jueves, 30 de diciembre de 2010

Citas varias (IV)

- “… oyendo la música del órgano, oliendo el incienso del altar mayor, sintiendo el calor de los cirios, viendo cuanto allí brilla y se mueve, contemplando las altas bóvedas, los esbeltos pilares, las pinturas suaves y misteriosamente poéticas de los cristales de colores” (La Regenta, de Benito Pérez Galdós).

- “En la mesa, hablaba antes de comer a la muchedumbre de sus hijos…” (id.).

- “Los que más ríen no son siempre los más felices, sino muchas veces los que más están sufriendo” (La madre, de Máximo Gorki).

- “Es la resistencia a desasirse de lo habitual y cotidiano lo que se enfrenta a la llamada irresistible del mar sin orillas” (El profeta, de Gibran Khalil Gibran).

- “¿Qué es el temor a la necesidad sino la necesidad misma?” (id.).

- “Es bueno dar algo cuando ha sido pedido, pero es mejor dar sin demanda, comprendiendo” (id.).

- “Al trabajar se está amando a la vida. Y amando a través del trabajo es estar muy cerca del más profundo secreto de la vida” (id.).

- “La puerta del cielo es la niebla de la mañana y sus ventanas, los silencios de la noche” (id.).

- “La belleza es la eternidad que se contempla a sí misma en un espejo” (id.).

- “Los borrachos dimiten de la realidad”.

- “Esa engañosa belleza de la juventud que parece tapar la existencia de verdaderos problemas”.

- “Rostro en el límite de los tres días con sus noches de crecimiento vegetal de las pilosidades”.

- “Sirven pescadilla que se muerde la cola en la pensión. Comiendo esa pescadilla comulgaba más íntimamente con la existencia pensional y se unía a la mesa de mártires de todo confort que han hecho poco a poco la esencia de un país que no es Europa”.

- “Se precipitó con mansos saltos de balón de goma”.

- “Pensaba si era mejor besar aquella mano descarnada o simplemente insinuar con la boca el simulacro procurando no hacer ruido hidroaéreo alguno”.

- “¿Pero desprecia este otro modo de vivir, la alta burguesía, porque realmente es despreciable o porque no es capaz de acercarse lo suficiente para participar?. ¿No es más que un sentimiento de desposeído o su moral tiene un valor absoluto? (…). Su rencor le permite ser violento, porque tras su análisis no está dispuesto a admirar a nadie ni a asustarse de nadie, sino a vestir una armadura de insolencia”.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Pintura hiperrealista (XIX): Óscar Casavalle

Óscar Casavalle nació en Argentina. Estudió diseño y desde hace años pertenece a grupos de arte con los que hace muestras colectivas, además de exposiciones individuales.

Crea unos efectos sorprendentes de luz, sombras y color, es como si se pudieran disfrutar con los cinco sentidos. 

He escogido algunos retratos infantiles, porque me maravilla cómo ha sabido captar la delicadeza y dulzura del mundo de los niños.

martes, 28 de diciembre de 2010

Grandes arquitectos contemporáneos (II): Rem Koolhaas

Rem Koolhaas, holandés, fue periodista y guionista de cine antes de estudiar arquitectura. Su despacho de arquitectos es uno de los más prestigiosos del mundo.
Polifacético, imparte clases en escuelas y universidades, y escribe libros sobre su especialidad.
De todas sus obras destaca la Torre del Bicentenario, en México, con 64 pisos y 300 metros de altura. Posee seis estacionamientos subterráneos. En el área más ancha, a 100 metros, hay un mirador, un gimnasio y un centro de convenciones.
Koolhaas es un arquitecto rompedor y novedoso, con una proyección futurista.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Solo en casa (II)

Hay detalles muy buenos en la película, como cuando Kevin se da cuenta de la presencia de uno de los ladrones, cuya imagen asomado a la ventana se refleja en una de las bolas que está colgando en el árbol de Navidad.

Su conversación con un hombre disfrazado de Santa Claus en la calle no tiene desperdicio, cuando pone en duda que él sea el verdadero. “Soy demasiado mayor para no saber cómo funciona esto”.

Y la jugosa conversación que tiene con su vecino en la iglesia, un hombre al que tenía miedo por su fama de malvado y por su gesto amenazador. El anciano le cuenta que tiene miedo de la reacción de su hijo, al que hace muchos años que no ve tras una fuerte discusión, si intentara contactar con él. Kevin cree que es demasiado mayor para tener miedo. “Se puede ser viejo para muchas cosas, pero no para tener miedo”. El niño también tiene sus propios temores. “A un amigo mío le cascaron porque se rumoreaba que tenía un pijama de dinosaurios”.

Kevin elabora un plan de ataque ante la inminencia de la llegada de los ladrones: pone un hierro al rojo vivo en el pomo de la puerta de la entrada principal, coloca adornos navideños bajo la ventana para que los pise el que quiera entrar por ahí, pone brea en las escaleras, un plástico pegajoso en una puerta y un ventilador bajo el que hay unas plumas … Resulta divertido y excitante ver cómo prepara las trampas, en un derroche de imaginación y de estrategia casi militar, pero lo es mucho más todavía cómo el enemigo va cayendo en todas y cada una de ellas.

Cuesta creer que los intrusos puedan mantenerse en pie con la cantidad de golpes que reciben, hasta con una escopeta de aire comprimido les recibe Kevin, disparándoles a uno en sus partes y al otro en la frente. Casi dan hasta un poco de pena.

Los altercados se suceden: una plancha que le cae en la cara a uno de ellos cuando tira del cordón que enciende la luz del sótano, el soplete que incendia la cabeza del otro cuando abre una puerta, los clavos esparcidos por las escaleras, los cochecitos a los pies de éstas para que resbalen, los botes de pintura colgando de cuerdas para ser lanzados contra el que quiera subir al piso de arriba...

Kevin, para escapar de sus agresores, recurre a cualquier artimaña, desde coger la tarántula que se ha escapado del cuarto de su hermano mayor para ponérsela en la cara a uno de los ladrones que le ha cogido por una pierna, a deslizarse a través de una cuerda desde su casa a la pequeña casa que tiene en un árbol, situada en frente a cierta distancia.

