jueves, 25 de marzo de 2010

Leyendas urbanas





Cada ciudad dicen que tiene sus propias leyendas urbanas. Madrid no es Nueva York, modelo de metrópoli donde las haya, con sus peculiares y tan conocidas costumbres, sus bandas, sus puntos de encuentro multicultural, las serpientes y los caimanes pululando por las alcantarillas desechados en su momento por la taza del váter al haberse convertido en mascotas que ya no tenían el tamaño adecuado para estar en casa. Hay urbes tan dinámicas que hasta en sus cloacas fluye la vida.
En la capital de este país nuestro, del que siempre han dicho que tiene forma de piel de toro extendida (cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia), tenemos nuestras propias peculiares idiosincrasias: presencias extrañas en edificios emblemáticos abandonados, con cacofonías y todo (es una buena forma de conseguir que los reformen y los dediquen a algo útil), hay también zonas que son como Triángulos de las Bermudas (Vallecas, Vicálcaro, el túnel en el que se soterró la M-30 cuando llueve, sitios en los que puedes desaparecer tragado por la nada), y señales en el suelo tan anacrónicas como el famoso km. Cero de la Puerta del Sol, que se supone es el epicentro, el meollo, el ombligo de la nación, el origen de vías y caminos. Aunque todos los caminos siguen conduciendo a Roma, digamos lo que digamos aquí.
Luego han ido surgiendo con los años otras leyendas urbanas más underground, como esas deportivas atadas entre sí y lanzadas para que se cuelguen de los cables del tendido de la luz que van de una fachada a otra de los edificios. La primera vez que vi unas creí que a alguien se le habrían caído por descuido del tendedero, pero después de ver muchas empecé a pensar que sería una más de las muchas modas tontas que se imponen. Mi hijo me dijo lo que significaba: cada vez que una banda mata al miembro de otra banda, cuelgan las zapatillas del muerto para que todo el mundo sepa cómo las gastan. Aquí no creo que el significado sea el mismo, las bandan matan lo justo, con mucha discreción. He leído que también es una forma de marcar las zonas que son punto de venta de drogas. Hay que avisar, no se vayan a creer que las salidas de los institutos son los únicos lugares de trapicheo. Incluso se ha dicho que es otra forma de arte. El colmo. Y están las deportivas a un precio como para ir tirándolas por ahí.
Estas costumbres importadas del exterior forman parte ya de las leyendas urbanas de nuestra ciudad y de otras muchas. Los grafiteros nos dejan desde hace tiempo muestras de su talento creativo, iniciado con aquel famoso Muelle que se puso de moda cuando yo moceaba, y que no era más que un macarra de los muchos que proliferaron en la “movida” madrileña que cayó en gracia. El pobre murió joven, pero ahí quedó para los restos la señal de su paso por el mundo. Y es que ya no respetan nada, pues no se conforman con decorar los muros de los solares abandonados, sino que los edificios son también el blanco de su inspiración, además de los vagones de tren, el mobiliario urbano y todo lo que se les ponga por delante. No sé por qué no utilizan sus sprays para decorar sus casas. A lo mejor no es porque sus madres no les dejen, mira mi niño, qué artista es, sino porque ahí no los ve nadie, y el exhibicionismo es lo que tiene, necesita público, aunque éste no tenga ganas de según qué cosas.
Corren también leyendas urbanas en torno a sitios de siempre como por ejemplo el estanque del Retiro, aunque si dragaran la zona igual se resolvía el misterio. Como todo el mundo tira basuras se especula con la posible existencia de alguna especie animal bien alimentada y aún no catalogada por los biólogos. Algo parecido al monstruo del lago Ness pero a menor escala. En cambio lo que había en el fondo del Manzanares hace tiempo desapareció porque tras las obras de la autopista sólo ha quedado un riachuelo, pero a ese río, en sus buenos tiempos, se ha tirado todo lo que uno no quería o no sabía qué hacer, difuntos incluidos. Era como el Ganges español, sólo que aquí la porquería nunca se ha considerado sagrada, al menos hasta ahora.
El traslado del estadio del Atlético de Madrid es otra leyenda urbana que me afecta personalmente, y a la que no doy ningún crédito. Es como todo, tanto se ha dicho y tan falso, que al final el escepticismo es la única actitud razonable. Y la playa que iban a hacer a orillas del Manzanares, otro rollo macabeo. Con lo que he visto yo antaño flotar ahí sería insensato querer sumergirse, aunque digan que ya está limpio. Donde hubo siempre algo queda.
Las leyendas urbanas no hacen sino proliferar. Y es que hay que dar un poco de misterio a la historia de la ciudad.
 
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