viernes, 5 de marzo de 2010

Pipi




Todos tenemos un símbolo que desde nuestra infancia ha representado para nosotros lo que más deseemos, en mi caso el deseo de libertad y de independencia. Puede ser un personaje literario, un miembro de tu familia o, como me pasó a mí, la protagonista de una película.
Pipi Calzaslargas podía parecer una niña estrambótica. Ya sólo con su apariencia era algo fuera de lo común, el pelo increíblemente naranja, dos trenzas tiesas a los lados de la cabeza, una media naranja y otra verde cubriendo sus piernas, los zapatos mucho más grandes que sus pies. Al principio chocaba un poco, pero no se tardaba mucho en acostumbrarse a su aspecto, hasta terminar pareciéndonos algo normal. De hecho, no se concibe a Pipi de otra manera que como es.
No sólo su imagen rompía moldes, también su forma de ser. Rebelde, inconformista, con mucha personalidad, inteligente, con un peculiar sentido del humor. Era un revulsivo para la pequeña sociedad del pueblo en el que vivía, al que revolucionó nada más llegar la primera vez, montada en su tranquilo caballo blanco con manchas negras.
También lo fue para los amigos que allí hizo, los hermanos Tommy y Annika, tan educados, tan ejemplares. Ella pervertía sus costumbres. Mientras Pipi vivía nada más que en compañía de animales y hacía lo que le daba la gana, sus amigos tenían que hacer lo que dijeran sus padres, ir al colegio y todo lo que se supone que unos niños normales harían, todo muy convencional. "Como no tengo quién me mande a la cama por la noche, me mando sola, y si no obedezco, me doy unos pequeños azotes en el trasero", decía.
Pipi tocaba los puntos sensibles que a todos nos marcan en nuestra infancia: la obediencia a los mayores, la obligación de asistir a clase y de estudiar, el respeto a unos horarios. Ella era una transgresora nata. En realidad, los padres de Tommy y Annika no eran tan exigentes, lo único que les enfadaba es que no estuvieran de regreso en casa a las horas que ellos decían. Pero Pipi hace que incluso lleguen a aborrecer esas pequeñas normas. Leían, a la hora de acostar, un libro que se llamaba “Cómo escapar de casa”, cosa que llegan a hacer, aunque por poco tiempo. En la historia se presenta en general a los adultos como seres ridículos.
Los hermanos sólo se divertían cuando estaban con ella, y Pipi les llegó a convencer de los beneficios de vivir sola, pues en el fondo envidiaba el poder tener una familia como sus amigos. Detestaba que pudiera considerársele una pobre huérfana cuya madre había muerto, digna de lástima. Su padre, un hombre fuerte y bonachón a medio camino entre honrado capitán de barco y pícaro pirata buscador de tesoros, se la llevó a ella y a sus amigos a correr aventuras en algunos episodios. Era su héroe, el único adulto al que respetaba y quería de verdad.
En su relación con los habitantes del pueblo hubo sucesos hilarantes, como cuando la persuadieron para ir al colegio. Se dedicó a interrumpir la clase constantemente y cuestionaba todo lo que decía la profesora, haciéndola perder la paciencia. Terminó pintando a su caballo a tamaño natural en la pizarra y lo que no cabía en la pared. O cuando esquivaba a una extraña señorita que la perseguía histérica por todas partes para meterla en una institución, pues como era una niña no podía cuidar de sí misma sola.
Pipi tenía varias cosas que la hacían increíble: una extraordinaria fuerza física, sobrenatural, y un arcón lleno de monedas de oro que le dio su padre en una ocasión y que la convertía en millonaria. También tenía poderes mágicos, pues era capaz de hacer volar su coche usando como combustible una extraña y pegajosa sustancia verde que le dio un vendedor ambulante muy original, o viajar echada en su cama colgada de un gran globo aerostático. Lo del coche moviéndose a gran velocidad por unos raíles de tren y luego elevándose por encima de las casas y los campos es algo que me encantaba.
Pipi no dejaba de sorprendernos con sus ocurrencias, como cuando sacaba limonadas del hueco de un árbol del jardín de su casa, o hacía aparecer por ahí un brazo de una maniquí para asustar a la gente. O cuando invitaba a todos los niños del pueblo a chuches, cómo se los veía llenando la tienda, mirando los mostradores con ojos golosos, cogiendo caramelos de grandes bolas de cristal y pasteles de bandejas de plata.
Nunca he visto una decoración para una fiesta al aire libre como la que puso en el jardín de su casa cuando celebró su cumpleaños: había lámparas de papel y velas por todas partes, y al atardecer el ambiente se llenaba de quietud y de misterio.
Era muy curioso ver cómo Pipi limpiaba su casa: echaba cubos de agua por el suelo, se ataba con cuerdas grandes cepillos en los pies y patinaba de aquí para allá. Con Tommy y Annika hacía improvisados conciertos golpeando la batería de cocina con cucharones. Qué bien poder hacer todo lo que normalmente estaba prohibido.
Lo bueno era poder disfrutar de aventuras con Pipi y, al mismo tiempo, tener el amor y la estabilidad de una familia.
Se de una vecina que, cuando sus hijos eran pequeños, le recomendé la serie para tenerlos entretenidos, pero al saber que era un poco subversiva ya no le gustó, porque creyó que les enseñaría cosas malas a los niños. Qué tontería. Desde cuándo hacer volar la imaginación con cosas que son imposibles en la vida normal es algo malo. Ojalá pudieran hacerse realidad. Pipi al menos parecía hacerlo posible.
 
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