Al atraparle los ladrones y colgarlo del perchero de la puerta de la cocina, antes de que llegue su vecino en su auxilio, nos damos cuenta de repente de lo pequeño y lo indefenso que es en realidad.

La llegada de su madre dibuja en su cara un gesto mohíno, a medio camino entre el enfado y la decepción, como queriendo decir “Me habéis olvidado”. Ella le dice que lo siente mucho y se funden en un abrazo, mientras la familia va llegando y descubriendo los desastres producidos en la casa. Ellos se asombran de las cosas que Kevin ha hecho en su ausencia: la compra, la colada… “¿Qué más has hecho mientras estuvimos fuera?”, le pregunta el padre. “Nada del otro mundo”, contesta con un gesto de inefable inocencia.

Por la ventana del salón ve a su vecino caminar por la nieve junto a su familia, por fin reconciliados.

Como en todas las películas típicas de la Navidad, siempre hay un hecho poco corriente que tiene lugar, y un buen deseo que se cumple. El hecho inusual es que un niño sea capaz de valerse por sí mismo aún en las circunstancias más adversas. El buen deseo es la reunión de una familia que estaba rota. Aunque creo que estas buenas intenciones deberían tener lugar en cualquier momento del año, y no sólo en Navidad.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Solo en casa (I)

Solo en casa es la típica película que nunca puede faltar en época navideña. El protagonista, Kevin, es un niño que está harto de recibir las constantes reprimendas de su numerosa familia, por lo que cuando todos se marchan de viaje y se olvidan de él accidentalmente, a la sorpresa inicial sigue el regocijo.

El niño campa por sus respetos en su casa (maravillosa por cierto). Se le puede ver haciendo todo lo que está prohibido: comer helados y chucherías en cantidades ingentes, tirarse con un trineo de madera escaleras abajo en su casa y salir por la puerta abierta hasta el jardín, investigar en las habitaciones de sus hermanos en las que causa algunos estropicios…

Macaulay Culkin era por entonces un pequeño actor revelación que hizo las delicias de todos por su naturalidad y por su encanto personal: sus prominentes y rojos labios hacían juego con su ropa y hasta con el edredón de la cama en la que duerme, sus ojos tan azules y expresivos hacían una combinación perfecta con su precioso pelo rubio platino. La película está llena de esa mezcla tan navideña de rojos y verdes.

Cuando la familia se da cuenta del olvido, se producen muchas situaciones tragicómicas que muy bien podrían suceder en la realidad, como la madre intentando hablar con la policía de su distrito, mientras al otro lado del teléfono se pasan la llamada unos a otros como quien pasa un encargo molesto y sin importancia. Le recitan de carrerilla todas las causas por las que un agente iría a su casa (altercados violentos entre miembros de la familia, ingesta accidental de veneno, incendio), hasta que por fin, ante la insistencia y su angustia, atienden su petición.

O cuando la madre está intentando dar dinero y vender sus objetos personales en el aeropuerto a cambio de un billete de avión de vuelta, pues todos los vuelos tienen las plazas ocupadas. Pasará de la angustia a la tristeza y después a la ira. Viajará en todo tipo de transportes, viéndose metida en toda clase de situaciones rocambolescas con tal de alcanzar su objetivo.

Y mientras, Kevin hace su vida en casa. Se le ve subido a un taburete, recién bañado, con la toalla enrollada a la cintura, peinándose frente al espejo. En dos ocasiones se echa la loción de su padre para después del afeitado y prorrumpe en sonoros gritos, porque no se acuerda de lo mucho que luego le escuece la cara. Quiere ser como los adultos.
Cuando se da cuenta de que dos ladrones acechan su casa, es increíble la que monta en el salón para hacer creer que está llena de gente y que hay una fiesta, moviendo maniquíes con cuerdas y poniendo la música a toda pastilla.

Su hermana mayor se preocupa por él, allá en la habitación del hotel de París, pero el hermano mayor no es de la misma opinión, y más alejado de la realidad no puede estar. “Hay detectores de humo, y además vivimos en el barrio más aburrido de todos los EE.UU. de América, donde nada remotamente peligroso puede pasar”.

Es también inefable la escena en la que ha encargado una pizza y el chico que se la trae sale por piernas asustado, después de recoger el dinero, cuando escucha la grabación que Kevin ha puesto de una película de gángsters, en la que se oyen amenazas y ráfagas de ametralladora, y que luego le servirá tambien para ahuyentar a los ladrones.

El niño, que parecía pasárselo maravillosamente al principio, empieza a echar de menos a su familia, y duerme con la foto de ellos bajo su almohada, arrepentido por haber deseado que desaparecieran.

La forma como responde al interrogatorio de la cajera del supermercado es hilarante, porque resulta muy cómico ver a un niño de seis o siete años contestando con la misma inteligencia y astucia que tendría un adulto. “¿Dónde vives?”. “No se lo puedo decir”. “¿Por qué no?”. “Porque es una extraña”.

En realidad, toda esta experiencia le está sirviendo para hacerse mayor muy deprisa y dejar a un lado sus temores infantiles, como cuando baja al sótano y corta de raíz la terrorífica alucinación que tiene con la caldera de la calefacción, que le parece un monstruo que abre sus fauces llenas de fuego para amenazarle. Kevin demuestra de lo que es capaz a pesar de su corta edad desplegando los mismos recursos que ha visto en los adultos, y demuestra que puede quedarse solo en casa sin ningún problema: se prepara sus comidas, cuida de su aseo personal, pone la lavadora y dispone del dinero con la mayor soltura. Lo que hace gracia es la naturalidad y la parsimonia con que se desenvuelve, como si en realidad lo hubiera estado haciendo toda la vida.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

La Navidad en casa

Es agradable comprobar cómo, año tras año e independientemente de las preocupaciones que cada cual podamos tener, la Navidad se va instalando poco a poco en nuestras vidas, como siempre ha hecho cada vez que ha llegado el momento, hasta llenar nuestra casa y nuestro entorno de luces, colores y ambiente festivo. Es algo que se repite indefectiblemente y que además es necesario, porque supone un agradable y dulce paréntesis en la rutina de nuestra cotidianeidad. Para mí el año termina y comienza uno nuevo en estas fechas más que con la tradicional y precipitada indigesta ingesta de uvas del 31 de diciembre.

