martes, 23 de marzo de 2010

Tiendas curiosas



Madrid es una ciudad tan variopinta que no es difícil encontrar tiendas y locales poco comunes que nos sorprendan y despierten nuestra curiosidad. Algunos nos parece que están montados con un gran sentido del humor, pero lo que nunca podremos cuestionar es su indudable originalidad.
La que más me ha llamado siempre la atención, y que conozco de pasar muchas veces por delante porque está cerca de mi barrio, es una corsetería en la calle Toledo con unos escaparates en los que, para sorpresa y regocijo del ufano público, se exponen unas fajas y unos sujetadores de tamaños desproporcionados. La primera vez que la vi, siendo una niña, pensé que no podían existir mujeres de un tamaño tal que necesitaran prendas interiores de semejante talla, que las habían confeccionado como reclamo, para llamar la atención. La tienda es muy antigua, y conserva el encanto de los comercios de antes. El año pasado estaban de liquidación por cierre. No sé qué habrá pasado con ella.
En Gran Vía, muy cerca de la calle Alcalá, hay una tienda dedicada a tapices y alfombras pero que, sin embargo, lo que expone en sus escaparates son cojines de todas clases y tamaños con imágenes de todo tipo de perros. Estarían bien en una casa con una decoración añeja, llena de antiguedades. Ignoro si su mercancía tendrá mucha salida, pero ahí está desde tiempo inmemorial, con algunas letras desprendidas del cartel de la fachada, que le da un aire descuidado.
De las que se dedican a vender objetos para espías ya he visto un par de ellas en Madrid. Parece que proliferan por ciertos padres angustiados que quieren saber qué es lo que hacen sus hijos cuando no están al alcance de su vista, y para temas de infidelidad conyugal. La última la vi en la calle Barquillo, y la verdad es que tiene accesorios que serían la envidia de Sherlock Holmes.
Hasta no hace mucho existía una tienda de objetos de sadomaso en la calle Mayor, muy cerca de Sol, que por alguna razón no ha durado mucho. Antes era una de esas cafeterías que vendían sólo donuts, de todas clases. En sus escaparates había dos maniquíes que representaban a un hombre y una mujer vestidos con prendas de cuero negro, botas acharoladas de caña alta, muñequeras con pinchos y un látigo en la mano. Era una tienda diáfana, todo cristales alrededor, y dentro se veía que vendían videos pornográficos y todo tipo de objetos para tener relaciones sexuales poco convencionales. La primera vez que la vi pensé que no tendría mucho éxito porque a la gente le daría vergüenza entrar aunque lo deseara, movida por la curiosidad y el morbo, pero la verdad es que siempre estaba llena, aunque a lo mejor iban sólo a mirar y no compraban nada, y por eso ha terminado desapareciendo.
Como las callejuelas aledañas al sitio donde trabajo son de ambiente gay, se pueden ver al pasar locales originales, muchos con la bandera del arco iris que los simboliza colocada en la fachada para advertir al que llegue de que el público que allí acude es mayoritariamente homosexual, y algunos deben ofrecer espectáculos muy particulares porque en uno observé que, junto a la puerta, tenían unos folletos en los que se representaba en plan cómic un señor gordo con bigote enfundado en un traje muy ajustado, con una capa y un antifaz. Y es que sexys podemos ser todos.
Y por último, la tienda con más encanto de todas las tiendas curiosas que he visto, El Laberinto, detrás de la Puerta de Toledo, en la zona donde se instala el rastro habitualmente. La descubrió mi padre y es una maravilla. Se venden reproducciones de objetos antiguos a muy buen precio, algunos típicos norteamericanos como las máquinas de selección de discos y música que se ponían en los bares. Luego otros como las famosas cabinas de teléfono rojas de Londres (que dicen que van a desaparecer), personajes de Walt Disney de hace muchos años, teléfonos antiguos de todas clases, y un sinfín de cosas inimaginables. Todo se acumula en estantes y vitrinas de cristal, o cuelga del techo. Es como una gran desván, o un bazar antiguo. Una vez que entré estaban poniendo en marcha una gramola ante unos clientes. La aguja debía colocarse de cierta manera para que el disco sonara bien. La verdad es que el sonido que emitía era muy malo, eran como los lamentos de agonía de un tiempo pasado que ya es irrecuperable, pero me impresionó ver el funcionamiento de un objeto tan demodé. Cuánta historia guardará.
En París proliferan unas tiendas que se dedican a acumular objetos de segunda mano, de todo tipo. Algunas se especializan en determinadas cosas. En estos sitios, muy solicitados, puedes encontrar, además de cachivaches corrientes, un libro antiguo de gran valor, o una pintura o una escultura de algún artista que no ha conseguido una galería para hacer una exposición. Se parecen a las tiendas del rastro de aquí.
En Madrid hay muchas tiendas que, aparentemente pasan desapercibidas, pero que por su originalidad y su permanencia en el tiempo, merece la pena echarles de vez en cuando un vistazo. Pongo una foto digna de ver, la de El Ateneo, que antaño fue teatro de Buenos Aires, reconvertido en librería y cafetería.
 
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