miércoles, 3 de marzo de 2010

Homosexualidad


Parece mentira la larga batalla que siguen librando los homosexuales para abrirse camino en la sociedad. Sigo sin entender por qué, siendo algo que existe desde siempre en el reino animal y en el vegetal, todavía causa extrañeza entre el género humano.
Es tan ridículo y tan absurdo como el racismo, una cosa que no tiene ninguna explicación lógica ni razón de ser.
Esta sempiterna represión es lo que ha motivado, me imagino, esa especie de rabia y de estrambótica exhibición que caracteriza a los gays. Al final, de tanto intentar hacerse un hueco en el mundo y de luchar por sus derechos, se han convertido en un grupo claramente desmarcado del resto de la Humanidad, tanto por su apariencia como por sus costumbres o por su lenguaje. Son como una etnia aparte, y ellos mismos se hacen notar allá a donde van, como deseando distinguirse a la fuerza o como defendiéndose de antemano contra cualquier posible ataque o burla de que puedan hacerlos objeto.
Cuando veo la película que sobre Harvey Milk se hizo, a propósito de la dura batalla que un homosexual tuvo que librar por conseguir un puesto importante en política, allá en EEUU, cómo no, y su triste final, como cualquier mártir de los derechos humanos que ya forman parte de nuestra Historia, me hago cruces, porque de eso se trata en realidad, de la lucha por el reconocimiento de un respeto a nuestra persona con el que todos nacemos y que nunca nadie nos debería negar. Harvey Milk arengaba a los que le quisieran escuchar por la calle con cosas como que todo el mundo decía que ellos estaban enfermos, que eran malos, que no los quería Dios. Se habla de perversión, de frustración, de una decencia que no se sabe muy bien en qué se fundamenta realmente. Y sobre todo la Propuesta 6, sobre la intromisión pública en la vida privada de los ciudadanos.
Yo creo que la gente en general tiene miedo a los homosexuales por su forma de desenvolverse, tan desinhibida y tan sorprendente, tan inesperada a veces. Cuando alguien no sigue el comportamiento establecido por los cánones sociales tradicionales siempre induce a desconfianza y temor, aunque no haga daño a nadie. Precisamente en su creativa y sensible forma de ser es donde radica su principal encanto. La colorista parafernalia que muestran en sus manifestaciones públicas es la seña de identidad de una parte de ellos, aunque bien parezca un atrezzo típico del teatro o el cabaret. Y qué más da, que cada cual se exprese como le de la gana. El "Día del orgullo gay" es su grito de protesta, de furiosa independencia.
Luego hay otro sector que es especialmente culto y refinado, que prefiere pasar desapercibido y que no suele caer en el exceso, y si caen son siempre excesos muy “chic”. Aquí tenemos ejemplos en las grandes figuras del arte y la literatura que en el mundo han sido. Ahora que estoy leyendo a Oscar Wilde, sometido a juicio en su tiempo, como es bien sabido, por su homosexualidad, es un placer y una delicia el poderse recrear en su estilo literario y su manera de pensar.
El SIDA no ha sido tampoco un factor positivo para su integración social. Cuántos no han dicho que es la plaga bíblica en justo castigo por el pecado en el que viven. Es como si dijeran que las niñas y mujeres que tienen cáncer de cuello de útero, que cada vez está más extendido, es porque son personas promiscuas o prácticamente prostitutas. Se habla de grupos de riesgo, con lo que su aislamiento y su discriminación están asegurados.
Yo he tenido algún que otro compañero de trabajo que era homosexual y no he encontrado nunca motivo de desagrado ni rechazo por esta razón, antes al contrario, hubo uno que me hacía reír mucho con sus ocurrencias y sus chistes. Ahora también tengo uno que es un encanto de persona, sensible, tierno, inteligente. Pero es curioso que, como decía antes sobre su necesidad de diferenciarse, siempre deje caer en la conversación alguna palabra o frase que muestre su condición, como si fuera algo que le acomplejara o incluso le traumatizara y quisiera exorcizar esos demonios sacándolos a relucir y viendo la reacción que provoca en los demás. Parece que buscara el beneplácito ajeno, la aceptación social, que le pasáramos la mano por la espalda diciendo “venga, no pasa nada, eres un buen chaval”. Cualquiera que se sienta discriminado por la razón que sea reaccionará de la misma manera, pero es una pena: dónde está la propia opinión, la propia estima. Y sobre todo: qué importa en realidad lo que piensen los demás. Es duro vivir sintiéndose distinto de la mayoría, señalado, rechazado, objeto de burla y escarnio, pero como me dijo un profesor una vez "el equilibrio está en tí mismo, no en los demás".
Me imagino que como casi todas somos mujeres ninguna nos fijamos en la condición de nuestro compañero, pero si tuviera en su mayoría a hombres por compañeros de trabajo la cosa cambiaría, seguro que siempre habría algún gracioso que querría hacer bromas a su costa.
Además, no entenderé nunca qué importancia tiene la orientación sexual de cada uno, cuando eso es una cosa privada, ni en qué medida influye en tus capacidades o en tu aptitud en el trabajo. Nadie debería preguntar con quién te acuestas para darte un empleo, lo mismo que qué ideología política tienes o cuál es tu religión. Es absurdo.
El mundo sería un lugar mucho mejor si no hubiera tantos prejuicios. No sé quién los habrá inventado. Defendamos la biodiversidad, en todos sus aspectos.
 
MusicaServicios LocalesContadorsAnuncios ClasificadosViajes