En casa los adornos resisten el desgaste del uso y del tiempo demasiado bien, pues prácticamente son los mismos que compré en su momento cuando empecé a vivir allí: el árbol desmontable que cada vez pierde más pelitos verdes y pone el suelo perdido; el pequeño Belén; los dos cestos de mimbre llenos de piñas y bolas, las de una en azul y las de la otra en rojo vino; la flor de Pascua artificial con hojas blancas y doradas y haces de fibra óptica que cambian suave y constantemente el color de su luz y me relaja sobremanera; el centro de frutas en tonos dorados y bronce que cuelgo en la parte de fuera de la puerta de casa (lo voy a tener que cambiar porque pesa mucho y cada dos por tres se está cayendo); y un Papá Noel grande y blandito que tiene una campanilla y unas gafitas doradas y que quita el stress cuando lo achuchas.

Los adornos del árbol me ayuda siempre a colocarlos mi hija: las guirnaldas de colores, las botitas plateadas cada una con una bola de un color, el papá Noel que parece un mago de Hogwarts, tan majestuoso y misterioso, las bolas, el remate que lo corona en lo más alto, los lazos rojos transparentes con dibujos dorados, las luces intermitentes… Este año compré unas bolas plateadas, blancas y transparentes para renovar las existencias.

Luego pongo más guirnaldas aquí y allá, y los crismas más bonitos que he ido recibiendo a lo largo de estos años. Ahora sólo me queda una amiga que los manda, el resto prefiere el correo electrónico o los mensajes de móvil para felicitar las fiestas. Con esta amiga sólo mantengo contacto desde hace algún tiempo de todas esas formas, y a la pobre nunca le he llegado a decir que me divorcié, porque es tan sensible que le supondría un gran disgusto, y para qué. Frecuentaba mucho mi casa cuando los niños eran pequeños, y sé que le daría mucha pena si lo supiera, por lo que cada vez que me manda el consabido crisma (siempre se me adelanta), se dirige a mí y a mi ex marido, lo cual me produce una mezcla de melancolía y un poco de fastidio, pero en fin, así es la cosa.

Este año le escribí: “Querida Mª Carmen: como siempre, recibimos tu precioso crisma, costumbre ésta que parece en desuso y que yo pienso cultivar toda mi vida porque me encanta.

Te pasará como a mí, que la Navidad me fascina y disfruto mucho con todo lo que tiene que ver con ella. Me alegro de que a Lunita se le pasara ya todo y de que estéis bien.

Si no nos toca la lotería ni nos van a aumentar el sueldo, recibir una herencia o cualquier cosa parecida, que por lo menos nos vaya como hasta ahora, ni más ni menos. Un besazo para todos”.

Lunita es su perra. No creo que quiera a ninguna persona tanto como la quiere a ella.

En el trabajo la Navidad sólo se nota a la hora de comer dulces, aquí son muy sobrios en lo que a adornar se refiere.

Y es que estas fiestas las vivimos cada uno de manera diferente, y para cada uno significa algo distinto. La de mi infancia no es como la de ahora, pero ha quedado en la memoria y en el corazón pequeñas cosas de aquella época que me encantaban.

En casa ya no quitamos los adornos hasta que no acabe enero, y no los dejo más porque me da casi vergüenza.

Lo que sigo poniendo aunque los niños ya sean mayores son unas botas grandes de tela roja, una para cada uno de mis hijos, que cuelgo de las puertas de cristal de la librería del salón, y que lleno con muñecolates y paquetes envueltos como de regalo con todo tipo de dulces y chocolates. Cuando eran más pequeños le añadía alguna pequeña figura con personajes de Walt Disney. Siempre les dejo algo en Nochebuena. Les sigue gustando ver qué hay dentro de las botas.

A ellos ya se les ha pasado casi toda la ilusión que tenían siendo pequeños, pero a mí no. Ignoro si alguna vez se me acabará también. Yo creo que no debemos perder las raíces de nuestra infancia, aunque nos llamen niños por ello.

martes, 21 de diciembre de 2010

Fans

Hace unos días, cuando fui a ver A tres metros sobre el cielo con una amiga, película que está tan de moda ahora sobre todo entre el sector juvenil, no pude salir de mi asombro. El cine estaba lleno cómo no de quinceañeras y algunas veinteañeras también, aunque todas se comportaron de forma parecida. Cuando se estaba terminando el film, que llegó a su momento más dramático (o melodramático diría yo), y se veía sufrir en pantalla al apuesto protagonista (este actor lo hace mucho mejor que cuando trabajaba en Los hombres de Paco), de repente una multitud de sonoros y angustiosos sollozos se dejaron oir aquí y allá por todo el local. A nuestra izquierda estaban sentadas como media docena de adolescentes, y una de ellas en particular era incapaz de contenerse de la tensión nerviosa que tenía. Sus amigas intentaron calmarla, incluso la regañaron un poco, pero en vano. El cine entero era un estertor convulso de damiselas compungidas hasta el paroxismo, que a cada nueva desgracia acaecida a su ídolo (y fueron unas cuantas muy seguidas en el último cuarto de hora que duraba la cinta), reaccionaban al unísono movidas por un frenesí transitorio que no fue a más porque la película no duró más tiempo, y que se prolongó cuando se encendieron las luces y se dio por concluida la sesión. Muchas salían bañadas en lágrimas, con los pañuelos cubriéndoles los ojos y diciendo entre hipidos cosas como “Jo tía, qué mal” y otras perlas por el estilo.

El fenómeno de las fans ya ha dado mucho qué hablar en el mundo de la música. Todos sabemos las que se organizaban en tiempos de Los Beatles y de Elvis. Keith Richards lo describe muy bien en un libro que ha escrito sobre su vida y sus experiencias con los Rolling Stones: “A los diez minutos de salir al escenario empezaban a pasarnos por delante los cuerpos inertes de fans que habían perdido el conocimiento de la emoción, eso no fallaba. A veces incluso las dejaban poco menos que apiladas a un lado porque había demasiadas, ¡era como el puto frente occidental! (…) Me acuerdo de salir al escenario cuando ya habíamos terminado y la sala estaba vacía, ya habían recogido la ropa interior que nos habían tirado y demás. Andaba por allí un empleado ya mayor, el vigilante nocturno, que al verme me comentó: “Muy buena actuación, no ha quedado ni una sola butaca seca” (…) Aquellas tías se agolpaban allí abajo, sangrando, con la ropa desgarrada, las bragas meadas…”

Él recordaba con pavor las veces que en alguna ocasión las fans lo rodearon y casi estuvieron a punto de matarlo, tal era el frenesí que se apoderaba de ellas. Se preguntó más de una vez qué era lo que las empujaba a comportarse así, si admiración, lujuria o que simplemente habían perdido el norte y ni ellas mismas sabrían explicar lo que les pasaba.

