todo la Propuesta 6, sobre la intromisión pública en la vida privada de los ciudadanos.
Yo creo que la gente en general tiene miedo a los homosexuales por su forma de desenvolverse, tan desinhibida y tan sorprendente, tan inesperada a veces. Cuando alguien no sigue el comportamiento establecido por los cánones sociales tradicionales siempre induce a desconfianza y temor, aunque no haga daño a nadie. Precisamente en su creativa y sensible forma de ser es donde radica su principal encanto. La colorista parafernalia que muestran en sus manifestaciones públicas es la seña de identidad de una parte de ellos, aunque bien parezca un atrezzo típico del teatro o el cabaret. Y qué más da, que cada cual se exprese como le de la gana. El "Día del orgullo gay" es su grito de protesta, de furiosa independencia.
Luego hay otro sector que es especialmente culto y refinado, que prefiere pasar desapercibido y que no suele caer en el exceso, y si caen son siempre excesos muy “chic”. Aquí tenemos ejemplos en las grandes figuras del arte y la literatura que en el mundo han sido. Ahora que estoy leyendo a Oscar Wilde, sometido a juicio en su tiempo, como es bien sabido, por su homosexualidad, es un placer y una delicia el poderse recrear en su estilo literario y su manera de pensar.
El SIDA no ha sido tampoco un factor positivo para su integración social. Cuántos no han dicho que es la plaga bíblica en justo castigo por el pecado en el que viven. Es como si dijeran que las niñas y mujeres que tienen cáncer de cuello de útero, que cada vez está más extendido, es porque son personas promiscuas o prácticamente prostitutas. Se habla de grupos de riesgo, con lo que su aislamiento y su discriminación están asegurados.
Yo he tenido algún que otro compañero de trabajo que era homosexual y no he encontrado nunca motivo de desagrado ni rechazo por esta razón, antes al contrario, hubo uno que me hacía reír mucho con sus ocurrencias y sus chistes. Ahora también tengo uno que es un encanto de persona, sensible, tierno, inteligente. Pero es curioso que, como decía antes sobre su necesidad de diferenciarse, siempre deje caer en la conversación alguna palabra o frase que muestre su condición, como si fuera algo que le acomplejara o incluso le traumatizara y quisiera exorcizar esos demonios sacándolos a relucir y viendo la reacción que provoca en los demás. Parece que buscara el beneplácito ajeno, la aceptación social, que le pasáramos la mano por la espalda diciendo “venga, no pasa nada, eres un buen chaval”. Cualquiera que se sienta discriminado por la razón que sea reaccionará de la misma manera, pero es una pena: dónde está la propia opinión, la propia estima. Y sobre todo: qué importa en realidad lo que piensen los demás. Es duro vivir sintiéndose distinto de la mayoría, señalado, rechazado, objeto de burla y escarnio, pero como me dijo un profesor una vez "el equilibrio está en tí mismo, no en los demás".
Me imagino que como casi todas somos mujeres ninguna nos fijamos en la condición de nuestro compañero, pero si tuviera en su mayoría a hombres por compañeros de trabajo la cosa cambiaría, seguro que siempre habría algún gracioso que querría hacer bromas a su costa.
Además, no entenderé nunca qué importancia tiene la orientación sexual de cada uno, cuando eso es una cosa privada, ni en qué medida influye en tus capacidades o en tu aptitud en el trabajo. Nadie debería preguntar con quién te acuestas para darte un empleo, lo mismo que qué ideología política tienes o cuál es tu religión. Es absurdo.
El mundo sería un lugar mucho mejor si no hubiera tantos prejuicios. No sé quién los habrá inventado. Defendamos la biodiversidad, en todos sus aspectos.

martes, 2 de marzo de 2010

En un lugar del corazón


Hace hoy una semana que murió mi suegro. Ya hablé sobre él en un post a principios del mes pasado, cuando se barruntaba el desenlace. Hay cosas que, aunque sepas que son inevitables y que no van a tardar mucho en suceder, te cogen desprevenido cuando tienen lugar. La muerte de mi suegro ha sido así para mí.
Fue mi hija la primera en saberlo. Cuando entré en su habitación vi que había dejado un charquito de lágrimas sobre el edredón de su cama, como hizo cuando murió su abuela paterna. Ella estaba llorando. "El abuelito ha muerto", me dijo. Qué dolor siento cada vez que recuerdo esa frase.
Se me hace un mundo el pensar que él ya no va a estar entre nosotros. Aunque perdimos el contacto hace algo más de tres años, a raíz de la separación de su hijo y mía, el saber que él seguía en este mundo me reconfortaba. Mi suegro y yo dejamos de vernos de forma abrupta, sin adioses. No sé hasta qué punto él pudo lamentarlo, pero yo sí que lo sentí. Sigo echando de menos nuestras conversaciones, el escuchar sus historias, el sentarme a la misma mesa que él a la hora de comer.
Es curioso lo profundamente que estaba arraigada su persona en mí. De él siempre tuve una clase de afecto y de respeto que no recibí del resto de su familia. Por eso, su fallecimiento me llenó de sombras, y su ausencia ya permanente y definitiva se ha clavado como un cuchillo en mi corazón.
Y es que así era él, una mezcla de afecto y de crudeza. Los sentimientos que ha despertado en mí su muerte tienen también esa rara mezcla de ambas cosas, y el no haber podido decirle adiós es lo que más me duele. Me hubiera gustado haber podido estar con él para ayudarle a sobrellevar su trance. No sé si habría servido de algo. Aunque él era ya muy mayor, no lo parecía por su carácter y su constante actividad, por su amor a la vida y su manera de entender las cosas tan intensamente. Era pura energía. Él era el alma de su familia, el motor de su casa.
La muerte de mi suegro termina de cerrar un capítulo de mi vida y me hace pasar página sobre una etapa que en realidad quedó hace mucho tiempo atrás. Él era el único vínculo emocional que me quedaba con aquel periodo, con aquel lugar y aquella familia.
Lo voy a recordar siempre alejándose por la calle, allá en su pueblo, siempre por la mañana muy temprano, en verano sobre todo, con su camisa blanca limpia y recién planchada, con su forma de andar cojeando un poco, decidido, para irse a tomar un café con los conocidos, comprar el periódico y el pan. Era una costumbre que rara vez abandonó, hiciera frío o calor, lloviera o nevara, muy mal se tenía que encontrar o algún imprevisto había tenido que surgir para que no lo hiciera.
Ángel está desde hace mucho en un lugar del corazón.
 
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