Es muy gratificante, cuando se ve “Los intocables de Eliot Ness”, contemplar el valor y la integridad que todavía hay gente que es capaz de tener como norma de actuación en su vida. Es todo un espectáculo, en los tiempos que corren.
Valor, integridad…. Son conceptos que parece que hoy en día mueven a risa, que están trasnochados. Decir que alguien es valiente e íntegro es como hacer mención a una especie que está en vías de extinción, o a alguna rareza de la Naturaleza.
Cuánto miedo no tendrían que pasar Eliot Ness y sus hombres cuando se enfrentaban a la peligrosa banda de la mafia. Había que olvidarse de la propia vida, de la de los seres queridos que dependieran de ti. Cuando te enfrentas con asesinos, hay que jugar con las cartas que ellos manejan y en su terreno. La ley del Talión, ojo por ojo y diente por diente, pero no por un afán de venganza sino para no ceder terreno y para castigar los crímenes cometidos con acciones punitivas que se equiparen al daño recibido.
El valor y la integridad sirven aquí para detener la actuación criminal pero sin convertirse también en criminales. Cada uno tiene sus razones para estar en un bando o en otro, sólo que los delincuentes carecen de valentía e integridad y los intocables de Eliot Ness sí la tienen.
Al hablar de intocables podemos pensar que se refiere a que son indestructibles. Pero el desarrollo de los hechos nos hace ver que no era así: dos de los hombres de Eliot Ness perecieron en el intento.
Cuando decimos intocables sabemos entonces que hablamos de valor e integridad, de que nadie puede comprar la honestidad, pues no es cierto que todos tenemos un precio, aunque cada cosa que llevemos a cabo en la vida sí tenga un coste personal.
El mayor mérito de Eliot Ness y sus hombres radica en que, a pesar de todo esto, ellos se mantienen en sus trece, le pese a quien le pese, cueste lo que cueste. Se convierten así en mártires, en víctimas de sus propios principios morales, como todos los que han caido defendiendo los derechos inalienables que tenemos los seres vivos. Cuán fácil habría sido renunciar a exponerse y dar carpetazo al asunto, pero eso habría conllevado abrir la puerta a la cobardía, claudicar, convertirse en cómplices de la infamia.
Si hubiera mucha más gente que no cediera al chantaje, la extorsión, al dinero sucio, sin duda habría menos podedumbre en el mundo.
Íntegros son estos hombres, porque como bien dice la palabra, no carecen de ninguna de las partes que los constituyen, son personas de una sola pieza. Valientes son también, pero no entendido el valor como el no tener miedo, sino como el ser capaz de enfrentarlo, de relegarlo a un segundo plano, pues hay cosas tan importantes que están incluso por encima de ese instinto natural de conservación que todos tenemos.
No sé si merece la pena morir por un ideal o en defensa de una causa justa. Posiblemente yo no lo haría, porque me falta el valor y la integridad suficiente. O quizá sí, dependiendo de lo que se tratara.
Es un placer saber que hay individuos como los hombres de Eliot Ness, que eran intocables, y al mismo tiempo humanos, conscientes de sus limitaciones, y que quizá no concedieron importancia a su valor, no se pararon a pensarlo dos veces, se pusieron manos a la obra, actuaron, hasta sus últimas consecuencias. Y meditaron cuando ya estuvo todo hecho, a toro pasado.
Que por ellos no quedara.
Valor, integridad…. Son conceptos que parece que hoy en día mueven a risa, que están trasnochados. Decir que alguien es valiente e íntegro es como hacer mención a una especie que está en vías de extinción, o a alguna rareza de la Naturaleza.
Cuánto miedo no tendrían que pasar Eliot Ness y sus hombres cuando se enfrentaban a la peligrosa banda de la mafia. Había que olvidarse de la propia vida, de la de los seres queridos que dependieran de ti. Cuando te enfrentas con asesinos, hay que jugar con las cartas que ellos manejan y en su terreno. La ley del Talión, ojo por ojo y diente por diente, pero no por un afán de venganza sino para no ceder terreno y para castigar los crímenes cometidos con acciones punitivas que se equiparen al daño recibido.
El valor y la integridad sirven aquí para detener la actuación criminal pero sin convertirse también en criminales. Cada uno tiene sus razones para estar en un bando o en otro, sólo que los delincuentes carecen de valentía e integridad y los intocables de Eliot Ness sí la tienen.
Al hablar de intocables podemos pensar que se refiere a que son indestructibles. Pero el desarrollo de los hechos nos hace ver que no era así: dos de los hombres de Eliot Ness perecieron en el intento.
Cuando decimos intocables sabemos entonces que hablamos de valor e integridad, de que nadie puede comprar la honestidad, pues no es cierto que todos tenemos un precio, aunque cada cosa que llevemos a cabo en la vida sí tenga un coste personal.
El mayor mérito de Eliot Ness y sus hombres radica en que, a pesar de todo esto, ellos se mantienen en sus trece, le pese a quien le pese, cueste lo que cueste. Se convierten así en mártires, en víctimas de sus propios principios morales, como todos los que han caido defendiendo los derechos inalienables que tenemos los seres vivos. Cuán fácil habría sido renunciar a exponerse y dar carpetazo al asunto, pero eso habría conllevado abrir la puerta a la cobardía, claudicar, convertirse en cómplices de la infamia.
Si hubiera mucha más gente que no cediera al chantaje, la extorsión, al dinero sucio, sin duda habría menos podedumbre en el mundo.
Íntegros son estos hombres, porque como bien dice la palabra, no carecen de ninguna de las partes que los constituyen, son personas de una sola pieza. Valientes son también, pero no entendido el valor como el no tener miedo, sino como el ser capaz de enfrentarlo, de relegarlo a un segundo plano, pues hay cosas tan importantes que están incluso por encima de ese instinto natural de conservación que todos tenemos.
No sé si merece la pena morir por un ideal o en defensa de una causa justa. Posiblemente yo no lo haría, porque me falta el valor y la integridad suficiente. O quizá sí, dependiendo de lo que se tratara.
Es un placer saber que hay individuos como los hombres de Eliot Ness, que eran intocables, y al mismo tiempo humanos, conscientes de sus limitaciones, y que quizá no concedieron importancia a su valor, no se pararon a pensarlo dos veces, se pusieron manos a la obra, actuaron, hasta sus últimas consecuencias. Y meditaron cuando ya estuvo todo hecho, a toro pasado.
Que por ellos no quedara.