Este es un tema que siempre ha despertado mi curiosidad , y parece ser que tiene mucho que ver con una escasa autoestima personal y un cierto vacío vital. Al admirar a una celebridad se establece una relación parasocial que no está sometida a las cargas emocionales de las relaciones personales convencionales: no hay miedo al rechazo, no existen obligaciones… Es una ilusión por la que se cree que se tiene una relación con el personaje, alguien a quien se admira y que parece corresponderte afectivamente entregándote su arte (su música, su interpretación). Esto puede llegar a influir y cambiar la vida de la gente.

La baja autoestima se debe a que las personas desean ser mejor de lo que son o no se sienten lo suficientemente bien consigo mismos. Las celebridades se convierten en lo más parecido a su yo ideal.

Pero desde luego también hay un fuerte componente de represión sexual, a la que las mujeres somos más vulnerables por la educación que hemos recibido desde que el mundo es mundo. Estos momentos sirven para desatar todo aquello que las convenciones sociales obliga a mantener oculto. El ídolo es además un modelo masculino ideal e inalcanzable que se cree excepcional: va a ser difícil que podamos conocer a alguien así en nuestra vida corriente, lo que hace que el poco tiempo que pasemos con él sea único y limitado, y esto genera una gran ansiedad. Las fans se vuelven muy agresivas, posesivas, celosas, se hacen daño a sí mismas y al objeto de su adoración si se pone a su alcance, aún sin ellas quererlo. Hay una película, Casi famosos, que refleja muy bien todo este mundo. 

Siempre me ha parecido un poco lamentable este fenómeno, se pierde por completo la dignidad personal. Hay un gran vacío afectivo y de valores en el mundo actual, y no es difícil imaginar por qué suceden estas cosas. Todos hemos tenido alguna vez alguien a quien admirar y con cuyo talento hemos disfrutado, pero con un control.

Que el fenómeno se de sobre todo entre la gente joven se debe sin duda a que su personalidad aún se está conformando, y se crean unas expectativas y unas emociones que superan el mundo consciente, lo racional.

Sólo sé que después de lo que vi el otro día en el cine, siento incluso lástima por ellas, pobres, porque sufren de una manera desaforada por cosas que son ficticias. Aunque me parece que lo pasan muy bien sufriendo, qué gusto de dolor.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Un poco de todo (VIII)

- He comprobado que ha aumentado el número de mis seguidores con otro artista, también pintor, Omar, que me honra con su interés por mi blog. Nunca pensé que la sección que dedico al hiperrealismo fuera a encontrar tanto eco. Estoy encantada de que a tantos nos gusten las mismas cosas, y espero seguir siendo del gusto de otros muchos. Gracias Omar.

- La entrevista de Buenafuente el otro día en su programa a Alex de la Iglesia, con motivo de la película que ha estrenado recientemente, no tuvo desperdicio. A mí particularmente es un director de cine que no me ha gustado nunca nada. El humor de Buenafuente puede parecer cálido y amable, pero suele dejar caer alguna pregunta mordaz, cuando menos te lo esperas, que es su sello personal inconfundible y lo que le ha hecho famoso: “Y tú con esa cabeza que tienes, ¿cómo puedes llevar una vida normal?”. Esa misma pregunta me había hecho yo más de una vez. El otro no se dio por aludido, pero sí comentó que en la proyección que hubo en la Mostra de Venecia Tarantino aplaudió a rabiar, y que luego se le acercó a felicitarle. Como suele decirse, Dios los cría y ellos se juntan. Qué horror.

- Y a propósito de Buenafuente, qué personaje tan curioso me ha parecido siempre. Creo que tiene mi edad, pero en realidad es un hombre al que es difícil calcularle eso y otras muchas cosas. Es inclasificable. Extremadamente ingenioso e inteligente, muy catalán en su forma de hablar y en otras cosas, tiene un sentido de la comicidad increíble. Ejerce de presentador de televisión, o de showman, según se mire, pero bien podría ser una nueva forma de clown en este circo de las vanidades en el que nos hallamos inmersos.

He estado tentada de comprar alguno de los libros que ha escrito con sus monólogos, siempre geniales, pero creo que no sería lo mismo leerlos que verlos. La clave de su gancho está en su gestualidad, en su expresión corporal, que es única y espontánea. Él podrá tener un guión previamente hecho, sobre el que estoy segura que improvisa todo lo que quiere y más, pero la forma como lo dice, con todo el cuerpo, es algo que hace sobre la marcha y no tiene imitadores.

A veces dice cosas que me molestan, porque tampoco es respetuoso con según qué temas, pero me imagino que este es un país libre en el que todos pueden opinar lo que les parezca, y él es un taimado atrevido.



viernes, 17 de diciembre de 2010

Fama

Aunque ahora con el nombre de Fama han hecho muchos programas que se aprovechan del tirón que tuvo la película que en 1980 dirigiera Alan Parker, la semilla original, el germen único e inimitable de todo aquello fue aquel film que, iniciada aquella ya lejana década, nos sorprendió a todos por la visión que del mundo del arte interpretativo en todas sus versiones nos ofreció.

En las pruebas de acceso a la escuela vamos conociendo a los personajes en torno a los cuales girará la trama. Vemos a Ralph, un puertorriqueño que aún no sabe exactamente qué es lo que quiere hacer, pero que ya sabe que su sitio está allí. Empieza con el profesor Shorofsky, de música, que le sugiere que se pase a la clase de danza, a ver si le va mejor, y de la que saldrá a su vez rebotado a la de interpretación.

Doris llega acompañada de su absorbente madre, que no deja de hacerla fotos, llorar de emoción e interrumpir cada vez que ella va a hablar. Se la ve cantando una canción preciosa, Memory, durante la cual no deja de desafinar por culpa de los nervios.

Bruno abruma al profesor de música cuando toca sus teclados electrónicos. “Un instrumento detrás de otro es suficiente”, le dice, pero él tiene respuestas para todo, dispuesto a defender su forma de hacer arte, inasequible al desaliento. “Si quiere lo hago en un ritmo de 4 x 4 con ritmo de discoteca”.

Leroy, un chico negro del Bronx, se contonea provocadoramente, con movimientos obscenos y una forma de interpretar la música a través del baile que nunca antes se había visto. Todo este atrevimiento le sirve involuntariamente para quitarle la plaza a su compañera, con la que se presentaba para acompañarla en su prueba.

Montgomery sí tiene claro que lo suyo es la interpretación. Su madre, una actriz famosa, le manda el dinero que gana cuando está de gira para que se pague el psicoanalista.

El inicio de las clases es parecido en todas las materias. Los profesores dicen lo mismo, que su asignatura es la más importante de todas, imprescindible para pasar de curso. “No os libraréis de estudiar porque tengáis talento”, les dice la profesora de literatura. “Tendréis que tener piel de elefante porque sufriréis toda clase de insultos y rechazos”, afirma el profesor de interpretación.

El comedor es un hervidero de alumnos, una pequeña Babel donde se ensaya con los instrumentos, el baile o las escenas. Alguno consigue milagrosamente concentrarse y leer un libro, aislándose de todo. De repente la multitud reacciona a una energía común que surge y se va propagando entre ellos, como una onda expansiva. Una música empieza a sonar, los acordes que son la banda sonora de la película. Y como una cosa lleva a la otra, no tarda en iniciarse el baile también, los chicos se suben encima de las mesas, un frenesí de cuerpos que se convulsionan sin seguir ninguna norma, sólo dejándose llevar. El espectador, inevitablemente, se ve arrastrado a ese paroxismo de ritmo y creación. Piensas que a eso es a lo que se le llama estar vivo.

Un día hay un incidente en la clase de la señorita Sherwood, la profesora de literatura. Ella ha querido desmentir a Leroy que decía saber leer, le provoca para que salga de su marginalidad. Él reacciona con violencia inusitada, viéndose descubierto ante todos y sintiendo una gran vergüenza, por lo que comienza a dar patadas a los muebles, saliendo con un sonoro portazo, rompiendo cristales en los pasillos mientras vocifera toda clase de insultos. Da salida a una frustración más de las muchas que se han acumulado en su vida.

El profesor de interpretación les enseña cómo obtener los recursos para actuar de las pequeñas cosas de cada día. “Concentraos en cómo hacéis las cosas cotidianas. Prestad atención al mundo físico, aislad los detalles”. Cuando se llevan un cubierto a la boca, cuando se mueven por una habitación, todo tiene importancia. Recreaos, es su consigna.

El profesor Shorofsky le dice a Bruno si lo va a tocar todo él solo, cuando le ve con sus sintetizadores tras intentar que aprenda algún instrumento en su orquesta de música clásica. “Eso que haces no es música, es masturbación”.

Al padre de Bruno, que es taxista, no se le ocurre otra cosa para promocionar la música de su hijo, que colocar unos altavoces sobre su vehículo a la puerta de la escuela con sus canciones sonando a toda pastilla. Los chicos que van saliendo se ponen a bailar frenéticamente en mitad de la calle, subiéndose por encima de los coches, cortando el tráfico, haciendo venir a la policía.

El profesor de interpretación quiere que hablen sobre un hecho de su vida que sea traumático. Montgomery habla sobre su homosexualidad. Dice estar bien adaptado, aunque tamibén deja entrever otra sensación. “No ser feliz no significa ser desgraciado”.

A Doris no le gusta ser judía, ni vivir en Brooklyn, ni las fiestas de cumpleaños con niños chillones y llorones a las que su madre le obliga a ir a cantar para ganarse un dinero.

La señorita Sherwood le dice a Leroy que el Play Bloy no es el mejor modo de aprender a leer. Desde la escalera donde está subida colocando unos libros en las estanterías de la biblioteca, le lanza Otelo. “Léelo, era negro”.

En el enorme piso sin muebles de Montgomery, él, Ralph y Doris ensayan y comparten confidencias al anochecer, tenuemente iluminados por las intermitentes luces de neón rosa que se filtran desde la calle a través de los grandes ventanales.

En el cine, Doris y Ralph asisten a una sesión dramatizada de una película de miedo: si en la pantalla llueve, los espectadores sacan sus paraguas sentados en sus asientos; si un personaje pregunta algo, el público responde como guiado por una consigna; si alguien da un golpe, la gente también. Algunos suben al escenario que hay bajo la pantalla, y cantan coreados por el resto, con una trepidante música de fondo que comienza a sonar.

Ralph no siempre tiene una buena noche cuando va al night club a hacer sus monólogos de humor. Doris intenta abrirle los ojos para que no se olvide de quién es él. “Estás lleno de fuerza, de rabia y amor”, le dice. Montgomery también tiene unas palabras para él, cuando se queda solo en su camerino. “Sólo nos prometieron siete clases diarias y comida caliente. Lo demás depende de nosotros”.


El día de la graduación, tras cuatro años de estar allí, es un momento de celebración y también de nostalgia por todo lo vivido, ese bullicio constante, joven, efervescente y creativo de la escuela, experiencias irrepetibles que ya han quedado atrás. Se abre un mundo de posibilidades, tienen toda la vida por delante. Todo está por hacer. Y la meta: alcanzar la fama.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Criss Angel: el nuevo Gran Houdini

Descubrí a Criss Angel hace relativamente poco, cuando me enviaron un correo electrónico en el que se le veía en medio de un parque, partiendo en dos a una mujer que salía a toda prisa sin piernas, únicamente usando sus brazos, arrastrando el resto de su cuerpo por el suelo. Eran imágenes muy impactantes. Poco tiempo después emitieron en el Digital un reportaje sobre su vida y su trabajo, y resultó ser de lo más interesante.

Este mago, ilusionista, escapista, acróbata, músico y showman televisivo, lleva ya unos cuantos años siendo un personaje archipopular en EE.UU. Neoyorkino, el más pequeño de una familia numerosa, empezó a hacer trucos de magia siendo un niño, a raíz de un pequeño juego que hizo una tía suya para entretenerle. A los 13 años realizó su primera actuación pagada.

Cuando se le ve, hablando con tanta tranquilidad y naturalidad sobre su vida y su trabajo, lo único que llama la atención es su apariencia, a medio camino entre lo gótico y lo roquero: media melena lisa, ojos y uñas pintados de negro, anillos de calavera en los dedos, muchos colgantes muy largos al cuello, ropa informal y mucho cuero, siempre a la moda.
En el reportaje se mostraban algunos de sus números, todos increíbles: levitaba a varios metros por encima de la pirámide de Luxor, de noche, sobre un haz de luz procedente de un foco situado en la cúspide; o se colgaba con unos cables desde un helicóptero con cuatro ganchos atravesándole la carne de la espalda, mientras volaba sobre el desierto.

En otra ocasión se quemó a lo bonzo en mitad de la calle, en una zona previamente vallada, rodeado de público y con su madre presente, para celebrar el cumpleaños de ésta. Ella se medio tapaba la cara, asustada. Al final, cuando se tumba bocabajo y los ayudantes apagan las llamas con extintores, sólo queda su ropa en el suelo sin nadie dentro.

En otro momento se le ve apoyado contra un muro mientras un coche lo embiste a gran velocidad, llevándoselo a él y al muro por delante, y saliendo aparentemente ileso.

También salen unas instantáneas en las que se le ve metiendo un escorpión en la boca de una bellísima y aterrorizada “voluntaria”, transformando agua en cerveza, rompiendo con aparente facilidad guías de teléfono, atravesando cristales sin romperlos y caminando sobre las aguas de una piscina. Recuerdo la impresion que me dio verle subirse encima de una valla llena de pinchos, tumbarse encima y parecer como estos le atravesaban, a la vista de la gente que pasaba.

A veces hay números que no salen bien, como cuando implosionó un edificio con él dentro. Un helicóptero tenía que llevárselo justo un momento antes de la explosión, pero algo falló y se quedó en el interior. Los organizadores respiraron aliviados cuando le vieron salir, algo maltrecho, por su propio pie.

Otro número fallido fue el escapismo subacuático en un casino. Se metía en una caja alargada metálica, pero lo bajaron cuando aún no estaba preparado. El agua se le metió en los pulmones y se le reventaron los tímpanos. Con una fuerza sobrenatural consiguió abrir la caja y salir.

Hay páginas en Internet en las que él mismo explica con ayuda de videos cómo hace algunos de sus trucos, y son sorprendentemente sencillos. Es difícil explicarlos aquí, porque espectáculos tan visuales y efectistas como éstos es mejor verlos que expresarlos con palabras para poder comprenderlos. Todo se basa en formas especiales de colocar las cámaras, en situar estratégicamente espejos, o simplemente pegarse un papel de celofán detrás del dedo gordo de una de las manos para que se quede ahí sujeto determinado objeto que quiera hacer “desaparecer”.

Algunos de sus espectáculos son especialmente truculentos, cuesta creer que las cosas que en ellos tienen lugar no sucedan realmente. No teme herir sensibilidades, sólo busca impresionar, llamar la atención, que se hable de él, generar polémica.

Se cuenta que estuvo practicando en un circo durante años para mejorar sus números, antes de hacer el programa de televisión que tanta fama le está dando.

Criss Angel dice haber sacrificado su vida personal en aras de su carrera. La adrenalina que desarrolla en cada uno de sus espectáculos, la emoción y el entusiasmo que este trabajo despierta en él ha hecho que renuncie a casi todo lo demás.

Y sigue inventando cosas, su imaginación es portentosa, su magia no tiene límites. No le importa poner en peligro su vida una y otra vez, resistir el dolor. Puede que haya entrenado su mente para que su cuerpo lo aguante todo. Su energía es inacabable.

No en vano se le conoce como el Gran Houdini del siglo XXI.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Jubilación

La jubilación es un momento crucial en la vida de las personas, el tránsito a una fase que parece distinta a todo lo conocido.

Yo he sido testigo de reacciones muy diversas ante este hecho cuando ha tenido lugar a mi alrededor. Tuve dos compañeros hace muchos años que eran hermanos y que lo vivieron de forma diametralmente opuesta. Mientras para uno supuso un alivio y un motivo de alegría, después de tantos años trabajando en el mismo lugar y no siempre en las mejores condiciones, para el otro sin embargo fue una desgracia, pues el trabajo era lo que debía dar sentido a su vida, y de hecho falleció pocos meses después.

Cuando le tocó a mi padre tampoco lo pasó bien. Llevaba muchos años en aquellas oficinas y tenía buen ambiente laboral, era y es muy querido y estaba muy considerado. Aún creo que añora su trabajo, porque le gustaba mucho.

A mi jefa le tocará a comienzos del próximo verano, y también lo está enfocando por el lado más negativo. Ella piensa que va a entrar a formar parte de una categoría social, la del jubilado, que es inferior a la que tiene ahora y que la degrada. Cree que la sociedad menosprecia al que está retirado, al que es viejo en general, como si ya no sirvieras para nada. Además es un claro indicio de que ya la muerte está próxima. Realmente, sintiendo así se está muy cercano a la depresión.

El jefe del otro departamento no se anda muy lejos en su apreciación del hecho en sí. Teme que cuando se jubile no tenga ya una disciplina en su vida, una obligación ineludible, y que le de igual a la hora que se levante de la cama, que no le importe estar en pijama en su casa todo el día. Acostumbrado casi desde niño a tener una ocupación, no sabe si afrontará la falta de ella como un vacío que no sabrá rellenar. Una compañera dijo, cuando le oyó, que ella no necesitaba trabajo ninguno para tener una disciplina en su vida, quizá porque su salud física y mental la ayudan a ello, ya que en esto, como en casi todo lo demás, la actitud es lo importante.

Mi tía Carmen, la hermana de mi madre, que se jubila este mes, parece que está pasando por este momento con una gran serenidad. Entró a trabajar cuando aún tenía casi calcetines, siempre ha estado en el mismo sitio, en su centro de trabajo ha conocido a muchas personas a lo largo de un montón de años y ha sido como su segunda casa. Como a todo el mundo, le ha llevado su tiempo hacerse a la idea, pero una vez que ha llegado el momento va a pasar por él con la inteligencia y la bonhomía que la caracterizan.

La opinión de mi jefa es la que más me ha dado qué pensar y me parece que está bastante alejada de la realidad. Es fácil hablar cuando no se ha llegado a un momento así, pero si hay algo que nunca he creído es que al jubilado se le defenestre en forma alguna. No es que en los países occidentales se tenga tanto respeto a los mayores como ocurre en los orientales, pero creo que sí se valora el esfuerzo que una persona ha hecho a lo largo de toda su vida y el merecido descanso cuando se llega a la vejez. Lo de autocompadecerse no tiene mucho sentido, lo lamentable sería no haber llegado. Además el concepto que se tenga de uno mismo no está en función de tu situación laboral, social, económica ni de ninguna clase, ni mucho menos de lo que opinen los demás. Somos quienes somos en cualquier momento y circunstancia, nunca podemos ni debemos renunciar a nuestra identidad por ningún motivo.

En cuanto a la proximidad de la muerte, oponerse a ello es aún más absurdo, pues con esa premisa nacemos, y además nadie está libre de ella, puede llegar en cualquier momento de la vida, y si te sucede siendo mayor es precisamente como tiene que ser.

Muchos factores están en juego a la hora de afrontar la jubilación: tu estado de ánimo en ese momento, lo realizado que te sientas en tu trabajo, tu situación personal… Pero supongo que es una etapa más de la vida, que nos permite ir avanzando y dejar ciertas cargas atrás que hemos soportado durante un tiempo y que ya son innecesarias. Yo sí creo que sea una liberación, un momento para vivir en paz y reencontrarnos con nosotros mismos, si es que estábamos un poco perdidos. Es como hacer un repaso a todo lo anterior y pasar página.

Es ir por el mundo con los deberes cumplidos. Y que te quiten lo bailao. Y como dice el cartel, "Este producto ya no se comercializa".

martes, 14 de diciembre de 2010

Grandes arquitectos contemporáneos (I): César Pelli

Torres Gemelas Patronas

César Pelli es un arquitecto argentino nacionalizado estadounidense, que ha sido muy galardonado y que ha hecho magníficos trabajos en todo el mundo.
Las Torres Gemelas Patronas, en Kuala Lumpur (Malasia), es uno de los más conocidos. Fue el edificio más alto del mundo hasta 2003. Mide 452 metros y tiene 88 pisos de hormigón armado. La fachada es de acero y de vidrio. Con el tiempo, se ha convertido en un símbolo de la zona.
Utilizó un diseño geométrico basado en motivos tradicionales del arte islámico: una estrella de doce picos.
Están unidas por un pasarela de doble altura aérea entre los pisos 41 y 42, llamada Skybridge. Es el punto más alto accesible para los visitantes. Están ocupadas por oficinas y un centro comercial.

En Madrid diseñó la Torre de Cristal, uno de los cuatro rascacielos del complejo empresarial de la Castellana. Tiene 249 metros y es el segundo edificio más alto de España.

En Bilbao destaca la Torre Iberdrola.

Torre Iberdrola de Bilbao



Canavy Wharf

 La Torre Canavy Wharf es el edificio más alto de Londres, enclavado en un centro de negocios. Tiene 50 pisos.

También creó el tristemente conocido World Financial Center de Nueva York, entre otras muchas obras.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Rafael Alberti y su arboleda perdida

Hace poco caía en mis manos, echándole un vistazo a entrevistas, reportajes y artículos que colecciono y conservo desde hace años, unos extractos que ABC publicó con las últimas líneas escritas por Rafael Alberti antes de morir, hace once años, y que el año pasado volvió a reproducir al cumplirse el décimo aniversario de su fallecimiento.

Se titulaba Memoria desde el mar y la arboleda, y en ella repasa algunos de los acontecimientos de su larga vida.

Yo a Alberti lo había leído poco, quizá porque su ideología política es totalmente opuesta a la mía, y porque me parecía una castaña de hombre cada vez que hacía una aparición pública para recitar algunos de sus versos. Aquellos “se equivocó la paloma, se equivocaba”, me resultaban machacones, relamidos e insustanciales, y más cuando aparecía con Nuria Espert a dúo, magnífica actriz donde las haya, pero que a cursi y petulante no la gana nadie cuando se pone. Tuve ocasión de comprobarlo personalmente en una ocasión, cuando dio una conferencia en mis tiempos de estudiante en la facultad y le faltó tiempo para ponerse a recitar esos sempiternos versos. Me fui antes de que terminara. La verdad es que el pobre hombre estaba ya muy mayor y se veía que no se encontraba bien.

Ahora que releo esas últimas líneas que escribió, me maravilla su prosa como no ha conseguido maravillarme su poesía. Lo único que comparto con él como poeta es su amor por el mar, siempre presente, su constante.

En esta ocasión logró conmoverme profundamente, pues sus palabras son el grito dolorido, desesperado y terriblemente sentimental de una persona que es ante todo un artista y que pese a los muchos años que llevaba en este mundo, le parecían pocos y renegaba de la proximidad de la muerte. Cuánto amor a la vida.

“Ya las últimas hojas de mi arboleda perdida están cayendo, ya van neblinándose los últimos renglones de mi vida, aunque mis ojos siguen conservando la suficiente luz para distinguir las flores que brotan en este sencillo y tembloroso jardín, gracias a una mano celestial que, siempre junto a mi, hace el diario milagro de que todo parezca estrenado.

Todo es belleza a mi alrededor, lianas perfumadas me rodean y arrebatan de los aterradores y oscuros abismos de la vejez, de la muerte. Me voy con los ojos llenos de acontecimientos de un siglo. Un siglo de horrores, de enfrentamientos, dolorosísimas separaciones, de hechos que habitan en mis bosques interiores y en los que casi a mis 94 años, aún puedo caminar sin perderme entre su frondosidad. Pero no me quiero ir. No quiero morirme. Sigo sin querer morirme. ¿Por qué tengo que morirme?. Todavía me retienen muchas cosas, muchos atrayantes sabores que no quiero dejar de percibir”.

Alberti se lamenta de aquellos que se le acercaron por interés, sin tener en cuenta sus sentimientos y su parecer, personas que pretendieron pasar por encima de él como apisonadoras. “Ahora, que ya se han desvanecido tantos falsos e interesados afectos imposibles de mantener, cuando como “los hijos de la mar” machadianos me he ido desprendiendo de lo poco que a lo largo de mi vida he tenido y que para otros ha significado continua inquietud. Ahora, que ya no me siento acosado por personas desveladas en comercializar de forma disparatada cualquier trazo mío (…) Ahora, que se han ido alejando de mi lado las pequeñas y comprensibles vanidades de equívocas jóvenes impacientes por desmantelar los recuerdos de mi memoria, los libros de mis anaqueles y mis distraídos cuadernos de trabajo. Jóvenes ávidos de llegar a la cima por el camino más rápido, sin la mínima posibilidad de trascender en el tiempo poético…”

Como poeta y amante de todo lo que ofrece la vida, tiene un recuerdo para las mujeres que conoció. “Mujeres que habéis pasado presurosas por mi vida, cercanas o lejanas ya, hermosas siempre, por encima de los días, de la crueldad del tiempo y del olvido. No adivino ya vuestros rasgos cuando atravesáis mi, todavía, encendido jardín. Pero siempre seréis un delicado y silencioso recuerdo en las páginas de mi perdida arboleda … Todo en mí sigue latiendo. Amo todo aquello que siempre amé, sin advertir la sorpresa de los que ya me contemplan como un árbol centenario al que le crujen las ramas e imaginan sin savia en las venas”.

De qué forma tan distinta afrontamos la vejez, cada cual según la vida que haya tenido o su forma de ser. Recientemente leía una entrevista que le hacían a Mingote, que tiene casi 92 años, y vi que se lo tomaba de otra manera. Se quejaba de sus múltiples achaques pero decía esperar a la muerte tranquilo, aceptando lo inevitable, sintiéndolo sólo por el disgusto que daría a aquellos que le quieren. Y es que Mingote siempre ha sido así, con su humor tan particular, disfrutando de la vida enormemente también, pero serio, realista y tan reflexivo para sus cosas.

¿Llegaremos nosotros a esas edades?. ¿Y cómo?. Me parece que mi amor a la vida no da para tanto, pero hay hombres, como Rafael Alberti, que no se querían ir.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Thelma y Louise

Si hay una película que me levanta ampollas morales siempre que la he visto es Thelma y Louise. Dicen que se ha convertido en todo un símbolo para el feminismo, y que costó bastante que alguien la quisiera producir porque el tema resultaba difícil y no muy comercial, alejado de los cánones habituales en Hollywood. De hecho despertó mucha polémica en su estreno, pues nunca antes se había abordado tan abiertamente un hecho corriente como el que dos mujeres quieran reivindicar sus derechos y defenderse de la agresión machista, usando un medio nada corriente como es el de las armas.

En esta historia, lo que empieza siendo nada más que la huida de dos mujeres desesperadas hartas del maltrato a las que las someten sus parejas, termina convirtiéndose en una auténtica odisea, recorriendo kilómetros a través de las típicas e interminables carreteras que atraviesan los desérticos parajes entre estados que hay en Norteamérica., y en la que suceden cosas que ni ellas mismas hubieran imaginado, final incluido.

A simple vista quizá el tema parece que se ha planteado de forma exorbitada, pero es tan real como la vida misma. Que dos mujeres que pretenden llevar una vida normal acaben modificando su conducta en una espiral de violencia creciente, inducidas por las agresiones físicas y psíquicas de que son objeto por parte de los hombres, es algo que puede llegar a suceder, que de hecho sucede y que, desde luego, es muy desalentador.

Este comportamiento machista, que aún permanece en gran parte del mundo, y que se acepta como algo normal por la costumbre, cada vez nos resulta a nosotras sin embargo más incomprensible y difícil de soportar. El hecho de que dos mujeres no puedan viajar solas, sólo por ser atractivas, sin que haya algún tío que en un momento dado se vea en la obligación de molestarlas, es algo que me enfurece sobremanera, más que nada por lo corriente del hecho en sí, y no por ello menos inaudito.

Todas sabemos bien cómo se sienten ellas. Qué mujer no tiene que aguantar cosas así todos los días: por la calle, en los transportes públicos, en cualquier momento o situación. Hasta el simple piropo, tan utilizado en nuestro país y generalmente aceptado por casi todas las españolas como algo establecido y muy de aquí, en realidad es una afrenta más. Me da igual que sea bonito o una grosería. Como decía Louise en la película a un camionero con el que se topan en la carretera en dos ocasiones y que no deja de ofenderlas con su lenguaje procaz, al preguntarle por qué hablaba así a unas mujeres que no conocía de nada, que qué derecho creía que tenía para dirigirse a ellas de esa manera. Y el tipejo todavía ponía cara de no entender nada, como si le estuvieran hablando en un idioma que no fuera el suyo. Por eso, cuando la emprenden a tiros con su camión cisterna y termina volando por los aires, es en realidad una escena triunfal que me produce una euforia salvaje, es darle su merecido, hacer justicia, o tomarse la justicia por su mano ya que nadie parece capaz de impartirla. Y al final resulta tan ridícula la reacción del individuo, que mueve más a risa que a otra cosa, una risa algo esperpéntica quizá.

A las mujeres nos ponen a prueba los hombres todos los días desde la niñez. No quiero ni pensar cómo será la situación en países donde se nos aplican leyes terribles.


La forma como acaba Thelma y Louise es sin duda controvertida. Yo posiblemente lo cambiaría si pudiera, pero hay que ponerse en su lugar, que es el lugar al que se llega cuando te ponen en el disparadero, cuando eres víctima de la incomprensión, la violencia sea cual fuere, y la desesperación. A veces parece que sólo cabe una solución radical: la vida o la libertad, ya que ambas cosas no son posibles. Si lo piensas fríamente se puede terminar de otra manera, pero si lo piensas en caliente no es difícil comprender el desenlace. Ellas no deberían haber saltado por ese precipicio, aunque fuera para poner fin al sufrimiento y la injusticia infinitos que las acechan. Nuestras esperanzas parece que se acaban con ellas con ese descenso mortal al vacío. Por qué renunciar a todo como si no tuviéramos derecho a nada sólo por haber nacido mujeres. Me hubiera gustado poderlas sujetar en el aire y no dejarlas caer. Las habría llevado a otro sitio, a un lugar lejano en el que estuvieran a salvo de ningún mal. Aunque ¿hay realmente algún lugar así?.

 
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